por Enrique Pinti
Todos pensamos que nuestro modo de vida es el mejor; nuestra ideología política, la más conveniente, y nuestra religión, la más piadosa. Y no está mal defenderlas y tratar de conseguir adeptos. Lo malo es imponerlas por la fuerza, el decreto inapelable o la violencia de cualquier tipo.
En estas épocas en que los fanatismos resurgen con furia belicosa conviene recordar que las hogueras y potros de tortura de la inquisición, con todo el poder y la impunidad que tuvieron durante siglos, no pudieron detener el avance de la ciencia, que era a todas luces positivo, ni las herejías y las misas negras con sacrificios humanos, que eran aberrantes costados de la condición humana.
Es hora de pensar, de repensar y reflexionar acerca de la naturaleza de los actos que a veces realizan personas de apariencia racional.
¿Qué tiene en la cabeza una persona que ataca y golpea a viejos indefensos para sacarles el poco dinero que llevan encima? ¿Qué pasa por el cerebro de alguien que espera horas y horas oculto en algún rincón el paso de alguna muchacha que va a trabajar para golpearla, violarla y eventualmente matarla? ¿Cómo se pueden llegar a planear y ejecutar secuestros extorsivos seguidos de muerte aun después de haber cobrado el rescate?
Esa gente deambula por las calles a nuestro lado, se parece a nosotros, quizá comparta con nosotros el asiento del tren o la cola del colectivo. Pero, claro, son diferentes, y ésa es una diferencia que no podemos permitir: el crimen es intolerable.
Con todo, cualquier crimen tiene móviles, nos guste o no, lo entendamos o no, lo justifiquemos o no. Se supone que una Jus-ticia imparcial, sin pre-juicios ni preconceptos, con leyes claras y sin bu-rocracia, debe juzgar y condenar lo condenable. Cuando la "dama ciega" falla, la gente cree que debe tomar venganza, y ante la lentitud, parcialidad o corrupción de dicha dama la gente se convierte en turba y puede cometer un crimen igual o peor que el que se juzgó.
Es imprescindible calmar los ánimos, contener al que sufre, no echar más leña al fuego y comprometerse desde la cabeza fría con el corazón caliente; si se hace lo inverso (cabeza caliente y corazón frío) uno se vuelve tan asesino como el asesino.
Garantías y derechos de-ben tener plena vigencia junto a una Justicia meditada y programada por jueces sin un ápice de "vengadores" o "charlatanes carismáticos", que sepan interpretar la letra de la ley en cada caso, porque cada caso es especial y tiene distintos grados de importancia. Todo delito es reprobable, pero no se puede comparar a un niño de ocho años con un hombre de treinta. Hay que tener particular cuidado con el que delinque por primera vez y a temprana edad. No se le debe perdonar, pero tampoco hundirlo en una cárcel donde va a convivir con irrecuperables sociales que le enseñarán a robar, violar y asesinar de manera más "perfeccionada", si es que cabe el término.
Pidamos justicia, no venganza. Hagámoslo en libertad y democracia. No mezclemos olas de crimen y deseos de paz con llamamientos a dictaduras y glorificación de tiranos. Estoy harto de escuchar desde hace más de cincuenta años que «acá tendríamos que tener un Franco», que «acá Stalin lo hubiera arreglado todo», así como elogios a Estados totalitarios con aquella frase de «serán lo que serán, pero no hay robo, ¿viste?». Ni robo, ni opinión contraria al orden, ni manifestación, ni plazas llenas, ni oposición, ni nada. No al delito, pero no, no y no a ninguna dictadura.
Revista La Nación 8/10/2006.-
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