Label Cloud

viernes, 21 de junio de 2013

En búsqueda de una partícula elemental

.



El Dr. Daniel De Florián, uno de los científicos argentinos que trabaja en la física de partículas, estuvo en el centro INTI-Física y Metrología para exponer sobre el proyecto del “Gran Colisionador de Hadrones”, el LHC, ubicado en la frontera franco-suiza



“Durante los últimos meses hubo interés en el LHC -recordó el Dr. Daniel De Florián, físico y profesor de la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), al hablar en el Centro Física y Metrología del INTI-. Y se hicieron preguntas sobre qué es, si vamos a conocer el origen de la ‘materia oscura’, si se va a reproducir el ‘Big Bang’, si van a producirse ‘agujeros negros’, etc.”.

De Florián aclaró que los científicos argentinos que colaboran en el proyecto pertenecen a la UBA y a la Universidad de La Plata, siendo ésta la primera vez que instituciones argentinas colaboran en un proyecto de tal importancia, junto con más de 2.000 físicos de 34 países y cientos de universidades y laboratorios. Además señaló que el “Gran Colisionador de Hadrones” (“Large Hadron Collider”), más conocido por sus siglas en inglés LHC, “hace colisionar partículas que son protones, pero a una energía muchísimo más alta de las que nunca se alcanzó antes en un laboratorio, que son 14.000 Giga electrón volt o 14 millones de electrón volt”. Los protones son acelerados al 99% de la velocidad de la luz y chocan entre sí produciendo altísimas energías (aunque a escalas subatómicas), que permitirían simular eventos ocurridos inmediatamente después del “Big Bang”.

“El sueño de la física de partículas elementales sería tener una única teoría, a partir de la cual generar todas las demás, con una interacción fundamental -explicó De Florián-. Esto se conoce como la ‘Teoría del Todo’ unificada, que tiene nombre pero no sustancia. Hace doscientos años se pensaba que la fuerza eléctrica y la magnética eran cosas diferentes, sin embargo luego entendimos que eran dos fenómenos de la misma fuerza, relacionados con las cargas eléctricas”. Hoy se interpreta que “las fuerzas y las partículas se generan a partir de las simetrías de la naturaleza”, agregó.

Con el LHC podrían probarse otros modelos teóricos, cuyo candidato principal se conoce como “supersimetría”, combinando cosas como el espacio-tiempo y las dimensiones internas. Entre las causas por las cuales la supersimetría es tan popular en la Física, la fundamental es que podría explicar algo que no se comprende en la naturaleza, conocido con el nombre de “materia oscura”, que representa algo así como el 25% de la materia del universo.

“Siempre decimos -puntualizó el invitado del INTI-Física y Metrología- que la materia está compuesta por quarks y electrones y en verdad lo único que conocemos es alrededor del 4% ó 5% del universo, formado por planetas, estrellas, lo que podemos observar. Sabemos, sí, que hay una gran cantidad de materia extra, que no la podemos ver: sectores externos de galaxias que se mueven a velocidades mucho mayores de las que uno esperaría”.

Podría ser que esas partículas supersimétricas sean reliquias del “Big Bang” que quedaron en el universo y bañan a todas las galaxias, responsables de alguna manera del comportamiento gravitatorio. Descubrirlas sería muy importante para entender cuestiones cosmológicas. Respecto de algo que se llama “energía oscura”, no se conoce nada, y es el restante 70% del universo. Otra cuestión interesante, es la idea de que pueden existir dimensiones espaciales extremas.

El LHC es el acelerador que alcanza la energía más grande desde el punto de vista controlado, pero en la naturaleza todo el tiempo existen colisiones de energía mucho más grandes. En el último año, con los detectores del Proyecto Auger se encontró una partícula con una energía que es 10 millones de veces la del LHC. De estas hay un montón: uno puede calcular 10 millones de LHC por segundo, sin que pase nada.

El acelerador más grande está sobre un túnel que existió para otro proyecto: el LEP, entre Francia y Suiza, alrededor de cien metros bajo tierra. Allí, en una circunferencia de 27 kilómetros se aceleran las partículas por determinados lugares y chocan, como se verifica con los detectores principales Atlas y CMS. Alrededor hay objetos más pequeños, que son aceleradores más viejos usados como preinyectores. El 10 de septiembre pasado se pasó desde el anteúltimo de los aceleradores al principal, inyectándose las partículas y manteniéndose en una dirección durante una hora; luego se hizo en la dirección opuesta, en un único haz, consiguiéndose que se mantuvieran dentro del acelerador, sin colisiones, porque simplemente lo que se hacía era tener un haz por vez. La idea era mantener un haz de protones en una dirección y otro en la opuesta, y que chocaran. De hecho hubo colisiones, o sea que los detectores funcionaron, pudieron ver algo de lo que pasaba.

Esos 27 kilómetros de circunferencia están rodeados por bobinados superconductores que funcionan a una temperatura de 1,8 Kelvin (aproximadamente -271 ºC) que son los que logran curvar y acelerar el haz de protones. Cuando comenzaron a funcionar los imanes surgió un desperfecto y el exceso de temperatura en una unión pudo fundir alguna parte externa de estos dipolos y escaparse el helio que los enfría. De Florián dijo que la reparación no lleva demasiado tiempo, pero enfriar tales objetos demorará semanas y cuando eso ocurra arribará el invierno a Europa y el acelerador consumirá una energía macroscópica equivalente a la de la ciudad de Ginebra (Suiza). Esto hace que el acelerador no pueda ser encendido ni en los picos de invierno ni en los de verano, ya que la ciudad se quedaría sin electricidad. Por eso recién en marzo o abril de 2009 se reencendería.


Revista SAber Cómo N°70 Noviembre 2008
INTI - Instituto Nacional de Tecnología Industrial


.




viernes, 14 de junio de 2013

Aca seca trio canta con nosotros

.
Adolorido de Juan Quintero


Ya está, no hay mas

de andar hurgándome

con qué derecho

te has venido hasta acá

a hacerme tanto mal

con qué derecho has podido.



Con tanto llanto que te ha dado

te hei malcriado

y siempre querés de más.

Dolor andate ya

no quiero verte conmigo.



Ya está, no hay mas,

deje, ya ha revalsao

la gota el vaso



Ya está, no hay mas

basta de andar hurgándome

en el pecho

con qué derecho

te has venido hasta acá

a hacerme tanto mal

con qué derecho has podido.



Con tanto llanto que te ha dado

te hei malcriado

y siempre querés de más.



Dolor andate ya

no quiero verte conmigo.



Ya está, no hay mas,

deje, ya ha revalsao

la gota el vaso

y he torcío el brazo,

no puedo darte mas,

acá ya has terminao

buscá otro suelo mi amigo.



Hasta el recuerdo

está borroso

y al tiempo hermoso

a hacerme tanto mal

con qué derecho has podido.



Con tanto llanto que te ha dado

te hei malcriado

y siempre querés de más.



Dolor andate ya

no quiero verte conmigo.



Ya está, no hay mas,

deje, ya ha revalsao

la gota el vaso

y he torcío el brazo,

no puedo darte mas,

acá ya has terminao

buscá otro suelo mi amigo.



Hasta el recuerdo

está borroso

y al tiempo hermoso

Con tanto llanto que te ha dado

te hei malcriado

y siempre querés de más.



Dolor andate ya

no quiero verte conmigo.



Ya está, no hay mas,

deje, ya ha revalsao

la gota el vaso

y he torcío el brazo,

no puedo darte mas,

acá ya has terminao

buscá otro suelo mi amigo.



Hasta el recuerdo

está borroso

y al tiempo hermoso

triste me lo has dejao.



Ya está, no vuelvas mas

y siempre querés de más.



Dolor andate ya

no quiero verte conmigo.



Ya está, no hay mas,

deje, ya ha revalsao

la gota el vaso

y he torcío el brazo,

no puedo darte mas,

acá ya has terminao

buscá otro suelo mi amigo.



Hasta el recuerdo

está borroso

y al tiempo hermoso

triste me lo has dejao.



Ya está, no vuelvas mas

ite por donde has venido.

no quiero verte conmigo.



Ya está, no hay mas,

deje, ya ha revalsao

la gota el vaso

y he torcío el brazo,

no puedo darte mas,

acá ya has terminao

buscá otro suelo mi amigo.



Hasta el recuerdo

está borroso

y al tiempo hermoso

triste me lo has dejao.



Ya está, no vuelvas mas

ite por donde has venido.



California renovable

.



por Gustavo Daniel Gil




Las políticas públicas para promover las energías sustentables en el Estado del oeste norteamericano son un ejemplo de planificación inteligente. Sus 33.000 instalaciones de todos los tamaños generan casi 280 MW con energía solar, el equivalente al 40% de los 700 MW de la central atómica Atucha II.


California suele asociarse con la maquinaria de Hollywood y con un nivel de consumo todavía más salvaje que en el resto de Estados Unidos. Sin embargo, el soleado distrito gobernado por el actor Arnold Schwarzenegger, viene demostrando también un sostenido esfuerzo en promover la generación distribuida de energías renovables que va más allá de las declaraciones; California produce 279,5 MW con energía solar, generados por unos 33.000 sistemas grandes y pequeños en todo el Estado. Estas cifras pueden adjudicarse a una continuada política implementada desde finales de 2001 y a las modificaciones introducidas desde el 1º de enero de 2007 con el programa estatal denominado Iniciativa Solar de California (CSI por sus siglas en inglés), que ha impulsado el crecimiento de instalaciones de generación distribuida, recibiendo más de 10.000 solicitudes desde su puesta en marcha, lo que representa la generación de 249,3 MW más con este sistema.

En 2008 se sancionó además con fuerza de ley el llamado Proyecto 811, que autoriza a los gobiernos municipales a ofrecer a los vecinos financiación a largo plazo para instalar sistemas de energías renovables y mejorar la eficiencia energética de sus casas. Para mencionar un caso tipo, un propietario que quisiera pedir un crédito para actualizar el sistema de aire acondicionado de su vivienda y aumentar su eficiencia (para que pase de 6 a 14 puntos en la escala SEER (Seasonal Energy Efficiency Ratio)), necesitaría invertir US$ 7.500. Así, el ahorro generado para el usuario sería de US$ 170 mensuales, justamente el doble de los US$ 85 por mes que le demandaría el pago del préstamo.

¿Cómo funciona este proyecto? En primer lugar, el municipio que adopta la ley es el encargado de establecer en su ciudad un Distrito de Financiación. Los costes de capital de los sistemas de energía solar son financiados con la venta de bonos municipales. El dueño de la propiedad utiliza los fondos proporcionados al distrito de financiación para contratar a una empresa e instalar el sistema solar o de mejoras de energía limpia. En el distrito de financiamiento se hace a continuación una evaluación de los impuestos de la propiedad que se utilizan para pagar el préstamo, más los intereses y gastos administrativos, durante un plazo fijo (normalmente alrededor de 20 años). Si la propiedad es vendida durante el período de amortización, los siguientes dueños están obligados a seguir pagando. El programa es completamente voluntario, por lo que el impuesto a la propiedad no cambia para aquellos propietarios que optan por no participar.

Al proporcionar la financiación y la fijación de estos sistemas a la propiedad, los programas de financiamiento permiten superar una de las principales barreras para la instalación de paneles solares y modernizaciones en eficiencia energética como son los altos costos de instalación. A su vez resuelve que los bienes pueden ser vendidos antes de que el sistema y las inversiones sean amortizados a través del ahorro en la factura de servicios públicos. Hasta la fecha, se han adjudicado US$ 2,3 millones en préstamos y 5 millones en compromisos.

Incentivos reales

Los clientes de los servicios eléctricos de California reciben incentivos por adelantado al instalar sistemas de energía solar fotovoltaica en viviendas, empresas y edificios comunitarios. En ese marco, la Iniciativa Solar de California se articula con los distintos programas estatales disponibles, como el de vivienda asequible, el de investigación y desarrollo, y el programa piloto de colectores solares térmicos. Cada uno de ellos cuenta con un presupuesto determinado.

La CSI consiste en 10 años de apoyo estatal para la energía solar e incluye varios programas de incentivos, como el Programa de Nuevas Fuentes de Energías Renovables (ERP) y el Programa de Incentivos para Autogeneración conocido como SGIP.

El Programa de Incentivos para Autogeneración subsidia la instalación de aerogeneradores, celdas de combustible y sus sistemas de almacenamiento relacionados. A su vez, actúa en coordinación con el Programa de Energías Renovables Emergentes, que también otorga incentivos para instalar pequeños generadores eólicos y sistemas de pilas de combustible de menos 30 MW de potencia.

Por otro lado, los clientes de la empresa generadora San Diego Gas & Electric pueden aprovechar un proyecto piloto, el Programa Solar de Agua Caliente, para acceder a incentivos para adquirir colectores solares térmicos. Los californianos también cuentan con lo que su gobierno denominó Nuevo Programa de Casas Solares, que promueve la construcción de las viviendas eficientes. Todas estas iniciativas estatales tendientes a difundir la generación y uso sustentable de la energía están disponibles en las zonas en la que operan las generadoras Pacific Gas & Electric, San Diego Gas & Electric y Southern California Edison para las plantas de energía, incluidos los generadores instalados en las viviendas de los clientes. En algunos casos, los incentivos también abarcan a empresas de servicios públicos más pequeñas, como Pacificorp, que también intervienen en la administración del sistema. En este momento la Comisión de Servicios Públicos de California está evaluando una propuesta para armar un programa de incentivos personales para la generación solar de agua caliente en todo el Estado.

Hoy por hoy

El Estado de California se encuentra en la denominada Fase 3 de la Iniciativa Solar de California para fomentar por parte de la población el uso de sistemas de generación de energías renovables. En esa dirección decidieron hacer 3 ajustes en sus líneas directrices: los préstamos de más de US$ 30.000 para equipamiento ahora requieren la aprobación del prestamista hipotecario a través de un "acuerdo de consentimiento", refrendada por escribano; el crédito máximo se fijó en US$ 100.000 por propiedad, mientras que la mitad de los fondos disponibles se reserva para medidas que tiendan a la eficiencia energética; y para los préstamos destinados a energía solar, el descuento CSI se asignará al contratista.

Según el análisis a cargo del Área de Energías Renovables del INTI sobre las medidas estatales tomadas en el California, las modificaciones introducidas en octubre de 2009 le aportan a la Comisión de Servicios Públicos del Estado una mayor flexibilidad para tomar decisiones en función de un gran programa en marcha. En esa línea, el concepto de apoyo a los productores de energía a baja escala fue ampliado de 1.5 MW a 3 MW. Así, los clientes-generadores tienen ahora la posibilidad de elegir qué tipo de compensación quieren recibir (dinero o créditos por kWh) y agiliza, en algún aspecto, los requisitos para la puesta en marcha de un proyecto. Los logros obtenidos en California en cuanto a generación distribuida de energías renovables son consecuencia de una clara política de planeamiento realizada desde comienzos de 2001 hasta la fecha. Estos antecedentes serán objeto de una exhaustiva mirada del Observatorio de Generación Distribuida del INTI.


Revista Saber Cómo N° 84 - INTI
Instituto Nacional de Tecnología Industrial

.


Padres e hijos

.


por Enrique Pinti



El esquema educativo en cuanto a la instrucción, siendo difícil, no es tan crítico y peligroso como la enseñanza de pautas de vida que debemos transmitir con el ejemplo más que con las órdenes estrictas. Y no son sólo los padres biológicos los que educan; el grupo familiar entero, los amigos adultos y sus hijos, los maestros, los medios de comunicación y los gobernantes también forman parte de una corporación que les muestra el camino a seguir.

Es muy claro que cada niño es un mundo y que aún naciendo en la misma familia, la diferencia entre hermanos es tan notoria que muchas veces hemos visto reproducirse el drama de Caín y Abel. Por eso hay que estar atentos a no hacer diferencias, a no declamar con vehemencia que "todo lo que le gusta estudiar a Tito es lo que no le gusta aprender a Pepito, que es un tarambana" (perdón por la antigüedad de este vocablo). Los chicos oyen, no dicen nada, pero por dentro Tito se infla como un pavo real y Pepito va juntando un odio y una envidia que pueden hacer desarrollar un sentimiento negativo. Otro detalle nefasto es comparar físicos y rasgos con desafortunados comentarios como "yo no sé a quien salió tan negrito si somos todos blancos" o "éste come como una bestia, lo que le des lo traga, es una ciénaga para el morfi; en cambio la nena es un problema, no come nada, nada le gusta y está en los huesos". Sin quererlo, estamos dando mandatos para que uno se convierta en un obeso y la otra en una anoréxica. Parece demasiado tremendista la afirmación, pero ocurre tantas veces que se ha convertido en un cliché de mal comportamiento.

Estimular al que tiene predisposición para el estudio es una cosa, pero presionar al sabiondo hasta el punto de retarlo porque no está en el cuadro de honor de la clase o no es el abanderado en los actos es ponerlo en la obligación de ser el mejor siempre y en todo, y eso, ya se sabe, no es posible.

Perseguir y acosar al perezoso en lugar de ayudarlo a buscar un interés particular por algo que también puede tener que ver con el estudio pero que a lo mejor está mas conectado con habilidades manuales, deportivas o artísticas puede ser la peor manera de educar.

No hay que perder tiempo en los primeros años de vida, ahí se forman las personalidades y hay que hacer todo lo posible para que ni la envidia, la soberbia, la pereza, la gula o la ira hagan nido en esas personitas en formación.

Los golpes de la vida les enseñarán el resto, y ellos mismos se verán en la situación de ser padres, maestros y educadores, y como los hayan criado así criarán.

Lo que hay que saber primero que nada es si uno tiene ese instinto paternal para guiar y cuidar a los niños, no hace falta ser padres biológicos para hacerlo, ya que son infinitos los casos en los que el nacimiento se produce mas por casualidad que por deseo y amor verdaderos y luego la carga de la educación se hace pesada y desagradable y sobrevienen las separaciones amargas y violentas tomando a los hijos como rehenes de situaciones en las que se habla sólo de dinero, cuernos, engaños y descalificaciones. Esa puede ser la peor escuela, la que deja huellas nefastas de las que muchos hijos pueden zafar, pero que a otros tantos los marcan y preparan para una cadena de abusos y malos tratos que ellos practicarán como un espejo siniestro de lo que no debe ser.

  Revista LaNación 9/6/2013.-     .

lunes, 10 de junio de 2013

Variaciones sobre un tema de Renzi

.


por Juan Sasturain



Emilio Solari solía ir regularmente a Mar del Plata, a visitar –es un modo de decir– a su padre y a su hermano mayor y soltero. Eran su familia o lo que quedaba de ella. Iba más o menos cada tres o cuatro meses y solía hacer coincidir el viaje con los cumpleaños ajenos y la escasez de fondos propios. No se daba mucha cuenta de eso. Aunque reflexivo y cavilador, sabía menos de sí mismo de lo que creía. Y creía poco. Se había acostumbrado o acomodado a pensar que las desgracias o las pérdidas –incluso las módicas malas noticias, como la repentina enfermedad de su padre– enseñaban algo, y últimamente confundía su desapego con algún tipo de precoz madurez, cierta callada sabiduría. Hacía lo que podía. Y podía poco también. Era un pibe.

Bastante petiso para la media de los varones de su casa, de tímidos anteojos de miope y cabello crespo y castaño, Emilio –a falta de algún otro atributo más aparatoso– se sabía o creía inteligente, aunque desconfiaba cada vez más de los antiguos, mediocres indicadores provistos por el cabotaje familiar: boletines de calificaciones, algunas palmadas profesorales, augurios sobre su porvenir. A los veinte años, no había leído todavía a Paul Nizan, pero intuía que algo empezaba a andar mal y que los años no lo arreglarían. Esa noche de junio en particular, tras tomar un café rasposo en la desangelada terminal de ómnibus de El Cóndor, en Constitución, no estaba demasiado cómodo consigo, con su asiento comprado de apuro –el último, 36 al fondo, pegado al baño– y menos aún con su vida en general. Además, novedosamente, tenía miedo. No de viajar. Miedo de lo que se iba a encontrar, del final del viaje.

Había un silencio total en el micro y apenas un par de luces individuales encendidas lejos, en los asientos de adelante, precisamente donde se había sentado la mina de la peluca platinada portadora consciente de un culo alto y movedizo que había subido delante de él. Emilio sentía cómo el ómnibus avanzaba ahora regularmente en la noche, siempre al sur, cada vez más al sur. Había hecho muchas veces ese viaje nocturno y podía reconstruir de memoria gran parte del recorrido. Este tramo era particularmente triste o indefinido, o una cosa por la otra. Durante unos minutos miró por la ventanilla más sucia que empañada y sólo vio lo que ya sabía: calles y más calles apenas iluminadas, casitas de uno o dos pisos, talleres cerrados, fábricas, carteles apagados, persianas bajas, algún baldío, un caballo, algún policía en cierta esquina, un par de hombres en una parada de colectivo. La sensación, por lo menos hasta llegar a la rotonda de Alpargatas, era que nunca se terminaba de salir de la ciudad.

Suspiró. En el asiento doble ubicado delante del suyo dormía un tipo solo, apoyado en la ventanilla, así que intentó levantar los pies para apoyarlos en el respaldo del asiento vacío. Difícil. El ángulo era apenas superior a los noventa grados –incluso en diagonal– y la posición le resultaba más incómoda que placentera. Al volcarse de costado sintió que el libro que llevaba en el bolsillo externo del saco se le clavaba en las costillas. Lo sacó: Los adioses.

Desde hacía seis meses trabajaba como auxiliar en la sala de lectura de la Biblioteca de la Caja de Ahorro. Iba y venía de los estantes al mostrador. Al principio, sólo entregaba y recibía libros para leer en los largos escritorios iluminados día y noche con lámparas de tulipa verde, contra entrega del documento personal. Después la señorita Nancy le enseñó los rudimentos del préstamo domiciliario. Cuando eran socios con derecho a extracción, verificaba que los carnets amarillos estuvieran al día y anotaba entradas y salidas con birome en la tarjetita calzada en el sobre pegado en la retiración de contratapa: fecha de retiro y fecha de entrega. Pero también había quienes venían a estudiar con sus propios libros, viejos que leían el diario y otros simplemente que se tiraban a dormir en los sillones.

Una vez se asomó a la oficina de dirección a pedir instrucciones:

–¿Qué hago, señor? Dice Nancy que...

–Dejalos –dijo el director levantando apenas la mirada de sus papeles–. Los echan de la plaza. Mientras no ronquen...

Se llamaba Edgar, y tenía un apellido inglés, pero todos en la Biblioteca le decían Poeta. Y era el mejor. Había llegado a director por méritos burocráticos acumulados seguramente en otra época. Ahora lo único que acumulaba era whisky. Tenía la botella acostada en el segundo cajón a la derecha del escritorio con una vasito culón de vidrio grueso. Cada tanto se apartaba de los papeles en los que escribía con tinta y letra chica e inextricable, y se inclinaba hacia el cajón. Emilio nunca vio que desenfundara la Olivetti confinada a una mesita auxiliar, con rueditas, a un costado del escritorio de madera.

–La poesía se hace a mano, fluye así –y escribía con la mano pálida con manchitas rojas, marrones. Las mismas que le decoraban la hermosa y noble cara de nariz colorada, venitas cortadas, ojitos grises casi licuados.

El Poeta sólo se ponía de pie para alcanzar algún libro de la biblioteca personal que tenía a sus espaldas. Entonces se podía ver lo largo que era, el traje gris formal y abotonado un poco chico y corto para la pancita que empujaba entre el segundo y tercer botón, los pantalones altos sobre los tobillos.

–A vos te voy a sacar bueno –le había dicho una vez–. ¿Leíste a Lautréamont? Isidore Ducasse, un uruguayo... –Emilio agitó la cabeza–. Son raros, los uruguayos: ¿leíste a Morosoli, a Felisberto? –Lo miró por encima de los anteojos y Emilio repitió el gesto, más cortito–. Tenés suerte.

–¿Por qué?

–Porque los vas a leer, gil.

Y otra vez fue contundente:

–Empezá con Onetti –dijo–. Este te vacuna. –Y le dio Los adioses, la edición de Sur de tapa amarilla.

Pero Emilio ya había rebotado dos veces. No entendía, se perdía, se aburría; no pasaba de la página quince. Ahora sacó el libro del bolsillo y se acomodó. Intentaría leer para no desvelarse. O desvelarse leyendo, si la historia finalmente lo capturaba. Encendió su chorrito de luz individual, una especie de regadera de pálida claridad amarillenta. Tenía ganas de que esta vez le gustara el ambiguo relato del tipo desahuciado que recibía cartas, unas con sobre manuscrito y otras escritas a máquina, iba y venía de ese sanatorio en la sierra. No sin cierto morboso escepticismo empezó una vez más desde el principio.

Y esta vez pudo: casi sin darse cuenta siguió la historia con esfuerzo de vista y cierto desinterés de espíritu durante una media hora larga. La sorda disputa entre su dispersa atención y la prosa morosa que tejía sin apuro ni sentido aparente una trama mínima, de algún modo lo entretenía, lo sacaba de sí mismo al requerirle toda la concentración, como si estuviera desanudando un piolín alevosamente enredado.

–Tiene mejor luz que yo.

No la había visto llegar. La mujer de la peluca platinada apoyaba la cadera en el filo del asiento y lo miraba sonriente, le apuntaba con su librito minúsculo.

–No... –dijo Emilio–. Bah, digo, sí. Supongo.

Parpadeó y cerró su libro como si Onetti fuera cómplice de algo que lo avergonzara.

–¿Qué lee?

Le mostró la tapa de Los adioses.

–No lo leí. ¿Es triste?

–No lo terminé pero viene bastante... –la cara de Emilio trató de expresar sus dudas.

–Yo leo sólo cosas que sé que van a terminar bien.

En ese momento se abrió la puertita del baño y el tipo que forcejeó para salir desplazó a la mujer, que se corrió sólo lo justo para que el otro pasara. Ella no entró en seguida.

–Estas cosas tiene que leer –dijo.

Le apoyó en el muslo el librito que tenían en la mano y se metió en el baño.

Era una novela de Corín Tellado, colección Romance, número 342, de Editorial Bruguera: No me dejes sola. La chica rubia de vestido a lunares de la tapa lagrimeaba de frente tocándose el anillo, mientras a sus espaldas él, con valija y sombrero en la mano, se despedía sonriente. El librito estaba muy leído, las puntas dobladas, el lomo deformado.

Emilio lo abrió al azar, en cualquier parte: “En el camino al aeropuerto Marcel se mostró comunicativo y cariñoso como siempre, incluso un poco más que de costumbre. Le elogió el peinado, la besó detrás de la oreja, donde a ella le gustaba tanto, trató de hacerla reír como sólo él sabía. Pero Silvie no pudo evitar distraerse de lo que le decía su marido. Luchaba consigo misma. Por un lado sentía el impulso de interpelarlo sin rodeos: ¿Quién es esa mujer que te espera en Rennes? ¿Por qué nunca me hablaste de ella? Por otro, temía tanto las derivaciones de la conversación, cualquiera fuera la respuesta, que la esperanza de acabar con su angustia no alcanzaba para hacer que se atreviese a hablar”. Emilio releyó un par de veces la larga construcción verbal de la última frase y cerró el libro. En la contratapa había una foto de Natalie Wood (Artistas Unidos) sacada probablemente de West Side Story.

En ese momento la mujer salió del baño, cerró la puerta con el codo y agitó las manos mojadas:

–¿Tenés un pañuelo?

Emilio abrió las palmas, negó con la cabeza.

–Permiso –dijo ella. Y le metió los dedos en el pelo crespo, le revolvió los rulos un ratito–. Gracias, pichón. Qué lindo pelo.

Y después, sin transición:

–Te la presto, si querés. Yo ya la leí. Y tengo más: soy adicta a Corín Tellado.

–Bueno, gracias –dijo Emilio.

–Chau.

Y se volvió moviendo el culo por el pasillo.

Emilio miró cómo se perdía en la oscuridad, se sentaba y apagaba su lucecita casi inmediatamente. Trató de volver a Onetti. Lo dejó después de leer un par de veces el mismo párrafo y entonces probó con Corín Tellado. No llegó mucho más lejos. Entonces él también apagó la luz. Tal vez porque sintió que se le hacía inútil controlar sus propios pensamientos después de eso tan raro que había pasado. O porque con la luz apagada podía pensar mejor, descontrolar mejor. La cuestión es que apoyó la cabeza en el vidrio frío de la ventanilla y dejó encendida la película personal, incomprensible, que lo entretuvo hasta que el sueño lo venció.

    Diario Página12 3/6/2013.-     .

Gauguin, el deslumbrado

.

por Rodolfo Alonso
Poeta, traductor y ensayista argentino


Hace poco se cumplieron, inadvertidamente, ciento diez años de su muerte, ocurrida en Atuona, islas Marquesas, en 1903. Era el final de una prolongada travesía, de un destino que acaso nadie podía prever cuando nació en París, como Eugène Henri Paul Gauguin, un 7 de junio del fatídico 1848. Porque algunas décadas después, el que eligió llamarse, simplemente, nada menos que Paul Gauguin descubrió que quería volver a la inocencia del salvaje, limpiarse de las llagas de la civilización, quería recuperar sus facultades, sus sentidos adormilados lejos de la naturaleza, quería evadirse del cinismo y de la mojigatería, quería ver, volver a ver, hacernos ver.

“¿Qué puedo decir a todos estos cocoteros?”, afirma claramente en su veraz Diario íntimo. Y más adelante: “Debemos tenerlo todo. No puedo conquistarlo todo, pero quiero hacerlo. Permitidme recobrar aliento y gritar una vez más, ¡Gástate, gástate nuevamente! ¡Corre hasta quedar sin aliento y morir locamente! Prudencia..., ¡cómo me aburres con tus interminables bostezos!”

El, francés de París, honesto corredor de Bolsa, estimado por sus superiores, casado con una austera luterana, padre de varios hijos, iba a dejarlo todo. Todo, por completo. (“Quiero ir con los salvajes”, dijo a su amigo, el pintor Georges Daniel de Monfreid, con cuyo respaldo siempre contó.) ¿Qué influencia no habrán tenido en ello su admirada abuela anarquista, Flora Tristán, o su infancia asombrada en la para él exótica Lima, “ese delicioso país donde nunca llueve”, o la muerte de su padre, Clovis Gauguin, que sufrió un colapso cuando desembarcó en Puerto Hambre, sobre el Estrecho de Magallanes, según denunció su hijo Paul, a consecuencia de la afrenta de un capitán?

Imagino, a la vez, lo difícil que habrá sido ser hijo de Paul Gauguin. Quizá por eso, uno de ellos, Émile, llegó a afirmar, refiriéndose al aire de leyenda con que se rodeó a su padre: “Es un lindo cuento. Es una pena contradecirlo. Pero, ¡ay!, no es verdad”.

Lo cierto es que Paul Gauguin, que por algo se diría descendiente, por línea materna, “de un Borgia de Aragón, virrey del Perú”, dejó Francia un día hacia Tahití para convertirse en un mito: el pintor de las islas y de las gentes maoríes, el visionario del color en vivo, ese rebelde irreparable que percibió en forma tan clara el genial dramaturgo sueco August Strindberg, al contestar negativamente la carta donde el pintor le pedía un prólogo: “¿Qué es él, pues? Es Gauguin, el salvaje, que odia a una civilización sollozante, una especie de titán que, celoso del Creador, hace en sus horas de ocio su propia pequeña creación; la criatura que despedaza sus juguetes para hacer otros con ellos, que abjura y desafía, prefiriendo ver los cielos rojos antes que verlos azules con la multitud”.

Pero “las islas pierden al hombre”, como bien lo cantó el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade. Ni Tahití (donde vive tras su primer y segundo viajes), ni las Marquesas (adonde se establece definitivamente, por tercera vez, en su Casa de Placer) eran ya el Paraíso Perdido. Ahí habían llegado también los gendarmes, los funcionarios, la prepotencia, la desidia, la injusticia, el prejuicio, la torpeza, la ignorancia, para cebarse en los restos de la maravillosa raza vencida (“Una excelsa moralidad, como se ve”, protesta Gauguin, en un largo escrito, ante inspectores de paso). Además, no es fácil dejar atrás años y años, siglos y siglos, de familia y de historia, de costumbres y manías, que pesan sobre los hombros y en el corazón. Todo eso trae angustia, dolor, desazón. Pero horas de segura, precisa exaltación, y de fecunda labor creadora llegarían, también.

“Como veis, mi vida ha estado llena de altibajos y agitaciones. En mí hay muchas mezclas extrañas. Un rudo marino: ¡así sea! Pero también hay raza allí, o más bien dos razas.” Quizá por eso, su arte es también el canto final por una raza pura, noble, fuerte, generosa e infeliz, que fue sentenciada a perecer: la maorí. Pero, ¿por qué no también un símbolo de nuestra propia civilización? ¿Y aun de las que la precedieron y de las que vendrán?

Como lo prueban sus cuadros, su diario, sus libros (especialmente el bellísimo, inefable Noa noa, donde se refleja el deslumbramiento experimentado al descubrir Tahití), todos esos mensajes dirigidos al mundo que había rechazado, abandonándolo, Paul Gauguin quizá no haya logrado desgajarse nunca del todo. (Por otra parte, y como suele ocurrir, ¿no estarían muchos de los males que maldecía dentro de sí mismo, como esos “sutiles y finísimos venenos” de que nos habla Juan L. Ortiz?) De alguna manera, Gauguin seguía recordando a sus semejantes “civilizados”, de alguna manera pintaba y escribía para ellos, quejándose y hasta despreciándolos, sí, pero también pensando en volver.

Monfreid, el amigo fiel, disuadió al parecer a Gauguin de regresar de las Marquesas en sus últimos días, cuando la enfermedad y el atropello (acababan de condenarlo por defender a un maorí contra un gendarme inicuo) culminaban su tarea. “Ya no pintaré más...”, llegó a afirmar entonces, “la pintura ya no puede hacerme vivir”. “¡Padre mío!”, exclamó, “aleja de mí este cáliz”.

Y Victor Segalen, que pudo asistir al miserable remate de los pocos bienes y las muchas obras de arte dejadas por Gauguin después de su muerte, al descubrir el insólito tema del último cuadro, sin firmar aún, casi inconcluso, que pudo adquirir en la irrisoria suma de siete francos, expresaba su asombro con estas palabras: “¿Era esto lo que el pintor moribundo recreaba con nostalgia? Bajo los soles de todos los días, el animador de los dioses cálidos veía un pueblito bretón bajo la nieve...”

Porque algo había ido cambiando en él, definitivamente. Y algo había hecho cambiar también, él, en sus semejantes. Sus cuadros contenían la gracia subyugante y candorosa que deseara, sus colores hablaban hondo, en alta voz. Y hasta sus escritos, sus palabras de pintor, iban derecho al corazón. Allí, en toda esa belleza, estaba infusa la magia, la pasión, el encanto, la vida palpitante que había querido aferrar y poseer.

Paul Gauguin iba a llegar por fin a ser él mismo, indeleble en su pintura indeleble, a costa de sí mismo, saliendo de la leyenda y haciéndose arte activo, imperecedero y para todos. Porque, como él fue capaz de expresar con lúcida certeza: “...Hay muchas cosas que decir, y deben ser dichas”.


Diario Página12 4/6/2013.-

 .