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miércoles, 18 de marzo de 2009

Lugares entre no-lugares

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por Pedro Falcato


Muchas cosas que nos atañen exceden nuestra capacidad de manejo, equilibrio, acceso o comprensión. Algunas de ellas se relacionan con lo natural o con lo trascendente. Otras, con la actividad humana, sobre todo colectiva.
Los medios de comunicación ofrecen hoy muchos ejemplos de ello. Son herramientas que tienen un asombroso poder para ampliar el alcance de nuestros sentidos en el tiempo y en el espacio, pero que presentan dificultades abrumadoras cuando se intenta mantener el equilibrio entre ese alcance sensorial, la percepción, la comprensión, la valoración de los hechos y la visión del mundo.Los casos son innumerables: en casi todas las disciplinas se publica mucho más de lo que los especialistas en ellas pueden leer; ni siquiera nos enteramos de que pueblos enteros se encuentran en situaciones desesperantes y requerirían de nuestra solidaridad, pero los noticieros quizás nos informen acerca de un robo en el Lejano Oriente, que puede ser tema de conversación durante varios días.
Aunque tengamos acceso a una gran variedad de contactos y a una enorme cantidad de datos, nuestra conciencia y nuestra atención logran abarcar solo una pequeña fracción de todo el panorama.
Las tecnologías de la información influyen cada vez más en nuestras vidas, lo cual genera una dependencia preocupante. Pero por otra parte nos ofrecen la capacidad de establecer contactos instantáneamente, de administrar o manipular flujos de información; ese poder es útil, y además seduce.
Con respecto a los factores que explican la seducción que ejercen los productos de la técnica, debemos considerar también que no pocos son realmente admirables e incluso bellos. Esto ocasiona un efecto Pigmalión, en dos de los sentidos atribuidos a ese mito. Veamos el primero: cuando alguien tiene expectativas acerca de una persona, a raíz de ellas suele influir involuntariamente sobre la conducta de dicha persona, hasta producir la confirmación de esas expectativas, sea por construcción, mejoramiento, destrucción o limitación de sus posibilidades. En el caso que nos ocupa no se trata de alguien, sino de algo que parece tener vida propia porque nosotros mismos lo modificamos continuamente, de manera consciente o inconsciente.
En el segundo sentido, dicha apariencia de vida facilita otra similitud con los relatos acerca de Pigmalión y Galatea: es posible que nos enamoremos de nuestra fascinante obra. Quizás lleguemos hasta el extremo de pensarnos en función de ella, como ocurre cuando nos vamos asimilando a un ser amado y a sus características. Eso puede parecer monstruoso; sin embargo, antes de deplorar a las nuevas tecnologías por considerarlas incompatibles con nuestra naturaleza, corresponde recordar que muchos otros artefactos tecnológico-culturales con una historia algo más larga suelen ser asumidos como elementos que se adaptan perfectamente a nuestra forma de ser, entre ellos los libros impresos o las bibliotecas, aunque en realidad no están exentos de riesgos de producir alienación o de ser usados para el mal.
¿Qué es más conveniente, entonces? Retomando lo dicho, no solo nos interesa aquello que está en una escala manejable para nosotros como individuos. Es por eso que pensamos acerca de la cultura, las civilizaciones, la humanidad en su conjunto, nuestro planeta, el universo, la trascendencia, etc. Pero cuando pretendemos actuar sobre la realidad, las herramientas que utilizamos deben estar adaptadas a nuestra escala al menos en uno de sus extremos, como la empuñadura del destornillador a la mano. En el otro extremo -el más alejado de la empuñadura, podríamos decir- las herramientas son instrumentos que suelen ampliar el campo de lo que se entendía hasta ese momento como escala humana, ya que se diseñan justamente para aumentar nuestras capacidades. Las bibliotecas tienen esa característica, y también la poseen las tecnologías de la información más recientes. Son recursos en pleno desarrollo, utilizables para alcanzar objetivos buenos o malos, por lo cual si el poder que nos confieren creciera más rápido que nuestra capacidad para manejarlos adecuadamente, estaríamos ante un problema.
Esos medios deberían contribuir a nuestra felicidad, aportando elementos útiles para generar ambientes propicios para el desarrollo de las personas, espacios donde éstas puedan relacionarse adecuadamente entre ellas y con el mundo.
Diversos ámbitos permiten, en mayor o menor medida, que la gente interactúe de distintas maneras: el hogar, el trabajo, la calle, parques, bares, discotecas, lugares públicos, cibercafés. En ellos también hay presencia de tecnologías, que tienen creciente influencia.
Muchos de esos sitios son riesgosos, o no facilitan encuentros verdaderos. Sin embargo, a veces es difícil hallar otros que sean mejores. Y es cada vez mayor el tiempo que pasamos en los espacios que Marc Augé ha denominado no-lugares, enclaves por los que transitan seres anónimos, ajenos momentáneamente a su propia identidad u origen (Augé, 1993); algunos ejemplos que suelen mencionarse son los centros comerciales, las estaciones de servicio, los habitáculos de los medios de transporte, e incluso Internet. Corresponde aquí acotar que la calificación de no-lugar aplicada a un espacio en particular, depende de la interpretación que se haga y del punto de vista que se adopte; quizás en el patio de comidas de un centro comercial se reúna habitualmente un grupo para compartir momentos de verdadera amistad. Pero es más frecuente encontrar abigarradas multitudes de solitarios cuyas relaciones interpersonales son nulas o mínimas, quienes al quedar despojados momentáneamente de sus historias, características e identidades pasan a ser solamente usuarios, clientes, pasajeros, o visitantes de un foro de Chat reconocibles apenas por un seudónimo. En los no-lugares abundan tanto las señalizaciones como los textos breves dirigidos a cualquiera y a nadie en particular, los cuales inducen al transeúnte a circular sin relacionarse con sus semejantes. Los contactos son fugaces y tienen poco contenido, aunque suele pretenderse lo contrario; por ejemplo, quienes intercambian mensajes en el libro de visitas de un blog, conociendo del otro apenas un par de datos inconexos, suelen emplear sin mayor sustento palabras afectuosas, agresiones o reproches, asumiendo un papel dentro de una ficción que simula una verdadera comunicación personal.
En la era de la globalización han aparecido no-lugares electrónicos vastísimos, pero la posibilidad de moverse en esos espacios con pocas fronteras no siempre ha conducido a la generación de una conciencia amplia, cosmopolita o transnacional, sino a veces a una banalización de las relaciones humanas, y a la devaluación de ideas, identidades y principios.
Acecha la tentación de no ubicarse, de permanecer ilocalizado, no por tener una visión universalista, sino por la comodidad que ofrece el anonimato y por la posibilidad de renunciar al esfuerzo que significa ser uno mismo y afrontar las responsabilidades que devienen de los propios actos u omisiones.
O bien, por reacción, para algunos es tentador el rescate de la perspectiva local no tanto por sus valores originales sino más bien por la posibilidad de autoidentificarse mediante la mera pertenencia a un grupo delimitado y excluyente. En cualquiera de los casos antedichos, falta una actitud de apertura a los demás. Se corre el riesgo de que proliferen los prejuicios, porque no hay un espacio social amplio que sea también entendido como ámbito de vida en común.
Parece como si la tecnología de comunicación basada cada vez más en dígitos o paquetes discontinuos hubiese influido en nuestra percepción de la realidad, partiéndola en pequeños trozos.
Esa fragmentariedad fomenta una construcción de la opinión pública a partir de la acumulación de mensajes cortos e inconexos que, aunque podrían ser utilizados como materia prima para generar representaciones más o menos acabadas de algún aspecto de la realidad, sin tal elaboración carecen en buena medida de sentido y de relación entre sí. Más aún, con la digitalización de imagen y sonido se ha desarrollado una realidad virtual interactiva, en grado tal que tiende a debilitarse la noción de lo real y se fortalece en cambio la idea de que vivimos dentro de una especie de juego que tiene otras reglas, unas reglas artificiales. Lo que circula por los medios de comunicación tiene más valor que lo que ven nuestros propios ojos.
También la Ciencia y la Tecnología se refieren cada vez más a cosas que están fuera del alcance directo de nuestros sentidos. No podemos percibir una onda de radio, aunque escuchamos que el aparato receptor funciona. No es posible ver una partícula subatómica, pero logramos detectarla mediante aparatos que miden efectos que su presencia produce. El modelo de lo real se refiere hoy, en buena medida, a objetos inaccesibles para nuestros sentidos, pero que pueden ser visualizados mediante algún equipamiento, y en particular mediante la pantalla de una computadora dotada de los programas adecuados. Y se valoran muy especialmente los modelos digitales, simulaciones hechas por seres humanos con la ayuda de artefactos y técnicas, elaboraciones sociales que reinventan el mundo transformándolo en virtual. Al no prestar tanta atención a la realidad en sí, sino más bien a sus representaciones informáticas, se tiende a pensar al mundo no ya como dado por la naturaleza o por la divinidad, ni como un gigantesco mecanismo de relojería, sino como el espejo de un cúmulo de algoritmos muy complejos, por lo cual sería cognoscible o manipulable solamente con la ayuda de herramientas informáticas.
Todo eso nos aporta perspectivas novedosas e interesantes, pero no hay que perder de vista que vivimos y morimos en el mundo real.
Los no-lugares informáticos, en cuanto tales, tienen aspectos que son beneficiosos en determinadas circunstancias. Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de despojarnos momentáneamente de los condicionamientos opresivos que nos impone nuestro pasado, así como de la angustia por el futuro.
Además la idea de lugar, que se le opone, está ligada con otras como origen, identidad y pertenencia que, si bien tienen connotaciones muy valiosas, a veces se vinculan con el localismo obtuso y con la xenofobia.
Sin embargo, la sociedad digitalmente conectada no es tan libre y tolerante como a veces se la presenta. No son infrecuentes en ella atisbos de cierto estilo de moral que suelen producir los grupos dominantes para autojustificarse. Se presentan formalmente como tolerantes, pero plantean una forma de vida considerada a priori superior a todas las otras, la cual se extiende por su poder y prestigio hasta abarcar casi todos los aspectos de la vida cotidiana, quedando ocultas sus facetas perniciosas.
Desde épocas en las que la información estaba al alcance de pocos, el desarrollo de las técnicas -no solo las informáticas- permitió ampliar su difusión, hasta llevarla a grandes cantidades de personas. Pero a veces esa información ha sido intencionalmente sesgada, transformada en vehículo de ideologías dominantes presentadas como verdades absolutas. Tales puntos de vista pueden llegar a parecer naturales para quienes se formaron bajo su influencia, tanto que ni siquiera piensen en discutir su validez. Una circunstancia agravante es que la información se ha ido cosificando y fragmentando hasta quedar partida en datos casi insignificantes, totalmente descontextualizados. Esto no ayuda a promover el pensamiento libre y amplio, que no quiere decir irresponsable y poco comprometido sino, para que sea auténtico, todo lo contrario.
En un momento eran impuestas determinadas ideas, tal vez ahora otras. Es posible que mientras se abomina de los abusos pasados, se estén aceptando inadvertidamente otros nuevos. Recordando la conocida sentencia de Mariano Moreno: "...si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía" (Moreno, 1810: 377).
Entonces, los profesionales que actúan en el campo de la información, entre ellos los bibliotecarios, deben decidir si asumen o no un compromiso para colaborar en la construcción social de soluciones a esos problemas, que tienen nuevas manifestaciones pero no son tan nuevos. Generar un espacio en las bibliotecas para que las personas puedan encontrarse con ideas y principios de otros, es una tarea que tiende a ello; a veces no basta y habrá que defender más activamente el respeto a las diferencias y singularidades, sin que eso implique aceptar que todo vale igual o que no haya cosas mejores o peores que otras. Ese respeto significa reconocer, según entiendo, que aunque existan verdades externas a nosotros -o incluso la Verdad- ninguno de nosotros es su dueño, porque los conocimientos que tenemos son limitados.
Creo que las finalidades de nuestra vida pueden estar, en muchos aspectos, más establecidas de lo que solemos creer; no así los caminos que conducen a ese destino, los cuales deben ser develados incesantemente.
Por eso al mismo tiempo entiendo que es necesario trabajar activamente por lo que creamos justo, beneficioso o verdadero. Esto implica una actitud para nada sedentaria, sino activa y comprometida, que procure lograr un equilibrio siempre exigente de trabajo y responsabilidad, frecuentemente también de valentía. Una tarea docente, entendiendo a la docencia no como una imposición de estructuras y conceptos sino como una ayuda para que el prójimo desarrolle su propia riqueza potencial.
Como todo esto involucra una actividad de verdadera interacción humana, no podría producirse en no-lugares, sino en espacios de encuentro de personas que tienen una identidad. Espacios de acción y entornos vitales, donde no vivan aisladas, sino que puedan ser más y más ellas mismas, estando abiertas y receptivas para los otros.
¿Son lugares las bibliotecas? Ellas preservan registros del conocimiento, la información y los datos producidos por personas, posibilitando que otros seres humanos se encuentren con ellos. Pero no se trata de contactos directos, sino intermediados por la institución y por los documentos. En entidades que tienen un grupo acotado de usuarios, es probable que exista una relación de conocimiento humano no superficial entre algunos de ellos y los bibliotecarios, pero esto puede dificultarse en entidades más grandes. Más aún, con frecuencia cierta asepsia en el trato es considerada una característica virtuosa, ya que las tecnologías informáticas y sociales también han habilitado mecanismos de espionaje o control sobre la intimidad de las personas, como un gran ojo siempre abierto sobre nuestro existir. Que algunas instituciones en la sociedad permitan a la gente acceder a la información sin someterse a miradas que podrían ser indiscretas, es desde este punto de vista algo sumamente meritorio.
La imprenta y las bibliotecas abiertas al público, en cuanto dispositivos técnicos, posibilitaron el comienzo de la masificación de esa comunicación, al menos en un sentido. Porque hasta hoy no son mayoría quienes llegan a producir documentos que se incorporen a las bibliotecas o que sean editados y distribuidos ampliamente. Creció así el universo de los potenciales lectores, pero proporcionalmente no tanto el de los autores que pueden llegar a aquellos. El carácter limitante de esa intermediación con respecto a las posibilidades de que una persona común pudiese poner su producción intelectual, su pensamiento y opiniones al alcance de los demás, ha sido revertido en parte por las posibilidades que ofrece Internet.
Considerando lo antedicho, ¿debería ponerse un límite en estos momentos a la evolución tecnológica en nuestro campo? Más conveniente que tratar de ponerle trabas (dado que, por otra parte, se desarrolla hoy con la fuerza de un aluvión), es fomentar la conciencia de su carácter instrumental, no final, y promover que no se la utilice para restringir las posibilidades de desarrollo pleno de las personas sino para potenciarlas.
No debe olvidarse que en el uso individual o social de otros artefactos culturales también hay -o ha habido- manejos peligrosos.
Hoy para muchos si algo aparece en los medios, o en Internet, es digno de considerarse, en caso contrario no existe; este mecanismo social inspira desconfianza en mucha gente lúcida. Pero también he conocido personas que sostenían como garantía de la verdad de sus afirmaciones, que éstas provenían del texto de un libro, es decir que algo era cierto por estar registrado en letras de molde. No todo lo impreso es verdad, no siempre leer nos hace mejores automáticamente. Leyendo podemos aislarnos y apartarnos de la realidad; por cierto, también podemos aprender a comunicarnos, encontrar enormes tesoros, etc.
Tanto los elementos de la galaxia Gutenberg como los recursos informáticos no son fines, sino medios que todos podemos usar para construir lugares donde ser nosotros mismos, con raíces en una cultura y en una sociedad, pero manteniendo espacios de libertad y de privacidad (no de anonimato).
Entonces, para sostener un punto de vista equilibrado, hay que dar importancia a lo que ocurre con la gente, más allá de los aspectos tecnológicos.
La información, justamente, puede ser concebida como algo que ocurre en las personas, un proceso por el cual alguien modifica su existencia al educarse, enfrentar hechos de la vida, comunicarse con los demás, leer textos, etc.
Por otro lado, puede ser vista como una cosa procesable y medible, incluso como una mercancía; hay que reconocer que esta última visión ha habilitado importantísimos desarrollos, y que las bibliotecas han estado muy influidas por la misma. Información es, desde esta perspectiva, no un proceso en el cual una persona se transforma a partir de su interacción con el contenido de un documento, sino los contenidos del documento en sí mismos. Esa cosificación permitió concebir técnicas para comerciarla, acumularla, administrarla, ordenarla, conservarla y recuperarla. También permitió construir sistemas que requieren poco contacto humano para funcionar, estructuras que procuran ser neutrales y abiertas para todos, sustentadas en la puesta en práctica de una perspectiva técnico-administrativa. Espacios con bastante de no-lugares, donde los usuarios pueden ser consumidores pasivos de contenidos, por lo cual se evitan ciertos riesgos pero también se pierden posibilidades de alcanzar una sabiduría que sirva para mejorar nuestra vida. Estas características son aún más notables en las bibliotecas virtuales.
Sería un despropósito despreciar la técnica, pero al mismo tiempo es de fundamental importancia fortalecer a las bibliotecas como ámbitos para el encuentro entre personas, en primer lugar mediante una exposición contextualizada al pensamiento, valores, percepciones, sentires e intereses de otros, que permita a cada uno generar una identidad y una postura propia evolutivas. Esto se logra por asimilación, crítica, oposición y elaboración de los elementos del acervo común, en una confluencia de lo social y lo individual.
También a través de relaciones humanas, mediante las cuales sea posible reconocerse mutuamente; entre usuarios en las actividades culturales, educativas y comunitarias. Asimismo entre bibliotecarios y usuarios; la referencia y la formación de usuarios implican estar presentes, interesados, buscando caminos de manera creativa. El objetivo no es forzar un cambio en los demás, sino acompañarlos y facilitar que accedan a oportunidades de desarrollo como personas, colaborar en su sostenimiento, a veces sólo acompañarlos. Reitero que la tarea docente del referencista debe ser entendida en ese sentido: apoyar a los usuarios para que desarrollen sus potencialidades. Como una labor de ese tipo implica conocer aspectos del pensamiento y actividad de estos, adquieren particular importancia las garantías de reserva en el uso de la información personal.
La identidad tiene relación también con el contexto vital y con las raíces de los seres humanos, por lo cual las bibliotecas deberían interesarse especialmente en incorporar documentos sobre lo local y diferente, lo que tiene que ver con la propia región, vidas e idiosincrasia, para que ese caudal no se pierda y mediante las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la comunicación, forme de hecho y de derecho parte del patrimonio de toda la humanidad. De esta manera se tiende a enfatizar que nuestros usuarios no solo son consumidores, sino generadores de información y conocimiento, de manera tanto individual como colectiva.
Si las bibliotecas difunden la producción de la gente de su lugar de pertenencia, entonces no sólo las élites tendrán presencia en el mundo de la información. Textos de origen supuestamente marginal podrán ser encontrados, valorados por otras personas y conservados para el futuro. Apuntando a este mismo objetivo -apoyar que los usuarios se desarrollen plenamente como personas que viven en una sociedad- sigue siendo tan importante como siempre ayudarlos a que se informen, no solo adquiriendo datos aislados. No basta leer mucho y variado sino que, por ejemplo, en una búsqueda, es necesario entender para qué se busca, qué implicaciones puede tener lo que se encuentre, averiguar si hay diversas interpretaciones, posturas, escuelas, productos, maneras de hacer las cosas. Hacer esa elaboración es una tarea propia del usuario, pero es claro que un referencista puede colaborar en el proceso.
Hemos dicho que las características de medios tales como la TV, Internet, etc, tienden a desdibujar el contexto de la información. También suelen diluirlo las técnicas que utilizamos actualmente para procesarla, gestionarla y recuperarla, por lo cual en muchos casos será necesario que busquemos alguna manera para reconstruir ese entorno, revirtiendo la fragmentación y contribuyendo a que los usuarios accedan a un panorama más humano e integral.
Dicho ambiente contribuirá a que cada persona pueda abrirse a perspectivas nuevas que le aporten opciones para superar errores y limitaciones, elegir, de maneras más sabias, encontrarse con miembros de otros grupos y aprender de ellos, etc. Creo que siempre se necesitará trabajo, tanto para generar como para sostener la existencia de lugares de ese tipo. Ningún conjunto aislado de medidas o acciones sería suficiente; no hay recetas definitivas. Se requerirá una constante labor, sustentada en un compromiso con la sociedad en general y con los usuarios en particular, así como en una teoría que no olvide la complementariedad de las diversas perspectivas sobre la información: la tecnológica, la social y la individual.
Referencias bibliográficas
1. Augé, Marc. 1993. Los no lugares, espacios del anonimato: una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa. 128p.
2. Moreno, Mariano. 1810. Prólogo a la traducción del contrato social de J. J. Rousseau. En su Escritos. Buenos Aires: Coni, 1896.
Revista Información, Cultura y Sociedad N° 15 - 2006
Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras
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