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jueves, 24 de abril de 2008

Un espejo inquietante

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por Alain de Botton

La perspectiva de las vacaciones puede convencer al más alicaído de que merece la pena vivir la vida. Pocos acontecimientos, aparte del amor, se aguardan con tanta impaciencia o se convierten en el tema central de ensueños complejos y enriquecedores como las vacaciones. Quizá nos ofrecen la mejor oportunidad para alcanzar la felicidad, lejos de las limitaciones del trabajo, de nuestra lucha por la vida y por alcanzar una posición. La forma en que decidimos emplearlas encarna, aunque sea inconscientemente, nuestro ideal de vida. Durante las largas semanas de trabajo, podemos sostenernos vitalmente con el sueño de irnos a otro sitio, lejos de casa, un lugar con mejor clima, costumbres más interesantes y paisajes más inspiradores y en el que parezca que tenemos una posibilidad de ser felices por fin.

Pero naturalmente, la realidad del viaje rara vez se corresponde con los sueños. Las decepciones tragicómicas son conocidas por todos: la sensación de desorientación, la desesperación de media tarde, las discusiones, el letargo ante las ruinas antiguas. Y, sin embargo, pocas veces se estudian las razones que hay detrás de esta decepción. Las vacaciones no son consideradas casi nunca como un problema filosófico, o sea, como un tema que exige una forma de pensamiento que vaya más allá de lo práctico. Nos vemos inundados de consejos sobre dónde ir de vacaciones, pero no oímos nada acerca de por qué o cómo deberíamos ir. Se da por entendido que el viajar es una cosa que todos nacemos sabiendo cómo hacer y, por tanto, rara vez dedicamos tiempo a reflexionar por qué razón exacta aquel fin de semana en Roma o las vacaciones en Grecia acabaron pareciéndose bastante a lo que habíamos imaginado.

Entonces, ¿cuáles son algunas de las razones para que los viajes se tuerzan? Una de ellas parte del hecho desconcertante de que cuando vemos fotos de lugares a los que queremos ir (e imaginamos lo felices que seríamos simplemente por estar allí) somos propensos a olvidar una cosa esencial: que tendremos que llevarnos a nosotros mismos. Es decir, que no estaremos en la India, Sudáfrica, Australia, Praga o Perú de forma directa, sin intermediarios, sino que estaremos allí con nosotros mismos, aún aprisionados en nuestros cuerpos y nuestras mentes, con todos los problemas que esto supone.

Hay un contraste tragicómico entre los grandiosos proyectos que los humanos ponen en marcha, como la construcción de hermosos hoteles y el dragado de bahías, y los nudos psicológicos básicos que los socavan. Con qué rapidez quedan barridas las ventajas de la civilización ante un berrinche. La imposibilidad de deshacer estos nudos nos señala la sabiduría austera y sardónica de ciertos filósofos de la Antigüedad, que escaparon de los aspectos más bellos de la civilización y afirmaron, desde un barril o una choza de barro, que los ingredientes principales de la felicidad no podían ser materiales o estéticos, sino que siempre eran tercamente psicológicos.

¿Qué podríamos hacer para aprender a ser un poco más sabios con respecto a nuestros viajes? Rara vez he encontrado un guía de viaje más útil que el filósofo del siglo XIX Arthur Schopenhauer. Su gran revelación fue que tenemos muchas más posibilidades de estar contentos si aceptamos que es muy improbable que podamos ser completamente felices alguna vez. No lo decía para deprimirnos, sino para librarnos de esas expectativas (sobre las vacaciones o cualquier otra cosa) que inspiran amargura. Es consolador oír, cuando nos han fallado las vacaciones, que la felicidad nunca estuvo garantizada. "Sólo hay un error innato", escribió Shopenhauer, "y es la noción de que existimos para ser felices. Mientras insistimos en este error innato, el mundo nos parece lleno de contradicciones, porque a cada paso, con las cosas grandes y las pequeñas, estamos abocados a experimentar que ni el mundo ni la vida están organizados con la finalidad de llevar una existencia feliz... y de ahí que el semblante de la mayoría de los viajeros y las personas mayores lleve esa expresión que hemos denominado desengaño". Nunca se habrían decepcionado tanto si hubieran salido de vacaciones con las expectativas adecuadas.

ABC - Madrid, 2002


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“¡Es difícil no estar deprimido!”

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Entrevista a Eric Laurent por Magdalena Ruiz Guiñazú
Eric Laurent es delegado general de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y un experto en la materia.

—¿Usted cree, doctor, que, en líneas generales, vivimos en una sociedad marcada por una fuerte depresión?
—Lo que me llama la atención es que se intente convencer a esta sociedad de que las cosas son así. ¡La depresión esboza un manejo muy amplio de las depresiones y resulta entonces difícil no estar deprimido! A tal punto, que se suscitan grandes debates dentro de la clínica psiquiátrica por saber (partiendo del momento en que una dolencia golpea a un 25% de la población) si esto obliga a replantear la noción de enfermedad. Puede pensarse que, a lo largo de una vida, se nos dan prácticamente todas las oportunidades para tener un episodio depresivo. Pero de todas maneras, esto replantea, como decía, el justificativo de un tratamiento como si se tratara de una enfermedad. Y ello abarca desde un hombre víctima de estados de tristeza bastante comunes, hasta un paciente preocupante, como puede ser el melancólico grave que es, sin duda, víctima de una enfermedad. Digamos que hay una creencia muy difundida por la cual la población se encuentra hoy frente a una nueva angustia, que es preguntarse: “¿Voy a deprimirme? ¿Acaso hay algo que me lo impida?”.
—La verdad es que ésa es una fea pregunta...
—... que podría completarse con otra: “¿Qué voy a hacer cuando esto ocurra?”. Al mismo tiempo, le diría que hoy (y esto es una buena noticia) hay medicamentos que permiten remediar esa depresión.
—A propósito de medicamentos, ¿es cierto que actualmente, en Europa, se receta Prozac a menores de 18 años?
—Bueno, en Europa todo es complicado. Todo está reglamentado. El problema de los antidepresivos para adolescentes empezó en los Estados Unidos, donde tienen tendencia a medicar en forma muy amplia. Por ejemplo, la prohibición (que se mantuvo durante mucho tiempo) sobre medicar a los niños no ha sido barrera suficiente. En primer término, los americanos medicaron a adolescentes en forma masiva, por problemas de suicidio. El efecto de liberarse del peso de la depresión, de una triste inmovilidad, puede implicar el riesgo de una reacción opuesta. De allí la importancia de prestar atención al hecho de que no bastaba con recetar antidepresivos a los adolescentes para que volvieran a la normalidad. Era necesario ocuparse de ellos, sobre todo en los comienzos del tratamiento. Había que acompañar la medicación con psicoterapia. Las preguntas se plantearon, entonces, en muchos países: ¿hay que recetar? ¿Cuánto tiempo, y cómo? Hubo resultados contradictorios, y en los Estados Unidos surgieron las primeras advertencias. Por ejemplo, colocando en la cajita de los envases el anuncio de que ese medicamento podía ser peligroso. Se llega así a una impasse en la que tenemos la medicación milagrosa para la depresión, pero, al mismo tiempo, estamos obligados a advertir que es un medicamento peligroso. Aparece entonces la sociedad técnica, que apunta a decirnos: “Bueno, de ahora en más, considérese una máquina. Si está triste, es porque su nivel de serotonina no es lo suficientemente alto. Si lo corrige, se mejorará”. ¡Es considerar el cuerpo como si fuera un automóvil! ¡Cuando algo no anda bien, busquemos piezas de repuesto! ¡Fíjese usted! ¡Todos los adelantos de la biología permitiendo asegurar que la causa de nuestra tristeza existencial depende de la serotonina! ¡Y otro día será la dopamina!...
—Indudablemente, la mirada hacia el cuerpo humano ha variado mucho. ¡Pensemos en lo que significaba un siglo atrás!
—Por supuesto. Hace un siglo, por el contrario, se ponía el acento en el “vitalismo”. Es decir, la vida. Había todo un discurso, sin embargo, absolutamente compatible con las grandes carnicerías europeas que resultaron de las dos guerras mundiales, en las que hubo muchas matanzas. Es decir que esa mirada hacia el cuerpo estuvo marcada por una diferencia. No se lo consideró una máquina, sino un sujeto pasible de ser destruido. Llegamos así a la Shoá, al Holocausto que en Europa golpeó terriblemente, y que ha dejado una huella aún más estremecedora que la carnicería (y repito el término) de la Gran Guerra de 1914, en la que varias generaciones perdieron la vida.
—Terrible guerra de trincheras...
—Los jóvenes fueron enviados a la muerte y eso tuvo, sin duda, efectos depresivos sobre la generación siguiente, que intentó recuperar un poco de vitalidad a través de lo que significaron ciertos movimientos como el surrealismo, el arte moderno... Los años 20 fueron un intento de recuperar un poco de vitalidad después de esas matanzas. Entonces el cuerpo, ya no “carne de cañón” sino cuerpo-máquina, nos permite soñar desde un punto de vista técnico acerca de la vida y el mundo.
—Convengamos en que el concepto de cuerpo-máquina es más bien triste. ¿Usted piensa que, por ejemplo, la droga puede ser una consecuencia de este enfoque?
—Si usted lo prefiere, la droga podría ser una especie de ironía terrible de lo que ya había intuido Karl Marx. El decía que a medida que el capitalismo invade todos los aspectos de la vida... Bueno, Marx vio esto con anticipación, cuando la famosa Exposición Universal de 1850 en el Cristal Palace, donde se exhibieron todos los objetos de la industria (incluso el cine, invento de los hermanos Lumière), y señaló allí el inicio del fetichismo de los objetos de mercado. Ciento cincuenta años más tarde, nuestra civilización (y hablo en plural, puesto que al caer el Muro de Berlín estamos incluidos en una misma civilización) se caracteriza por la pasión hacia el objeto. Esto destruye las tradiciones, una manera de vivir, todo aquello que luego culmina con el traslado de personas, increíbles migraciones forzosas que hacen que la gente se pregunte: “¿Cómo voy a vivir?”. Frente a esta angustia, aparece un impulso de vida que desea recuperar ciertas cosas y se manifiesta como consecuencia de estos traslados forzosos. Todo se devora, y la droga entra por todos lados.
—En Argentina tenemos una grave situación de miseria, con una brecha entre la gente que trabaja y gana un salario, y aquellos que carecen de lo más elemental. No es el mismo cuadro que usted mencionaba, pero, entre nosotros, también la droga entra como una forma de olvido frente a esta situación desesperada.
—Es un problema muy complicado. ¡Recuerde que los ricos son los principales consumidores de droga! Olvidar la miseria... Bueno, América latina abastece, a través de países como Colombia, a los Estados Unidos, que es una nación de consumo. Como le decía, los ricos fueron los primeros en consumir droga. Luego, a medida que se amplía la producción de droga, se produce un sobrante que consumen los pobres, que tratan de vivir con lo que les queda por vender. Es cierto que los pobres también se prostituyen, entran en la delincuencia y comercian droga, pero... el olvido –Laurent se detiene, pensativo–... la droga golpea a los sectores muy ricos. Por ejemplo, la penetración de la cocaína como droga de performance se da solamente en las capas más altas de la sociedad.
—¿Puede decirse, doctor, que la droga es una forma de hedonismo
—La droga es una forma de morir. Y de morir en pleno éxtasis. Por lo tanto, es un total hedonismo. Pero la droga revela, también, algo muy profundo, y es que se intenta hacernos creer que se puede construir una sociedad en base al hedonismo. Lo cual no es cierto. Una sociedad debe tener (y sin ello no puede sobrevivir) otras cosas que no sean el placer por principio. Freud vio en 1920 que el placer (como principio) abre la puerta a un más allá permanente. Es decir, un más allá en el que se busca sólo nuestro placer, y ¿qué encontramos entonces? Encontramos algo que Jacques Lacan tomó del vocablo francés clásico, “el goce”. Y el goce tiene la característica de ser cercano al placer, pero de ir más allá que él. Se empieza por tomar un poco de cocaína “por placer”, luego para “levantarse” un poquito, ¡y finalmente, es imposible parar! Es impresionante lo que revela la droga: ¡somos una sociedad globalmente adictiva! La adicción, el éxito... Es por eso que en el trabajo, por ejemplo, uno se hace adicto, por varias razones: para progresar, porque es un beneficio para toda la familia, porque uno tiene ideas brillantes, etc. Entonces nos convertimos en un workaholic (adicto al trabajo). ¡Trabajamos cada vez más y, si uno es japonés, acaba por morir en el trabajo! En una palabra, todo se vuelve una adicción y el cuerpo-máquina (del que se intenta decirnos que es una “gran promesa” y que cuando se gasten las piezas originales nos pondrán los repuestos) no va a funcionar nunca como una máquina. ¡De ninguna manera! Lo que ese cuerpo quiere es gozar y gozar cada vez más. Y lo que hay que saber es en qué punto es preciso detenerse. Estamos en una civilización que ha perdido la fórmula para saber en qué momento hay que parar. Hemos entrado en una carrera loca y adictiva. Como dicen los norteamericanos, estamos, en efecto, en una guerra contra la droga, pero que también es una guerra contra muchas otras cosas.
—¿Por ejemplo?
—Mire, algo se ha perdido. Y precisamente la función del psicoanálisis, desde que Freud lo creó, es recordarnos que el placer lleva a un más allá. Es necesario encontrar las reglamentaciones adecuadas, lo cual no significa una prohibición. La prohibición implica reglamentación, ¡pero ya nadie cree demasiado en eso, porque ya no hay muchas prohibiciones posibles! Esto es algo todavía más complicado. La prohibición en sí misma puede conducir a una sociedad loca por prohibir, como lo fue durante la época victoriana, a finales del siglo XIX. El término medio está en no caer en la locura de la prohibición, ni en el error de la permisividad convertida en una forma de locura en sí misma.
—La complicación aparece, doctor, también en los resultados catastróficos de la sociedad por prohibir...
—Yo considero que la sociedad victoriana nos condujo hacia la Primera Guerra Mundial. Esa carnicería liberó los más bajos instintos reprimidos por una así llamada también “moral victoriana”. Incluso, en aquellos años, se advirtió que existía una relación entre esos códigos estrictos y el desencadenamiento mortífero del que le hablo. Creo que hoy debemos ayudar a los que están apresados en un problema que nos atañe a todos. Hay que encontrar los medios para regular una convivencia que permita relaciones humanas. Ciertamente, no será entonces con las ideologías del cuerpo-máquina que podremos librarnos de los problemas que acarrea la droga bajo todas sus formas.
—Usted mencionaba recién a Jacques Lacan. Fue su analista, ¿no es cierto? Una experiencia muy importante...
—Efectivamente, fue interesantísimo para mí. Inolvidable. Yo era un muchacho y me apasionaban los problemas intelectuales. Esto ocurrió en 1967, un año antes del Mayo Francés. Yo seguía las clases de Althusser, que hablaba de reinventar el psicoanálisis, a través de Lacan, usando un lenguaje contemporáneo y moderno que permitiera comprender el punto en el que nos encontrábamos. Yo no me atrevía a llegar hasta Lacan. Pero finalmente lo hice, y él accedió a analizarme. Y esto se prolongó hasta su muerte, en 1981. Por supuesto que, en los últimos años, yo lo consultaba también sobre temas generales, pero, en efecto, la experiencia de ese análisis fue algo apasionante, porque implicaba simultáneamente el conocimiento de uno mismo y entender al mundo. Por otra parte, es así como debe ser enfocado el psicoanálisis.
—A propósito de vínculos, doctor ¿cómo ve usted, en la actualidad, las relaciones padre-hijo? Los hijos ya no admiran a sus padres. Me parece que ese concepto se ha perdido o, en todo caso, se ha modificado notablemente
.—Yo diría que la relación hijo-padre es de las más misteriosas, y sobre ella se ha deseado establecer ciertas tradiciones. Los padres despreciados... Mire, hay tradiciones y costumbres que han evitado eso. La cultura china, la cultura japonesa que han entrado en la modernidad... También la tradición judía... Allí se respeta a los padres con improntas aún mayores que en la tradición católica. Fíjese que, en la tradición católica, el padre siempre es sospechado (si es que puedo emplear esta palabra) de ser un padre adoptivo. Todo padre es un poco José (el padre de Jesús y esposo de María). En la historia de Cristo, tenemos las palabras: “Dejad que se acerquen a mí”, refiriéndose a lo quitado de las familias para convertir a sus hijos en apóstoles. Las órdenes monásticas eran extraídas de las familias. Por lo tanto, en el catolicismo hay siempre algo más marcado que en otras tradiciones entre el padre y el nombre del padre.
—¿Esto ocurre también entre los protestantes?
—Los protestantes no tienen esta posición del catolicismo. Hay una concepción diferente de Dios. —Pienso en las películas de Bergman, en las que aparecen siempre pastores terribles con sus hijos...
—Sí, es una relación terrible, que Bergman ha sabido transmitir. Incluso casi hasta el momento de su muerte, él necesitó de todo su arte y su talento para suavizar los hechos de su niñez. Esa imponente presencia de un “Dios malo” que tanto aparece en sus películas... Fíjese usted que son tradiciones que se mantienen aun dentro de la modernidad y que, a través de esta relación, también son parte de la ciencia. ¡Porque la ciencia toca a las madres cuando son ellas las que eligen qué padre quieren para su hijo! O si no, cuando desean, a través de la ciencia, que no haya ningún padre conocido. Y también a través de ficciones legales o de dispositivos cada vez más complicados que permiten, por la fecundación asistida, tener varios padres. Se toma el óvulo de una mujer, se lo implanta en el vientre de otra... Todo se complica, y ya nada aparece como seguro. En el pasado, podía decirse que la madre era una sola y el padre podía ser putativo. Bueno, hoy ya no es el caso. Por lo tanto, el vínculo padre-hijo se vuelve cada vez más una ficción legal, un vínculo más tenue.
—¿Cómo cree usted que esto afecta o complica a los jóvenes?
—Bueno, ¡no sólo a los jóvenes, sino también a los padres! Eso complica a todos, porque es muy difícil saber dónde ubicarse. Los padres creían saber y conocer el oficio de padres, y ahora ya no entienden demasiado qué actitud adoptar. Ya no pueden ser los padres terribles y autoritarios de antaño. Esa autoridad ya no corre. Por esto es imperioso encontrar la manera de ser padres, porque ese papel puede reducirse a un vínculo legal y, al mismo tiempo, fuera de la tradición. Sin embargo, no deja de existir. Hay allí un enigma que subsiste. ¡El solo vínculo genético y biológico no permite reducir el tema a cuál fue el deseo que hizo que yo llegara a este mundo! ¿Quién puede responder acerca del deseo que me trajo al mundo? ¿Por qué se tienen hijos? ¿Por qué lo quisiste tú, que dices que eres mi padre? ¿Y qué esperabas de mí? Frente a la queja de la juventud... ¿decir que desprecian a sus padres? Yo pensaría más bien que no pueden creer tan fácilmente como antaño en el rol de la paternidad. Fíjese usted: el padre ya no es el dueño de la situación. Es un esclavo que trabaja. Como el resto de la sociedad. Tiene que producir, cumplir con sus 60 horas laborales por semana. Y si lo despiden de ese trabajo, se encuentra sin nada. Hay padres admirables, pero han perdido la majestad. Hay algo trágico también en la juventud. Algo como: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Los jóvenes tienen que arreglárselas con su sexualidad, con la droga, con su propio cuerpo. ¿En qué pueden apoyarse? Es una pregunta muy angustiosa para un joven, y él nos está pidiendo que no lo abandonemos frente a todos estos interrogantes.

Diario Perfil. 9/12/2007

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miércoles, 23 de abril de 2008

Trucos para pasar por un catador snob

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por Alejandro Maglione


Primeros pasos. En el silencio respetuoso con que la audiencia escuchaba al enólogo conferenciante, estalló la pregunta: "¿qué es un vino crujiente....?" Ubiquen esta escena en San Martín de los Andes. El preguntón: un farmacéutico del pueblo. El enólogo pensó cuidadosamente la respuesta, aclaró su voz y dijo: "Nunca había escuchado esa característica de un vino...".

Y esta anécdota siempre me quedó bombeando en la cabeza, para algún día sacar mi alma de hijo de bodeguero y bucear en los recovecos del esnobismo que campea en la cata de vinos, expresado como en pocos lugares en los artículos que suelen aparecer en revistas especializadas o no, escritos por periodistas especializados o no.

Así, me propuse dar algunos consejos para que usted, sí usted que entiende poco o nada de vinos, pero, como corresponde a los que pagan la cuenta en las salidas a comer con amigos, se le reconoce el derecho de elegir el vino y, lo que es más riesgoso, a probarlo y aprobarlo, lo que lo obliga a moverse con cierta prudencia que evite dejar expuesta su ignorancia y por el contrario sea tomado por un reputado "connaisseur".

Esta ignorancia es la que se pretende encubrir vanamente cada vez que el sommelier le sirve un poco de vino en su copa para que finalmente dé su conformidad; y entonces usted se sumerge en un inacabable concierto de buches enológicos, simulando ante los contertulios estar descubriendo las mejores virtudes y defectos del producto puesto a su consideración, cuando en realidad intenta que zafe ese pedacito de tostada del desayuno que le quedó entre los dientes...

Aquí van algunos trucos:

Primer truco, la botella difícil. Hay argentinos que se dicen buenos bebedores de vino y que al mismo tiempo lamentan que en la Argentina no hay buenos vinos. Allí aparece la primera posibilidad de sorprender a la concurrencia. Consígase una botella de "Chassagne-Montrachet" tinto. Todos -los amantes de vinos importados- saben que los Montrachets son blancos, salvo unas pequeñísimas y excelentes partidas que se vinifican en tinto. Y ¡zas! Deja atónitos a los bebedores de los "buenos" vinos importados. Este truco se puede repetir con un "Beaujolais" blanco, que se consigue con muuuuucha paciencia. Esto corre también con los vinos argentinos. Hay muchas bodegas que hoy trabajan con excelentes segundas marcas que pocos conocen, y la gracia está en jugarse con alguna de ellas y dejar que el desprevenido de siempre, que toda buena mesa cuenta, pise el palito.

Segundo truco, el bouquet y los adjetivos. Hecho el paseo bucal con el vino, llega el turno de sus comentarios.

Aquí se abren varios, casi interminables caminos. Uno que no es nada despreciable es releer Vinos & Sabores de junio-julio, ir a la página 11, y descubrir en el reportaje a la inefable Elizabeth Checa algunos de los adjetivos más insólitos: "Hay vinos sensuales, hay vinos austeros, hay vinos abstractos, hay vinos impresionistas, existenciales, esenciales". (sic)

Imagínese mirando a sus amistades, entrecerrar los párpados (gesto clave del verdadero conocedor) y decir: "este vino es impresionista". ¡Paf! La mitad de la mesa sucumbe de admiración por sus conocimientos.

Puede suceder que genuinamente y por las suyas encuentre que el gusto a madera se ha hecho presente en el vino degustado. Allí puede optar por seguirlo a Don Raúl de la Mota y decir que no le agradan los "vinos con gusto a tablón". Pero no es su única carta a jugar. También se puede volver a la Checa y decir: "hay vinos que huelen a ropero de pensión de novela de Onetti". ¿No es fantástico?

Y en este todo vale y los ditirambos resultantes de la adjetivación del vino, que los expertos suelen señalar como sus características destacables. Plagie a mío amigo Fernando Malenchini, y sin que le tiemble la voz, exclame: "este vino está mantecoso…". Insisto, se refería a un vino, no a un queso.

Hasta aquí, este truco le puede haber resultado magro. Bueno, anote: "estamos ante un vino prudente, quizás difícil y evasivo, pero marcadamente prudente...".

Otro bocadillo: "es un vino bienhumorado, benevolente y ligeramente obsceno, quizás, pero indudablemente bienhumorado".

Escuchando a un conocedor de verdad. De Ricardo Santos se puede decir lo que quiera: lo que dice de él Bobby Bissone; o que se está quedando sordo; o medio viejo; etc., pero lo que no se puede decir es que no tenga un buen olfato y mejor humor. Santos dixit: "¿a quién le importa si el vino tiene o no madera? Diga si le gusta o no le gusta y punto".

Santos piensa y yo coincido, que el vino tiene que tener antes que nada aroma a uva. Y puede que los grandes "expertos" piensen que esto es una paparruchada. Ricardo colige –y vuelvo a coincidir- que paparruchada es decir que en tal o cual vino se reconoce el aroma a banana...Santos contradice a su apellido y estalla: "¡¿y a qué demonios huele la banana?! Es como la pavada de que los vinos recuerdan a almendras y violetas, entonces si el vino no huele a almendras o violetas, critican el vino aunque les guste".

Después de escucharlo descargar su furia con ésta última frase me acordé de un consejo contenido en un viejísimo libro para catadores noveles: "...cuando no sepa que decir de un vino, diga ¡violetas! y ya está". Pero este comentario me parece injusto, porque lo abarca a joven y querido comentarista enológico de importante revista dominical de conocido periódico porteño que otrora se despachaba con un "intenso olor a violetas..." Sinceramente no sé que pensar. No es fácil ser ingenioso y original todos los domingos escribiendo sobre varios vinos diferentes. Pero el mismo comentarista, como si fuera ayer nomás, se mandó dos adjetivos inolvidables: "como ripio para el paladar...". Imagínese. Y en la misma página, apenas recuperado el aliento se mandó con un: "aparece en el fondo algo de petróleo..."

Y no quiero abusar del tema, recordando a los que creen oler cuero húmedo, y porqué no, a los que perciben, todo junto, "vainilla, sándalo, incienso, mirra...", que al final pareciera que el vino es más un sahumerio que una bebida deliciosa...

Tercer truco, el gusto. Aquí ya vienen profundidades, pero hay una regla de oro para cuando se va a sumergir en los comentarios sobre el gusto: si una palabra puede ser usada para describir comida, no puede usarse para el vino. Por ejemplo, "cuerpo" va solo para el vino, "balanceado" o "armonioso". ¿Ve? Es una regla sencilla de aplicar. Pero todo el tema queda muy pegado al truco anterior, así que copie un poco de lo dicho antes y aplique.

Pero hay algo de lo que lo que no podrá desprenderse: el balance, la complejidad y el final. Son palabras mágicas que, gracias a la ambigüedad que encierran pueden ser fácilmente confundidas con erudición.

Cuando de balance se trata corresponde analizar la acidez, el frutado, los taninos, el azúcar, en fin, todo aquello que nos permita apreciar la proximidad o lejanía de un vino en "estado de armonía" Y como el estado de armonía no admite leyes universales, he aquí otro buen refugio para la ignorancia. Si quiere abundar, emboque unos "frutos rojos", aunque hágalo con prudencia, ya que hay periodistas que dicen identificar en un mismo vino hasta 5 frutos diferentes. ¡Imagínese! ¿Dónde queda la pobre uva de que está hecho?

¿Y la complejidad? ¿Qué significa? He aquí una cuestión peliaguda, pero la respuesta puede ser: todo o nada según sea quien la defina. Al referirse a ella el snob se queda tranquilo en la seguridad de moverse en las regiones estratosféricas de esnobismo. La complejidad encubre la dificultad de opinar precisamente de un vino y debe ser alegada, después de haber probado el vino y emitido un leve mugido para adentro. ¿Se entiende?

Y llegamos al final. No de la nota, claro, sino a esa característica que debe ser comprendida en la cata cuidadosamente snob. Acaba de tragar el vino y todos esperan lo que tenga que agregar a lo ya dicho. Ahí un carraspeo oportuno deja el camino expedito para hablar del buen o mal final que tiene su vino. El "aftertaste" al que se refieren los ingleses para describir lo que queda en la boca como sabores, sensaciones y todo aquello que pueda haber impresionado las papilas gustativas. No se juegue con palabras tipo "ésteres", "riboflavinas" o "polifenoles", no vaya a ser que haya uno que entiende y le arruina el estofado.

Al hablar del final limítese a decir de un vino que es "corto" o bien, "largo" de acuerdo a la permanencia que haya tenido en la boca.

Historia verídica. Vamos a hacer un recreo para no abrumar al lector con tantas indicaciones inútiles. Anécdota: allá en los años ’70 le preguntaron a Eric de Rothschild cuál era su año preferido del "Château Lafite-Rothschild", y sin inmutarse contestó: "el ’59...si es que usted prefiere un vino joven". ¡Qué señorío!

Cuarto truco, devolver la botella. Cuidado, este es un gesto muy difícil de ejecutar, sin riesgos, en un restaurante. Ha degustado su vino, ha hecho comentarios vagos y erráticos, hasta eruditos, la mesa entera espera su aprobación... Usted apoya la copa suavemente, pero rápidamente la vuelve a tomar y prueba nuevamente. Aparentemente hay algún problema... Los amigos alrededor de la mesa se cruzan miradas nerviosas. El sommelier -o el mozo en su defecto- aclara la garganta. El protagonista que sigue siendo usted, hace un gesto vago con la mano como si espantara una mosca: el vino no es aceptable. Algunos amigos -los más tímidos o cobardes- se esconden tras sus menúes. El tenso silencio se rompe al toser alguien en una mesa próxima. El sommelier le pregunta educadamente, pero con un dejo de incredulidad. Usted vuelve a probar, y declara que claramente el vino no está bien y devuelve la botella. Y punto. Acaba de jugar una de las cartas más bravas del esnobismo enológico.

Quinto truco, como tomar la copa. Hasta acá todo venía bien. La copa tiene que tener un cáliz de diversas formas de acuerdo al tipo de vino de que se trate, pero invariablemente tiene que tener un pie de donde sujetarla a fin de no transmitirle la temperatura de su mano al líquido. Después viene el colmo de la paquetería y el deber ser: tomarla de la base, pero ahí el problema viene cuando se agita la copa para hacer girar el vino por su interior y permitir que todo el cáliz se impregne y despida aquellas virtudes que se irían descubriendo. Pero ojo, hay algo imperdonable para el pretendido catador experimentado: levantar el dedo meñique, separándolo ostentosamente de la mano, mientras se toma la copa. Este hábito delata instantáneamente que usted es un fraude. Aunque lo denuncien por discriminación, evite el trato con gente que levanta el dedo meñique, salvo....salvo que tenga mucha plata y se trate de una comida estrictamente de negocios. Calcule bien. A veces, pasar por otario, rinde sus frutos.

Sexto truco, la añada o cosecha. Este es un tema que preocupa fundamentalmente en los vinos europeos. Los viñedos argentinos se asientan sobre tierras áridas, donde el protagonismo lo tiene el riego y el sol abunda. Claro que si se le ocurre al Niño hacer llover donde no hacía falta y muy cerca de la vendimia, bueno estaremos en problemas.

Tilinguería erudita. Pero vayamos a un ejemplo de vino francés, en que después de probarlo, alguien se permitiera decir: "este año las lluvias vinieron tarde...". Ahí hay que sacar el costado snob y conocedor y arremeter con un "¿a qué te referís? Porque los vinos del Medoc han sido fantásticos ese año, a diferencia de los Bordeaux". Ahí se creó un suspenso, y sin esperar a que su contertulio le retruque nada, usted le recuerda:"En el Medoc la uva de la región es la Merlot, que como se cosecha antes, se salvó de las lluvias que cayeron sobre el Cabernet Sauvignon de Bordeaux". Fino el detalle, ¿no le parece?

Si quiere agregar un comentario de cultura general para terminar de impresionar a sus ignorantes acompañantes, cuente que Julio César plantó viñedos en las Galias para evitar que los romanos asentados se fugaran ante la presencia de los bárbaros. ¿Sabe porqué? Porque el agricultor abandonaba sus cultivos ante el primer flechazo, mientras que los viñateros se quedaban y peleaban como leones por sus viñas.

Y nada más. Salga tranquilo a comer con los amigos o alguna amiguita impresionable, lleve este artículo en el bolsillo, consulte de vez en cuando y vaya desgranando comentarios azorando hasta a los "conocedores" de turno.

La Nación 11/04/2008.-


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martes, 22 de abril de 2008

De agua y sal somos. Premios Nobel de Fisiología o Medicina y de Química 2003

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por Guillermo Jaim Etcheverry


Confirmando, una vez más, la arbitrariedad de los límites entre las disciplinas científicas, en el año 2003 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina fue compartido por un químico y un físico mientras que fueron dos médicos quienes recibieron el Premio Nobel de Química.
El profesor Gunnar von Heijne, al presentar a los ganadores del Premio Nobel de Química, hizo referencia al hecho de que, en la época de Alfred Nobel, las academias entretenían y educaban al público en el transcurso de ceremonias abiertas durante las que explicaban los avances científicos. Propuso a los asistentes al acto de entrega de las distinciones, realizado en Estocolmo el 10 de diciembre de 2003, una experiencia sencilla y que sólo requiere hacer algo que, señaló, resulta apropiado para la entrega de un Premio Nobel: pensar. Pero, los asistentes debían hacerlo solo durante ¡cinco segundos! Invitó luego a cada una de las personas a reflexionar sobre lo que había sucedido. En primer lugar, experimentaron un brusco incremento en la actividad cerebral mientras se preguntaban si correspondía pensar en ese momento de la ceremonia, lo que fue seguido por cascadas de señales nerviosas generadas mientras pensaban, para regresar finalmente al estado de reposo. Toda esta actividad descansa, en realidad, en uno de los compuestos químicos más simples imaginables: la sal común, los iones sodio, potasio y cloro, que se desplazan de uno a otro lado de la membrana de las células nerviosas, generando con ese movimiento las señales que activan la mente."¡Unos pocos granos de sal haciendo que piense una persona, un puñado de sal para lanzar a pensar a un gran auditorio!", ironizó. Mientras esta actividad cerebral se desarrollaba, prosiguió, nuestros riñones trabajaban en silencio, como siempre lo hacen, reabsorbiendo agua desde la orina hacia la sangre pero, en este caso, transportando volúmenes enormes, aún en esos cinco segundos. Precisamente, los premiados Peter Agre y Roderick MacKinnon, han descripto a nivel atómico los mecanismos bioquímicos que controlan dónde, cuándo y con qué frecuencia los iones y el agua entran y salen de las células. Sus estudios nos han descubierto una fantástica familia de máquinas moleculares –canales, compuertas, válvulas– imprescindibles para el funcionamiento celular.
Peter Agre es un estadounidense de 54 años de edad que se graduó de médico en 1974 en la Johns Hopkins University School of Medicine de Baltimore, EE.UU., escuela de la que es hoy profesor de Química Biológica y de Medicina. Su hallazgo de 1988 fue inesperado porque, trabajando en un problema diferente, se topó con una proteína en la membrana de los eritrocitos que rápidamente logró vincular con el canal del agua que los investigadores habían intentado localizar en vano durante más de un siglo. El inesperado descubrimiento de las acuaporinas –así fueron llamadas estas proteínas de 28 kD de las que ya se han identificado 11 variedades en mamíferos– inauguró un nuevo campo de estudio y condujo a una serie de investigaciones bioquímicas, fisiológicas y genéticas de los canales de agua en bacterias, plantas y mamíferos. Hoy resulta posible seguir en detalle el trayecto de una molécula de agua a través de la membrana celular, así como comprender por qué puede pasar sólo el agua –un billón de moléculas por segundo y por cada canal– y no otras moléculas o iones. En sólo poco más de diez años, se ha logrado una comprensión casi total, a nivel atómico, de la función de los canales de agua y su papel en la patología ha sido documentado. El descubrimiento inesperado de Agre –un reumatólogo que estudiaba los antígenos Rh en la membrana de los eritrocitos– revolucionó el análisis del transporte de agua y sentó sólidas bases bioquímicas para un área fundamental de la fisiología y la medicina1. Como en casi todas las historias vinculadas con los hallazgos en biología, el de las acuaporinas representó un enorme progreso en nuestra comprensión de un proceso fundamental pero, al mismo tiempo, ha aumentado, en lugar de disminuir, la complejidad de las preguntas que nos debemos formular.
Roderick MacKinnon, también nacido en los EE.UU., tiene 47 años y se graduó de médico en 1982 en la Tufts Medical School de Boston, desempeñándose en la actualidad como Profesor de Neurobiología Molecular y Biofísica en el Howard Hughes Institute de la Rockefeller University de Nueva York. A diferencia de Agre, MacKinnon se propuso intentar hacer algo que se consideraba imposible: determinar la estructura tridimensional, a nivel atómico, de los canales iónicos, inicialmente el del potasio. Pensó que para comprender cómo funcionaban, era imprescindible verlos. Dedicó su carrera a perseguir ese objetivo, en el que tuvo un éxito inesperado, del que posiblemente haya sido el primer sorprendido, cuando en 1998 logró determinar la estructura espacial del canal de potasio del Streptomyces lividans. Estableció las características finas de los filtros moleculares, lo que ha permitido"ver" a los iones fluir a través de canales que pueden ser abiertos y cerrados por diferentes señales celulares. Las investigaciones estructurales y mecánicas de MacKinnon han permitido desentrañar las bases moleculares de la selectividad de los canales por los iones, los mecanismos de control y de inactivación, abriendo posibilidades totalmente novedosas para realizar estudios bioquímicos, biofísicos y teóricos de la función de los canales iónicos. Estos descubrimientos proporcionan también bases sólidas para comprender muchas enfermedades nerviosas, musculares y cardíacas2.
Como señala von Heijne, estas historias que ilustran cómo la bioquímica contemporánea llega hasta el nivel atómico en su intento por comprender los procesos fundamentales de la vida, encierran una poderosa lección. Demuestran que no existe una sola manera de hacer ciencia. Esta comprobación es importante para quienes tienen a su cargo apoyar la actividad de investigación, que debe estar lo suficientemente bien financiada y con la necesaria versatilidad como para preparar el camino para la casualidad inesperada y también para la persecución metódica, concentrada, a menudo riesgosa, de problemas científicos considerados como fundamentales.
Destaca otro aspecto importante y es el hecho de que los descubrimientos que motivaron la distinción, además de representar contribuciones decisivas a la bioquímica de las membranas celulares, están caracterizados por un evidente componente estético. Esos trabajos han descubierto una notable"economía de diseño" en la estructura atómica de los canales de agua y de iones, asombrosa en su simplicidad y perfección. Al contemplar esas maravillosas maquinarias moleculares, uno piensa:"¡Por supuesto, así es cómo debe ser, así es cómo debe funcionar!" ¿Qué más se puede pedir a la ciencia?
Tal vez en este contexto resulte oportuno reflexionar sobre estos aspectos –el apoyo a diferentes estrategias para hacer ciencia y la belleza intrínseca en los grandes descubrimientos– en lugar de describir los complejos detalles estructurales de los canales de agua y de iones. Estos se pueden analizar en dos recientes artículos de revisión publicados por ambos científicos premiados3, 4. La discusión acerca de la significación de la belleza en las grandes teorías y hallazgos científicos, escapa a este ámbito. Pero al menos es preciso no olvidar que la búsqueda de esa belleza oculta en la naturaleza constituye uno de los motivos más poderosos para hacer ciencia.
En relación al apoyo de la investigación, cuando se postula la necesidad de estudiar asuntos que tengan un impacto directo sobre algún aspecto de la realidad, muchas veces se olvida que la historia de la ciencia ofrece permanentes ejemplos de hallazgos casuales que, en una mente preparada, proporcionan pistas que conducen a resolver problemas que parecen muy alejados del objetivo inicial. Gracias a estos estudios, hoy es posible comprender mejor cómo funcionan en condiciones normales y patológicas el riñón, el corazón, los músculos y el sistema nervioso. Por esa razón, también, un interrogante de importancia crítica para la fisiología y la medicina, como es la determinación del funcionamiento de los canales presentes en las membranas de las células, encontró su respuesta en la química, que es el campo en el que se otorgó el premio.
El agua, en particular sus átomos de hidrógeno, también está vinculada con el desarrollo de uno de los procedimientos de visualización de imágenes más poderosos de que disponemos: el basado en la resonancia nuclear magnética. Es como resultado del trabajo de quienes recibieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina 2003 –el químico Paul Lauterbur y el físico Peter Mansfield– que los médicos cuentan con posibilidades insospechadas para explorar, de manera no invasiva, los más íntimos detalles del cuerpo humano mediante esa técnica. A partir del descubrimiento en 1896 de la aplicación de los rayos X, las posibilidades de obtener imágenes del cuerpo humano se han ido expandiendo hasta límites impensables hace solo pocas décadas. Es esta una de las áreas de la medicina que más rápidamente ha evolucionado y que, al identificar las más diversas patologías, permitió mejorar de manera sorprendente su tratamiento.
Las investigaciones realizadas a comienzos de la década de 1970 por Paul Lauterbur, un químico estadounidense de 74 años, que actualmente trabaja en la Universidad de Illinois en los Estados Unidos de América y por el físico británico Sir Peter Mansfield, de 70 años, que desarrolló su carrera en la Universidad de Nottingham en Gran Bretaña, proporcionaron los elementos básicos que permitieron desarrollar un procedimiento del que se benefician a diario millones de personas en todo el mundo.
Como ya se comentara a propósito de las aplicaciones prácticas del conocimiento científico, este caso también confirma que ellas surgen de investigaciones que poco o nada tienen que ver con el resultado final. En otras palabras, no se llegó a la resonancia magnética buscando un procedimiento para diagnosticar enfermedades sino que ese desarrollo fue el resultado de investigaciones básicas acerca de la naturaleza íntima de la materia que se remontan a fines del siglo XIX. Los estudios iniciados con el descubrimiento de la estructura del átomo por Thomson y Rutherford, continuaron en las investigaciones de numerosos físicos teóricos como Planck, Bohr, Schrödinger y Heisenberg, que contribuyeron a develar la estructura y las propiedades de las partículas atómicas. Es en esta revolución de la física teórica donde se debe buscar el fundamento de la técnica que acaba de ser premiada.
La saga de la resonancia magnética está íntimamente relacionada con las vinculaciones entre la ciencia de Europa y la de los Estados Unidos de América durante el siglo XX. Las investigaciones de Isidor Rabi durante la década de 1930 en la Universidad de Columbia, le permitieron descubrir las interacciones internas en las moléculas e identificar una serie de resonancias que hicieron posible"ver" la manera en que se vinculan entre sí los átomos individuales y también el modo en que son influenciados por las moléculas vecinas. Estos hallazgos, que le valieron el Premio Nobel de Física en 1944, revolucionaron el análisis químico y proporcionaron el fundamento para el desarrollo de la resonancia magnética como la herramienta diagnóstica que hoy conocemos.
Retomadas estas investigaciones luego de la Segunda Guerra Mundial, los grupos de Edward Purcell en Harvard y de Felix Bloch en Stanford descubrieron simultáneamente la resonancia magnética en la materia condensada, un avance en relación con los hallazgos de Rabi, que les valió el premio Nobel de Física en 1952.
El advenimiento de las computadoras de alta velocidad para procesar las imágenes resultó fundamental para concretar la resonancia magnética tal como hoy la conocemos. Los trabajos pioneros en ese análisis, en los que se basa la tomografía axial computada, fueron realizados por Godfrey Hounsfield y Allan Cormack, quienes también recibieron el Premio Nobel en 1979. A fines de la década de 1960 Raymond Damadian, un médico de Nueva York, concibió la idea de utilizar la resonancia magnética para detectar signos precoces de cáncer y en 1971 demostró que el comportamiento de los tumores de ratas difería del tejido normal. Se debe a Paul Lauterbur la idea de crear gradientes de campos magnéticos, combinándolos con la tecnología de las múltiples proyecciones y la reconstrucción de imágenes características de la tomografía computada, para obtener imágenes, en un principio bidimensionales, en base al análisis de las ondas de radiofrecuencia emitidas. La técnica, descripta en 1973, se basa en el alineamiento de los electrones en las moléculas de agua mediante la aplicación de un campo magnético externo. Esas moléculas, al volver a su estado anterior, generan una señal de resonancia cuya detección informa acerca de la posición de los átomos. Peter Mansfield y Peter Grannell llegaron a resultados similares en Nottingham y, a partir de sus trabajos publicados en 1973, mejoraron las condiciones que, luego de la primera imagen del dedo de un ser humano vivo obtenida en 1976, permitieron desarrollar estudios diagnósticos a gran velocidad a partir de la década de 1980. Que los responsables de los avances que hicieron posible esta tecnología de tan enorme impacto obtendrían el premio Nobel, no era secreto para nadie. El problema era cuando y, sobre todo, quienes. Nicholas Bloembergen, Nobel de Física 1981 señalaba:"Lo que me preocupa es que el Instituto en Suecia no haya premiado aún este gran descubrimiento. Creo que esto se debe a la controversia acerca del papel que desempeñó Raymond Damadian". En torno a la participación de este investigador, que muchos reconocen como el padre de la resonancia magnética, se ha desatado una gran polémica que el otorgamiento de este premio Nobel ha reavivado, ya que es ampliamente conocido el hecho de que los estudios de Damadian constituyeron la base de los de Lauterbur.
La ciencia, como actividad humana, está expuesta a todas las contingencias que definen a las relaciones entre las personas. Desde un comienzo el campo vinculado con las aplicaciones médicas de la resonancia magnética ha estado sometido a sucesos que ponen en evidencia una competencia despiadada, que ha llevado a algunos protagonistas hasta ignorar contribuciones realizadas por potenciales competidores, una conducta que no es infrecuente en la investigación científica contemporánea. Los meses que han transcurrido desde el otorgamiento del Premio Nobel, no han hecho más que profundizar el debate acerca de los criterios que guían al Comité Nobel en el otorgamiento de la distinción. No son pocos quienes han sostenido que Damadian debía haber sido tenido en cuenta, él mismo entre ellos, lo que lo llevó a publicar costosos anuncios en los principales periódicos estadounidenses reivindicando los que considera sus derechos. Justificó esta acción respondiendo a periodistas suecos a quienes señaló que"En más de un siglo, los anales de la historia de la ciencia dan cuenta de las víctimas de sus acciones. Consideré que había llegado el momento de que escucharan a una de esas víctimas. Quienes deciden no son responsables ante nadie. No hay derecho a la apelación y se ubican a sí mismos como los árbitros definitivos y finales de toda la verdad científica. ¿De dónde proviene ese derecho?". Sugestivamente, en 1988 Damadian compartió con Lauterbur uno de los mayores honores de los EE.UU., la Medalla Nacional de Tecnología, otorgada por el presidente de ese país por su descubrimiento de la resonancia magnética.
Se reitera así lo sucedido en otras oportunidades recientes como, por ejemplo, la postergación del hondureño Salvador Moncada cuando en 1998 se destacó el descubrimiento del óxido nítrico como una molécula que participa en la transmisión de señales en el sistema cardiovascular, o la del argentino David Sabatini en oportunidad de premiarse en 1999 el hallazgo de que las proteínas poseen señales intrínsecas que gobiernan su transporte y localización en la célula. Nadie duda que la obtención de imágenes mediante la resonancia magnética es uno de los más importantes avances en el intento de estudiar la anatomía y la estructura de los tejidos vivos llegando a los sitios más recónditos de nuestros cuerpos, en especial el cerebro, en minutos y sin invadir a la persona. Los progresos técnicos en este campo continúan y, en estos momentos, se está desarrollando la resonancia magnética funcional que permite estudiar, no ya la anatomía, sino la actividad de los órganos. El funcionamiento del corazón y de diversas áreas cerebrales en relación con diferentes tareas, constituyen campos activamente explorados.
Cuando un paciente ingresa en el centro del imán que constituye el elemento esencial del equipo y mientras sus átomos se ordenan, puede combatir la claustrofobia que el procedimiento genera, pensando que lo que le sucede no hubiera sido posible sin más de medio siglo de investigaciones básicas que siguieron al hallazgo de Rabi y que es el resultado de estudios cruciales de físicos y químicos interesados en conocer las propiedades magnéticas de átomos y moléculas. En otras palabras, sin la investigación básica, totalmente alejada de la finalidad para la que ahora se la aplica, esas imágenes que estudiará su médico, serían inimaginables.



JAIM ETCHEVERRY, Guillermo . De agua y sal somos: Premios Nobel de Fisiología o Medicina y de Química 2003. Medicina (B. Aires). [online]. mar./abr. 2004, vol.64, no.2 [citado 22 Abril 2008], p.170-174. Disponible en la World Wide Web: . ISSN 0025-7680.


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sábado, 19 de abril de 2008

Festejamos los 100 !!!

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Hola amigos!!!, esta es un ocasión muy especial pues este blog ha llegado a los 100 artículos. Y creo que de alguna manera me conocen un poco más ya que con mirar a lo largo de los posteos pudieron descubrir cuales son mis gustos e inquietudes. Esa es la palabra que mejor explica el espiritu del blog. Inquietud por conocer nuevas miradas, nuevas palabras... esas que despiertan la sorpresa. Cierta vez un filósofo amigo me aconsejó, nunca dejes de buscar pues mientra buscas te acercas al conocimiento y cuenta lo que adquieras, haz docencia. Este blog para mi es un medio para cumplir pretenciosamente la última parte del mandato. Realmente no hay nada mas placentero que dejar de alguna manera una pequeña pero no por eso menos significativa impronta. Les agradezco todas las consideraciones pues ellas hacen redoblar mis esfuerzos. Continuando con la celebración levanto mi copa (corran a preparar la de ustedes), aclaro la voz y les dejo un poema mio de mi. Chin-chin!!!


Oda a mi sueño


Mi sueño se levanta solo
sin esperar, refrescando otro
despierta al fin de su letargo
no espera señales... él es.

Exultante y desbordado
por perentorias visiones
esas que le indican un mañana
sí, pletórico de revoluciones.

Mi sueño es invencible
perseverante y tozudo
contra toda esperanza
repasa y se prepara
no se crispa ni saluda
no se hace puño
sí... bandera.

Alla va mi sueño
el paso ligero y presto
a pesar del ...
cotidiano infortunio.

Cuando pasa por el cielo
mi sueño es hermoso
más, si la luz lo rodea
pero no le hace falta
hasta la luna se emociona.

Todos alaban su carácter
dicen que tiene un gesto
no es adusto...
tiene grandeza... es bello.

Cuando tengo los días trístes
cuando no quiero conducir...
sino ser conducido
cuando no tengo reposo
pues soy jinete sin descanso
cuando nada queda en pie
solo tierra arrasada...
queda mi sueño.

Mil preguntas se preparan
y ni respuestas tengo
pero queda mi sueño
y yo confío y más
porque se de su talento
porque no se hace puño
sí... bandera.





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domingo, 6 de abril de 2008

Una lengua inventada

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por Daniel Samoilovich


¿Qué significa, para un poeta, traducir poemas de otros? Tengo varias puntas. Una es la traducción como descanso. La traducción, por más arduo o duro que sea el trabajo, es, en comparación con la escritura de un poema original, un descanso. Yo soy completamente incapaz de escribir un poema si no es en un ambiente de aislamiento prácticamente completo, que puede incluir un micro o un bar, pero no una casa, donde hay gente que a uno le habla o donde suenan teléfonos. Pero con la traducción es posible interrumpir un momento el trabajo y volver. No es ideal estar interrumpido todo el tiempo, pero el asunto no se escapa, porque el asunto está allí, está escrito. Si bien el lugar de llegada es un poema nuevo, en la lengua de uno, el punto de partida está definido y determinado; los sentimientos, las contradicciones, la cuestión existencial, aspectos del asunto rítmico, están en el poema original. No se esfuman si suena el teléfono. Es entonces una actividad más descansada.

Se podría decir esto de un modo un poquito más formalizado. Decir que el aspecto técnico de la escritura en la traducción está separado del aspecto emocional, mientras que cuando uno escribe un poema propio el aspecto técnico y el aspecto emocional son exactamente el mismo problema. Vale decir, va a ser la naturaleza de la emoción recordada o evocada y la emoción misma de escribir las que van a determinar, de alguna manera, la forma. Aun si uno trabaja sobre una forma establecida como un soneto, hay modulaciones, otros aspectos formales que no son solamente la rima y la métrica, sino aspectos de aliteraciones, ritmos; hay también dentro de una métrica fija modulaciones que en el poema de uno finalmente van a estar determinados por la emoción propia, mientras que en la traducción están ya de alguna manera predeterminados.

Por eso la traducción es un descanso mientras que la creación es agonía; yo, por lo menos, siempre soñé con ser, escribiendo, como un ingeniero que construye un puente o un físico trabajando en un acelerador de partículas: con la traducción, este aspecto técnico parece acercarse; incluso con una ventaja: en la ingeniería, si uno lo hace mal se produce un buen descalabro, en literatura no más que una frustrante nada.

La traducción es también, obviamente, una escuela. Cuando empecé a tener ganas de recuperar mi latín del colegio, me planteaba la siguiente cuestión: si estuviera Roma, la Roma de Augusto, en pie, no las ruinas como están hoy, el foro romano, las termas de Caracalla, etc. sino la ciudad entera de Augusto sobre sus pies, y la gente caminando por la calle y hablando, yo me moriría por visitarla. Bueno, esa ciudad está en pie. Está en pie en los clásicos latinos, y ellos dan la posibilidad de acercarse a un modo de sentir, de pensar, tan distinto del de uno y que, al mismo tiempo, está en el origen de nuestro modo, de nuestra mentalidad y de nuestra lengua. Entonces la traducción me parece también una aventura de aprendizaje, de aprendizaje de quiénes fueron aquellos otros. Otros que, de alguna manera, podemos llegar a intuir si nos podemos adentrar en su expresión tal como fue formulada.

La traducción es escuela también a nivel de los metros, a nivel de la reflexión. Lleva a pensar muchas cosas, que surgen cuando reconocemos que el problema de la traducción es esencialmente un problema práctico. Borges dice una cosa divertidísima: “Los malos lectores son como los malos traductores: glosan cuando tienen que ser literales” —glosan, o sea, explican, se extienden en explicaciones, alargan cuando tienen que ser literales— “y son literales cuando tendrían que glosar”. Con lo cual está mostrando —lo dice porque le interesa respecto de la lectura, pero hay una idea de la traducción— que esencialmente es un tema de acertar. Lo que hay que hacer es acertar, cada vez. No hay una fórmula fija o pura. Si uno se pone a buscar una fórmula, se encuentra con que ninguna sirve, con que no se puede hacer nada.

A mí me pasó, nos pasó con Mirta Rosenberg, traduciendo el Enrique IV de Shakespeare. Si uno se empieza a decir todas las cosas que no tiene que hacer llega a no poder hacer nada. Ejemplo: no tendría sentido traducir el inglés de Shakespeare al español del siglo de Shakespeare, del siglo XVI. ¿Lo vamos a traducir como si fuera Lope de Vega? Sería lo más apropiado a nivel de lengua, y al mismo tiempo sería un disparate completo. Eso no se puede hacer. Tampoco se lo puede traducir como si estuviera hablando hoy. No se puede colocarlo en un nivel de lengua absolutamente coloquial. El inglés que hablan especialmente en la taberna tiene un fuerte sabor local, ¿pero qué hacer con eso? ¿lo vamos a traducir al argentino del bar de la esquina de la cancha? No tiene mucho sentido. Pero tampoco tendría sentido traducirlo a un español completamente general, a un español sin gracia, sin sabor, que no estuviera afincado en ningún lugar de la tierra. En algún momento hay que inventar una lengua mixta, una lengua falsa, una lengua de cruce de todas esas lenguas, modularla hacia algún lugar, elegir, cada vez, y además tratar de que el conjunto de todas esas elecciones parciales finalmente tenga un sentido, un ritmo, un color.

Me parece bueno, también, conservar algunas extrañezas. En latín hay muchísimos cambios en el orden regular de la oración, que son hipérbaton para nosotros, si lo tradujéramos palabra a palabra, pero no necesariamente eran percibidos como hipérbaton para el lector culto latino. No se trata de conservar rarezas para crear una ilusión de antigüedad. Es más bien al revés: la aparición de algunas palabras, de algunos giros, la conservación de algunas formas extrañas, de pronto hace recordar, cobrar conciencia de que se trata de una traducción, y creo que eso es muy bueno. A veces he tratado de practicarlo en mi propia poesía. Tratar de que no parezca que estoy escribiendo en una lengua “natural”, sino que estoy escribiendo en una lengua inventada, una lengua quebrada, atravesada por alguna otra cosa.

La traducción es también una herramienta —vamos a decirlo un poco pomposamente— política. Cuando Sarmiento quiere explicar a los españoles en un salón, hacia 1850 creo, que no piensa que nuestra cultura sea dependiente de la de ellos, lo primero que les dice es: “Traducimos nosotros mismos. No los necesitamos para traducir”. Con lo cual está mostrando que traducir nosotros es una herramienta en la construcción de la independencia. Esto no quiere decir que tengamos que traducir hiper-localmente. Pero traducir nosotros, y defender nuestras traducciones, y pensar con mucha cabeza cuándo vamos a usar el tú, cuándo vamos a usar el vos, etcétera, tiene que ver con defender un cierto nivel de autonomía y de color de nuestra lengua en el concierto del español; de hecho, nosotros podemos elegir en un universo más variado que ellos. Si no traducimos, finalmente el español canónico va a ser el de España, y el nuestro una jerga.

La traducción es también un elemento de lucha en cuanto a que uno va buscando allí el vaciado, el punto de sus propias obsesiones: es un sitio donde uno va modelando su propia poética. Creo que no es casual en mi caso —la verdad es que no lo elegí a propósito al principio pero, ahora que lo miro un poquito para atrás, después de haber estado los últimos años traduciendo con Antonio Tursi a Horacio para Hiperión y con Mirta Rosenberg el Enrique IV de Shakespeare— que yo me haya inclinado, que los pedidos hayan llegado, etcétera., de traducir a poetas que escriben con ritmos complejos y sin rima. Tiene que ver con un interés mío por el verso libre, por un verso libre que esté asentado en un conocimiento profundo de los metros regulares. Casualmente yo trabajé sobre obras que tienen medidas muy firmes, aunque variadas, y no rima. En el latín, porque no era usual, y en Shakespeare porque en las obras de teatro escribe fragmentos en prosa y esas largas tiradas de pentámetros yámbicos, con algunas variaciones, que se conocen como verso blanco, esa que al neoclasicismo francés le pareció tan desmañada hasta que los románticos la pudieron apreciar.
La traducción es también un elemento de lucha en cuanto a que uno va buscando allí el vaciado, el punto de sus propias obsesiones: es un sitio donde uno va modelando su propia poética. Creo que no es casual en mi caso —la verdad es que no lo elegí a propósito al principio pero, ahora que lo miro un poquito para atrás, después de haber estado los últimos años traduciendo con Antonio Tursi a Horacio para Hiperión y con Mirta Rosenberg el Enrique IV de Shakespeare— que yo me haya inclinado, que los pedidos hayan llegado, etcétera., de traducir a poetas que escriben con ritmos complejos y sin rima. Tiene que ver con un interés mío por el verso libre, por un verso libre que esté asentado en un conocimiento profundo de los metros regulares. Casualmente yo trabajé sobre obras que tienen medidas muy firmes, aunque variadas, y no rima. En el latín, porque no era usual, y en Shakespeare porque en las obras de teatro escribe fragmentos en prosa y esas largas tiradas de pentámetros yámbicos, con algunas variaciones, que se conocen como verso blanco, esa que al neoclasicismo francés le pareció tan desmañada hasta que los románticos la pudieron apreciar.

A mí eso me interesa particularmente para mostrar que el verso libre y sus variedades rítmicas no tienen por qué ser un flan, no tienen por que ser una nada de la cual los poetas cada tanto se cansan y pasan a escribir sonetos. Yo quiero pensar en un verso libre que tenga sonido, que tenga música, que arrastre la tradición del verso medido, y no que nos deje en la opción dura entre poemas que son simple prosa cortada, sin música, sin artificio, sin efectos de encabalgamiento, por un lado, y por el otro lado, en el otro extremo, una de las formas más rígidas que generó el español, y eso tardíamente, porque el castellano ya tenía un corpus poético fabuloso antes de que llegara, de Italia, la forma del soneto. En todo caso me interesa también la rima, también las formas estróficas fijas, como parte de la paleta que uno podría querer manejar, no como el puerto al que se va a buscar refugio cuando se está hastiado de la libertad.


Intervención en la mesa redonda sobre traducción realizada en el VII Festival Latinoamericano de Poesía, Rosario, 1999.

BazarAmericano.com - Nov.Dic. 2007


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Por una semiótica de la cultura

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Lic. Mariano Oropeza
Universidad de Buenos Aires


En el artículo de 1979 sobre la famosa pintura de Artemisia, Judit y Holofernes, Roland
Barthes pone en marcha una operación semiótica que incluye al espectador moderno. Para
ello el analista suspende de momento la interpretación para intentar una traducción del
espacio pictórico. Con la idea de reconfigurar la experiencia contemporánea Barthes vuelve a
la lectura de la obra, se despega de las interpretaciones religiosas o patrióticas corrientes, y
encuentra una posición que trasvasa los signos en sentidos, que encuentra las vibraciones
semánticas en los pliegues del numen pictórico. ¿Qué hay delante de este numen?
Definitivamente el hipersigno: la reinvindicación femenina. La red de significaciones remacha
en el deseo del espectador, dentro a sus injerencias como sujeto histórico y situado, una
percepción modelizada en las plataformas feministas de fines de los setenta. Por otra parte la
lectura barthesiana hace concretos los efectos de una ideología feminista al mismo tiempo que
resalta los efectos del campo de poder al diferenciar las actitudes de las mujeres.
Cuando hablamos de remachar estamos pensando en una nueva situación para el análisis
semiótico. Una observación que va en busca de glosar aquella "energía literaria" que
encuentra Barthes en la mirada del Holofernes de Artemisia. Pero esta mirada poco tiene que
ver con la búsqueda semiológica, embuída en el dogma estructuralista, aquella que buscaba la
"lituralidad" esencial, sino que se relaciona con las sensibilidades que se juegan en un
acontecimiento como instante y lugar de fuerzas que conmueven al sujeto.
Como bien lo señalara Dilthey en su Contribución al estudio de la individualidad en el sujeto
se entretejen fuerzas que presentan y son soporte de las comunidades. Para el filósofo alemán
las ciencias del espíritu deben enfocar el objeto desde una visión histórica que restituya la
vivencia y el significado (de la vida y del mundo) en un juego en conjunto. La experiencia
del mundo como entorno que asimilar y disfrutar, que plasmar y re-producir en sí, la mirada
en aprender al "otro" mundo para ahondar el yo, son algunas de las directivas que Dilthey
prolonga desde su admiración de Shakespeare y Goethe y que tienen fuertes implicancias en
un modo de arrojarse al objeto. "Las leyes propias -de las ciencias del espíritu- deben
fundarse en lo vivible y expresable" sentencia al final de sus días Dilthey como advertencia
futura a algunas aproximaciones que leen a la hermenéutica solamente como una técnica para
interpretar la "verdad" y no en su otro proyecto: el de encontrar los pasajes del texto al
mundo, los juegos del drama (acción representada) a la narración (en continúa apertura).
Las líneas precedentes permiten configurar de manera distinta las tradicionales corrientes
semiológicas asentadas en el modelo binario saussureano hacia una extensión apuntada en la
significancia barthesiana, o sea la consideración de la performace como fundante y no
accesoria de la discursividad. Este abordaje anuncia una llamada semiótica de la cultura que
recupera la subjetividad en una crítica a las distorsiones lógicas-formales u objetivistas-
concientes. Básicamente lo que se impone en la mirada de la semiótica de la cultura es la
alteridad. Como establecía Bajtin la cultura ajena se manifiesta de manera más completa y
profunda sólo en los ojos de otra cultura -principio de exotopía- . Brevemente digamos que
esta postura no tiene nada que ver con cierto modo relativista ni tampoco dogmático. Para él
la cultura era un encuentro dialógico en donde cada una de las culturas involucradas
conservaba su totalidad abierta si bien se destaca que el signo ideológico contiene como
especificidad su multiacentualidad en relación permanente con la hegemonía . Una de las
tareas de una semiótica de la cultura podría ser desmontar los mecanismos de la formación de
la conciencia de los individuos, desmontar los sistemas sígnicos que imponen la
naturalización de las producciones e instituciones dominantes.
Lotman específicamente habla de determinar los puestos simbólicos de hegemonía y
subordinación dentro de una cultura determinada. La concepción de cultura de Lotman la
entiende como el lugar de regulación y funcionamiento de los signos para una sociedad en una
época definida. Sin embargo en la senda bajtiniana no hay reducción de la concepción de la
cultura a una sola lengua. Como aparece en Sobre el mecanismo semiótico de la cultura de la
dupla Lotman/Uspenskij se rechaza esta interpretación porque pensar en una cultura
individualmente, una lengua excluyente de las demás, es no tener en cuenta a la lengua
histórica y los niveles de traducción y criollización por los usos del lenguaje. Dice Lotman en
Estructura del texto artístico: "La teoría de la mezcla de lenguas, esencial para la
linguística, deberá desempeñar un enorme papel en el estudio de la percepción del lector".
Asimismo reducir el estudio de la semiótica de la cultura a la significación de una lengua sería
obstruir la lectura de sentidos que es a lo que apunta en primera instancia la noción de
semiosfera.
Un ejemplo de este modo de pensar, que es una vocación epistemológica más que una
metodología para Rastier, lo encontramos en el artículo de 1985 de Homi Bhabha, Signos
tomados por prodigios. Dentro de las líneas de la teoría poscolonial el analista retoma un
hecho que considera fundacional en la instauración de las identidades coloniales: la
introducción en las colonias de la biblia en lenguas autóctonas. Revisando estas traducciones
el autor revela la dislocación entre el texto inglés, la autoridad linguística, y las traducciones
hindúes que dejan "un espacio entre el deseo y la realización, entre la perpetuación y elrecuerdo, un entremedio que no tiene nada que ver con un centro". De esa manera se indica la
presencia de la otredad y la diferencia y se establece que nunca son implacablemete
oposicionales las regimenes semióticos de cada cultura. Babha sostiene que en un texto
encontramos un suplemento entre el origen y el desplazamiento, entre la disciplina y la
mímesis, que preanuncia el conflicto pero también lo no resuelto.
Existe un cambio de perspectiva en el enfoque de la crítica cultural que pone en duda la idea
de repetición automática de un guión colonial, represor y autoritario per se, y abre un espacio
de incertidumbre en cualquier discurso de poder. Cuando los nativos contestan a los militares
ingleses, "Dios le dio el Libro mucho tiempo atrás a los Sahibs y Ellos nos lo enviaron a
nosotros", emerge una relectura del medio cultural y linguístico inglés en términos de un
espacio de combate de las discursividades. Los hindúes ponen en marcha una redistribución
de sus posiciones enunciativas que les han sido negadas. Como discurso de poder el discurso
colonial presenta una estructura agonística que apunta a una monoculturalidad pero que en
cada acontecimiento se constituye en una textualidad abierta tanto a las prácticas discursivas
como a las prácticas sociales, tanto a las pragmáticas como a las pulsiones. En El registro del
misionero -citado por Bhabha- se escribe en 1817 que la mayor cantidad de biblias en Nueva
Delhi eran recibidas con alegría para "poder guardarlas como curiosidad, venderlas por unas
monedas; o usar el papel...algunos las han trocado en los mercados".
En este punto es recomendable volver a pensar en una aproximación a la semiótica de la
cultura, sin descuidar que tal vez sea una empresa imposible y hasta "no deseable". Imposible
porque una ciencia que aspire al proyecto de Cassirer de una antropología simbólica que
abarque la actividad humana, o sea la totalidad de los rizomáticos modelos semióticos del
universo del hombre, olvida que justamente entre los puntos de partida de la semiótica de la
cultura se encuentra el rechazo a las posturas universalistas y trascendentales. De igual modo
tampoco sería deseable una ciencia que pretenda "comprender" la semiosfera porque estaría
asentada en el discurso autoritario y excluyente que domina algunos otros campos del
conocimiento como el de las ciencias cognitivas.
De este manera se propone una opción que recupera la sociocrítica de Mukarovski. Este
crítico ruso después de definir la visión del mundo como "la postura que el hombre de una
época u otra (en una nación determinada y en tanto que miembro de una determinada capa
social) adopta espontáneamente frente a la realidad no solo cuando pretende representarla
artísticamente, sino siempre que actúa frente a ella o reflexiona sobre ella", observa que la
visión del mundo no se expresa de un modo puro y neto sino que se "materializa", de modo
particular, a través de una base noética, una ideología o una filosofía, correspondiendo estastres manifestaciones a distintos grados en crescendo de organización y coherencia de la matriz
primaria "visión del mundo". Así, la base noética está integrada por las intuiciones o
percepciones a través de las cuales una época, una sociedad, un estrato orientan "su
comportamiento, su modo de pensar y de sentir y también su creación artística". Igual va a
funcionar la ideología, como sistema más o menos coherente de contenidos, y también la
filosofía, el sistema mas coherente en el hombre, solo alcanzado por quienes, ex profeso, se
dedican a volver consciente lo que en el hombre común se revela de manera no consciente.
Con ello se impone un mirada que sitúa al analista social como un lector que incorpora a sus
estudios las dimensiones formales pero también los campos tensivos. La capa afectiva es uno
de los principales aportes de la escuela posgreimasiana de la mano de Jacques Fontanille.
Superado cierto sesgo formalista de la Semiótica del discurso, en Fontanille surge de primera
vista una imposición del cuerpo en medio de los procesos semióticos y una consideración del
acontecimiento como un punto de partida ineludible para los análisis semióticos. El sujeto en
el discurso no es quien "dice verdadero" o "cree verdadero" sino un ser de pasión. Hablamos
de una entrada al análisis discursivo que amplie los discursos asentados en las substratos
lógicos de la afirmación, la descripción y la argumentación para sentar las bases de cómo el
sujeto pasional se "mete" en el discurso. Este punto de vista no es mentalista, behaviorista o
sicológico sino que es enunciativo. El trabajo del crítico de la semiótica de la cultura en su
descripción del discurso no se agota entonces únicamente en encontrar "marcas" o
"indicadores" de la subjetividad sino traducir las condiciones de posibilidad para un
determinado corpus. Por los demás la tarea que emprende el Barthes de Mitologías, un trabajo
que no es otra cosa que una reconstrucción transpositiva de los horizontes de expectativas y
de las condiciones de percepción de los franceses de mediados del siglo pasado.
Cuando entramos a este terreno es difícil no ligar este tipo de acercamientos con algunas de
las apreciaciones que aparecen en Fenomenología y análisis linguistico de Paul Ricoeur.
Recuperando la idea de que el método austiniano es una "fenomenología linguística", Ricoeur
expresa que un análisis de cualquier texto debe superar el estudio a nivel de los enunciados
para emprender el nivel de la experiencia. Estamos proyectando analíticamente un mundo no
sólo como interpretable o comunicable sino como practicable o impracticable. En palabras del
filósofo francés la apertura fenomenológica otorga las claves para entender que la
constitución del sentido no está ligada a la transparencia de la conciencia y, a la síntesis
llevada a cabo por el ego, sino al despliegue del discurso como acción sentida.
Entramos pues a considerar el terreno de la sensiblidad o sea el universo estético. La
semiótica de la cultura en sus diversas variantes, desde la crítica cultural de Barthes o Bhabhao el análisis del discurso de Fontanille, en resumidas cuentas parece depender de un
acercamiento estético ya que el sentido emerge en el acontecimiento en la duplicación
sentido/sentimiento puesto en escena por un sujeto deseante. Hablamos además de la estética
porque en una de las entradas a la semiótica de la cultura, aquellas referidas a la otredad y la
alteridad, establecimos las condiciones de la intersubjetividad. Este noción por otra parte
resulta el fundamento de la arquitectura bajtiniana en su carácter de histórico y experiencial.
Completemos la apuesta barthesiana deciendo que el paso de la semiología a la estética
aparece en un proceso que entienda a la estética no ocupada exclusivamente al arte sino
ocupada al conocimiento y las experiencias. Una estética interesada en el sentido como
condición instauradora de los significados. Una estética que con su mirada oblicua, asentada
en la experiencia, puede estudiar al discurso de manera de poner a la sensibilidad
radicalmente dependiente del cuerpo de los sentidos. Queda la ruta señalada para la
comprensión integradora de la experiencia que desde un punto de vista semiótico analice los
juegos del lenguaje heterogéneos y que desde el punto de vista fenomenológico exprese el
sentido vivido en cada situación singular.
Como método de la semiótica de la cultura retomamos las enseñanzas de Merleau-Ponty en su
indagación sobre los objetos artísticos. Dice él que éstos no pueden ser entendidos fuera del
fenómeno ambiguo de la existencia humana captada en su corporeidad y a través de un mundo
que, si bien la determina por su presencia, es configurado por el dinamismo que ella irradia.
El fenomenológo francés argumenta que el objeto artístico tiene sentido dentro de la fluidez
dinámica del sujeto percibiente, tal cual queda demostrado en un Barthes que hace texto y
carne los reclamos feministas o un Bhabha que transpone las resistencias de las colonias al
orden imperial inglés. En palabras de Merleau-Ponty: "la libertad no está más allá del mundo,
sino en contacto con él".

Bibliografía

AAVV. 2003. El filosofar hoy. Buenos Aires: Editorial Biblos
Bajtin, M. (1979). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI
Gabilondo Pujol, A. 1988. Dilthey: vida, expresión e historia.Madrid: Editorial Cincel
Goutman, A. 2003. El espacio escénico. Significación y medios. México: UNAM
Merleau-Ponty, M. (1977). Sentido y sinsentido. Barcelona: Ediciones Península
Mukarovski, J. (1977). Escritos de estética y semiótica del arte.Madrid: Gustavo Gilli editores.
Parret, H. (1995). De la semiótica a la estética. Buenos Aires: Edicial
Rastier, F. s/d. Sciences de la culture et post-humanité. mimeo.


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Este texto es mío, tuyo, nuestro

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por Beatriz Sarlo


La noticia informaba que profesores ingleses de colegio secundario reclamaron un programa que les permitiera comprobar si párrafos o páginas enteras de los trabajos de sus alumnos habían sido bajados de internet y copiados literalmente. Ya otras veces se han escuchado las quejas de docentes que sospechan de trabajos apócrifos, robados de alguna parte, y se sienten como una viejita ante un cuento del tío. No me explico bien por qué esos temores no eran habituales antes, cuando cualquier alumno de un país con buenas bibliotecas escolares podía copiar párrafos enteros de varios libros. Se dirá que hay menos libros en esas bibliotecas que páginas en la web. Es cierto, pero la estafa era igualmente posible, como sabe cualquiera que haya padecido la tentación de apropiarse de un párrafo ajeno, escrito sobre papel o en pantalla. Se dirá también que las breves acciones de copiar y pegar implican un gasto tan mínimo de energía que aquel estudiante, para quien copiar un párrafo de libro era un esfuerzo sobrehumano, hoy puede terminar su tarea con dos o tres golpes de tecla. Son las pequeñas transgresiones intelectuales que protagoniza un estudiante decidido a ahorrar tiempo para dedicarlo a cosas que juzga más atractivas. Ahora se aprovecha el protoplasma derramado en la web; antes, la confección de machetes laboriosos en letra microscópica era la forma clásica para enfrentar el desafío de una prueba escrita. Como hay nostalgia por lo más insospechable, he escuchado decir que los machetes exigían, por lo menos, que el propio usuario los preparara, lo cual implicaba un trabajo que se parecía al de estudiar. Porque, finalmente, ¿qué era un machete sino el más eficaz resumen de un tema, ordenado y sinóptico? Internet, con su dispositivo de copia y pegado, vuelve nostálgicos a quienes piensan que es la tecnología la que decide a un estudiante a presentar como propio un rutilante apócrifo bajado de la red. Es cierto que internet facilita las cosas, pero se las facilita a todo el mundo que tenga acceso a ella: a los maestros, a los profesores, a los alumnos, a los investigadores.

Los que no tienen acceso a la red, los más pobres, están tristemente condenados a la honestidad intelectual. Sería bastante sencillo imaginar estrategias que no fueran policiales para descubrir a los que se copian. Si los profesores reclaman un programa que haga temblar las pantallas de sus computadoras cuando ingresen un texto supuestamente bajado de internet, es porque necesitan una División de Delitos Informáticos trabajando a su lado. Policía científica al servicio de la relación pedagógica. La fórmula es lamentable por varias razones. La primera es que ese maestro o profesor no se siente capaz de distinguir entre un apócrifo y el texto producido verdaderamente por sus alumnos. Es posible que existan casos límite: chicos que escriban como la mayoría de las páginas de internet, o páginas de internet que (como El Rincón del Vago) estén alimentadas por textos redactados por otros chicos y, por lo tanto, se parezcan a los trabajos que un maestro recibe de sus alumnos. Pero, más allá de esta eventualidad, se espera que los profesores sean capaces de hipotetizarqué tipo y nivel de textos escriben sus alumnos; si eso les resulta complicado es porque no han llegado a conocerlos y, en ese caso, cambiemos de tema, hablemos de que están agobiados de trabajo, o de que hay demasiados alumnos por curso, o cualquier otro argumento institucional que no va al centro de la cuestión. La segunda razón remite a la extensión del trabajo escrito por un estudiante.

No estamos hablando de monografías universitarias. En la escuela media, lograr que se escriban tres párrafos (unas 400 palabras) que incluyan una cantidad mínima de oraciones subordinadas es un objetivo respetable. Tendría que pensar que todo está perdido si los profesores no pueden leerlos con algún nivel de certeza respecto de su autenticidad. Existen los recalcitrantes habilidosos, es cierto. Pero su performance puede ser impecable por corto tiempo. La tercera razón es que los profesores deberían estar en condiciones de imaginar un tipo de trabajo escrito que obstaculice el cuatrerismo digital de sus estudiantes. Se me ocurren cosas verdaderamente obvias. Que los alumnos hagan lo que quieran con los materiales encontrados en internet pero limitados a un párrafo que sea obligatorio explicar, incluso parafrasear. Ese párrafo puede provenir de cualquier parte (de un libro o de una página web) y los estudiantes deberán demostrar que lo han comprendido y que lo que bajan de la red son las pruebas de esa comprensión. Vuelvo a una vieja idea: la explicación de texto, no la improvisación libre sobre un tema con porciones de web pegadas aquí y allá, sino la demostración de que se ha entendido. No hay nada peor que la libertad fofa de decir lo que "me parece", ni nada más banal que un "yo pienso" que, en realidad, no piensa nada sino que revisita sin saberlo prejuicios y lugares comunes. Con el plagio de la web se paga la manía de llamar a cualquier actividad "investigar". Para "investigar" hay que aprender a leer bien.


La Nación 2/3/2008.-


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Matemática estás ahí?... Episodio 3,14

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Para los que quieran continuar disfrutando de la Matemática., el tercer libro de la saga.


http://cms.dm.uba.ar/cep/libro-e314.pdf


por Adrián Paenza


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sábado, 5 de abril de 2008

Trasplante de órganos ¿Cuál es el límite?

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por Alberto S. Sundblad
Hospital Privado de Comunidad Mar del Plata


Los daños faciales producidos por quemaduras graves, cirugías oncológicas o traumatismos por accidentes pueden dejar desfiguraciones cuyas secuelas físicas y psicológicas son devastadoras. En estos casos, cuando la piel, los músculos y eventualmente los huesos de la cara son dañados severamente, ni el mas brillante cirujano puede recuperar las expresiones faciales características de cada persona.

Con estas consideraciones el número del 6 de julio de 2002 del Lancet1, bajo el título Face transplantation-fantasy or the future? comenta una reunión del Plastic Surgical Research Council que tuvo lugar en Boston en abril de 2002 en donde se trató el trasplante facial. El comentario destaca que a pesar del impacto emocional que tendrá sobre el receptor portar el rostro de alguien que ha muerto, ésta parece ser la única solución en casos de severa desfiguración, y recomienda a los cirujanos trabajar para desarrollar la técnica del trasplante de cara.

Desde que Alexis Carrel desarrolló en 1902 la técnica de sutura vascular, el trasplante de órganos no ha cesado de expandirse. Por el momento las barreras técnicas e inmunológicas están poniendo límites a la lista de órganos trasplantables, pero la superación de estos obstáculos es sólo cuestión de tiempo. Hoy se trasplanta esperma, óvulos, sangre, córnea, hueso, médula ósea, piel, riñón, hígado, corazón, pulmón, páncreas, intestino, extremidades y seguramente la lista continuará ampliándose. También los tejidos fetales de los abortos electivos, tejidos inmunológicamente naive, están siendo utilizados en trasplantes experimentales. Entre ellos el tejido nervioso para el tratamiento del Parkinson.

Una pregunta que surge es ¿hasta cuál órgano podrá ser trasplantado sin que cambie la identidad personal? Cuando técnicamente el injerto de órganos del sistema nervioso central sea posible, ¿se establecerá dónde está el yo que no podrá ser reemplazado? ¿será necesario definir con precisión el asiento físico de la conciencia, la afectividad y la comunicación? ¿se podrá trasplantar el cerebelo o la médula pero no el cerebro? Los avances de la biotecnología hacen pensar que algún día estas y otras preguntas necesitarán respuesta.

La reciente historia muestra que la ética y la filosofía han quedado a la zaga del avance de la ciencia. Los experimentos con animales transgénicos que pueden recibir cualquier órgano sin rechazarlo, la clonación u otras investigaciones menos publicitadas realizadas con células madres, van poniendo a la bioética en un tembladeral. La ciencia moderna encandila con sus hallazgos pero simultáneamente va abriendo conflictos morales que están lejos de resolverse. La expansión del conocimiento mas allá de los controles éticos, el deslumbramiento por la inmediatez tecnológica y el afán de lucro que envuelve a buena parte de los adelantos médicos conducen a un futuro en donde un debate más profundo y menos utilitario será inevitable.

Hasta ahora el consenso ha permitido salvar los aspectos filosóficos, éticos, legales y sociales que implican la definición de muerte2. Esta convención, al fijar la muerte cerebral y no el cese de las funciones cardiorrespiratorias como punto final, permitió suspender el soporte vital en algunos casos y dió lugar a la expansión de los trasplantes cadavéricos3. El potencial trasplante de órganos del sistema nervioso central podría requerir un doble estándar: muerte cardiopulmonar para trasplante de sistema nervioso y muerte cerebral para trasplante de otros órganos. Casos hipotéticos de personas accidentadas con lesiones torácicas o abdominales incompatibles con la vida podrían algún día convertirse en donantes de tejido nervioso para pacientes en coma por daño encefálico irreversible. En estos casos el donante del encéfalo sería en realidad el receptor de un nuevo cuerpo. Quien ha visto los efectos de los trasplantes de órganos no puede menos que bendecir el desarrollo de esta técnica. Donar órganos es dar vida y la donación es un gesto que ennoblece al donante. Por añadidura, un milagro ha hecho que caminando sobre los escombros del sistema sanitario de nuestro país, los trasplantes de órganos sigan hoy funcionando con eficiencia. Sólo que a veces uno se pregunta: ¿cuál es el límite?


1. HettiaratchyS, Butler PEM. Face transplantation - Fantasy or the future.Lancet2002; 360: 5-6.
2. Ad hoc Committee of the Harvard Medical School to examine the definition of brain death. A definition of irreversible coma. JAMA 1968; 205: 337-40.
3. Gherardi CR. La muerte intervenida. De la muerte cerebral a la abstención o retiro del soporte vital. Medicina (Buenos Aires) 2002; 62:279-90


Medicina (B. Aires). [online]. nov./dic. 2002, vol.62, no.6 [citado 05 Abril 2008], p.607-608. Disponible en la World Wide Web: . ISSN 0025-7680.

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Redes hogareñas 2: Curso veloz de redes

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Ahora, vamos a ver con un poco más de detalle ese endemoniado tema de las redes domésticas. Si usamos un router, no tendremos que hacer casi nada. Un programa dentro del dispositivo se ocupará de configurar las conexiones, las computadoras, el firewall y el enlace con Internet disponible para todos.

Es uno de los motivos por los que aconsejo usar uno de estos equipos, aparte de que la instalación será muy fácil de escalar en el futuro y su software de firewall es transparente y bastante seguro. (Dicho sea de paso, sí, se puede usar además un firewall en cada PC, lo que no está de más para mantener a raya algunos invasores.)

Quizás el motivo más importante para usar un router es que nos da acceso a Internet sin tener que encender más que la computadora que vamos a usar... o el celular, en el caso de los ruteadores Wi-Fi. De otro modo, la máquina conectada a Internet debería mantenerse siempre encendida, y no siempre queremos eso.

Ahora, un router suele ser poco propedéutico. Nunca sabemos qué hace ni cómo lo hace, de modo que el día que algo falla no tenemos ni idea de por dónde empezar a investigar, y lo que es peor, todo parece estar en la jerga carcelaria de los extraterrestres sociópatas de Las Pléyades.

Así que vamos a hacer el ejercicio de conectar dos PC usando un cable cruzado y dos plaquitas de red. A propósito, si alguna de las computadoras no tiene tarjeta de red (un componente que hoy suele venir integrado al motherboard) habrá que adquirir e instalar una. Esto es muy sencillo en verdad, pero si nunca desarmó una computadora no va a empezar hoy, y personalmente desaconsejo estar metiendo mano en las máquinas, si no se tiene mucha experiencia con la electricidad. Es preferible solicitarle al service, fabricante, integrador o ese primo que sabe que se ocupe de colocar la placa de red en el equipo. El procedimiento, recuérdelo, incluye el instalar los controladores adecuados; de otro modo, el dispositivo, igual que una placa de sonido o de video, no funcionará. En el caso de las placas integradas al motherboard, lo mismo; con el añadido de que además podría ser necesario activarlas desde la configuración del BIOS (eso que comúnmente se llama Setup ).

Con el hardware listo, todo es cuestión de enchufar cada extremo del cable cruzado a cada PC, con lo que la parte física de la instalación quedará terminada. Lo mejor es conectar las máquinas apagadas, pero la red funcionará igual si lo hace cuando los equipos ya están encendidos.

Ahora hay que crear una conexión de red en Windows. El hecho de enchufar el cable no crea esta conexión. Para hacerlo, vaya a Inicio> Panel de control> Conexiones de red y haga clic en la etiqueta Crear una conexión nueva (arriba a la izquierda, donde dice Tareas de red ). Se abre un asistente con varias opciones. La que debe elegir es Configurar una red doméstica o de oficina pequeña .

A continuación se abrirá otro asistente donde deberá elegir si el equipo está conectado directamente a Internet o si lo hace por medio de otra computadora. La respuesta es obvia: si el cablemódem o el módem ADSL están conectados a esta PC, hay que elegir la primera opción; si no, la segunda. En general, la máquina que se conecta directamente con Internet tendrá dos placas de red, una para el cablemódem o el módem ADSL y otra para la red local.

Direcciones IP

La conexión que hemos creado con estos asistentes tendrá ya los componentes necesarios: Cliente de redes Microsoft , Programador de paquetes QoS (por Quality of Service ), Compartir impresoras y archivos , y Protocolos TCP/IP .

Sí, los mismos protocolos que se usan para Internet se pueden usar para montar una pequeña red doméstica, y es de lo más conveniente. No tendremos que aprender las reglas de dos conjuntos de protocolos; salvo pequeñas excepciones, todo lo que sabemos de Internet servirá en nuestra red local, lo mismo que el software, que en un 99% es gratis.

Así que nuestra red doméstica es, técnicamente, una intranet (exacto, como la de la oficina). Y de la misma manera que cada computadora en Internet debe tener su propia dirección (o número IP), cada PC de nuestra red doméstica debe tener una dirección única. Es como para comunicarse por teléfono: necesitamos un número propio y un número al que llamar, y dos hogares diferentes no pueden tener el mismo número en la misma ciudad.

Las direcciones o números IP toman la forma de cuatro bloques de dígitos de 0 a 255 separados por puntos. En realidad son cifras de 32 bits, pero cuando las manipulamos en la pantalla adoptan un aspecto como este: 209.191.93.52. Esta es la dirección IP de Yahoo!. Si la escribe en el navegador será lo mismo que poner www.yahoo.com .

En Internet, las direcciones de los sitios son asignadas por una autoridad competente y, en el caso de los usuarios finales, por los proveedores de Internet. En casa no tenemos ni lo uno ni lo otro. ¿Así que, cómo hacemos para asignar direcciones IP?

Es muy fácil. Si abre las Propiedades de la conexión de red que acaba de crear (botón derecho sobre el icono), selecciona Protocolo de Internet (TCP/IP) y aprieta el botón Propiedades que se ve abajo, se abrirá un cuadro con dos pestañas. En la primera (llamada General ) debe activarse Obtener una dirección automáticamente . Eso significa que un software de Windows se ocupará de que esa computadora tenga el número correcto cuando arranque. ¿Así de fácil?

Sí, así de fácil. Este método (que apareció hace 15 años) se llama DHCP (por Dynamic Host Configuration Protocol ) y se ocupa de asignar las direcciones automáticamente cuando la red se inicia. Habiendo sólo dos computadoras es bastante innecesario, pero resulta muy cómodo, y mi mejor consejo es que lo configure de esta forma. Es que, ¿acaso hay otra manera?

Sí, se pueden asignar las direcciones manualmente. A fin de cuentas, si usted puede recordar varios números de celular, que tienen la forma 154.xxx.xxxx, 155.xxx.xxxx y 156.xxx.xxxx, entonces no necesita llamar al técnico para establecer las direcciones IP de su red local. Además, si lo hace manualmente tendrá más control y siempre sabrá, por ejemplo, que la computadora de su esposa, conectada directamente con Internet, es 192.168.1.1, y la suya, 192.168.1.2. Si mañana se compra una notebook, le podrá asignar la dirección estática 192.168.1.3, y listo. Es más, pueden combinarse DHCP y direcciones estáticas, y existen, en DHCP, muchas posibilidades adicionales, pero con un puñado de computadoras no necesitará entrar en tales sutilezas.

Excelente, pero ¿podemos usar cualquier número que se nos ocurra? No, de ninguna manera. La tecnología Internet reserva tres rangos de números IP para redes privadas (para los que buscan documentación técnica, es el RFC 1918, Address Allocation for Private Internets ). Se las conoce como direcciones no ruteables , porque si un paquete de datos sale de nuestra red hacia Internet con alguna de esas direcciones, es descartado inmediatamente. Esos tres grupos de direcciones son:

192.168.0.0 a 192.168.255.255
10.0.0.0 a 10.255.255.255
172.16.0.0 a 172.31.25.255

Dos consejos, entonces. Para no complicarse, use DHCP y asunto terminado. Si quiere tener más control, emplee las direcciones 192.168.1.1, 192.168.1.2, y así sucesivamente.

¿Máscaras y pasarelas?

Todo bien hasta acá, ¿pero qué carámbanos es ese campo máscara de subred , que figura debajo de la dirección IP? Es exactamente lo que su nombre indica, una máscara. Se vería más claro si tradujéramos sus números a binario, pero eso es precisamente lo que estamos tratando de evitar.

Simplifiquemos. Si usted necesita preguntar "¿Qué es una máscara de subred ?", entonces use siempre 255.255.255.0. Esto quiere decir que sólo el último número de las direcciones IP de su red cambiará (192.168.1.x), y que podrá ir de 1 a 254. O sea, podría tener 254 computadoras en su red; poco probable, pero así es (por qué el 0 y el 255 no se pueden usar para esto es un asunto que excede esta columna). Si usa un router, serán 253, porque la dirección 192.168.1.1 será la del router.

No se detenga mucho en esto, en las redes domésticas de pocas computadoras todos usamos 255.255.255.0, y listo. De hecho, algunos routers lo configuran así automáticamente.

Si no usa DHCP, la pestaña General de las Propiedades de los protocolos TCP/IP también le pedirá la dirección del gateway o pasarela. Si usa un router, ponga allí la dirección del router (típicamente, 192.168.1.1 o 192.168.2.1). Si no, déjelo en blanco.

Los servidores DNS, al final de este cuadro de diálogo, son los que traducen las direcciones de fantasía ( www.yahoo.com ) a números IP (209.191.93.52), que son los que realmente usan los navegadores y otros programas para hacer su tarea. Las direcciones de los DNS son informadas por el proveedor de Internet. A veces hay que elegir Obtener automáticamente , y otras, ingresar a mano dos números IP, los del servidor primario y el secundario. Depende de la empresa de Internet que le dé el servicio.

Con todos estos números listos en ambas computadoras, la red está lista para iniciarse, aunque todavía tenemos que hacer algunos ajustes más antes de poder aprovecharla. Para empezar, reinicie ambas computadoras y, cuando el Escritorio de Windows haya cargado por completo, verifique que la red esté habilitada en Inicio>Conexiones de red (o Inicio> Panel de control> Conexiones de red ). Normalmente, es así. Las redes jamás dan problemas, salvo que cometamos errores muy groseros. Si el icono está gris y no se habilita al darle doble clic, hay que empezar a revisar todo lo que hicimos para descubrir dónde estuvo la falla.

Queda un paso, todavía: el nombre del Grupo de trabajo . Este es uno de esos detalles que pueden volver loco al más sensato de los humanos, porque la red anda y todo parece estar OK, y sin embargo las máquinas se muestran incapaces de compartir recursos. ¿Qué está pasando? Pasa que no tienen el mismo nombre de grupo de trabajo, o bien sí, lo tienen, pero Windows se encapricha con que lo volvamos a ingresar.

Va de suyo que ambas computadoras deben tener el mismo nombre de grupo. Para editar esto, abra las Propiedades de Mi PC y vaya a Nombre de equipo> Cambiar . En ese cuadro seleccione Grupo de trabajo y elija un nombre. Haga lo mismo en las otras computadoras de la red y reinícielas.

Aunque parece complicado, esto se hace una vez y nos olvidamos del asunto hasta que cambiemos de equipo o reinstalemos Windows. En rigor, el tema redes es unas 3000 trillones de veces más complicado que esta breve síntesis que he planteado aquí, pero para hacer funcionar la red y resolver sus problemas básicos, que es lo único que nos importa, alcanza y sobra.

Llegados a este punto, es posible poner a trabajar la red a nuestro servicio. De compartir carpetas, impresoras y la conexión con Internet tratará la próxima edición de La compu.


por Ariel Torres - La Nación 24/3/2008


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