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por Leonardo Moledo
Lindau, Alemania, frente al lago Constanza. Súper encuentro de la ciencia: la 59ª edición del congreso anual que reúne a la plana mayor, en este caso a premios Nobel de Química, con los aspirantes a científicos de primera, venidos de todas partes del mundo.
Después de su horrible fracaso, el jinete pulula entre los 23 premios Nobel y los 600 jóvenes investigadores que se han concentrado en Lindau para hablar, discutir, escuchar conferencias de los grandes “Nobles” de la Academia de hoy. Pero al jinete no le interesan las conferencias, ni los investigadores, ni siquiera los premios Nobel. Al jinete lo acosa una única duda científica, una sola pulsión: ¿dónde está el doctor Harold Kroto, Premio Nobel de Química 1996, por su descubrimiento de los compuestos de carbono llamados fullerenos? Se sienta en un banco situado en el paseo que bordea el lago Constanza, a rumiar su desgracia. Frente a él, un pequeño embarcadero donde se menean algunos barquitos de vela que le recuerdan prodigiosa e irrespetuosamente al Tigre.
Y de repente... Dos camarógrafos toman posición frente a él..., iluminan, prueban, y al segundo un Premio Nobel elegante se sitúa frente a ellos. ¿Pero acaso no se trata del doctor Kroto? ¡Por supuesto! ¡Claro que es el doctor Kroto¡ El jinete derriba a los camarógrafos, que caen al suelo desangrándose, destruye los micrófonos y las cámaras y arroja los restos al lago, acorrala al doctor Kroto contra la pared y le empieza a preguntar. Sin preámbulos. Y el doctor Kroto, atemorizado a pesar de ser un Premio Nobel, contesta.
–Hay mucha gente que cree que la ciencia va a salvar a la sociedad, y hay mucha gente que le tiene miedo a la ciencia y piensa que nos va a llevar a la debacle. ¿Qué cree usted?
–Bueno, es un gran problema. Creo que nadie puede negar que la expectativa de vida ha aumentado muchísimo, que la tecnología ha ayudado a hacer mejores las vidas de las personas (a través de inventos como, por ejemplo, la penicilina). El gran problema es que la tecnología actualmente es extraordinariamente poderosa y está en manos de personas que podrían destruir a la humanidad. No sé la respuesta a su pregunta, no sé si la ciencia es en sí misma buena o mala. Creo que tenemos un problema.
–Hábleme, siga hablando...
–En el pasado (tal como ahora) había entre un 1 y un 5 por ciento de la gente que tenía serios disturbios mentales. Pero la diferencia es que, cuando mataban gente, debían hacerlo de a uno por vez. El asunto es que ahora, con la tecnología nuclear, uno puede destruir una ciudad entera. Está el caso de Hiroshima, de Dresde. El problema es, entonces, que seguimos contando con ese 5 por ciento de gente con serios disturbios mentales, pero ahora tienen en sus manos armas incomparablemente más poderosas y sacan provecho de eso. No hay más que mirar al Medio Oriente para darse cuenta de eso. Hay muchos niveles en los que se utiliza la tecnología para ejercer la violencia. Y siendo tan poderosa, corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos. Yo no sé si podemos determinar si la ciencia y la tecnología son en sí mismas beneficiosas o perjudiciales. Por un lado, se ha aumentado notablemente la esperanza de vida, se ha disminuido la mortalidad infantil (en el siglo XVIII morían millones de chicos antes de los 8 años). Eso es un avance claro para el bienestar de la humanidad.
–Bueno, uno podría pensar en Troya, o Cartago, y la cantidad de muertes producidas allí también es pavorosa.
–Sí, pero es diferente. Porque, como le decía, tenían que matar de a uno por vez. No existía una bomba que uno tiraba y destruía todo en un segundo. Aunque se terminó destruyendo la ciudad, demoraron más de diez años. Hoy en día, 25 personas pueden matar tranquilamente a 5000 personas. Pienso en el caso del World Trade Center. Y ni hablar de las armas nucleares. Eso es algo que en la Antigüedad no pasaba, cuando no existía la tecnología moderna. Lo increíblemente estúpido es que sigamos creando los medios para que este 5 por ciento de lunáticos destruya a la humanidad de a poco. Eso es, ciertamente, un gran inconveniente.
–¿Y qué cree que va a pasar?
–Bueno, esa no es mi especialidad, y no soy demasiado bueno prediciendo cosas. No soy más inteligente que usted.
–Gracias.
–Lo que sí puede ser es que tenga un poco más de conocimiento técnico y, por lo tanto, conozca mejor los riesgos de las armas nucleares. Es terriblemente peligroso que estas tecnologías estén en manos de personas que no se caracterizan en absoluto por ser cuidadosas. El problema es que ahora estamos siendo llevados a la aplicación de tecnologías en una escala muy grande, pero no sabemos a dónde nos va a llevar esa aplicación. El ejemplo es el DDT, el arma más efectiva y poderosa contra la malaria que tenemos, que terminó provocando muchas muertes. ¿Qué pasará? Creo que es posible que de acá a 40 años naciones lunáticas (entre las que se incluyen los Estados Unidos y Gran Bretaña) continúen creando armas nucleares, que seguirán estando en manos de grupos de gente muy pequeños que seguirán utilizándolas de manera muy destructiva.
–¿Y qué piensa que deben hacer los científicos?
–Bueno, son muchos los científicos que trabajan duro para lograr que los países decomisen sus armas nucleares. Pero los países no se hacen demasiado eco de eso. Hasta que las naciones nucleares como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos no se deshagan de sus armas nucleares, no creo que Corea o Irán se deshagan de las suyas. Pero eso no está del todo claro. ¿Por qué habría de desprenderse de sus armas Irán si EE.UU. y Gran Bretaña no lo hacen? Estos son temas socio-políticos y socio-económicos en los que yo no soy especialista.
–¿Y qué significa para usted la ciencia?
–Creo que tiene por lo menos tres aspectos.
–A ver...
–Uno es el conocimiento causal: sabemos, por ejemplo, algunos aspectos de cómo funciona el universo. El segundo es la aplicación tecnológica: ese conocimiento que adquirimos lo podemos utilizar para cosas útiles, como motores eléctricos, o automóviles. Y el tercero, el más importante, es el método que usamos para analizar la evidencia. Para mí es el único método válido de arribar a conclusiones sobre las bases de la evidencia. Creo que si no se hace eso, si no se utiliza el método científico, se recae necesariamente en errores. No quiero decir que el método científico sea infalible: también se pueden cometer errores utilizando este método. Pero si se observa bien la evidencia y se aprende a analizarla correctamente, y luego se aprende a ponerla a prueba y a ver si lo que se descubrió se corresponde con la realidad, entonces la posibilidad de error se minimiza. Para mí es una actitud que sirve para resolver cualquier problema: basarse en la evidencia, y no en lo que a uno le gustaría que fuera.
–¿La ciencia aprehende la verdad?
–Sin duda. Uno trata de conocer las cosas tal cual son, basándose en la evidencia (que es lo central). Cuando no se tiene evidencia, cualquier cosa vale y así emergen todas las visiones estúpidas de la raza humana, y uno tiene todas las religiones. Eso no significa que sean útiles o no. Pueden ser verdaderas. Pero no hay ninguna evidencia que las sostenga.
–Pero la pregunta es... la ciencia, ¿solamente construye modelos que más o menos encajan con la realidad? ¿O encuentra la verdad en un sentido más bien filosófico?
–Bueno, yo diría que no hay una verdad indiscutible, independiente de toda filosofía. Los experimentos siempre tienen razón. Uno no tiene una teoría que explica algo y luego a partir de esa teoría interpreta la realidad de tal manera que cuando algo coincida con la teoría uno sienta que está encaminado a comprender la realidad. Si hablamos, por ejemplo, de las verdades que hay en la cabeza de la gente, cada uno tiene su propia verdad particular. Se puede sentir que algo es verdad, aunque no lo sea, y de ahí que haya budistas, y católicos, y judíos, todos con sus verdades parciales. Eso no tendría por qué enfrentarlos.
–Mmmm...
–Yo lo pienso como científico: si yo descubro y publico que tal y tal cosa pasan y viene otro científico y dice que eso es mentira, no me voy a pelear con él.
–¿En serio?
–Vamos a contrastar nuestros resultados y vamos a llegar a alguna conclusión en conjunto. Esa es la causa por la que la ciencia es diferente de todo el resto de las cosas. Eso ocurre porque la ciencia es independiente de las creencias de la gente. La ciencia depende de la manera en que la ciencia es. Una teoría puede no ser lo suficientemente sofisticada, o nuestros experimentos pueden no ser lo suficientemente agudos como para determinar una verdad, pero todo eso es perfectible: las teorías se pueden refundar y refinar. Las teorías nos pueden servir para movernos hacia adelante, hasta encontrar un obstáculo que nos impide movernos y entonces tenemos que refinarlas. De todos modos, toda teoría es una buena aproximación a una teoría más precisa. Esos son aspectos de lo que la ciencia es. Pero al fin de cuentas, la ciencia es un método de análisis o de estudio de problemas que van más allá de las aplicaciones que se puedan hacer. Es una manera de enfrentarse al mundo y de mirarlo y de cuestionarlo y de acercarse a la verdad universal, que, por definición, tiene que ser completamente independiente de los hombres particulares. Con las teorías podemos aproximarnos muy bien a esa verdad, aunque tal vez no se pueda aprehender en su totalidad. Pero dígame (señalando a los camarógrafos que se desangran en el suelo)... ¿no habría que ayudar a estos hombres?
El jinete ni le contesta y se marcha satisfecho. El reguero de sangre cruza el asfalto del paseo, y se derrama en el lago, justo en el medio del embarcadero, tan prodigioso e impertinentemente parecido al Tigre.
Diario Página12 5/8/2009.-
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por Leonardo Moledo
Lindau, Alemania, frente al lago Constanza. Súper encuentro de la ciencia: la 59ª edición del congreso anual que reúne a la plana mayor, en este caso a premios Nobel de Química, con los aspirantes a científicos de primera, venidos de todas partes del mundo.
Después de su horrible fracaso, el jinete pulula entre los 23 premios Nobel y los 600 jóvenes investigadores que se han concentrado en Lindau para hablar, discutir, escuchar conferencias de los grandes “Nobles” de la Academia de hoy. Pero al jinete no le interesan las conferencias, ni los investigadores, ni siquiera los premios Nobel. Al jinete lo acosa una única duda científica, una sola pulsión: ¿dónde está el doctor Harold Kroto, Premio Nobel de Química 1996, por su descubrimiento de los compuestos de carbono llamados fullerenos? Se sienta en un banco situado en el paseo que bordea el lago Constanza, a rumiar su desgracia. Frente a él, un pequeño embarcadero donde se menean algunos barquitos de vela que le recuerdan prodigiosa e irrespetuosamente al Tigre.
Y de repente... Dos camarógrafos toman posición frente a él..., iluminan, prueban, y al segundo un Premio Nobel elegante se sitúa frente a ellos. ¿Pero acaso no se trata del doctor Kroto? ¡Por supuesto! ¡Claro que es el doctor Kroto¡ El jinete derriba a los camarógrafos, que caen al suelo desangrándose, destruye los micrófonos y las cámaras y arroja los restos al lago, acorrala al doctor Kroto contra la pared y le empieza a preguntar. Sin preámbulos. Y el doctor Kroto, atemorizado a pesar de ser un Premio Nobel, contesta.
–Hay mucha gente que cree que la ciencia va a salvar a la sociedad, y hay mucha gente que le tiene miedo a la ciencia y piensa que nos va a llevar a la debacle. ¿Qué cree usted?
–Bueno, es un gran problema. Creo que nadie puede negar que la expectativa de vida ha aumentado muchísimo, que la tecnología ha ayudado a hacer mejores las vidas de las personas (a través de inventos como, por ejemplo, la penicilina). El gran problema es que la tecnología actualmente es extraordinariamente poderosa y está en manos de personas que podrían destruir a la humanidad. No sé la respuesta a su pregunta, no sé si la ciencia es en sí misma buena o mala. Creo que tenemos un problema.
–Hábleme, siga hablando...
–En el pasado (tal como ahora) había entre un 1 y un 5 por ciento de la gente que tenía serios disturbios mentales. Pero la diferencia es que, cuando mataban gente, debían hacerlo de a uno por vez. El asunto es que ahora, con la tecnología nuclear, uno puede destruir una ciudad entera. Está el caso de Hiroshima, de Dresde. El problema es, entonces, que seguimos contando con ese 5 por ciento de gente con serios disturbios mentales, pero ahora tienen en sus manos armas incomparablemente más poderosas y sacan provecho de eso. No hay más que mirar al Medio Oriente para darse cuenta de eso. Hay muchos niveles en los que se utiliza la tecnología para ejercer la violencia. Y siendo tan poderosa, corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos. Yo no sé si podemos determinar si la ciencia y la tecnología son en sí mismas beneficiosas o perjudiciales. Por un lado, se ha aumentado notablemente la esperanza de vida, se ha disminuido la mortalidad infantil (en el siglo XVIII morían millones de chicos antes de los 8 años). Eso es un avance claro para el bienestar de la humanidad.
–Bueno, uno podría pensar en Troya, o Cartago, y la cantidad de muertes producidas allí también es pavorosa.
–Sí, pero es diferente. Porque, como le decía, tenían que matar de a uno por vez. No existía una bomba que uno tiraba y destruía todo en un segundo. Aunque se terminó destruyendo la ciudad, demoraron más de diez años. Hoy en día, 25 personas pueden matar tranquilamente a 5000 personas. Pienso en el caso del World Trade Center. Y ni hablar de las armas nucleares. Eso es algo que en la Antigüedad no pasaba, cuando no existía la tecnología moderna. Lo increíblemente estúpido es que sigamos creando los medios para que este 5 por ciento de lunáticos destruya a la humanidad de a poco. Eso es, ciertamente, un gran inconveniente.
–¿Y qué cree que va a pasar?
–Bueno, esa no es mi especialidad, y no soy demasiado bueno prediciendo cosas. No soy más inteligente que usted.
–Gracias.
–Lo que sí puede ser es que tenga un poco más de conocimiento técnico y, por lo tanto, conozca mejor los riesgos de las armas nucleares. Es terriblemente peligroso que estas tecnologías estén en manos de personas que no se caracterizan en absoluto por ser cuidadosas. El problema es que ahora estamos siendo llevados a la aplicación de tecnologías en una escala muy grande, pero no sabemos a dónde nos va a llevar esa aplicación. El ejemplo es el DDT, el arma más efectiva y poderosa contra la malaria que tenemos, que terminó provocando muchas muertes. ¿Qué pasará? Creo que es posible que de acá a 40 años naciones lunáticas (entre las que se incluyen los Estados Unidos y Gran Bretaña) continúen creando armas nucleares, que seguirán estando en manos de grupos de gente muy pequeños que seguirán utilizándolas de manera muy destructiva.
–¿Y qué piensa que deben hacer los científicos?
–Bueno, son muchos los científicos que trabajan duro para lograr que los países decomisen sus armas nucleares. Pero los países no se hacen demasiado eco de eso. Hasta que las naciones nucleares como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos no se deshagan de sus armas nucleares, no creo que Corea o Irán se deshagan de las suyas. Pero eso no está del todo claro. ¿Por qué habría de desprenderse de sus armas Irán si EE.UU. y Gran Bretaña no lo hacen? Estos son temas socio-políticos y socio-económicos en los que yo no soy especialista.
–¿Y qué significa para usted la ciencia?
–Creo que tiene por lo menos tres aspectos.
–A ver...
–Uno es el conocimiento causal: sabemos, por ejemplo, algunos aspectos de cómo funciona el universo. El segundo es la aplicación tecnológica: ese conocimiento que adquirimos lo podemos utilizar para cosas útiles, como motores eléctricos, o automóviles. Y el tercero, el más importante, es el método que usamos para analizar la evidencia. Para mí es el único método válido de arribar a conclusiones sobre las bases de la evidencia. Creo que si no se hace eso, si no se utiliza el método científico, se recae necesariamente en errores. No quiero decir que el método científico sea infalible: también se pueden cometer errores utilizando este método. Pero si se observa bien la evidencia y se aprende a analizarla correctamente, y luego se aprende a ponerla a prueba y a ver si lo que se descubrió se corresponde con la realidad, entonces la posibilidad de error se minimiza. Para mí es una actitud que sirve para resolver cualquier problema: basarse en la evidencia, y no en lo que a uno le gustaría que fuera.
–¿La ciencia aprehende la verdad?
–Sin duda. Uno trata de conocer las cosas tal cual son, basándose en la evidencia (que es lo central). Cuando no se tiene evidencia, cualquier cosa vale y así emergen todas las visiones estúpidas de la raza humana, y uno tiene todas las religiones. Eso no significa que sean útiles o no. Pueden ser verdaderas. Pero no hay ninguna evidencia que las sostenga.
–Pero la pregunta es... la ciencia, ¿solamente construye modelos que más o menos encajan con la realidad? ¿O encuentra la verdad en un sentido más bien filosófico?
–Bueno, yo diría que no hay una verdad indiscutible, independiente de toda filosofía. Los experimentos siempre tienen razón. Uno no tiene una teoría que explica algo y luego a partir de esa teoría interpreta la realidad de tal manera que cuando algo coincida con la teoría uno sienta que está encaminado a comprender la realidad. Si hablamos, por ejemplo, de las verdades que hay en la cabeza de la gente, cada uno tiene su propia verdad particular. Se puede sentir que algo es verdad, aunque no lo sea, y de ahí que haya budistas, y católicos, y judíos, todos con sus verdades parciales. Eso no tendría por qué enfrentarlos.
–Mmmm...
–Yo lo pienso como científico: si yo descubro y publico que tal y tal cosa pasan y viene otro científico y dice que eso es mentira, no me voy a pelear con él.
–¿En serio?
–Vamos a contrastar nuestros resultados y vamos a llegar a alguna conclusión en conjunto. Esa es la causa por la que la ciencia es diferente de todo el resto de las cosas. Eso ocurre porque la ciencia es independiente de las creencias de la gente. La ciencia depende de la manera en que la ciencia es. Una teoría puede no ser lo suficientemente sofisticada, o nuestros experimentos pueden no ser lo suficientemente agudos como para determinar una verdad, pero todo eso es perfectible: las teorías se pueden refundar y refinar. Las teorías nos pueden servir para movernos hacia adelante, hasta encontrar un obstáculo que nos impide movernos y entonces tenemos que refinarlas. De todos modos, toda teoría es una buena aproximación a una teoría más precisa. Esos son aspectos de lo que la ciencia es. Pero al fin de cuentas, la ciencia es un método de análisis o de estudio de problemas que van más allá de las aplicaciones que se puedan hacer. Es una manera de enfrentarse al mundo y de mirarlo y de cuestionarlo y de acercarse a la verdad universal, que, por definición, tiene que ser completamente independiente de los hombres particulares. Con las teorías podemos aproximarnos muy bien a esa verdad, aunque tal vez no se pueda aprehender en su totalidad. Pero dígame (señalando a los camarógrafos que se desangran en el suelo)... ¿no habría que ayudar a estos hombres?
El jinete ni le contesta y se marcha satisfecho. El reguero de sangre cruza el asfalto del paseo, y se derrama en el lago, justo en el medio del embarcadero, tan prodigioso e impertinentemente parecido al Tigre.
Diario Página12 5/8/2009.-
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