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viernes, 26 de febrero de 2010

Nobel en Matemática

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por Adrián Paenza



En el año 2001 se estrenó la película Una mente brillante (A Beautiful Mind), dirigida por Ron Howard y protagonizada por Russel Crowe. Es una adaptación de un libro escrito por Sylvia Nasar, quien fue candidata al Premio Pulitzer por ese trabajo. La película es una versión libre de la biografía del famoso matemático norteamericano John Forbes Nash, quien trabajó en Teoría de Juegos, Geometría Diferencial y Ecuaciones Diferenciales en Derivadas Parciales. El atractivo que tuvo la vida de Nash fue que era esquizofrénico y, por lo tanto, siempre es mejor pintar a un científico si está loco, y si es matemático, mucho mejor.

Hasta acá, todo muy bien. Pero el hecho es que, en 1994, a Nash le dieron el Premio Nobel junto con otros dos economistas (Reinhard Selten y John Harsanyi) y ése es el motivo de esta nota. Si usted vio la película y/o si conoce gente que la vio, hágase/hágale esta pregunta: ¿Premio Nobel en qué le dieron a Nash?

Se va a sorprender con las respuestas. Es que la mayoría (y con buena razón) dice que le dieron el Nobel en Matemática. Pero lo curioso es que no existe tal cosa. Sí, otra vez: ¡no hay Premio Nobel en Matemática! En la película, el director y guionista se cuidaron muy bien de que ese detalle no apareciera, tanto que en ningún lugar se menciona que le dieron el Premio Nobel ¡en Economía! Y no es que no haya habido razones para hacerlo. De hecho, las contribuciones de Nash forman parte del aporte esencial que la matemática teórica hizo a la economía, sin ninguna duda. Pero lo sorprendente es que en función de lo que sucedía en la película, ese episodio queda marginado. Se dice, por supuesto, que Nash ganó el Nobel, pero específicamente no se dice en qué disciplina.

Lo que más me interesa acá, sin embargo, es contar alguno de los mitos que hay respecto de que no haya Nobel en Matemática.

El más famoso de los argumentos es el siguiente: Alfred Nobel no quiso que ninguna parte de su fortuna fuera a la matemática, porque había descubierto que su mujer lo engañaba con uno (con un matemático). Para enfatizar más el episodio, la historia sostiene que el tal matemático era Gosta Magnus Mittag-Leffler, un científico muy conocido y re-conocido como tal. ¿A quién se le podría ocurrir inventar una historia de este tipo y encima tener el nombre del autor del “crimen”?

Se esgrimen varias razones para disputar esta historia. Primero, Nobel no estaba casado. Claro, eso no sería impedimento para que alguien lo estuviera engañando con su compañera (que sí tenía). Pero el inconveniente es que Nobel había emigrado de Suecia en 1865, cuando Mittag-Leffler era un estudiante y la diferencia de edades obraba como otro impedimento. Más aún: Nobel volvió muy pocas veces a Suecia, y su compañera menos. El prestigio de Mittag–Leffler se generó cuando Nobel ya no vivía más en su país de origen.

Por supuesto, algún asidero para la fantasía existe, y es que Mittag-Leffler y Nobel estaban enfrentados (casi en el final de la vida de Nobel), ambos muy poderosos/ricos, y como Mittag-Leffler era además un científico prominente, si Nobel dejaba también en su legado un premio a la matemática, lo peor que podía pasarle era que nada menos que él (Mittag-Leffler) obtuviera un premio que llevara el nombre de su fundación... su propio nombre.

La historia es simpática, pero en realidad lo más probable es que Nobel (como varios en esa época) no considerara a la Matemática como una ciencia independiente y/o relevante por sí misma. Nobel dejó en su fundación una fortuna en 1895 estimada en nueve millones de dólares, cuyos intereses debían cubrir los premios en cinco disciplinas: física, química, medicina-fisiología, literatura y de la paz. El propio Adolf Nobel estaba relacionado con todas estas áreas, salvo medicina.

Un sexto premio se agregó en 1969 (Economía) y, naturalmente, existe la especulación de que en un futuro no muy lejano la propia Matemática tenga el reconocimiento que merece como ciencia pura.

Por el momento, lo más parecido al Nobel es lo que se conoce con el nombre de medalla Fields. Este premio se entrega a dos, tres o cuatro matemáticos, no mayores de 40 años, cada vez que se hace el Congreso de la Unión Matemática Internacional. Esto sucede cada 4 años, y la diferencia en dinero con el Nobel es abismal: $15.000 (quince mil dólares) para los ganadores de la medalla (último dato, año 2006), contra casi 1.600.000 (un millón seiscientos) que obtuvieron los ganadores del Nobel en el año 2007. La medalla Fields lleva su nombre en honor al matemático canadiense John Charles Fields, y los primeros ganadores (en el año 1936) fueron Lars Ahlfors de Finlandia y el americano Jesse Douglas. Desde entonces, y hasta acá (2008), se entregaron sólo a 48 personas.

En la última edición, en el 2006, se produjo un episodio sorprendente, porque el matemático ruso Gregori Perelman se negó a recibir la medalla y ni siquiera concurrió al congreso, que se hizo en Madrid, disgustado con que se hubiera puesto en duda la importancia de su contribución. Perelman vive ahora recluido en su Rusia natal (en Leningrado), luego de haber resuelto uno de los problemas más importantes de la matemática: la conjetura de Poincarè.

Si hubiera habido premios Nobel en Matemática, la Argentina hubiera tenido dos candidatos muy sólidos que sobresalen del resto. El increíble Alberto Pedro Calderón –posiblemente el matemático argentino más importante de la historia– nacido en Mendoza, ingeniero en principio y especialista en Análisis Armónico, fallecido en 1998 y sin ninguna duda el matemático de mayor prestigio internacional en el siglo XX.

El otro es Luis Caffarelli, actualmente radicado en Austin, Texas, miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos y uno de los científicos que estuvo en la reunión que se hizo en New York con Cristina Fernández de Kirchner en septiembre del año pasado. Es el matemático líder en el mundo en problemas de Ecuaciones Diferenciales en Derivadas Parciales con frontera libre. Con Luis fuimos compañeros en Exactas hace 40 años. Su potencial en ese momento era obvio para cualquiera de nosotros, aun como estudiantes.

De una u otra forma, la Argentina tiene matemáticos de alto nivel internacional, produce Matemática en el país de excelente nivel y no sólo en la UBA, sino en Rosario, Córdoba (Famaf), La Plata (UNLP), por nombrar algunos lugares. Y por supuesto, tiene también esparcidos por el mundo extraordinarios referentes en diferentes áreas.

Con la creación del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología, y la necesidad que tiene el país de aprovechar lo que genera en las universidades nacionales, la Matemática tiene los pantalones largos puestos hace tiempo y ahora sólo necesita que alguien le escriba. Ya es hora de invitarla a la mesa.


Diario Página12 25/1/2008.-


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La educación en época de globalización

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por Horacio Fontana



Aunque provenga en parte de un proceso histórico (una pequeña muestra del mismo en las páginas que siguen) y signifique una acentuación de la situación de dependencia de los países de la periferia como el nuestro, de los centrales, debemos aceptar que lo que se ha desencadenado en las últimas tres décadas y que ha recibido el nombre de globalización, es un fenómeno histórico de características propias, que se venía insinuando desde el fin de la Segunda Guerra, con la creación de diferentes instituciones internacionales, como la Unión de Naciones, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.Pero es la irrupción de importantes innovaciones tecnológicas y científicas, que con mucha rapidez (quizá demasiada) para nuestra capacidad de sorpresa, generaron nuevas formas de producción, de definir la distribución, y finalmente y más trascendente, una nueva manera de ver el mundo, denominada algo cínicamente "interdependencia", jugada en los vaivenes de la estructura económica globalizadora por excelencia: "el mercado" (libre comercio indiscriminado, libre inversión en la producción manufacturera, de servicios, en innovación tecnológica y explotación de recursos naturales, libre transmisión del conocimiento por el adelanto en las comunicaciones)1.Nuevas formas internacionalizadas de inversión han quitado a los Estados nacionales alguna parte de su poder regulador de las relaciones sociales. La integración política planetaria está reduciendo el alcance de la acción reguladora de los Estados2.Las naciones centrales han forzado la situación hacia una apertura sin límites de los mercados, sin ofrecer nada a cambio1. La cooperación internacional estaba congelada a fines de la década pasada, demostrando que al menos en economía, las barreras a la cooperación internacional son fuertes. No se ha reconocido la distinta capacidad de las diversas sociedades para adaptarse a los cambios tecnológicos, cambiar sus estructuras sociales y organizarse equitativamente en la participación de los aparentes beneficios que se ofrecían1.La globalización ha operado en beneficio de los que lideran la vanguardia tecnológica y explotan los desniveles de desarrollo entre los países2.Ha tenido muchas consecuencias negativas: aumento de la brecha entre naciones ricas y pobres; aumento de la deuda externa en proporciones inauditas; aumento de la brecha entre ricos y pobres y de la exclusión social dentro de nuestros países; consumo desaprensivo de los recursos energéticos no renovables; contaminación y destrucción o puesta en peligro de múltiples ecosistemas; grandes migraciones con sentido hacia los países centrales; marcada disminución de la población rural; marcada improductividad de las sociedades, por un aumento significativo del empleo en servicios y la desocupación masiva.Junto a éstos, algunos cambios sociales han sido muy perjudiciales moralmente, como el estímulo del consumo de productos suntuarios, imitativo del nivel de vida y costumbres de países centrales, una de las causas de la disminución de nuestro ahorro interno y de la necesidad de endeudamiento externo2.
El éxito en el mercado tiene dos pilares: la innovación, que permite discriminar entre consumidores, y la difusión, que conduce a la homogeneización de ciertas formas de consumo2.
El consumidor asume un papel pasivo. Su racionalidad consiste en responder "correctamente" a cada estímulo al que se ve sometido2. Para ello debe ser "preparado" por un sistema adecuado de comunicaciones como el que se encuentra desarrollado actualmente en las redes informáticas y las telecomunicaciones (uniformización de los patrones de comportamiento).Las innovaciones apuntan a un nivel más alto de gastos, que es la marca distintiva del "consumidor privilegiado". Pero ese patrón deberá ser más tarde difundido a fin de que el mercado crezca en todas sus dimensiones2.La producción de bienes culturales se transforma así, en un negocio universal. Como una de las leyes que rigen ese negocio es la uniformización de los patrones de comportamiento, (base de la creación de los grandes mercados y causa de la creciente exclusión social) el problema se encuentra presente en todos los ambientes en grados diversos2.
Ni la filosofía, como productora de conceptos, se ha visto excluida de la fiebre de la mercadotecnia: "Así, de prueba en prueba, la filosofía iba a tener que enfrentarse con unos rivales cada vez más insolentes, cada vez más desastrosos, que ni el mismo Platón habría podido imaginar en sus momentos de mayor comicidad. Por último se llegó al colmo de la vergüenza cuando la informática, la mercadotecnia, el diseño, la publicidad, todas las disciplinas de la comunicación se apoderaron de la propia palabra concepto y dijeron: ¡es asunto nuestro, somos nosotros los creativos, nosotros somos los conceptores!(...)El movimiento general que ha sustituido a la Crítica por la promoción comercial no ha dejado de afectar a la filosofía(….)Ciertamente resulta doloroso enterarse de que "Concepto" designa una sociedad de servicios y de ingeniería informática"3.
Con un pequeño esfuerzo de imaginación, podremos vernos involucrados como consumidores de tecnología en nuestra práctica cotidiana, "respondiendo racionalmente" a los estímulos a que nos someten los padecimientos de nuestros pacientes. Esta aparente "racionalidad" está basada en un concepto (sostenido por un punto de vista único) que se nos impone desde la bibliografía para que hagamos uso de una tecnología, producto frecuente de un gasto en investigación bélica, adaptado más tarde a las condiciones de uso médico.No podemos negar que estamos inmersos en este proceso de globalización, que ha llegado para quedarse, y que signará el ambiente general de nuestra existencia por lo menos en un futuro de corto y mediano plazo. Parece inútil resistirse. Lo mejor es adquirir conciencia de nuestra posición dentro del proceso, y desarrollar estrategias para aprovechar las ventajas que ofrece y amortiguar sus desventajas, para bien de la sociedad en general y de nuestros pacientes en particular.


1. Urquidi, VL. La globalización de la economía: límites, contradicciones y oportunidades. En: La globalización y las opciones nacionales. Memoria. Fondo de Cultura Económica, México, 2000. [ Links ]
2. Furtado, C. En busca de un nuevo modelo. Reflexiones sobre la crisis contemporánea. Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2003. [
Links ]
3. Deleuze, G, Guattari, F. ¿Qué es la filosofía?. Anagrama. Barcelona, 1993. [
Links ]



FONTANA, Horacio. La educación en época de globalización. Rev. argent. neurocir., Ciudad Autónoma de Buenos Aires, v. 21, n. 1, Mar. 2007 . Available from . access on 26 Feb. 2010


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jueves, 25 de febrero de 2010

La responsabilidad individual del investigador frente a los Comités de Bioética

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Raúl A. Borracci
Miembro Titular de la Sociedad Argentina de Cardiología



No hace muchos años, las decisiones concernientes a la ética en investigación se basaban en la deontología médica clásica y la tradición hipocrática, que delegaban casi exclusivamente en la conciencia de los investigadores la responsabilidad de estos actos. Sin duda, esta concepción de la ética condujo a grandes logros, como los que ocurrieron en la época de la "investigación romántica" de Jenner o Koch, pero también provocó grandes desatinos, como las experimentaciones realizadas en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Por éstos y otros motivos hemos migrado desde este modelo hacia un sistema de deontología detallada y casuística, a través de la cual se internacionalizaron los estándares metodológicos en base a una proliferación de leyes y normas que se preocupan por compatibilizar en la práctica, por un lado, la ética del individuo y la del conocimiento y, por otro, los derechos del hombre y el bienestar social. Así se plantearon códigos de ética para la experimentación médica que se hallan a medio camino entre el pragmatismo y lo que podría llamarse el absolutismo moral; se trataría entonces de una forma de búsqueda del compromiso entre el interés individual y el bien colectivo, como el que puede significar el interés comercial de un laboratorio y el beneficio esperable para los individuos; o entre el bienestar de los sujetos y los imperativos de la ciencia, habida cuenta de que la ciencia tiene un método que respetar -tiene que investigar en seres humanos- y de que los sujetos tienen una dignidad que exige ser respetada; o también se podría decir, entre la libertad científica y la libertad individual, de forma tal que el desarrollo de la ciencia no se vea obstaculizado enteramente por la exigencia de la libertad de los sujetos. Aunque este tipo de bioética representa un gran avance, se puede observar que, en analogía con el posmodernismo, estaríamos en presencia de un posmoralismo bioético, que parece señalarnos un fin del deber o de la responsabilidad individual, en la medida en que completemos la formalidad del protocolo consensuado. Esto podría interpretarse como que el planteo ético pasa de la responsabilidad individual a la esfera exclusiva del cumplimiento de una serie de normas acordadas.Formalmente, la bioética, como se la conoce en la actualidad, traduce la voluntad de que se fijen normas respetuosas del hombre y se instituyan sistemas de autorregulación que permitan obstaculizar las derivaciones de una ciencia sin conciencia.No es el objetivo de esta presentación compendiar la legislación y las normativas surgidas de las Declaraciones de Helsinki (1964), Tokio (1975), Venecia (1983) o Hong Kong (1989), ni describir las características básicas de un protocolo de ética, como son la necesidad o justificación de la experimentación en seres humanos, la inclusión del respeto a la libertad, la salud y la dignidad de la persona. Por el contrario, se pretende resaltar aquí el problema de la conciencia individual, o sea, por qué durante el proceso de investigación el investigador es individualmente responsable desde el punto de vista ético. El problema de conciencia surge a causa de que, aunque en una investigación clínica cumplamos con todos los requisitos estipulados por esta nueva forma de bioética consensuada entre diferentes actores -médicos, pacientes, teólogos, políticos, etc.-, no es posible eximirnos como investigadores de la antigua concepción deontológica médica por la que somos responsables de nuestro accionar.La hipótesis así planteada pretende defender de alguna manera un absolutismo moral individual sobre la base de dos premisas: la condición de la ciencia y la condición humana del investigador.Un filósofo decía que, en general, todo lo que se dice bien goza de credibilidad; y la ciencia suele decir las cosas bastante bien. Por eso, el hombre común, a quien se le dice o se le "sugiere" que participe en un protocolo de investigación, ha sacralizado la ciencia y en consecuencia cree casi incondicionalmente en ella. Aunque es capaz de poner en duda su fe religiosa, su convicción política o su inclinación cultural, difícilmente está en condiciones de dudar del progreso científico y de su aplicación segura. Como principales actores en el proceso de construcción y de la puesta en práctica de las ideas científicas, los investigadores somos responsables del uso que le demos a la ciencia ante la credulidad general. También es cierto que el propio investigador puede ser presa, y de hecho lo es, de esta corriente científica que no admite rivales, o sea de una especie de autoritarismo de la opinión pública de la ciencia, que no permite pensar distinto. Ninguna religión exige más renunciamiento y excluye tan poco piadosamente como la ciencia, pero sin duda como investigadores estamos en mejores condiciones de discutir la ciencia que un paciente pasivo que espera ser liberado de su enfermedad y que pone muchas de sus esperanzas en el discurso de la ciencia que nosotros repetimos. A veces parece olvidarse el escepticismo natural que debe tenerse como investigador. Ya Kant enseñó a dudar del valor absoluto del conocimiento científico con aquello de das Ding an sich und das Ding für mich, que lo que el hecho o la cosa es en sí, no es lo mismo que lo que es para mí. La ciencia es en especial aquello sobre lo cual siempre cabe discusión. Julio Verne señaló que la ciencia se componía de errores que a la vez eran los pasos hacia la verdad. El conocimiento científico no es absoluto, o sólo lo es en un tiempo y lugar, tiempo que puede ser muy corto y espacio que puede ser muy reducido. Además, cada idea científica tiene su fundamento en una creencia o supuesto. La ciencia aborda la realidad a través de una definición o síntesis de ella llamada concepto; de esta manera, la realidad que se explora queda atrapada y poseída por el concepto, hasta que un nuevo análisis la libera y la vuelve a atrapar. Desde nuestra perspectiva de investigadores, y siendo conscientes de la falibilidad de la ciencia, ¿es posible apoyar sin condiciones y con desinterés moral la práctica de una investigación clínica?Obsérvese ahora la relación que existe entre la investigación científica y su instrumento de codificación, las publicaciones médicas. Los hombros de gigante sobre los que nos trepamos para ver más allá y plantear una nueva investigación no son ni más ni menos que las investigaciones precedentes codificadas en la bibliografía como artículos científicos, vulgarmente conocidos como papers. Estos artículos que leemos y analizamos, y aquel que más tarde generamos para dar a conocer nuestra investigación, son de alguna manera documentos que representan al conocimiento en forma codificada y parcial, dentro del marco exigido para la publicación, y que en general ocultan más cosas que las que muestran. La mayoría, o en principio todos los resultados de las investigaciones que se publican no son más que verdades tentativas. Señalan una evidencia que en principio sólo permite conjeturar sobre la probabilidad de que el hallazgo de la experimentación sea una verdad científica. Por otro lado, no debe olvidarse que la verdad en ciencia es provisional y que el método científico se basa justamente en la refutación. Los nuevos conocimientos que se pretenden investigar o aplicar deben pasar la prueba del tiempo, tiempo necesario para que algunos puedan repetir la experiencia y confirmarla o refutarla. Esta "inestabilidad" del conocimiento científico lo hace especialmente vulnerable cuando se plantea el problema de la ética en la investigación clínica.¿Cómo podemos decirle al sujeto, objeto de la experimentación, que confíe en la ciencia?Y aun podrían plantearse posiciones más extremas. Siguiendo la tesis del sociólogo francés Bruno Latour y de nuestro compatriota Pablo Kreimer, los artículos científicos podrían ser fundamentalmente instrumentos retóricos o piezas discursivas destinadas a convencer o persuadir sobre la validez de la investigación propuesta. En este sentido, el autor de un artículo emplea estrategias para convencer y dotar de credibilidad a su propuesta, recluta aliados a través de la citación de otros autores que convaliden su trabajo y, en general, omite o desacredita las posiciones antagónicas a su tesis. Rara vez en un artículo científico el autor que propone su tesis la acompaña de su antítesis. Un artículo científico podría mostrar el éxito y esconder el fracaso y ocultar también el "conocimiento tácito", que es aquel que tiene que ver con los detalles o los secretos de la investigación. Además del interés de dar a conocer los resultados de una investigación, detrás de la publicación de un artículo científico se esconden conflictos de intereses con la industria, la necesidad de "publicar o perecer", el famoso publish or perish, o de obtener un subsidio, o la exigencia de ser "el primero", entre otras razones. En este sentido, la publicación científica puede tener mucho de estrategia política.La segunda premisa por analizar para defender la posición de un absolutismo moral individual en el investigador es la que determina su condición humana. Si la investigación científica fuera llevada a cabo sólo por hombres de buena fe, respetuosos de la dignidad humana y cuyo móvil absoluto fuera el bien del prójimo, el concepto de ética en investigación clínica resumiría en definitiva el estado natural del investigador. Pero éste tiene una condición de hombre que lo hace vulnerable a las debilidades de la pasión y a los encantos de la ambición. A un investigador sólo podría interesarle la ciencia como estética de la inteligencia. Otro podría tener fundamentalmente la necesidad o el deseo de legitimarse ante la comunidad científica. En aquél, la atracción del prestigio justificaría el andar el camino de la investigación científica.Las ideas aquí expuestas podrían resumirse así: permítaseme dudar de la ciencia y permítaseme dudar de mis intenciones como investigador. Éstos son los dos principios que apoyan la tesis aquí planteada, que puede parecer más fruto del sentir que del conocer o pensar la ética. En definitiva, el uso más frecuente de la objeción de conciencia, como herramienta práctica ante un dilema ético en investigación, serviría al investigador para resolver con cierto grado de libertad el conflicto generado por la ética consensuada. Aunque pueda pecar de poco científico, creo que en muchas decisiones concernientes a la bioética deberíamos recurrir más al sentir que al pensar. Si después de elaborar un protocolo de investigación nos pusiéramos a meditar sobre las consecuencias que acarrea sobre la esperanza y la vulnerabilidad del sujeto expuesto a la experimentación, podría revelársenos una perspectiva humana diferente y aún más pragmática. No olvidemos que los pensamientos son sólo la sombra de los sentimientos, y siempre serán más oscuros, vacíos y simples que éstos.
BORRACCI, Raúl A.. La responsabilidad individual del investigador frente a los Comités de Bioética. Rev. argent. cardiol., Buenos Aires, v. 74, n. 1, Feb. 2006 . Available from . access on 25 Feb. 2010

martes, 16 de febrero de 2010

Cuando el vino dice algo más sobre la sociedad. Otra visión de Roma Imperial1

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por Marcela A. E. Cubillos Poblete
Doctora en Historia con especialización en Historia Antigua, Università degli Studi di Pisa (Italia)



OBSERVANDO OTROS RINCONES DE LA ANTIGÜEDAD:
LA MARGINALIDAD SOCIAL

El conocimiento del hombre Antiguo hoy es tan amplio que puede hasta desilusionarnos, por cuanto muchas veces revela más bien la pequeñez del ser humano -fenómeno universal- que su grandeza. Sin embargo, a nuestro parecer justamente son esos otros aspectos de la Historia, como también otros análisis -del discurso, epistemológicos, sociológicos, antropológicos, etc.- los que posibilitan una Historia verdaderamente Universal, vale decir que comprende todo el "universo" humano, y una disciplina con conciencia democrática y pluralista. En otras palabras, la construcción de nuevos "mundos de análisis" es El camino para lograr que los estudios históricos se actualicen y logren un mayor compromiso de quienes la aprenden.

En ese contexto la Historia de la Marginalidad es, sin duda, un aporte significativo. De reciente creación y nacida bajo el alero de la Historia Social y Teoría de las Mentalidades, la Historia de la Marginalidad se ocupa de temáticas por largo tiempo no consideradas relevantes y tradicionalmente postergadas por la Historiografía. No obstante su fortaleza más que en temas absolutamente nuevos, radica en el ángulo desde el cual observa el historiador, buscando alcanzar otros rincones de la Historia. Su objeto de estudio se relaciona con aquellos individuos "no-protagonistas", hombres y mujeres anónimos, ajenos al proceso decisional, a pesar de haberlo vivido y padecido en carne propia. Es más, estamos convencidos que la Marginalidad es un variado y complejo grupo que siempre ha existido.

Esto último resulta comprensible si aceptamos el hecho que toda sociedad implica, más allá de nuestras simpatías, convicciones o idealismos, una evidente distinción entre dos grandes categorías: los integrados o elite y los marginales o periferia social. Bajo esta lectura los "grupos medios", o sea quienes no pertenecen a la elite ni a la marginalidad pura, los entendemos como "transeúntes" de la marginalidad, deseosos de pertenecer a la elite, pero imposibilitados.

Ahora, dentro de la marginalidad social hay que diferenciar entre:

1. El marginado por decisión: quien decide marginarse producto de un acto consciente evidenciando su rechazo social, en especial de las elites de turno, y desea permanecer distante.

2. El marginado contra su voluntad: son los marginados por "naturaleza", habitualmente producto de un determinado contexto familiar, pertenencia socio-política, extracción económico y, sobre todo desde el siglo III d. C. en adelante, hasta confesión religiosa.

Antes de continuar, cabe señalar que la escasez de testimonios, que profundicen sobre esta categoría social, es uno de los principales obstáculos con que tropiezan las investigaciones de este tipo. Además, buena parte de las fuentes, por no decir todas, especialmente para ciertas épocas, han sido hechas por miembros de las elites de turno2, o sea no es una "voz" que provenga de la marginalidad, sino de todo lo contrario, es otra categoría social que los observa y comenta. De consecuencia, sus "opiniones" responden a intereses y turbaciones propios de esa clase social, a menudo bastante alejada de nuestros marginales. No obstante, vale la pena arriesgarse y abrir nuevos derroteros historiográficos. A este propósito resultan iluminadoras las palabras de Carlo Ginzburg3, cuando afirma que la subjetividad de una fuente no la invalida por completo. La subjetividad se puede convertir en un medio para acceder hacia el conocimiento de la intimidad, incluso del prejuicio social, ofreciendo detalles que otras fuentes, más "objetivas" generalmente no entregan4. Esto último lo interpreta perfectamente la obra que a continuación proponemos usar para acercarse a la sociedad grecorromana, las Sátiras de Juvenal.

UNA OBRA POÉTICA DESDE UN ÁNGULO "NO TRADICIONAL": LAS SÁTIRAS DE JUVENAL

Décimo Junio Juvenal nace entre el 50-65 d.C. (finales de los Julio-Claudio) y muere aproximadamente en el 130 d.C. (principado de Adriano). De probable origen itálico debido a su fuerte compromiso con la romanitas5, se lo reconoce como autor de una obra poética compuesta por dieciséis sátiras organizadas en la Tardoantigüedad en cinco libros. En ellas brinda una visión caricaturizada e irónica de la sociedad romana. Justamente esa mirada la convierte en una de las pocas fuentes grecorromanas claramente "sociales". Juvenal no sólo hace poesía satírica sino también toma una posición frente a la sociedad romana, dejando en evidencia una sensibilidad poco común en ese género literario, menos comprometido emotivamente con las situaciones descritas, tal es el caso de poetas como Horacio, Persio o el propio Marcial, supuestamente amigo del autor satírico.

Nuestro poeta observa Roma desde una posición estratégica y marginal tanto poética, como vivencialmente. Juvenal se siente subestimado y ajeno a las nuevas costumbres. Por eso, y a pesar de sentirse plenamente romano, insiste en recordar que su posición es distinta, que él se merece otra cosa, revelando a la larga una condición de marginalidad que lo convierte en un verdadero "vocero social inconsciente". Su rechazo es total hacia el dinero, los "poetas vendidos", el origen extranjero, las "malas" costumbres y los "buenos" contactos.

La vida del poeta se desarrolla durante el Alto Imperio, época de gran crecimiento, de complejos cambios socio-políticos, destacados flujos económicos y de un fuerte intercambio cultural en el Mediterráneo. Resulta comprensible pues por qué Juvenal testimonia la frustración de quien se siente desilusionado con la situación que lo rodea: en medio a tanto éxito a él no le ha ido bien.

Entre los siglos I y II d.C. la poesía había alcanzado una existencia independiente, con variados recursos literarios difundidos entre los conocedores. Los temas ya no se limitaban a la expresión del puro sentimiento del autor; la sátira se perfila como un género poético que canaliza la necesidad de autocrítica de toda la sociedad, demostrando el cambio de la concepción poética. Sin ir muy lejos, el propio Juvenal considera la poesía tradicional una evasión sin compromiso alguno; recurrir a ella significaba escapar, cerrar los ojos a la realidad (I.51-57) para no correr riesgos (I.162-164). De consecuencia, no es forzado pensar que Juvenal veía la poesía como un género que implicaba un compromiso. El poeta no podía ni debía transar sus ideales.

Así, desde el inicio, confiesa no poder evitar "contar hechos verdaderos" (I.17-21), es la sociedad romana que lo empuja. Por lo mismo, Juvenal critica fuertemente la clase responsable de esta situación: la elite romana. Mas junto con hablar de ellos, lo hace también de un heterogéneo grupo -nuestros marginales- que deambula por la ciudad: víctimas y victimarios son los sujetos de su obra poética. No está demás destacar que, según la mentalidad romana, las "víctimas" de un abuso, en especial de temas relacionados con la moralidad, igualmente eran considerados culpables y/o sujetos criticables, porque no se rebelaron frente a esa situación, dejándose envolver, lo cual subraya su pasividad, actitud profundamente criticada por la cultura romana6.

Los destinatarios de la obra juvenaliana son sus contemporáneos7, una sociedad donde el poder del "rumor" -el qué dirán- es fundamental. Existir en Roma quería decir interrelacionarse con otros, generando prácticas discursivas que daban sentido existencial a los individuos.

VIVIR A LA ROMANA8

Cenar en Roma no era sólo alimentarse, sino principalmente la ocasión para consolidar la propia existencia social. Durante la cena el pater familias socializaba con invitados seleccionados9, confirmaba su estatus y "trabajaba" para lograr nuevas metas. Todo ello se llevaba a cabo en un lugar especialmente habilitado para la ocasión: el tablinium. La sala ofrecía a los comensales todo tipo de placeres culinarios, poéticos, filosóficos, musicales, discursivos, etc.10, para acompañar las conversaciones y acuerdos obtenidos. Relajarse, comer bien y disfrutar en plenitud ese momento resultaría una característica esencial de la romanidad imperial identificada con el buen vivir "a la romana".

Con el cambio de la República al Imperio llegó el crecimiento económico, nuevos gustos y costumbres. La elite se fue sofisticando cada vez más, distanciándose de la austeridad republicana y dando origen a un nuevo "modo de vida" romano, ese vivir a la romano mencionado anteriormente. En efecto, arqueológicamente se ha demostrado que desde fines de la República la domus romana tradicional cambia, aumentando considerablemente sus dimensiones11, y la sala del tablinium no sólo crece, sino también en algunos casos se multiplica, creándose otras salas análogas para ser usadas dependiendo de las estaciones del año y del tipo de invitados. En sí el tablinium se identificó por exhibir determinadas características permanentes a lo largo del Imperio:

• de planta rectangular o cuadrangular,

• a pesar de no disponer de ventanas, las paredes estaban suficientemente decoradas según las modas imperantes12, en especial las representaciones de ventanas y paisajes campestres eran motivos recurrentes;

• en tres de sus lados se ubica un máximo de tres letigas (divanes), con capacidad aproximada para tres personas cada una, aumentada durante el Imperio al llegar la letiga semicircular con capacidad hasta para nueve invitados;

• se dejaba libre el cuarto lado para el personal de servicio y manjares en espera;

• la comodidad se aseguraba con numerosos cojines distribuidos por toda la sala.

En este contexto los símbolos de estatus de una familia se transmitían de diversas formas, desde la comida, los vinos, las frutas, la vajilla, hasta la decoración parietal.

Por otro lado, no debemos olvidar que el tablinium es un lugar sagrado, asociado al fuego y al cosmos13. En consecuencia la sala también comprendía un valor simbólico, sugiriendo la vida en su totalidad. De allí la existencia de ciertas prácticas ritualísticas en torno a la sala. Estaba prohibido:

• barrer durante la cena,
• recoger los alimentos caídos al suelo,
• entrar en la sala con el pie izquierdo,
• dar vuelta la sal,
• cortar la carne con la punta del cuchillo14,
• tratar temas tristes,
• comer con el brazo izquierdo, de mala fortuna usarlo,
• y que el número de comensales fuese par o superior a nueve15.

De la misma forma la vestimenta se debía adecuar a la ocasión: la toga no debía presionar el cuerpo, el cual debía permanecer libre y cómodo.

La comida estaba compuesta por tres platos que, usando una terminología contemporánea, podemos llamar antipasto, plato de fondo y postres. Al respecto no está demás dejar constancia que también estos platos se fueron sofisticando con el pasar del tiempo. De hecho, la obra del famoso shef Apicio ha sido una excelente fuente para conocer las variadas y nuevas costumbres culinarias de época Imperial.

Entonces, bajo esta perspectiva la obra juvenaliana refleja una nueva realidad social romana caracterizada por la pérdida de las costumbres ancestrales y la transformación de la cultura considerada estrictamente romana, sustituida por una más "universal" y cosmopolita. Dicha pérdida mostró un cambio en las costumbres culinarias, dando origen al concepto del buen vivir a la romana, realidad prohibitiva para una parte mayoritaria de la sociedad. Así entendido, comer y beber en Roma Imperial pueden ser vistos como índices de los contrastes sociales dominantes.

UN POETA OBSERVA EL CÓMO BEBEN ALGUNOS ROMANOS

Para el tema propuesto nos concentramos en dos sátiras de Juvenal donde observamos más claramente una alusión explícita al tema. No obstante, estamos trabajando en el resto de la obra según esta perspectiva a fin de obtener la visión total que sobre el tema ofrece la fuente.

a) Libro I, 4: la cocina como cuestión de Estado16

Son 154 versos que tratan sobre una cena organizada por el emperador Domiciano, caracterizada por los comensales, a los ojos de Juvenal, personas de dudosa fama.

Los platos de fondo están compuestos exclusivamente por productos del mar, sinónimo de refinamiento y alto consumo en la elite.

El pescado, propuesto como una delicia, se relaciona con distintos tipos según su proveniencia, por ejemplo el siluro de Egipto o aquellos de los "hielos meóticos" (Mar de Azov). También hace mención a la relación entre el tamaño del mismo y anuncios de prodigios futuros (v.125 y ss.).

Por otra parte, indica que no hay mejor regalo que un "plato exquisito" para agradecer (v.66ss.), vale decir la buena mesa como medio de pago, seguramente de favores concedidos.

En cuanto al vino menciona uno proveniente de Falerno, muy apreciado por los romanos como un vino para ocasiones especiales. Por otra parte, alude una antigua creencia popular. Se estimaba beneficioso el consumo de vino para el organismo17, reflejado en la hinchazón de los pulmones -mencionado por Juvenal- que lo acompañaba, convencidos que era ahí el lugar donde el vino se depositaba.

b) Libro I, 5: agasajos que son agravios

Son 173 versos que describen una cena organizada por un tal Virrón, un rico romano del cual no tenemos grandes antecedentes18. A los ojos de Juvenal, este romano "usa" la cena exclusivamente como ocasión para confirmar su estatus y poder social, práctica aparentemente bastante común en las nuevas elites romanas, particularmente snob de la época. Desde otra perspectiva, la cena descrita sirve como un discurso disuasorio dirigido a un amigo de nombre Trebio, a quien va dirigida la sátira: hay que convencer a Trebio de la "clase" de patronus que es Virrón.

En abierta ironía el poeta dice que la vida parasitaria es sinónimo de buen vivir porque el supremo bien es vivir "de la mesa ajena". Critica directamente la vida de excesos, distante de los antiguos mores maiorum que invitaban a la austeridad y privaciones como sinónimo de virtud. Según Juvenal las nuevas prácticas sociales, vinculadas al tema del comer y beber proponen hábitos reprochables, pero "normales" entre las elites.

Nuevamente la cena aparece como un legítimo medio de pago, revelando la difícil situación socio-económica de algunos19 y la transformación de las relaciones humanas. Para Juvenal la nobleza no es más que una clase donde priman las apariencias y la clientela -propia condición del poeta- ya no tiene nada que ver con un lazo fraterno entre dos individuos que confirman un acuerdo político. Según el cuadro descrito en la sátira, el cliente sirve sólo para rellenar espacio y la cena entonces es una vitrina social donde importa lo que se vea y no lo que verdaderamente es. Eso explica la insistencia juvenaliana en el tema de la dignidad. Es un nuevo código comunicacional muy parecido a los formatos del mundo contemporáneo donde los símbolos de estatus se ven exteriormente, sin por ello reflejar una base moral que sustente y oriente los comportamientos. Es el mundo de las apariencias, de los excesos, de las manipulaciones y de los "maquillajes".

En este contexto es muy revelador que, en la cena descrita, al comensal le da lo mismo el tipo de vino que le sirven; de hecho, el vino es tan fuerte que "no lo aguantaría ni la lana sebosa" (v.24), por lo cual el convidado se "verá convertido en coribante" 20 (v.25). En otras palabras, no importa el trato que el dueño de casa ofrezca, reflejado en la calidad de productos que entrega, mientras cotice a quienes asisten y los considere parte de su círculo.

En cuanto a vinos, menciona algunos refinados provenientes de los montes Albanos y Setinos21, caracterizados por ser vinos añejos, condición revelada en las etiquetas prácticamente ilegibles22 producto del "hollín abundante de la ánfora vetusta" (v.35 y s.).

Entre los v.24 y 38 se dan otros indicios muy interesantes. Por ejemplo, nuevamente salen a colación los antiguos conocimientos medicinales romanos que atribuían propiedades benéficas al vino; ello explica el pasaje del v.34 cuando dice "el amo sorbe un vino (...) sin estar dispuesto a mandarle ni un cuartillo a un amigo enfermo de corazón".

Otra referencia importante, tiene que ver con la datación de los vinos, "el amo sorbe un vino filtrado en tiempos de un cónsul melenudo...". O sea, la fecha del vino era dada por el nombre del cónsul y mientras más remoto el nombre de éste, mejor es el vino. Algo no muy lejano a nuestras prácticas asociadas al tema.

Muy reveladora es la diferencia entre los productos que consume Virrón y sus invitados.

El primero, por ejemplo, consume vino23 de antigua data, mientras sus comensales sólo "...botellas de Sagunto" (v.30), reconocidos como vinos de mala calidad24.

También Virrón se permite mezclar distinto tipo de invitados, humillando aún más la dignidad de algunos comensales. Puntualmente Juvenal se refiere a los libertos presentes en la cena, categoría social que al poeta resulta insoportable, sobre todo por el verdadero "ascenso" social que han logrado, desplazando en muchos casos a los clientes -caso del propio Juvenal.

Otro indicador sugerente es la consecuencia del vino consumido: los invitados se confunden en una riña que sirve de "espectáculo" a la cena.

Confirmando las evidentes diferencias sociales descritas está el uso de las copas "el mismo Virrón empuña copas con incrustaciones de (...) ámbar (...). A ti no se te confiará una copa de oro, y si, muy de vez en cuando se te entrega una, se pone a tu lado un guardia que cuente las gemas y te inspeccione (...)" (v.39-42). Es más, Juvenal se permite describir detalladamente la copa de un cliente común "tú vaciarás una copa de cuatro golletes, denominada según el zapatero de Benevento; estará rajada, su cristal roto ya reclama el azufre" (v.42-45)25, algo seguramente no tan común.

Por último, cuando no se ofrece vino de mala calidad a comensales poco relevantes, se da derechamente agua, pero incluso en ese caso habrá diferencias "...el agua que bebáis también será distinta" 26(v.52).


BIBLIOGRAFÍA27

1. Traducciones de Las Sátiras de Juvenal

a) Bilingüe latín-italiano

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Viansino G., Mondadori, Milano 1990.
Bellandi F., Satira VI, Marsilio, Venezia, 1995.

b) Español

Socas F., Alianza, Madrid, 1996.
Balasch M., Gredos, Madrid, 2001.

2. Historia Social de Roma

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1 Con algunas modificaciones el presente artículo reúne nuestra participación en el IV Simposio de la Asociación Internacional de Historia y Civilización de la Vid y el Vino, Haro, España (Junio, 2004) y en la XIX Semana de Estudios Romanos, Pont. Universidad Católica de Valparaíso, Viña del Mar, Chile (Octubre, 2002).
2 Cfr. Ginzburg C. Il formaggi e i vermi, Einaudi, Torino, 1976. [ Links ]
3 Idem.
4 Idem. Cfr. Sharpe J. "Historia desde abajo", en Burke P. Formas de hacer historia (trad. esp.), Alianza, Madrid, 1996. pp. 11-37. [ Links ]
5 También se le ha relacionado con la ciudad de Aquino debido a un famoso epígrafe, suficientemente estudiado en décadas precedentes, que menciona el nombre "Juvenal", detrás del cual muchos han visto a Décimo Junio Juvenal.
6 El tema de la "pasividad" ha sido abundamente trabajado, en especial en relación a la sexualidad. Cfr. Cantarella E. Secondo natura. La bissesualità nel mondo antico, BUR, Milano, 1995; [ Links ] Foucault M. Storia della sessualità (trad. it.), Feltrinelli, Milano, 1996, 3 vols.; [ Links ] Ariés P.(et al.) Sexualidades Occidentales (trad. esp.), Paidos, Bs. Aires, 1987. [ Links ]
7 No deja de ser paradójico el hecho que Juvenal no tuvo el éxito esperado en la Antigüedad sino en la Edad Media, cuando por razones incluso extra-literarias, su obra se transformó en una herramienta del sermón eclesiástico contra la inmoralidad pagana, finalidades de seguro ajenas al poeta, hombre romano y profundamente pagano.
8 Cfr. Robert J.-N. I piaceri a Roma (trad.it.), Rizzoli, Milano, 1985. [ Links ]
9 No con toda la familia (esposa e hijos) como en principio se podría pensar. Sin embargo a diferencia del mundo griego, donde estaba prohibido, en Roma tempranamente se integraron las esposas a la cena.
10 Un muy buen ejemplo es la cena de Trimalción descrita por Petronio en el Satiricón.
11 De Albentiis E. La casa dei romani, Longanesi & C., Milano, 1990. [ Links ]
12 Pensemos en los numerosos estilos de pinturas parietales reconocidas en Pompeya. Cfr. Idem.
13 Recordemos el caso de la domus aurea de Nerón, cuyo tablinium fue concebido como una reproducción del universo.
14 Entendido como herir a un muerto.
15 Es más, existía el refrán que decía "siete invitados son una buena cena, nueve son una gran confusión", traducción nuestra de Robert J.-N. Op cit. p.125.
16 Los títulos de las Sátiras reproducen los propuestos por la edición de Francisco Socas, Alianza, Madrid, 1996.
17 Otra creencia popular, no mencionada por Juvenal, relaciona la tos con problemas estomacales cuyo remedio era un buen vino. Robert J.-N. Ibidem.
18 Cfr. Ferguson J. A Prosopography to the Poems of Juvenal, Bruxelles, 1987. [ Links ]
19 Al respecto el poeta también menciona el hecho que el estómago se contenta con poco (v.6) y, a propósito de los mendigos menciona puentes, aceras o esteros como lugares incluso más dignos. De igual forma propone los "mendrugos para los perros" como alternativa culinaria más honorable.
20 Los sacerdotes de la diosa Cibeles, conocidos por las festividades orgiásticas y sanguinarias. Trad. de Ettore Barelli, BUR, Milano 1992. p.318.
21 Cfr. v.34
22 Estas etiquetas se encontraban en las ánforas, indican el origen del vino y la fecha de elaboración. Cfr. Trad. de Manuel Balasch, Gredos, Madrid, 2001. p. 95.
23 "Es decir, muy añejo, de la época en que los romanos no se afeitaban". Ibidem. p.95.
24 Cfr. Trad. de Francisco Socas. Ibidem. pp. 136 y s.
25 Cfr. Trad. de Manuel Balasch. Ibidem. p. 96.
26 Idem.
27 Abreviaciones según Année Philologique.


CUBILLOS POBLETE, Marcela A. E. Cuando el vino dice algo más sobre la sociedad: Otra visión de Roma Imperial. Universum, Talca, v. 20, n. 2, 2005 . Disponible en . accedido en 16 feb. 2010. doi: 10.4067/S0718-23762005000200002.

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viernes, 12 de febrero de 2010

Peligrosa casquivana

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por Enrique Pinti



Dicen que es una entrada a la libertad total, que da impunidad, inmunidad y omnipotencia al que la posee y que, una vez conquistada, es muy difícil perderla. Pero también dicen que es "puro cuento", que la aparente libertad no es más que una jaula de oro que termina por asfixiar al prisionero, que la impunidad es muy relativa porque los castigos por tenerla son múltiples y que la inmunidad dura mientras se nada en la cresta de la ola, que, como todos sabemos, no es eterna sino ultrafugaz y que cuando se pierde (porque se pierde, no hay duda) puede llevar a sus poseedores al "dolor de ya no ser", como dice sabiamente el tango.

Ella, la fama, que de eso estamos hablando, visita a los elegidos y se instala de muy distintas maneras y por diferentes motivos en la vida de algunos: en ciertos casos, son aquellos que hacen pactos con los peores diablos; en otros, irrumpe súbitamente sin que el interesado haya hecho nada concreto para conseguirla. Unos y otros la gozan y la padecen, y como en la vida no todo lo que reluce es oro, esta casquivana y frívola coqueta suele traer valores agregados no demasiado agradables. Es que ella da mucho al principio, pero se vuelve un poco pesada cuando comienza su afán devorador y su perpetua exigencia de dar más y más de uno mismo hasta convertir al famoso en "carne de prensa" que es triturada día a día y minuto a minuto.

Hay quien da todo por ella, hay quien puede manejarla hábilmente para su propia conveniencia y hay quien se olvida de sí mismo y se pierde en un laberinto delirante del que no puede salir y termina en la locura, siniestra hermana de la fama. Claro que no estamos hablando de la fama que puede alcanzar algún sabio o científico por sus hazañas victoriosas en pos del adelanto o la cura de enfermedades, ni de la que alcanzaron benefactores de la humanidad como la Madre Teresa.

Esa fama está fundamentada en actos de amor, altruismo y solidaridad, y esos seres, que dan todo sin pedir nada para sí mismos, si usan su notoriedad es sólo para promocionar sus obras y sus principios.

Los otros, los famosos por pura vanidad, narcisismo y exhibicionismo, caen habitualmente en la trampa mortal de creerse el personaje inventado por ellos y se pierden en la maraña de poses, actitudes y maneras que terminan por llevarlos a la encrucijada de optar por la realidad o la fantasía, y, al interpretar las veinticuatro horas del día ese "aparato" en el que se han convertido, sufren con la pérdida de la fama la peor decadencia y el peor vacío.

La auténtica vocación es un buen punto de partida para lograr el reconocimiento, pero, aun gente con talento y auténticos deseos de superación, se marea con el éxito merecido, se aísla en una burbuja de egocentrismo y se desbarranca en un "autobombo" muchas veces grotesco. Es tan difícil mantener el equilibrio y vivir la fama como un resultado del talento y la conducta ética y profesional que muchos cometen el error de hacer de esa casquivana el único y vital objetivo, y se pierden la gran oportunidad de tener una vida plena que no dependa sólo de las luces brillantes y enceguecedoras del circo mediático.

La fama es tan promiscua que se entrega a los asesinos, los déspotas, los estafadores, a los genocidas, y allí se hace llamar "mala fama". Pero no nos engañemos, sigue siendo la misma. Por eso tanta gente es capaz de cometer graves delitos para obtenerla aunque sea en esos "quince minutos" que puede llegar a durar.

Puro cuento, consagración, trampa, oropel, papelitos de colores tirados desde aviones que terminan pisoteados al llegar al asfalto, dulce, amarga, liberadora, tramposa, prostituta de lujo, veleta loca o refugio inseguro del ego desproporcionado... Así es ella y no hace trampa: los que la hacemos somos los seres humanos, cuando creemos que la vida ficticia de los flashes y los elogios comprados y efímeros son lo mejor de la vida. Muchos llegan al suicidio por ella. Y no vale la pena.


Revista La Nación 12/2/2010


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Avedon

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por Roland Barthes


Miren una fotografía de Avedon; verán en acción la paradoja de todo gran arte, de todo arte de gran alcurnia: el extremo finito de la imagen abre al extremo infinito de la contemplación, de la estupefacción. ¡De cuántas fotos no se dice bastante tontamente que están “vivas”, “animadas”, etc., valores míticos que son movilizados por la publicidad de los materiales fotográficos! Pero el arte de Avedon es hacer fotos inmóviles, y, desde ese momento, inagotables como un objeto de fascinación: lo que fascina está a la vez muerto y vivo, y por eso es fascinante. Los cuerpos que Avedon fotografía son en cierto sentido cadáveres, pero esos cadáveres tienen ojos vivos que nos miran y que piensan: este arte realista es también un arte fantástico.

De ahí una producción comprometida, que abre inmediatamente una crítica social y que, sin embargo, no cae en el estereotipo del compromiso: Avedon, en una parte de las fotos que he visto, manifiesta la opacidad, la dureza, la tristeza involuntaria del establishment norteamericano, todo lo que hace del hombre que llega un cuerpo cerrado, que le ha dado demasiado al poder y no lo suficiente al goce; pero, en una segunda parte de su obra, y a veces en las mismas fotos (¿por qué no?, la Historia es complicada), sin abandonar su estilo, nos invita a mirar algo muy distinto: la pensatividad, la severidad dulce, la inteligencia liberada de las posturas de la inteligencia, enteramente recogida en los ojos, que nunca mienten. De ahí que, delante de una fotografía de Avedon, nos comuniquemos siempre con el modelo: no solamente nos habla, o mejor aún, por más desgarrador, nos quiere hablar, sino que también le respondemos, queremos responderle, a través de la imposibilidad misma en que nos hallamos de despegarnos de esa imagen que nos retiene sin repetirse (¿es por lo tanto amorosa la relación que mantenemos con estas fotos?).

Así pasé toda una velada mirando las fotos de Avedon; la víspera, había ido al cine, donde me había aburrido un poco, y comparaba (aunque con cierta injusticia) estas dos artes. El de Avedon arrastra hacia una teoría de la Fotografía, injustamente entregada hoy en día a la Teoría floreciente del cine o incluso de la Historieta. Como producción, la Fotografía se ve sometida a dos coartadas insoportables: tan pronto se la sublima en las especies de la “fotografía artística”, que niega precisamente la fotografía como arte, como se la viriliza en las especies de la foto de reportaje, que obtiene su prestigio del objeto que ha capturado. Pero la Fotografía no es ni una pintura ni... una fotografía; es un Texto, es decir, una meditación compleja, extremadamente compleja, sobre el sentido.

He aquí, por ejemplo, todo lo que leo en una fotografía de Avedon, los siete dones que me hace: en primer lugar, lo verdadero, la verdad, la sensación de verdad, la exclamación de verdad (“¡qué verdadero!”); luego, el carácter (la pensatividad, la tristeza, la severidad, la satisfacción, la alegría, etc.); luego, el tipo (el hombre político, el escritor, el empresario); luego, Eros, un compromiso, ya seductor, ya repulsivo, con el afecto; luego, la muerte, la vocación de cadáver; luego, el pasado, lo que ha sido captado no puede volver, no se puede volver a tocar; por último, el séptimo sentido es precisamente el que resiste a todos los otros, es el suplemento indecible, la evidencia de que, en la imagen, hay siempre algo más: lo inagotable; lo intratable de la Fotografía (¿el deseo?).

Las fotos de Avedon me obligan a hacer todo este recorrido y a volver a empezarlo sin descanso; con ellas no se termina nunca; son ricas y desnudas a la vez, dan sin cesar, y sin cesar retienen; en suma, son las figuras mismas de una dialéctica: en ellas, la mayor intensidad de sentido, y, finalmente, la carencia misma de sentido, parte de un goce contenido. El primer lugar, los sentidos abundan, la excitación está en su apogeo; luego, conducido por una mano inflexible, aunque supremamente discreta, la de Avedon, el sentido se extenúa: del cuerpo representado no queda ningún adjetivo seguro. Creo que, si Avedon me fotografiara, yo no tendría ningunas ganas de juzgar mi propio cuerpo (con cuya imagen, como cada hijo de vecino, mantengo relaciones espinosas), ni de encontrarse demasiado esto, no lo bastante aquello: mi cuerpo se empeñaría simplemente en ser, en persistir, la fotografía de Avedon no juega (contrariamente a la imagen fotográfica), nadie es feo, nadie es bello (salvo, por una excepción que firma el resto del proyecto, los dos muchachos desnudos de la “Factory” de Andy Warhol). En resumen, sería tal, y en ese tal de mi cuerpo sentiría tal vez parte de la serenidad de los grandes sabios orientales.


Roland Barthes, “Tales”, en La Torre Eiffel, Ed. Paidós.


Texto aparecido en la revista Photo, 1977, con motivo de la publicación del libro del fotógrafo norteamericano Richard Avedon, Portraits, Ed. du Chê


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