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sábado, 26 de enero de 2008

La complejidad en la totalidad dialéctica

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por Carlos Massé Narváez*


Introducción

En general consideramos que el uso a-crítico de metodologías rígidas (como la del mal llamado "método científico, pues existen las metodologías de las diversas ciencias y no la unidad de método); limita la construcción de conocimiento y que, a la inversa, el pensar abierto y crítico es mucho más rico. Pero no todo pensar permite la apertura de la razón, por lo que la epistemología que nos proponemos propugnar, es el uso de la totalidad dialéctica (TD), como dispositivo de reducción de la complejidad de la realidad, en aras de su comprensión.1 Puesto que ella implica una forma de apropiación de la realidad con base epistemológica.

1. ¿Para qué estudiar la Epistemología?

Muchos autores utilizan el término epistemología para designar a la "teoría del conocimiento" o "gnoseología", es decir, un sector de la filosofía que examina el problema del conocimiento en general: el ordinario, el filosófico, el científico, etc. Pero, en general, el término epistemología es empleado en un sentido más restringido, referido exclusivamente a los problemas del conocimiento científico, tales como las circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas que llevan a su obtención y los criterios con los cuales se lo justifica o invalida. La epistemología es entonces, en alguna forma -aunque no sólo sea eso—, el estudio de las condiciones de producción y validación del conocimiento científico.
Se pueden encontrar incontables obras con sus diversas posiciones y proposiciones de cómo es la mejor manera de hacer ciencia o, llegar al conocimiento científico. También existen publicadas una buena porción de disputas metodológicas que -obviamente—implican la discusión epistemológica, por lo que; en este trabajo sólo nos ocuparemos de intentar una caracterización de una (TD) posible,2 con base en la búsqueda de los sustentos que la configuran. Esto porque la ciencia requiere de la filosofía para sustentar la validez de sus proposiciones y el campo de la filosofía que aborda este problema es la epistemología.
Nadie desconoce que las ciencias sociales en sus orígenes, han tomado las bases epistemológicas de las ciencias naturales; por ejemplo, es conocida la interpretación determinista del mundo social que asume el positivismo, precisamente con base en el traslado mecánico del esquema epistemológico de la física newtoniana -hoy en decadencia—, en la cual la acción de las leyes es ineluctable y objetiva, ausente de toda posibilidad de intervención subjetiva. Lo cual como se verá, fue un error histórico). Según Edgar Morín:
En efecto, la ciencia occidental se fundó sobre la eliminación positivista del sujeto a partir de la idea de que los objetos, al existir independientemente del sujeto, podían ser observados y explicados en cuanto tales. La idea del universo de hechos objetivos, liberados de todo juicio de valor, de toda deformación subjetiva, gracias al método experimental y a los procedimientos de verificación (...) Dentro de ese marco de referencia, el sujeto es, o bien el "ruido", es decir, la perturbación, la deformación, el error, que hace falta eliminar a fin de lograr el conocimiento objetivo, o bien el espejo, simple reflejo del universo objetivo ( 1997: 65).
Es necesario examinar entonces los fundamentos epistemológicos de las ciencias, y la evolución que han registrado sus fundamentos, para obtener una mayor claridad en nuestro análisis. Desde Aristóteles, la episteme es el conocimiento verdadero, es conocimiento de lo universal, de lo que existe sin variaciones, de lo que trasciende. Este ha sido el faro orientador de los grandes científicos de la antigüedad que fundamentaron el edificio de la Ciencia. Precisamente se proponían encontrar la piedra angular, que sustentara sobre sí misma toda la estructura de la ciencia; lo que de lograrse le daría seguridad y proporcionaría estabilidad permanente, ante las turbulencias y dudas que continuamente la amenazaban. Desde entonces, con Heráclito,3 surgía el pensamiento dialéctico en aquélla célebre frase "nadie se baña dos veces en el mismo río".4
Ello implicaba a los elementos que años más tarde abrirían para siempre el debate sobre los fundamentos del conocimiento: el problema del tiempo (pasado - presente - futuro), el de la historia como especificidad. El río en que hoy me baño, no es el mismo de ayer ni, será el mismo mañana. Una multiplicidad de especificidades por cada lapso temporal.
Por su parte, Platón formuló su teoría de los cuatro estados mentales, a saber: Ilusión (eikasia), creencia (pistis), razón (dianoia) y pensamiento puro (episteme), de esta forma, la episteme o epistemología surge como la explicación de un estado superior de la abstracción mental para la elaboración del conocimiento. Por otra parte, Aristóteles, quien buscaba los principios formales del ente y su comprensión, encontramos los orígenes de la epistemología como teoría del conocimiento; es decir, uno de los objetivos originales de la epistemología es el de encontrar la fundamentación primaria de los conocimientos, porque, sin presuponer un comienzo desde el cual hay que inferir el desarrollo de la ciencia, no era posible llevar a cabo ninguna inferencia. Entonces la búsqueda de la seguridad del conocimiento fue la preocupación original de la epistemología. (Ver Gutiérrez: 2002).
Las tareas de la epistemología se han multiplicado con el paso de la historia, ya no solo atiende a esa preocupación central sino también a las implicaciones de la vinculación entre el sujeto investigador y el objeto de estudio, pero también a la justificación, coherencia, legitimidad y rigor de la cientificidad de un campo determinado del saber; Otras acepciones más amplias otorgan a la epistemología el nivel de una metaciencia, que tiene por objeto dictar desde el exterior del proceso de la investigación, la normatividad general a la que este debe ajustarse para "asegurar" su cientificidad.

2. La limitación de los discursos disciplinarios

En la obra: Del algoritmo al sujeto, se plantea la existencia de dos tipos de investigaciones científico sociales: una que es mayoritaria (de primer orden) y que es descriptiva y funcional (le sirve al sistema de cosas); la otra, es crítica y reflexiva (de segundo orden). El trabajo de ésta última es mucho más profundo. A la vez que construye conocimiento crítico (subversivo del orden social), conlleva una reflexión sobre cómo lo está construyendo.
...el problema no es que se utilicen palabras o números (evidentemente con números no se puede interpretar y con palabras no se puede describir con precisión), sino que el investigador piense o no piense lo que hace: el que reflexiona sobre su acción investigadora se acerca al segundo orden, y el que no lo hace, se acerca al primer orden (Ibáñez: 1985: XVIII).
Esta mayoría de científicos que trabajan con esa forma de concebir la realidad y la ciencia, en las escuelas universitarias o en los institutos de investigación se encuentran —aún hoy— al menos en México, pero creemos que en todo el tercer mundo al menos y, se asumen parcelados y en el mejor de los casos sobrepuestos pero sin abandonar la visión parcelaria de la ciencia. Pero este problema ha sido ya considerado tiempo atrás:
Se dice que la especialización científica permite la profundización en el conocimiento de pequeñas regiones de la realidad. El argumento se apoya en el criterio de productividad cognitiva, pero veamos qué hay detrás de todo esto. Benjamín Farrington, estudioso de la filosofía clásica y de la ciencia y la política en el mundo antiguo, reprocha a Darwin su escasa cultura general y su ignorancia de la filosofía de la ciencia, lo cual le impidió percibir con precisión su deuda científica y los alcances y limitaciones de sus descubrimientos. Mendel, inspirado en El origen de las especies por selección natural de Darwin y contemporáneo suyo, descubrió las leyes básicas de la genética, desconocidas por Darwin (Covarrubias: 1995 b), pp. 56).
El proceso es claro, se trata de establecer una integración horizontal de las ciencias pues de lo contrario tendemos al estancamiento. Un ejemplo del problema, lo constituyen los campos altamente interdisciplinarios que no pueden ser comprendidos, ni estudiados, desde una sola ciencia, ni en dos ni en tres; sino que constituyen totalidades complejas que implican una nueva forma de concebir la estructura de las ciencias. Pero lo interdisciplinario también tiene sus problemas. Sólo para dejarlo apuntado, hago la siguiente pregunta ¿Cómo podrán conciliarse los supuestos de los distintos discursos sustantivos (disciplinarios), en aras de por ejemplo, unificar un método, que se proponga útil para el abordaje de un problema que requiere de intervención interdisciplinaria. Por nuestra parte, más adelante propondremos a la articulación transdisciplinaria, con base en la totalidad dialéctica.
En (Auto) crítica de la ciencia, biólogos, físicos, químicos y matemáticos, plantean cómo en sus espacios de investigación se ha llegado a una enorme enajenación a causa de la fragmentación cognitiva, producto de la división técnica del trabajo de investigación. Los científicos estaban horrorizados del uso militar de sus descubrimientos y de lo poco que entienden de otros ámbitos de la realidad. Lo mismo ocurre en las ciencias sociales. Los sociólogos por ejemplo, han sido divididos en educativos, rurales, urbanos, de la cultura, del conocimiento, etcétera. En donde el sociólogo de la educación nada sabe de sociología política (por que no es "su" campo). El economista internacional, poco o nada sabe de economía financiera, ya no se diga de filosofía o de ciencia política.
La ciencia parcializada es cada vez menos capaz de comprender la esencia de los sistemas complejos, por ejemplo, todos los sistemas organizados en forma de red, como las redes neurales, los sistemas financieros y bancarios internacionales, las interrelaciones de la física cuántica, las redes sociales, y otras, en las que no existe organización piramidal sino horizontal, requieren para su mejor comprensión y análisis de una nueva visión de la realidad científica, una nueva visión global y totalizadota. Jesús Ibáñez explica en su perspectiva el por qué de ese problema:
En el protocapitalismo, la investigación empírica se aplica al descubrimiento de nuevos hechos brutos, es adisciplinaria y ametódica; en el capitalismo de producción y acumulación la investigación es disciplinaria y metódica, la continuidad de fondo es sostenida por la continuidad de método. El saber académico aparece como discontinuo, distribuido en parcelas disciplinarias, reflejo de la división del trabajo: los especialistas de una disciplina tienen la propiedad privada del objeto de esa disciplina, en los dos sentidos del término , privan a los demás sujetos o especialistas del acceso a esa parcela (en la perspectiva de la división del trabajo), y privan al objeto de todo resto no contabilizable y/o conmensurable (en la perspectiva de la operación metodológica de construcción de un objeto formal o de conocimiento (Ibáñez: 1985, p. 58).
Consideramos que lo expuesto es suficiente para entender por qué nuestro interés en propugnar a la epistemología dialéctica crítica (EDC), como una propuesta de conocimiento enriquecedora en términos de ofrecer, una forma diferente y potente de apropiación de lo real. Pues no se ciñe a la rigidez metodológica, sino que propugna por una apertura del pensamiento a la realidad, sin ataduras procedimentales; pues otorga al objeto, "la cosa misma", toda la apertura mental posible, en aras de apropiarse de todo el desenvolvimiento de dicho objeto, el cual nos conducirá al descubrimiento de su lógica. Objeto del que el sujeto con el andamiaje epistemológico que propondremos, también forma parte.

3. Epistemología y filosofía: Realidad, Presente y Utopía

En este apartado nos ocupamos de plantear la importancia del nivel temporal en su vínculo con la realidad como aquí la concebimos, ambos en la dimensión de la epistemología dialéctica crítica; y de la vulgar distinción del simple sentido común, que supone, "aclara" lo que "es" la realidad, "distinguiéndola" de lo que es una utopía.
Sólo en una perspectiva que concibe a la realidad en movimiento, es comprensible el tiempo presente como aquí lo concebimos. En ese sentido, el primer problema que se nos presenta es cómo representar ese movimiento en el presente cuando la realidad está dada, pero a su vez está dándose. La respuesta a esta representación del movimiento se encuentra en la forma que adquieren ambos momentos en indisoluble vinculación. En ese vínculo se encuentra la potencialidad que orienta la dirección de un campo de acción entre actores, pero esta no es manifiesta. Sin embargo, es un contenido emergente. Lo que Hegel (1978) llamaría el lugar de las transformaciones cualitativas. Lo que para Bloch (1983) sería "lo novum".
Este último concepto emerge del Filosofo de la Utopía a raíz de la búsqueda de la utopía concreta. La utopía tiene un sentido peyorativo solo si se entiende como mera ilusión y deseo de lo óptimo, sin ninguna probabilidad de realización y sin ningún motor práctico. Lo que sería la utopía abstracta.
La utopía genuina o utopía concreta emerge con base en un ideal abstracto para convertirse en un futuro concreto. Utopía concreta es lo realmente posible en un mundo malo y falso. Este mundo malo y falso es la realidad dada y la utopía concreta es la posibilidad de arribar a ese mundo bueno que estaría por darse con base en la práctica concreta, la que puede ser viable conociendo el vínculo entre lo que está dado y lo que está dándose.
Si los actores que aspiran a incidir en la realidad pueden rescatar ese vínculo entre lo producido y lo que se está produciendo, pueden con ello incidir en lo que está por darse (futuro). De ahí que la diferencia entre la perspectiva presente-pasado y perspectiva presente-futuro radica, en que en la primera hay una realidad producida (un topos) y en la segunda aún no deviene la realidad (no es una empiria).
"Topos" (el lugar) es el objetivo empírico. Pensar la realidad como un topos, como un dato objetivo o con una perspectiva objetivista, diagnosticarlo y pronosticarlo a partir de la objetividad, es ya, estructuralmente quedarse enraizado en el mismo lugar.
Se ha olvidado el futuro porque no sabemos la naturaleza de los datos posibles y no obstante, la discusión cotidiana entre los distintos actores sociales no se da sólo sobre el pasado (a excepción del trabajo académico de los historiadores). En este punto surge la pregunta ¿cómo incorporar la dimensión gnoseológica a la dimensión del futuro?
La respuesta está en Bloch. En él, la utopía es un concepto dual. No aquí y ahora (sentido negativo) de la realidad y, por inferencia, si allá y después (sentido positivo). Un negativo al comienzo, una negación en el proceso y por ello, un posible futuro positivo. Es por eso que el concepto de lo no existente también puede ser objeto de conocimiento científico.
En esta perspectiva -a la que nos adherimos—, no busca tanto organizar una visión de futuro sino de construirlo, aunque para ello la visión es una cuestión ineludible. Sin embargo, no hay que creer que teniendo un modelo de futuro, con ello lo vamos a construir, pues no todos los proyectos son viables si tomamos en cuenta que en la relación dialéctica sujeto-objeto interviene lo contingente, el azar. Además se debe tener en cuenta que el sujeto (psicológico, institucional, ideológico, religioso, económico y cultural), el individuo, actúa con sus subjetividades en la realidad objetiva.

4. La producción de conocimiento científico

A toda construcción de conocimiento corresponde una concepción ontológica de la realidad y su estructura, es sumamente compleja. Esta se integra en el bloque de pensamiento con referentes contradictorios, en el que uno de ellos da sentido y funcionalidad a los demás, por lo tanto, es hegemónico. Pero un conocimiento no se integra solamente por elementos constitutivos de un solo paradigma sino que contiene referentes que provienen de otros modos de apropiación. De ahí que, entendemos por concepción ontológica el conjunto de ideas que los seres humanos tienen respecto al ser y a sus formas de existencia. Sin embargo, dichas ideas pueden encontrarse de manera caótica en el pensamiento sin constituirse en discurso lógico o aparecer ordenadas en un sistema racional.
Precisamente, el concepto de hegemonía tal como lo reelaboraron Ernesto Laclau y Chantal Mouffe permite visualizar el campo de las ciencias sociales y los resultados de sus investigaciones como un espacio privilegiado para la construcción de articulaciones hegemónicas y contra-hegemónicas. Quiere decir, un espacio en donde lo que muchas veces es mostrado como una verdad objetiva legitimada por su carácter científico, es en realidad una representación hegemónica, una construcción históricamente determinada. (Ivanier: 2004).
Las concepciones ontológicas son la base del conocimiento teórico. Las diferencias de interpretación se expresan como discursos teórico-interpretativos y como prácticas políticas distintas y a veces contrarias entre los grupos partidarios de cada una de ellas. Los científicos al igual que todos los seres humanos están determinados por la sociedad en que viven:
... la conciencia teorizante se integra con referentes de la empiria, la religión, la teoría y el arte formando un bloque de pensamiento en el que los referentes teóricos establecen la logicidad con que opera la conciencia (Covarrubias: 1995 b), 113).
Todos los discursos están llenos de múltiples componentes disímiles provenientes de diversos procesos cognoscitivos. De ahí que, los referentes señalados por Covarrubias contienen referentes ontológicos y gnoseológicos constituyentes de bloques de pensamiento en donde los referentes de uno de los modos, es el que predomina y los demás son subordinados.
Así como existen referentes teóricos también existen referentes ateóricos integrados en la conciencia teorizante y esto es inevitable por el carácter histórico-social de la teoría y de los teóricos. No existen constructos puramente científicos pues hasta los paradigmas de la ciencia corresponden a las épocas históricas en que fueron elaborados.
El científico tiene un constructo que si se analiza, muestra las contradicciones y la heterogeneidad de su estructura, siendo varios los problemas:
a) el de la presentación del constructo teórico ontológico;
b) el del teórico epistemológico;
c) el de la presentación del discurso sustantivo,
d) el de la homogeneidad científica de cada uno;
e) el de la correspondencia lógica entre las partes; y
f) el de la eliminación de elementos no científicos (que siempre están presentes en el sujeto pero que no aparecen en el discurso del científico.
Cada forma de la conciencia contiene referentes de modos de apropiación subalternos sin que ello signifique su identidad: cada una se define por los referentes relevantes que la constituyen y determinan. Toda teoría es producto de un despliegue epistemológico fundado en una concepción ontológica existente con anterioridad a su formulación, que opera en la conciencia como preconcepción constituida por referentes propios de distintos modos de apropiación de lo real (Covarrubias: 1995, b;) 113-114.)
Dichas preconcepciones conllevan ideas acerca de la naturaleza del conocimiento científico, y de las formas de existencia de la realidad e intervienen activamente en al formulación de teorías. "Los conocimientos (y discursos) -nos dice Olivé)—se producen a través de procesos en los que se transforman en ciertos materiales. Estas materias primas están formadas por los datos empíricos, los conceptos y los discursos proporcionados por las prácticas ideológicas y científicas. El entramado epistemológico, sobre todo a través de la selección, influyen en la formación y en el ordenamiento real de estas materias primas; por ejemplo, en el modo de reunión de los datos empíricos, en cuáles sean los datos que se reúnan, y cuáles queden excluidos, de igual manera, en la selección exclusión de conceptos. Este entramado, en la medida en que también influyen concepciones ontológicas, somete a los conceptos que ingresan en el discurso sociológico que se está produciendo, a nuevas relaciones conceptuales que afectan realmente a su significado; es ésta una de las formas como el entramado epistemológico interviene para transformar los conceptos sacados de la materia prima en su paso hacia el discurso sociológico" (Olivé: 1985, 270). Aunque los planteamientos de Olivé se refieren al discurso sociológico, creemos que son válidos para todo discurso teórico disciplinario.
Aunque la realidad es vivida por cada individuo en sociedad, es ésta quien constituye la individualidad y la realidad. Esta a su vez, puede ser pensada por diversos modos de apropiación por distintos individuos, pero la generación del pensamiento, y de las interpretaciones, sean cuales sean éstas, se producen en la sociedad como totalidad. Esto lo consideramos así, pues como señala Covarrubias:
La realidad social es totalidad orgánica, unidad contradictoria deviniente. El devenir se expresa en momentos que el pensamiento denomina etapas y que, como condensaciones específicas de la totalidad, son unidades contradictorias irrepetibles. El desarrollo histórico no es más que el proceso de transformación de la realidad hecho pensamiento. La historia al igual que la contradicción, el movimiento y el cambio, no son sujetos en sí que dirijan y gobiernen a los seres humanos; son categorías que representan los procesos de la realidad. De esta forma, la historia, el movimiento y la contradicción no hacen nada; es el hombre concreto quien hace, y cuya actividad se realiza en el movimiento, el cambio, la contradictoriedad y la historia (1995, b), 225, 226).
De manera similar, otro autor señala que:
en toda historia, tanto natural como cultural, que está produciéndose, actúa la ya producida. El hombre es siempre producto y productor de su historia, forma impresa relativamente constante que viviendo se desarrolla. Lo devenido no es algo simplemente pasado, que aparezca frente al sujeto histórico como un objeto extraño a él (Heller: 1983; 21).
Así las cosas, la historia es entonces, a la vez, un proceso creado y creador del hombre. Desde la perspectiva dialéctica, la cosa es en sí cuando es para el hombre; es decir, cuando se ha convertido en objeto de la conciencia, en figura de pensamiento.
Poco o nada -nos dice Covarrubias—se puede decir, de la cosa en sí fuera de la conciencia. La cognición de la cosa en sí se inicia con la sensación y, de manera creciente, la conciencia va apropiándose de las formas y contenidos del objeto. Lo particular es conocido en la especificidad que es generalidad y lo general en lo concreto que es condensación de lo total. El conocimiento que llega a la formulación de conceptos arranca siempre de lo específico como inmediatez y regresa como conocimiento concreto (1995, 227).

5. La contradictoriedad de lo real

Los individuos, al ser diferentes unos de otros física y mentalmente, al participar en la única realidad que podemos hacerlo, no obstante lo hacemos de diversas maneras. La heterogeneidad entre individuos, lo es interior en cada uno y en la sociedad como conjunto. No es ésta, una pura contradicción lógica entre individuo y sociedad; se trata de una contradicción ontológica que es fuente de la unidad de lo real como un todo, que se reproduce en el individuo, también de forma condensadamente contradictoria.
La realidad social como unidad contradictoria se produce y se reproduce en la contradictoriedad como totalidad y en la especificidad como heterogeneidad y multiplicidad. A ello se debe la diversidad existencial entre los seres humanos: a la multiplicidad condensatoria de lo real social en los sujetos. Esta contradictoriedad es una realidad objetiva, existente; i.e., la contradicción no es un sujeto, una fuerza o un ser ajeno a la materialidad y distinto a ella; la contradictoriedad es relación entre distintos que se niegan e integran en unidad. Por eso es que la sociedad es la expresión más enriquecida de ella . La riqueza de la contradictoriedad social se condensa en las clases sociales y en las luchas que entre ellas se entablan mas no se agota ahí. Cada clase social se integra por individuos que a la vez pueden ser nuevamente estratificados y que, aun en el nivel más particular de jerarquización sigue predominando la multiplicidad y la heterogeneidad entre ello (Ibidem, 224)
El contexto general en que se desarrollan las interacciones entre los distintos grupos y clases sociales, es el mismo en el que el proceso de constitución de conciencias a través de la educación, pero también massmediatico, se realiza por medio del aparato de hegemonía cuya máxima capacidad y eficiencia la ha alcanzado en la actual globalización económica; y la inserción cotidiana de cada vez más ciudadanos al uso intensivo de las nuevas tecnologías como la Internet. El flujo acelerado y acrítico de la información; se erige en forma predominante de detentación y ejercicio del poder político - militar. Cambian las tecnologías, no así las estructuras de control y dominación. Estas sólo se perfeccionan o adecuan, mientras no surja una fuerza capaz de transformarlas.
En esa dirección, los modos de apropiarse de lo real son institucionalizados en la organización hegemónica, sin escapar casi nada a su esfera de control. No obstante, las concepciones negadoras de la razón instrumental predominante, son generadas también en las instituciones.
La contradictoriedad de los referentes generados por los distintos modos de apropiación no son objeto de tratamiento igual por el aparato de hegemonía. El aparato de hegemonía difunde determinados referentes con mayor insistencia, mientras que otros son objeto de ocultamiento, deformación o de una limitada difusión....La homogeneidad de la conciencia y la homogeneidad entre conciencias es imposible (Covarrubias: 1995, 33).

6. Esperanza y Utopía

De cara a este aparente insuperable escollo estructural de la sociedad capitalista, recurrimos al pensador de El principio esperanza: Bloch (1954-1959). Según el filósofo alemán hay que sustituir la anámnesis5 especulativa y teórica por la praxis material e histórica, para inaugurar al ser como proceso, como un ir siendo, para llegar a ser; y viceversa. O sea, el método de la praxis está emparentado con un sistema ontológico. Y el nombre de esa ontología abierta es utopía.
La utopía genuina o utopía concreta surge cuando un ideal abstracto psicológicamente deseado se convierte en un futuro concreto, prácticamente realizable; cuando lo ideal y atemporal, pasa a ser lo posible real y el futuro. Posibilidad real y realidad posible.
A causa de Marx, el sujeto, ensalzado por Kant en su autonomía respecto al mundo y a la historia pasa a englobarse dentro de la objetividad de un mundo que es la historia humana en desarrollo (Aguilar: 1977, 27).
Según Aguilar cualquier lectura topográfica implica una lectura utópica -en el pensamiento de Bloch—; la lectura de un hombre irrealizado, negado, nonato, perdido y lejano de sí mismo; la lectura de una realidad social inhóspita, antisocial, desierta, deshumana -"tierra pero no Patria"—. Aquí la verdad es dialéctica y, por ello no ideológica).
La fuerza de la dialéctica está en que parte y se desarrolla por la fuerza de lo negativo y por la capacidad de negación de lo negativo; y la utopía del sujeto al interior de la utopía social tiene dicha fuerza, porque la sociedad no es algo dado y perdurable, ni una esencia natural e inmutable, ni creación alguna obra de dioses, sino producto de la praxis humana y material.
Una realidad material y humana no es simplemente lo "dado", algo con contextura y límites definitivos y perceptibles. A la inversa, es , que, como su nombre señala, es un , y , que es lo hacia el que tiende. No hay realismo si no se entiende como algo inacabado y en trance de realización. Con esa base puede Bloch tachar de tautología el principio de identidad de la lógica tradicional: No aceptar su proposición A = A, sino A = a todavía no A. (González: 1979).
Supeditado entre el pasado y el futuro, lo <>, el presente, adquiere una significación nueva. La relación entre pasado y presente no es la relación clásica de un proceso que camina hacia un <> en el sentido hegeliano, sino un paradigma de cómo las posibilidades de un presente se van necesariamente haciendo futuro, no en el mero vislumbre subjetivo de algo ignoto, sino la reflexión de la propia estructura de su ser. Quien ignora este movimiento se cierra toda posibilidad de conocimiento de lo real (Gonzáles: 1979: 51).
En Bloch la esperanza es el motor de la mediación entre no ser y llegar a ser. Entre A (lo todavía- no-conciente) y su correlato histórico (lo que todavía no es), no se encuentra la determinación de hechos ni la presunción imaginativa, sino la mediación, la esperanza. La esperanza, aún siendo un movimiento psíquico, no queda reducida al ámbito psicológico, y no sólo se diferencia de la espera sino que se realiza en un mundo distinto de significaciones. La esperanza blochiana, es primeramente un modo de conciencia, no una figuración, y sólo es pensable, por eso, como concreta, como referida a una realidad y a una especificidad histórica.
La esperanza como mediación no es sólo cognitio, modo de conocer, sino ímpetus, motivo de la acción. La mediación entre el sujeto como la posibilidad real de todo lo que se ha hecho de él en su historia y la materia como la posibilidad real de todas las conformaciones latentes en su seno, no es sólo la de la conciencia cognoscente, sino sobre todo, la de su prueba o verificación (ver González).
En este principio: la esperanza, el ser es, la utopía de sí mismo. En donde el ser es la materia y ésta, es la utopía de su forma. Es la "materia primera" o sustrato del mundo que inspira y permea todo el mundo y la historia social, con la fuerza de una universal aspiración a "la patria de la identidad".
Con ese motivo, la actitud a tomar es la esperanza, no como pasiva, expectativa de algo que en el porvenir podrá acaecer sin nosotros, sino como praxis revolucionaria cierta de su éxito futuro, como una opción militante, como algo ya positivo que puede suceder a condición de desenmascarar, y negar la negatividad de este mundo histórico que es. Por lo pronto, el mundo es hasta aquí, el laboratorio de la "salvación posible". Por ello, la esperanza es, debe ser, aguantadora y rebelde, perspicaz y denodada, testaruda y reflexiva, audaz y concreta, intransigente y analítica. La esperanza en Bloch, es pues, práctica, crítica y revolucionaria.
Todo este planteamiento, propone a un sujeto histórico que sea conciente y asuma la negatividad del mundo actual y su complejidad intrínseca. La esperanza, tanto como la formulación de la utopía concreta, enfrentan sin embargo grandes retos en varios frentes: la hegemonía impulsada por las esferas del poder, como homologadora - estandarizadora de las conciencias individuales y colectivas; la dificultad del sujeto al arribo de la toma de conciencia (pasar a una conciencia crítica, para poder negar la realidad presente). Con ello, se daría un primer paso, pero es necesario que si se aspira a la estructuración de una utopía concreta se debe partir de un proyecto. Para ello, el proceso de rearticulación de su conciencia deberá lograr que el modo de apropiación del mundo sea teórico-crítico, para que pueda usar la actitud de la esperanza de manera viable. Para ello, a continuación proponemos, con base en algunas categorías, una propuesta de descubrimiento de lo real, que apunte por medio de un proyecto, a negar la contradictoriedad del mundo actual.

7. La apropiación del conocimiento

El objetivo de este apartado es desarrollar brevemente tres premisas que nos resultan básicas en la investigación socio-histórica: totalidad, tiempo y realidad. Aquí pretendemos que de ello resulte una propuesta —aunque incipiente— de conocimiento y, para enfatizarlo, de conocimiento social del presente. En esta perspectiva, el papel del sujeto adquiere una máxima significatividad toda vez que se le considera protagonista de su tiempo histórico.
Podemos decir que en la idea de ésta proposición, se concibe que hay un tiempo que deviene constantemente junto con las acciones de la sociedad, por lo cual tenemos que partir de la identificación del presente. Así, en el presente tenemos una conjugación de lo complejo de las acciones sociales y la dificultad del proceso de conocimiento, por lo que consideramos necesario tener en cuenta los tres elementos antes mencionados, a los que consideramos como elementos interactuantes entre sí.
Entendemos al tiempo presente, como una medida del acaecer humano del que se desprende lo trascendente del momento del acontecimiento estudiado y orientado hacia la búsqueda de su creciente bienestar, potenciando las posibilidades de la práctica transformadora hacia un futuro posible y deseable.
La historia actual o presente, como dimensión temporal, no carece de contenido ni se refiere a un mero parámetro cronológico, es por el contrario el lugar en que todos los elementos de diversa naturaleza tienen su expresión e interactúan; dicha interacción se presenta en dos niveles: en el tiempo en general y en la actualidad en particular; lo que permite distinguir tiempos concretos con su propia especificidad.
El presente como aquí lo concebimos es un proceso dinámico que no cesa, donde fluye un haz de acontecimientos que determinan diversas especificidades. No nos dejamos engañar por la apariencia de la quietud de la actualidad o por la errónea idea de que sobre ella nada podemos. Es verdad que lo actual se aparece como un haz de acontecimientos aislados sin una supuesta relación de necesidad existencial, pues la actualidad es contingente y sólo mediante un pensamiento abierto y crítico, es decir científico, se pueden desentrañar las relaciones posibles de este mar convulso que es el mundo.
Esto es importante, porque en el presente se conjugan diversas prácticas de los distintos sujetos, de los diversos grupos y clases sociales en la realidad. La historia hoy, es una arena de encuentro y de fusión de las acciones individuales y colectivas, concientes o inconscientes, organizadas o volitivas. El presente es la historia actual, es donde se vinculan los acontecimientos nuevos y la vivencia de los antiguos como nuevos. Frente a los hechos sucedidos del pasado se levantan los acontecimientos del presente articulando lo nuevo que emerge y lo viejo que no acaba de perecer (López: 1979, 23, 24).
Identificar el presente tiene el interés de hacer una proposición conceptual de aquello que se constituye en objeto de nuestra intencionalidad cognoscitiva, y con los parámetros temporales que nos permitan tener el mayor número de elementos extraídos de la interacción empírica y de los datos referenciales que sean consecuentemente integrables con los anteriores, para acceder al conocimiento del objeto en el que estamos inmersos. Objeto que deseamos apropiárnoslo con el pensamiento (epistemológico, dialéctico y crítico).
La concepción dialéctica parte de la categoría de totalidad. La construcción moderna de esta categoría se debe principalmente a Hegel. Este realiza por primera vez en la historia de la filosofía, el vínculo de la dialéctica del pensamiento con la dialéctica de la materia.
Esta nueva filosofía alemana tuvo su culminación en el sistema hegeliano, en el que por primera vez—y esto es su gran mérito—se exponía conceptualmente todo el mundo natural, histórico y espiritual como un proceso, es decir, como algo en constante movimiento, modificación, transformación y evolución, al mismo tiempo que se hacía el intento de descubrir en ese movimiento y esa evolución la conexión interna del todo (Engels: 1975, 9).
Sin embargo, la categoría de la totalidad corre el riesgo de asumirse en una visión reduccionista que la simplifica a la expresión vulgar de que, el todo es mayor que sus partes, o que todo está en conexión con todo, el investigador social debe tomar distancia de esta forma simplista de asumir la categoría de totalidad. Karel Kosik nos proporciona una definición marxista de la categoría de totalidad:
...pero en verdad totalidad no significa todos los hechos. Totalidad significa: realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el cual puede ser comprendido racionalmente cualquier hecho (clases de hechos, conjunto de hechos). Reunir todos los hechos no significa aún conocer la realidad, y todos los hechos (juntos) no constituyen aún la totalidad. Los hechos son conocimiento de la realidad si son comprendidos como hechos de un todo dialéctico, esto es, si no son átomos inmutables, indivisibles e inderivables, cuya conjunción constituye la realidad, sino que son concebidos como partes estructurales del todo. Lo concreto o sea la totalidad, no es, por tanto, todos los hechos, el conjunto de ellos, el agrupamiento de todos los aspectos, cosas y relaciones, ya que en este argumento falta aún lo esencial: la totalidad y la concreción. Sin la comprensión de que la realidad es totalidad concreta que se convierte en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos, el conocimiento de la realidad concreta no pasa de ser algo místico, o la incognoscible cosa en sí... (Kosik, 1968:56).
Por su parte, en Zemelman: 1987)6, si nuestra interpretación es correcta, en su proposición conceptual, sugiere pasar del ya tradicional entendimiento del concepto de totalidad basado en la concepción de su ubicación en el nivel óntico al nivel del proceso lógico de conocimiento. El desplazamiento de la problemática de la totalidad del plano óntico al epistemológico, equivale a la cuestión básica de convertir el qué pensar en el cómo pensar sobre la realidad.
Este concepto de totalidad que obviamente ya tiene una gran tradición, ha adquirido una diversidad de sentidos, pero para Zemelman, el considerarlo dentro del nivel epistemológico tiene su virtud puesto que posee una gran capacidad para enriquecer las estructuras racionales de conexión con la realidad empírica, que permitan transformar la objetividad real en contenidos organizados.
Aquí el concepto de totalidad que refiere el autor, sirve para dos fines: primero, enriquecer las estructuras racionales de conexión con la realidad empírica, que lo entendemos como tener una dinámica racional superior a la que tradicionalmente usamos, especialmente en relación con lo que empíricamente se ha sustraído de la realidad; y, segundo, transformar la objetividad real, es decir, lo que podemos entender de lo complejo de una cosa, en contenidos organizados que pensamos que son conceptos que de acuerdo a nuestra lógica nos permiten entender los objetos.
Más adelante enfatiza que la totalidad le interesa -en términos de investigación, como fundamento epistemológico para organizar el razonamiento analítico. O sea que la totalidad es un sustento cognoscitivo para organizar la forma de conocer; es decir, es un complejo proceso de conocimiento cuya finalidad es el conocimiento.
Pero además de hablar de la totalidad como exigencia epistemológica del razonamiento analítico, sirve, en otro nivel, para delimitar los campos de observación, lo que se puede conceptuar como "...una aprehensión que no consiste en una explicación sino que sirve para definir la base de la teorización posible" (Zemelman: 1987; 18). Si la apropiación es la abstracción sensorio-intelectiva que nos sirve para identificar los objetos con los que nos vinculamos (y de los que formamos parte, con ello, nos dice este autor, podemos aspirar a definir la base para proponer una teoría, no sólo para explicarnos los objetos de investigación. De otra manera, aunque no muy diferenciada de la anterior, para este autor, la totalidad:
Es un modo de organizar la apertura hacia la realidad que no se ciñe a permanecer dentro de determinados límites teóricos, pues se fundamenta en un concepto de lo real como articulación compleja de procesos y exige que cada uno de estos sea analizado en términos de sus relaciones con otros (Zemelman: 1987; 19).
Aquí, el concepto de totalidad ya no es un pensamiento sobre el pensamiento, ni una orientación para delimitar los campos de observación, sino la apertura del pensamiento ante la realidad, en la cual Zemelman los percibe como que se articulan, de manera compleja. Visto en una perspectiva que incluye esos sentidos del concepto de totalidad, encontramos la siguiente afirmación del autor:
En la investigación, propondremos a la aprehensión racional como solución epistemológica a la exigencia de la totalidad, cuyo mecanismo metodológico operativo es la reconstrucción articulada, mediante la cual se pueden determinar las bases para captar la realidad en condiciones de totalidad concreta, sin necesidad de partir del a priori que tenga tal o cual estructura de propiedades. Por eso es que no constituye en sí misma una explicación, sino, más bien, la condición para el conocimiento de lo real concreto desde toda su complejidad estructural y dinámica (Ibidem; 20).
Podemos entonces decir que para Zemelman, la concepción de totalidad es una actividad intelectiva con un sentido orientado al proceso cognoscitivo, que sirve de base para la reconstrucción de lo perceptible, ello lo podemos observar en la siguiente aseveración:
...los elementos o niveles componentes de la totalidad, son teorizables sólo en función de su relación posible con el "todo". El "todo" es el que da sentido a las partes en cuanto las incluye; las partes, a su vez, son el movimiento de esa inclusión. Sin embargo, el "todo" no alude a un "todo" real sino a una exigencia de totalizar lo fragmentario; no implica al movimiento como realidad sino como construcción que se aprehende en tanto constituyéndose y no como ya constituido...lo que se pretende es avanzar en un intento por trasladar la discusión filosófica acerca de la categoría de totalidad, al plano epistemológico, directamente relacionado con la construcción del conocimiento concreto (Zemelman: 1987; 20).
El concepto de totalidad de Zemelman establece toda una serie de potencialidades que pueden incidir en los diversos procesos de la investigación. Así, del recorrido que realiza para identificar los diversos sentidos del concepto, concluye que:
1) Las funciones que cumple la totalidad son: organizar una forma de razonamiento crítico que permita romper o traspasar la apariencia de los fenómenos. Desde la perspectiva de la totalidad, la apariencia es un nivel de la realidad que no está analizado en su articulación; así como, a contrario sensu, lo real es un nivel de la realidad analizado en su articulación; y
2) la categoría de la totalidad está claramente referida a la idea de movimiento, sin referirse a la estructura dinámica particular que pueda asumir el movimiento (que es lo propio de la contradicción). Por eso, la totalidad contribuye a delimitar el movimiento real para facilitar su explicación como objeto particular; de ahí que se le vincule con la idea de la realidad como exterioridad mutable. Por lo que, sin incurrir necesariamente en afirmaciones acerca de su estructura, cumpla la función de una exigencia epistemológica para construir el conocimiento objetivo.
Lo anterior significa distinguir dos aspectos en la discusión sobre la totalidad:
a) La totalidad como recurso metodológico...y
b) La totalidad como enfoque epistemológico de la realidad que exige concebirla como un complejo de niveles con sus propios requerimientos para su captación racional; y que principalmente son dos:
1) tomar en cuenta la complejidad tiempo espacial de los procesos reales, en forma de no reducir la articulación a parámetros homogéneos, y
2) no identificar la totalidad como una estructura de determinaciones, esto es, con un modelo teórico.
En suma, la totalidad es la articulación dinámica de los procesos reales caracterizada por sus dinamismos, ritmos temporales y despliegues espaciales; y esta articulación puede concretarse en diferentes recortes del desarrollo histórico" (Ver Zemelman: 1987: 20)
La identificación de los diversos momentos, niveles aproximaciones e interacciones en el proceso de conocimiento, son las premisas de la propuesta de Zemelman, lo que llega a constituir en sí, otro objeto de atención para el conocimiento; y es innegable que las posibilidades de su implementación son inmensas, ya que, involucrarse en cualquier proceso de investigación requiere tener una visión amplia. Ello, se puede desprender de lo que el mismo autor afirma:
...el planteamiento de la totalidad puede considerarse como una alternativa que define una línea de reflexión de grandes potencialidades. Es un procedimiento racional que permite establecer una base de razonamiento que puede servir para sistematizar una reflexión sobre prácticas investigativas ya cristalizadas, pero también para desarrollar formas de pensar que no necesariamente sean un reflejo de aquéllas (Ibidem: 1987; 61)

8. La apropiación de conocimiento con base en la articulación transdisciplinaria

Es la capacidad de apertura hacia lo real de la totalidad, lo que permite profundizar mayormente en la realidad con el objetivo de dar prioridad a la construcción del objeto. La totalidad así concebida deviene como un método que hace posible el recorte o construcción del objeto. Este último sin embargo nos plantea una importante pregunta: ¿Cuáles son los fundamentos de conocimiento implícitos que están en conexión con un concepto de totalidad de la forma que se plantea?
La necesidad de una apertura de la razón como actitud abierta a la especificidad de lo real, para el entendimiento de la interacción que existe entre la multiplicidad de objetos (incluyendo a sujetos sociales concretos) posibles en el mundo real. Estos y sus interacciones existentes son susceptibles de captación con base en los conceptos de especificidad, realidad dinámica y la perspectiva de totalidad como recurso epistemológico.
Para proceder tanto a la construcción - apropiación del objeto de estudio, así como a su teorización posible, Zemelman (1987) plantea la necesidad de tener un control de los condicionamientos de la razón que impiden la objetividad del conocimiento, imprimiendo sesgos en los análisis. Se intenta evitar, las determinaciones a priori, de sucesos que provienen de nuestro esquema referencial teórico, ideológico o de la experiencia, para dar paso a una visión que, concibiendo al mundo como un universo de la mayor complejidad, pueda descubrir lo específico concreto de las conexiones determinantes del hecho real.
Para ello se esbozan los mecanismos metodológicos para la construcción del objeto como reconstrucción articulada e histórica; aprehendiendo su especificidad con base en la articulación transdisciplinaria para el descubrimiento de las conexiones determinantes del objeto, con otras dimensiones de lo real.
La articulación transdisciplinaria, quiere decir, pensar al objeto más allá de los límites a que puede circunscribirlo cualquier discurso sustantivo (disciplinario). No obstante, recomienda usar las categorías y conceptos con carácter abierto. Por ejemplo, la categoría modo de producción de Marx está abierta y sirve para captar cualquier modo de producción; pero hasta que el sujeto cognoscente se enfrenta con un pensamiento abierto al modo de producción concreto (objeto de estudio), y después de pensarlo en términos de totalidad, es que puede decir el tipo de modo que es y no antes. En el estudio de Marx, El Capital, encuentra que dicho modo es un modo de producción capitalista. Pero este último adjetivo, solo aparece en Marx, una vez que ha descubierto la lógica interna de su objeto, el ser del Capital.
De lo anterior nos previene Zemelman, al decir que no hay que asignarle determinaciones a priori al objeto nuevo que queremos construir o, con Covarrubias, el objeto que nos queremos apropiar. No podríamos decir por ejemplo, que vamos a estudiar el "modo de producción capitalista" en los artesanos de Mitla, Oaxaca, porque lo más probable sea, que dicho modo de producción no sea capitalista sino de sobrevivencia; es decir, no creemos que dicho modo de producir, reúnan las características definitorias de ser capitalista, pues no parece posible que dichos artesanos generen "plusvalor". Es a esto a lo que nos referimos con Zemelman, al control de los condicionantes teóricos, pues el adjetivo capitalista, recoge el análisis de Marx, al que llega después de un profundo y documentado análisis, resultado de descubrir o develar la logicidad del objeto modo de producción (este existe en la realidad en los talleres de la producción industrial; pero también existe en el pensamiento, como categoría de análisis. En el caso de los artesanos de Mitla, lo más probable, de hacerse una investigación, es que se llegara a la conclusión de que es un modo de producción de autosubsistencia.
Una normativa más retomada de Zemelman, es el control de la experiencia. No pensar que por haber abordado objetos similares en el pasado, podemos asignarle características parecidas al nuevo objeto. En una anécdota que escribe Karl R. Popper en su autobiografía, cuando decidió dejar de trabajar para el famoso Psicólogo Adler, en la que relata que, en menos de cinco minutos diagnosticó a un paciente; a lo que Popper protestó preguntando ¿Cómo puede usted estar tan seguro? A lo que Adler contestó: "por mi experiencia de mil casos". Probablemente el Doctor tenía razón, al fundar su diagnóstico, pero si lo que pretendemos es una propuesta seria, no podemos caer en una simplicidad de ese tipo sólo por sobre-confiar en nuestra experiencia. En la perspectiva dialéctica crítica, las especificidades temporales de los objetos son de vital importancia, pues en muchos de los casos, se trata de los momentos de inicio de una práctica de determinados sujetos histórico concretos. En esta visión, la volición política es una premisa de las más importantes de la construcción-apropiación del conocimiento.
Con respecto al control de los condicionantes ideológicos, creemos que se debe distinguir la lógica del objeto (su ser) de nuestros deseos de futuro (deber ser). El deseo de futuro deberá ser tratado de otra forma. ¿Cómo? Convirtiendo a la ideología en objeto de estudio, en problema a dilucidar, no como marco explicativo del objeto. El deseo de futuro también es posible de convertirlo en objeto de estudio, para lo cual es necesario construir un proyecto, a sabiendas que, en el movimiento de lo real se encuentra la contingencia. Esta es también es parte constitutiva de aquélla, al igual que la complejidad, el conflicto y el caos de la sociedad, como realidad. Aquí consideramos que un proyecto de futuro, no se detiene tanto en teorizar un deber ser, como a practicar una actitud -con Bloch—, práctica, crítica y transformadora en donde el proyecto sirve de guía para la acción.
Lo que planteamos como transdisciplinario es eso. Construir el conocimiento por articulación de niveles multidimensionales de lo real, y al hecho de relevar el "descubrimiento" de la lógica del objeto, no sólo para explicarlo, sino para teorizar, o para actuar sobre él. Metodológicamente pues, queremos relevar "la cosa", el objeto, por encima de cualesquier límite impuesto por tal o cual estructura teórica preestablecida, pero sin desechar a priori las posibilidades de captación de lo real de las categorías y conceptos de constructos teóricos ya construidos.
Estos son en síntesis los elementos constitutitos de una propuesta, para la construcción (pero también para la teorización de objetos socioeducativos), que no se limiten a explicaciones simplistas con base en la prueba de una o dos hipótesis (método hipotético deductivo), pues partimos de que la realidad está, más en espera de ser teorizada e incidida, que esperando simplemente ser explicada.

Conclusiones

Se considera haber mostrado cómo la totalidad dialéctica crítica, con base en la epistemología dialéctica crítica puede ser un importantísimo dispositivo que ya se utiliza para la apropiación del conocimiento de lo real. Para ello, se expusieron algunas de las limitaciones del conocimiento disciplinario porque fragmenta a la realidad, supeditándola a sus límites teóricos; pues las teorías son aproximaciones conceptuales de lo real. Por ello, al exponer nuestros conceptos de realidad, presente y utopía, mostramos lo limitado del proceso hipotético deductivo con base en los discursos disciplinarios; con esas bases, es que propusimos un pensamiento más abierto y no sujeto a delimitados alcances teóricos, a través de controlar las predeterminaciones ideológicas, teóricas y de la experiencia, así como los "ruidos" que causan los referentes "atéoricos" en el momento de apropiarse del conocimiento de lo real. Es decir, para producir conocimiento científico.

Referências

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Recebido: 13/11/2005 Aceite final: 14/12/2005


1 Aquí consideramos que la totalidad dialéctica, solo puede devenir de la Epistemología Dialéctica Crítica; esta e una visión cognitiva y una posición con respecto a los fundamentos de un conocimiento crítico que deviene principalmente de Hegel, Marx, Kosik, Zemelman y Covarrubias y quien suscribe.
2 Aquí se considera que la totalidad dialéctica crítica no se preocupa por ser considerada científica en el sentido ortodoxo del término (cuya semántica alude al formalismo naturalista o positivista).
3 Hacia finales del siglo VI o comienzos del V, Heráclito (c. 544 - 484) contradice todo lo anterior afirmando que nada es permanente y no existe armonía. Lo que vive, vive por la destrucción de otra cosa. El fuego vive por la muerte del aire. Lo que parece armonía es tensión de opuestos. La base del equilibrio es la lucha; la lucha es buena en sí puesto que es la fuente de la vida. La arjé (principio) ya no es agua o aire o apeiron sino devenir puro, mero fluir. (http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=625)
4 Ello planteó el problema del tiempo y del movimiento Hasta entonces los filósofos han buscado algo permanente para explicar el mundo en que vivían, a lo que Pitágoras ha añadido el orden y la armonía. Pero, mientras los atenienses avanzaban hacia su democracia, el pensamiento griego en general también se desarrollaba y ya no resultaba natural aceptar una única sustancia material como principio de todo. Además, las explicaciones que daban de la variedad de las cosas, de sus cambios y movimientos, no parecían convincentes. Surgieron así nuevos filósofos que trataron de responder a esas preguntas
5 La anámnesis, que significa recuerdo, es en Platón, el proceso mediante el cual la mente alcanza el conocimiento verdadero recordando la visión de las ideas, que el alma experimentó en una previa existencia independiente del cuerpo.
6 Esta aportación del Doctor Zemelman Merino y otros más, nos van a permitir plantear el asunto de la construcción - apropiación de objetos de estudio con base en la articulación como totalidad. A la que yo añado en concepto de transdiciplinariedda (Massé 2002)

*Doctor en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Investigador del Centro de Estudios de la Universidad de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores - SNI (SEP- CONACYT-MÉXICO). México

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jueves, 24 de enero de 2008

Vivir con extranjeros

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por Zygmunt Bauman


Vivir en una ciudad significa vivir en compañía de extranjeros. Nunca dejaremos de ser extranjeros: nos mantendremos como tales, sin interés en interactuar, pero, por ser vecinos los unos de los otros, destinados a enriquecernos recíprocamente. Pensar la sociedad, la ciudad, los humanos en el siglo XXI.
Hay una paradoja que es absolutamente relevante; no psicológica, sino lógica. Cuanto más reducidos son el espacio y la distancia, mayor importancia se les atribuye; cuanto más se desvaloriza el espacio, menos protectora es la distancia y más obsesivamente se trazan y alteran fronteras.

Es en especial en las ciudades donde se produce esta furiosa actividad de trazar y alterar las fronteras entre las personas.

Frederik Barth, el gran antropólogo noruego contemporáneo, ha puesto de relieve que, en contra de la errónea opinión común, las fronteras no se trazan para separar diferencias, sino que, por el contrario, cuando de trazan fronteras es precisamente cuando surgen de improviso las diferencias, cuando nos damos cuenta y tomamos conciencia de su existencia. Dicho de un modo más claro: emprendemos la búsqueda de diferencias justamente para legitimar las fronteras.

Si miramos a nuestro alrededor veremos a otros individuos iguales que nosotros. Por mucho que busquemos no encontraremos a nadie que sea exactamente igual a uno mismo. Todos y cada uno de nosotros estamos hechos tan sólo de diferencias; en el planeta hay 6.000 millones de hombres y mujeres, pero cada uno de ellos es diferente de los demás; no hay individuos absolutamente idénticos, es imposible. Existimos porque somos diferentes, porque tenemos diferencias, y sin embargo, algunas de estas diferencias nos molestan y nos impiden interactuar, ser amistosos, demostrar interés por los demás, preocuparnos el uno por el otro, ayudarnos; y, sean cuales sean, lo que las determina es la naturaleza de las fronteras que hemos trazado. Cada frontera crea sus propias diferencias, que son consistentes y relevantes.

Por consiguiente, al intentar comprender nuestras diferencias y las dificultades que éstas generan, tenemos que formularnos nuevas preguntas; sobre todo una: ¿a qué obedece esta obsesión por trazar fronteras? La respuesta es que hoy en día esta obsesión se deriva del deseo, consciente o inconsciente, de procurarnos un rincón suficientemente confortable, acogedor y seguro, en un mundo que se nos muestra salvaje, imprevisible, amenazador; resistir a la corriente, protegernos de fuerzas externas que parecen invencibles, y que no podemos controlar ni detener, ni siquiera impidiendo su presencia en los alrededores de nuestra casa, en nuestras calles, Sea cual sea la naturaleza de tales fuerzas, las conocemos por un nombre que ilumina a la par que confunde: globalización o, como prefería decir Alberto Melucci, «planetarización».

Hoy, en nuestro planeta, todos sin excepción dependemos de los demás, y sin embargo no hay nadie que ostente la responsabilidad, nadie que ejerza el control sobre aquello que denominamos «espacio global». Cuando pensamos en ese espacio, nos viene a la mente la imagen de un western hollywoodiense, de aquel salvaje Oeste en que la gente se comporta de un modo inesperado, y en el que los vencedores no son en realidad los que permanecen en el campo de batalla, sino los que lo abandonan antes que los demás. Se trata de un espacio salvaje, y ciertamente los ciudadanos -con los medios de los que disponen- no pueden oponerse al espacio global, que escapa a su control.

Las diferencias que acaban siendo significativas e importantes a causa de la naturaleza de la frontera, y de las intenciones que hay detrás de esta frontera, son las diferencias atribuidas a las personas que tienen la indecente tendencia a cruzar las fronteras y aparecer por sorpresa en sitios a los que no han sido invitados; un tipo de gente de la que nos defenderíamos con circuitos cerrados de televisión, que instalaríamos aunque sólo fuera para ver quién pasa por la calle.

En Inglaterra, mi país, existen organizaciones de vigilancia. Los vigilantes de barrio permanecen de servicio varias horas al día controlando las calles por donde pasan extranjeros. Por tanto, los extranjeros que no pertenecen a ese lugar se convierten en los más importantes representantes de ese género de diferencia que debemos evitar. ¿Pero de qué tipo de extranjeros se trata?

Para explicar su ambiente y su origen, recordemos en primer lugar que las ciudades, en las que vive ya más de la mitad del género humano, son en cierto modo vertederos para los problemas creados y no resueltos en el espacio global. Y lo son en muchos aspectos; existe por ejemplo un fenómeno global de contaminación del aire y del agua, y la administración municipal de cada ciudad debe acarrear con sus consecuencias: tiene que luchar sin otros recursos que los locales para purificar el agua y el aire o para contener la marea. El hospital de su barrio puede estar en crisis, está en crisis, refleja esta crisis, estas dificultades, estas preocupaciones financieras; refleja el desconocido y remoto conflicto en curso entre los gigantes farmacéuticos, que están peleándose por los llamados «derechos de propiedad intelectual» y elevan los precios e introducen en el mercado determinados fármacos, de forma que dicho hospital ya no puede atender a sus pacientes.

También el terrorismo global proviene de ese salvaje Oeste a que aludíamos, del descontrolado espacio global, pero en última instancia son los bomberos locales quienes hicieron frente en Nueva York a los efectos del acto terrorista del 11 de septiembre, o la policía y los bomberos de Madrid quienes intentaron salvar a las víctimas del atentado de la estación de Atocha. Todo recae sobre la población local, sobre la ciudad, sobre el barrio. En definitiva, imponiendo la rápida modernización de lugares muy lejanos, el gran mundo del libre cambio, de la libre circulación financiera, ha creado una enorme cantidad de gente superflua que ha perdido todo medio de sustento y no puede seguir viviendo como sus antepasados. Individuos forzados a desplazarse, a abandonar aquellos lugares en los que ya no son más que prófugos, y a convertirse en inmigrantes económicos. Poco después llegan a una ciudad, y una vez más los recursos locales deben ocuparse de ellos.

Vienen a la ciudad y se convierten en el símbolo de esas misteriosas, y por consiguiente aterradoras, fuerzas de la globalización. Vienen de quién sabe dónde, y son, como dice Bertolt Brecht, «ein Bote des Unglücks», mensajeros de desgracias. Llevan consigo el horror de guerras lejanas, de hambre, de carencias, y representan nuestra peor pesadilla: que nosotros mismos, a causa de la presión de este nuevo y misteriosos equilibrio económico, podemos acabar siendo superfluos, podemos perder nuestros medios de supervivencia y nuestra posición social. Representan la fragilidad y precariedad de la condición humana, y nadie quiere que día tras día le recuerden esas cosas horribles que preferiría olvidar. Así, por innumerables motivos, los inmigrantes se han convertido en los principales portadores de las diferencias que nos producen más miedo, y contra las cuales trazamos fronteras.

Pero no son los únicos. Desde el principio, la modernidad ha producido «gente supérflua», entendiéndose esta expresión en el sentido de inútil, de que las capacidades laborales de esa gente no pueden ser explotadas provechosamente. Por decirlo de una vez por todas, sin medias tintas, para las personas de bien sería mejor que esa gente desapareciera del mapa. Se trata de una gente que no tiene expectativas, a la que ningún esfuerzo de imaginación lograría hacer reingresar en una sociedad organizada de una manera muy determinada. La industria moderna (tanto la constructora de un orden como la representante del denominado «progreso económico») ha producido gente superflua. La construcción de un orden comporta siempre la eliminación de los superfluos, puesto que si se pretende que las cosas mantengan un orden, si se pretende sustituir la situación actual por un orden nuevo, mejor y más racional, acabará por descubrirse que cierta gente no puede formar parte de dicho orden, y será preciso excluirla del mismo, expulsarla. En eso consiste el progreso económico. ¿Pero qué es, en esencia, el progreso económico? Su mito se reduce a lo siguiente: poder realizar cualquier cosa con menor esfuerzo y dedicación y con el mínimo gasto. Conseguir ese objetivo equivale a que ciertos métodos se vuelvan superfluos y dejen de ser económicamente plausibles, y a su vez convierte en superflua a la gente que había conseguido vivir adaptándose a dichos métodos.

En fin, no es una novedad: siempre y en todas partes, desde el inicio de la modernidad, ha habido gente superflua a nuestro alrededor, pero ahora es diferente. La modernización, ese nuevo estilo de vida que genera gente superflua, estaba limitada al principio a alguna zona de Europa: era un privilegio, y el resto del mundo podía servir como vertedero para la superfluidad que se producía primero en Europa y más adelante en sus ramificaciones. Pero la población superflua de la Europa que, a lo largo del siglo XIX, se estaba modernizando era arrojada a tierras como América, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, que disponían de territorios deshabitados, ya que la gente que vivía en ellos no contaba para nada: eran débiles, eran salvajes, no eran más que un obstáculo añadido.

Pues bien, la modernidad ha vencido, y celebramos el triunfo mundial del estilo de vida moderno -libre cambio, libre economía, libre consumo, y McDonald's en todas partes-, pero ello significa que actualmente la gente superflua ya no sólo es un producto de Europa, posteriormente arrojado al resto del mundo: es producto de cualquier parte, dado que el modelo productivo moderno se está instalando en todos los países.

Los extranjeros vienen, pues, como lo hicieron antes que ellos nuestros progenitores, nuestros abuelos y bisabuelos, que cargaron sus maletas y emigraron, desde ciudades superpobladas de Alemania, Suecia, Polonia o Rusia, a Norteamérica, Canadá o Suaramérica. Ahora ellos hacen lo mismo, pero moviéndose en dirección inversa, y desembarcan en Milán, en Copenhague y en tantas otras ciudades buscando las mismas cosas que buscaron nuestros progenitores, es decir, pan y agua, puesto que también ellos quieren vivir. Pero son estas ciudades ya densamente pobladas -como Milán, Copenhague, Estocolmo o París- las que deben hallar un puesto donde darles acogida, entre otras muchas cosas. Éste es el tipo de extranjero que provoca más miedo en las ciudades contemporáneas por los motivos que ya he intentado exponer.

Pero no son ésos los únicos, dado que también nosotros tenemos a nuestra gente superflua, gente a la que no podemos mandar a ninguna otra parte porque no hay forma de hacerlo: el planeta está lleno, no quedan espacios vacíos; nuestra gente superflua se halla todavía entre nosotros. Hubo un tiempo en que los individuos superfluos lo eran sólo provisionalmente, durante el tiempo en que se les consideraba parados, desempleados. «Desempleado» es una palabra engañosa, pues sugiere más de lo que dice. Estar desempleado quiere decir que, para los seres humanos, la norma es tener empleo, que estar desocupado es un accidente, algo extraño, anómalo, contra lo que hay que luchar. Pero actualmente, cada vez más, oímos a cierta gente decir de otra gente que es superflua: no es que está desempleada, sino que sobra. Observen que el concepto de superfluidad no implica promesa alguna de mejora, ni de remedio, ni de subsidio. No, nada de eso. Si eres superfluo, lo eres para siempre jamás. Existe una palabra cruel, inhumana, que se inventó en los Estados Unidos pero que se propagó como un violento incendio por toda Europa: se trata de la palabra «desclasado» [underclass]. Ser desclasado significa simplemente estar fuera del sistema de clases. No se trata, por lo tanto, de una clase inferior: no hablamos de alguien que está hundido, pero que puede albergar la esperanza de subir hacia arriba por una escalera que tiene justo ahí, si alguien le ayuda. No. Ser desclasado significa estar fuera, excluido, no servir para nada: la única función positiva que el desclasado puede realizar es la de inducir a las personas decentes, a las personas corrientes, a aferrarse al tipo de vida que llevan, puesto que la alternativa es demasiado horrible para poder ser tomada en consideración: la alternativa es caer en la marginación.

En los períodos de depresión económica, se oye a los políticos decir que se espera una recuperación del consumo; lo cual significa que un ciudadano normal y corriente, con cuenta bancaria y tarjeta de crédito, deberá ir a las tiendas y comprar a crédito, tras lo que vendrá la recuperación, y todos tan contentos. Pero los desclasados no disponen ni de cuenta bancaria ni de tarjeta de crédito, no compran mercancías que pueden producir beneficios; más bien precisan mercancías que requieren subsidios y no ofrecen ganancias, y por consiguiente no serán éstos los consumidores que hallarán el modo de sacarnos de la crisis, que nos conducirán a la recuperación económica, sino al contrario. Ésa es la razón por la que la sociedad funcionaría mucho mejor si los desclasados desaparecieran del mapa.

Así pues, existe en las ciudades esa doble presión, y esa tendencia a construir muros. Ya he hablado de fronteras, de trazar fronteras, de crear dentro de la ciudad áreas seguras que estén alejadas de aquéllas a las que «no se va», para referirse a la cuales Steven Flusty ha acuñado un término muy feliz: «espacios vetados» [interdictory spaces]; vetados porque desaniman a la gente a pararse ante ellos o le impiden la entrada; según él, son la expresión más rentable de la actual arquitectura urbana norteamericana, su más importante producto. Las tecnologías que sirven para impedir el acceso y para mantener a distancia a la gente representan en este momento el sector más vanguardista de la arquitectura estadounidense.

Sabemos perfectamente que todo es posible en América, pero exactamente lo mismo está sucediendo en la vieja Europa, y probablemente también en nuestras propias ciudades. Esas áreas residenciales, los barrios cercados [gated communities] en los que no se puede entrar salvo que se haya sido invitado, que disponen de vigilantes armados las veinticuatro horas del día y circuitos cerrados de televisión, son el reflejo de los ghettos involuntarios a los que se ha arrojado a los desclasados, los prófugos y los inmigrantes recientes. Estos ghettos voluntarios son el resultado de la aspiración de defender la propia seguridad procurándose sólo la compañía de los semejantes, y manteniendo alejados a los extranjeros.

Richard Sennett, un notable sociólogo angloamericano, nos ofrece las conclusiones a las que ha llegado en su detallada investigación sobre la experiencia norteamericana: el fenómeno de buscar cada vez más la compañía de los semejantes se deriva de la resistencia a mirarse profunda, de forma humana. Y Sennett ha descubierto que cuanto más se separan las personas, en estos barrios cercados de hombres y mujeres que se les asemejan, menos capaces son de tratar con extranjeros; y a su vez, cuanto menos capaces son de tratar con extranjeros, mayor miedo les tienen; por consiguiente, buscan cada vez con mayor avidez la compañía de sus semejantes. En fin, que se forma un círculo vicioso que no puede romperse.

He querido subrayar que las ciudades son vertederos, y que en ellas se buscan desesperadamente soluciones locales a problemas producidos por la globalización, pero querría añadir un par de consideraciones más. Es cierto, las ciudades son vertederos, pero también son campos de batalla y laboratorios. ¿Campos de batalla para qué? Para la batalla entre la mixofilia y la mixofobia, términos poco usados pero que se explican por sí mismos. La mixofilia es un fuerte interés, una propensión, un deseo de mezclarse con las diferencias, o sea, con los que son distintos a nosotros, porque es muy humano y natural, y fácil de comprender, que mezclarse con extranjeros abre la vía a aventuras de todo tipo, a la aparición de cosas interesantes, fascinantes. Se pueden vivir experiencias fantásticas, experiencias desconocidas hasta entonces. Y pueden entablarse nuevas amistades, buenas amistades, de esas que nos acompañarán toda la vida. Eso es algo impensable en un pueblecito pequeño, estático, en el que todo el mundo sabe qué están haciendo en su cocina todos los demás, en el que nadie sorprende a nadie y en realidad no se espera de nadie nada interesante.

Esto era lo que hacía atractiva a la ciudad, lo que empujaba a que la gente se trasladase en masa a la ciudad. Un dicho alemán, referido a las ciudades medievales, dice así: «Stadtluft macht frei», el aire de la ciudad te hará libre; y en efecto, en las ciudades pueden suceder muchas cosas sorprendentes, excitantes, que no ocurren en ningún otro lugar. Por otra parte, existe la mixofobia, pues se vive constantemente con extranjeros -sobre todo si tienes prejuicios hacia ellos, puesto que la basura global es arrojada en tus calles y ya has oído hablar de los peligros que se derivan de los desclasados, y has oído decir que los inmigrantes son ante todo parásitos de tu bienestar e incluso terroristas potenciales, que antes o después seguro que te matarán-, de forma que vivir entre extranjeros es una experiencia que ciertamente crea ansiedad. Consiguientemente, se intenta evitar, hasta el punto de que muchas personas han decidido transmitir este «instinto de evitar» a las generaciones futuras, y han llevado a sus hijos a escuelas segregadas, en las que puedan ser inmunes a este mundo horrible, al terrible choque con otros niños que provienen de familias de tipo erróneo.

Estas dos tendencias coexisten en la ciudad, y personalmente no creo que tal coexistencia sea en sí misma una solución. Así pues, lo que podríamos, podemos y deberíamos hacer es contribuir a alterar sus proporciones: hacer algo para incrementar la mixofilia y reducir la mixofobia. No podemos ciertamente esperar eliminarla completamente, y creo que instituciones como la Academia Della Carità se proponen precisamente esto: favorecer en las ciudades las posibilidades de la mixofilia. Las raíces ya están plantadas: están en la naturaleza humana, y es preciso desarrollarlas a expensas de la alternativa.

Finalmente, estas ciudades son laboratorios en los que se descubren, se experimentan y se aprenden ciertas condiciones que son indispensables para dar solución a los problemas globales. Es justo lo contrario de lo que decía antes, cuando hablaba de la supremacía del espacio global, que carga sus problemas a nuestras espaldas: aquí, a espaldas de la gente del lugar. Ahora estoy hablando de algo que va en la dirección contraria. Aquí, en la ciudad, podemos ser útiles aprendiendo una habilidad que será indispensable para obtener una coexistencia segura, pacífica y amistosa en el mundo entero.

He hablado de los inmigrantes. Pues bien, gracias a los inmigrantes que proceden de lugares remotos, el «choque de civilizaciones» del que habla Samuel Huntington se ha transformado de repente en un encuentro de vecinos: gente real, hombres y mujeres -seguramente ataviados de forma un tanto extraña- que quizás hablan nuestra lengua con un acento horrible, con un acento impropio; que quizás puedan descansar en horas distintas a las nuestras y ser distintos en muchos aspectos, pero que sin embargo son seres humanos, vecinos a quienes más tarde o más temprano encontraremos en los restaurantes, en las calles, en las tiendas, en los despachos, por todas partes. Sobre ellos se proyectan las hermosas palabras de Madeleine Bunting, una sagaz periodista británica, que afirma que el espíritu de la ciudad se forma mediante la acumulación de minúsculas interacciones cotidianas con el conductor del autobús, con los demás pasajeros, con el quiosquero, con las camareras de los bares, y de palabras sueltas, de saludos fugaces, de esos pequeños gestos apresurados que allanan las ásperas aristas de la vida urbana.

Pues bien, si hay seres humanos que aceptan y aprecian a otros seres humanos y se esfuerzan en dialogar con ellos, de pronto las diferencias culturales dejan de ser un casus belli. Podemos ser diferentes y vivir juntos, y podemos aprender el arte de vivir con la diferencia, respetándola, salvaguardando la diferencia de uno y aceptando la diferencia del otro. Este aprendizaje puede hacerse de día en día, imperceptiblemente, en la ciudad. He podido observar que muchas áreas -por ejemplo, en las ciudades inglesas desgarradas por la guerrilla urbana- han ido transformándose lentamente en barrios normales y corrientes. Muchas personas andan por la calle y les separa su color de piel, pero esto no les impide departir amistosamente y estar juntas por un rato.

Podemos, pues, aprender este arte en la ciudad, y desarrollar realmente unas capacidades que habrán de servir no sólo en el plano local, en el espacio físico, sino también -al fin y al cabo- en el espacio global. Y quizás, por tanto, estaremos más preparados para afrontar la enorme tarea que, nos guste o no, tenemos por delante, y que ha de marcar por completo nuestra vida: el deber de dotar de humanidad a la comunidad de los hombres.

Me gustaría terminar evocando un recuerdo. Puesto que los viejos tienen cierta tendencia a recordar, voy a permitírmelo, ya que soy viejo. Cuando era estudiante, tuve un profesor de antropología que me decía (me acuerdo perfectamente) que los antropólogos llegaron a fechar los albores de la sociedad humana gracias al descubrimiento de un esqueleto fósil, el esqueleto de una criatura humanoide inválida, con una pierna rota; pero se había roto la pierna siendo niño, y había muerto a la edad de treinta años. La conclusión del antropólogo era simple: allí había existido forzosamente una sociedad humana, porque esto no habría podido darse en un rebaño, donde una pierna rota termina con la vida del inválido, ya que no puede sustentarse por sí mismo.

La sociedad humana es distinta de un rebaño de animales porque alguien puede sostenerte; es distinta porque es capaz de convivir con inválidos, hasta el punto de que históricamente podría decirse que la sociedad humana nació junto con la compasión y con el cuidado de los demás, cualidades sólo humanas. La preocupación de hoy en día se centra en este punto: trasladar esta compasión y esta atención a escala planetaria. Soy consciente de que las generaciones que nos han precedido se han enfrentado a esta tarea, pero ustedes deberán seguir por este camino, les guste o no, empezando por su casa, por su ciudad, ahora mismo.

No alcanzo a pensar en nada que sea más importante que esto. Tenemos que empezar por aquí.


Transcripción de la intervención de Zygmunt Bauman en el congreso "Fiducia e paura nella città", celebrado en Milán en marzo de 2004, y reproducida en Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros.
Barcelona, Arcadia, 2006 (p. 61-75).


Fuente: Revista Seguridad Sostenible del Institut Internacional de Gobernabilitat de Catalunya Nº 32 2007.


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lunes, 21 de enero de 2008

Cenizas

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Al encontrarse ya dentro de la cancha, pisando la gramilla, el Colo pensó lo que tantas veces había pensado: “Qué pelotudez es venir a una cancha para otra cosa que no sea ver un partido de fútbol. Es como comer solamente puré. O lechuga”. Se acordó una vez más del Mundial del 78 en Mar del Plata. Antes de comenzar los partidos donde jugaba Italia salían a la cancha los condottieri, un grupo de muchachitos vestidos al estilo medieval, con mucho bordado, mucha seda, portando enormes banderas multicolores. Allí, sobre el verde césped, bajo el frío glacial que hizo ese invierno, ondeaban las banderas sobre sus cabezas en ampulosos y armoniosos giros. Le habían dicho al Colo que aquél era un espectáculo clásico de Siena, transportado entonces a La Perla, ya que los azzurri disputaban esa zona. Pero lo que justificaba el número, lo que rescataba en realidad la ceremonia y la hacía graciosa y soportable, es que luego, después, cuando el último de esos pendejos presumiblemente milaneses o romanos desaparecía por el agujero del túnel con la satisfacción del deber cumplido, salían los equipos y jugaban un partido de fútbol. Era un buen aperitivo entonces el de las banderas, un entremés, pero no podía ser el plato de fondo. En la Edad Media, concluyó el Colorado... ¡aquél era el plato de fondo! Se juntaban un montón de tanos, se reunían en una plaza o en un “largo”, veían a los pendejos revolear las banderas como locos, y luego todos se iban de vuelta para sus casas dichosos y contentos con el espectáculo recibido... ¡Y no había partido de fútbol! Al menos en aquellos tristes casos, meditaba el Colo, la cosa no era en estadio alguno, entonces podía justificarse la ausencia u omisión del más popular de los deportes. ¡Pero el Colo había ido una vez a ver a Serrat, en el Gigante, y pensó lo mismo! Quería ver al catalán, recordaba, tenía ganas de oírlo, eso era lógico. Pero mientras se acercaba al estadio, mientras circulaba por los pasillos bajo las tribunas, mientras se ubicaba mansamente y sin nervios en las plateas, pensaba: “¡Por qué no habrá un partido, aunque más no sea de reserva!”. Experimentaba la misma sensación que solía asaltarlo cuando, al viajar en auto, pasaba junto a un camión. El Colo estaba preparado mentalmente para resistir la duración de un viaje. Las cuatro horas, por ejemplo, del Rosario-Buenos Aires. O las doce horas del Rosario-Mar del Plata. O las casi seis del Rosario-Córdoba. Sabía que poco a poco, kilómetro a kilómetro, iba quedando ya menos tiempo para llegar y luego, sí, esperaba el baño, la ducha reparadora, el descanso, el mirar televisión descalzo. Pero al pasar junto a los camiones no podía menos que imaginar al abnegado camionero: no llegaba nunca. Su trabajo era no llegar nunca. Y ésa era la sensación. Ir a un estadio de fútbol a otra cosa que no fuera ver un partido de fútbol era no llegar nunca. No tener un punto de referencia. Como le pasaba al puré, a la lechuga, a los pobres pelotudos de los condottieri revoleando banderas que ni siquiera eran comunistas, o a los camioneros que no llegaban nunca a ninguna parte. Reflexionando el Colo sobre todo eso, con la cajita de madera entre las manos (se la habían confiado por un ratito) derivó indefectiblemente en la memoria de cuánto lo habían atemorizado los camioneros cuando se iba acercando, aquella noche, a Pelotas. O a Torres. O a Florianópolis. Y él iba con la familia en un Citröen, vehículo impensable para los brasileños, a disfrutar de unos días en la playa. Carro estranho había musitado un morocho girando curioso en torno al Citröen, cuando pararon en una estación de servicio. “Imposible tenerlo acá en Brasil” agregó luego. “No —sonrió el moreno—. Le cortan la capota y le roban todo”. “Tudu” pronunciaba, en ese idioma en joda que ellos tienen. Y los camiones, madre mía. Enormes, prepotentes, rumorosos, terminales. En esas carreteras ondeantes, sinuosas y mojadas por la lluvia intermitente y rompepelotas. Por la noche aquellas moles se ubicaban sigilosamente detrás del Citröen y luego lanzaban sobre él un torrente de luz, una catarata enceguecedora de un blanco definitivo que bañaba la región, el asfalto, el perfil verde de los morros amenazantes, y penetraba en el coche esculpiendo volúmenes macabros en el interior, restallando en el espejito retrovisor como una cachetada de advertencia. Y el Colo no hallaba el espacio a la derecha para tirarse. A la derecha estaba la franja blanca del límite del camino. Después, la negrura de la noche, quizás los mojones, quizás el abismo, quizás el precipicio de cientos de metros sobre el mar oscuro, tal vez una franjita mínima de tierra donde el día de mañana abriría sus brazos una pequeña cruz recordatoria de la familia argentina que plegó sus alas buscando el talco de las playas brasileñas, la amabilidad de sus aguas y el rosáceo nácar de las casquinhas del sirí.Y el tipo estaba sentado unos treinta metros más allá, bajo un quincho. Parecía, por la pinta, un alemán o un suizo, de ésos que van a Brasil para calcinarse como camarones en la playa, para extasiarse con el culo de las mulatas y tomar caipirinhas a lo bestia. Rubio, casi coloradón como el Colo, de barba corta y enrulada, dormitaba en su reposera frente al mar. No había mucha gente en la playa. O la había, pero parecía poca de tan desperdigada que estaba. “No como en Mar del Plata” había dicho Sarita, gozosa. El Colo se acercó al alemán —o al suizo—, levantó explícitamente el tubo de bronceador en el aire y preguntó:
—¿Se lo dejo? ¿Se lo puedo dejar en la mesita? —ejemplificando, a la vez, con el gesto claro de depositar el tubo sobre la mesa que (junto a la reposera donde dormitaba el rubio) mostraba una acumulación de toallas y sandalias en la soga. El tipo lo miró apenas y asintió con la cabeza, haciendo ahorro —suizo al fin— de su gutural idioma. El Colo trotó hacia el agua y se metió en ella con la confianza que da saber que no se trata de un agua congelada que descargará martillazos de rabia sobre los dedos de los pies, morderá las rodillas y apretará las bolas al llegar a la vital zona de los genitales, como si los estrujara con el mismísimo puño vindicatorio de Neptuno. Allí estuvo, entonces, contemplando las nubes, el cielo azul, el verde intenso de los morros cercanos, casi una hora. Y después volvió. Cuando pasó junto al rubio, lentamente, se acordó del tubito. Sin querer molestar demasiado, tomó el tubo de la mesa, lo levantó bien expresivo hasta sus ojos y moduló un “Gracias” sonoro. Entonces vio que el otro estaba leyendo un libro en castellano sobre la vida del Negro Olmedo.
—¿Sos argentino? —preguntó el Colo.
—Sí —contestó el otro, bajando el libro, animoso y con buena disposición.
—Mirá vos. Pensé que eras europeo, alemán, algo así... —argumentó el Colo, como si fuesen cosas diferentes.
—No. Argentino.
—¿De dónde?
—De Pompeya.
—Ah, porque yo soy de Rosario —dijo el Colo, afirmándose en el tuteo ya que el otro parecía cálido y, además, de la misma edad—. Y fijate vos que, casualmente, Olmedo era de Rosario.—Sí, por supuesto —dijo el rubio-ex suizo—. A mí me gustaba mucho el Negro. Y además, hay otra afinidad grande...
—¿Cuál? —se interesó el Colo, ante el paréntesis de suspenso que había hecho el otro.
—Hincha de Central.
Cuando, tiempo después, bastante tiempo después, el Colo contaba la anécdota en “El Cairo”, invariablemente al llegar a esta parte la voz se le quebraba y los ojos se le ponían vidriosos.
—Cuando el tipo me dice “hincha de Central” —repetía, ante la atención respetuosa del Pitufo, del Centu, de Chiquito— te juro que a mí se me puso la carne de gallina— y se pasaba una mano temblorosa sobre el antebrazo izquierdo, a unos centímetros de la piel, no ya como si estuviera percibiendo los repentinos canutos en su carne, sino como si le hubiesen crecido, definitivamente, una multitud de plumas batarazas.
—¡Mirá lo que es el destino! —seguía— ¡Encontrarme ahí con un canalla, en esa playa! Porque no era la playa del centro de Florianópolis o de Camboriú, donde dada la cantidad enorme de argentinos que van, vos bien podés imaginar que te vas a encontrar con gente de todas las tendencias, de todas las creencias y de todos los equipos. Incluso de Central. Pero ésta era una playa de mierda, perdida en la loma del quinoto, ahí en Itapema, adonde nosotros habíamos ido porque Sarita me rompía tanto las pelotas con eso de irse a una playa tranquila e irse a una playa tranquila e irse a una playa tranquila todo el tiempo ¡Ahí, ahí mismo, me vengo a desayunar con que, prácticamente el único tipo que había en miles de kilómetros a la redonda, no solo era argentino, sino que era fana de la Academia! ¡Mirá vos cómo son las cosas!
—El Destino —meneaba lentamente la cabeza, místico, el Pitufo.
—Es que Central es grande, Colora —agregó el Centu—. Es universal.
—Te imaginás que entonces nos pusimos a conversar, a charlar —continuó el Colo— y estuvimos como dos horas hablando del asunto. En resumen, te la hago corta. El tipo éste no era rosarino, pero el padre, el padre era ferroviario y había venido a laburar mucho tiempo acá, y acá se había hecho canalla a muerte, y por lógica lo había hecho también a este muchacho. Además, mirá lo que te digo, el viejo de este tipo, que todavía vive en Rosario, había jugado en Sparta y en Central allá por el año del pedo, o sea que la cosa iba bien en serio. No era una simpatía así nomás.
—¿Y el tipo que vos te encontraste era fana?
—Fundamentalista. Es fana. A muerte. A muerte. Se va a ver todos los partidos en Buenos Aires. ¡Y me presentó a los hijos! Pibes que tendrían quince, dieciséis años. Todos canallas.
—¡Qué lindo!
—¡Qué emocionante! ¿No? Tan lejos...
—Por supuesto que nos hicimos recontraamigos, desde ese día fuimos casi todos los días a esa playa y cuando me vine, lógicamente, me traje la dirección del tipo y todos los datos.
—Vos le diste la tuya. —Le di la mía. Quedamos en intercambiar información, en vernos de nuevo, tal vez si se da el tute de que yo me vaya a ver un partido importante por allá...
—¿Importante? —dudó el Centu, atento a la austera realidad de la divisa auriazul.
—Bueno. Si se da.
La cosa pareció terminar ahí. Cada tanto, es cierto, el Colorado aparecía con alguna carta de su amigo veraniego, o mostraba, ufano, alguna foto poblada de camisetas de Central que estaba dispuesto a mandarle al otro, a título recordatorio, para mantener en alto el fuego de la amistad. Pero la relación parecía encaminada a disolverse lentamente, con mansedumbre, como suele suceder con los amores de vacaciones. Sin embargo un día, el Colorado llegó a “El Cairo” considerablemente excitado. Lo había llamado el rubio desde su tanguero reducto de Pompeya, para imponerlo de una infausta noticia: había muerto el padre, aquel viejo ferroviario que inaugurara la estirpe canalla y que supiera jugar en Sparta y Rosario Central. El Colorado —siempre de acuerdo a su versión oral— se había realmente conmovido. Que ese tipo, su simpatía estival, lo llamara al solo efecto de comentarle la muerte de su progenitor, era una palmaria demostración de que aquella amistad (surgida de los colores gloriosos) era más profunda que lo sensorialmente perceptible y que, por lo tanto, el rubio —ahora huérfano— deseaba compartir el momento de congoja con el circunstancial amigo, tan lejano.
—Pero la cosa no terminaba allí —advirtió el Colorado, nuevamente en la Mesa de los Galanes, esta vez enriquecida por la presencia del Pochi y de Belmondo—. La cosa no terminaba allí. Parece que el viejo, antes de morir, pidió como última voluntad, que sus cenizas se tiraran en las canchas de Sparta y de Central, los dos cuadros donde él jugó...Por los muchachos cruzó una sombra de respetuosa sorpresa.
—La mitad de las cenizas —especificó el Colo— en la cancha de Sparta. Y la otra mitad en el Gigante ¡Mirá vos el deseo del tipo!
—¿Y alcanza para tanto? —frunció la cara el Pitufo, siempre un poco irreverente.
—¡Y qué sé yo! ¡Qué sé yo! Te imaginás que nunca me vi metido en un trámite de éstos, Pitufo.
—¿Era grandote el hombre? —lo del Centu tampoco sonó muy cuidadoso.
—¿Y por qué decís que estás metido? —preguntó Pochi —¿Por qué vos estás metido?
—¡Porque yo tuve que hacer la gestión ante Central! —saltó el Colora— ¡Yo tuve que hablar con el Presidente! De ahí vengo.Sin duda, en algún momento de la charla veraniega, tras horas y horas de recordar partidos memorables y entrealas famosos, tras horas y horas de consumir caipiras añorando al Gitano Juárez y a Mario Kempes, el Colorado le había confesado al otro que él pertenecía a la temida OCAL, la Organización Canalla Anti Lepra. La misteriosa organización, lindante con la clandestinidad, agrupa a una serie de hinchas de Central de corte confesional fundamentalista y suele dedicarse, mayoritariamente, a urdir brujerías y macumbas contra la suerte de “Los primos del Parque”, la repudiada divisa rojinegra. No es mucho lo que se sabe sobre la OCAL porque, como la OLP o el IRA, se trata de una organización de carácter celular, cerrada, e históricamente, ningún ser humano ajeno a la estructura ha tenido acceso a sus actas secretas. El amigo rubio del Brasil, es obvio, se había visto conmocionado ante la íntima revelación del Colo y, ahora, ante la desgracia familiar sufrida, recurría al acceso al tráfico de influencias de su amigo rosarino, quizás sin saber que la OCAL no es para nada un apéndice de Rosario Central, sino apenas un grupo de apoyo, independiente, que incluso solo considera al club, “una institución amiga”.
El Colo relató (siempre en El Cairo) que la gestión frente a Sparta, humilde club de barrio, la había realizado el ala familiar del difuto radicada desde hacía mucho tiempo en Rosario, obteniendo una inmediata aprobación de parte de aquella gente sencilla. Pero en Central la cosa se había puesto complicada y la familia no había logrado siquiera hacer contacto con el Presidente, bastante preocupado, lógicamente, por conseguir algún jugador bueno y barato que ampliara las posibilidades del primer equipo con vistas al inminente campeonato. Y fue cuando, desde Buenos Aires, desde Pompleya para ser más exactos, la misma mano rubia que sostuviera un día el libro sobre el Negro Olmedo, señaló la figura del Colorado para aligerar la empresa. La gestión del Colo fue expeditiva y exitosa pese a la desconexión de la OCAL con la institución auriazul.
—Hablé con el Presi y le conté todo lo de este muchacho del Brasil —explicaba en la Mesa como quien hubiera develado un oculto romance clandestino—. Lo del padre, que había sido jugador de Central y todo eso. Y el Presi me dijo que sí, que era posible. Pero me puntualizó muy claramente que la aceptación no debía sentar un precedente que diera pie a nuevas peticiones.
—Claro —opinó Chiquito—. Te imaginás que a todos se le ocurra lo mismo...
Se rieron, como si la cosa fuera divertida. Y lo era, en parte. O al menos, inusual.
Sin embargo, caminando lentamente (la cajita en las manos) por el lado de afuera de la cancha, paralelo a la línea de toque, pisando con cuidado el césped impecable, el Colorado percibió que había perdido algo de la excitación de estar viviendo una anécdota imborrable de la picaresca futbolera o de estar atravesando un hecho simpático que le daría argumento para infinitos y repetidos relatos. La familia del padre de su amigo (éste no había venido a Rosario por razones impostergables de trabajo) los tíos, los sobrinos, las hermanas y los nietos, mostraban todos (especialmente mientras subían por las escaleras del túnel) una gravedad suma, una real congoja y un dramatismo contenido. Tanto era así que el Colorado temió que se notara demasiado en el abultado bolsillo de su gabán, el volumen de la cámara fotográfica que había llevado para registrar el evento con la poco solemne intención de documentar así, luego, en rueda de amigos, el momento de la dispersión de las cenizas. Se ocupó entonces, en ir y venir varios metros junto a la línea lateral “como si estuviera en el calentamiento previo” imaginó, mirando la inmensidad de las tribunas vacías y silenciosas, apreciando el manto verde inmaculado de la gramilla, sorprendiéndose por la comba insólita que dibujaba el terreno de la cancha dado el sistema de drenaje y que hacía que, desde la posición en que se encontraba el Colorado, no se viera la línea de fuera del otro lado, la que daba espaldas a Cordiviola. Siempre con la cajita en la mano (se la había confiado un corpulento tío del rubio, por un momento) el Colo se sentía un poco incómodo (como si lo hubiesen abandonado en una esquina sosteniendo una torta de bodas ajena) de gabán azul marino entre tanto traje oscuro, corbata negra y frases cortas y apesadumbradas.
—Era un velorio, Pitu —repetiría después el Colo, hasta el cansancio, para transmitir la congoja de la ceremonia—. Lo que yo quizás olvidé entre tanta emoción mezclada por esta cuestión del llamado del rubio, la muerte del padre y el lógico y humano fanatismo que tenemos todos por Rosario Central; lo que a mí medio se me pasó por alto con toda la emotividad que representa el asunto de esparcir las cenizas de un tipo sobre la cancha de fútbol donde él mismo jugó un milenio de años atrás...
—Cosa no muy habitual, lógicamente.
—Para nada habitual... Lo que yo no supe medir correctamente, te decía, es que se trataba lisa y llanamente de un velorio. A la luz del día, a pleno sol, frente a una sábana verde maravillosa, pero un velorio a fin de cuentas, con los parientes dándose el pésame, con los primos recordando al finado, con la viuda llorando, porque lloraba la viuda y todo eso. Al punto que, te juro Pitufo, uno llegaba incluso a olvidarse de que allí, a pocos pasos de donde estaba caminando yo con la cajita en las manos, habían jugado el Gitano Juárez, el Negro Castro y el Enano Giménez.
Y fue así que justamente cuando el Colorado calculaba el preciso lugar del campo desde el cual había pateado el Flaco Menotti cuando le hizo aquel gol impresionante a Amadeo Carrizo, se le acercó el hermano del difunto haciendo un gesto negativo con la cabeza.
—No hay nada que hacer —dijo—. El tipo no quiere.
—¿Quién no quiere? —salió de su abstracción el Colorado—. ¿Qué no quiere?
—El canchero. No nos quiere dejar entrar a la cancha.
—Pero... Si tenemos el permiso del Presidente ¿Por qué no quiere?
—Porque dice que le vamos a arruinar el césped —se exaltó el pariente—. Que está impecable. Que ayer llovió y abajo está un poco blando.
El Colorado paseó su visita por el césped llevándola hasta las áreas, hasta los arcos sin las redes colocadas.
—La verdad que está bárbaro —acordó—. Y claro, está por empezar el campeonato y el hombre quiere que esté de puta madre.
—¡Pero si nosotros no le podemos hacer nada, señor Vázquez! —el otro abrió los brazos, airado—. Somos cuatro locos que no vamos a entrar a escarbar la tierra para sacar los panes de césped. Además, estas canchas están preparadas para resistir cualquier cosa.
Otros parientes se habían acercado a ellos dos y, las manos en los bolsillos o los brazos cruzados, giraban sobre sí mismos, frustrados y decepcionados.
—¿No pensarán que queremos enterrarlo? —se acercó uno, preguntando seriamente.
—Pero... ¿no era que estaba todo resuelto? —se enojó otro—. ¿No era que el Presidente había dado su autorización?
El Colorado se sintió tocado en su responsabilidad.
—No. Si yo hablé. Si yo hablé —tranquilizó—. Ahora voy a hablar yo con el canchero. Lo que pasa es que ayer llovió y quiere cuidar la cancha. A simple vista parece que no, pero abajo está pesada. Apenas se empieza a correr aparece el barro.
—¿Y quién va a correr, acá? ¿Qué apuro tenemos? —insistió el otro, con la lógica de hierro—. ¿Tan poco tiempo tenemos para la ceremonia?El Colorado prefirió no responder. Dejó la cajita en manos del tío del rubio procurando darle a su gesto cierta majestuosidad ritual y se encaminó a paso firme a hablar con el canchero quien, en pose de baqueano, observaba en cuclillas el césped de sus desvelos.
—Yo le entiendo caballero, yo le entiendo —aceptó el canchero, poniéndose de pie y golpeando la palma de una mano contra la otra para quitarles alguna brizna de pasto—. Pero a mí nadie me ha dado una autorización y yo no los puedo dejar entrar. Después el césped se jode y al que me putean todos es a mí.
—Pero yo hablé con el Presidente —argumentó el Colo, sintiéndose al borde de la desesperación—. Si quiere le hablamos por teléfono y que él mismo se lo diga, se lo confirme.
—El Presidente puede decir lo que quiera —el hombre era inconmovible—. Pero él no sabe nada sobre césped. Es muy fácil hablar desde la sede del club, total, uno no tiene ni idea de lo que pasa en la cancha. Pero el responsable del estado del campo soy yo, caballero, y me he comprometido a tenerlo diez puntos en el momento de la reanudación del campeonato. Nunca ha estado tan bien el césped, nunca. Además —señaló vagamente hacia el túnel— hay que caminar como trescientos metros para encontrar un teléfono. Y eso si en Intendencia hay alguien.—Voy a llamar lo mismo —el tono del Colorado ya era francamente agrio—. Se imagina que no se puede dejar a toda esta gente así —le indicó al canchero el oscuro grupo de personas que, cabizbajos, aguardaban cerca de la entrada del túnel—. Han venido los parientes, los hermanos, los nietos de esta persona que fuera estrella del fútbol rosarino. La viuda. Gente que ha viajado desde lejos —mintió.
—Ya vi a la viuda. Y vi los tacos que tiene. Me destroza la cancha si entra con esos tacos.
—Tiene que ser un poco más comprensivo —reclamó el Colo—. Se trata de un funeral, después de todo.
—Soy comprensivo, caballero. Y yo también tuve un padre.
El Colorado pegó media vuelta y retornó hacia el compungido grupo a paso vivo. La última frase del canchero hacía entrever a un ser humano sensible. Pero el detalle de los tacos de la viuda, en boca de ese hombre, era un mal presagio. El Colo sabía, por otra parte, que a esa hora sería inútil tratar de encontrar al Presidente en su despacho.
—Nada que hacer —informó a la gente, que lo aguardaba como quien espera a un mensajero celestial—. Está emperrado en que noo y que no y que no. Pero no hay que desesperarse. Me dijo que en Intendencia hay un teléfono...
—¡Qué macana! —masculló el tío del rubio.—¡Cómo me iba a suponer yo que, conseguida la autorización del Presidente, nos íbamos a encontrar con un tipo como éste, tan celoso de su trabajo! —¿No querrá que le tiremos unos mangos? —el mismo tipo que había cuestionado la eficacia de la gestión del Colorado, surgía ahora, acerbo, expeditivo, con una sólida propuesta. El Colo y el tío del rubio se miraron.
—Es posible —musitó el Colo, echando mano al bolsillo, aún culposo—. Deje que yo me ocupo y después en todo caso, dividimos el gasto.
—Cuidado —dudó el tío del rubio—. No vaya a ser cosa que se encuentre con un tipo insobornable y caguemos el asunto. Y después se complique todo mucho más.
—¿Cuánto le doy? —desestimó la advertencia el Colorado, práctico. Fue en eso que, con el rabillo de ljo vio aparecer, por la boca del túnel, un manchón negro y blanco. “Un referí” alcanzó a suponer el Colo, aterrorizado ante la posibilidad de que no hubiesen tenido en cuenta algún partido de las divisiones inferiores a jugarse en horas de la mañana. Pero pronto, un informante cercano vino a tranquilizarlo. “El padre López” escuchó, cerca. El sacerdote, jovial, campechano, de clergyman y pantalones grises se disculpó ante la viuda por la tardanza y pronto, su rostro tomó visos de contrariedad cuando lo impusieron del inconveniente surgido.
—Dejen que yo hable con este muchacho —dijo. Y partió caminando lentamente hacia el canchero, que había vuelto a su posición indígena acuclillada, como escrutando en procura de detectar la mata traicionera que perturbaba la horizontalidad perfecta de su llanura. El padre López estuvo hablando corto tiempo con el canchero. Desde lejos, el grupo lo observó comportarse con cordialidad y bonhomía, no exenta de firmeza. Por último, se vio al canchero inclinar la cabeza y ponerse una mano sobre el corazón mientras el Padre, con movimientos gráciles de su mano derecha, lo bendecía. Luego el Padre López volvió hacia el grupo.
—Dice que está todo bien —informó, oyéndose de inmediato un suspiro de satisfacción general—. Pero, con una condición: que nos saquemos los zapatos. Creo que no es una petición demasiado caprichosa como para que no podamos aceptarla. Pienso que la tolerancia está en el espíritu de todos nosotros.
Sin una palabra, los deudos comenzaron a quitarse el calzado, apoyándose los unos en los otros para no perder el equilibrio, pasándose la cajita de mano en mano para posibilitar la maniobra, hasta que quedó en poder del sacerdote.
—A mí me eximió de descalzarme —justificó el Padre López, sosteniendo el cofre—. También Jesús caminó sobre las aguas. ¡Y otra cosa! —previno a los que ya se disponían a entrar a la cancha—. El canchero también pidió que no arrojásemos las cenizas en las áreas, porque ésas son las zonas más castigadas. Esa región es sagrada.
—En mitad de la cancha —dijo el tío del rubio—. Pancho, el finadito, pidió que las esparciéramos en mitad de la cancha.
-Muy bien. Vamos entonces —ordenó, calmo, el cura. Todos ingresaron a la cancha. El Colorado se cuidó de no pisar la línea de toque, consciente de que ésa era una de las tantas cábalas de los jugadores, pero se abstuvo de inclinarse a tocar el pasto o santiguarse, temeroso de que el Padre López pudiese interpretar erróneamente su gesto. La comitiva llegó hasta el círculo central y allí se llevó a cabo la breve ceremonia. El Colo se quedó un tanto alejado del círculo de familiares, como no queriendo invadir sentimientos. Un poco conmovido, además, al pensar que en aquel puñado de cenizas de tono amarillento (“Algo parecido al queso de rallar” diría después en una comparación que, no por doméstica, era menos certera) se había corporizado, breve tiempo atrás, un hombre hecho y derecho, con su historia, sus sentimientos, sus sentires y su familia, como él mismo, o como cualquiera. Después, y para tranquilidad del Colo, aparecieron algunas cámaras fotográficas, algunas poses grupales para estas cámaras y hasta alguna camiseta de Central que se extendió, discreta, frente a los pechos de los deudos. El Colo temió por alguna nueva amonestación de parte del canchero, pero a éste se lo había tragado el túnel durante la tocante ceremonia y recién reaparecía ahora, arrastrando un cúmulo de redes. También había aparecido otro señor, alto y desgarbado, un utilero quizás, quien tuvo a bien quitarse la gorra en tanto contemplaba como la mano enérgica de la viuda lanzaba puñados de cenizas hacia los cuatro vientos.
—¿Son de alguna religión oriental? —consultó el hombre al Colorado que volvía.
—No. El canchero nos pidió lo de los zapatos. Por el césped. ¿Sabe?El tipo aceptó, con la cabeza. El grupo ya había regresado al costado de la cancha para calzarse. El Colo, más tranquilo, caminó entonces hasta el canchero para agradecerle la gauchada.“No tiene nada que agradecer, caballero”contaba después el Colo, en El Cairo, que le había dicho el tipo, desenredano con paciencia el caótico entramado de las redes.
—Después de todo —dijo el Pitu, conocedor— se habrá dado cuenta de que las cenizas son un buen abono para el pasto. ¿No se usan para eso de vez en cuando?
—No, lo que pasa, yo pienso, es que al tipo le quedó laburando el balero, porque... ¿Saben qué me dijo cuando ya nos íbamos? ¿Saben lo que me dijo?Todos aguardaron en silencio.
—Me dijo: “No es mala idea ésta de que se tiren las cenizas de uno sobre la cancha, la verdad sea dicha. No es mala idea”. Y yo me fui pensando en lo que me había pedido el Presidente, de que esto no sirviera para sentar un precedente. Pero, bueno, la cosa ya estaba hecha.
—Ahora... —reflexionó el Pochi—. Fijate vos como este tipo, el canchero, no aceptó la orden del Presidente, pero se fue al mazo apenas el cura lo charló un rato.
El Colo jugueteó un momento con la cucharita dentro del café.
—Es que hay un Poder Superior, Pochi —afirmó—. Hay un Poder Superior.


La mesa de los galanes. 1995
Roberto Alfredo Fontanarrosa (Rosario, 26 de noviembre de 1944 - íd., 19 de julio de 2007), apodado El Negro, fue un humorista gráfico y escritor argentino.


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