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Frente al mar
1
¿La ola no tiene forma?
En un instante se esculpe
y en otro se desmorona
en la que emerge, redonda.
Su movimiento es su forma.
2
Las olas se retiran
¿ancas, espaldas, nucas?
pero vuelven las olas
¿pechos, bocas, espumas?.
3
Muere de sed el mar.
Se retuerce, sin nadie,
en su lecho de rocas.
Muere de sed de aire.
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Label Cloud
jueves, 19 de agosto de 2010
Entrevista a Roxana Morduchowicz - "No hay que tenerle miedo a la tecnología"
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por María Cecilia Tosi
Especialista en comunicación y culturas juveniles Roxana Morduchowicz es doctora en Comunicación por la Universidad de París VIII. Dirige el Programa de Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación. Es consultora en medios de comunicación y educación para la Unesco y la Organización de los Estados Americanos. Ella nos traza un perfil de la "generación multimedia" y analiza el modo en que la revolución tecnológica define la vida social de las nuevas generaciones. También les resta importancia a muchos de los temores más frecuentes de los padres y dice que "hay que acompañar a los chicos en sus consumos tecnológicos"
Lejos de una mirada apocalíptica sobre los medios, Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación y directora del Programa Escuelas y Medios, del Ministerio de Educación de la Nación, desmiente algunas de las creencias más extendidas sobre el consumo cultural de los adolescentes: dice que Internet no aísla a los chicos sino que los ayuda a socializarse, afirma que la televisión puede alentar el interés por los libros y señala que todavía los jóvenes prefieren salir con amigos antes que encerrarse en su cuarto frente a la pantalla.
"No les tengamos miedo a los medios, a la tecnología; acompañemos a los chicos en sus consumos", es el mensaje de esta investigadora, autora del libro La generación multimedia (Paidós), que reúne los resultados finales de una investigación realizada en 2006 sobre los gustos y preferencias culturales de los chicos de entre 11 y 17 años, y que ahora, a partir del estudio definitivo de la investigación, profundiza sobre los significados, los consumos y las prácticas culturales de los jóvenes.
Morduchowicz, autora también de El capital intelectual de los jóvenes , describe un nuevo perfil de adolescente, cuya característica principal es el consumo simultáneo de diversos medios: hoy los chicos pueden navegar por Internet, mirar TV, escuchar música y hacer la tarea al mismo tiempo. Una generación que razona y aprende de manera diferente de como lo hacen los adultos, lo que abre un nuevo desafío para padres y educadores.
-El mundo tecnológico en el que los adolescentes están inmersos, ¿hace que haya algo realmente nuevo en la juventud actual? ¿Sienten distinto, piensan distinto, o es sólo una cuestión de soportes y formatos?
- Suele decirse que los jóvenes de hoy no son como los de antes. Y esta frase tiene mucho de verdad. Los chicos que tienen menos de 18 años son la primera generación que ha conocido desde su infancia un universo mediático muy diversificado. La distinción entre medios nuevos y medios tradicionales no tiene, para los chicos de hoy, ningún sentido. Son los adultos los que sentimos las rupturas tecnológicas. Los chicos y jóvenes se mueven cómodos en este mundo de dinamismo, de fragmentación, de inmediatez; un mundo mosaico en el que todo es simultáneo. Por eso, efectivamente, los adolescentes perciben, piensan y sienten de manera distinta. Para ellos, el zapping dejó de ser una actitud frente al televisor, para pasar a ser una actitud ante la vida. Los chicos de hoy viven esta fragmentación, provisionalidad, búsqueda de inmediatez y sensación de impaciencia.
- ¿Qué se sabe hoy sobre el modo en que ha influido la horizontalidad que promueve la Red en la relación de los chicos con los adultos o con la autoridad en general?
- Las dinámicas familiares también se vieron afectadas. Aunque la computadora está lejos de generar las discusiones entre padres e hijos que genera la TV, ya que goza de una percepción altamente positiva. La mayoría de los padres considera que Internet ayuda con la tarea de la escuela, algo que nunca dirían de la televisión. Sin embargo, en la percepción de los chicos, sólo un 15 por ciento considera que los padres saben más de computación que ellos. Esto afecta también las dinámicas familiares, porque la transferencia de conocimientos se invierte de hijos a padres. Para los adolescentes es natural que su principal interlocutor en temas tecnológicos sean sus amigos o sus hermanos.
- Expuestos como están a una mayor circulación de la información, diversidad de fuentes y de culturas, ¿se percibe en los chicos una capacidad crítica más firme frente a lo que dicen los medios?
-No necesariamente. Veamos dos ejemplos. Una importante cantidad de chicos enciende la televisión para ver qué hay, sin saber lo que va a ver. Esto podría explicarse por un lado, por la falta de otras actividades recreativas que tienen a su disposición y la necesidad de optar por la TV más allá de los programas que se emitan. Pero también puede pensarse en una falta de reflexión para poder seleccionar lo que van a ver. El otro ejemplo es con Internet. La mayoría de los chicos dice que "Internet tiene todo lo que se necesita", pero muy pocos discriminan el origen o la fuente de información. Es decir, no son conscientes de algunos riesgos que puede presentar la Red. Hay que decir que el nivel de reflexión que tienen los jóvenes respecto de los medios y las tecnologías es bajo. Por eso, es tan importante que los adultos de la casa acompañen a los chicos en sus consumos culturales y que la escuela, los docentes, enseñen a leer los medios, en el sentido más amplio del término lectura. Vivir en una sociedad multicultural significa también convivir con el lenguaje oral, escrito, audiovisual e hipertextual. Es importante que la escuela prepare a los alumnos para la lectura y utilización de todos estos lenguajes.
- El libro le quita asidero a esa suerte de preocupación generalizada de los adultos: que la TV conspira contra la lectura y que Internet aísla a los chicos.
-Partiendo de la base del consumo simultáneo de los medios, lo que queda claro es que los medios no se sustituyen ni son excluyentes. Se complementan y se suman. El adolescente argentino pasa seis horas por día con los medios (sumando el tiempo de la TV, la radio, Internet, etc.). Pero al mismo tiempo, la encuesta arroja claramente que un chico que ve entre cuatro y seis horas de TV por día (el máximo consumo) no lee menos que aquel que ve dos a tres horas de TV diarias. Es decir, el chico no lee menos por estar más horas frente al televisor. En muchos casos la TV estimula: cuando se les preguntó cuáles eran los libros que más habían disfrutado mencionaron Harry Potter , Narnia y El señor de los anillos . Hay una coincidencia entre las películas que prefieren y los libros que les gusta leer. También vimos que los chicos eligieron leer esos libros por la publicidad que vieron en la televisión o por entrevistas a los autores que emitió la televisión. Es decir, utilizado bien el medio televisivo, se puede promover la lectura.
-¿Y en cuanto al aislamiento?
-Los medios generan nuevas formas de sociabilidad juvenil y no anulan su vida social. El 90% de los jóvenes usa regularmente Internet y el mayor uso es el chat. El uso que hace el chico con la computadora es el más solitario (lo hace solo), sin embargo, la función que más elige es social y comunicativa. Además, cuando les preguntamos a los chicos cuál es su actividad favorita, la primera opción que elegían era siempre salir con amigos. Es decir, aunque pasan más tiempo con los medios, los chicos eligen estar con amigos fuera de la casa. ¿Por qué pasan más tiempo con los medios? Por el crecimiento urbano, por la inseguridad, porque los padres no quieren que salgan tanto. Esas son decisiones de los adultos y no de los adolescentes.
-Si tuviera que explicar beneficios y perjuicios en esta nueva cultura mediática de los chicos, ¿cuáles serían sus principales reconocimientos -aquello en lo que las nuevas tecnologías los benefician- y cuáles sus advertencias?
- Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías tienen un alto potencial y mucho que debe ser reconocido. Alcanza con mirar nuestra vida diaria para reconocer los beneficios de Internet. Pero, como siempre, necesitamos pensar en la actitud hacia ellos. Si los chicos no saben leer un diario y diferenciar el periódico A del B; si no pueden analizar la manera en que un noticiero televisivo presenta las noticias y si no pueden discriminar las distintas fuentes que dan origen a las informaciones que buscan en Internet, el potencial de los medios se empobrece.
-El libro describe el dormitorio de los chicos como verdaderas fortalezas tecnológicas que les permite encerrarse en su universo mediático.
-Hoy los chicos tienen en sus habitaciones universos tecnológicos. El 40% de los adolescentes argentinos tiene televisión en su cuarto. Eso no es bueno. Según nuestra investigación, ese factor hace que vean más horas de TV, que lo hagan en soledad y que pasen más tiempo encerrados en su pieza. Lo mismo se aplica para la computadora. Hay un gran desconocimiento de los padres respecto de los programas que sus hijos ven en televisión o de los sitios que frecuentan en Internet. Y hay conductas contradictorias: los padres que no ven mal que el chico tenga TV en la pieza, son los mismos que se quejan por la cantidad de horas que pasan sus hijos frente al televisor. O le ponen la computadora en el cuarto y piensan que con un filtro o un bloqueador alcanza para protegerlos de los sitios peligrosos, cuando en realidad el diálogo y la orientación son lo único que puede mejorar el consumo de los medios. El mensaje es: no les tengamos miedo a los medios, acompañemos a los chicos en sus consumos.
-En los últimos días, se dieron a concer gravísimos casos de violencia entre alumnos de distintas escuelas y también contra los docentes. ¿Los mensajes violentos de los medios influyen en la conducta social?
- No. La verdad es que no hay estudios que demuestren que haya una relación lineal de causa-efecto entre lo que ve un adolescente en televisión y su comportamiento. No puedo responsabilizar a la TV por el acto violento de un joven si no tengo en cuenta su contexto social: puede ser un chico que vive en un barrio muy inseguro, que en su casa tienen un arma o que sus padres son violentos. Su contexto de vida es mucho más importante que el programa que pueda haber visto la noche anterior.
Diario La Nación 6/4/2008.-
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por María Cecilia Tosi
Especialista en comunicación y culturas juveniles Roxana Morduchowicz es doctora en Comunicación por la Universidad de París VIII. Dirige el Programa de Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación. Es consultora en medios de comunicación y educación para la Unesco y la Organización de los Estados Americanos. Ella nos traza un perfil de la "generación multimedia" y analiza el modo en que la revolución tecnológica define la vida social de las nuevas generaciones. También les resta importancia a muchos de los temores más frecuentes de los padres y dice que "hay que acompañar a los chicos en sus consumos tecnológicos"
Lejos de una mirada apocalíptica sobre los medios, Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación y directora del Programa Escuelas y Medios, del Ministerio de Educación de la Nación, desmiente algunas de las creencias más extendidas sobre el consumo cultural de los adolescentes: dice que Internet no aísla a los chicos sino que los ayuda a socializarse, afirma que la televisión puede alentar el interés por los libros y señala que todavía los jóvenes prefieren salir con amigos antes que encerrarse en su cuarto frente a la pantalla.
"No les tengamos miedo a los medios, a la tecnología; acompañemos a los chicos en sus consumos", es el mensaje de esta investigadora, autora del libro La generación multimedia (Paidós), que reúne los resultados finales de una investigación realizada en 2006 sobre los gustos y preferencias culturales de los chicos de entre 11 y 17 años, y que ahora, a partir del estudio definitivo de la investigación, profundiza sobre los significados, los consumos y las prácticas culturales de los jóvenes.
Morduchowicz, autora también de El capital intelectual de los jóvenes , describe un nuevo perfil de adolescente, cuya característica principal es el consumo simultáneo de diversos medios: hoy los chicos pueden navegar por Internet, mirar TV, escuchar música y hacer la tarea al mismo tiempo. Una generación que razona y aprende de manera diferente de como lo hacen los adultos, lo que abre un nuevo desafío para padres y educadores.
-El mundo tecnológico en el que los adolescentes están inmersos, ¿hace que haya algo realmente nuevo en la juventud actual? ¿Sienten distinto, piensan distinto, o es sólo una cuestión de soportes y formatos?
- Suele decirse que los jóvenes de hoy no son como los de antes. Y esta frase tiene mucho de verdad. Los chicos que tienen menos de 18 años son la primera generación que ha conocido desde su infancia un universo mediático muy diversificado. La distinción entre medios nuevos y medios tradicionales no tiene, para los chicos de hoy, ningún sentido. Son los adultos los que sentimos las rupturas tecnológicas. Los chicos y jóvenes se mueven cómodos en este mundo de dinamismo, de fragmentación, de inmediatez; un mundo mosaico en el que todo es simultáneo. Por eso, efectivamente, los adolescentes perciben, piensan y sienten de manera distinta. Para ellos, el zapping dejó de ser una actitud frente al televisor, para pasar a ser una actitud ante la vida. Los chicos de hoy viven esta fragmentación, provisionalidad, búsqueda de inmediatez y sensación de impaciencia.
- ¿Qué se sabe hoy sobre el modo en que ha influido la horizontalidad que promueve la Red en la relación de los chicos con los adultos o con la autoridad en general?
- Las dinámicas familiares también se vieron afectadas. Aunque la computadora está lejos de generar las discusiones entre padres e hijos que genera la TV, ya que goza de una percepción altamente positiva. La mayoría de los padres considera que Internet ayuda con la tarea de la escuela, algo que nunca dirían de la televisión. Sin embargo, en la percepción de los chicos, sólo un 15 por ciento considera que los padres saben más de computación que ellos. Esto afecta también las dinámicas familiares, porque la transferencia de conocimientos se invierte de hijos a padres. Para los adolescentes es natural que su principal interlocutor en temas tecnológicos sean sus amigos o sus hermanos.
- Expuestos como están a una mayor circulación de la información, diversidad de fuentes y de culturas, ¿se percibe en los chicos una capacidad crítica más firme frente a lo que dicen los medios?
-No necesariamente. Veamos dos ejemplos. Una importante cantidad de chicos enciende la televisión para ver qué hay, sin saber lo que va a ver. Esto podría explicarse por un lado, por la falta de otras actividades recreativas que tienen a su disposición y la necesidad de optar por la TV más allá de los programas que se emitan. Pero también puede pensarse en una falta de reflexión para poder seleccionar lo que van a ver. El otro ejemplo es con Internet. La mayoría de los chicos dice que "Internet tiene todo lo que se necesita", pero muy pocos discriminan el origen o la fuente de información. Es decir, no son conscientes de algunos riesgos que puede presentar la Red. Hay que decir que el nivel de reflexión que tienen los jóvenes respecto de los medios y las tecnologías es bajo. Por eso, es tan importante que los adultos de la casa acompañen a los chicos en sus consumos culturales y que la escuela, los docentes, enseñen a leer los medios, en el sentido más amplio del término lectura. Vivir en una sociedad multicultural significa también convivir con el lenguaje oral, escrito, audiovisual e hipertextual. Es importante que la escuela prepare a los alumnos para la lectura y utilización de todos estos lenguajes.
- El libro le quita asidero a esa suerte de preocupación generalizada de los adultos: que la TV conspira contra la lectura y que Internet aísla a los chicos.
-Partiendo de la base del consumo simultáneo de los medios, lo que queda claro es que los medios no se sustituyen ni son excluyentes. Se complementan y se suman. El adolescente argentino pasa seis horas por día con los medios (sumando el tiempo de la TV, la radio, Internet, etc.). Pero al mismo tiempo, la encuesta arroja claramente que un chico que ve entre cuatro y seis horas de TV por día (el máximo consumo) no lee menos que aquel que ve dos a tres horas de TV diarias. Es decir, el chico no lee menos por estar más horas frente al televisor. En muchos casos la TV estimula: cuando se les preguntó cuáles eran los libros que más habían disfrutado mencionaron Harry Potter , Narnia y El señor de los anillos . Hay una coincidencia entre las películas que prefieren y los libros que les gusta leer. También vimos que los chicos eligieron leer esos libros por la publicidad que vieron en la televisión o por entrevistas a los autores que emitió la televisión. Es decir, utilizado bien el medio televisivo, se puede promover la lectura.
-¿Y en cuanto al aislamiento?
-Los medios generan nuevas formas de sociabilidad juvenil y no anulan su vida social. El 90% de los jóvenes usa regularmente Internet y el mayor uso es el chat. El uso que hace el chico con la computadora es el más solitario (lo hace solo), sin embargo, la función que más elige es social y comunicativa. Además, cuando les preguntamos a los chicos cuál es su actividad favorita, la primera opción que elegían era siempre salir con amigos. Es decir, aunque pasan más tiempo con los medios, los chicos eligen estar con amigos fuera de la casa. ¿Por qué pasan más tiempo con los medios? Por el crecimiento urbano, por la inseguridad, porque los padres no quieren que salgan tanto. Esas son decisiones de los adultos y no de los adolescentes.
-Si tuviera que explicar beneficios y perjuicios en esta nueva cultura mediática de los chicos, ¿cuáles serían sus principales reconocimientos -aquello en lo que las nuevas tecnologías los benefician- y cuáles sus advertencias?
- Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías tienen un alto potencial y mucho que debe ser reconocido. Alcanza con mirar nuestra vida diaria para reconocer los beneficios de Internet. Pero, como siempre, necesitamos pensar en la actitud hacia ellos. Si los chicos no saben leer un diario y diferenciar el periódico A del B; si no pueden analizar la manera en que un noticiero televisivo presenta las noticias y si no pueden discriminar las distintas fuentes que dan origen a las informaciones que buscan en Internet, el potencial de los medios se empobrece.
-El libro describe el dormitorio de los chicos como verdaderas fortalezas tecnológicas que les permite encerrarse en su universo mediático.
-Hoy los chicos tienen en sus habitaciones universos tecnológicos. El 40% de los adolescentes argentinos tiene televisión en su cuarto. Eso no es bueno. Según nuestra investigación, ese factor hace que vean más horas de TV, que lo hagan en soledad y que pasen más tiempo encerrados en su pieza. Lo mismo se aplica para la computadora. Hay un gran desconocimiento de los padres respecto de los programas que sus hijos ven en televisión o de los sitios que frecuentan en Internet. Y hay conductas contradictorias: los padres que no ven mal que el chico tenga TV en la pieza, son los mismos que se quejan por la cantidad de horas que pasan sus hijos frente al televisor. O le ponen la computadora en el cuarto y piensan que con un filtro o un bloqueador alcanza para protegerlos de los sitios peligrosos, cuando en realidad el diálogo y la orientación son lo único que puede mejorar el consumo de los medios. El mensaje es: no les tengamos miedo a los medios, acompañemos a los chicos en sus consumos.
-En los últimos días, se dieron a concer gravísimos casos de violencia entre alumnos de distintas escuelas y también contra los docentes. ¿Los mensajes violentos de los medios influyen en la conducta social?
- No. La verdad es que no hay estudios que demuestren que haya una relación lineal de causa-efecto entre lo que ve un adolescente en televisión y su comportamiento. No puedo responsabilizar a la TV por el acto violento de un joven si no tengo en cuenta su contexto social: puede ser un chico que vive en un barrio muy inseguro, que en su casa tienen un arma o que sus padres son violentos. Su contexto de vida es mucho más importante que el programa que pueda haber visto la noche anterior.
Diario La Nación 6/4/2008.-
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Educación,
Entrevistas
martes, 17 de agosto de 2010
Entrevista a Adrián Paenza - “Es una tarea nuestra, de los comunicadores, explicar la importancia de la ciencia para generar un país independiente”
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por Susana Gallardo
Adrián Paenza es doctor de Ciencias Matemáticas, egresado de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y fue profesor del Departamento de Matemáticas de esa Facultad. Posee una gran trayectoria en los medios televisivo, radial y gráfico. Actualmente colabora en Veintitres y Página 12. Fue conductor de programas deportivos en televisión, columnista de “Día D” y “Detrás de las noticias”, y conductor de “Periodistas”. Actualmente conduce “Científicos, Industria Argentina”. Recibió el Premio Martín Fierro en varias oportunidades por sus trabajos en el periodismo dedicado al fútbol, al basketball, a la política y también a la ciencia. Publicó el libro Matemática…estás ahí?, que vendió 120 mil ejemplares, y acaba de salir la segunda parte (Episodio 2), con una tirada de 40 mil copias.
QuímicaViva: ¿Qué fue primero, la pasión por el periodismo deportivo o por la matemática?
Adrián Paenza: Es una pregunta difícil de contestar, sobre todo porque no sé la respuesta. Intuyo que estuvo todo ligado, incluso otras áreas, como la música, por ejemplo, pero en esencia yo hacía (hice/hago) muchas cosas, que sólo manifiestan partes de lo que me interesa o de lo que soy.
QV: ¿Qué le ha brindado mayores satisfacciones, el periodismo deportivo, el periodismo científico, o la actividad docente y de investigación?
AP: No, así planteado me resisto a contestarlo. ¿Cómo podría graduar yo ‘las satisfacciones’? Hoy podría contestar algo, con lo que no creo que estuviera de acuerdo en otro momento de mi vida. En todo caso, la respuesta es que ‘no tengo respuesta’.
QV: ¿Ha tenido dedicación exclusiva en la ciencia, o siempre compartió el tiempo con otras actividades?
AP: Hubo un momento de mi vida en el que me dediqué exclusivamente a la investigación, que fueron los años en los que hice las materias de doctorado, enseñaba Topología y Análisis Complejo, y terminamos (junto a Néstor Búcari) por escribir nuestras tesis.
QV: ¿En qué temas de la matemática ha trabajado?
AP: En varios, pero esencialmente en variables complejas y topología diferencial.
QV: ¿Ha dirigido trabajos de tesis? ¿tiene discípulos?
AP: He dirigido algunos trabajos de tesis de licenciatura, pero mi carrera como investigador es pobre y en todo caso, no creo que ninguno haya seguido mis pasos. Y si lo hizo, debería revisar su decisión.
QV: Actualmente está haciendo docencia en el exterior, ¿dónde precisamente?
AP: Yo no hago ‘docencia’ en el sentido estricto. Soy profesor de la UBA en uso de licencia y no ‘enseño’ como lo hago (o hice) cuando estoy (estaba) aquí. De todas formas, sí doy muchas charlas y seminarios sobre la didáctica de la matemática.
QV: ¿Qué diferencias encuentra entre los distintos ámbitos educativos en los que ha trabajado?
AP: En la Argentina, las universidades nacionales tienen una capacidad para producir científicos y trabajos que están en la frontera del conocimiento. Teniendo en cuenta las condiciones en las que se desarrollan (edilicias, de presupuesto, de mantenimiento, en tecnología), es un verdadero milagro. La universidad privada en la Argentina no produce investigadores reconocidos a nivel mundial en la cantidad y calidad que las universidades estatales.
QV: ¿Y a partir de su experiencia en el exterior?
AP: Depende de la facultad y del país. No es lo mismo la Universidad de Chicago que la Universidad Nacional del Perú, pero, obviamente, ni el presupuesto ni las condiciones en las que se desarrollan las hacen comparables. En todo caso, es más meritorio lo que generan los limeños por la obvia falta de recursos y asistencia que tienen, bien parecidas a las nuestras. La Universidad de Chicago es privada y tiene un soporte de la sociedad que aquí no existe. Es esperable que sean mejores. Se preparan para eso. El problema es que sólo acceden a ese nivel aquellos que pueden afrontarlo económicamente. Y yo soy un gran defensor de la educación pública, gratuita y laica, obligatoria en los niveles primario y secundario, pero que sea una opción genuina para quienes quieran dedicarse a hacer estudios terciarios.
QV: ¿A qué se debió el cambio del periodismo deportivo al periodismo de ciencia?
AP: Yo dejé el periodismo dedicado al deporte porque ‘me empujaron por la ventana’. En algún lugar, me hicieron un favor. En el medio, antes de hacer lo que hago hoy, estuve involucrado en el periodismo político y me sentí muy cómodo allí también. No descarto que vuelva a él, sólo dependerá de encontrar las circunstancias adecuadas.
QV: En el Centro de Divulgación Científica de Exactas se hizo una encuesta para saber qué factores influyen en la decisión de dedicarse a la ciencia, y se vio que la divulgación cumple un rol destacado. En su caso, ¿qué factor señalaría como decisivo o influyente?
AP: Esta es una época particular para la ciencia, o mejor dicho, para la divulgación de la ciencia, porque han aparecido muchas ofertas que en otra época no existían: colecciones de libros (Ciencia que Ladra, que dirige Diego Golombek, las colecciones de Pepe Nun y Leonardo Moledo), los diarios nacionales que ofrecen páginas con gente dedicada a la difusión todos los días, como Nora Bar en La Nación, Leonardo Moledo en Página 12, la gente de Clarín. Las obras de teatro como Copenhage, La Prueba o Galileo, o películas como Una Mente Brillante y también La Prueba, por sólo nombrar algunos.
QV: Y también su programa, Científicos Industria Argentina …
AP: Sí, ya lleva cuatro años en la televisión abierta, y también el programa de ciencia de TN, además de algunos canales que llegan del exterior, como el Discovery Channel, National Geographic, The Animal Planet… como se ve, hay un universo de alternativas que antes no existían. Eso, inexorablemente, genera una masa crítica de gente que es seducida por lo que ve, lee y escucha.
QV: El descenso en la matrícula de carreras de ciencias exactas y de ingeniería, ¿a qué lo atribuye: al contexto económico de los 90, a la actitud de los medios, que parecen priorizar lo rápido y efectivo?
AP: Es algo pendular. No sé a qué atribuírselo, pero en todo caso, me gustaría esperar algunos años antes de sacar conclusiones de ese tipo. La demanda de gente dedicada a informática, aviónica, criptografía, biología molecular, física de partículas, robótica, me hace pensar que en un futuro no muy lejano esa tendencia tendría que modificarse.
QV: ¿Tal vez por estar en contacto con directivos de los medios, que son quienes orientan la programación, ¿conoce qué argumentos exponen acerca de esas decisiones, más allá de los puntos de audiencia?
AP: No conozco que expongan ningún argumento que no sea el rating.
QV: ¿Considera que los medios tienen alguna responsabilidad en orientar las vocaciones de los jóvenes?
AP: Los medios son sólo una parte de la sociedad. Adjudicarles responsabilidad significa que uno tiene control sobre ellos, y eso no es así. El peso recae sobre el Estado. El resto es una decisión privada. Cuanto más educada esté la sociedad en la que nos desenvolvemos, mayor será la demanda por más calidad.
QV: ¿Significó mayor audiencia el traspaso de Científicos Industria Argentina Canal 7 a Telefé?
AP: Tanto cuando acordé el contrato con Canal 7 como con la gente de Telefé, quedó claro que taxativamente no me importaba el rating. Y así fue. Ahora terminamos la cuarta temporada en el aire, dos años en cada canal y es probable que volvamos al canal estatal, y justamente, si tomamos esa decisión, no estará basada en el rating.
QV: ¿Se tienen datos respecto de la audiencia: cantidad de televidentes y sectores sociales?
AP: No creo que lo hagan con nuestro programa, pero en todo caso, yo nunca me preocupé en averiguarlo. Pero supongo que alguien debería hacerlo para que nuestras decisiones en cuanto al tipo de programa que hacemos sean más adecuadas.
QV: ¿Por qué se acortó el programa (de una hora a media)?
AP: Porque a Telefé le pareció que eso beneficiaría su lucha por el rating. Quizás por eso es que piense en sacar el programa de Telefé, aunque en principio pudiera ofrecer mucho más rating. Como dije antes, el rating del programa no puede ser una variable de ajuste.
QV: ¿Cuánto cree que influyó en el éxito de su libro Matemática ¿estás ahí? el ser conocido por sus programas de televisión?
AP: Supongo que tiene que haber influido, pero no tengo idea de las proporciones. Igualmente, no ignoro que la notoriedad que me da haber estado en los medios por más de cuarenta años favorece la llegada a la gente.
QV: ¿Qué significa la aparición de la segunda parte?
AP: La continuidad de un proyecto que se ha transformado en uno de los más importantes de mi vida. Y ahora vamos por el tercero.
QV: ¿Cree que alguien que no tiene formación en matemática podría divulgarla?
AP: Esa es una interesante pregunta, pero no sabría contestarla porque no hay antecedentes que yo conozca. Pero eso sólo marca una limitación de mi parte, porque quizás sí existan personas que lo han hecho y es posible que con éxito, pero si es así, yo no conozco las experiencias. Igualmente, me parece que para poder explicar algo de matemática en profundidad, colabora fuertemente el haber tenido una formación al menos en alguna de las ciencias llamadas duras.
QV: Para que los conocimientos científicos puedan alcanzar a todos los sectores de la población ¿qué cree que se puede hacer?
AP: Es una tarea del Estado, indelegable: la formación de educadores y docentes, que no sólo puedan vivir dignamente de su sueldo, sino que accedan a un grado de excelencia en su preparación. El resto, será una consecuencia inexorable.
QV: Teniendo en cuenta el contacto que usted tiene con el público a través de un medio tan masivo como la televisión, ¿cuál le parece que es la percepción del público hacia la ciencia? ¿La ven como una peculiaridad, algo que hace una gente rara y que no se sabe bien para qué sirve?
AP: No lo sé. Hablar de ‘la gente’ me parece muy impreciso y allí cabe todo. Justamente ‘la gente’ es muy variada, y no sólo en poder adquisitivo, sino también en curiosidades, gustos e intereses. Además, como dije antes, hace 20 años todo lo que se ofrece hoy no era posible. Ahora bien: ¿el hecho de que ahora la oferta sea tan variada en calidad y cantidad, ha mejorado la concepción que se tiene de la ciencia en general? Es una reflexión que se me escapa.
QV: ¿Le parece que la sociedad considera que la investigación científica es importante y relevante para el futuro del país?
AP: No lo sé, pero espero que sí. En todo caso, es una tarea nuestra, la de los comunicadores, explicar su importancia para generar un país independiente. Un país que no produce ciencia es, inexorablemente, esclavo de lo que importa y depende de quién le vende. Supongo que planteado de esa forma, debería ser suficiente para entender la necesidad de que la produzcamos nosotros.
Revista QuimicaViva Año 5, Número 3, 2006
Facultad de Ciencias Exactas
UBA - Universidad de Buenos Aires
.
por Susana Gallardo
Adrián Paenza es doctor de Ciencias Matemáticas, egresado de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y fue profesor del Departamento de Matemáticas de esa Facultad. Posee una gran trayectoria en los medios televisivo, radial y gráfico. Actualmente colabora en Veintitres y Página 12. Fue conductor de programas deportivos en televisión, columnista de “Día D” y “Detrás de las noticias”, y conductor de “Periodistas”. Actualmente conduce “Científicos, Industria Argentina”. Recibió el Premio Martín Fierro en varias oportunidades por sus trabajos en el periodismo dedicado al fútbol, al basketball, a la política y también a la ciencia. Publicó el libro Matemática…estás ahí?, que vendió 120 mil ejemplares, y acaba de salir la segunda parte (Episodio 2), con una tirada de 40 mil copias.
QuímicaViva: ¿Qué fue primero, la pasión por el periodismo deportivo o por la matemática?
Adrián Paenza: Es una pregunta difícil de contestar, sobre todo porque no sé la respuesta. Intuyo que estuvo todo ligado, incluso otras áreas, como la música, por ejemplo, pero en esencia yo hacía (hice/hago) muchas cosas, que sólo manifiestan partes de lo que me interesa o de lo que soy.
QV: ¿Qué le ha brindado mayores satisfacciones, el periodismo deportivo, el periodismo científico, o la actividad docente y de investigación?
AP: No, así planteado me resisto a contestarlo. ¿Cómo podría graduar yo ‘las satisfacciones’? Hoy podría contestar algo, con lo que no creo que estuviera de acuerdo en otro momento de mi vida. En todo caso, la respuesta es que ‘no tengo respuesta’.
QV: ¿Ha tenido dedicación exclusiva en la ciencia, o siempre compartió el tiempo con otras actividades?
AP: Hubo un momento de mi vida en el que me dediqué exclusivamente a la investigación, que fueron los años en los que hice las materias de doctorado, enseñaba Topología y Análisis Complejo, y terminamos (junto a Néstor Búcari) por escribir nuestras tesis.
QV: ¿En qué temas de la matemática ha trabajado?
AP: En varios, pero esencialmente en variables complejas y topología diferencial.
QV: ¿Ha dirigido trabajos de tesis? ¿tiene discípulos?
AP: He dirigido algunos trabajos de tesis de licenciatura, pero mi carrera como investigador es pobre y en todo caso, no creo que ninguno haya seguido mis pasos. Y si lo hizo, debería revisar su decisión.
QV: Actualmente está haciendo docencia en el exterior, ¿dónde precisamente?
AP: Yo no hago ‘docencia’ en el sentido estricto. Soy profesor de la UBA en uso de licencia y no ‘enseño’ como lo hago (o hice) cuando estoy (estaba) aquí. De todas formas, sí doy muchas charlas y seminarios sobre la didáctica de la matemática.
QV: ¿Qué diferencias encuentra entre los distintos ámbitos educativos en los que ha trabajado?
AP: En la Argentina, las universidades nacionales tienen una capacidad para producir científicos y trabajos que están en la frontera del conocimiento. Teniendo en cuenta las condiciones en las que se desarrollan (edilicias, de presupuesto, de mantenimiento, en tecnología), es un verdadero milagro. La universidad privada en la Argentina no produce investigadores reconocidos a nivel mundial en la cantidad y calidad que las universidades estatales.
QV: ¿Y a partir de su experiencia en el exterior?
AP: Depende de la facultad y del país. No es lo mismo la Universidad de Chicago que la Universidad Nacional del Perú, pero, obviamente, ni el presupuesto ni las condiciones en las que se desarrollan las hacen comparables. En todo caso, es más meritorio lo que generan los limeños por la obvia falta de recursos y asistencia que tienen, bien parecidas a las nuestras. La Universidad de Chicago es privada y tiene un soporte de la sociedad que aquí no existe. Es esperable que sean mejores. Se preparan para eso. El problema es que sólo acceden a ese nivel aquellos que pueden afrontarlo económicamente. Y yo soy un gran defensor de la educación pública, gratuita y laica, obligatoria en los niveles primario y secundario, pero que sea una opción genuina para quienes quieran dedicarse a hacer estudios terciarios.
QV: ¿A qué se debió el cambio del periodismo deportivo al periodismo de ciencia?
AP: Yo dejé el periodismo dedicado al deporte porque ‘me empujaron por la ventana’. En algún lugar, me hicieron un favor. En el medio, antes de hacer lo que hago hoy, estuve involucrado en el periodismo político y me sentí muy cómodo allí también. No descarto que vuelva a él, sólo dependerá de encontrar las circunstancias adecuadas.
QV: En el Centro de Divulgación Científica de Exactas se hizo una encuesta para saber qué factores influyen en la decisión de dedicarse a la ciencia, y se vio que la divulgación cumple un rol destacado. En su caso, ¿qué factor señalaría como decisivo o influyente?
AP: Esta es una época particular para la ciencia, o mejor dicho, para la divulgación de la ciencia, porque han aparecido muchas ofertas que en otra época no existían: colecciones de libros (Ciencia que Ladra, que dirige Diego Golombek, las colecciones de Pepe Nun y Leonardo Moledo), los diarios nacionales que ofrecen páginas con gente dedicada a la difusión todos los días, como Nora Bar en La Nación, Leonardo Moledo en Página 12, la gente de Clarín. Las obras de teatro como Copenhage, La Prueba o Galileo, o películas como Una Mente Brillante y también La Prueba, por sólo nombrar algunos.
QV: Y también su programa, Científicos Industria Argentina …
AP: Sí, ya lleva cuatro años en la televisión abierta, y también el programa de ciencia de TN, además de algunos canales que llegan del exterior, como el Discovery Channel, National Geographic, The Animal Planet… como se ve, hay un universo de alternativas que antes no existían. Eso, inexorablemente, genera una masa crítica de gente que es seducida por lo que ve, lee y escucha.
QV: El descenso en la matrícula de carreras de ciencias exactas y de ingeniería, ¿a qué lo atribuye: al contexto económico de los 90, a la actitud de los medios, que parecen priorizar lo rápido y efectivo?
AP: Es algo pendular. No sé a qué atribuírselo, pero en todo caso, me gustaría esperar algunos años antes de sacar conclusiones de ese tipo. La demanda de gente dedicada a informática, aviónica, criptografía, biología molecular, física de partículas, robótica, me hace pensar que en un futuro no muy lejano esa tendencia tendría que modificarse.
QV: ¿Tal vez por estar en contacto con directivos de los medios, que son quienes orientan la programación, ¿conoce qué argumentos exponen acerca de esas decisiones, más allá de los puntos de audiencia?
AP: No conozco que expongan ningún argumento que no sea el rating.
QV: ¿Considera que los medios tienen alguna responsabilidad en orientar las vocaciones de los jóvenes?
AP: Los medios son sólo una parte de la sociedad. Adjudicarles responsabilidad significa que uno tiene control sobre ellos, y eso no es así. El peso recae sobre el Estado. El resto es una decisión privada. Cuanto más educada esté la sociedad en la que nos desenvolvemos, mayor será la demanda por más calidad.
QV: ¿Significó mayor audiencia el traspaso de Científicos Industria Argentina Canal 7 a Telefé?
AP: Tanto cuando acordé el contrato con Canal 7 como con la gente de Telefé, quedó claro que taxativamente no me importaba el rating. Y así fue. Ahora terminamos la cuarta temporada en el aire, dos años en cada canal y es probable que volvamos al canal estatal, y justamente, si tomamos esa decisión, no estará basada en el rating.
QV: ¿Se tienen datos respecto de la audiencia: cantidad de televidentes y sectores sociales?
AP: No creo que lo hagan con nuestro programa, pero en todo caso, yo nunca me preocupé en averiguarlo. Pero supongo que alguien debería hacerlo para que nuestras decisiones en cuanto al tipo de programa que hacemos sean más adecuadas.
QV: ¿Por qué se acortó el programa (de una hora a media)?
AP: Porque a Telefé le pareció que eso beneficiaría su lucha por el rating. Quizás por eso es que piense en sacar el programa de Telefé, aunque en principio pudiera ofrecer mucho más rating. Como dije antes, el rating del programa no puede ser una variable de ajuste.
QV: ¿Cuánto cree que influyó en el éxito de su libro Matemática ¿estás ahí? el ser conocido por sus programas de televisión?
AP: Supongo que tiene que haber influido, pero no tengo idea de las proporciones. Igualmente, no ignoro que la notoriedad que me da haber estado en los medios por más de cuarenta años favorece la llegada a la gente.
QV: ¿Qué significa la aparición de la segunda parte?
AP: La continuidad de un proyecto que se ha transformado en uno de los más importantes de mi vida. Y ahora vamos por el tercero.
QV: ¿Cree que alguien que no tiene formación en matemática podría divulgarla?
AP: Esa es una interesante pregunta, pero no sabría contestarla porque no hay antecedentes que yo conozca. Pero eso sólo marca una limitación de mi parte, porque quizás sí existan personas que lo han hecho y es posible que con éxito, pero si es así, yo no conozco las experiencias. Igualmente, me parece que para poder explicar algo de matemática en profundidad, colabora fuertemente el haber tenido una formación al menos en alguna de las ciencias llamadas duras.
QV: Para que los conocimientos científicos puedan alcanzar a todos los sectores de la población ¿qué cree que se puede hacer?
AP: Es una tarea del Estado, indelegable: la formación de educadores y docentes, que no sólo puedan vivir dignamente de su sueldo, sino que accedan a un grado de excelencia en su preparación. El resto, será una consecuencia inexorable.
QV: Teniendo en cuenta el contacto que usted tiene con el público a través de un medio tan masivo como la televisión, ¿cuál le parece que es la percepción del público hacia la ciencia? ¿La ven como una peculiaridad, algo que hace una gente rara y que no se sabe bien para qué sirve?
AP: No lo sé. Hablar de ‘la gente’ me parece muy impreciso y allí cabe todo. Justamente ‘la gente’ es muy variada, y no sólo en poder adquisitivo, sino también en curiosidades, gustos e intereses. Además, como dije antes, hace 20 años todo lo que se ofrece hoy no era posible. Ahora bien: ¿el hecho de que ahora la oferta sea tan variada en calidad y cantidad, ha mejorado la concepción que se tiene de la ciencia en general? Es una reflexión que se me escapa.
QV: ¿Le parece que la sociedad considera que la investigación científica es importante y relevante para el futuro del país?
AP: No lo sé, pero espero que sí. En todo caso, es una tarea nuestra, la de los comunicadores, explicar su importancia para generar un país independiente. Un país que no produce ciencia es, inexorablemente, esclavo de lo que importa y depende de quién le vende. Supongo que planteado de esa forma, debería ser suficiente para entender la necesidad de que la produzcamos nosotros.
Revista QuimicaViva Año 5, Número 3, 2006
Facultad de Ciencias Exactas
UBA - Universidad de Buenos Aires
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domingo, 15 de agosto de 2010
Tamango canta con nosotros
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Desencuentro
Letra de Cátulo Castillo
Música de Aníbal Troilo
Estás desorientado y no sabés
qué "trole" hay que tomar para seguir.
Y en este desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés.
La araña que salvaste te picó
-¡qué vas a hacer!-
y el hombre que ayudaste te hizo mal
-¡dale nomás!-
Y todo el carnaval
gritando pisoteó
la mano fraternal
que Dios te dio.
¡Qué desencuentro!
¡Si hasta Dios está lejano!
Llorás por dentro,
todo es cuento, todo es vil.
En el corso a contramano
un grupí trampeó a Jesús...
No te fíes ni de tu hermano,
se te cuelgan de la cruz...
Quisiste con ternura, y el amor
te devoró de atrás hasta el riñón.
Se rieron de tu abrazo y ahí nomás
te hundieron con rencor todo el arpón
Amargo desencuentro, porque ves
que es al revés...
Creiste en la honradez
y en la moral...
¡qué estupidez!
Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.
.
Desencuentro
Letra de Cátulo Castillo
Música de Aníbal Troilo
Estás desorientado y no sabés
qué "trole" hay que tomar para seguir.
Y en este desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés.
La araña que salvaste te picó
-¡qué vas a hacer!-
y el hombre que ayudaste te hizo mal
-¡dale nomás!-
Y todo el carnaval
gritando pisoteó
la mano fraternal
que Dios te dio.
¡Qué desencuentro!
¡Si hasta Dios está lejano!
Llorás por dentro,
todo es cuento, todo es vil.
En el corso a contramano
un grupí trampeó a Jesús...
No te fíes ni de tu hermano,
se te cuelgan de la cruz...
Quisiste con ternura, y el amor
te devoró de atrás hasta el riñón.
Se rieron de tu abrazo y ahí nomás
te hundieron con rencor todo el arpón
Amargo desencuentro, porque ves
que es al revés...
Creiste en la honradez
y en la moral...
¡qué estupidez!
Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.
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Entrevisa a Francesco Tonucci. "La misión principal de la escuela ya no es enseñar cosas"
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por Agustina Lanusse
"La misión de la escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hace mejor la TV o Internet." La definición, llamada a suscitar una fuerte polémica, es del reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci. Pero si la escuela ya no tiene que enseñar, ¿cuál es su misión? "Debe ser el lugar donde los chicos aprendan a manejar y usar bien las nuevas tecnologías, donde se transmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo", responde.
Para Tonucci, de 68 años, nacido en Fano y radicado en Roma, el colegio no debe asumir un papel absorbente en la vida de los chicos. Por eso discrepa de los que defienden el doble turno escolar.
"Necesitamos de los niños para salvar nuestros colegios", explica Tonucci, licenciado en Pedagogía en Milán, investigador, dibujante y autor de Con ojos de niño, La ciudad
de los niños y Cuando los niños dicen ¡Basta!, entre otros libros que han dejado huella en docentes y padres. Tonucci llegó a la Argentina por 15a. vez, invitado por el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, a quien definió como "un lujo de gobernante".
Dialogó con LA NACION sobre lo que realmente importa a la hora de formar a los más chicos y dejó varias lecciones, que muchos maestros podrían anotar para poner en marcha a partir del próximo ciclo escolar.
Propuso, en primer lugar, que los maestros aprendan a escuchar lo que dicen los niños; que se basen en el conocimiento que ellos traen de sus experiencias infantiles para empezar a dar clase. "No hay que considerar a los adultos como propietarios de la verdad que anuncian desde una tarima", explicó.
Recomendó que "las escuelas sean bellas, con jardines, huertas donde los chicos puedan jugar y pasear tranquilos; y no con patios enormes y juegos uniformes que no sugieren nada más que descarga explosiva para niños sobreexigidos".
Y que los maestros no llenen de contenidos a sus estudiantes, sino que escuchen lo que ellos ya saben, y que propongan métodos interesantes para discutir el conocimiento que ellos traen de sus casas, de Internet, de los documentales televisivos. "¡Que se acaben los deberes! Que la escuela sepa que no tiene el derecho de ocupar toda la vida de los niños. Que se les dé el tiempo para jugar. Y mucho", es parte de su decálogo.
De hablar pausado y de pensamiento agudo, Tonucci transmite la imagen de un padre, un abuelo, un educador que aprendió a ver la vida desde la perspectiva de los niños. Y recorre el mundo pidiendo a gritos a políticos y dirigentes que respeten la voz de los más pequeños.
-¿Cómo concibe usted una buena escuela?
-La escuela debe hacerse cargo de las bases culturales de los chicos. Antes de ponerse a enseñar contenidos, debería pensarse a sí misma como un lugar que ofrezca una propuesta rica: un espacio placentero donde se escuche música en los recreos, que esté inundado de arte; donde se les lean a los chicos durante quince minutos libros cultos para que tomen contacto con la emoción de la lectura. Los niños no son sacos vacíos que hay que "llenar" porque no saben nada. Los maestros deben valorar el conocimiento, la historia familiar que cada pequeño de seis años trae consigo.
-¿Cómo se deberían transmitir los conocimientos?
-En realidad, los conocimientos ya están en medio de nosotros: en los documentales, en Internet, en los libros. El colegio debe enseñar utilizando un método científico. No creo en la postura dogmática de la maestra que tiene el saber y que lo transmite desde una tarima o un pizarrón mientras los alumnos (los que no saben nada), anotan y escuchan mudos y aburridos. El niño aprende a callarse y se calla toda la vida. Pierde curiosidad y actitud crítica.
-¿Qué recomienda?
-Me imagino aulas sin pupitres, con mesas alrededor de las cuales se sientan todos: alumnos y docentes. Y donde todos juntos apoyan, en el centro, sus conocimientos, que son contradictorios, se hacen preguntas y avanzan en la búsqueda de la verdad. Que no es única ni inamovible.
-¿Cuál es rol del maestro?
-El de un facilitador, un adulto que escuche y proponga métodos y experiencias interesantes de aprendizaje. Generalmente los pequeños no están acostumbrados a compartir sus opiniones, a decir lo que no les gusta. Los docentes deberían tener una actitud de curiosidad frente a lo que los alumnos saben y quieren. Les pediría a los maestros que invitaran a los niños a llevar su mundo dentro del colegio, que les permitieran traer sus canicas, sus animalitos, todo lo que hace a su vida infantil. Y que juntos salieran a explorar el afuera.
-Varias veces usted ha dicho que la escuela no se relaciona con la vida. ¿Por qué?
-Porque propone conocimientos inútiles que nada tienen que ver con el mundo que rodea al niño. Y con razón éstos se aburren. Hoy no es necesario estudiar historia de los antepasados, sino la actual. Hay que pedirles a los alumnos que se conecten con su microhistoria familiar, la historia de su barrio. Que traigan el periódico al aula y se estudie sobre la base de cuestiones que tienen que ver con el aquí y ahora. Esto los ayudará a interesarse luego por culturas más lejanas y entrar en contacto con ellas.
-¿Cómo se puede motivar a los alumnos frente a los atractivos avances de la tecnología: el chat, el teléfono celular, los juegos de la computadora, el iPod, la play station?
-El colegio no debe competir con instrumentos mucho más ricos y capaces. No debe pensar que su papel es enseñar cosas. Esto lo hace mejor la TV o Internet. La escuela debe ser el lugar donde se aprenda a manejar y utilizar bien esta tecnología, donde se trasmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo.
-¿Es positiva la doble escolaridad?
- En Italia llamamos a este fenómeno "escuelas de tiempo pleno". La pregunta que me surge es: ¿pleno de qué? Esta es la cuestión. La escuela está asumiendo un papel demasiado absorbente en la vida de los niños. No debe invadir todo su tiempo. La tarea escolar, por ejemplo, no tiene ningún valor pedagógico. No sirve ni para profundizar ni para recuperar conocimientos. Hay que darles tiempo a los niños. La Convención de los Derechos del Niño les reconoce a ellos dos derechos: a instruirse y a jugar. Deberíamos defender el derecho al juego hasta considerarlo un deber.
La Nación 29/12/2008.-
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por Agustina Lanusse
"La misión de la escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hace mejor la TV o Internet." La definición, llamada a suscitar una fuerte polémica, es del reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci. Pero si la escuela ya no tiene que enseñar, ¿cuál es su misión? "Debe ser el lugar donde los chicos aprendan a manejar y usar bien las nuevas tecnologías, donde se transmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo", responde.
Para Tonucci, de 68 años, nacido en Fano y radicado en Roma, el colegio no debe asumir un papel absorbente en la vida de los chicos. Por eso discrepa de los que defienden el doble turno escolar.
"Necesitamos de los niños para salvar nuestros colegios", explica Tonucci, licenciado en Pedagogía en Milán, investigador, dibujante y autor de Con ojos de niño, La ciudad
de los niños y Cuando los niños dicen ¡Basta!, entre otros libros que han dejado huella en docentes y padres. Tonucci llegó a la Argentina por 15a. vez, invitado por el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, a quien definió como "un lujo de gobernante".
Dialogó con LA NACION sobre lo que realmente importa a la hora de formar a los más chicos y dejó varias lecciones, que muchos maestros podrían anotar para poner en marcha a partir del próximo ciclo escolar.
Propuso, en primer lugar, que los maestros aprendan a escuchar lo que dicen los niños; que se basen en el conocimiento que ellos traen de sus experiencias infantiles para empezar a dar clase. "No hay que considerar a los adultos como propietarios de la verdad que anuncian desde una tarima", explicó.
Recomendó que "las escuelas sean bellas, con jardines, huertas donde los chicos puedan jugar y pasear tranquilos; y no con patios enormes y juegos uniformes que no sugieren nada más que descarga explosiva para niños sobreexigidos".
Y que los maestros no llenen de contenidos a sus estudiantes, sino que escuchen lo que ellos ya saben, y que propongan métodos interesantes para discutir el conocimiento que ellos traen de sus casas, de Internet, de los documentales televisivos. "¡Que se acaben los deberes! Que la escuela sepa que no tiene el derecho de ocupar toda la vida de los niños. Que se les dé el tiempo para jugar. Y mucho", es parte de su decálogo.
De hablar pausado y de pensamiento agudo, Tonucci transmite la imagen de un padre, un abuelo, un educador que aprendió a ver la vida desde la perspectiva de los niños. Y recorre el mundo pidiendo a gritos a políticos y dirigentes que respeten la voz de los más pequeños.
-¿Cómo concibe usted una buena escuela?
-La escuela debe hacerse cargo de las bases culturales de los chicos. Antes de ponerse a enseñar contenidos, debería pensarse a sí misma como un lugar que ofrezca una propuesta rica: un espacio placentero donde se escuche música en los recreos, que esté inundado de arte; donde se les lean a los chicos durante quince minutos libros cultos para que tomen contacto con la emoción de la lectura. Los niños no son sacos vacíos que hay que "llenar" porque no saben nada. Los maestros deben valorar el conocimiento, la historia familiar que cada pequeño de seis años trae consigo.
-¿Cómo se deberían transmitir los conocimientos?
-En realidad, los conocimientos ya están en medio de nosotros: en los documentales, en Internet, en los libros. El colegio debe enseñar utilizando un método científico. No creo en la postura dogmática de la maestra que tiene el saber y que lo transmite desde una tarima o un pizarrón mientras los alumnos (los que no saben nada), anotan y escuchan mudos y aburridos. El niño aprende a callarse y se calla toda la vida. Pierde curiosidad y actitud crítica.
-¿Qué recomienda?
-Me imagino aulas sin pupitres, con mesas alrededor de las cuales se sientan todos: alumnos y docentes. Y donde todos juntos apoyan, en el centro, sus conocimientos, que son contradictorios, se hacen preguntas y avanzan en la búsqueda de la verdad. Que no es única ni inamovible.
-¿Cuál es rol del maestro?
-El de un facilitador, un adulto que escuche y proponga métodos y experiencias interesantes de aprendizaje. Generalmente los pequeños no están acostumbrados a compartir sus opiniones, a decir lo que no les gusta. Los docentes deberían tener una actitud de curiosidad frente a lo que los alumnos saben y quieren. Les pediría a los maestros que invitaran a los niños a llevar su mundo dentro del colegio, que les permitieran traer sus canicas, sus animalitos, todo lo que hace a su vida infantil. Y que juntos salieran a explorar el afuera.
-Varias veces usted ha dicho que la escuela no se relaciona con la vida. ¿Por qué?
-Porque propone conocimientos inútiles que nada tienen que ver con el mundo que rodea al niño. Y con razón éstos se aburren. Hoy no es necesario estudiar historia de los antepasados, sino la actual. Hay que pedirles a los alumnos que se conecten con su microhistoria familiar, la historia de su barrio. Que traigan el periódico al aula y se estudie sobre la base de cuestiones que tienen que ver con el aquí y ahora. Esto los ayudará a interesarse luego por culturas más lejanas y entrar en contacto con ellas.
-¿Cómo se puede motivar a los alumnos frente a los atractivos avances de la tecnología: el chat, el teléfono celular, los juegos de la computadora, el iPod, la play station?
-El colegio no debe competir con instrumentos mucho más ricos y capaces. No debe pensar que su papel es enseñar cosas. Esto lo hace mejor la TV o Internet. La escuela debe ser el lugar donde se aprenda a manejar y utilizar bien esta tecnología, donde se trasmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo.
-¿Es positiva la doble escolaridad?
- En Italia llamamos a este fenómeno "escuelas de tiempo pleno". La pregunta que me surge es: ¿pleno de qué? Esta es la cuestión. La escuela está asumiendo un papel demasiado absorbente en la vida de los niños. No debe invadir todo su tiempo. La tarea escolar, por ejemplo, no tiene ningún valor pedagógico. No sirve ni para profundizar ni para recuperar conocimientos. Hay que darles tiempo a los niños. La Convención de los Derechos del Niño les reconoce a ellos dos derechos: a instruirse y a jugar. Deberíamos defender el derecho al juego hasta considerarlo un deber.
La Nación 29/12/2008.-
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Educación,
Entrevistas
sábado, 14 de agosto de 2010
La Tierra hace 4.500 millones de años
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La lava de un volcán muestra la composición del planeta en sus orígenes
Hace aproximadamente 4.500 millones de años se formó el planeta Tierra, pero hasta ahora no se ha podido establecer cuál era su composición original, porque desde entonces ha estado sometido a un complejo proceso de reorganización y cambios físicos que incluye la formación de la corteza. Para conocer cómo era el manto original -la zona de la Tierra comprendida entre la corteza y el núcleo-, se creía que habría que perforar hasta profundidades inalcanzables, pero un descubrimiento de investigadores canadienses y estadounidenses ha puesto al alcance de la mano las respuestas. Se trata del hallazgo de que la lava de un volcán de la isla Baffin, en el Ártico canadiense, parece proceder directamente del manto original de la Tierra. Es como si se hubiera abierto una ventana al interior, lo que los geólogos llaman un reservorio.
Sólido y rocoso, el manto terrestre constituye alrededor del 84% del volumen del planeta y está formado por muchas porciones distintas con diferente composición química, explica la National Science Foundation , una de las instituciones que han participado en el hallazgo. Este se ha basado en comprobar que se cumplen ciertas proporciones de isótopos de helio, plomo y neodimio en el material volcánico, que corresponden con la hipótesis aceptada de formación del Sistema Solar.
Como la lava procede de la fusión de rocas, mantiene las mismas características de las rocas originales, que en el caso estudiado se fundieron hace 62 millones de años. Es decir, que se ha encontrado lava que procede de rocas que, al parecer, sólo se fundieron una vez, hace muy poco tiempo geológico, y que no habían sufrido cambios desde poco después (unas decenas de millones de años) de la violenta formación de la Tierra partir de la colisión de cuerpos celestes más pequeños.
"Esta fase fue clave en la evolución de la Tierra", explica Richard Carlson, de la Carnegie Institution , otra de las organizaciones participantes, junto a la canadiense Universidad McGill en el trabajo, que se publica en la revista Nature. "Estableció el marco para todo lo que vino después. El manto primitivo como el que hemos identificado sería la fuente original de todos los magmas y todos los tipos de rocas diferentes que vemos hoy en la Tierra".
El estudio es el primer paso para establecer la composición original de la Tierra y con ella una cronología más detallada de la evolución del planeta, lo que implicará decidirse por una de dos hipótesis predominantes. Carlson cree en el modelo de diferenciación temprana, según el cual un oceáno de magma cubría la Tierra y dio lugar a una corteza anterior a la que existe actualmente. "En nuestro modelo, la corteza original que se formó por solidificación del océano de magma era inestable por su riqueza en hierro. Por eso se hundió hasta la base del manto, llevando consigo los elementos que se extraen al fundirse el magma, y ahí sigue", dice.
ElPais 12/8/2010.-
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La lava de un volcán muestra la composición del planeta en sus orígenes
Hace aproximadamente 4.500 millones de años se formó el planeta Tierra, pero hasta ahora no se ha podido establecer cuál era su composición original, porque desde entonces ha estado sometido a un complejo proceso de reorganización y cambios físicos que incluye la formación de la corteza. Para conocer cómo era el manto original -la zona de la Tierra comprendida entre la corteza y el núcleo-, se creía que habría que perforar hasta profundidades inalcanzables, pero un descubrimiento de investigadores canadienses y estadounidenses ha puesto al alcance de la mano las respuestas. Se trata del hallazgo de que la lava de un volcán de la isla Baffin, en el Ártico canadiense, parece proceder directamente del manto original de la Tierra. Es como si se hubiera abierto una ventana al interior, lo que los geólogos llaman un reservorio.
Sólido y rocoso, el manto terrestre constituye alrededor del 84% del volumen del planeta y está formado por muchas porciones distintas con diferente composición química, explica la National Science Foundation , una de las instituciones que han participado en el hallazgo. Este se ha basado en comprobar que se cumplen ciertas proporciones de isótopos de helio, plomo y neodimio en el material volcánico, que corresponden con la hipótesis aceptada de formación del Sistema Solar.
Como la lava procede de la fusión de rocas, mantiene las mismas características de las rocas originales, que en el caso estudiado se fundieron hace 62 millones de años. Es decir, que se ha encontrado lava que procede de rocas que, al parecer, sólo se fundieron una vez, hace muy poco tiempo geológico, y que no habían sufrido cambios desde poco después (unas decenas de millones de años) de la violenta formación de la Tierra partir de la colisión de cuerpos celestes más pequeños.
"Esta fase fue clave en la evolución de la Tierra", explica Richard Carlson, de la Carnegie Institution , otra de las organizaciones participantes, junto a la canadiense Universidad McGill en el trabajo, que se publica en la revista Nature. "Estableció el marco para todo lo que vino después. El manto primitivo como el que hemos identificado sería la fuente original de todos los magmas y todos los tipos de rocas diferentes que vemos hoy en la Tierra".
El estudio es el primer paso para establecer la composición original de la Tierra y con ella una cronología más detallada de la evolución del planeta, lo que implicará decidirse por una de dos hipótesis predominantes. Carlson cree en el modelo de diferenciación temprana, según el cual un oceáno de magma cubría la Tierra y dio lugar a una corteza anterior a la que existe actualmente. "En nuestro modelo, la corteza original que se formó por solidificación del océano de magma era inestable por su riqueza en hierro. Por eso se hundió hasta la base del manto, llevando consigo los elementos que se extraen al fundirse el magma, y ahí sigue", dice.
ElPais 12/8/2010.-
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Actualidad,
Sociedad
viernes, 13 de agosto de 2010
El futuro de las Humanidades
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por Adela Cortina
catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Hace medio siglo C. P. Snow, físico y novelista británico, pronunció una conferencia sobre Las dos culturas y la revolución científica, que produjo un gran revuelo. Distinguía en ella entre dos culturas, la de los científicos y la de los intelectuales, que venían a coincidir con dos ámbitos del saber: Ciencias y Humanidades. A juicio del conferenciante, los intelectuales gozaban de un mayor aprecio por parte del público y, sin embargo, eran unos luditas irresponsables, incapaces de apreciar la revolución industrial por no preo-cuparles la causa de los pobres.
Hoy las cosas han cambiado radicalmente. Jerome Kagan, emérito de la Universidad de Harvard, vuelve al tema en The Three Cultures y, amén de añadir la cultura de las Ciencias Sociales, diagnostica el declive de las Humanidades. Naturalmente, cabría discutir todo esto, porque es discutible, pero hay al menos dos afirmaciones que urge abordar: ¿es verdad que las Humanidades están en decadencia?, ¿es verdad que quienes las tienen por oficio son incapaces de interesarse por la causa de los menos aventajados y de apreciar el progreso científico? La respuesta no puede ser en ambos casos sino "sí y no".
En lo que hace a las razones del sí, serían al menos tres.
Por una parte, el harakiri practicado por sedicentes humanistas, empeñados en asegurar que cualquier ciudadano corriente puede ser historiador, filólogo, filósofo o crítico literario sin tener que pasar por un aprendizaje ad hoc, cuando lo cierto es que estos saberes cuentan con vocabularios específicos, con métodos propios de investigación, con un bagaje de tradiciones históricamente surgidas que es preciso conocer para dar mejores soluciones a los problemas actuales.
Una segunda razón para creer en el declive de las Humanidades procede del afán imperialista de algunos científicos, incapaces de asumir que hay formas de saber complementarias, empeñados en explicar la vida toda desde la comprobación empírica, sea desde la economía o desde las neurociencias. Los buenos científicos saben que sus explicaciones y predicciones tienen un límite, y que las interpretaciones son harina de otro costal, no digamos ya las orientaciones sobre cómo se debería obrar. Pero los otros prometen lo que no pueden dar y no dudan en instrumentalizar a su servicio el aprecio que ha conquistado la buena ciencia.
Y, por último: las Humanidades -se dice- contribuyen muy poco a la economía de un país. De donde se sigue que invertir en ellas no parezca ser rentable, sea en docencia o en investigación, que el I+D+i parezca ser cosa de ciencias y tecnologías. Si a ello se añade la dificultad de comprobar la calidad de la producción humanística, el futuro de las Humanidades se ennegrece. Y, sin embargo, esto es radicalmente falso, y aquí empiezan las razones del "no". A cuento de la crisis económica distintos foros se han preguntado qué hacer y una de las medidas en las que hay un amplio acuerdo es la necesidad de incrementar la productividad formando buenos profesionales, cuidando los recursos humanos, de los que siempre se ha dicho -aunque no sé si alguien se lo cree- que forman el más importante capital de un país. ¿Qué tipo de profesionales podrían ayudarnos a salir del desastre?
Podrían ayudarnos los auténticos profesionales, que son buenos conocedores de las técnicas, pero no se reducen al "hombre masa" del que hablaba Ortega, sino que tienen sentido de la historia, los valores, las metas; son ciudadanos implicados en la marcha de su sociedad, preocupados por comprender lo que nos pasa y por diseñar el futuro, marcando el rumbo de la evolución. A su formación pertenece de forma intrínseca ser ciudadanos preocupados por el presente y anticipadores del futuro: no es un "algo más" que se añade a su capacidad técnica, sino parte de su ser. Pero para formar a ese tipo de gentes será preciso cultivar la cultura humanista, que sabe de narrativa y tradiciones, de patrimonio y lenguaje, de metas y no sólo medios, de valores y aspiración a cierta unidad del saber. De esa intersubjetividad humana, de ese ser sujetos que componen conjuntamente su vida compartida.
Por si faltara poco, se van estrechando los lazos entre humanistas y científicos, practicando una auténtica transferencia del conocimiento, que no es sólo cosa de patentes. En comisiones, proyectos de investigación y publicaciones aumenta el trabajo interdisciplinar, porque los problemas desbordan las respuestas de una sola especialidad. Y en ese trabajo conjunto un tema estrella es, y todavía tiene que ser más, la causa de los pobres. Bueno sería que las universidades hibridaran su profesorado y especialistas de distintas culturas impartieran las clases de cada grado para lograr una formación integral.
De todo ello resulta que la necesidad de las Humanidades no decae, sino que aumenta, y no sólo porque nos ayudan a vivir nuestra común humanidad con un sentido más pleno, sino porque incrementan esa soñada productividad que tiene su peso en euros. Ojalá las Jornadas sobre las Humanidades en España y en Europa, que se celebran a cuento de la convergencia europea, sean un impulso en este sentido.
El País 4/4/2010.-
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por Adela Cortina
catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Hace medio siglo C. P. Snow, físico y novelista británico, pronunció una conferencia sobre Las dos culturas y la revolución científica, que produjo un gran revuelo. Distinguía en ella entre dos culturas, la de los científicos y la de los intelectuales, que venían a coincidir con dos ámbitos del saber: Ciencias y Humanidades. A juicio del conferenciante, los intelectuales gozaban de un mayor aprecio por parte del público y, sin embargo, eran unos luditas irresponsables, incapaces de apreciar la revolución industrial por no preo-cuparles la causa de los pobres.
Hoy las cosas han cambiado radicalmente. Jerome Kagan, emérito de la Universidad de Harvard, vuelve al tema en The Three Cultures y, amén de añadir la cultura de las Ciencias Sociales, diagnostica el declive de las Humanidades. Naturalmente, cabría discutir todo esto, porque es discutible, pero hay al menos dos afirmaciones que urge abordar: ¿es verdad que las Humanidades están en decadencia?, ¿es verdad que quienes las tienen por oficio son incapaces de interesarse por la causa de los menos aventajados y de apreciar el progreso científico? La respuesta no puede ser en ambos casos sino "sí y no".
En lo que hace a las razones del sí, serían al menos tres.
Por una parte, el harakiri practicado por sedicentes humanistas, empeñados en asegurar que cualquier ciudadano corriente puede ser historiador, filólogo, filósofo o crítico literario sin tener que pasar por un aprendizaje ad hoc, cuando lo cierto es que estos saberes cuentan con vocabularios específicos, con métodos propios de investigación, con un bagaje de tradiciones históricamente surgidas que es preciso conocer para dar mejores soluciones a los problemas actuales.
Una segunda razón para creer en el declive de las Humanidades procede del afán imperialista de algunos científicos, incapaces de asumir que hay formas de saber complementarias, empeñados en explicar la vida toda desde la comprobación empírica, sea desde la economía o desde las neurociencias. Los buenos científicos saben que sus explicaciones y predicciones tienen un límite, y que las interpretaciones son harina de otro costal, no digamos ya las orientaciones sobre cómo se debería obrar. Pero los otros prometen lo que no pueden dar y no dudan en instrumentalizar a su servicio el aprecio que ha conquistado la buena ciencia.
Y, por último: las Humanidades -se dice- contribuyen muy poco a la economía de un país. De donde se sigue que invertir en ellas no parezca ser rentable, sea en docencia o en investigación, que el I+D+i parezca ser cosa de ciencias y tecnologías. Si a ello se añade la dificultad de comprobar la calidad de la producción humanística, el futuro de las Humanidades se ennegrece. Y, sin embargo, esto es radicalmente falso, y aquí empiezan las razones del "no". A cuento de la crisis económica distintos foros se han preguntado qué hacer y una de las medidas en las que hay un amplio acuerdo es la necesidad de incrementar la productividad formando buenos profesionales, cuidando los recursos humanos, de los que siempre se ha dicho -aunque no sé si alguien se lo cree- que forman el más importante capital de un país. ¿Qué tipo de profesionales podrían ayudarnos a salir del desastre?
Podrían ayudarnos los auténticos profesionales, que son buenos conocedores de las técnicas, pero no se reducen al "hombre masa" del que hablaba Ortega, sino que tienen sentido de la historia, los valores, las metas; son ciudadanos implicados en la marcha de su sociedad, preocupados por comprender lo que nos pasa y por diseñar el futuro, marcando el rumbo de la evolución. A su formación pertenece de forma intrínseca ser ciudadanos preocupados por el presente y anticipadores del futuro: no es un "algo más" que se añade a su capacidad técnica, sino parte de su ser. Pero para formar a ese tipo de gentes será preciso cultivar la cultura humanista, que sabe de narrativa y tradiciones, de patrimonio y lenguaje, de metas y no sólo medios, de valores y aspiración a cierta unidad del saber. De esa intersubjetividad humana, de ese ser sujetos que componen conjuntamente su vida compartida.
Por si faltara poco, se van estrechando los lazos entre humanistas y científicos, practicando una auténtica transferencia del conocimiento, que no es sólo cosa de patentes. En comisiones, proyectos de investigación y publicaciones aumenta el trabajo interdisciplinar, porque los problemas desbordan las respuestas de una sola especialidad. Y en ese trabajo conjunto un tema estrella es, y todavía tiene que ser más, la causa de los pobres. Bueno sería que las universidades hibridaran su profesorado y especialistas de distintas culturas impartieran las clases de cada grado para lograr una formación integral.
De todo ello resulta que la necesidad de las Humanidades no decae, sino que aumenta, y no sólo porque nos ayudan a vivir nuestra común humanidad con un sentido más pleno, sino porque incrementan esa soñada productividad que tiene su peso en euros. Ojalá las Jornadas sobre las Humanidades en España y en Europa, que se celebran a cuento de la convergencia europea, sean un impulso en este sentido.
El País 4/4/2010.-
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Filosofía
jueves, 12 de agosto de 2010
Roberto Arlt: la máquina literaria
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por Mario Goloboff
UNLP - Universidad Nacional de la Plata
El presente trabajo examina las relaciones de Roberto Arlt con el mundo de la literatura a fin de desmentir la imagen de un “advenedizo” o “semianalfabeto” que ciertas críticas y también algunas afirmaciones del propio autor han contribuido a crear. Por el contrario, se intenta demostrar que si lo que Arlt se propuso (y en cierto modo logró) fue dinamitar el edificio literario de su época, las armas con las que contó estaban en los libros, en los arsenales literarios que supo frecuentar.
Son innumerables las frases y las anécdotas que se atribuyen a Roberto Arlt para justificar su personalidad espontánea, anticonformista, iconoclasta y, en el plano específicamente referido a la producción literaria, a su autodidactismo, a su falta de respeto por las reglas, por las enseñanzas, por el pasado o el presente cultural y literario.
Estas dilatadas versiones, que aún hoy tienen abundante circulación y eco, encuentran, naturalmente, su asidero en algunos elementos reales de la biografía arltiana así como en el aliento que en no pocas ocasiones él mismo les infundió. Pero la exageración de tal anecdotario, al convertir lo parcial en absoluto, falsea la visión íntegra del autor y la interpretación de un trabajo que fue, como alguna vez lo llamé, especialmente “de corrosión de signos” (por el carácter rebelde y aun revolucionario de su literatura respecto de su tiempo y de las normas que lo regían).
Aquellas exageraciones han conducido a pensar en un Arlt naif, un verdadero ingenuo en el sistema literario, un vitalista de la literatura frente al carácter eminentemente intelectual de dicha actividad, tan presente en algunos de sus oficiantes contemporáneos. En suma: el escritor habría sido un puro, un intuitivo, un “crudo”, una especie de “buen nativo” en medio del “cocido” mundo de las lucubraciones literarias.
En realidad, esas deformaciones provienen del hecho de considerarlo casi como colocado fuera de la literatura, en la “pura vida”, e ingresado en ella poco menos que exóticamente, o a contramano, o a pesar suyo, cuando ciertamente el único modo que tuvo Arlt de estar y de ser en su corta vida fue escribiendo.
No obstante cierta unanimidad en la crítica y en la conciencia popular sobre ese carácter más bien rústico de la formación arltiana, tiendo a pensar que si de algún lado vienen los famosos “cross a la mandíbula” de Arlt es del propio universo literario; que sus alzamientos, sus rebeliones, sus enormes logros, se obtienen demoliendo desde dentro el mecanismo o, para decirlo con una figura más ajustada, y que creo no me pertenece “destruyendo la muralla con sus propias piedras”.
Arlt es, ante todo, una “máquina literaria”. Surge de la literatura, por propia decisión, y va hacia ella (hacia su instalación y su perduración en ella) con una voluntad, una tenacidad, una determinación y una fuerza que tienen pocos equivalentes entre sus contemporáneos, y que le permiten conseguir (en muy pocos años, al fin y al cabo) el absoluto logro de sus objetivos más fantasiosos: perpetuarse, quedar, ser crecientemente leído y celebrado (Salvando las distancias entre autor - protagonista, Silvio Astier en El juguete rabioso dice: “No me importa no tener traje, ni plata, ni nada -y casi con vergüenza me confesé-: lo que yo quiero es ser admirado de los demás, elogiado de los demás [...]. ¡Ah, si se pudiera descubrir algo para no morir nunca; vivir aunque fuera quinientos años!”).
A partir de sus tempranas y cuantiosas experiencias literarias, Arlt está proponiendo a la literatura de su país y de su tiempo, y simultáneamente a su propia capacidad creadora, una suerte de desafío. Su conocimiento de buena parte de la literatura extranjera, su conciencia de que algo diferente está pasando en ese terreno, su irritación frente a la mojigatería local, lo ayudan sin duda a desatar las fuerzas que germinan en su interioridad, a elegirse como escritor (y como un escritor diferente), a decidir que la literatura, la palabra escrita, será su arma de combate.
Así, en medio de una sociedad que vivía inmensos sacudimientos sociales bajo una cómoda formalidad, y frente a una literatura que no la cuestionaba en profundidad (y que, salvo contadas excepciones, tampoco se cuestionaba) la aparición de la narrativa arltiana puede interpretarse hoy como la manifestación de un doble ataque: a aquellas legalidades, y a ese sector del mundo cultural argentino cuya pareja superficialidad lo revelaba inepto para desnudar los males interiores de su sociedad. En este sentido, deben ser leídas diatribas tales como la que proferirá años después de la publicación de El juguete rabioso, en una de las Aguafuertes porteñas, donde la idea hallará formulación más que explícita: “Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros. Que ignoro para qué sirve la obra de un señor Ricardo Rojas, de un señor Leopoldo Lugones, de un señor Capdevila, para circunscribirme a este país”.
Y en efecto, desde el origen literario de los delitos y de los inventos de Silvio Astier (que son la fuente única en la cual abrevan todas las ensoñaciones del primer protagonista de la ficción arltiana) parece ir conformándose una doble y firme perspectiva de su oficio. A la par que se va consolidando el aspecto inventivo, ficticio (y, con él, lo desbordante, lo pasional de la vocación: escribir como pulsión irreprimible; escribir porque si no se muere...), surge, con no menor firmeza, un proyecto de lo que se hace sentir como “una carrera literaria”. No en el sentido bastardo del término, pero sí en ese aspecto productivista del Arlt que escribe como un trabajo, y también como si estuviera cumpliendo con un mandato, con una misión. Es el Arlt que lleva la cuenta, y el que nos “cuenta” el número de páginas que tiene escritas o las que escribe diariamente, las líneas, las palabras. Y cómo, de qué manera, en qué condiciones (pésimas, por lo general), debe llenar siempre las páginas.
Es el Arlt que siempre está apurado, que corre, ansioso, porque debe escribir más, porque ya está escribiendo otra cosa, y debe decirnos, anunciarnos que lo hace.
En algunos de sus comentarios a los textos de ficción, en algunas de sus Aguafuertes, lo vemos bajo este aspecto verdaderamente llamativo. “El porvenir es triunfalmente nuestro (escribe, por ejemplo, en las “Palabras del autor” que abren Los lanzallamas). Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la Underwood, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero... mientras escribo estas líneas, pienso en mi próxima novela”. Y en la “Nota” escrita al finalizarla informa: “Dada la prisa con que fue terminada esta novela, pues cuatro mil líneas fueron escritas entre fines de septiembre y el 22 de octubre (y la novela consta de 10.300 líneas...”.
Hay también una “Aguafuerte” enteramente dedicada a contabilizar lo que ha hecho en un año al frente de su columna periodística, y que por ello lleva el sugestivo título “¡Con ésta van 365 !”, donde entre otras cosas dice:
Un año. 365 notas, o sea 156 metros de columna, lo cual equivale a 255.500 palabras. Es decir, que si estos 156 metros fueran de casimir, yo podría tener trajes para toda la vida, y si esas 255.500 palabras fueran 255.500 ladrillos, yo podría hacerme construir un palacio tan vasto y suntuoso como el de Alvear....
Es verdad que esos cómputos y ese detallismo surgen porque Arlt conoce bien el mercado, y porque es consciente del carácter también mercantil de lo que él produce, así como de ciertas leyes que rigen todo ese universo. Es por ello que, cubriendo buena parte de su ideología literaria, el precio, el pago, el trabajo, el costo y la ganancia, y todas las relaciones crematísticas, surcan indeleblemente su obra. Al respecto, afirma bien el conocido crítico italiano Antonio Melis:
Ninguno testimonia mejor que Roberto Arlt la irrupción de esta temática económica. En su alucinado mundo narrativo, la acción del dinero corroe todos los valores. En sus cuentos y en sus novelas encontramos una concentración de los términos relativos a la esfera económica que no tiene parangón1.
No creo, entonces, exagerado atribuirle a Arlt (contra una mitología de la marginación muy difundida) la asunción consciente de una carrera literaria. Y ello en los dos sentidos de la palabra. Primero, en lo que respecta al horizonte perseguido, los objetivos fijados, la comparación constante que establece con sus contemporáneos más famosos, y hasta la puntualidad con la que abordó la práctica y la consumación alternativa de los géneros: ensayo, novela, cuento, teatro... Y en segundo lugar, por el aspecto de lucha contra el reloj que tiene siempre (o que él siempre destaca en) su actividad: la celeridad con que escribe y publica, la ansiedad con que anuncia nuevos libros y nuevos títulos, la verdadera desesperación con que siente que el tiempo y su vida pasan.
Si toda carrera lo es en tanto y en cuanto se produce en el tiempo y se opone a él (como parece demostrarlo la célebre parábola de Aquiles y la tortuga); si, en definitiva, no hay otra dimensión -ni siquiera la del espacio- que la temporal (como parece enseñar la melancólica recherche de Proust), esta “carrera contra el tiempo” de Arlt, esta mención obsesiva de la cantidad y de la cronología, subrayan el carácter de empresa, de emprendimiento, de acumulación que está contenido en la obra arltiana. Una acumulación que se presenta como un reaseguro y, sobre todo, como una esperanza de cumplimiento, de terminación de una obra.
Tal vez sea también por eso que su literatura asume un carácter tan omnívoro.
Ser escritor significa para Arlt decirlo todo, no ocultar nada, perder “el respeto de la literatura” en temas y en lenguaje, es decir, hacer entrar en ella no sólo las anécdotas y los personajes que cierta literatura argentina hasta entonces se negaba, los pensamientos más insólitos y más descabellados, sino también, forzándola, las formas no académicas: las frases aisladas, las oraciones principales desfiguradas por el abuso y el desorden de sus complementos, la utilización excesiva de gerundios para evitar el empleo de oraciones independientes, la eliminación en ellos o en los participios pasados de las formas compuestas, la omisión o la equivocación de los artículos, el olvido de los pronombres relativos, y todo ello por el afán de ser directo, de ser breve y rápido, de acortar el mensaje, de “dejar los circunloquios”.
En otro aspecto, el lenguaje de sus ficciones contendrá obscenidades, extranjerismos y lunfardismos, a la par que, novedosamente, introducirá un tipo de metáfora tecnológica para describir paisajes o estados de ánimo, y todo esto de modo soberano y consciente, ya que condenará, desde su primera novela, una palabra que sólo es cuidadosa para garantizar su venta. “Para vender hay que empaparse de una sutilidad ‘mercurial’, escoger las palabras y cuidar los conceptos”, sostiene uno de los personajes de El juguete rabioso, mientras que la literatura, la novela, se elegirá como invención, aunque la costumbre y la necesidad impongan otra conducta: “Quiere ser inventor [le dirá socarronamente Monti a Silvio Astier] y no sabe vender un kilo de papel”.
Esa desmesurada oralidad, que no debe de ser sino una voracidad invertida, este acaparamiento para sí de los signos, de todos los signos y configuraciones posibles, creará léxico y formas igualmente desinhibidos, totalizadores.
Por otra parte, no fue menos voraz como lector. Es cierto que más de una vez él mismo coqueteó con la imagen del impromptu de la genialidad y de su falta de formación escolástica.. Pero no es menos cierto que, contradictoriamente, en su obra hay precisas y documentadas referencias librescas, cuando no declaraciones expresas como la siguiente: “Yo he leído muchas novelas. He empezado a leerlas a los doce años: tengo veinte y ocho. Así que hace diez y seis que leo a un término medio de cincuenta libros al año, lo cual significa seiscientas novelas” (“El cementerio del estómago”, Aguafuerte del 29 de enero de 1929).
Y ello es muy evidente en sus textos. Sin ir más lejos, su primera novela comienza con todo tipo de referencia libresca, la primera frase del libro cuenta cómo se inició en “los deleites y afanes de la literatura bandoleresca” gracias a un zapatero andaluz, el primer robo del Club de los Caballeros de la Media Noche es a una biblioteca (con un examen de libros que parece remedar al del barbero y el cura en El Quijote), su primer trabajo es en una librería, y planea por todo el relato de las aventuras de Silvio el omnipresente Rocambole, un personaje de la ficción folletinesca.
Poco antes, en el primer trabajo que publica entre el ensayo y la ficción, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, hace gala, exhibe hasta la exageración, una apabullante información libresca, citando, con bastante pertinencia, a autores tan diversos como Stuart Mill y Schopenhauer, Saint Simon y Max Nordau, Nietzsche y De Quincey, Baudelaire, Verlaine, Wilde, Novalis, Valle Inclán, el norteamericano Whitman y el argentino leopoldo Lugones.
Fuera de la ficción, y sólo en sus Aguafuertes, un puntilloso análisis ha registrado menciones a 28 escritores franceses, 4 rusos, 20 españoles, 10 ingleses, 5 italianos, 7 estadounidenses, 13 hispanoamericanos no argentinos, 45 argentinos, más algunos portugueses, alemanes y orientales2 (2).
Uno de los escasos (y extensos) reportajes que se le hicieron, registra su conocimiento y sus gustos (en función de criterios muy precisos) sobre la literatura del país:
Podríamos entonces dividir a los escritores argentinos en tres categorías: españolizantes, afrancesados y rusófilos. Entre los primeros encontramos a Banchs, Capdevila, Bernárdez, Borges; entre los afrancesados a Lugones, Obligado, Güiraldes, Córdoba Iturburu, Nalé Roxlo, Lazcano Tegui, Mallea, Mariani, en sus actuales tendencias; y entre los rusófilos, Castelnuovo, Eichelbaum, yo, Barletta, Eandi, Enrique González Tuñón y en general casi todos los individuos del grupo llamado de Boedo.
Luego, explicita algunas preferencias:
Me gustan ciertos poemas de Lugones, Obligado, Córdoba, Rega Molina, Olivari... [...] Rojas creo que únicamente puede interesar a las ratas de biblioteca y a los estudiantes de filosofía y letras; Lynch y Quiroga me gustan mucho. Este último tiene antecedentes de literatura inglesa y se lo podría filiar entre Kipling y Jack London por sus motivos [...] ¿ Gálvez ? ¡ Yo no sé hacia donde camina ! Me da la sensación de ser un escritor que no tiene sobre qué escribir. Comenzó queriendo ser un Tolstoi y creo que terminará como un vulgar marqués de la Capránica haciendo novelones históricos. Francamente, creo que Gálvez no tiene nada que decir ya.
Cuando se le pregunta si del presente quedará algo, responde: “Güiraldes con su Don Segundo Sombra; Larreta con La gloria de Don Ramiro; Castelnuovo con Tinieblas; yo con El juguete rabioso; Mallea con Cuentos para una inglesa desesperada. De estos libros algo va a quedar. El resto se hunde3”.
Otro ejemplo certero, no sólo sobre sus conocimientos literarios sino también sobre su intuición y juicio, es aquella carta dirigida a Leopoldo Marechal el 30 de Octubre de 1939 con motivo de la lectura de un poema:
Querido Leopoldo: Te escribe Roberto Arlt.
He leído en La Nación tu poema “El Centauro”. Me produjo una impresión extraordinaria, la misma que recibí en Europa al entrar por primera vez en una catedral de piedra. Poéticamente, sos lo más grande que tenemos en lengua castellana.
Desde los tiempos de Rubén Darío, no se escribió nada semejante en dolida serenidad. He recortado tu poema y lo he guardado en un cajón de mi mesa de noche. Lo leeré cada vez que mi deseo de producir en prosa algo tan bello como lo tuyo se me debilite. Te envidio tu alegría y tu emoción. Que te vaya bien.
Arlt muestra, asimismo, lectura y muchas veces familiaridad con Quevedo y Cervantes, Anatole France y Flaubert, Dickens y Wilde, Dostoievski y Gorki, Poe y London, entre muchísimos más.
Pero fuera de estas abundantes menciones (que, por un lado, trasuntan el deseo de señalar un campo de pertenencias o una no desigual jerarquía y, por otro, un conocimiento y un manejo cómodo del linaje), lo que quizás sea más importante es la ficcionalización de lecturas, de aventuras, de protagonistas; el poner en marcha ficciones a partir de otras; el crear lazos intertextuales e interculturales en una escritura que no sólo los menciona y los levanta como modelos sino que los resume y los engloba.
Tal vez actúe, como contracara de ese conjunto letrado (y permita entenderlo mejor), aquel singular cuento que, en la edición inicial (alterada en su orden en ediciones posteriores a su muerte) encabezaba el libro El jorobadito: me refiero a “Escritor fracasado”, notable juicio sobre el ambiente literario de su época, ajuste de cuentas con el medio, expresión del temor a la esterilidad y fantasía sobre un libro negativo, espejo negro de la literatura, texto congelado.
Todo lo cual exhibe una imagen que dista bastante de la de un advenedizo a las letras, de la de un semianalfabeto. Bien al contrario: no hace más que demostrar que si lo que Arlt se propuso (y en gran medida logró) era dinamitar el edificio literario de su época, las armas con las que contó estaban en los libros, en los arsenales literarios que supo frecuentar. En suma, en esa historia no diacrónica, abultada, despareja, siempre móvil, cerrada y siempre abierta, siempre rica, inextinguible, que es la biblioteca.
Notas
1Antonio Melis. “Spunti di ricerca sull’América Latina”. En Quaderni Storici, Nº 34. Ancona, enero-abril 1977.
2 Cf. Daniel C. Scroggins. Las Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1981.
3 La literatura argentina. Año 1, Nº 12. Buenos Aires, agosto de 1929, pp. 25 y ss.
Revista de Literaturas Modernas N° 32 Año 2002
Universidad Nacional de Cuyo
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por Mario Goloboff
UNLP - Universidad Nacional de la Plata
El presente trabajo examina las relaciones de Roberto Arlt con el mundo de la literatura a fin de desmentir la imagen de un “advenedizo” o “semianalfabeto” que ciertas críticas y también algunas afirmaciones del propio autor han contribuido a crear. Por el contrario, se intenta demostrar que si lo que Arlt se propuso (y en cierto modo logró) fue dinamitar el edificio literario de su época, las armas con las que contó estaban en los libros, en los arsenales literarios que supo frecuentar.
Son innumerables las frases y las anécdotas que se atribuyen a Roberto Arlt para justificar su personalidad espontánea, anticonformista, iconoclasta y, en el plano específicamente referido a la producción literaria, a su autodidactismo, a su falta de respeto por las reglas, por las enseñanzas, por el pasado o el presente cultural y literario.
Estas dilatadas versiones, que aún hoy tienen abundante circulación y eco, encuentran, naturalmente, su asidero en algunos elementos reales de la biografía arltiana así como en el aliento que en no pocas ocasiones él mismo les infundió. Pero la exageración de tal anecdotario, al convertir lo parcial en absoluto, falsea la visión íntegra del autor y la interpretación de un trabajo que fue, como alguna vez lo llamé, especialmente “de corrosión de signos” (por el carácter rebelde y aun revolucionario de su literatura respecto de su tiempo y de las normas que lo regían).
Aquellas exageraciones han conducido a pensar en un Arlt naif, un verdadero ingenuo en el sistema literario, un vitalista de la literatura frente al carácter eminentemente intelectual de dicha actividad, tan presente en algunos de sus oficiantes contemporáneos. En suma: el escritor habría sido un puro, un intuitivo, un “crudo”, una especie de “buen nativo” en medio del “cocido” mundo de las lucubraciones literarias.
En realidad, esas deformaciones provienen del hecho de considerarlo casi como colocado fuera de la literatura, en la “pura vida”, e ingresado en ella poco menos que exóticamente, o a contramano, o a pesar suyo, cuando ciertamente el único modo que tuvo Arlt de estar y de ser en su corta vida fue escribiendo.
No obstante cierta unanimidad en la crítica y en la conciencia popular sobre ese carácter más bien rústico de la formación arltiana, tiendo a pensar que si de algún lado vienen los famosos “cross a la mandíbula” de Arlt es del propio universo literario; que sus alzamientos, sus rebeliones, sus enormes logros, se obtienen demoliendo desde dentro el mecanismo o, para decirlo con una figura más ajustada, y que creo no me pertenece “destruyendo la muralla con sus propias piedras”.
Arlt es, ante todo, una “máquina literaria”. Surge de la literatura, por propia decisión, y va hacia ella (hacia su instalación y su perduración en ella) con una voluntad, una tenacidad, una determinación y una fuerza que tienen pocos equivalentes entre sus contemporáneos, y que le permiten conseguir (en muy pocos años, al fin y al cabo) el absoluto logro de sus objetivos más fantasiosos: perpetuarse, quedar, ser crecientemente leído y celebrado (Salvando las distancias entre autor - protagonista, Silvio Astier en El juguete rabioso dice: “No me importa no tener traje, ni plata, ni nada -y casi con vergüenza me confesé-: lo que yo quiero es ser admirado de los demás, elogiado de los demás [...]. ¡Ah, si se pudiera descubrir algo para no morir nunca; vivir aunque fuera quinientos años!”).
A partir de sus tempranas y cuantiosas experiencias literarias, Arlt está proponiendo a la literatura de su país y de su tiempo, y simultáneamente a su propia capacidad creadora, una suerte de desafío. Su conocimiento de buena parte de la literatura extranjera, su conciencia de que algo diferente está pasando en ese terreno, su irritación frente a la mojigatería local, lo ayudan sin duda a desatar las fuerzas que germinan en su interioridad, a elegirse como escritor (y como un escritor diferente), a decidir que la literatura, la palabra escrita, será su arma de combate.
Así, en medio de una sociedad que vivía inmensos sacudimientos sociales bajo una cómoda formalidad, y frente a una literatura que no la cuestionaba en profundidad (y que, salvo contadas excepciones, tampoco se cuestionaba) la aparición de la narrativa arltiana puede interpretarse hoy como la manifestación de un doble ataque: a aquellas legalidades, y a ese sector del mundo cultural argentino cuya pareja superficialidad lo revelaba inepto para desnudar los males interiores de su sociedad. En este sentido, deben ser leídas diatribas tales como la que proferirá años después de la publicación de El juguete rabioso, en una de las Aguafuertes porteñas, donde la idea hallará formulación más que explícita: “Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros. Que ignoro para qué sirve la obra de un señor Ricardo Rojas, de un señor Leopoldo Lugones, de un señor Capdevila, para circunscribirme a este país”.
Y en efecto, desde el origen literario de los delitos y de los inventos de Silvio Astier (que son la fuente única en la cual abrevan todas las ensoñaciones del primer protagonista de la ficción arltiana) parece ir conformándose una doble y firme perspectiva de su oficio. A la par que se va consolidando el aspecto inventivo, ficticio (y, con él, lo desbordante, lo pasional de la vocación: escribir como pulsión irreprimible; escribir porque si no se muere...), surge, con no menor firmeza, un proyecto de lo que se hace sentir como “una carrera literaria”. No en el sentido bastardo del término, pero sí en ese aspecto productivista del Arlt que escribe como un trabajo, y también como si estuviera cumpliendo con un mandato, con una misión. Es el Arlt que lleva la cuenta, y el que nos “cuenta” el número de páginas que tiene escritas o las que escribe diariamente, las líneas, las palabras. Y cómo, de qué manera, en qué condiciones (pésimas, por lo general), debe llenar siempre las páginas.
Es el Arlt que siempre está apurado, que corre, ansioso, porque debe escribir más, porque ya está escribiendo otra cosa, y debe decirnos, anunciarnos que lo hace.
En algunos de sus comentarios a los textos de ficción, en algunas de sus Aguafuertes, lo vemos bajo este aspecto verdaderamente llamativo. “El porvenir es triunfalmente nuestro (escribe, por ejemplo, en las “Palabras del autor” que abren Los lanzallamas). Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la Underwood, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero... mientras escribo estas líneas, pienso en mi próxima novela”. Y en la “Nota” escrita al finalizarla informa: “Dada la prisa con que fue terminada esta novela, pues cuatro mil líneas fueron escritas entre fines de septiembre y el 22 de octubre (y la novela consta de 10.300 líneas...”.
Hay también una “Aguafuerte” enteramente dedicada a contabilizar lo que ha hecho en un año al frente de su columna periodística, y que por ello lleva el sugestivo título “¡Con ésta van 365 !”, donde entre otras cosas dice:
Un año. 365 notas, o sea 156 metros de columna, lo cual equivale a 255.500 palabras. Es decir, que si estos 156 metros fueran de casimir, yo podría tener trajes para toda la vida, y si esas 255.500 palabras fueran 255.500 ladrillos, yo podría hacerme construir un palacio tan vasto y suntuoso como el de Alvear....
Es verdad que esos cómputos y ese detallismo surgen porque Arlt conoce bien el mercado, y porque es consciente del carácter también mercantil de lo que él produce, así como de ciertas leyes que rigen todo ese universo. Es por ello que, cubriendo buena parte de su ideología literaria, el precio, el pago, el trabajo, el costo y la ganancia, y todas las relaciones crematísticas, surcan indeleblemente su obra. Al respecto, afirma bien el conocido crítico italiano Antonio Melis:
Ninguno testimonia mejor que Roberto Arlt la irrupción de esta temática económica. En su alucinado mundo narrativo, la acción del dinero corroe todos los valores. En sus cuentos y en sus novelas encontramos una concentración de los términos relativos a la esfera económica que no tiene parangón1.
No creo, entonces, exagerado atribuirle a Arlt (contra una mitología de la marginación muy difundida) la asunción consciente de una carrera literaria. Y ello en los dos sentidos de la palabra. Primero, en lo que respecta al horizonte perseguido, los objetivos fijados, la comparación constante que establece con sus contemporáneos más famosos, y hasta la puntualidad con la que abordó la práctica y la consumación alternativa de los géneros: ensayo, novela, cuento, teatro... Y en segundo lugar, por el aspecto de lucha contra el reloj que tiene siempre (o que él siempre destaca en) su actividad: la celeridad con que escribe y publica, la ansiedad con que anuncia nuevos libros y nuevos títulos, la verdadera desesperación con que siente que el tiempo y su vida pasan.
Si toda carrera lo es en tanto y en cuanto se produce en el tiempo y se opone a él (como parece demostrarlo la célebre parábola de Aquiles y la tortuga); si, en definitiva, no hay otra dimensión -ni siquiera la del espacio- que la temporal (como parece enseñar la melancólica recherche de Proust), esta “carrera contra el tiempo” de Arlt, esta mención obsesiva de la cantidad y de la cronología, subrayan el carácter de empresa, de emprendimiento, de acumulación que está contenido en la obra arltiana. Una acumulación que se presenta como un reaseguro y, sobre todo, como una esperanza de cumplimiento, de terminación de una obra.
Tal vez sea también por eso que su literatura asume un carácter tan omnívoro.
Ser escritor significa para Arlt decirlo todo, no ocultar nada, perder “el respeto de la literatura” en temas y en lenguaje, es decir, hacer entrar en ella no sólo las anécdotas y los personajes que cierta literatura argentina hasta entonces se negaba, los pensamientos más insólitos y más descabellados, sino también, forzándola, las formas no académicas: las frases aisladas, las oraciones principales desfiguradas por el abuso y el desorden de sus complementos, la utilización excesiva de gerundios para evitar el empleo de oraciones independientes, la eliminación en ellos o en los participios pasados de las formas compuestas, la omisión o la equivocación de los artículos, el olvido de los pronombres relativos, y todo ello por el afán de ser directo, de ser breve y rápido, de acortar el mensaje, de “dejar los circunloquios”.
En otro aspecto, el lenguaje de sus ficciones contendrá obscenidades, extranjerismos y lunfardismos, a la par que, novedosamente, introducirá un tipo de metáfora tecnológica para describir paisajes o estados de ánimo, y todo esto de modo soberano y consciente, ya que condenará, desde su primera novela, una palabra que sólo es cuidadosa para garantizar su venta. “Para vender hay que empaparse de una sutilidad ‘mercurial’, escoger las palabras y cuidar los conceptos”, sostiene uno de los personajes de El juguete rabioso, mientras que la literatura, la novela, se elegirá como invención, aunque la costumbre y la necesidad impongan otra conducta: “Quiere ser inventor [le dirá socarronamente Monti a Silvio Astier] y no sabe vender un kilo de papel”.
Esa desmesurada oralidad, que no debe de ser sino una voracidad invertida, este acaparamiento para sí de los signos, de todos los signos y configuraciones posibles, creará léxico y formas igualmente desinhibidos, totalizadores.
Por otra parte, no fue menos voraz como lector. Es cierto que más de una vez él mismo coqueteó con la imagen del impromptu de la genialidad y de su falta de formación escolástica.. Pero no es menos cierto que, contradictoriamente, en su obra hay precisas y documentadas referencias librescas, cuando no declaraciones expresas como la siguiente: “Yo he leído muchas novelas. He empezado a leerlas a los doce años: tengo veinte y ocho. Así que hace diez y seis que leo a un término medio de cincuenta libros al año, lo cual significa seiscientas novelas” (“El cementerio del estómago”, Aguafuerte del 29 de enero de 1929).
Y ello es muy evidente en sus textos. Sin ir más lejos, su primera novela comienza con todo tipo de referencia libresca, la primera frase del libro cuenta cómo se inició en “los deleites y afanes de la literatura bandoleresca” gracias a un zapatero andaluz, el primer robo del Club de los Caballeros de la Media Noche es a una biblioteca (con un examen de libros que parece remedar al del barbero y el cura en El Quijote), su primer trabajo es en una librería, y planea por todo el relato de las aventuras de Silvio el omnipresente Rocambole, un personaje de la ficción folletinesca.
Poco antes, en el primer trabajo que publica entre el ensayo y la ficción, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, hace gala, exhibe hasta la exageración, una apabullante información libresca, citando, con bastante pertinencia, a autores tan diversos como Stuart Mill y Schopenhauer, Saint Simon y Max Nordau, Nietzsche y De Quincey, Baudelaire, Verlaine, Wilde, Novalis, Valle Inclán, el norteamericano Whitman y el argentino leopoldo Lugones.
Fuera de la ficción, y sólo en sus Aguafuertes, un puntilloso análisis ha registrado menciones a 28 escritores franceses, 4 rusos, 20 españoles, 10 ingleses, 5 italianos, 7 estadounidenses, 13 hispanoamericanos no argentinos, 45 argentinos, más algunos portugueses, alemanes y orientales2 (2).
Uno de los escasos (y extensos) reportajes que se le hicieron, registra su conocimiento y sus gustos (en función de criterios muy precisos) sobre la literatura del país:
Podríamos entonces dividir a los escritores argentinos en tres categorías: españolizantes, afrancesados y rusófilos. Entre los primeros encontramos a Banchs, Capdevila, Bernárdez, Borges; entre los afrancesados a Lugones, Obligado, Güiraldes, Córdoba Iturburu, Nalé Roxlo, Lazcano Tegui, Mallea, Mariani, en sus actuales tendencias; y entre los rusófilos, Castelnuovo, Eichelbaum, yo, Barletta, Eandi, Enrique González Tuñón y en general casi todos los individuos del grupo llamado de Boedo.
Luego, explicita algunas preferencias:
Me gustan ciertos poemas de Lugones, Obligado, Córdoba, Rega Molina, Olivari... [...] Rojas creo que únicamente puede interesar a las ratas de biblioteca y a los estudiantes de filosofía y letras; Lynch y Quiroga me gustan mucho. Este último tiene antecedentes de literatura inglesa y se lo podría filiar entre Kipling y Jack London por sus motivos [...] ¿ Gálvez ? ¡ Yo no sé hacia donde camina ! Me da la sensación de ser un escritor que no tiene sobre qué escribir. Comenzó queriendo ser un Tolstoi y creo que terminará como un vulgar marqués de la Capránica haciendo novelones históricos. Francamente, creo que Gálvez no tiene nada que decir ya.
Cuando se le pregunta si del presente quedará algo, responde: “Güiraldes con su Don Segundo Sombra; Larreta con La gloria de Don Ramiro; Castelnuovo con Tinieblas; yo con El juguete rabioso; Mallea con Cuentos para una inglesa desesperada. De estos libros algo va a quedar. El resto se hunde3”.
Otro ejemplo certero, no sólo sobre sus conocimientos literarios sino también sobre su intuición y juicio, es aquella carta dirigida a Leopoldo Marechal el 30 de Octubre de 1939 con motivo de la lectura de un poema:
Querido Leopoldo: Te escribe Roberto Arlt.
He leído en La Nación tu poema “El Centauro”. Me produjo una impresión extraordinaria, la misma que recibí en Europa al entrar por primera vez en una catedral de piedra. Poéticamente, sos lo más grande que tenemos en lengua castellana.
Desde los tiempos de Rubén Darío, no se escribió nada semejante en dolida serenidad. He recortado tu poema y lo he guardado en un cajón de mi mesa de noche. Lo leeré cada vez que mi deseo de producir en prosa algo tan bello como lo tuyo se me debilite. Te envidio tu alegría y tu emoción. Que te vaya bien.
Arlt muestra, asimismo, lectura y muchas veces familiaridad con Quevedo y Cervantes, Anatole France y Flaubert, Dickens y Wilde, Dostoievski y Gorki, Poe y London, entre muchísimos más.
Pero fuera de estas abundantes menciones (que, por un lado, trasuntan el deseo de señalar un campo de pertenencias o una no desigual jerarquía y, por otro, un conocimiento y un manejo cómodo del linaje), lo que quizás sea más importante es la ficcionalización de lecturas, de aventuras, de protagonistas; el poner en marcha ficciones a partir de otras; el crear lazos intertextuales e interculturales en una escritura que no sólo los menciona y los levanta como modelos sino que los resume y los engloba.
Tal vez actúe, como contracara de ese conjunto letrado (y permita entenderlo mejor), aquel singular cuento que, en la edición inicial (alterada en su orden en ediciones posteriores a su muerte) encabezaba el libro El jorobadito: me refiero a “Escritor fracasado”, notable juicio sobre el ambiente literario de su época, ajuste de cuentas con el medio, expresión del temor a la esterilidad y fantasía sobre un libro negativo, espejo negro de la literatura, texto congelado.
Todo lo cual exhibe una imagen que dista bastante de la de un advenedizo a las letras, de la de un semianalfabeto. Bien al contrario: no hace más que demostrar que si lo que Arlt se propuso (y en gran medida logró) era dinamitar el edificio literario de su época, las armas con las que contó estaban en los libros, en los arsenales literarios que supo frecuentar. En suma, en esa historia no diacrónica, abultada, despareja, siempre móvil, cerrada y siempre abierta, siempre rica, inextinguible, que es la biblioteca.
Notas
1Antonio Melis. “Spunti di ricerca sull’América Latina”. En Quaderni Storici, Nº 34. Ancona, enero-abril 1977.
2 Cf. Daniel C. Scroggins. Las Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1981.
3 La literatura argentina. Año 1, Nº 12. Buenos Aires, agosto de 1929, pp. 25 y ss.
Revista de Literaturas Modernas N° 32 Año 2002
Universidad Nacional de Cuyo
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Literatura
lunes, 9 de agosto de 2010
Hablando sin cháchara
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por Enrique Pinti
Las transgresiones de ayer se convierten en normalidades de hoy y, seguramente, serán tradicionales y vetustas mañana. Los cambios de conductas, pautas, modalidades, usos y costumbres son cosas que nadie puede obviar y mucho menos negar. Las consecuencias de esos cambios sólo pueden ser evaluadas con una perspectiva histórica que significa muchos años de proyección. Por lo tanto, es ocioso apresurarse a sacar conclusiones definitivas y tajantes en el corto plazo. Lo único medianamente coherente es el análisis sereno de los pros y los contras que cada uno de esos cambios entraña para nuestros intereses individuales, ya sean espirituales o materiales, y, al separar la paja del trigo, ser lo más honestos y objetivos que nos sea posible para emitir juicios y pedir enmiendas, derogaciones o debates que permitan modificar lo que nos molesta, nos incomoda o directamente nos perjudica.
Uno de los aspectos más importantes de ese análisis es el equilibrio interno, que debe moderar el prejuicio y anular la ignorancia de la estrechez mental. Hay cosas que pueden estar permitidas, aceptadas, y hasta elogiadas por las mayorías, que uno no comparte ni practica, y eso no hará del que así actúe un insensato monstruo, en tanto y en cuanto se viva dejando vivir y no se accione violentamente en contra de los que piensan y actúan distinto. Lo que sí uno puede y tiene todo el derecho de hacer es exponer libremente sus objeciones, no adoptar esas conductas que le resultan incómodas y vivir con los esquemas propios con el único límite de la prudente tolerancia; del mismo modo, a veces, uno puede pertenecer a la mayoría y aceptar de buen grado las pautas ayer transgresoras y hoy supernormales, y asumirlas con alegría y plenitud, sin que por ello los demás se rasguen las vestiduras clamando al cielo con tono dramático diciendo que el mundo se viene abajo. Mientras nos debatimos entre el Apocalipsis y la decadencia discutiendo acaloradamente cuestiones morales o pseudomorales, los gravísimos problemas que destruyen a la humanidad desde que el mundo es mundo siguen sin resolverse. La guerra sigue siendo la horrorosa manera de dirimir cuestiones de límites, de religiones y creencias y, fundamentalmente, de asuntos económicos y de supremacías de poder. El hambre, terrible flagelo que sigue cobrándose millones de víctimas inocentes; las enfermedades derivadas de la extrema pobreza, la falta de higiene y el desamparo social siguen llenando páginas y páginas de historia con tinta hecha de sangre y desolación. El planeta Tierra vive agredido permanentemente, no por extraterrestres verdes con siniestras intenciones invasoras, sino por sus propios habitantes, que depredan, destruyen y aniquilan recursos naturales por ignorancia o ambición; los remedios para epidemias, pandemias y pestes varias son objeto de manipulaciones siniestras y alcanzan precios inaccesibles para la mayoría de los enfermos; se multiplican las cantidades de niños abandonados y destruidos por la horrorosa combinación "hambre, no-educación y bronca" que los convierte en enemigos públicos para quienes se pide la muerte en lugar de la inclusión; las cárceles siguen siendo escuela del delito en vez de sitios de aislamiento del crimen con puertas abiertas hacia una posible redención, donde, por diez casos en los que no sea posible, habrá otros diez en los que el cambio positivo se produzca y abra las puertas a una mínima pero maravillosa esperanza. Los que cacarean religión deberían recordar que "más agrada a Dios un pecador arrepentido que cien fieles orando". Pero así son las cosas, los graves problemas de la humanidad (y no estoy hablando sólo de Argentina) siguen siendo materia no aprobada en foros donde se habla más de petróleo y soja que de los espantosos episodios de crueldad gratuita que los señores del poder, sea cual sea su color, religión o ideología, vienen perpetrando contra sus propios congéneres. Todo está bien cuando es a favor de sentimientos positivos, como el amor en todas sus formas, desde la pareja, hasta los niños abandonados, las víctimas de la violencia, los que tienen hambre y los que quieren dejar de ser enemigos públicos. Lo demás es cháchara.
Revista La Nación 8/8/2010.-
.
por Enrique Pinti
Las transgresiones de ayer se convierten en normalidades de hoy y, seguramente, serán tradicionales y vetustas mañana. Los cambios de conductas, pautas, modalidades, usos y costumbres son cosas que nadie puede obviar y mucho menos negar. Las consecuencias de esos cambios sólo pueden ser evaluadas con una perspectiva histórica que significa muchos años de proyección. Por lo tanto, es ocioso apresurarse a sacar conclusiones definitivas y tajantes en el corto plazo. Lo único medianamente coherente es el análisis sereno de los pros y los contras que cada uno de esos cambios entraña para nuestros intereses individuales, ya sean espirituales o materiales, y, al separar la paja del trigo, ser lo más honestos y objetivos que nos sea posible para emitir juicios y pedir enmiendas, derogaciones o debates que permitan modificar lo que nos molesta, nos incomoda o directamente nos perjudica.
Uno de los aspectos más importantes de ese análisis es el equilibrio interno, que debe moderar el prejuicio y anular la ignorancia de la estrechez mental. Hay cosas que pueden estar permitidas, aceptadas, y hasta elogiadas por las mayorías, que uno no comparte ni practica, y eso no hará del que así actúe un insensato monstruo, en tanto y en cuanto se viva dejando vivir y no se accione violentamente en contra de los que piensan y actúan distinto. Lo que sí uno puede y tiene todo el derecho de hacer es exponer libremente sus objeciones, no adoptar esas conductas que le resultan incómodas y vivir con los esquemas propios con el único límite de la prudente tolerancia; del mismo modo, a veces, uno puede pertenecer a la mayoría y aceptar de buen grado las pautas ayer transgresoras y hoy supernormales, y asumirlas con alegría y plenitud, sin que por ello los demás se rasguen las vestiduras clamando al cielo con tono dramático diciendo que el mundo se viene abajo. Mientras nos debatimos entre el Apocalipsis y la decadencia discutiendo acaloradamente cuestiones morales o pseudomorales, los gravísimos problemas que destruyen a la humanidad desde que el mundo es mundo siguen sin resolverse. La guerra sigue siendo la horrorosa manera de dirimir cuestiones de límites, de religiones y creencias y, fundamentalmente, de asuntos económicos y de supremacías de poder. El hambre, terrible flagelo que sigue cobrándose millones de víctimas inocentes; las enfermedades derivadas de la extrema pobreza, la falta de higiene y el desamparo social siguen llenando páginas y páginas de historia con tinta hecha de sangre y desolación. El planeta Tierra vive agredido permanentemente, no por extraterrestres verdes con siniestras intenciones invasoras, sino por sus propios habitantes, que depredan, destruyen y aniquilan recursos naturales por ignorancia o ambición; los remedios para epidemias, pandemias y pestes varias son objeto de manipulaciones siniestras y alcanzan precios inaccesibles para la mayoría de los enfermos; se multiplican las cantidades de niños abandonados y destruidos por la horrorosa combinación "hambre, no-educación y bronca" que los convierte en enemigos públicos para quienes se pide la muerte en lugar de la inclusión; las cárceles siguen siendo escuela del delito en vez de sitios de aislamiento del crimen con puertas abiertas hacia una posible redención, donde, por diez casos en los que no sea posible, habrá otros diez en los que el cambio positivo se produzca y abra las puertas a una mínima pero maravillosa esperanza. Los que cacarean religión deberían recordar que "más agrada a Dios un pecador arrepentido que cien fieles orando". Pero así son las cosas, los graves problemas de la humanidad (y no estoy hablando sólo de Argentina) siguen siendo materia no aprobada en foros donde se habla más de petróleo y soja que de los espantosos episodios de crueldad gratuita que los señores del poder, sea cual sea su color, religión o ideología, vienen perpetrando contra sus propios congéneres. Todo está bien cuando es a favor de sentimientos positivos, como el amor en todas sus formas, desde la pareja, hasta los niños abandonados, las víctimas de la violencia, los que tienen hambre y los que quieren dejar de ser enemigos públicos. Lo demás es cháchara.
Revista La Nación 8/8/2010.-
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