por Leonardo Moledo
Esta vez la cosa fue distinta: el jinete hipotético se dirigía hacia alguna parte del espacio cuando recordó que se cumplían 150 años de la primera exposición pública de la Teoría de la Evolución, aprovechando sus características insólitas...
...el hecho de ser hipotético, de boyar en la niebla de la ciencia, se imaginó cayendo en un remolino temporal y plantándose ante el propio Darwin en su casa de Down (afueras de Londres), e intimidado, sabiendo que tendría que enfrentarse a la increíble hipocondría del gran científico que se filtraba en cada uno de sus diálogos (como bien consta en su Autobiografía) se atreve a hablarle, con una reverencia indigna de la ciencia, pero sí digna de la situación de hallarse frente a alguien tan grande como Copérnico o Galileo y balbuceando, intenta empezar (si se puede hablar de tal cosa cuando se han atravesado los hilos tenues del tiempo)... ¿Cómo se le habla a un héroe?
–Hace ciento cincuenta años y un día, el 1º de julio de 1858, se presentó la Teoría de la Evolución en la Linnean Society de Londres, lo cual no deja de ser interesante, ya que Linneo (1707-1778) fue el gran campeón de la fijeza de las especies.
–Me siento tan mal, me cuesta tanto conversar o escribir... ¿y por qué no lo hizo ayer, que me sentía un poco mejor?
–Porque la página de ciencia se publica los miércoles. El trabajo se presentó junto al que Alfred Russell Wallace (1823-1913) envió para que fuera evaluado por usted y donde se exponían conclusiones parecidas a las suyas.
–Wallace había llegado casi exactamente a las mismas conclusiones generales a las que había llegado yo sobre el origen de las especies.
–Y es notable que en vez de de-satarse una guerra por las prioridades, se haya resuelto todo de acuerdo con las mejores tradiciones del fair play. Me gustaría que dijera algo sobre su teoría de la selección natural, ya que no utiliza el término “evolución”, ni en el trabajo presentado en julio ni en El origen de las especies, aparecido en noviembre de 1859.
–Apenas puedo con mis dolores... me resulta dificultoso hablar e incluso escribir respuestas a la enorme cantidad de cartas que recibo... la selección natural, sí: podemos comprender, hasta cierto punto, por qué hay tanta belleza por toda la naturaleza, pues esto puede atribuirse, en gran parte, a la acción de la selección natural.
–Y las fuentes de su teoría las encontró en el Ensayo sobre la población, de Malthus...
–Malthus sostenía que el único límite para el crecimiento de la población estaba dado por el medio ambiente y la cantidad de alimentos, que crecían más despacio que aquélla y que obligaría a los hombres a competir tenazmente por ellos; sólo algunos sobrevivirían.
–Y eso le dio la pista...
–De cada especie y en cada generación, nacen muchos más ejemplares de los que el medio ambiente puede sostener; solamente una fracción sobrevive a la lucha por la existencia y llega a poder reproducirse. Como nacen más individuos de los que pueden sobrevivir, y parte de éstos deben desaparecer, en cada caso hay una lucha por la existencia, ya sea entre individuos de la misma especie, con los de otra o con las condiciones de vida.
–Y sobreviven los más adaptados.
–Claro. Entre los individuos hay muchas diferencias ligeras, como las que se observan en distintos descendientes de los mismos padres. Estas diferencias son de gran importancia, ya que aportan material sobre el cual actúa acumulativamente la selección natural, tal como el hombre acumula, en una dirección determinada, las diferencias individuales de las especies domésticas. Y así, cuando observamos las transformaciones producidas a lo largo de los períodos geológicos sólo vemos que las formas orgánicas actuales son muy diferentes de las antiguas.
–Bueno, usted tuvo la influencia de Lyell y su hipótesis de que los grandes cambios geológicos se producen por acumulación de pequeños cambios a lo largo de grandes períodos.
–La antigua idea de que todos los seres que poblaban la Tierra habían sido aniquilados por catástrofes sucesivas ha sido abandonada. Opinamos ahora que las especies y grupos de especies desaparecen gradualmente, unos tras otros, primero de un sitio, luego de otro y, por fin, del mundo.
–Su teoría cambió por completo el lugar del hombre en la naturaleza.
–Aunque es mucho lo que permanece oscuro, no puedo abrigar la menor duda de que el punto de vista que hasta hace poco sostenía la mayoría de los naturalistas, y que yo mantuve anteriormente, a saber, que cada especie ha sido creada de manera independiente, es erróneo. Estoy convencido de que las especies no son inmutables, sino que las que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes directos de alguna otra especie generalmente extinguida, de la misma manera en que las variedades reconocidas de una especie cualquiera son descendientes de esta especie.
–¿Qué es lo que permanece oscuro?
–Las leyes que gobiernan la herencia son desconocidas. Nadie puede decir por qué algunas características se heredan a veces y a veces no; por qué un individuo se parece en ocasiones a sus abuelos o a sus antepasados aún más remotos, ni por qué algunas peculiaridades se transmiten a los descendientes de ambos sexos y otras sólo a los de un sexo.
–Ah, en eso puedo ayudar. En estos mismos momentos, en un monasterio austríaco, un monje llamado Gregor Mendel (1822-1884) está, precisamente descubriendo las leyes de la herencia, que publicó en una revista no muy leída.
–Me siento tan mal, estoy tan enfermo que no hay día que no sea un verdadero tormento para mí... quizás haya recibido esa revista, pero no tengo fuerzas para leerla...
–Mmmmm... ¿y qué pasa con la cuestión religiosa?
–Antes pensaba que hay magnificencia en esta concepción de que la vida, con sus variadas posibilidades, fue alentada originariamente por Dios, pero más tarde dejé de creer en esa posibilidad y ahora pienso que la Naturaleza sola se basta y se sobra... pero ya estoy agotado... y debo descansar de mis dolores... pero... ¿cómo sabe usted todas estas cosas?
Ante lo cual el jinete hipotético saca un ejemplar de El origen de las especies y dice:
–Las leí en su libro –y haciendo un supremo esfuerzo, se sobrepone a sí mismo, pide al gran científico que se la autografíe.
–Apenas si puedo escribir... mi cuerpo está atravesado por dolores día a día...
Y así terminó la alucinación temporal... El jinete hipotético regresa a su época justo a tiempo para editar esta charla, lamentando que la hipocondría de Darwin (que pese a sus múltiples dolores que lo tenían desde los 30 años al borde de la muerte, según decía permanentemente, vivió hasta los 73) lo haya privado de un ejemplar autografiado, pero al mismo tiempo contento por haber rendido homenaje a quien elaboró la gran Teoría de la Evolución.
Diario Página12 2/7/2008.-
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