por Nora Patricia Coria
Profesora de Castellano y Literatura en la Pcia. de Buenos Aires. Estudió cultura y lengua Quechua,
recorrió el país compenetrándose profundamente con lo autóctono, en particular con la cultura de los pueblos andinos, en el Noroeste argentino. Miradas de sal fue la obra destacada por el jurado del Certamen artístico desde la ong noalamina.org.
Toma la ruta 52. Deja Purmamarca con la ilusión de que las Salinas Grandes, que lo convocaron desde una revista, lo deslumbren cuando las conozca verdaderamente, en todo su esplendor. Algo leyó sobre el trabajo en las minas de sal y no estaría de más ver qué hace allí esa gente.
Va como siempre, en plan de turista independiente. Auto alquilado, cámara fotográfica, mapa rutero, y unos llamativos pero inútiles folletos. Un paisaje surrealista espera a quien allí se encamina, y unos ojos mucho más profundos que los pozos en la sal confían en encontrarse con los suyos.
Transita la Cuesta de Lipán superando con entusiasmo cada repecho, ignorante del intenso e inmenso paso que acaba de dar. Atrás queda la Quebrada de Humahuaca y en ella custodiados los colores. Ha perdido el abrigo de los cerros y el cielo lo abarca todo. Observa con fascinación las sutiles ondulaciones aceitunadas y se admira por el dibujo que las infinitas curvas de asfalto van diseñando. A pesar de la felicidad que le produce creer que está más cerca del sol, le falta el aire. Cuando alcanza el Abra del Potrerillo advierte, a poco más de cuatro mil metros, que esas alturas no son para cualquiera. Próximo a destino, avanza por la ruta que como un tajo parte la salina. Se apresura buscando infructuosamente lo que espera encontrar. Quería alucinarse con la rareza de un desierto de sal y caminar por una llanura blanca, seca, agrietada; sabía que podría apreciar a lo lejos el nevado de Chañi y pensaba tomar las mejores instantáneas. Con eso y con un cielo sin nubes, sencillamente
con eso, pretendía volver satisfecho de la aventura. Es imposible. Las salinas y su gente son parte de la Puna y en esa inmensidad no hay espacio para la trivialidad; allí lo intrascendente se desvanece. Tampoco ve un socavón como suponía, sino muchos pozos rectangulares, cavados a cielo abierto.
El Monitor N° 23
Ministerio de Educación
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