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martes, 11 de marzo de 2014

La violencia en la post-modernidad

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por Zulma López Arranz
Psicoanalista. Licenciada en Psicología. Magíster en Psicoanálisis


Nuestra vida cotidiana es inquietada día a día por hechos cuya naturaleza parecen escapar a todo raciocinio. Nos referimos a actos de una violencia insensata que generan temor, desconfianza y socavan los cimientos de la sociedad, debilitando sus lazos sociales, empujando al aislamiento y al sálvese quien pueda.
Este trabajo tiene la pretensión de formular algunos interrogantes que permitan pensar las nuevas problemáticas del postmodernismo. No existen respuestas acabadas, hay un borde de imposibilidad, de incertidumbre, de desconocimiento, de incerteza, que nos acompañará en este recorrido.
Lo que podemos inferir, a través de las experiencias diarias, es que existe una violencia que denominamos insensata. El autor de estos actos no manifiesta angustia moral, no se rige por la cautela, porque para él la vida no tiene sentido. Tampoco maniobra con precaución, porque lo que ocurra con la vida del otro o la del propio sujeto resulta indiferente. Instalado en esa escena pareciera que lo único que cuenta es la satisfacción omnipotente, que apenas alcanzada se esfuma, no tiene ligadura que le de consistencia. Estos sujetos viven sujetados a un patrón que les otorga una existencia efímera y para ello ponen en riesgo su propia vida. Esta falta de ligadura hace que el acto de estas características sea automático, operando de manera rápida, incontrolable y repetida. No aparece el sentimiento inconciente de culpa, al decir de Freud (1923/1996), la necesidad de castigo.(1)
Desde el psicoanálisis nos preguntamos acerca del término violencia, considerando de gran interés ponerlo en tensión con el de agresividad. Siguiendo este camino resulta apropiado hacer nuestra una frase: Cuídate de tu prójimo como de ti mismo.
¿Qué quiere significar? Pareciera ser que aquello que encontramos en nuestro prójimo, en el otro, no nos resulta desconocido.
La primera noticia acerca de la agresividad, es que resulta ser constitutiva del sujeto.
En Más allá del principio del placer (1920) Freud plantea la dicotomía entre Eros y las pulsiones de muerte, haciendo explícito el problema de la destructividad, que tuvo un papel importante en sus obras. La inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano, y en ella la cultura encuentra su más poderoso obstáculo. Esta pulsión agresiva, natural de los seres humanos se manifiesta en la hostilidad de uno contra todos y todos contra uno. Esta pulsión es un subrogado de la pulsión de muerte que Freud (1920) descubre, junto a Eros, en Más allá del principio de placer.
En este texto, Freud, se refiere a la pulsión en los siguientes términos:
Una pulsión sería entonces un esfuerzo inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas."
Su gran esclarecimiento fue que el principio de placer rige, pero no gobierna. Si debemos admitir que todo lo vivo muere, regresa a lo inorgánico, podemos decir junto con Freud:
La meta de toda vida es la muerte; y, retrospectivamente: Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo.
En El yo y el ello, Freud (1923), expresa que entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte se produce una mezcla, se conectan entre sí y que esto acontece de manera regular y en gran escala, pero aclara que también puede producirse una desmezcla pulsional.
Esa desmezcla pulsional la encontramos en los actos de aquellos sujetos que lejos de preservar su vida, la exponen en esa escalada de violencia que solo conduce a la propia muerte, o a la del semejante.
El término violencia (del latín violentia) se utiliza para designar un comportamiento deliberado, que provoca, o puede provocar, daños físicos o psicológicos a otros seres, y se asocia, aunque no necesariamente, con la agresión física, ya que también puede ser psicológica o emocional, a través de amenazas u ofensas. Algunas formas de violencia son sancionadas por la ley o por la sociedad, otras son crímenes. Distintas sociedades aplican diversos estándares en cuanto a las formas de violencia que son o no son aceptadas.
Por norma general, se considera violenta a la persona irrazonable, que se niega a dialogar y se obstina en actuar pese a quien pese, y caiga quien caiga. Suele ser de carácter dominantemente egoísta, sin ningún ejercicio de la empatía. Todo lo que viola lo razonable es susceptible de ser catalogado como violento si se impone por la fuerza.
El Diccionario de la Real Academia dice:
Violencia. (Del lat. violentĭa). 1. f. Cualidad de violento. 2. f. Acción y efecto de violentar o violentarse. 3. f. Acción violenta o contra el natural modo de proceder. 4. f. Acción de violar a una mujer.
Violento, ta. (Del lat. violentus). 1. adj. Que está fuera de su natural estado, situación o modo. 2. adj. Que obra con ímpetu y fuerza. 3. adj. Que se hace bruscamente, con ímpetu e intensidad extraordinarios. 4. adj. Que se hace contra el gusto de uno mismo, por ciertos respetos y consideraciones. 5. adj. Se dice del genio arrebatado e impetuoso y que se deja llevar fácilmente de la ira. 6. adj. Dicho del sentido o interpretación que se da a lo dicho o escrito: Falso, torcido, fuera de lo natural. 7. adj. Que se ejecuta contra el modo regular o fuera de razón y justicia. 8. adj. Se dice de la situación embarazosa en que se halla alguien.
El término violencia no es un término psicoanalítico, no obstante podemos inferir, de la lectura de las acepciones del Diccionario de la Real Academia Española, algunas características que pueden ser atribuidas a la pulsión, que en estos casos, opera de modo irrefrenada, sin posibilidad de domeñamiento.
La Organización Mundial de la Salud, (Revista Iberoamericana de Educación N° 38, 2006), agrega un elemento más a la caracterización del acto de violencia:
El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo de comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones (p. 5).
Desde el psicoanálisis podemos pensar la agresividad como una característica del psiquismo humano manifestada por una actitud hostil y ofensiva que responde a un desgarramiento del sujeto contra sí mismo. Esta agresividad es ambigua y puede ser conciente o inconciente. Puede nacer de una necesidad vital, unida a la pulsión de vida pero también puede responder a la pulsión de destrucción, (subrogado de la pulsión de muerte). La disyunción entre estas dos pulsiones es la que provoca la agresividad. Dicho de otra manera, las fuerzas agresivas pueden sostener los impulsos vitales, ayudándolos a obtener sus fines, en tal caso, responden a la pulsión de vida o bien pueden contrariarlos y entonces son destructivas. Esta destrucción puede ser llevada a cabo contra la misma persona o contra el semejante.
Es interesante cotejar este concepto con los de Johan Galtung (1998), quien expresa que la violencia hiere, daña y amenaza el tejido de la vida. Entiende que la violencia puede ser directa, estructural y cultural. Este autor señala la existencia de un triángulo de violencia:
  • La violencia directa. Es aquella en la que se puede encontrar un emisor, un actor intencionado, en tal caso puede ser física o mental. (En este sentido comparte la definición de la OMS respecto a que existe una acción deliberada a los efectos de producir daño).
    Violencia indirecta o estructural. Proviene de la propia estructura social, las formas clásicas son la represión y la explotación. Ambas actúan sobre el cuerpo, pero no son necesariamente intencionadas. No obstante poco consuelo puede generar esto en las víctimas.
  • Violencia cultural. Toda violencia cultural es simbólica, en la religión y la ideología, en el lenguaje y en el arte, en la ciencia y el derecho, en los medios de comunicación y en la educación que vienen a violentar la vida. Este autor dice que paz y violencia tienen que ser vistas en su totalidad, en todos los niveles de la organización de la vida humana. Sostiene que conflicto es mucho más de lo que a la vista aparece como disturbio, violencia directa. Existe también la violencia petrificada en las estructuras, y la cultura que legitima la violencia.
En la obra de J. Galtung (1995), un investigador y trabajador para la paz por medios pacíficos, encontramos una reflexión que parece ser la de un psicoanalista cuando expresa: "Hagamos conciente lo subconsciente y podremos vernos liberados de mucha violencia directa, prolongada, estructural y repetitiva. Quizás eso también nos ayude a ver cómo funciona la moderna economía occidental(...)". (p.17).
Zizek, (2009) se refiere a la violencia subjetiva que se experimenta como tal sobre un nivel cero de violencia, es decir se ve como una perturbación del estado de cosas normal y pacífico. La violencia objetiva es invisible, oculta, es como la contracara de una (en exceso) violencia subjetiva. Puede ser invisible, pero debe tomarse en cuenta si uno quiere aclarar lo que aparece como explosiones irracionales de violencia (p.10).
El psicoanálisis se ciñe al ser humano en su singularidad, estudia los caminos por los cuales los sujetos tratan de encontrar sus satisfacciones pulsionales, pero sólo excepcionalmente puede prescindir de los vínculos con los otros. En la vida anímica del sujeto el otro cuenta, como modelo, como objeto, como auxiliar, como enemigo, y por eso no podemos prescindir de los lazos del sujeto con la sociedad y la cultura. Consideramos importante conceptualizar el término cultura, para ello proponemos leer a Freud (1927),El porvenir de una ilusión, (p.p. 5-6):
La cultura humana –me refiero a todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal (omito diferenciar entre cultura y civilización)- muestra al observador, según es notorio, dos aspectos. Por un lado, abarca todo el saber y poder hacer que los hombres han adquirido para gobernar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan necesidades; por otro, comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles. Estas dos orientaciones de la cultura no son independientes entre sí; en primer lugar, porque los vínculos recíprocos entre los seres humanos son profundamente influidos por la medida de la satisfacción pulsional que los bienes existentes hacen posibles; y en segundo lugar porque el ser humano individual puede relacionarse con otro como un bien él mismo, si se explota su fuerza de trabajo o lo toma como objeto sexual; pero además, en tercer lugar, porque todo individuo es virtualmente un enemigo de la cultura, que, empero, está destinada a ser un interés humano universal.
Existiendo escasas posibilidades de vivir aislados, sentimos tan pesada la carga que nos impone la cultura. Por eso la cultura debe ser protegida contra los individuos y son sus normas, sus instituciones y sus mandatos los que cumplen esa tarea.
Como psicoanalistas consideramos que la violencia no puede ser entendida únicamente como el emergente de condiciones coyunturales por las que atraviesa la sociedad. La agresividad forma parte de la constitución del psiquismo, y hasta podríamos decir que es esencial para la vida.
Freud (1920) señala que el sujeto encontrará mayor dificultad en alcanzar la dicha si además de la constitución particular desfavorable no logró una transformación y reordenamiento de los componentes libidinales. Es tal cuestión un punto nodal para la salida a la exogamia y la renuncia pulsional. El sepultamiento del complejo de Edipo es el cimiento de la eticidad en el hombre. Freud se pregunta ¿qué le pasa al individuo para que se vuelva inocuo su gusto por la agresión? Su respuesta es que la agresión es introyectada, vuelta al yo. Allí es recogida por una parte del yo, que se contrapone como superyó. Actúa desde allí como «conciencia moral» y dispuesta a tratar al yo con la misma severidad agresiva que el yo utilizaría para tratar a otros individuos. La conciencia de culpa es la tensión entre el superyó y el yo que se encuentra bajo su sometimiento, su exteriorización es la necesidad de castigo.
En principio, la renuncia de lo pulsional es la consecuencia de la angustia frente a la autoridad externa y, más tarde, frente al superyó. Cuando una moción pulsional sucumbe a la represión, sus componentes libidinales buscan la satisfacción sustitutiva a través del síntoma y sus componentes agresivos se trasponen en sentimiento de culpa.
En El problema económico del masoquismo, Freud (1924) se refiere a la existencia de las dos clases de pulsiones operantes en el ser vivo. La libido se enfrenta con la pulsión de destrucción o de muerte, ésta que impera en el organismo, querría desagregarlo y llevarlo a la estabilidad inorgánica, la tarea de la libido sería volver inocua a esta pulsión destructora; la desempeña, en parte, enviándola hacia fuera, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe entonces el nombre de pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Una parte permanece en el interior del organismo y allí es ligado libidinosamente con ayuda de la coexitación sexual, es lo que Freud llamó: masoquismo erógeno.
Junto al masoquismo erógeno y al masoquismo femenino, Freud distingue el masoquismo moral que nos pone en la pista del sentimiento inconciente de culpa que podríamos traducir por necesidad de castigo. La reversión del sadismo hacia la propia persona ocurre regularmente a raíz de la sofocación cultural de las pulsiones, en virtud de la cual, la persona se abstiene de aplicar en su vida una parte de sus componentes pulsionales destructivos.
En relación con el origen de la eticidad, Freud dice que lo habitual es presentar el reclamo ético como si fuera lo primario y la renuncia a lo pulsional, su consecuencia, pero de esta manera quedaría sin explicar cómo se origina la eticidad. Opina que ocurre lo contrario: "[…] la primera renuncia pulsional es arrancada por poderes exteriores, y es ella la que crea la eticidad, que se expresa en la conciencia moral y crea nuevas renuncias de lo pulsional." ([1924]-1996, p. 176).
Dejamos de lado a aquellos que delinquen por conciencia de culpa, por paradójico que suene, en estos casos la culpa preexiste al delito, se cometen porque están prohibidos y porque su ejecución conlleva un alivio, es decir la falta proviene de un sentimiento de culpa y lo que se busca es el castigo. Freud (1916/1996) afirma que justamente, este sentimiento brota del complejo de Edipo, es una reacción ante los dos grandes propósitos delictivos: matar al padre y acostarse con la madre, los grandes delitos que aún en las sociedades primitivas son perseguidos y abominados. La humanidad ha adquirido su conciencia moral como consecuencia de la salida del complejo de Edipo y el establecimiento de la instancia psíquica del superyó. Dejamos de lado estos casos porque difieren totalmente de los hechos de violencia a los que queremos referirnos.
Los casos que nos proponemos investigar son aquellos en los que no tenemos noticias del superyó, esto nos lleva a situar la problemática en el período edípico que se transitó de manera tal que su heredero no es el superyó. La consecuencia de esta dificultad será la de impedir transitar el período de latencia en las condiciones adecuadas para el proceso de sublimación. No operó en su función pacificante la ley del Padre. No hay renuncia pulsional. Al no constituirse la conciencia moral, queda severamente perturbado el período de latencia y el sujeto no queda sujetado a la ley.
En El sepultamiento del complejo de Edipo, Freud ([1924]-1996) afirma: "El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión -como decimos-, y es seguido por el período de latencia." (p.181).
La represión a la que se refiere Freud tiene la característica de prohibición, de la instauración de la ley en relación con la castración. No se refiere a la represión secundaria. Lo cual significa que la represión no se logra de una sola vez y para siempre, es una represión diferente de la represión originaria que es fundante del aparato anímico, y diferente también de la represión secundaria como retorno de lo reprimido.
En los hechos de violencia que nos ocupan podríamos preguntarnos ¿Por qué la represión no produce efecto? ¿En nuestro tiempo, la degradación de la función paterna es la responsable de la falta de efecto de la represión? ¿La falla en la función paterna deja a la pulsión en la desenfrenada satisfacción en el más allá del principio del placer?
Recordemos que Freud ([1915]-1996) dice, refiriéndose a la represión: [...] que antes de esa etapa de organización del alma los destinos de pulsión, como la mudanza hacia lo contrario y la vuelta sobre la propia persona, tenían a su exclusivo cargo la tarea de la defensa contra las mociones pulsionales (p.142).
El párrafo anterior nos permite relacionar estos hechos de violencia con los mecanismos muy primarios de la mudanza hacia lo contrario y la vuelta hacia la propia persona, ya que en este modo de delinquir pareciera que la condición para matar fuera la de ser previamente un muerto.
Existe un irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura. En El malestar en la cultura, Freud ([1930]-2001) dedica los capítulos VII y VIII a indagar y elucidar acerca del sentimiento de culpa. Allí declara "su propósito de situar el sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural, y mostrar que el progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa" (p. 130).
La cultura sería un proceso al servicio de Eros que quiere reunir a los individuos aislados en una gran unidad: La humanidad.
La cultura entonces, desde esta mirada, es la obra de Eros que está obstaculizada por la pulsión de destrucción. Eros y Tánatos, pulsión de vida y pulsión de muerte, tal como se combinan en la especie humana.
En este texto, Freud afirmaba que el ser humano se volvía neurótico porque no podía soportar la medida de frustración que la sociedad le imponía y que se pensó que suprimiendo o disminuyendo esa presión se lograría un regreso a las posibilidades de dicha. A eso le agrega un factor de desengaño, ya en esa época, los progresos de la ciencia y de la técnica habían logrado avances notables encaminados a consolidar el gobierno sobre la naturaleza, sobre el tiempo y el espacio. Sin embargo, a pesar de todo lo alcanzado no se sentían por ello más felices. Al pasar revista de todos los adelantos de su época, Freud sostiene, refiriéndose al hombre:
En tiempos remotos se había formado una representación ideal de omnipotencia y omnisapiencia que encarnó en sus dioses. Le atribuyó todo lo que le parecía inasequible a sus deseos - o le era prohibido -. Es lícito decir, por eso, que tales dioses eran ideales de la cultura. Ahora se ha acercado tanto al logro de ese ideal que casi ha devenido un dios él mismo. […] El hombre se ha convertido en una suerte de dios˗prótesis, por así decir, verdaderamente grandioso cuando se coloca sus órganos auxiliares; [...] Épocas futuras traerán consigo nuevos progresos, acaso de magnitud inimaginable, en este ámbito de la cultura, y no harán sino aumentar la semejanza con un dios. Ahora bien, en interés de esta indagación no debemos olvidar que el ser humano de nuestros días no se siente feliz en su semejanza con un dios. ([1930]-2001, pp. 86-87).
Este pasaje del texto de Freud nos produce un impacto muy profundo, su capacidad de investigador y su metodología pusieron al psicoanálisis en la senda de lo que vendría. Lo que vino es la posmodernidad, donde se cumplen las profecías freudianas en relación con la ciencia y la tecnología, como así también sus vaticinios en cuanto a que no son la panacea para alcanzar la dicha.
Las transformaciones de las sociedades derivadas conjuntamente de las tecnociencias, la globalización y el liberalismo económico nos deben poner en situación de analizar las nuevas variables y tomar decisiones al respecto.
Podemos pensar los fenómenos de violencia que se viven en nuestra sociedad, en torno a los siguientes interrogantes:
¿Lo macro está afectando lo micro ¿Qué modelos de identificación tenemos? ¿Existen carencias en la trasmisión de los referentes simbólicos? ¿Existe una dificultad de los padres para transmitir valores? ¿Existen dificultades para ejercer la función paterna en cuanto a la prohibición? Si falla la función simbólica ¿Qué ocurre con el goce? ¿Qué ocurre en nuestra sociedad en relación al lazo social? ¿De qué manera las nuevas formas de comunicación inciden en la modalidad de los lazos sociales?
Algunos intentos de aproximarnos a una lectura de la problemática actual están referidos a los efectos de la globalización, de los avances de la tecnología y de la ciencia, en el sujeto.
Imbriano (2006), expresa: "Cada época se caracteriza por el modo en que el hombre enfrenta sus desasosiegos, la época contemporánea también: el «sin límite» es el modo de nuestra época. Frente a tal descomposición surge la necesidad de crear entidades dedicadas al cuidado de los derechos humanos que se ven rebasados por la realidad".
Al sujeto del siglo XXI podemos caracterizarlo como un sujeto de goce, la tecnología crea nuevos gadgets, en los que la pulsión encuentra su lógica de goce, donde se impone la ley del hacer en demasía. Es la lógica adictiva que impregna todos los ámbitos de nuestra vida. Donde la uniformidad, todos lo tienen, todos lo hacen, etc., atenta contra la singularidad del sujeto de deseo. El mundo actual funciona borrando los límites entre lo público y lo privado, donde nada se puede postergar y el mercado nos brinda la ilusión de que se puede todo y que vale todo. La ley deja de ser el límite y la separación necesaria con el otro.
Desde el psicoanálisis cuestionamos en primer lugar la responsabilidad del sujeto, no obstante creemos necesario distinguir la responsabilidad del Otro y las fallas éticas y morales que impregnan nuestra cultura y que se basan en el desconocimiento del prójimo. Existe una intrincación entre el reconocimiento del otro y la aceptación de la diferencia. En estos hechos de violencia queda un resto: la crueldad que es la marca de esa violencia que llamamos insensata y que nos hace pensar en una desligazón social.
Como psicoanalistas consideramos que no podemos quedarnos en el intento de las explicaciones en relación a estos hechos, es el penar de más el que justifica nuestro trabajo, y en tal sentido, la post-modernidad nos impulsa a pensar la clínica a la luz de los nuevos acontecimientos.

Notas

  1. Porque no corresponde llamar "inconciente" a los sentimientos; cf. Freud, S. El yo y el ello. En Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996, t. XIX pág. 24-25.

Referencias Bibliográficas

  • Diccionario de la lengua española. (2005). Espasa-Calpe. [Versión electrónica].
  • Diccionario de la Real Academia Española, [versión electrónica], 22ª. Edición.
  • Freud, S. (1996). La represión. En Obras Completas (Vol. XIV, p. 142). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1915).
  • Freud, S. (1996). Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo analítico. En Obras Completas (Vol. XIV, p. 338). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1916).
  • Freud, S. (1996). Más allá del principio de placer. En Obras Completas (Vol. XVIII, pp. 1-62). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1920).
  • Freud, S. (2000). El yo y el ello. En Obras Completas (Vol. XIX, pp. 41-48). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1923).
  • Freud, S. (2000). El problema económico del masoquismo. En Obras Completas (Vol. XIX, p. 176). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1924a).
  • Freud, S. (2000). El sepultamiento del complejo de Edipo. En Obras Completas (Vol. XIX, p. 181). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1924b).
  • Freud, S. (2000). El porvenir de una ilusión. En Obras Completas (Vol. XXI, pp. 5-6). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1927).
  • Freud, S. (2001). El malestar en la cultura. En Obras Completas (Vol. XXI, pp.86- 130). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1930).
  • Galtung, J. (1995). Paz por medios pacíficos. (p.15). Bilbao: Bakeaz, Gernika.
  • Galtung, J. (1998). Tras la violencia 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución, afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la iolencia.(p.17).Bilbao: Bakeaz, Gernika Gogoratuz.
  • Imbriano, A. (2006). La odisea del siglo XXI. Buenos Aires: Letra Viva.
  • Revista Iberoamericana de Educación No. 38 (2005), pp. 13-32.
  • Zizek, S. (2009). Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires: Paidós.



Revista Extensión Digital - Año Tres Nº 2 | Noviembre 2010 UNR - Universidad Nacional de Rosario


Vacaciones de invierno

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por Enrique Pinti


Recuerdo aquellas vacaciones de invierno de mi infancia, sesenta años atrás (¡mi Dios, qué cantidad!). En aquellos lejanos tiempos, que ya parecen prehistóricos, las actividades que se podían desarrollar no incluían viajes a Mar del Plata, Córdoba o algún otro destino turístico, como tampoco existían los viajes de egresados de fin de año y, además, nuestros maestros (queridos a la distancia y odiados en su momento) nos llenaban de tareas que incluían la solución de problemas de regla de tres simple o compuesta y operaciones con quebrados, la confección de mapas, una composición tema "Mis vacaciones de invierno" y el repaso de todo lo aprendido en la primera parte del año.
Así las cosas, poco era el tiempo que quedaba libre, y cuanto más remoloneáramos en el cumplimiento de las tareas encomendadas, mayor sería el recargo de tiempo y energía que deberíamos emplear en los últimos días del descanso invernal. Cada uno buscaba canalizar sus actividades favoritas en esas dos semanas de julio; así, los amantes del deporte y el aire libre rogaban por buen tiempo, muy poco habitual en aquellas épocas en las que el invierno era el invierno y no esta seguidilla de "veranitos de San Juan" combinados con alertas meteorológicos y tormentas tropicales. Pero a los cinéfilos incurables nos daba igual el sol que la lluvia y casi preferíamos las inclemencias meteorológicas, más apropiadas para buscar refugio en la sala más cercana y deleitarnos con tres películas al hilo.
Algunos compañeros tenían parientes en el interior y aprovechaban el receso para visitarlos o recibirlos en Buenos Aires, y en eso radicaba la excitación mayor de las esperadas vacaciones. En una realidad sin televisión (por lo menos en nuestro país, donde el aparato de TV llega para instalarse sólo a comienzos de los 60), los pasatiempos favoritos eran el fútbol, el cine o el teatro, y los paseos al aire libre o mirar vidrieras. Hoy, con las enormes posibilidades que la tecnología ofrece y con las ventajas de un acceso fácil a todo tipo de entretenimientos, aquellas épocas parecen el colmo del aburrimiento. Sin embargo, no lo eran, y debo decir, haciéndome cargo de mi edad y condición de jovato nostálgico, que la diversión estaba asegurada con la familia reunida alrededor del aparato de radio, de donde salían voces sugerentes que nos hacían transitar por la exótica selva africana con Tarzán, Tarzanito, Juana y la mona Chita, alimentados a Toddy por los intrincados senderos del radioteatro, o por los programas de preguntas y respuestas que ayudaban en algo a disminuir la "burrología" de la población. Lo único que aquellas vacaciones tenían en común con las de hoy era que pasaban volando y que en el fatídico domingo que señalaba su fin se hacía duelo riguroso por todo lo que habíamos dejado sin hacer y seguramente haríamos el año próximo.
Cuando veo a mi querida clase media sacando agua de las piedras y estirando los fondos monetarios para poder acceder a algún "plan turístico", no puedo evitar una sonrisa melancólica. Cada época tiene lo suyo, y hay que respetarla; no podemos ofrecerles a los chicos de hoy la pureza de Sandokán y sus piratas de la Malasia cuando ellos tienen a sus fantasmagóricos y computados (con perdón) piratas del Caribe. Así que padres, respiren hondo, encomiéndense a Dios y a correr de Disney al megaéxito del plasma y del home theatre del living al shopping más próximo a su domicilio para que los chicos "descansen" hasta el cansancio.

Revista La Nación 22/7/2007

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