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jueves, 19 de julio de 2012

Los gatos de Rivadavia

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por Enrique Medina



Terminan de jugar al ajedrez y echan una caminata para reacomodar los huesos del atascado cuerpo. La plaza está en su esplendor. Hay gente de todo pelaje y por donde sea. Buscas a la pesca. Colas de dinosaurios reventando colectivos. Maltraído, un arrebatador con portafolios cruza la avenida corrido a los gritos por el asaltado. Otros miserables controlan a sus minas. Minas negras, minas teñidas, minas feas, gordas-regordas, sentadas con la misma hidalguía que las alemanas de Francfurt y Osaka, y en ello el atractivo. Conversan, ríen, se las ve simpáticas. Educados, con elegante discreción los ajedrecistas saludan y ellas les hacen el guiño correspondiente y agradecido. Los amigos son jubilados y con amistad de años. Wilde, uruguayo, harto en toda la vida de tener que aguantar siempre a algún atento pelotudo que le pregunta si Wilde es apellido. Y él que no, que es nombre, y no sé por qué carajo me llamo así y basta. En cambio, Escopeta, que es apodo asimilado en la infancia cuando le decían “Flaco escopeta”, acepta, sin alterar su chicha-calma: Si sigo siendo flaco tengo derecho al apodo, y sonríe. Se sientan en el borde de los canteros, frente al monumento. Son tan veteranos en la plaza que tranquilamente pueden abstraerse de la existencia misma que agita el caótico espacio. Ven sin ver, eso. Y charlan, cuando charlan. Y están en silencio, cuando ídem. No por nada especial, tienen su propio mundo, como cualquiera. Un chico le pregunta a su madre: “¿Qué es eso que está lleno de gatos?”. Y la madre tardando en la duda, intenta: “Y... una casa... para gatos, como el Jardín Zoológico...”. Acostumbrado a salir en defensa de los símbolos, Wilde mueve su cabeza y explica a la madre y el chico que “eso” es el Mausoleo a Bernardino Rivadavia, primer presidente de nuestro querido país y esos gatos son su guardia pretoriana. La mujer promedia su enjuto rostro, seco y sin gracia, y sigue chupando el helado, como si en ello le fuera el esfuerzo del día. El chico se anima: “Guardia ¿qué?...”. Y Wilde se despacha porque el chico le cae bien: “Pre-to-riana..., ¿eh?... Pretoriana, ¿sí?”. El chico como que no, como que es un poco mucho para él, así que, igual que la madre, chupa el helado para hacer tiempo. Y Wilde le dice que el fulano se llamaba Bernardino de la Trinidad González Rivadavia, conocido como Bernardino Rivadavia solamente y mucho más conocido porque la avenida Rivadavia es la más larga del mundo, y dentro del monumento está él; muerto, claro. El chico sonríe, mueve los ojitos y pregunta: “¿Arriba o abajo?”. Wilde piensa que si ese chico fuera su hijo podría tallar un ser excepcional: “Arriba, la parte de abajo es la plataforma, el pedestal del monumento, monumento que hizo uno de los grandes escultores argentinos, Rogelio Yrurtia”. Hay un silencio en el que el chico deja que el helado se le derrita por un costado y dice: “¿Y los gatos?”... Wilde se acomoda mejor, como para enseñar, y larga el rollo sobre la guardia pretoriana, el César, el pretorio, el imperio romano y termina con que los gatos vienen a ser un símbolo, el equivalente de nuestro tiempo, de aquellos valientes soldados que defendían con su vida al César. “Son 574 gatos, ¡bien contados!, incluidos los 18 que nacieron este fin de semana.” El chico lame el costado que se está derritiendo, mira al hombre en silencio, no está seguro si entendió algo o no entendió nada, pero sí sabe que le gustaría tener a ese hombre como padre, o abuelo; y le pregunta cómo sabe tanto. El no contesta, lo hace Escopeta: “Fue maestro y director de escuela”. La mujer, que nada ha escuchado porque está pendiente de otra cosa, dice: ya llegaron; y se lleva al chico sin saludar. El chico al menos sacude la mano libre. “Cayeron los evangelistas”, advierte Wilde. Se quedan en silencio. Al rato, Escopeta le dice: “¿Hacemos la revancha?”. Wilde está de acuerdo: “Dale, vamos...”.

 
 
Página12 6/3/2008.-
 
 
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¿Qué es la matemática?

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por Adrián Paenza




Estas reflexiones fueron inspiradas en un libro de Keith Devlin (¿Qué es la matemática?). Sugiero que lean con la mayor flexibilidad posible. No es patrimonio mío (ni mucho menos). Es un recorrido por una historia que me parece que uno no debería ignorar y, quizá, cuando termine, haya aprendido algo que no sabía.

Si hoy parara a una persona por la calle y le preguntara "¿qué es la matemática?", probablemente contestaría que es el estudio o la ciencia de los números. Lo cierto es que esta definición tenía vigencia hace unos 2500 años. O sea, que la información que tiene el ciudadano común sobre una de las ciencias básicas es equivalente a la de ¡veinticinco siglos atrás! ¿Hay algún otro ejemplo tan patético en la vida cotidiana?

En ese tiempo, la humanidad ha recorrido un camino tan largo y tan rico que creo que podríamos aspirar a tener una respuesta un poco más actual.

Es probable que la mayoría de la gente esté dispuesta a aceptar que la matemática hace aportes valiosos en los diferentes aspectos de la vida diaria, pero no tiene idea de su esencia ni de la investigación que se hace actualmente en matemática, ni hablar de sus progresos y expansión.

Para lograr captar algo de su espíritu, acompáñeme en este viaje que sirve para refrescar –a muy grandes rasgos– los primeros pasos y la evolución de la matemática a través del tiempo. La respuesta a la pregunta –¿qué es la matemática?– ha variado mucho en el transcurso de la historia. Hasta unos 500 años antes de Cristo, aproximadamente, la matemática era –efectivamente– el estudio de los números. Me refiero, por supuesto, al período de los matemáticos egipcios y babilonios, en cuyas civilizaciones la matemática consistía casi absolutamente en aritmética. Se parecía a un recetario de cocina: haga esto y aquello con un número y obtendrá tal respuesta. Era como poner ingredientes en la batidora y hacer un licuado. Los escribas egipcios utilizaban la matemática para la contabilidad, mientras que en Babilonia eran los astrónomos los que la desarrollaban de acuerdo con sus necesidades.

Durante el período que abarcó desde los 500 años antes de Cristo hasta los 300 después de Cristo, aproximadamente 800 años, los matemáticos griegos demostraron preocupación e interés por el estudio de la geometría. Tanto que pensaron a los números en forma geométrica. Para los griegos, los números eran herramientas. Así fue como los números de los babilonios “les quedaron chicos...”, ya no les alcanzaban. Tenían los naturales (1, 2, 3, 4, 5, etc.) y los enteros (que son los naturales más el cero y los números negativos), pero no eran suficientes.

Los babilonios ya tenían también los números racionales, o sea los cocientes entre los enteros (por ejemplo: 1/2, 5/3, -7/8, (-13/15), 7/-19, 0, 12/13, etc.), que proveían el desarrollo decimal (5,67 o 3,8479) y los números periódicos (0,4444... o 0,191919...). Estos les permitían medir, por ejemplo, magnitudes mayores que cinco, pero menores que seis. Pero aún así eran insuficientes.

Algunas escuelas como la de los “pitagóricos” (que se prometían en forma mística no difundir el saber) pretendían que todo fuera mensurable, y por eso casi enloquecieron cuando no podían “medir bien” la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyos catetos midieran uno. O sea, había medidas para las cuales los números de los griegos no se adecuaban o no se correspondían. Es entonces que “descubrieron” los números irracionales... o no les quedó más remedio que admitir su existencia.

El interés de los griegos por los números como herramientas y su énfasis en la geometría elevaron a la matemática al estudio de los números y también de las formas. Allí es donde empieza a aparecer algo más. Comienza la expansión de la matemática que ya no se detendrá. De hecho, fue con los griegos que la matemática se transformó en un área de estudio y dejó de ser una mera colección de técnicas para medir y para contar. La consideraban como un objeto interesante de estudio intelectual que comprendía elementos tanto estéticos como religiosos.

Y fue un griego, Tales de Mileto, el que introdujo la idea de que las afirmaciones que se hacían en matemática podían ser probadas a través de argumentos lógicos y formales. Esta innovación en el pensamiento marcó el origen de los teoremas, pilares de las matemáticas.

Muy sintéticamente podríamos decir que la aproximación novedosa de los griegos a la matemática culmina con la publicación del famoso libro Los elementos, de Euclides, algo así como el texto de mayor circulación en el mundo después de la Biblia. En su época, este libro de matemática fue tan popular como las enseñanzas de Dios. Y como la Biblia no podía explicar al número π, lo “hacía” valer 3.

Siguiendo con esta pintura a trazos muy gruesos de la historia, es curioso que no haya habido demasiados cambios en la evolución de las matemáticas sino hasta mediados del siglo XVII, cuando –simultáneamente en Inglaterra y en Alemania– Newton, por un lado, y Leibniz, por el otro, “inventaron” el cálculo.

El cálculo abrió todo un mundo de nuevas posibilidades porque permitió el estudio del movimiento y del cambio. Hasta ese momento, la matemática era una cosa rígida y estática. Con ellos aparece la noción de “límite”: la idea o el concepto de que uno puede acercarse tanto a algo como quiera, aunque no lo alcance. Así “explotan” el cálculo diferencial, infinitesimal, etcétera. Con el advenimiento del cálculo, la matemática que parecía condenada a contar, a medir, a describir formas, a estudiar objetos estáticos, se libera de sus cadenas y comienza a “moverse”.

Los matemáticos estuvieron en mejores condiciones de estudiar el movimiento de los planetas, la expansión de los gases, el flujo de los líquidos, la caída de los cuerpos, las fuerzas físicas, el magnetismo, la electricidad, el crecimiento de las plantas y los animales, la propagación de las epidemias, etcétera.

Después de Newton y Leibniz, la matemática se convirtió en el estudio de los números, las formas, el movimiento, el cambio y el espacio. La mayor parte del trabajo inicial que involucraba el cálculo se dirigió al estudio de la física. De hecho, muchos de los grandes matemáticos de la época fueron también físicos notables. En aquel momento no había una división tan tajante entre las diferentes disciplinas del saber como la hay en nuestros días. El conocimiento no era tan vasto y una misma persona podía ser artista, matemática, física, y otras cosas más, como lo fueron, entre otros, Leonardo Da Vinci y Miguel Angel.

A partir de la mitad del siglo XVIII nació el interés en la matemática como objeto de estudio. En otras palabras, la gente comenzó a estudiar la matemática ya no sólo por sus posibles aplicaciones, sino por los desafíos que vislumbraba la enorme potencia introducida por el cálculo.

Sobre el final del siglo XIX, la matemática se había convertido en el estudio del número, de la forma, del movimiento, del cambio, del espacio y también de las herramientas matemáticas que se utilizaban para ese estudio.

La explosión de la actividad matemática ocurrida en este siglo fue imponente. Sobre el comienzo del año 1900, el conocimiento matemático de todo el mundo hubiera cabido en una enciclopedia de 80 volúmenes. Si hoy hiciéramos el mismo cálculo, estaríamos hablando de más de 100 mil tomos.

El desarrollo de la matemática incluye numerosas nuevas ramas. En alguna época las ramas eran doce, entre las que se hallaban la aritmética, la geometría, el cálculo, etcétera. Luego de lo que llamamos “explosión” surgieron alrededor de 60 o 70 categorías en las cuales se pueden dividir las diferentes áreas de la matemática. Es más, algunas –como el álgebra y la topología– se han bifurcado en múltiples subramas. Por otro lado, hay objetos totalmente nuevos, de aparición reciente, como la teoría de la complejidad o la teoría de los sistemas dinámicos.

Debido a este crecimiento tremendo de la actividad matemática, uno podría ser tildado de reduccionista si a la pregunta de “¿qué es la matemática?” respondiera: “Es lo que los matemáticos hacen para ganarse la vida”.

Hace tan sólo unos veinte años nació la propuesta de una definición de la matemática que tuvo –y todavía tiene– bastante consenso entre los matemáticos. “La matemática es la ciencia de los patterns” (o de los patrones).

En líneas muy generales, lo que hace un matemático es examinar patterns abstractos. Es decir, buscar peculiaridades, cosas que se repitan, patrones numéricos, de forma, de movimiento, de comportamiento, etcétera. Estos patterns pueden ser tanto reales como imaginarios, visuales o mentales, estáticos o dinámicos, cualitativos o cuantitativos, puramente utilitarios o no. Pueden emerger del mundo que nos rodea, de las profundidades del espacio y del tiempo o de los debates internos de la mente.

Como se ve, contestar la pregunta –¿qué es la matemática?– con un simple “es el estudio de los números”, a esta altura del siglo XXI es cuanto menos un grave problema de información, cuya responsabilidad mayor no pasa por quienes eso piensan sino de los que nos quedamos de este otro lado, disfrutando algo que no sabemos compartir.





Página12 1/3/2006





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jueves, 5 de julio de 2012

Sobre vocablos necesarios pero insuficientes

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por Alejandro Kaufman
Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y de la Universidad Nacional de Quilmes




El autor examina las particularidades del “discurso políticamente correcto”, en relación con el prejuicio y la discriminación y “en sociedades desacopladas del tren de la modernidad, como la nuestra”.




Prejuicio y discriminación son términos instalados en diversas tramas normativas. Forman parte del orden político, social y cultural y tienen variadas inscripciones en las prácticas socioculturales. Suponen la disposición de ciertas distinciones y normas apropiadas para una convivencialidad compatible con principios de igualdad y reciprocidad. Tales normas limitarían las acciones de exclusión o violencia sustentadas por distinciones o categorías susceptibles de estigmatizar a las personas, en la medida en que las acciones individuales o los rasgos singulares fueran considerados indiferentes por sus propios méritos, sólo calificables en función del estigma.


Un problema que suscita la confianza en el poder de palabras como prejuicio y discriminación reside en que permiten describir simplificaciones extremas de acontecimientos y acciones humanas, en tanto destinadas a legitimar y reproducir la opresión sobre la base de criterios asimétricos sistematizados. La delimitación de tales simplificaciones emerge en el transcurso de las luchas por la igualdad, ya sea que se trate de confrontaciones con regímenes políticos como el del apartheid sudafricano, o de prácticas culturales ancestrales como la opresión de género. En este contexto se instalan múltiples circunstancias emancipatorias, que van desde la abolición de la esclavitud hasta el voto femenino, desde el cambio voluntario de sexo hasta el acceso universal a la educación, desde la lucha contra el antisemitismo hasta la instauración de los derechos de los niños. Por abreviada que sea una enunciación de esa diversidad, no resulta difícil señalar el carácter múltiple de aquello que se subsume bajo una denominación unívoca como la de “discriminación”. El término contiene una apelación valorativa indeterminada: discriminar es seleccionar y excluir al mismo tiempo. Seleccionar denota preferencia y segregación. Solamente la segunda acepción de la RAE señala una significación peyorativa, porque implica “dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”. Ese “etcétera” nos remite a la multiplicidad mencionada.

“Segregar” aparece como un acto divisorio, tajante, simple, pero aquello que se “segrega” supone una diversidad inabarcable y heterogénea. En esa diferencia radica una tensión inherente a la temática de la discriminación, así como la cifra de sus limitaciones para asegurarnos de manera eficaz la realización emancipatoria que prometen las acciones contra la discriminación, tal como suelen estar inscriptas de manera generalizada en las prácticas sociales contemporáneas instituidas. La tensión referida entre la simplificación reductora de las palabras analizadas y la diversidad multiforme de los ejemplares a los que las palabras refieren remite en definitiva a la naturaleza misma del nombre.

Cuando designamos un caso o un individuo con un nombre que no pertenece exclusivamente al designado, estamos “prejuzgando” porque reducimos su multiplicidad a un segmento del discurso compartido por todos los casos o individuos así denominados. Esta generalización conceptual que antecede tiene como finalidad distinguir entre la denominación, la categorización, la designación, todas ellas formas de “discriminación” y las acciones que se alegan como consecutivas a dichas distinciones. Si la esclavitud fue argumentativamente fundamentada sobre la inferioridad de quienes eran distinguibles por el color de su piel, y si la memoria no cesa de recordarnos la huella de la ignominia implicada por la distinción del color, no por ello la inversión de los términos en sus contrarios nos garantizará una protección contra la opresión o la crueldad, aunque es probable que el uso del color como parte de la argumentación se vea inhibido. En ello consiste el problema que atañe a la “corrección política”. Se sustituyen unas distinciones por otras, en tanto que se procura la institucionalización de términos exentos de toda memoria ignominiosa para describir emancipatoriamente a quienes fueron o son aún perseguidos, oprimidos o mortificados. Se legitima de esta manera un estatuto jurídico cuyas consecuencias sobre los derechos y las condiciones de vida de los afectados no podrían dejar de reconocerse, pero a la vez se provocan consecuencias culturales fuera de proporción con los beneficios obtenidos. Hoy en día es difícil no sonreír ante esos lenguajes, aunque hay perspectivas muy diferenciadas al respecto, y en ello radica un problema principal. Es diferente la significación de esa sonrisa en los ámbitos en que las conquistas emancipatorias fueron realizadas, que en aquellos en que sólo se convierte en un remedo estólido de una risa injustificada. En los ámbitos en que las conquistas emancipatorias han tenido lugar –aunque no estén exentos por ello de eventuales regresiones– la sátira convive con la juridicidad de un modo conceptualmente desgarrador, pero pacíficamente convivencial.

Tomemos el ejemplo de South Park, reciente modalidad satírica de noble linaje. La crudeza y la agresividad que caracterizan a ese dibujo animado norteamericano sólo pueden comunicarse en sociedades liberales, en las que numerosos grupos históricamente discriminados han alcanzado significativas conquistas en sus condiciones de existencia, sin perjuicio, hay que insistir en ello, de eventuales regresiones o contradicciones y limitaciones de diferente índole.

Lo curioso es lo que sucede cuando una serie como South Park se difunde en un ámbito cultural al que resulta ajena la problemática en toda su plenitud, y se da lugar en consecuencia a la circulación de un discurso burlón sobre la corrección política allí donde la corrección política ni siquiera se insinuó en práctica social alguna. Al mismo tiempo, y sin dejar de transitar algunas paradojas, estas mismas tensiones pueden contribuir a su manera a facilitar trayectorias emancipatorias.

South Park fue emitida durante un breve lapso en la TV de aire de Buenos Aires, tal vez hasta que los programadores advirtieron la inconveniencia de una difusión tan liberal dirigida a una audiencia culturalmente distante. Este tipo de desajustes, anacronismos y falsos encuentros son característicos de la globalización comunicacional y dan lugar a los procesos de censura que acontecen en muchos países, así como al surgimiento de movimientos culturales y religiosos antimodernistas que, ante la historia de los cambios culturales de “Occidente”, plantean la supresión, la censura y la represión incluso violenta y hasta terrorista de las prácticas emancipatorias. Para ello, no sólo emplean argumentos y pretextos dogmáticos, sino a veces las propias enunciaciones emancipatorias. Así, podemos encontrar movimientos de mujeres que reivindican el uso de indumentarias que simbolizan la subordinación de género, y lo hacen desde una alegada perspectiva de género.

Explorar este territorio desde una mirada informada intelectualmente demanda inquirir en debates filosóficos, culturales y políticos sobre el multiculturalismo, el relativismo y el universalismo, en tanto tramas conceptuales que fundamenten o hagan inteligibles estos problemas. Sin embargo, como sucede desde siempre en la historia cultural, “el Búho de Minerva levanta vuelo al atardecer”, sentencia que alude al retraso estructural con que el pensamiento crítico acude a la conciencia después de los acontecimientos.

Una forma en que hoy en día es comprobable esta dilación en relación con la problemática del prejuicio y la discriminación es que la opresión, la crueldad y la subordinación –en palabras más adecuadas: las relaciones de poder– estructuran tramas discursivas que renuevan condiciones asimétricas eludiendo los debates intelectuales conocidos, así como los dispositivos jurídicos conquistados. No fue otra cosa lo que sucedió con los procesos de emancipación moderna respecto de la explotación, la alienación y el consumo. No se persistió en las formas que millones padecieron, sino que esas formas fueron transformándose para, primero, cambiar los padecimientos y, finalmente, trocar los padecimientos mismos por modalidades felices de subordinación y dependencia; de modo que los viejos lenguajes emancipatorios sólo se pueden emplear al precio del lecho de Procusto de los ideologemas de museo, repetidos como letanías inocuas. Es lo que sucede con algunos de los lenguajes de los progresismos, las izquierdas y los democratismos.

Los asuntos que identificamos como articulables con “prejuicio” y “discriminación” atraviesan diversos procesos de mutación, transformación y cambio que neutralizan los lenguajes disponibles y crean nuevas situaciones que no son inmediatamente reconocibles ni caracterizables como opresivas o asimétricas.

Los cambios radicales que experimentaron en innumerables sentidos las nociones de pobreza y riqueza, necesidades esenciales o consumos suntuarios, lesionaron también la conflictiva dicotomía histórica entre “socialismo” en el sentido de la adhesión filosófico política al valor de la igualdad, y reconocimiento de la “diferencia” como adquisición de un registro sin el cual el valor de la igualdad se ha limitado a cimentar las bases de aquellos totalitarismos que fueron definidos como dictaduras de las necesidades. Aquellas que sacrificaron la libertad en el altar de una equidad entendida como equivalencia distributiva.

Habíamos mencionado un icono del ironismo que satiriza la corrección política, significativo por su amplia difusión mediática. Para proseguir, y sin el menor atisbo de extensión, ya que no de exhaustividad, es necesario señalar la denigración satírica de la corrección política como tópico hegemónico en buena parte de la crítica cultural contemporánea. En los últimos años se ha ido volviendo evidentemente insostenible la confianza progresista en los paradigmas jurídicos de la lucha contra la discriminación, dado el auge de nuevas modalidades de violencia segregatoria en innumerables variables. Sin abundar y sólo para ejemplificar: los límites en las luchas por la emancipación de género en algunas partes y los brutales retrocesos antimodernos en otras; el neorracismo perseguidor y represor de inmigrantes, muchas veces imbricado con la estigmatización de los árabes y del Islam; la intangibilidad de la meritocracia, cuestionada en otras épocas y hoy en día endiosada y enaltecida más allá del terreno del conocimiento y las destrezas y el cultivo de las formas corporales y los desempeños libidinales.

Es precisamente la impotencia del discurso políticamente correcto para cambiar las condiciones reales de la existencia de la mayoría de la humanidad aquello que aporta un riquísimo material al arte, la literatura, el cine y la televisión, y no solamente en clave abiertamente satírica. Sin ningún esfuerzo taxonómico, pensemos en forma sucinta en Tod Solondz, Lars von Trier, Jim Jarmush, Ettore Scola, Abbas Kiarostami, Mohsen Majmalbaf, o tomemos ejemplos tempranos de la literatura argentina como Lamborghini, Copi, o el propio Borges.

Desde luego, se trata de dar por sentado que no hay un real debate sobre la igualdad y la lucha contra la segregación si no se aplica una mirada crítica sobre las “identidades” como modalidades de amparo y afirmación de la otredad. (...) Las publicidades sobre “capacidades diferentes” nos interrogan sobre si necesitamos que una telefonista sea vidente o camine sobre sus propias extremidades y las de trasplantes de órganos comparan la espera del transporte público con la de los órganos donantes. El mundo de las identidades y sus transformaciones se ha vuelto caótico, y la instrumentalidad de los discursos de la corrección política ha pasado de ser una gran promesa cuasi utópica a la completa falta de encanto de los discursos de las reivindicaciones gremiales. Hacemos empleo de ellos y los necesitamos, pero no nos hablan de otros mundos, ni de horizontes abiertos. Buscamos experiencias estéticas y espirituales en el ironismo y la sátira, que nos garantizan un compromiso implícito con los valores igualitarios y emancipatorios del legado ético de la historia cultural de un modo aún desinteresado y negligente, sin apologías y, sobre todo, sin la presunción de construcciones institucionales y políticas que siguen las reglas de las relaciones de poder hegemónicas.

Estas reglas dictaminan el dominio de la eficiencia instrumental en la producción y el trabajo, y de la eficiencia libidinal en el consumo, el entretenimiento y la realización placentera y feliz de los sentidos. Es un mundo idealmente indoloro, donde el aparato jurídico protege no sólo de la humillación segregatoria, sino también de otras formas de violencia que acontecen en forma microscópica y aleatoria en la vida cotidiana, sea familiar, de género, acoso laboral o mobbing, acoso escolar o bullying.

La paradoja que se nos presenta es que en sociedades desacopladas del tren de la modernidad como la nuestra, ciertos avances o transformaciones que son emancipatorios en relación a relaciones de poder más violentas y crueles de épocas pasadas, se instalan desde afuera, importados, y en forma tardía, cuando ya han perdido su vigor como promesas. Entre nosotros conviven con nuestra homogeneidad identitaria, implicada en el mito del “crisol de razas”, gran dispositivo de dominación fundado en algunos rasgos impuestos en forma universal sobre la base del relato identitario de la argentinidad. Como corolario se registra la deprivación del reconocimiento de las modalidades segregatorias y prejuiciosas realmente existentes, más allá de lo que se dice y acepta en forma explícita (tres inmensos genocidios que vertebran nuestra historia, el de los pueblos originarios, el de la guerra del Paraguay y el de la dictadura del Proceso de 1976, aún están lejos de constituirse en sentido común en nuestra sociedad).

En tercer lugar se verifican subculturas ironistas sobre la corrección política, pero también movimientos sociales pequeños y vigorosos que han logrado importantes conquistas emancipatorias en la lucha por la igualdad, fundamento vigente de la condición humana en tiempos de incertidumbre.

La conclusión de estas observaciones apunta a que no podemos confiar en las modalidades estereotipadas y binarias que asume la corrección política, aunque no sería prudente tirarlas por la borda, como desgraciadamente suele apreciarse entre nosotros. En cambio, se trata de desenvolver sensibilidades y apreciaciones atentas, antes que a los dilemas de las categorías y segmentaciones previsibles, a los dramas que acontecen en forma singular en los avatares humanos. Aquello que el teatro, la literatura y el arte ya sabían desde la Grecia clásica en sus formas culminantes, no superadas aún por ninguna obra posterior, sino siempre reinterpretadas, recreadas por todas ellas. Esto, que se sabe en el propio terreno de las narrativas dramáticas, permanece aún dolorosamente divorciado de los discursos que anteponen la palabra “ciencia” a cualquiera de las modalidades cognitivas vigentes. Conservamos la deuda modernista entre el saber como conocimiento objetual y la sensibilidad como devenir ficcional subordinado. La lucha por la emancipación es también una lucha por los relatos

 
* Extraído de Vertex, Revista Argentina de Psiquiatría, 2007, vol. XVIII.



 
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Darwin: Viaje en el tiempo

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por Leonardo Moledo


Esta vez la cosa fue distinta: el jinete hipotético se dirigía hacia alguna parte del espacio cuando recordó que se cumplían 150 años de la primera exposición pública de la Teoría de la Evolución, aprovechando sus características insólitas...



...el hecho de ser hipotético, de boyar en la niebla de la ciencia, se imaginó cayendo en un remolino temporal y plantándose ante el propio Darwin en su casa de Down (afueras de Londres), e intimidado, sabiendo que tendría que enfrentarse a la increíble hipocondría del gran científico que se filtraba en cada uno de sus diálogos (como bien consta en su Autobiografía) se atreve a hablarle, con una reverencia indigna de la ciencia, pero sí digna de la situación de hallarse frente a alguien tan grande como Copérnico o Galileo y balbuceando, intenta empezar (si se puede hablar de tal cosa cuando se han atravesado los hilos tenues del tiempo)... ¿Cómo se le habla a un héroe?

–Hace ciento cincuenta años y un día, el 1º de julio de 1858, se presentó la Teoría de la Evolución en la Linnean Society de Londres, lo cual no deja de ser interesante, ya que Linneo (1707-1778) fue el gran campeón de la fijeza de las especies.

–Me siento tan mal, me cuesta tanto conversar o escribir... ¿y por qué no lo hizo ayer, que me sentía un poco mejor?

–Porque la página de ciencia se publica los miércoles. El trabajo se presentó junto al que Alfred Russell Wallace (1823-1913) envió para que fuera evaluado por usted y donde se exponían conclusiones parecidas a las suyas.

–Wallace había llegado casi exactamente a las mismas conclusiones generales a las que había llegado yo sobre el origen de las especies.

–Y es notable que en vez de de-satarse una guerra por las prioridades, se haya resuelto todo de acuerdo con las mejores tradiciones del fair play. Me gustaría que dijera algo sobre su teoría de la selección natural, ya que no utiliza el término “evolución”, ni en el trabajo presentado en julio ni en El origen de las especies, aparecido en noviembre de 1859.

–Apenas puedo con mis dolores... me resulta dificultoso hablar e incluso escribir respuestas a la enorme cantidad de cartas que recibo... la selección natural, sí: podemos comprender, hasta cierto punto, por qué hay tanta belleza por toda la naturaleza, pues esto puede atribuirse, en gran parte, a la acción de la selección natural.

–Y las fuentes de su teoría las encontró en el Ensayo sobre la población, de Malthus...

–Malthus sostenía que el único límite para el crecimiento de la población estaba dado por el medio ambiente y la cantidad de alimentos, que crecían más despacio que aquélla y que obligaría a los hombres a competir tenazmente por ellos; sólo algunos sobrevivirían.

–Y eso le dio la pista...

–De cada especie y en cada generación, nacen muchos más ejemplares de los que el medio ambiente puede sostener; solamente una fracción sobrevive a la lucha por la existencia y llega a poder reproducirse. Como nacen más individuos de los que pueden sobrevivir, y parte de éstos deben desaparecer, en cada caso hay una lucha por la existencia, ya sea entre individuos de la misma especie, con los de otra o con las condiciones de vida.

–Y sobreviven los más adaptados.

–Claro. Entre los individuos hay muchas diferencias ligeras, como las que se observan en distintos descendientes de los mismos padres. Estas diferencias son de gran importancia, ya que aportan material sobre el cual actúa acumulativamente la selección natural, tal como el hombre acumula, en una dirección determinada, las diferencias individuales de las especies domésticas. Y así, cuando observamos las transformaciones producidas a lo largo de los períodos geológicos sólo vemos que las formas orgánicas actuales son muy diferentes de las antiguas.

–Bueno, usted tuvo la influencia de Lyell y su hipótesis de que los grandes cambios geológicos se producen por acumulación de pequeños cambios a lo largo de grandes períodos.

–La antigua idea de que todos los seres que poblaban la Tierra habían sido aniquilados por catástrofes sucesivas ha sido abandonada. Opinamos ahora que las especies y grupos de especies desaparecen gradualmente, unos tras otros, primero de un sitio, luego de otro y, por fin, del mundo.

–Su teoría cambió por completo el lugar del hombre en la naturaleza.

–Aunque es mucho lo que permanece oscuro, no puedo abrigar la menor duda de que el punto de vista que hasta hace poco sostenía la mayoría de los naturalistas, y que yo mantuve anteriormente, a saber, que cada especie ha sido creada de manera independiente, es erróneo. Estoy convencido de que las especies no son inmutables, sino que las que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes directos de alguna otra especie generalmente extinguida, de la misma manera en que las variedades reconocidas de una especie cualquiera son descendientes de esta especie.

–¿Qué es lo que permanece oscuro?

–Las leyes que gobiernan la herencia son desconocidas. Nadie puede decir por qué algunas características se heredan a veces y a veces no; por qué un individuo se parece en ocasiones a sus abuelos o a sus antepasados aún más remotos, ni por qué algunas peculiaridades se transmiten a los descendientes de ambos sexos y otras sólo a los de un sexo.

–Ah, en eso puedo ayudar. En estos mismos momentos, en un monasterio austríaco, un monje llamado Gregor Mendel (1822-1884) está, precisamente descubriendo las leyes de la herencia, que publicó en una revista no muy leída.

–Me siento tan mal, estoy tan enfermo que no hay día que no sea un verdadero tormento para mí... quizás haya recibido esa revista, pero no tengo fuerzas para leerla...

–Mmmmm... ¿y qué pasa con la cuestión religiosa?

–Antes pensaba que hay magnificencia en esta concepción de que la vida, con sus variadas posibilidades, fue alentada originariamente por Dios, pero más tarde dejé de creer en esa posibilidad y ahora pienso que la Naturaleza sola se basta y se sobra... pero ya estoy agotado... y debo descansar de mis dolores... pero... ¿cómo sabe usted todas estas cosas?

Ante lo cual el jinete hipotético saca un ejemplar de El origen de las especies y dice:

–Las leí en su libro –y haciendo un supremo esfuerzo, se sobrepone a sí mismo, pide al gran científico que se la autografíe.

–Apenas si puedo escribir... mi cuerpo está atravesado por dolores día a día...

Y así terminó la alucinación temporal... El jinete hipotético regresa a su época justo a tiempo para editar esta charla, lamentando que la hipocondría de Darwin (que pese a sus múltiples dolores que lo tenían desde los 30 años al borde de la muerte, según decía permanentemente, vivió hasta los 73) lo haya privado de un ejemplar autografiado, pero al mismo tiempo contento por haber rendido homenaje a quien elaboró la gran Teoría de la Evolución.



Diario Página12 2/7/2008.-



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Gerardo Guinea Diez en nuestro rincón poético

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Ser ante los ojos (Al amanecer II)


El ser
resguardando lo verdadero
y falso de nuestros espejos,
ánimas desolladas por las hendeduras
que nuestras sombras
van dejando en los muros
de calles de bisbiseos escatológicos,
de manchas que testimonian tiempos
escindidos,
yugos floreados
en llantos de olvidos;
muros y calles,
madriguera del ser,
anunciación de pasadomañanas
que nunca llegaron.

El ser,
siervo notable que trampea
el cerco de la nada,
la que resulta escaño en el yerro
de los que creyeron en el escarmiento
como un paulatino camino
hacia la obediencia.

El ser y el hombre
que aún se cree niño
y ve con ojos de daga,
una realidad que no sabe cortar.
Del niño y el pan en la mesa,
del niño que arrima a su hombro
un poco de inocencia
para calmar su hambre y desolación.

Y entonces, ese niño,
que es hombre,
entrevé en el boquete de las horas
el portillo que lo devuelve
a la edad de la inocencia,
a ese interludio de los días
en que jugar detrás de los árboles
o en el filo de la inmanencia
era más que cuestión de honor:
las risas de sus compañeros,
cobertizo para protegerse
de la intemperie de la congoja.

Ellos y el hombre,
que aún es un niño,
soñaban con inaugurar
la época del avallasamiento del dolor;
un día, apostándole a un balón,
otro, simplemente a ver el cielo,
otro, a fortalecer el enclenque
sentimiento de la vida.
Hacerlo de ese modo, así, nomás, simple,
tal vez para amancebarse con la felicidad,
esa que sólo sabe dar la lluvia,
el canto de un grillo,
la penumbra de la calle,
los ojos de una niña,
pájaro luminoso,
viento equivocado,
redención a punto de suceder.


Esa felicidad,
la de la cerveza en la tienda del barrio,
la del saludo mañanero;
ésa, la de la joven mujer
que resulta ser un cruel enigma,
ella, la que nos moja los sueños
y nos engaña cuando funda abril
como un tiempo,
cuando inventa diciembre como una alegoría,
cuando en su vientre se gesta agosto,
o quizá mayo
para iniciar un siglo de largos
y húmedos aguaceros.

El niño, creyéndose hombre,
husmea en las esquinas del barrio
a sus antiguos fantasmas.
¿Qué sería de Chus?
¿Qué sería del Chino?
¿Qué sería...?
y así, entre interrogantes,
va descubriendo cómo se dibuja
en el aire la mano devota
que renueva la memoria del aire,
la del fuego.


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