por Enrique Pinti
Cuando no nos une el amor, sino el espanto, nada termina por salir bien. Tarde o temprano, las semillas del espanto se vuelven contra nosotros y, aunque hayamos logrado aniquilar, suprimir o perjudicar seriamente a nuestros más odiados enemigos, las cosas que queríamos conseguir nos dejarán un sabor amargo.
A veces odiamos tanto a personas o grupos de personas que nos han hecho daño a cualquier nivel que simpatizamos irreflexivamente con gente a la que no conocemos profundamente y que en muchas oportunidades ni siquiera comparten nuestra ideología de vida y nuestras pautas morales, pero que tienen con nosotros un común denominador: el odio a esas personas o grupos de personas que también han dañado las vidas e intereses de nuestros supuestos "nuevos amigos". A partir de esa situación generamos un clima de "alianza contra el mal" que, al no estar fundada en coincidencias profundas ni en causas de fondo, sino en sucesos fortuitos y en casualidades superficiales -o, peor aún, en intereses puramente económicos-, trae como consecuencia la ruptura de pactos creados sólo por el deseo de venganza.
Pasa en la vida cotidiana, cuando hacemos causa común con personas que han sido estafadas por el mismo chanta que se burló de nosotros y luego descubrimos que los "estafados" eran tan chantas como el estafador y nos quemamos las manos que pusimos en el fuego por defenderlos. Pasa en la política, cuando, con tal de voltear a gobernantes corruptos y/o autoritarios, las oposiciones se mezclan en un revoltijo que une izquierdas con derechas, progresistas con retrógrados y religiosos con ateos en alegre montón que, una vez derrocado el "enemigo común", comienzan a pelearse entre sí al florecer las profundas diferencias que se ignoraron con tal de lograr el objetivo, y traen virulentos choques que desequilibran la paz social por muchos años.
Citemos a nivel mundial "la vista gorda" que Europa y Estados Unidos tuvieron con el nazismo y el fascismo con tal de frenar el comunismo y luego, al ver el peligroso avance de Hitler, Mussolini y el imperio japonés con "soluciones finales" de exterminio y genocidio incluidas, las potencias olvidaron momentáneamente su terror al marxismo y se aliaron con los soviéticos para luego volver a distanciarse, crear la Guerra Fría, el Muro de Berlín, la división, el espionaje y la condena a pueblos que quedan de un lado o del otro sin ser consultados y por obra y gracia de un "reparto de territorios" firmado en reuniones de "ex aliados".
Recordemos en la Argentina las idas y vueltas de conservadores contra radicales; militares contra radicales, con el visto bueno de conservadores; radicales y conservadores unidos contra el peronismo, sostenido por una parte de los militares y denostado por otra parte de las fuerzas armadas; peronistas contra comunistas y, luego, desprendimientos de las izquierdas, convertidos en peronistas luchando contra peronistas de ultraderecha, que eran contrarios a una parte de las fuerzas armadas de la derecha y, luego, peronistas adoptando planes económicos y sociales del conservadurismo neoliberal, que habían estado en las antípodas por cincuenta años; el radicalismo socialista y el radicalismo gorila unidos o desunidos según el peronismo imperante, y el peronismo "auténtico" (que nunca terminaremos de saber a ciencia cierta si es el estatismo del primer período, 1946-1955, o la catarata de privatizaciones del menemismo) cacareado cada tanto por dirigentes que han elogiado y/o participado en cada etapa del movimiento y han denostado al perdedor con la misma fuerza con la que los apoyaron en su apogeo.
Es mejor estar unidos por el amor a las propias convicciones y no hacerse amigos por conveniencias temporarias que duran lo que un suspiro y terminan en llantos y lamentaciones, y, lo que es peor, en el infortunio de millones de seres humanos ahogados en el mar de la discordia
Revista LANación 9/8/2009.-
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