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sábado, 30 de enero de 2010

Desperdicio y deseo. Una historia social de la basura*

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por Cynthia Rivero



¿Cómo abordar conceptualmente la complejidad y, al mismo tiempo, aparente simpleza que tiene el tema de la basura en nuestra sociedad contemporánea? El libro de Susan Strasser, “Desperdicio y deseo. Una historia social de la basura”, si bien está situado en la sociedad norteamericana, nos brinda algunas pistas para iniciar esa búsqueda. En principio, para reflexionar sobre las numerosas cuestiones que se ponen en juego cuando desechamos ciertos objetos que clasificamos, como opina la autora, de inútiles. En esta misma dirección, Strasser releva de modo exhaustivo cómo cambian esas clasificaciones, comportamientos y valores de acuerdo al contexto histórico-político y a los valores difundidos por las corrientes culturales y morales dominantes en determinadas épocas.
La autora realiza una detallada reconstrucción histórica siguiendo las huellas de aquellos objetos que las personas, en particular los norteamericanos, han desechado de diversas maneras a lo largo de los siglos XIX y XX, con la intención de establecer continuidades y rupturas en el pasaje de un siglo a otro respecto de las prácticas sociales y culturales de los que ciertos grupos sociales consideran o no como basura.

El material del que se nutre esta reconstrucción son los “Manuales de la buena ama de casa” y diversas revistas de circulación masiva, que ofrecían consejos para el tratamiento doméstico de aquello conceptualizado como basura. Por ejemplo, para reutilizar las sábanas viejas recomendaban cortarlas por la mitad, coserlas y hacerlas dobles, también describían técnicas para enmendar la vajilla rota, o para aumentar su vida útil. Lo mismo con los objetos de vidrio o la vajilla china que eran muy preciados. En este contexto, invertir tiempo en prolongar la vida útil de los objetos era una forma de ahorrar dinero. A través del relevamiento y la descripción de numerosos ejemplos, Strasser demuestra que “nada es inherentemente basura”, ya que la categorización apresurada acerca de este concepto obtura la posibilidad de complejizar el análisis, manifestando que es necesario recurrir a la evidencia histórica para examinar cómo las diferentes clases, grupos sociales, técnicos, escritores y funcionarios públicos han clasificado aquello que se considera basura.

Esta historia social de la basura revela que a partir del siglo XX surge como discurso dominante la necesidad de limpieza y racionalidad y con ello la culpabilización de los pobres como responsables de la suciedad, el desorden y las enfermedades.

¿Una cuestión de clase?

Es interesante la perspectiva de clase que utiliza la autora para relacionar el uso y tratamiento de la basura con la marginalidad, señalando que la clasificación y discriminación respecto de qué es basura y qué se puede hacer con ella es una cuestión de clase, muy vinculada a sostener y propagar ciertos valores culturales y morales así como económicos. Tal es así que en sociedades fuertemente ligadas al consumo, como Estados Unidos, descartar y comprar objetos es un símbolo de poder, de libertad, de abundancia y de status, contrapuesto a la carencia y la imposibilidad de elección, propia de quienes no tienen poder económico. La novedad, sea de carácter tecnológico o estético, predomina como un valor positivo en sí mismo, y en relación con ello se impone la cultura del consumo y de la moda como sinónimos de éxito y prestigio individual, que actúan en detrimento de reducir, reciclar, rehusar, etc., ya que éstos serían valores negativos asociados a la pobreza, la carencia y el desuso.

Para repensar en qué contextos surgen estos valores, la autora nos ofrece una historización de la basura partiendo de la experiencia de las sociedades del siglo XIX, que habían desarrollado un saber hacer, saber usar y rehusar, a través del trabajo manual y el conocimiento profundo de los materiales necesarios para la reparación. Ahora bien, ella nos muestra también cómo “a medida que la gente vivía menos artesanalmente, su conocimiento experto se tornaba irrelevante”. En tal sentido nos podríamos preguntar qué sucede y cuánto subsiste de ese conocimiento en la actualidad que sea útil para buscar algunas soluciones al problema de qué hacer con aquello que calificamos como basura. No obstante sabemos que el contexto social cambió radicalmente con el proceso de industrialización y urbanización, alterando el ciclo de los sistemas cerrados para transformarlos en sistemas abiertos, muy complejos de administrar si lo pensamos en términos de gestión.

La basura, entre el negocio y el desarrollo

Una crítica que podríamos hacer a la autora es que si bien ella afirma que la basura en el siglo XX se convirtió en un negocio creado por el proceso de industrialización, urbanización, marketing, consumo y tecnología para reciclado, rellenos, etc. no da cuenta de cómo es este negocio, cómo es la lógica económica que subyace, por ejemplo, cuando los países del primer mundo utilizan a los países del tercer mundo como depósitos de basura. Strasser sostiene que “comprar cosas nuevas en lugar de reciclar viejas estimula la economía a través del consumo y genera un sentimiento de libertad basado en la posibilidad de elegir”, no obstante, estos sentidos fueron alterados en tiempos de depresión y guerra. Ella revela que, lejos de representar valores trascendentes a todas las épocas, son construidos de acuerdo a ciertos intereses en ciertos momentos históricos. Por ejemplo, durante la II Guerra Mundial para generar consenso y adhesión de la población a través de discursos patrióticos que asociaron las prácticas de recolección de objetos a la defensa de EEUU.

Otro análisis interesante que propone Strasser es que a partir del siglo XX la acumulación de objetos comienza a conceptualizarse como amenaza a la salud. Aparece entonces como discurso dominante la necesidad de limpieza y racionalidad en las casas, el orden, la salud pública y la higiene en las calles, y con ello la demonización de los pobres y su culpabilización como responsables de la suciedad, el desorden y las enfermedades, entre otros problemas. Nuevamente aparece la importancia de su interpretación en términos de clase, e incluso de diferenciación entre lo urbano y lo rural que, sin embargo, se va difuminando a medida que avanzamos en la lectura del texto. La autora también analiza la influencia que tiene la publicidad para propagar ideas, ideales y valores que son asociados al consumo como progreso, modernidad y desarrollo. De este modo, revela la forma en que se impone socialmente una única relación legítima con lo material, con la producción y con el desecho. Asimismo dedica un apartado a reflexionar sobre cómo se entiende la “conveniencia” en relación con el deseo y el desperdicio de ciertos objetos. Esto es, como la posibilidad nada más y nada menos que liberarse del trabajo que implica la administración de los objetos. ¿Qué se define como conveniente? comprar productos nuevos. En sociedades donde predomina la novedad, descartar cosas es un símbolo de poder. El constante cambio de modelos y estilos en los productos estimula a comprar lo nuevo y desechar lo viejo. Los objetos viejos podían ser basura, guardados en sótanos o dejados para la donación. Si se compraba un objeto nuevo había que decidir qué hacer con lo viejo. De este modo se creaba una batalla entre la incesante novedad frente a lo viejo y la costumbre. Los ciudadanos norteamericanos querían exhibir nuevos objetos y para ello gastaban su dinero. Este conjunto de actitudes era propio del sueño americano que condensaba su idea de progreso.

El capitalismo ofrece la libertad del consumo, asociando fuertemente las ideas de confort, placer, moda y libertad propia de los objetos novedosos, bellos y livianos que se promueven cotidianamente a través de la publicidad. Por ejemplo, los productos electrónicos simbolizan progreso y modernidad, más allá de su utilidad o eficiencia tecnológica. Y en tal sentido, si bien la autora menciona como un eje de discusión si un producto tiene que servir para toda la vida o si sólo debe servir durante un tiempo, pareciera ser por lo menos difícil pensar que este debate pueda tener algún sentido bajo la lógica de consumo.

Por último, la autora afirma la necesidad de crear y sostener una nueva conciencia ambiental como única esperanza, asociando la reducción de basura y de polución industrial como acciones que implican desarrollo. No obstante, el problema de la basura, como tantos otros, no pareciera ser sólo un problema de conciencia moral, de contrato social o de prácticas culturales individuales, sino más bien de un sistema económico y social que está por lo menos deteriorado y que habría que pensar en qué términos puede reformularse. De este modo, es nuestra intención reflexionar sobre los marcos de referencia que se imponen a la hora de enunciar en qué consiste el problema de la basura, más allá de los posibles tratamientos tecnológicos de la misma.


*Reseña del libro “Waste and want – A social history of trash” de Susan Strasser. First Holt Papersbacks (2000).



Revista Saber Cómo N° 80 - Setiembre 2009.-
INTI - Instituto Nacional de Tecnología Industrial


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