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martes, 6 de abril de 2010

Richard Layard: "Ahora podemos medir la felicidad de la gente"

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por Juana Libedinsky



Supongamos que mañana le suben el sueldo. ¡Qué contento estaría! Ahora, supongamos que pasado mañana se entera de que se le subió el sueldo a todos sus compañeros, pero a usted un poco menos. Felicidad evaporada. Según Richard Layard, usted no es un monstruo por sentir así. De hecho, para Lord Layard of Highate, el fundador del Centro para la Performance Económica de la London School of Economics (LSE), sus sentimientos son tan perfectamente normales que son la causa de que en los países del Primer Mundo, aunque haya aumentado el PBI, los niveles de felicidad de la población hayan quedado estancados en los últimos 25 años años.

Layard, ex presidente del grupo de política macroeconómica de la comisión europea, asesor de Tony Blair y una de las figuras de mayor prestigio de la Cámara de los Lores británica, lo explica en su nuevo estudio La felicidad. Lecciones de una nueva ciencia . El libro, que ya fue traducido al castellano, sacudió a la prensa y a la opinión pública británicas hasta tal punto que el candidato conservador a primer ministro, David Cameron, famoso por su habilidad para "darse cuenta desde dónde sopla el viento y girar acorde", según The Times, declaró al matutino que el objetivo del gobierno no debería ser aumentar el PBI sino el nivel de bienestar general, citando la tesis del laborista Layard.

En Felicidad , Layard cuenta cómo por primera vez se puede medir la felicidad de una población de una manera objetiva. Y que los resultados de décadas de encuestas y escaneos cerebrales muestran que, una vez pasado el nivel de subsistencia, lo que nos importa de verdad es si el pasto del vecino es más verde que el nuestro.

"Obviamente, para quienes viven con menos del sueldo mínimo un aumento en el ingreso contribuye a la felicidad. Lo vemos en los países pobres y vemos también que los países ricos son más felices que los pobres. Pero una vez que se supera ese punto, lo que la gente quiere es un mayor ingreso en comparación con los demás. Esto significa que si el país entero se vuelve más rico, no aumenta la felicidad de sus habitantes porque todos se volvieron más ricos y entonces no aumenta su ingreso relativo", resume.

El encuentro es en las oficinas de Layard en la LSE, en el microcentro de Londres. Alumnos estresados buscando exámenes suben y bajan las escaleras y no están alrededor los jardines centenarios de Oxford o Cambridge sino una avenida llena de autos y smog.

Sin embargo, todo alrededor de Layard emana paz. Sus ojos tienen un destello permanente, termina las frases con una suave sonrisa y, en los debates televisados en los que todos se exaltan, nunca parece perder su calma total. Aun de saco y corbata parece más un monje budista que un asesor político y una eminencia académica de una ciencia hipercompetitiva. Por eso no es del todo sorprendente su respuesta a la eterna pregunta de si el dinero hace la felicidad. "Definitivamente no en los países del Primer Mundo", dice. Y aclara: "Tenemos muchísima evidencia empírica que lo prueba, como las encuestas donde la gente declara cuán contenta se siente y que podemos cruzar con los datos respecto de su ingreso y el ingreso de su vecindario, su ocupación y todo lo necesario para ver qué es y qué no es importante".

- Pero, por qué un prestigioso economista británico se vuelca a algo tan alternativo como los estudios sobre la felicidad?

-Leí a Bentham durante mis estudios de grado y me pareció desde entonces obvio que las mejores sociedades son aquellas en las cuales la mayor cantidad de gente posible es más feliz y que, por ende, las políticas públicas deberían estar diseñadas para lograrlo. Estudié economía porque creo que es la única disciplina que piensa en términos de los beneficios que pueden obtenerse si uno hace una cosa en vez de otra, pero siempre me pareció muy limitada la visión que ofrecía respecto de qué hace a la gente feliz. Sin embargo, recién en estos últimos años, cuando tomé contacto con los avances en la neurología, todo me cerró, porque ahora se encontró el área del cerebro en que la gente experimenta la felicidad, y el concepto de electromagnetismo de esas zonas está directamente relacionado con lo que la gente dice respecto de sentirse o no feliz. Por fin podemos pensar en la felicidad como un fenómeno objetivo y estudiarlo en términos de políticas públicas.

- ¿El gobierno debería legislar para la felicidad?
-No creo que pueda hacerlo directamente. Lo que puede hacer es crear condiciones para que la gente esté feliz. Esto no es nuevo, por eso tenemos policía, servicios públicos y demás; es una idea que viene del Iluminismo. La diferencia es que hasta ahora no se podía formular nada de manera precisa porque había poca evidencia empírica.

- ¿El gobierno tiene que subir los impuestos para que seamos más felices?

-Lo único que señalo es que los impuestos tienen una función extra que hasta ahora había pasado inadvertida. Típicamente los economistas dicen que los impuestos son distorsivos porque llevan a que la gente trabaje menos. Yo pregunto si no es una ventaja desincentivar que la gente siga en el juego de suma cero que es trabajar para aumentar su posición social y económica en relación con la de los demás. Así, es bueno que los impuestos desalienten un exceso de trabajo que sólo busca hacernos más ricos que el vecino. Por eso digo que los impuestos no sólo sirven para financiar los servicios públicos y redistribuir el ingreso sino también para que la población preserve el equilibrio entre trabajo y tiempo libre.

- ¿Pero qué pasa si uno tiene la sospecha de que parte de sus impuestos quedan en los bolsillos de políticos y funcionarios?

-En ese caso uno no estará a favor de pagar tantos impuestos. Lo único que yo digo es que, sea cual sea la visión que tengamos al respecto, hay que agregarle esta nueva perspectiva, que puede hacer que miremos a los impuestos de manera más favorable.

- ¿Qué hay de la gente con depresión? No hay riqueza, política o impuestos que puedan hacer más feliz a ese grupo...

-Esa es mi obsesión. Sabemos que en los países desarrollados la principal causa de infelicidad es la enfermedad mental. Una de cada seis personas sufre de depresión clínica o desórdenes de ansiedad crónica que son perfectamente tratables, pero en la mayor parte de los países menos de un cuarto de quienes sufren estos problemas son asistidos. ¡Una de las principales causas de infelicidad es de fácil arreglo y no lo aprovechamos! El Estado debería ofrecer las drogas adecuadas, o una terapia conductivista ( cognitive behavioural therapy ) de no más de 15 sesiones.

- Sabrá que en la Argentina es muy común el psicoanálisis

-Sí, pero no lo recomiendo. La terapia conductivista es un tratamiento corto muy estructurado que ayuda al paciente a aceptar que tiene un problema, no para que pretenda eliminarlo sino para que lo maneje y construya a partir de elementos positivos, los que le son propios y los de su entorno.


La Nación 6/8/2006


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con respecto a que el psicoanálisis es muy común en la Argentina, cabría agregar que en una oportunidad la escritora chilena Isabel Allende dijo que ella creía que el psicoanálisis era para los locos y para los argentinos. Gus.

Meli Suarez dijo...

Muy bueno el articulo