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sábado, 25 de septiembre de 2010

Juegos

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por Enrique Pinti



El teatro es un juego. Un juego que juega a hacer creer que son verdades las tramas urdidas por un autor, representadas por actores que se creen todas las peripecias y sentimientos de sus personajes de ficción y que transmiten al público todo tipo de sensaciones, de la alegría al llanto, pasando por la indignación, el miedo, la reprobación, la identificación y el distanciamiento. Es un arte milenario que ha sido pasión de multitudes en la antigua Grecia, alegría y divertimento para elites cortesanas, auto sacramental jugado en atrios eclesiásticos, entretenimiento popular para borrachos de taberna y pan cotidiano de cómicos de la legua yendo de plaza en plaza por ciudades y aldeas. Se transformó en ópera, ballet, comedia, tragedia, sainete, entremés, revista, circo, Grand Gignol, teatro de títeres y marionetas, sátiras políticas y crítica de costumbres.

En su largo recorrido, el teatro pasó por todas las culturas y momentos históricos, y siempre fue un juego. Los que abrazamos la vocación de teatristas lo asumimos, lo aprendimos, lo perfeccionamos y, sea cual sea nuestra especialidad, estilo y disciplina, seguimos jugando a ser otros con la complicidad de un público que entra en la sala con esa premisa y al que hay que interesar, seducir, atrapar, entretener y cautivar para que amen u odien, no a nosotros como personas, sino a esos personajes que imaginó un autor de aquí o de cualquier lugar, de nuestra época o de siglos antes de Cristo. Todos sabemos las reglas; nadie es llamado a engaño, y, por unas horas, ellos, ahí sentaditos, nos entregan sus mentes y sus deseos de diversión, reflexión o debate; nosotros hacemos todo lo mejor que podemos y, si nos sale mal, si no nos creen, si se aburren o se duermen, el juego habrá fracasado: los actores le echaremos la culpa al autor; el autor, al director y a los actores; el director, al autor, y los actores y todos, al público, que no sabe apreciar lo bueno. En cuanto al productor, su estado de ánimo oscilará entre el envenenamiento de toda la compañía en la cena de despedida y la inútil explicación del fracaso, que, al igual que el éxito, no la tiene.

El cine, con muchas más complicaciones técnicas y de producción, es lo mismo, y trata de captar el interés del soberano de una forma u otra. Y todos saben de qué va la cosa: jugar y hacer creer. Y cuando la representación teatral o la película termina, el público se va a cenar, a tomar un café; a comentar, si es que vale la pena hacerlo, y a dormir, que mañana será otro día y la realidad nos espera con situaciones que, para bien o para mal, no serán tramas urdidas por ningún autor y jugadas por actores, a menos que estemos tan mal de la cabeza como para creer que nuestra suegra, nuestro jefe, nuestra pareja y nuestros hijos son producto de una ficción (y a veces nos lo parecen, es cierto).

Todo eso era así hasta que, rizando el rizo, apareció el reality. Allí se juega siendo uno mismo, pero con pautas que pueden no ser las propias, sino que obedecen a tramas pensadas por una producción sobre la base de seres reales que deben comportarse haciendo creer al soberano (que a estas alturas es más bien un sirviente) que todo lo que se dice y se hace es verdad. Pero no es verdad, es un juego que hay que saber jugar siendo uno mismo, y vender esa supuesta realidad sin transgredir códigos que alguien conoce y transmite desde un lugar de poder mediático. Tener cintura mediática es todo un trabajo: requiere mucha más energía que aprenderse e internalizar una tragedia griega o un drama de Arthur Miller; hay que enojarse hasta cierto punto, porque si se exagera, se sobreactúa, o, peor aún, se siente bronca real, el juego deja de ser juego y se convierte en carta documento, juicio penal y/o criminal, y requerirá levantarse al alba para hacer perder el tiempo a jueces y magistrados, que postergarán causas más reales por estas del reality. Y ¡siga el baile!, como decía el inolvidable Alberto Castillo en épocas más tranquilas y más claras, donde los máximos "bolazos" que se consumían eran falsos romances promocionales y amoríos de estrellitas con estancieros. El juego hoy es éste; da rating, da millones y, a veces, da un poco de risa amarga. Los que seguimos jugando como antes seguiremos haciéndolo, iremos a entrevistas y promocionaremos nuestro trabajo con la seguridad de que las modas pasan pero una gran parte del soberano sigue prefiriendo las reglas claras. Si jugamos, jugamos; y si tenemos algo real que decir, lo diremos, sin jugar.


Revista La Nación 19/9/2010



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Los Redondos cantan con nosotros

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Jijiji en vivo Racing Club 1998



En este film velado en blanca noche
El hijo tenaz de tu enemigo
El muy verdugo cena distinguido
Una noche de cristal que se hace añicos.

No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
(se enderezó y brindó a tu suerte)
No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
Y se ofreció mejor que nunca
¡No mires por favor! y no prendas la luz...
La imagen te desfiguró.

Este film da una imagen exquisita
Esos chicos son como bombas pequeñitas
El peor camino a la cueva del perico
Para tipos que no duermen por la noche.

No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
Ibas corriendo a la deriva
No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
Los ojos ciegos bien abiertos.
¡No mires por favor! y no prendas la luz...
La imagen te desfiguró.

El montaje final es muy curioso,
Es en verdad realmente entretenido
Vas en la oscura multitud desprevenido
Tiranizando a quienes te han querido.

No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
(se enderezó y brindó a tu suerte)
No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
Y se ofreció mejor que nunca

No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
Ibas corriendo a la deriva
No lo soñé ¡ieeeeeeeh!
Los ojos ciegos bien abiertos.
¡No mires por favor! y no prendas la luz...
La imagen te desfiguróooouo.

Olga Sudorova...
Vodka de Chernobil
¡Pobre la Olga! ¡crepó!


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lunes, 20 de septiembre de 2010

El sueño de Darwin

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por Hugues Roest Crollius
Ecole Normale Supérieure

Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS)



Un equipo del CNRS francés ha desarrollado un método informático para reconstruir los genomas de las especies ancestrales utilizando los de sus descendientes



Los principios de la evolución que expuso por primera vez Darwin en 1859 son válidos para todos los organismos vivos y, por consiguiente, han estado vigentes desde que los seres humanos aparecieron sobre la tierra. ¿Por qué, entonces, la humanidad tardó tanto tiempo en descubrirlos? Sencillamente porque la evolución es lenta, increíblemente lenta.

La evolución es tan lenta que no puede observarse en el curso de la vida de una persona. Desde nuestro punto de vista, las especies parecen inamovibles. Lo único que es visible para todos son las consecuencias de los cambios; el desarrollo de los acontecimientos a lo largo de la evolución permaneció oculto hasta Darwin. La resistencia inicial a sus análisis fue feroz. ¡Cuánto le habría gustado seguramente poder mostrar la evolución en pleno funcionamiento! Sin embargo, todavía hoy, a pesar de las muchas especies que hemos visto extinguirse, son pocos los que han visto alguna vez surgir una especie nueva de otra anterior. Seguimos sin poder ver la evolución de forma palpable.

En los últimos 15 años los científicos han logrado leer la secuencia de ADN de los genomas -es decir, todos los genes- de especies vivas tan variadas como la parra y la rana, la gallina y la anémona de mar, la mosca y el ser humano, además de cientos de especies bacterianas. Todas estas especies están conectadas por un vínculo evolutivo, porque en algún momento han tenido un antepasado común. Por ejemplo, los seres humanos, los ratones y los perros tienen como último ancestro común un mamífero primitivo y, todavía más atrás, un vertebrado primitivo que compartían con los peces.

Un experimento ideal, que arrojaría nueva luz sobre toda una área científica, sería comparar la secuencia del genoma de una de esas especies ancestrales con la de sus descendientes modernos. Sería como comparar a una persona con una fotografía de sus bisabuelos: de inmediato saltan a la vista las semejanzas y las diferencias, un síntoma inequívoco de que hay un linaje común unido a una serie de cambios al azar. Por ejemplo, si fuera posible examinar la secuencia del genoma del mamífero ancestral -el antepasado que tenemos en común con los perros y los ratones-, ese experimento permitiría identificar directamente los cambios producidos en el linaje que desembocó en los seres humanos.

Aún más fascinante sería comparar la serie de genomas ancestrales de hace mucho tiempo que ha derivado en una especie moderna concreta. Si pudiéramos ver los cambios producidos en el paso del vertebrado ancestral al mamífero ancestral, de ahí al primate ancestral y, por último, al ser humano moderno, dispondríamos de detalles minuciosos sobre la cascada de hechos evolutivos que sucedieron. La evolución ante nuestros ojos. Veríamos desarrollarse el cambio gradual que se produce en el genoma y engendra nuevas especies, y el sueño imaginario de Darwin se haría, por fin, realidad.

Por desgracia, esta visión será siempre utópica, porque el ADN celular de cualquier organismo se degrada en el plazo de unos miles de años, como máximo, y los genomas ancestrales existieron hace millones de años. La única forma de estudiar los cambios en genes específicos de un linaje es comparar los genomas de distintas especies actuales, dispuestas por pares: el hombre con el ratón, el ratón con el perro, el chimpancé con el macaco, y así sucesivamente, y anotar las diferencias y semejanzas entre ellas. Sin la fotografía de los bisabuelos, los rasgos heredados sólo pueden deducirse comparando a la persona con sus hermanos y sus primos. Ahora bien, utilizar este método para estudiar el genoma es laborioso, y no permite distinguir de forma inmediata los cambios que ocurrieron en un linaje de los que ocurrieron en el otro.

Con el fin de remediar esta situación, nuestro equipo de la École Normale Supérieure de París ha desarrollado una serie de programas informáticos específicos para reconstruir los genomas de las especies ancestrales utilizando los de sus descendientes. Nuestro primer objetivo es reconstituir una ordenación ancestral de genes. ¿Cómo podemos deducir que dos genes del genoma humano, A y B, eran vecinos en un mamífero ancestral? Nuestro razonamiento se basa en la simplicidad, en dar preferencia a la solución menos compleja para resolver un problema. Si las dos versiones modernas de los genes son vecinas, por ejemplo, en el genoma del ratón y el genoma humano, entonces suponemos que ambas heredaron esa colocación de su último antepasado común, en vez de imaginar que A y B han llegado a esa proximidad d forma independiente, por motivos distintos en cada una de las dos especies. Es una hipótesis justificada, porque la aparición de sucesos evolutivos que descoloquen el orden de los genes es muy infrecuente, una media de entre uno y 10 por cada millón de años en la evolución de los vertebrados. A partir de ese enfoque de simplicidad, hemos creado un método que nos ha permitido ya reconstruir el orden genético en 15 genomas ancestrales que evolucionaron a partir del primer vertebrado. Las numerosas simulaciones por ordenador que hemos llevado a cabo han confirmado la certeza y la solidez de nuestros resultados.

Ahora podemos estudiar los hechos evolutivos a través del tiempo, tal como se produjeron en la vida real desde hace más de 400 millones de años; algo que antes era imposible. Gracias a un extraordinario avance científico producido 200 años después de su nacimiento, el sueño imaginario de Darwin de ver la evolución en pleno funcionamiento está más cerca de ser realidad... en un ordenador.


Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia



Diario El País 7/9/2010.-


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Oliverio Girondo en nuestro rincón poético

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Aparición urbana



¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido,
malherido,
inmóvil,
en silencio,
hincado ante la tarde,
ante lo inevitable,
las venas adheridas
al espanto,
al asfalto,
con sus crenchas caídas,
con sus ojos de santo,
todo, todo desnudo,
casi azul, de tan blanco.

Hablaban de un caballo.
Yo creo que era un ángel


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La filosofía de la historia y la crítica postmoderna a la pregunta por el sentido de la historia

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por Maria Julia Palacios
Superior Universitario de Grado en Prof. de Filosofía
Universidad Nacional de Salta, UNSA




"No es posible liberarse de hacer filosofía de la historia, como no es posible prescindir de hacer filosofía en general, y aquellos que niegan la filosofía de la historia también están haciendo una filosofía de la historia".
Juan José Sebreli



Estos son tiempos de profundas contradicciones. Existe por un lado, un importante consenso -a nivel teórico- acerca de la responsabilidad humana en la construcción de la sociedad y la cultura, y por ende, de la historia, pero a la vez una praxis generalizada que deja en manos de unos pocos la "hechura" de la historia. El discurso del poder pretende instalar la idea de que la historia es un proceso que obedece a leyes intrínsecas, en el que no tienen incidencia ni el deseo ni la voluntad de los hombres, pero en sus círculos se determina el destino de los pueblos.

Son tiempos en los que se han levantado muchas voces -en particular de las corrientes filosóficas denominadas postmodernas- para anunciar el "fin de la historia" y el "fin de la filosofía de la historia", pero que, al mismo tiempo, han renovado la reflexión filosófica sobre la historia y han reavivado el debate sobre la posibilidad de esta disciplina.

Sabemos de la proverbial resistencia de los historiadores y de la no menos frecuente desconfianza de diversas corrientes filosóficas sobre la Filosofía de la Historia, conocemos sus argumentos y objeciones, ¿cuál es la novedad de la crítica posmoderna?



I. Un poco de historia

Como sabemos, "filosofía de la historia" es una denominación que debemos a Voltaire, quien usó el término en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones para designar una historia escrita desde la idea de que el proceso histórico es obra de la voluntad y la razón humana antes que resultado de los designios de la providencia. De ahí en más, el término "Filosofía de la Historia" se aplicó a las especulaciones filosóficas que pretendían develar el sentido del acontecer humano.

Se puede hablar de "filosofía de la historia" con toda propiedad en la edad moderna. La modernidad constituye una profunda ruptura con la cultura del medioevo y representa la "edad de oro" de la filosofía de la historia. Frente al tutelaje de las mentes, ejercido por la Iglesia y la doctrina, el proyecto de la modernidad afirmó la autonomía de la razón y la confianza en el desarrollo de sus potencialidades; y frente a la idea providencialista de la historia, la convicción de que el sujeto es el artífice del destino humano.

El reto de la modernidad fue instaurar un mundo secularizado, en el marco de un proyecto cultural que, volviendo la mirada hacia la sociedad humana, pensó con optimismo la historia y el futuro de la especie, concibió a la historia como proceso irreversible hacia la soberanía de la libertad, confió en el desarrollo sin límites de la ciencia y el conocimiento y creyó en el progreso económico y moral de la humanidad.

Suele afirmarse que las construcciones teóricas de los filósofos de la historia de la modernidad -Herder, Kant, Hegel- son teologías secularizadas. Muchos ven, especialmente en la propuesta hegeliana, una forma secularizada de la visión cristiana de la historia: el providencialismo agustiniano habría sido reemplazado por la razón en la historia y la finalidad de la historia como salvación de la humanidad, por la autoconciencia de la libertad.

El esquema agustiniano de una historia que transcurre entre un origen y un final absolutos, que debe alcanzar una meta en la que se define su sentido, subyace en las especulaciones de todos.

Karl Löwith dice que la expresión filosofía de la historia "quiere significar una interpretación sistemática de la historia universal, de acuerdo con un principio según el cual los acontecimientos históricos se unifican en una sucesión y se dirigen hacia un significado fundamental" (Löwth, 1968: 9)

En efecto, poder hablar del sentido de la historia requiere concebirla como un proceso unitario y con una finalidad. En San Agustín, esa finalidad que le da sentido a la historia es la construcción de la Ciudad de Dios y el cumplimiento del plan divino de salvación; en Hegel, el autodesarrollo del espíritu para llegar a saber lo que es en sí, el logro de la total autoconciencia de su libertad; en Kant, la construcción de la sociedad cosmopolita respetuosa de las libertades individuales y condición de posibilidad de la paz perpetua y desarrollo moral de la humanidad.

El punto de partida de una filosofía de la historia es metafísico: pretende ser una reflexión que busca e indaga los fundamentos, los principios de inteligibilidad del devenir, buscando conocer el entramado de la historia, su sentido, su unidad y su fin último colectivo. Ese punto de partida presupone una común condición humana que otorga unidad a ese devenir y en cuyo reconocimiento se fundamenta la tesis de la historia universal.

La Filosofía especulativa de la Historia, interesada en la búsqueda de un sentido último del acontecer histórico y en "descubrir" la meta final de la historia, en la que el proceso se consumaría, produce construcciones teóricas ideales, los llamados "grandes relatos" o "metarrelatos", interpretados luego como relatos de emancipación, expresiones de las utopías del siglo XVIII y fundamento de las utopías de los siglos posteriores. Los movimientos revolucionarios, los movimientos de liberación, las luchas en defensa de los oprimidos, por la justicia social, por los derechos humanos universales, la concepción de la política como "el arte de volver a empezar", han abrevado de los postulados de la modernidad, divulgados por esos grandes relatos.

Sin embargo, la propia historia se encargó de mostrar la no concreción de las expectativas del proyecto modernista. Con acierto Manuel Cruz afirma "nadie cree hoy estar asistiendo al reinado de la razón y de la libertad". (Cruz, 1991)



II La crítica a la Modernidad

El desencanto producido por el quebrantamiento de los proyectos emancipadores ante el incumplimiento y fracaso de sus promesas: paz, libertad, desarrollo, progreso "para todos", ha conducido a la crítica radical de los postulados de la modernidad. Crítica que, en el pensamiento "posmoderno", avanza en la afirmación de "defunciones" varias: "fin del sujeto", "fin de la metafísica", "fin de la historia" y "fin de la Filosofía de la historia".

Por cierto, vale recordar que el proyecto de la modernidad fue objeto de críticas diversas con anterioridad al pensamiento posmoderno, pero muchas de esas críticas fueron retomadas por éste. La fenomenología había objetado la concepción de ciencia de la modernidad y ofrecido modelos alternativos; la escuela de Francfort cuestionó el cientificismo, nacido de la confianza ciega en la ciencia y su valoración como saber privilegiado; los movimientos ecologistas le adjudicaron a la razón "omnipotente" ser la fuente del desequilibrio ecológico; el feminismo le reprochó la sexuación masculina del sujeto, pretendidamente universal, causa de la exclusión de las mujeres de los bienes universales proclamados (libertad, igualdad, fraternidad). La razón moderna, en fin, fue acusada de ser el sustrato de expresiones políticas totalitarias de diverso signo.

¿Qué es la posmodernidad?

"Posmoderno", como nos lo recuerda Perry Anderson (1998), es un término que, según parece, fue usado por primera vez por un escritor español, Federico de Onís, en los años treinta del siglo XX, para "describir un reflujo conservador dentro del propio modernismo" (1998: 10). Al decir de Anderson, años después reapareció el término en un contexto diferente. En Estudio de la historia, Toynbee usa "edad post-moderna" para referirse a la época iniciada con la guerra franco-prusiana; en el volumen 9, dice "...en el Reino Unido, Alemania y el norte de Estados Unidos, la complacencia de la burguesía occidental post-moderna permaneció inalterada hasta el estallido de la primera guerra general post-moderna en el año 1914" (A. Toynbee, Estudio de la Historia, vol. 9, p. 421, citado por Anderson, 1998: 10)

En ambos casos, como categoría literaria o como categoría histórica, "posmoderno" tiene una connotación negativa: de Onís alude a formas de la literatura que considera decadentes y Toynbee a un periodo de la historia que parece ir a contramano del ideal de progreso de la modernidad.

Por diversas razones, junto con la desatención a la propuesta de Toynbee de interpretar el proceso histórico en términos de desarrollo de las civilizaciones, la palabra pasó desapercibida. La reedita Charles Olson en un texto preparado para una obra que reunía biografías de autores del siglo XX: "Mi estratagema es suponer que el presente es prólogo, y no el pasado" -dice- y describe ese presente como "post-moderno, post-humanista y post-histórico".

El mismo sentido negativo aparece en textos del sociólogo Wright Mills: "Estamos ante el final de lo que se llama Edad Moderna. Así como a la Antigüedad siguieron varios siglos de ascendencia oriental que los occidentales llaman, provincianamente, la Edad Oscura, así a la Edad Moderna está siguiendo ahora un periodo posmoderno", escribía en 1959 (W. Mills, (1961) La imaginación sociológica, México, FCE. pp.165-167, citado por Anderson, 1998: 22)

Según Anderson, "posmoderno" comienza a tener una connotación positiva por obra de algunos intelectuales quienes por los años '60 - '70, visualizan ciertas expresiones de grupos de jóvenes rebeldes como creativas manifestaciones de una nueva sensibilidad, que a la vez que reniegan de las formas estéticas heredadas de la modernidad se muestran indiferentes frente a la historia.

Como puede observarse, estas concepciones de "posmoderno" están fuertemente asociadas a su etimología. La carga de contenido del término, que ha dado lugar a tantos debates, se produce en la década del '70. Se suele señalar como el inicio del uso de "posmoderno", con el significado de corriente de opinión que se distancia del proyecto de la modernidad, al subtítulo "Revista de literatura y cultura posmoderna", con el que la revista boundary 2, editaba su número de 1972. Esta orientación en el uso de "posmoderno" se acentúa a finales de los '70 cuando se usa el término para describir un estilo arquitectónico que aunaba gusto refinado (herencia de la modernidad) y sensibilidad popular (exigencia de los nuevos tiempos).

Como se advierte, el ámbito de aplicación del término era, de nuevo, fundamentalmente estético.

Pero es con la obra de Lyotard, La Condición Posmoderna, que la palabra "posmoderno" adquiere otra dimensión que la meramente etimológica o estética. Para el filósofo francés, el rasgo característico de la posmodernidad es su descreimiento y su rechazo de los principios de la cultura moderna: confianza en la razón y el progreso de la humanidad, afirmación de la supremacía del conocimiento científico, interés por la historia y primacía de los ideales de solidaridad, libertad, emancipación y paz. Según Lyotard, la sociedad debe concebirse como un entramado de lenguajes. Los vínculos sociales no son sino juegos de lenguajes, y la ciencia, del mismo modo que la filosofía, un lenguaje entre otros.

"Posmoderno" no designa ya -ni sólo- un estilo estético (arquitectónico o literario), sino una manera de pensar y de ver las cosas. El pensamiento posmoderno supone un rechazo de todas las nociones propagadas por la modernidad: la razón como común condición humana y base de la ciencia como conocimiento objetivo, el hombre como sujeto de la historia, la historia como un proceso teleológico, y los ideales de libertad, fraternidad y progreso que se sustentan en esas nociones. Expresa disgusto y rechazo por todo discurso universalizador o toda pretensión omnicomprensiva de la realidad (dicho sea de paso, qué paradójico resulta el quiebre del proyecto de una historia universal precisamente cuando se produce un proceso de mundialización de la dimensión del que vivimos), se manifiesta radicalmente antimetafísico; sostiene la imposibilidad de alcanzar verdades absolutas y afirma la legitimidad de todos los discursos.

Frente a la pretensión universalizadora y totalizadora de la razón moderna, el posmodernismo afirma el carácter diverso y múltiple de la racionalidad; privilegia el pluralismo, la diferencia, la heterogeneidad. El resultado: la fragmentación del discurso de la razón y la segmentación de lo real. El posmodernismo firma que sostener la posibilidad de enunciados verdaderos o la objetividad del conocimiento no es más que una forma abusiva de dominio, de autoritarismo. Con lo cual, el paso del relativismo cultural al relativismo social y al relativismo gnoseológico, es casi una consecuencia.

Admitida la legitimidad de todas las perspectivas y el igual valor de todos los discursos, resulta comprensible que se niegue la posibilidad de una historia universal, y más aún, que se afirme la imposibilidad de concebir un sentido último de la historia.

De ahí que, en ese contexto de rechazo de los principios de la modernidad, el centro de la crítica y de la impugnación sean las visiones totalizantes de la historia de las "filosofías especulativas" (la denominación es de Walsh) y sus grandes relatos emancipatorios, fundados en la confianza irrestricta en la razón y la libertad, deslegitimados por las condiciones concretas de vida del planeta.

El rechazo a las filosofías de la historia es también rechazo a los principios en los que se sustentan. El posmodernismo se presenta como la expresión de la pérdida definitiva de confianza en todos los valores que proclamó la modernidad, a lo que opone su descreimiento de valores universales, su escepticismo respecto de los ideales revolucionarios y de progreso, su indiferencia ante las utopías, su tesis del valor relativo del lenguaje de la ciencia, su desconfianza en el futuro y su rechazo de las visiones universales y totalizadoras de la historia, a las que concibe como relatos autojustificatorios de la modernidad. "Si la historia debe tener algún sentido éste hay que buscarlo en la pérdida de sentido", afirma Váttimo (1986).

En la cultura posmoderna "todo vale". Este pluralismo sin límites es interpretado por muchos analistas como un signo de conservadurismo político, aunque otros, como Agnes Heller sostienen que no es relevante aplicar al posmodernismo ninguna categoría que permita definirlo políticamente porque "no representa ninguna corriente política en particular". Heller dice que el posmodernismo "no es ni conservador, ni revolucionario, ni progresista; no es una corriente de esperanza ni de desesperación… "todo puede formar parte de este movimiento" (1998).

Algo que también debe ser tenido en cuenta es que la crisis de los metarrelatos no sólo tiene explicación en el descreimiento en las puras abstracciones y su carencia de correlato empírico, también ha contribuido a esa crisis el desarrollo y fortalecimiento de la historiografía, producido a fines del siglo XIX, que permitió la elaboración de explicaciones más satisfactorias del acontecer histórico -no providencialistas, tampoco imaginativas-, al tiempo que posibilitó su integración definitiva en el ámbito de las ciencias positivas. Aunque también hay que decir que la crítica posmoderna a la ciencia ha puesto nuevamente en discusión el status del conocimiento histórico. (Cfr. Veyne, 1984; H. White, 1992).

En la base del rechazo de la historia universal y de las filosofías de la historia, está también la convicción de que esas formas totalizadoras de pensamiento han originado los imperialismos y colonialismos de diverso signo, de modo especial lo que se aprecia como su expresión más compleja, el eurocentrismo, que impuso en diversas regiones del planeta su modo de entender la historia y su estilo de vida como modelo universal.

Desde la afirmación sin límite del pluralismo cultural, la exaltación de la política de consenso, la separación cada vez más amplia entre la esfera pública y la privada, con sus secuelas de individualismo y desintegración social, propias de la cultura postmoderna, no parece posible pensar en proyectos emancipadores ni en un destino común, porque no existe un objetivo común ni la aceptación de valores universales integradores.



III La proclamación del fin de la historia y de la Filosofía de la Historia



Las discusiones contemporáneas en Filosofía de la historia -pero no sólo en esta disciplina, también en teoría política y en la propia ciencia histórica- se han centrado en el tema del "fin de la historia".

El "fin de la historia" es un tema recurrente en la cultura occidental, pero en las últimas décadas del siglo XX, la discusión se rehabilita por obra de algunos pensadores1, que muestran su desilusión y manifiestan su escepticismo luego de las decepcionantes experiencias históricas de principio de siglo. Pero quien desata la polémica es Francis Fukuyama con su famoso artículo -después libro- ¿El fin de la historia?, publicado en 1989. En ese artículo, Fukuyama sostiene "...el fin de la historia como tal: es decir, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano" (el subrayado es mío).

Según Fukuyama el triunfo del liberalismo económico y político, en sus expresiones de capitalismo y democracia liberal, es absoluto porque no existen propuestas alternativas ni en lo económico, ni en lo político. Caídos los últimos bastiones del "socialismo real", lo que hay es un creciente fortalecimiento del capitalismo y un progresivo reconocimiento de que la democracia liberal es la única forma razonable de organización de los Estados. La no existencia de alternativas no es un hecho circunstancial: no hay alternativas porque tanto el capitalismo como la democracia liberal, son -y así son vistos- la culminación del desarrollo y el progreso de los pueblos. No hay más historia porque no hay más por alcanzar. Sólo los pueblos que todavía no han alcanzado ese estadio siguen en la historia, pero alcanzada que sea esa "forma final de gobierno humano", no tendrán más que desear, no tendrán más historia.

Hasta aquí, muy condensadamente, las tesis de Fukuyama.

Ocuparse del tema del "fin de la historia" requiere algunas precisiones y distinciones previas. En primer lugar, una precisión terminológica: la palabra fin tiene más de una acepción, por un lado significa "meta", es decir, finalidad, punto de arribo; por otro, significa "final", es decir, acabamiento, terminación, cese, conclusión, consumación, extinción.

No siempre es fácil distinguir en el uso este doble significado, aunque es esencial hacerlo, más aún cuando en algunos casos ambos significados coinciden. Como en San Agustín: su Ciudad de Dios es a la vez meta y final de la historia, culminación y consumación.

Hecha esta aclaración, ¿de qué fin se habla cuando se afirma el "fin de la historia"?

Si por "fin de la historia" se está pensando en un desenlace último y definitivo del devenir histórico, es correcto afirmar que ahí la filosofía poco puede decir (el tema parece más propio de una teología de la historia) y en tal caso se debe admitir que la crítica a los metarrelatos resulta legítima.

Si por "fin de la historia" se está afirmando -como es el caso de Fukuyama- que no hay más historia, que en el movimiento de la humanidad no es dable esperar más cambios, habría previamente que preguntar por los planos de referencia de esa afirmación: ¿es en un terreno ontológico o político, que se afirma que la sociedad humana no admite cambios? Si es ontológico, nuevamente se ha instalado el tema en una esfera de especulación teórica sin posibilidad de confirmación empírica. Si es político, ¿es lícito formular una tesis de esa índole? Rotundamente, no.

¿Cuál podría ser la evidencia -y de qué naturaleza- que permita sustentar la idea de que "no hay más por alcanzar" y que la democracia liberal es la forma de gobierno "final" de la humanidad?2. Tal cosa no es posible a riesgo de sobrepasar los límites de posibilidad de un conocimiento científico. Que es propiamente lo que acontece con las tesis de Fukuyama, en las que sus críticos ven una clara maniobra de justificación ideológica del capitalismo y el liberalismo político -más específicamente, de su versión estadounidense.

Natalio Botana señalaba justamente, la necesidad de desmitificar los discursos sobre la inexorabilidad de la democracia y advertir "la distancia existente -en muchas circunstancias abismal- entre la retórica que invoca un principio de legitimidad y la tarea que supone plasmar esos valores en instituciones duraderas". (1998: 296)

Creo que la versión del "fin de la historia" de Fukuyama es una propuesta inmovilizadora y retardataria. De ahí que coincida plenamente con una observación de Manuel Cruz, que me parece muy atinada. Él sostiene: "Los enunciados sobre el fin de la historia intentan ocultar su auténtica condición de enunciados performativos3 o, como se diría en otro ámbito, profecías (vergonzantes) que aspiran a autocumplirse" (id.). No se desprende otra cosa de los discursos del poder, autojustificadores del estado de situación actual del mundo "mundializado".

El tema del "fin de la historia" se complica de manera diferente si nos hacemos cargo del otro significado de "fin", pues no parece tan sencillo que se pueda despojar a los hechos históricos de su carácter teleológico, en la medida que esos hechos responden al obrar humano, que es intencional.

Por cierto, alguien podría objetar que la intencionalidad es atributo de la acción individual y que resulta difícil -si no imposible- sostener una intencionalidad colectiva universal, además de advertir que la historia no es un simple resultado de las intenciones de los hombres. Lo que acontece en la historia no sólo no se explica desde la sola intención, sino que nada garantiza que las intenciones de los hombres se cumplan.

A pesar de esta advertencia, insisto en que no resulta sencillo abstraer este concepto de cualquier reflexión sobre la historia e ignorar el problema teórico que entraña. Como dice Manuel Cruz "Si hay un fin es en el sentido de final no de finalidad".

Los hombres actúan pensando que hay situaciones por cambiar, que hay algo por lograr, que deben modificarse algunas condiciones de vida. Si no se creyera que el futuro se construye, que es posible esperar novedades en la historia4, difícilmente se comprendería la mayor parte de las acciones humanas, sobre todo las que movilizan colectivamente. Ilustra muy bien esto que digo un documento producido por la CGT francesa en ocasión del bicentenario de la Revolución Francesa, citado por Cruz: "La crisis presente permite afirmar que los ideales de la Revolución Francesa siguen aún incumplidos. Sigue incumplido el ideal de LIBERTAD para los miles de activistas sindicales despedidos por ser defensores de las reivindicaciones de los trabajadores. Sigue incumplido el ideal de IGUALDAD para los hijos de los trabajadores que no pueden estudiar mucho porque falta dinero en casa y porque se implanta cada vez menos el principio de gratuidad de la enseñanza. Sigue incumplido el ideal de FRATERNIDAD para los trabajadores emigrantes de distintas naciones confrontados a campañas racistas que los responsabilizan por la crisis económica. La LIBERTAD, la IGUALDAD, la FRATERNIDAD son reivindicaciones vigentes para todos los que deciden luchar contra la crisis, por una sociedad distinta (...) y también son ideales a conquistar por numerosos pueblos del planeta". (Cruz, 1991: 38)

En la Argentina del 2001 miles de trabajadores suscribirían ese documento. De hecho, a pesar de los mensajes inmovilizadores de "nada se puede hacer", "no hay nada que esperar", que provienen de los centros de poder hegemónico, basta prestar atención a las manifestaciones de grupos autoconvocados -al margen de las organizaciones y dirigencias tradicionales- para "leer" la intención de cambio, y la esperanza. ¿Se podría explicar el comportamiento humano sin considerar los desafíos del futuro por hacer?.



IV

Como hemos visto, la función especulativa de la filosofía de la historia ha sido fuertemente objetada. Pero además, puesta en cuestión la historia, y anunciado su fin, parece consecuente anunciar el "fin de la filosofía de la historia".

Conviene recordar, entonces, que con el término "filosofía de la historia" se designa un doble campo de reflexión filosófica que tiene origen en la serie de problemas filosóficos que la historia plantea desde su doble significado de acontecer humano, "historia vivida", y de conocimiento de ese acontecer: 1. la tradicional Filosofía de la Historia -Filosofía Especulativa- ocupada de desentrañar el sentido del devenir histórico, y 2) la "nueva filosofía de la historia" -Filosofía Crítica- interesada en dilucidar los problemas epistemológicos que plantea el conocimiento histórico en virtud del nuevo status alcanzado por la historiografía desde fines del S. XIX.

La crisis de la Filosofía Especulativa de la Historia tal como la conocemos, no constituye el fin de la Filosofía de la Historia. Objetada la Filosofía Especulativa de la Historia, todavía quedaría la Filosofía Crítica de la Historia, con lo cual lo de "fin de la filosofía de la historia" -al menos en este punto- resulta discutible.

No obstante, vale preguntarse si la impugnación teórica e ideológica de los grandes relatos hace que la filosofía especulativa de la historia carezca totalmente de objeto de reflexión. ¿Ha desaparecido, realmente, la filosofía especulativa de la historia? A la luz de lo que acontece contemporáneamente, me atrevo a decir que no.

Hace ya unos años, Walsh (1970), haciendo referencia a la trayectoria de la filosofía de la historia, señalaba: "Existe una fuerte tendencia a plantear cuestiones sobre el curso de la historia..." y más adelante "...el sentido y el plan de la historia (...) tienen con toda evidencia un interés recurrente". Las discusiones contemporáneas a las que hicimos referencia, confirman estas aseveraciones.

Sostener el "fin de la historia" y, entonces, también el "fin de la filosofía de la historia", es -independientemente de cómo y cuánto se pueda rebatir la afirmación del "fin de la historia"- desconocer que los problemas filosóficos no se agotan en este tema y que los metarrelatos no constituyen toda la filosofía de la historia, ni siquiera toda la filosofía especulativa de la historia.

Negar la posibilidad de la Filosofía de la Historia supone negar el carácter filosófico de algunos problemas que la historia plantea: el azar y la necesidad, la libertad y la determinación, la causalidad y la legalidad del proceso histórico, la naturaleza de "lo histórico", la noción de tiempo histórico, la posibilidad de conocimiento del "pasado"; la posibilidad de conocimiento histórico del presente; la relación historia-memoria, etc. etc.

Pero además, a pesar de la desilusión y la sensación de fracaso por las promesas incumplidas de la modernidad y a pesar del descrédito de las visiones universales de la historia no podemos, como dice Manuel Cruz, "prescindir de una concepción unitaria de la historia en la que poder proyectar el futuro y tomar decisiones (Cruz, 1991: 30). Aunque también es cierto que en el estado de desorientación generalizada por causa de tanto discurso contradictorio y el relativismo reinante, hay escasas posibilidades de pensar en un sentido del curso de la historia.

No se puede prescindir del conocimiento histórico a menos que acordemos con Niesztche que "la felicidad reside en el olvido del pasado". Pero, además, ¿podemos renunciar a una mirada global de la historia? ¿Qué mundo es posible construir desde la crítica disolutiva de la posmodernidad?



Bibliografía



. ANDERSON, Perry (1998) Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama, Colección Argumentos.
· BOTANA, Natalio (1998) El siglo de la libertad y el miedo, Buenos Aires, Sudamericana
· CRUZ, Manuel (1991) Filosofía de la historia. Barcelona, Paidós
· FUKUYAMA, Francis (1992) El fin de la historia y el último hombre.
· HELLER, Agnes (1998) Los movimientos culturales como vehículo de cambio, Bogotá
· LÖWTH, Karl (1968) El sentido de la historia. Madrid, Aguilar
· LYOTARD, Jean-François (1984) La condición posmoderna, Madrid, Cátedra
· VÁTTIMO, Gianni (1986) El fin del sentido emancipador de la historia. Diario El País, Madrid.
· VEYNE, P. (1984) Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Madrid, Alianza
· WALSH, W.H. (1970) Introducción a la Filosofía de la Historia, México, Siglo XXI.
· WHITE, Hayden (1992) Metahistoria. México, FCE.



1 (entre ellos, Lutz Nierhammer quien en Posthistoire (1989) analiza los planteos acerca de este tema, de varios intelectuales de mediados de siglo XX)
2 El desmoronamiento del llamado "socialismo real" no debe obnubilarnos respecto de las verdaderas posibilidades del capitalismo y el liberalismo político.
3 "Que quisieran tener la eficacia ejecutiva de enunciados como "prometo": verdad y realidad desde el mismo momento en que son proferidos". M. Cruz, 1991: 33.
4 "Si en la historia ya no pudiera ocurrir nada nuevo ¿valdría la pena seguir estudiándola?, se pregunta M. Cruz.




Revista Escuela de Historia
Año 2, Vol. 1, Nº 2, 2003
Escuela de Humanidades - UNSA


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viernes, 17 de septiembre de 2010

Logaritmos

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por Adrián Paenza




¿Qué son los logaritmos? ¿Para qué sirven? ¿En qué se aplican?

Quiero contar una breve historia. No estoy seguro de que haya sido exactamente así, pero es un recuerdo distorsionado de mi pasado.

Para fijar las ideas, digamos que tenía entre 7 y 8 años. Mi padre solía charlar conmigo sobre diferentes situaciones de la vida cotidiana. Trataba de interesarme en lo que sucedía a mi alrededor. Vivió (y mi madre también, claro) intentando que mi hermana y yo entendiéramos la importancia de respetar al otro, de ser generosos, solidarios. No sé si lo consiguió, pero ciertamente lo intentó.

Recuerdo que una vez trajo un librito pequeño, con muchas páginas. Cada página tenía muchos números. Muchos. Cada número figuraba en una pequeña tabla. Si la memoria no me traiciona, creo que en el lomo (del libro) decía: “Tablas de logaritmos de Lalande”.

Aunque parezca raro, mi idea, al ver tantos números, era saber si podía descubrir cómo estaban ordenados y qué patrón podía encontrar. Era fácil advertir que estaban dispuestos de menor a mayor, pero ¿qué separaba a uno del siguiente? ¿Cómo hacer para calcular el próximo sabiendo el anterior?

No me daba cuenta de que, si hubiera habido una manera de hacerlo, ¿para qué alguien habría de escribir y publicar un libro sobre el tema? Es decir, si hubiera habido alguna forma de descubrir el número siguiente, conociendo el anterior, no tendría sentido escribir esas tablas. Sería equivalente a que aparecieran publicadas las tablas de multiplicar.

La pregunta obvia era entonces: ¿para qué sirven? ¿Qué son los logaritmos?

Mi viejo me preguntó: “¿Qué es más fácil: multiplicar o sumar?”. Yo contesté lo mismo que usted está pensando: “sumar”.

Luego –como era esperable– vino otra pregunta de mi padre: “¿Qué es más fácil: calcular potencias de números o multiplicar?”, que obtuvo la respuesta obvia: “multiplicar”.

Y eso, aunque parezca una banalidad, es lo que uno tiene que saber si quiere hacer cálculos en forma más sencilla. Obviamente, en la década de 1950 no había calculadoras ni computadoras. Por lo tanto, si uno tenía que hacer operaciones con números grandes (de muchos dígitos), usar logaritmos era la forma de abordarlos.

En esencia, los logaritmos ayudan a multiplicar números de muchos dígitos. Si bien no voy a hacer acá el desarrollo de la teoría de los logaritmos, lo primero que uno aprende de ellos es que si tuviera que multiplicar dos números “grandes”, lo que hace es calcularles el logaritmo a ambos, luego sumar esos logaritmos y, después, se vuelve para atrás (lo que en la escuela se llama “calcular el antilogaritmo”, o bien uno vuelve para atrás con la función exponencial).

Para simplificar, supongamos que uno tiene que multiplicar dos números escritos como potencias de 10. Digamos 105 x 107 . Dicho de otra forma:

100.000 x 10.000.000 (*),

o sea, cien mil por diez millones.

El número 5 –que aparece en 105– cuenta la cantidad de “ceros” que tiene el primer número, y de la misma forma el número 7 –que aparece en 107–cuenta el número de ceros que tiene el segundo.

Entonces, si uno calcula los logaritmos de ambos, obtiene 5 y 7. Los suma y obtiene el número 12. “Volver para atrás”, en este caso, significa poner un uno seguido de doce ceros, y por lo tanto, el resultado de multiplicar 105 x 107 = 1012= 1.000.000.000.000.

La cantidad de dígitos que tiene un número indica cuán grande es. Lo que hace el logaritmo de ese número –entre otras cosas– es detectar cuántos dígitos tiene y, por lo tanto, saber qué tamaño tiene.

De esa forma, uno tiene idea del tamaño que tendrá el producto. Después lo podrá calcular con mayor o menor precisión, pero estimar el número de dígitos permite estimar el tamaño del producto.

Por supuesto, los logaritmos tienen múltiples aplicaciones que sería imposible enumerar acá. Pero, al menos ahora, si alguien viene y le pregunta para qué puede servir conocer el logaritmo de un número, usted le puede contestar que tener ese dato permite saber (entre otras cosas) el tamaño del número. Permite también convertir multiplicaciones en sumas y potencias en productos. Se usan para convertir cuentas complicadas en otras mucho más sencillas.

Pero el logaritmo (y su inversa, la función exponencial) también se usa para medir la intensidad de un terremoto (en la escala de Richter), para evaluar cuánto tiempo llevaría la solución de un problema mediante una computadora (lo que se llama estimar la complejidad de un proceso), para describir el decaimiento radiactivo de una sustancia, para medir cómo se expande una enfermedad o cómo crece o decrece una colonia de bacterias, para calcular cómo crece un determinado capital invertido en un banco a un cierto interés, en múltiples ocasiones en ingeniería y física... y la lista continúa. Hasta para medir semitonos en las partituras de música están presentes.

Para todos aquellos que nacimos antes de la era de las calculadoras-computadoras, usar logaritmos y reglas de cálculo era nuestra única salvación. Los usábamos para resolver operaciones larguísimas y cuentas tediosas que, hoy, abordamos con total naturalidad. Lo que pasa es que hoy nos resultan transparentes. Están, sí, pero no se los ve.

(*) 105 = 100.000 y 107= 10.000.000


Diario Página12 30/9/2008.-



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jueves, 16 de septiembre de 2010

Conferencia 'La apertura del psicoanálisis al acontecimiento' - Ricardo Rodulfo

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Conferencia a los estudiantes brindada en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario (U.N.R.).
Versión desgrabada, no corregida por el autor.



Buenas noches. Por un lado, a esta conferencia le di un nombre: "La apertura del psicoanálisis al acontecimiento" pero hablando de acontecimiento no tengo ninguna duda que, para bien o para mal, el trabajar con estudiantes regularmente desde hace muchos años fue para mí y es fundamentalmente un espacio para pensar en voz alta. La vida de profesor puede ser muy tediosa, como otras vidas, y si se da clase en el sentido de preparar una clase, a veces se está amenazado por la rutina. En la coexistencia con estudiantes he estado continuamente en contacto con gente joven, por supuesto también con colegas pero muy en particular colegas jóvenes, recientemente recibidos. Para mí siempre ha sido verdaderamente muy dignificante. Estos libros, que mencionaba recién Jaime, no sé si los hubiera escrito pero probablemente tendrían una forma muy distinta porque básicamente y casi siempre salieron de borradores, en una proporción muy amplia han sido clases, sobre todo en la Facultad de Psicología de Buenos Aires pero también en otros lugares como aquí y en otros espacios.

Por otro lado, cuando yo digo "la apertura del psicoanálisis al acontecimiento" estoy implicando un porvenir y a ese porvenir están llamados muchos que hoy son enseñantes, aquí y en otras partes, es decir que está muy implicada una cosa con otra.

¿Qué quiero decir con la apertura del psicoanálisis al acontecimiento? Por lo pronto interpretaría el título en un doble sentido: por un lado, que el psicoanálisis como disciplina tiene viejos problemas, está en deuda con el acontecimiento, con pensar el acontecimiento, con pensar la diferencia, lo nuevo que a través del acontecimiento puede generarse -luego volveremos sobre esto-.Las distintas teorías psicoanalíticas, en sus enmarcamientos más tradicionales, no sé si han hecho justicia a la cuestión del acontecimiento, aunque el mismo psicoanálisis después de todo emergió como tal, como un acontecimiento.

Por otro lado, retomaría una interrogación de un pensador que murió hace poco tiempo, Jacques Derrida, quien se ocupó mucho del psicoanálisis desde su propio campo, el campo filosófico; lo pensó y lo amo mucho. Derrida se preguntaba si al psicoanálisis le podría acontecer algún día el psicoanálisis. Si al psicoanálisis le podría ocurrir el psicoanálisis como acontecimiento, refiriéndose a algunos fenómenos problemáticos en el seno del psicoanálisis de los que voy a ocuparme un poco. Esa sería una cuestión.

En tanto acontecimiento abría que volver sobre un punto: antes que una teoría o una práctica codificada organizada desde una teoría, antes que eso el psicoanálisis es, en un sentido no solo temporal, una experiencia que pasa por el cuerpo y por lo tanto pasa por la subjetividad de alguien y es una experiencia de la singularidad. Es una experiencia tanto desde la posición de paciente como desde la posición de analista, que además sabemos que tiene como requisito conocer la otra. Por eso mismo y no por una razón formal o por un ideal vago de normalidad o normalización, el psicoanalista, a diferencia de otros profesionales, debe pasar por un psicoanálisis. No puede hacer o practicar el psicoanálisis desde afuera, como es posible hacerlo en otras disciplinas. Primero que nada debe hacer esta experiencia. Esto, cierta tradición occidental en la que estamos y a la que el psicoanálisis no puede escapar, suele de algún modo encubrirlo o reprimirlo quizá porque de una manera muy típicamente occidental solemos priorizar la formación teórica, la capacitación teórica y todas esas cosas que por cierto no estaría en mi ánimo minimizar, además también yo me dedico a ello, pero la realidad de la formación a veces no deja de tener cierto sesgo "intelectual" muy típico de disociaciones propias de nuestra cultura. Por ejemplo: un psicoanalista kleiniano se puede parecer más en su manera de trabajar a un psicoanalista lacaniano que a otro psicoanalista kleiniano, o que ese psicoanalista lacaniano a otro lacaniano y lo mismo podría decirse de cualquier escuela que a uno se le ocurra. Por eso mismo en todas las corrientes teóricas que hay en el psicoanálisis es posible encontrar analistas muy capaces, por lo menos en ciertos encuentros con ciertos pacientes, y analistas que no parecen serlo tanto. Analistas más confiables y analistas menos confiables. No está para nada probado que los de una corriente trabajen mejor que los otros o que sean más éticos o más confiables Sin contar que, como el psicoanálisis es una experiencia, depende de un encuentro y por eso mismo Winnicott decía que de pronto un paciente podría andar mucho mejor con un psicoanalista muy joven y relativamente inexperto que con un gran pope, sencillamente porque el primero le prestaba más atención y el segundo podía creer que ya estaba de vuelta y que ya sabía. Quiero decir con esto que ser un buen analista no es una mera cuestión individual ni de capacidad intelectual, aunque hay que formarse, estudiar, leer, supervisar y todas esas cosas que no podemos dejar de lado sino que debemos valernos de ellas muy cuidadosamente. Todo ello es referido a una experiencia: a que ser analista es un acontecimiento que adviene en un encuentro y no una cuestión que queda liquidada simplemente con aprender más o menos bien una teoría. Esto es todo un tema.

Además quiero decirles que las cosas de las que nos ocupamos empiezan más de una vez y el psicoanálisis es una disciplina que ha aportado a pensar esto. Las cosas empiezan más de una vez, no hay un principio que luego sigue en una continuidad lineal. Por ejemplo, un paciente adolescente lo decía así: "cuando termina el secundario uno empieza su propia vida". Dejando de lado otras cosas es interesante la idea de ¿cuándo empieza mi propia vida? ¿Cuando uno deja de ser chico empieza mi propia vida? ¿Cuando termino el secundario? ¿Cuántas veces empieza mi propia vida? Seguramente más de una vez empieza mi propia vida y no en una continuidad lineal y lo mismo pasa con el psicoanálisis como disciplina. Yo no estaría de acuerdo en que el psicoanálisis empezó con Freud como punto de partida absoluto y luego se siguió desarrollando y empezaron los pos-freudianos y cada cual elige al que le gusta. Creo más bien que el psicoanálisis ha comenzado varias veces y tiene que seguir comenzando, cada una de esas veces implica un diálogo particular con herencias y con comienzos anteriores. Justamente lo que llamamos de una manera un poco equívoca, psicoanálisis de niños, tiene que ver con uno o más de esos comienzos. Con esto no hablo de fundaciones y refundaciones absolutas que detenten la verdad, sobre todo eso no. Pero además, como marca Derrida, el psicoanálisis en ese punto no se parece tanto a una ciencia en el sentido de una acumulación ininterrumpida del saber y del conocimiento. Si bien por otro lado, en lo que llamamos más estrictamente ciencia y donde tomamos como paradigma de tal por ejemplo a la física, también hay más de un comienzo. La física volvió a comenzar con Einstein, por ejemplo, y otros. El psicoanálisis de niños ha sido muchas veces, y vuelve a serlo, un psicoanálisis de punta, como decimos tecnología de punta, para replantear cosas a fondo y para desmarcase de cierta tradición en psicoanálisis a la par que la reconocía. Para tomar un ejemplo paradójico: en una disciplina que promocionó tanto la idea de sexualidad infantil y que renovó tanto al respecto, el psicoanálisis de niños aportó mucho, más que a la sexualidad infantil, a la incidencia mala o buena de la sexualidad del adulto sobre la infancia y a problematizar la sexualidad de la familia y también ayudó a que hoy, entre otras cosas, se hablé mucho más de abuso sexual que de la supuesta forma intrapsíquica en la que se imaginaba el psicoanálisis clásico, por ejemplo, cómo se formaban los impulsos incestuosos en el niño, como si fuera algo que va surgiendo en el propio niño individualmente. Esto para tomar un ejemplo al pasar.

Además hay otro principio, el principio de no homogeneidad. Nosotros cuando decimos el psicoanálisis solemos pensar en un espacio homogéneo. Hace muchos años Hugo Vezzetti había propuesto, aunque después no continuó esa idea, hablar de los psicoanálisis, pluralizar. Lo cual estaría bien a condición de salirse del modelo que ha sido fatídico en el psicoanálisis de ortodoxo y desviación. Un movimiento que detentaría la ortodoxia, el buen camino y los desviados, expulsados o auto-expulsados. Yo creo que todo el psicoanálisis es una desviación y si hay algo que sería incompatible con lo que a mí me gustaría llamar el espíritu psicoanalítico sería la ortodoxia. Pero que el psicoanálisis no es un espacio homogéneo y eso hace a su riqueza y por eso a ningún autor, ni siquiera a Freud, abría que pedirle una especie de saber de conjunto, de teoría que diera cuenta del psicoanálisis en su conjunto, lo cual suele pasar y es un problema serio.

Por otra parte, yo agregaría a esto lo que me gustaría llamar un principio de inconclusión. El psicoanálisis no solo empieza varias veces si no que no ha concluido, en el sentido de la formación de sus conceptos. No es y no debería ser, si no quiere morir estrangulado por suicidio, un sistema teórico cerrado ni acabado. Pondré un ejemplo que he escuchado más de una vez en boca de distintos psicoanalistas incluso de diferentes procedencias teóricas. He escuchado decir esto: la adolescencia no es un concepto psicoanalítico como sí lo sería la pubertad. Esto basado en que Freud no hablaba nunca de la adolescencia, lo cual es como decir que Freud tampoco habló nunca de cohetes a la luna o misiles porque eran cosas que no existían en esos tiempos, mal podría hablar de ellas. Pero además esta idea me parece sorprendente por lo siguiente: en primer lugar uno diría que la adolescencia no es un concepto de nadie, es un término que puede llegar a tener ciertas precisiones conceptuales a partir de las más diversas disciplinas, puede haber una aprehensión sociológica de la adolescencia, una aprehensión antropológica, histórica, política, psicológica, psicoanalítica. La adolescencia no pertenece a un territorio conceptual determinado. Segundo, más grave, cuando se dice que la adolescencia no es un concepto psicoanalítico pareciera regir ahí la presuposición que hay un corpus de conceptos psicoanalíticos ya delimitados y que por lo tanto hay ciertas cosas que ya están excluidas y no serían un concepto psicoanalítico ni podrían llegar a serlo. Esto es muy grave porque presupone la detención voluntaria de una disciplina en sus propios límites en un momento dado, es decir, ya tenemos toda nuestra batería conceptual y lo que no entró hasta ahora recluyó en cuanto a su posibilidad de entrar, sea la adolescencia o cualquier otro punto. Me parece realmente muy grave como síntoma, justamente lo más opuesto al acontecimiento, a que al psicoanálisis le acontezca la introducción de un concepto nuevo o la introducción de algo que venga a dislocar, a trastocar sus sistemas conceptuales que es como decir renovar, mantener algo viviente. Por eso mismo pienso que siempre hay otro psicoanálisis, lo ha habido y lo volverá a haber, otro psicoanálisis que el psicoanálisis que tiene su objeto ya establecido. Un psicoanálisis de lo otro que el objeto habitual del psicoanálisis y un psicoanálisis justamente muy ligado a eso de lo otro.

Pero además, no sé bien cómo llamarlo y lo llamo como a veces lo pienso, creo que el psicoanálisis a veces tiene más que ver con una actitud, una posición, una manera de pensar, nada fácil de aprender ni de definir, aunque debe ser posible estudiarla. Una manera de pensar que es independiente de un vocabulario teórico determinado o del conjunto de esos vocabularios teóricos. No confundiría al psicoanálisis como actitud, como experiencia, como manera de pensar, con tal o cual vocabulario teórico de quien fuere, ni tampoco con toda la sumatoria de todos los vocabularios teóricos que ha habido o que pudieran llegar a haber. En ese punto la obra de Winnicott resulta muy esclarecedora porque en su momento demostró que se podía pensar y trabajar muy creativamente con el psicoanálisis, en lo clínico y en lo teórico, independizándose de todo vocabulario técnico en particular, desmarcándose en una toma de actitud muy política, de política psicoanalítica, tomando distancia respecto a los vocabularios teóricos de su época, en particular el kleiniano y el freudiano, sin crear por eso una nueva jerga técnica. Más que creando su propio vocabulario, pensando con ayuda del vocabulario común más mezclas de otros vocabularios, situó el vocabulario psicoanalítico pero de una manera poco sistemática en el sentido académico universitario convencional y, sobre todo, no hay un vocabulario por el cual podríamos reconocerlo de inmediato, por eso mismo no hay una escuela winnicottiana, como si lo hay kleiniana, lacaniana, etcétera. El dejarse gobernar por un sistema teórico determinado, por un vocabulario determinado me parece que es justamente lo menos psicoanalítico. Yo diría, en ese sentido, que cuando a veces se ha puesto la cuestión sobre el objeto del psicoanálisis en más de un sentido, lo cual lo diferencia también de otras psicoterapias no porque sea mejor si no porque es distinto, el psicoanálisis no tiene objeto y su fuerte consiste justamente en no tener objetos. Cuando a veces se ha querido determinar mucho el objeto del psicoanálisis, por ejemplo característicamente el inconsciente sería el objeto del psicoanálisis, generalmente eso ha traído más problemas que beneficios en cuanto a toda la metafísica que se reactivó en tal o cual sesgo de uso del término inconciente y por lo demás pienso que el inconsciente, que suele tener tanto prestigio entre nosotros, es más un término que Freud introduce tácticamente ¿Por qué tácticamente? Porque tácticamente era el término más apto para oponerse o desmarcarse de una reducción del psiquismo a la conciencia, más que porque ese término fuera tan novedoso o tan especial. En verdad el mismo Freud, esto es muy interesante, a partir de lo que se suele llamar su última tópica – 1923 - empieza a relativizar el término inconciente y explícitamente lo dice, lo presenta como una cualidad de los procesos psíquicos que para él ya no tiene tanta importancia como la tenía en la época de "La interpretación de los sueños". Esto me parece una actitud mucho más abierta en ese sentido, innovadora, no jugar al psicoanálisis salvaje, una suerte de determinado objeto delimitado y que suele exigirse convencionalmente para la identidad de una disciplina. En ese punto del psicoanálisis puede funcionar mucho mas como un virus que se acople y se mimetice.

Ahora bien, los problemas para esto del acontecimiento se han desplazado. En ese camino uno podría medir la distancia que va de Freud a Derrida. Freud hablaba de resistencias al psicoanálisis, escribió e insistió sobre ello, las resistencias al psicoanálisis que se podían generar desde distintos lugares institucionales, disciplinarios o no, y desde distintos reflejos conservadores de la cultura: tradiciones religiosas, científicas, morales, psicológicas, etcétera. Creo que las resistencias al psicoanálisis pueden seguir estando, es fácil verlas hoy en virulencias neo-organicistas, en virulencias empiristas disfrazadas de pragmatismo, etcétera pero que hoy el verdadero problema del psicoanálisis está más organizado en lo que Derrida llama resistencias del psicoanálisis a sí mismo. Derrida caracteriza esto también sobre el modelo o tomando las metáforas de las enfermedades auto-inmunes, un psicoanálisis combatiéndose a sí mismo. Estas resistencias del psicoanálisis son justamente las que bloquean la apertura del acontecimiento, el acontecimiento del psicoanálisis como acontecimiento y del acontecimiento en el psicoanálisis en cuanto a una mejor conceptualización del acontecimiento, y estas resistencias del psicoanálisis uno puede desdoblarlas para caracterizarlas en dos formas típicas: una sería la resistencia burocrática, institucional, profesional con todos los tic de la corporación profesional, incluidas sus tendencias ritualista, formalistas, la degeneración burocrática. No quiero decir con esto que una internacional psicoanalítica tenga el monopolio de esto pero sí que puede ser un buen paradigma. Tampoco quiero decir que todo lo que hay en la IPA responde a esto porque ahí hay gente que piensa, hay gente valiosa, estamos hablando de tendencias. La otra vertiente de estas resistencias del psicoanálisis en sí mismo se puede caracterizar, más que como burocratismo, como dogmatismo. La posición dogmática, cerrada, que podría quedar muy bien encarnada en una institución también internacional, también globalizadora, donde no es casual en el sentido de la dirección en la que la globalización suele tomar como uniformización, no como globalizar en la diferencia que sería una manera de globalizar sino globalizar reprimiendo la diferencia y en ese sentido una institución paradigmática podría ser la de hoy, no porque tenga el monopolio del dogmatismo que es una enfermedad muy frecuente, si no como un buen paradigma. Lo problemático de estas posiciones es el suponer que no se puede aprender del otro, esto es un síntoma muy grave porque si uno no aprende del otro ¿de quién va a aprender? En posiciones psicoanalíticas muy dogmáticas que ha habido y puede volver a haber, aunque por suerte también hay muchos espacios independientes donde hay otra tolerancia de la diferencia y otras prácticas de la diferencia, pero en las posiciones muy dogmáticas se supone que no hay nada que aprender del otro ni siquiera del otro psicoanalista, en tanto psicoanalista que practica en otra corriente teórica. Eso podemos verlo fácilmente en el sistema de citas de ciertos textos: cuando uno puede leer muy rápidamente o deducir muy rápidamente de un sistema de citas la identidad teórica del que firma casi siempre estamos en presencia de una posición dogmática, donde no hay nada imprevisible, ya sé que citará y que dejará afuera. Pero además los psicoanalistas en su conjunto, dejando de lado sus diferencias internas, suelen demasiadas veces no pensar que se puede aprender del otro, en posiciones de cierta arrogancia con respecto a que el psicoanálisis sería la única psicoterapia válida, la única psicoterapia digna de ese nombre o algo más, que ni siquiera merecería el nombre de psicoterapia. Pero no sería una psicoterapia solo porque se opondría a todo el campo de las psicoterapias consideradas como un campo de segundo orden donde no hay nada que valga la pena leer, ni tampoco habría nada que valga la pena leer en las neurociencias o en cualquier otra cosa que no fueran los textos psicoanalíticos. En definitiva, el otro nombre de esto es ignorancia y es a lo que conduce. Creo que hay que detenerse muy seriamente a pensar que algo anda muy mal cuando yo siento que no puedo aprender nada del otro y doy por sentado que el otro no me va a enseñar nada. La misma posición psicoanalítica debería excluir esto cuando uno sabe que aprende de sus pacientes, más que de ellos como individuos, del encuentro con ellos, de lo que se gesta en ese encuentro. Porque muchas ideas e intuiciones clínicas de los psicoanalistas, desde Freud para acá, han sido en realidad inventos o hallazgos de los pacientes. Freud mismo da testimonio de esto cuando, por ejemplo, marca que fue el hecho de que sus pacientes comenzarán a traerle sueños lo que hizo que él empezara a interesarse en el análisis de los sueños, cosa que no se le había ocurrido, en una época en la que él fundamentalmente le pedía al paciente que asociara sobre el síntoma y los pacientes comienzan a traer otras cosas, eso son invenciones de los pacientes. Es como el soldado desconocido: murió en combate pero no tiene nombre. Hay pacientes conocidos en la historia del psicoanálisis y algunos demasiado conocidos, son como decir "La Traviata", figurita repetida. Pero hay muchos desconocidos y fueron esos desconocidos los que generaron muchas cosas que luego suelen recibir la firma de un apellido famoso. Cuando Winnicott describe eso de "pagaron para enseñarme" no es una frase hecha ni una mera cortesía, es verdad que es una paradoja pagar para enseñar, lo que pasa es que tampoco es que el paciente en sí le enseña al analista en sí. Volvemos al concepto de experiencia.

Por otro lado, esto de diferenciar el psicoanálisis de sus vocabularios y de sus corrientes teóricas nos puede preservar de otro efecto: que la superposición de vocabularios en el psicoanálisis es tan grande que se genera una gran confusión y entonces ya nadie está muy seguro qué quiere decir narcisismo o qué quiere decir yo y tantos otros conceptos, porque hay tantas maneras de maniobrar un concepto que eso genera un efecto de Torre de Babel bastante confusa y por eso mismo hay que preservar al psicoanálisis como modo de pensar y de jugarse a suerte y verdad a su vocabulario.

Yo marcaría ahora algunos puntos que tienen que ver con lo que Jacques Derrida llamaría puntos a deconstruir. Puntos que tal como están hacen obstáculo al acontecimiento del psicoanálisis y a que el psicoanálisis no siga aconteciendo. Para que el psicoanálisis siga aconteciendo es menester que se siga pensando, no que se aplique lo ya pensado. Hay una serie de puntos que voy a enumerar, en el marco de una conferencia como esta, solo puedo hacerlo muy escuetamente pero para identificarlos como puntos de resistencia a deconstruir, no a descartar. Hay cosas que de pronto se vuelven obsoletas, se descartan solas o hay que descartarlas pero es mucho mas lo que hay que enriquecer, agregar, suplementar, acotar o reposicionar. No se trata de tirar todo por la borda en nombre de algún acontecimiento nuevo, no es eso de lo que se trata con la apertura del acontecimiento. La apertura del acontecimiento también se da en el volver a pensar la herencia y en cómo hacerse cargo de una herencia, lo cual es una cuestión muy seria porque uno no se hace cargo de una herencia copiando servilmente o citando mecánicamente, litúrgicamente. Eso no es hacerse cargo de una herencia ni hacerse responsable de una herencia como la que tenemos entre manos con ciento y pico de años de existencia del psicoanálisis como disciplina. Los enumeraré de una manera más o menos convencional.

La idea de deconstrucción, para quienes no están familiarizados con el término, se los planteo de una manera muy básica: nosotros pensamos o tratamos de hacerlo, los médicos, los psicólogos, los psicoanalistas, los sociólogos, los antropólogos, los biólogos, los físicos, los filósofos, los escritores; nosotros pensamos pero, por lo general, no sabemos con qué pensamos ni nos detenemos mucho a pensar con qué pensamos. Por ejemplo un psicoanalista en la vida cotidiana de su práctica no tiene tantas ocasiones de detenerse a pensar con qué piensa y entonces el profesional suele caer fácilmente en un sostén de los conceptos con que piensa sin nunca detenerse a ver ¿de qué están hechos los conceptos con los que pienso? Detenerse a ver con qué pensamos sirve muchas veces para pensar mejor esas cosas con las que pensamos o para ver de qué reniegan, por qué necesitan que se les renueve. Entonces voy a hacer una enumeración desordenada y provisoria. Uno de los puntos que hace un obstáculo a remover, aunque ha sido parcialmente removido por muchos autores, es uno de los puntos más míticos del psicoanálisis y sigue el modelo de la física, de donde Freud lo tomó, se trata de la vigencia de las condiciones iniciales, lo que pasó cuando yo era pequeño. La idea de que hay unas condiciones iniciales que, por ejemplo, pueden durar según los autores cuatro, cinco años y que el resto de la vida depende de esas condiciones iniciales. Habrá variaciones pero básicamente esa es la idea: que todo lo importante, lo esencial pasó cuando yo era pequeño y después no hay nada que sea verdaderamente ajeno a esto y que se introduzca de una forma suplementaria. El tema, por una parte, viene de la física que Freud tenía como modelo, como una de sus referencias, la física mecánica. La física mecánica es un sistema de fuerzas -como el que se estudiaba en el secundario-, si yo tengo las condiciones iniciales a partir de esas condiciones iniciales se generan todos los movimientos posibles posteriores. Pero además, y esto es un punto muy importante, en un sistema físico cerrado el juego de fuerzas en cualquier momento que yo haga el corte puedo volver a reconstruir las condiciones iniciales del punto de partida. A eso aspira justamente Freud, a hacer el corte en un adulto y reconstruir cómo fue su infancia que determinó su edad adulta. La idea de partir de aquí y en un momento dado llegar al apunto de partida. El otro nombre de eso es aristotelismo, como bien decía Julio Moreno, un colega nuestro que ha realizado un estudio muy interesante hace pocos años llamado "Ser humano", el pensamiento de Freud está muy dominado por cierto aristotelismo, no podía ser menos pues no le era posible a Freud no pertenecer a toda una tradición. En el aristotelismo todo acto remite a una potencia, no hay acto que no remita a una potencia anterior. Por lo tanto no hay acto que se produzca como un acontecimiento que no venga de algo previo. Por lo tanto esto en nuestro campo implica que si alguien se psicotisa a los 25 años tenía que tener una potencia para psicotizarse que ya estaba cuando era chiquitito. No puede ser que alguien se psicotice a los 50 años y que eso no dependa de condiciones iniciales. Esta presuposición que no ha sido probada nunca y que a veces la clínica la desconfirma no deja lugar para nada nuevo fuera de esos primeros años.

Hoy tenemos referencias en otras disciplinas más interesantes para el psicoanalista, precisamente si uno quiere volver a la física, en la física cuántica, en la física de las pequeñas partículas. En la física de las pequeñas partículas ocurre algo interesante y es que las condiciones iniciales de un sistema tienen efectividad pero caducan, no se mantienen inalterables todo a lo largo de la existencia de ese sistema como en la física mecánica. Las condiciones iniciales de un grupo de pequeñas partículas tienen eficacia para lo que luego suceda entre esas pequeñas partículas durante un período de tiempo limitado, llega un momento en que cesa su eficacia por lo tanto todo lo que ocurre a partir de allí ya no depende de esas condiciones iniciales. Pero además, segundo punto importante, a partir de allí ya me es imposible retornar a esas condiciones iniciales, no puedo ya saber cómo eran partiendo de como está el sistema ahora. En otros términos: podría ser posible que el análisis de un adulto ya no me hiciera posible reconstruir de una manera segura su historia infantil planteando una continuidad, una línea que une esa historia infantil a como está este adulto en un momento dado. Podría ser que esas condiciones iniciales hubieran agotado su vigencia llegado cierto momento de la vida de esa persona. En todo caso habrá que ver, esto tampoco es un nuevo dogma enunciado, es una cuestión para examinar caso por caso porque en la clínica a veces encuentro vidas donde hay una continuidad grande en cuanto a patologías y vidas donde no ocurre nada de eso, donde hay grandes discontinuidades. La física contemporánea justamente proporciona modelos mas aptos para pensar esas discontinuidades, eso que avanza a saltos, que empieza varias veces, como en la física mecánica que era la referencia de uno de los ideales para Freud.

La idea del complejo de edipo como nuclear, como encrucijada nuclear en la subjetivación, más todo lo que genera a partir de allí, como algunos lo llaman, familiarismo. O sea, cierta tendencia psicoanalítica a encontrar lo edípico, la conflictiva edípica. Se piensa en una perspectiva histórica, estructural, hacer del edipo el centro de la existencia subjetiva. Ahí hay varios problemas, empezando porque lo familiar se reduzca a lo edípico, deja sin pensar en su especificidad funciones familiares, las del tío, las del abuelo, que requerirían ser pensadas en su especificidad. Pero además esta manera de pensar que divide, traza una especie de círculo donde lo esencial para la subjetividad se juega en el ámbito privado, familiar de la familia edípica o concebida edipicamente; después viene lo social a través de los padres, lo cual llevó a la idea de sustituto demasiado fácil. Cualquier hombre de otra generación que incida sobre la vida de un hombre mas joven va a ser visto como un sustituto o un derivado de padre y así sucesivamente. Esto tiene varios inconvenientes, uno de ellos es la especificidad de la idea de sustituto que reduce todo a padre y madre o, en el mejor de los casos padre, madre y hermano.

El otro problema grande del psicoanálisis clásico y de más de una corriente teórica, es que asimila y confunde que algo ocurra en la familia, a que algo ocurra en el orden de lo familiar. Que algo se detone en el espacio de la familia es pensar que las causas de la detonación deben ser buscadas invariable y exclusivamente en el seno de lo familiar. Lo familiar sería lo que estructura la subjetividad y lo demás queda como superestructurral. Así es muy imposible pensar cosas tales como la adolescencia, porque por esta razón el psicoanálisis tradicional no pudo pensar lo estructurante de la función del amigo en la vida psíquica, del amigo que no es reductible a un miembro de la familia, o del grupo o del grupo de pares. El psicoanalista de niños y de adolescentes trabaja mucho la problemática y la función estructurante del grupo de pares, del amigo, del amigo íntimo, que no son la función de lo mediático. El aparato de televisión en la casa simboliza que la división entre familiar y social no funciona más, si es que alguna vez funcionó, porque el pequeño que ve televisión, y a veces ya empieza de bebé, no recibe lo que la televisión le dice de ideales, de anti-ideales, de esto y de lo otro a través de los padres; la televisión le llega directamente al inconsciente, no llega a través de papá y mamá. Los ideales de cuerpo que le llegan, por ejemplo, los ideales de niño, de adolescente, le llegan directo ahí. De manera que, por una parte, uno diría que al poner la lupa sobre las funciones familiares el psicoanálisis tradicional permitió estudiar con mucha finura cosas que pueden ocurrirle a alguien con sus padres y eso es muy valioso y debe ser conservado, no hay que descartarlo. Sabemos que para estudiar algo hay que poner la lupa allí, no se puede poner la lupa sobre todo, al mismo tiempo. Pero luego la lupa hay que sacarla de allí y para eso hay que apagar los nombres y encender los textos, hay que apagar el prestigio de los grandes nombres y dejar producir los textos. Lo malo es si uno sigue poniendo la lupa donde siempre estuvo puesta y entonces no puede estudiar otra cosa, no puede estudiar nuevos fenómenos subjetivos más que bajo la forma de lo negativo o de la patología. Hay muchos síntomas de eso, por ejemplo los psicoanalistas que trabajan con niños y con adolescentes les cuesta no hacerse una versión conservadora y reaccionaria, en el fondo, de las nuevas tecnologías, como los padres. Tienden a ver en la relación del niño con la computadora, con Internet, con los video juegos, con la televisión, formas de alienación y decadencia subjetiva, no pueden ver nada positivo, lo cual es por lo menos un combate de retaguardia y uno se abroquela en una posición reactiva que le impide entenderse con nuevas subjetividades en emergencia. Sin contar con que las lecturas familiaristas de lo edípico también fueron muy reductoras. Por ejemplo la lectura clásica de lo edípico recluye o repudia por completo toda una trama política del mito y de la tragedia porque se trata de una cuestión donde no sólo es un padre, una madre y un hijo, también es un rey, una reina y un heredero del trono, ese no es un elemento secundario en el mito que implica toda una reflexión sobre el poder y sobre las relaciones entre criminalidad y poder. La misma lectura que hace Freud patea a un costado el hecho de que se trata de una cuestión de alta política para dejar solo en juego las relaciones familiares y está bien, pero veamos qué logró él con eso, pero luego hay que restablecer tramas más complejas.

Por lo demás en este, como en otros casos, hay otro problema que no solo concierne a lo edípico, que concierne a la idea de centro, de nuclear. No es solo que Freud habla del complejo de edipo o como se dice ahora "del edipo", de una manera bastante problemática si se lo formaliza más así. Es que al decir complejo, Freud preservaba cierta complejidad que se elimina al eliminar el término complejo, no sé cuál es la ventaja. Pero Freud no se limita a decir que existe algo en la infancia que conceptualizó como complejo de edipo si no que le da, a poco tiempo, un lugar que él llama nuclear, a veces lo llama como sinónimo "el complejo nuclear de edipo". Al decir nuclear, que es con lo que Freud echa mano de un viejo motivo de la religión judía, el núcleo y la cáscara, la corteza y un viejo motivo metafísico: lo que está en el centro, lo que está en el núcleo, lo que domina, el centro y la periferia, la esencia y la apariencia, lo que está manifiesto y lo que está latente, todo un juego de términos metafísicos que el psicoanálisis hereda, no lo inventa. Pero justamente hay que examinar estas herencias porque vienen pesadas, a veces vienen envenenadas; es como cuando alguien pisa una mina que se puso en la segunda guerra mundial y vuela por el aire, no examinó el suelo que pisaba. Entonces a uno le puede ocurrir justamente eso, volar por el aire. La idea de núcleo, de centro, es una idea que va contra lo más innovador del psicoanálisis, contra lo más vivo del psicoanálisis diría yo, más allá de tal o cual teoría, justamente es descentrar, que no hay nada en el centro. Pero además, que no haya nada de centro. No es nada fácil pero la idea de descentrar el sujeto, en el sentido que ya no estaría centrado sobre sí, en su autonomía como sujeto consciente, idea que podemos compartir, se relativiza mucho si yo luego dejo el centro intacto poniendo otra cosa porque entonces el sujeto estaba muy descentrado pero el centro no se descentra jamás. Algo similar ocurre cuando se pasa de colocar el significado en el centro, la idea más semantista del psicoanálisis, más tradicional, buscar el significado inconsciente en el centro a poner el significante en el centro. El progreso que puede haber del desplazamiento de una noción a la otra pierde bastante rápido su eficacia o por lo menos la limita seriamente dejando intacta la noción de centro y es una pena porque el psicoanálisis es una de las disciplina contemporáneas, y esto Derrida lo enfatizó con más fuerza que los psicoanalistas, una de las disciplinas contemporáneas que más elementos tiene para liberarnos del centro. Pensemos que centro inmediatamente tiene connotaciones políticas, como cuando digo el centro y la periferia, los países centrales, no deja de ser una metáfora colonialista y de dominación. Entonces liberarnos del centro es una tarea difícil pero el psicoanálisis tiene muchos elementos para eso, pero si el psicoanálisis sigue poniendo cosas en el centro no, porque eso se llama el mismo perro con distinto collar. Por lo menos debemos ser conscientes que tenemos esto pendiente.

Otro elemento que ha sido más abundantemente deconstruido desde hace ya muchos años y donde hay muchas firmas importantes (inaudible) y sobre todo lo que no fuera la heterosexualidad del macho socapa de la genitalidad. En la misma teoría clásica de la libido, la genitalidad volvió a meter de contrabando lo que se estaba sacando con la idea de la sexualidad polimorfa al volver a centrar la sexualidad en una genitalidad que sería por supuesto heterosexual. Ahí están las resistencias del psicoanálisis porque esto lo hicieron los mismos psicoanalistas, no gente adversa o enemiga del psicoanálisis, no los que se oponían a la sexualidad infantil ni a su polimorfismo si no los que al mismo tiempo estaban declarándola. Todo lo que ha ocurrido en el plano de los géneros, tanto en lo teórico como en lo político, como en la práctica más cotidiana, las reivindicaciones de los homosexuales, transexuales, etcétera, están forzosamente serruchando el piso a ese falocentrismo que no obstante no deja de tener vigencia.

El logocentrismo, adversario formidable, fuente formidable de resistencias del psicoanálisis a sí mismo porque el logocentrismo es un elemento absolutamente específico de la cultura occidental. Ninguna cultura, como la occidental, da semejante lugar a la palabra, semejante lugar céntrico a la palabra, desde los griegos para aquí; o en esa cruza donde se forma nuestra metafísica, entre la filosofía griega y la tradición judeocristiana, el verbo divino, la palabra plena, la palabra como reveladora, ese lugar céntrico de la palabra. El psicoanalista de niños la encontró como un obstáculo formidable porque para ser psicoanalista de niños hay que aprender a leer, por lo menos, juegos y dibujos porque los chicos además que hacen relatos y cuentan fantasías y hablan, traen muchos juegos y dibujos y algunos traen más juegos y dibujos que palabras, lo cual es una fuente de resistencia a hacer psicoanálisis de niños porque el que sólo quiere valerse allí de palabras no puede avanzar mucho. Así que el psicoanálisis de niños de por sí se constituyó objetivamente, aunque no lo quisiera, en un elemento de crítica y de deconstrucción de ese logocentrismo, sobre todo porque los niños además juegan mucho antes de hablar, cosa sobre la que después volveré. Pero el logocentrismo psicoanalítico ha dejado sus señales también en otras cosas que clínicamente hacen resistencia. El psicoanálisis mostró en un primer momento, en la perspectiva de la represión tal como Freud la piensa, los efectos patógenos del secreto, de lo censurado, de lo que no se puede decir, de lo que no se debe contar, eso incluso es anterior al psicoanálisis en sí mismo porque en el período llamado catártico de Freud ya está eso en juego. De ahí deriva que el psicoanálisis prestigie mucho el poner en palabras, ponerle nombre a las cosas, lo cual tuvo mucha importancia y tiene mucha vigencia, no es algo pasado de moda pero sí podemos decir que esa no es toda la verdad ni mucho menos y que el prestigio unilateral de poner todo en palabras en algunos casos puede ser iatrogénico, puede hacer más daño que bien, puede hacer mal.

Me voy a referir en particular a dos puntos: uno, que esta idea desconoce el valor del silencio, no el silencio del secreto y de lo inconfesable, de la censura, si no el silencio hacia afuera y hacia adentro, el silencio psíquico de la compulsión obsesiva a pensar y a hablar. Pacientes que no pueden hacer nada en silencio, que padecen de un abuso de verbalización interna y externa, lo que Winnicott llama mentalización. Allí, llegar a que el paciente pueda jugar en silencio sin poner palabras a lo que hace o estar un rato en silencio interno, sin esa radio encendida torturante del sobrepensamiento obsesivo, esa sobreverbalización, es fundamental. En ese caso, si el analista pone en palabras, puede hacer lo contrario de lo que tiene que hacer. Pero además el psicoanalista muchas veces en lugar de poner nombres tiene que marcar lo innombrable o sacar el nombre que algo tiene, dejar algo sin nombre y eso es una función muy importante. Veamos un material muy sencillo: en pacientes adolescentes, pero no solo en ellos, gente que forma una pareja por ejemplo. A veces hay una especie de mandato tanto en lo relacional del paciente, como en su fuero interno, que tiene que poner nombre a eso, entonces tiene que decir me puse de novio. Esto en algunos adolescentes es muy problemático. Le pone un nombre que formaliza e institucionaliza rápidamente algo que debiera quedar sin nombre e informe para poder cobrar vida y generar una verdadera experiencia. A partir de ponerle tal nombre estamos en plena teoría del significante, en el mejor sentido de la palabra, este nombre que le pongo empieza a generar efectos negativos sobre ese vínculo, hubiera sido mucho mejor preservado y preservarlo, dejándolo sin nombre. Lo mismo cabe decir de otros vínculos, el vínculo de un chico con el nuevo marido o pareja de su madre, que no es un buen nombre allí ¿Es otro papá? ¿Es una especie de papá? Justamente dejarlo sin nombre permite que esa relación suelte toda su riqueza. Entonces a veces el psicoanalista en vez de poner algo en palabras tiene que sacar palabras a algo y ayudar al paciente a que deje eso sin palabras y sin nombre y eso es lo más terapéutico que se puede hacer en muchos casos.

Quisiera marcar una de las cosas que toman fuerza y vida en esto de volver a empezar, todo empieza varias veces. Algo que empieza y cobra una vida para otro psicoanálisis posible, más o menos desde la década del 50 y particularmente en ese momento ligado al nombre de Winnicott, es la cuestión de liberar el jugar del juego. Hay una incidencia, un acontecimiento nuevo que se produce en el psicoanálisis, a veces bastante silenciosamente sin bombos ni platillos, pero un acontecimiento no está donde están los bombos y los platillos. Como a veces se dice en televisión: Encuentro histórico entre los presidentes, si será histórico lo sabremos después, ahora no podemos saberlo, sin embargo probablemente sea algo insignificante y anodino. Pero los acontecimientos se pueden producir en silencio, la entrada del jugar en psicoanálisis es bastante silenciosa. Esta entrada del jugar en psicoanálisis trastoca, sin embargo, una serie de cosas que por lo menos quisiera mencionar:

* El jugar del niño, como emerge desde bebé, es el primer indicador que tengo con un bebé que ahí no basta pensar en un organismo, que hay ya una subjetividad (inaudible) que está en los primeros juegos que el bebé despliega con su mamá o con algunos pequeños objetos. El jugar en el niño libera muchas cosas porque rompe, disloca un esquema adultocéntrico al cual estamos muy acostumbrados los adultos en general y los psicoanalistas en particular, que es la idea que el adulto es quien da y el sujeto o el niño es quien recibe, como en el esquema donde el paciente recibe interpretaciones del psicoanalista. El jugar incomoda al adulto porque el adulto no puede dar de jugar al niño, el adulto puede sintonizarse a jugar con el niño y estimular la capacidad lúdica del niño pero el niño no recibe el juego de él. Esto al adulto no le gusta mucho, además se escapa del logocentrismo. Los bebés juegan y justamente al revés: si no juegan no llegan al lenguaje, no llegan a la palabra porque la palabra misma, lo que se llama la lengua materna, se adquiere a través de una serie de juegos sonoros, musicales, que se desarrollan en el primer año de vida y a lo largo de toda la vida pero el primer año de vida es decisivo porque si un niño no lalea, no suena, no canta, no llega al lenguaje, por lo tanto el lenguaje tiene una prehistoria musical y de juego musical.

* El segundo punto es que por eso mismo el jugar aparece desfamiliarizado, se da entre el niño y los otros pero no tiene ni padre ni madre, lo cual conduce a otro punto importante que tenemos que liberar de la tradición psicoanalítica. En el psicoanálisis tradicional el niño como tal quedó muy rápidamente reducido a hijo, complejo de edipo mediante. Enseguida se produce ahí un deslizamiento, un desplazamiento insensible, inconsciente, en vez de hablar del niño hablo todo el tiempo del hijo, de lo que le pasa al niño como hijo, de sus vicisitudes como hijo pero no lo puedo ver más allá de su ser hijo. Es interesante que el psicoanalista de niños tiene ocasión de experimentar esto con muchas familias que vienen a la consulta, no pueden imaginarse nada del niño que no sea cosa de hijo, algo que le pasa como hijo. Entonces, por ejemplo, suponen que todo lo que el niño hace, sufre, crea o descrea tiene que ver con algo que hicieron ellos, se implican como causa en todo lo que al hijo le ocurre, si el hijo tiene un síntoma es que algo hicieron mal pero si el hijo hace algo bien es que salió a papá o mamá o a algún otro derivado familiar. El niño queda sin resto, reducido a hijo. Justamente la teoría del juego que empezó Winnicott a desarrollar tiene este mérito, si bien requiere de muchos desarrollos ulteriores y seguir siendo pensada, el jugar libera algo del orden del niño independiente, algo que no se deja gobernar, no se deja reducir a que el niño sea hijo de, algo a lo que el psicoanálisis en su tradición nos acostumbró demasiado y en ese sentido nos permitió estudiar muchas vicisitudes del hijo y necesitamos seguir estudiando y analizando pero además hay algo ahí que no es hijo. Hay una singularidad del niño como otro, que debemos poder ser capacees de preservar en nuestras prácticas pero también en nuestras teorizaciones. Si todo lo que le sucede al niño lo reenviamos a una teoría del niño en su familia y pasivisándolo, haciéndolo siempre pensable como efecto, síntoma, derivado, resultado, consecuencia de la trama familiar, estamos nuevamente cayendo en algo que decía Freud. Él hablaba de una tendencia de la mente humana a simplificar, a buscar causas en lo posible únicas. El mismo Freud no siempre estaba exento de eso pero, en general, tiene una tendencia a la complejidad en sus sentimientos. Nosotros tenemos que hacernos presentes, nuestra ética tiene que ser una ética de la no simplificación, lo cual implica un trabajo continuo. Lo que tenemos que tener presentes los que ahora practicamos el psicoanálisis y los que lo practicarán en el futuro es que ninguna teoría, ni la mejor posible, nos preserva de la simplificación.

Eso es todo lo que quiero decir por hoy. Quiero reservar un tiempo, si es que no están muy fatigados, para realizar algún cometario o cosas que pudieran surgir en relación con lo que estuve hablando.

Intervención – Le hago una pregunta. Cuando usted habla que el psicoanálisis no tendría un objeto tan definido o un nuevo objeto en este caso, ¿eso no podría implicar como una posible consecuencia que sacaría al psicoanálisis del campo sistémico para ubicarlo en el campo ético? En general la ciencia necesita definir un objeto propio, específico, independiente en sí mismo. En general las artes producen su propio objeto constantemente y va variando con cada nueva instancia de la producción diferencial. Este nuevo objeto podría implicar en el campo psicoanalítico que vaya a producir su propio objeto de trabajo casi con un mecanismo más bien artístico. Lo cual podría ser muy beneficioso por un lado y muy peligroso por otro.

Dr. Ricardo Rodulfo – Puede ser. No me desagrada la idea de ir produciendo un objeto, no se si a la manera exacta de la obra de arte, pero sí ir produciendo. El psicoanálisis se interesa de pronto por cosas marginales, se cita con razón los lapsus, cosas así. Ahora cuando esas cosas dejan de ser marginales ya es un problema. Cuando el paciente trae sueños porque escuchó que al analista hay que contarle sueños ya no sé si es tan útil el sueño, o cuando yo oficializo que mi objeto por ejemplo son los lapsus, hay una situación un poco difícil que no sé si tiene solución y por ahí se corre los riesgos que usted dice en el sentido que en el momento que me ocupo de lo marginal ya deja de serlo o corre el riesgo de rápidamente dejar de serlo, de recuperarlo, por lo menos después de cierto tiempo a la vez tengo que hacerlo. En el momento que yo hablé del juego, ahora si yo empiezo a institucionalizar, sacralizar el juego o el jugar del niño como objeto del psicoanálisis pronto tengo ahí un obstáculo. Habría que aceptar quizá, algo que Derrida ha marcado, cierta ambigüedad posicional del psicoanálisis, es decir, comparte ciertas cosas con unas disciplinas científicas, con un sistema, otras cosas con un arte, con una artesanía, sin llegar a ser ninguna de estas cosas. No para decir que una posición es mejor que las demás, los riesgos están. Siempre hay que diferenciar riesgos virtuales de riesgos efectivos, por ejemplo el riesgo de desmarcar al psicoanálisis de un objeto conceptual que quedó inmovilizado, como el inconsciente, ya se vio que hacía estragos porque que el inconsciente puede ser reinscrito fácilmente como una parte de la cabeza, como muchas cosas así bien metafísicas. Lo mismo pasó con la palabra, la teoría del significante era interesante pero cuando se tendió a reducir el psiquismo a la palabra no se gana mucho con no reducir el psiquismo a la conciencia si poco tiempo después se lo reduce a la palabra. El riesgo del objeto, ahora cuando yo digo no tiene objeto me refiero a que no se academice en la delimitación de un objeto para lo cual la idea de producción histórica de un objeto no está mal, si pensamos además que después de todo las subjetividades son producciones históricas. Eso tiene riesgos pero son los riesgos virtuales a correr, en cambio el riesgo de la sistematización teórica excesiva no es un riesgo utópico es un riesgo ya efectivo y le ha pasado varias veces al psicoanálisis, como es lógico, porque la vida es difícil y la vida del pensamiento también o mas, entonces no se trata de criticar por criticar. Cuando uno trabaja tiene problemas, eso se le puede decir a Freud como a cualquier otro, cuando uno piensa tiene problemas y corre riesgos, eso no significa no tomar cuidados o precauciones. Reducir el psicoanálisis a un arte podría tener tantos o más inconvenientes que la reducción rápida a ciencia o a ciencia experimental, como se lo quiso también hacer, congelando variables en la idea de un encuadre psicoanalítico como si fuera un laboratorio con un medio aséptico, etcétera. Así que andamos de riesgo en riesgo, tratamos de erigirlos y calibrarlos pero el peor riesgo, para mi gusto, está en generar una disciplina gobernada por una corporación cerrada que solo aspira a su propia reproducción y para ello instituye una técnica que se aplica sobre la base de una conceptualidad ya adquirida y eso va en piloto automático. Pero entonces ahí no se piensa más, es como lo que Heidegguer dice de la religión: ahí no se puede pensar más, si yo creo en eso ya no puedo pensar más. Un psicoanalista no tendría que creer en el psicoanálisis, tendría que creerle bastante menos. Tendría que creerle menos incluso que los que le temen al psicoanálisis y por eso le temen secretamente y por eso lo rechazan y dicen que no le creen. Sobre todo un psicoanalista debería guardarse de creer en el psicoanálisis y yo siempre les aconsejo a los estudiantes tener sobre todo una relación conflictiva, llevarse mal con las teorías, lo cual no quiere decir que no sirven, al contrario. Tener una relación conflictiva, no llevarse demasiado bien, es peligroso desde mi punto de vista. Yo rehabilitaría una posición más como la de Picasso ¿Cuál es el objeto de la pintura para Picasso? Pintar. Pero eso implica nunca coagularse en un estilo, nunca ser picasiano, Piccaso no es picasiano, no es Picasso. Si el psicoanálisis habla contra el principio de identidad tiene que guardarse su propia identidad, en vez de estar tan preocupado por conservarla. Lo cual no exime de valorar los sistemas teóricos, examinarlos con cuidado, estudiarlos bien, valorarlos, apreciarlos en lo que nos dan porque todos nos dan más de una cosa, todos han contribuido con muchas cosas y hay que estudiarlos de la manera más académica pero luego poder jugar con ellos porque nunca vamos a estudiar lo suficiente.

Dra. Marisa Rodulfo – Cuando se hablaba recién del tema del objeto del psicoanálisis pensaba que una gran olvidada del psicoanálisis ha sido Ana Freud. Ella va muy a lo hondo cuando analiza el sistema teórico de Melanie Klein y justamente una de las cosas que más le cuestiona es que ella defina que el objeto del psicoanálisis es el inconsciente. En realidad para volver a repensar muchas cosas críticas en relación al psicoanálisis valdría la pena retomar los textos de Ana Freud. Nunca se la menciona pero tiene una brillantez y una agudeza para poner en cuestión cosas ya establecidas. Cuando yo la estaba leyendo me daba cuenta de la convergencia entre el pensamiento kleiniano y el lacaniano en muchos postulados, cambiaba la textualidad pero el postulado estaba al inicio de la textualidad. Ella cuestiona muy a fondo el que el objeto del psicoanálisis sea el inconsciente. Sobre todo ella cuestiona a Melanie Klein aunque no se limita sólo a eso.

Dr. Ricardo Rodulfo – Como ocurre en todas las historias: hay grandes olvidados, como ocurre en música o en otros campos donde de pronto cae el silencio y no necesariamente los más conocidos son los únicos mejores, o los únicos buenos. Eso ocurre muy a menudo en muchos campos y siempre hay cosas a redescubrir. En ese punto las cordilleras no son cosas de las cumbres más altas y en este campo no se sabe cuáles son las cumbres más altas y hay una pluralidad de nombres. El psicoanálisis no tendría que reducirse a Freud, Klein, Lacan y escuelas así, no porque no haya cosas de mucho mérito pero hay muchos nombres que de pronto son más inclasificables.

Si no hay nada mas concluimos la noche y muchas gracias por vuestra compañía.




El Dr. Ricardo Rodulfo es Psicoanalista, Doctor en Psicología y Profesor Consulto Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Fue durante 22 años Profesor Titular Regular de Clínica de Niños y Adolescentes y de Psicopatología Infanto Juvenil de la Facultad de Psicología de la UBA.

Es director desde 1990 del Programa de Postgrado Actualización en Clínica de Niños y Adolescentes, el primer postgrado de esas características en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de innumerables artículos sobre el tema y ha publicado, entre otros, los libros: "El psicoanálisis de nuevo. Elementos para la reconstrucción del psicoanálisis tradicional"(2004), "Futuro porvenir" (2008).


Extensión Digital - Año Uno Nº 2 Agosto 2008
Sec. de Extensión Universitaria - Facultad de Psicología - Universidad Nacional de Rosario



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