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viernes, 6 de mayo de 2011

La máquina de borrar

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por Enrique Pinti



El tiempo pasa y se lleva referencias, hábitos, costumbres, nombres y sucesos que, extraviados en la niebla del pasado, van perdiendo vigencia e importancia. Sólo la memoria de los que sobreviven es testigo de que esos hábitos, costumbres, nombres y sucesos acaecieron. La a veces frágil memoria humana confunde y olvida, y si no existieran los memoriosos que se dan cuenta de lo importante que es recordar y pasar de generación en generación los datos y particularidades que hacen de cada uno de nuestros actos individuales o colectivos algo importante y definitorio de épocas y períodos históricos, el pasado sería materia muerta y descartable. El pasado es un territorio que no por superado debe tener que convertirse en tinieblas y olvidos. En primer lugar, porque de ahí venimos y ahí aprendimos y comprendimos las pautas de vida que se plasmaron en un presente que poco a poco fue pasado y que se proyectó en un futuro que, con velocidad muchas veces acelerada por acontecimientos fuertes, traumáticos y decisivos, se convirtió en pasado.

Lo pasado pisado es un dicho popular que expresa el deseo humano y lógico de superar etapas, sobre todo etapas oscuras y negativas. Pero ese deseo a veces oculta el nefasto sentido de negación que, lejos de ayudar a remontar aquellas malas situaciones, logra lo opuesto, o sea la repetición de viejos errores por no estar alertas y por olvidar los porqués de cada uno de nuestros pesares. Lo ideal sería vivir el presente sin olvidar el pasado y pensando en el futuro, pero ya se sabe que los humanos tendemos a reemplazar lo ideal por el tan socorrido es lo que hay y asumimos actitudes de negación del pasado con el seudooptimismo positivo que encierran frases como yo no vivo en el pasado, estoy vigente y me siento lo suficientemente joven como para pensar sólo en el hoy y en el mañana.

Y todo estaría muy bien si no aniquiláramos junto con lo malo a todo lo bueno que hay en nuestro ayer.

En las últimas décadas el dinosaurio que firma estas líneas ha observado una borratina mucho más acelerada que en otras épocas de nombres y fenómenos de todo tipo que conmovieron al mundo. El terreno es tan amplio que quisiera enfocar un solo tema que, desde ya, no es el más importante, pero es el que más conozco: el arte y el espectáculo. ¿Cómo puede ser que un nombre como el de Luis Sandrini, rey del humor, la simpatía y la emoción sencilla, se haya olvidado y para personas de más de 20 años (algunos estudiantes de teatro) sea un apellido que no les dice nada? En mis épocas de estudiante de teatro mis maestros nombraban a Orfilia Rico -primera actriz que había estrenado Las de Barranco-, la compañía Arata, Simari, Franco o los hermanos Podestá, y en el cine legendario y fundador del primer Hollywood se citaban nombres como los de Pola Negri, Theda Bara o Vilma Banky, que eran absolutamente desconocidos para nosotros, imberbes quinceañeros, que aprendimos e incorporamos. La divina Greta Garbo se había retirado del cine cuando yo tenía 2 años. Sin embargo, gracias a una semana dedicada a ella en 1957, pude admirar su Margarita Gauthier y entró en mi olimpo privado de ídolos inolvidables; redescubrí a Chaplin, del que sólo recordaba su Carlitos en los reestrenos de Tiempos modernos, hecha antes de que yo naciera, y admiré a Bette Davis desde las frecuentes emisiones televisivas en la década del 60 de films hechos 25 años antes.

No quiero decir que todo tiempo pasado fue mejor en todo, pero en algunos aspectos hemos retrocedido y un avance tecnológico muy acelerado ha relegado al olvido cosas fundacionales e imprescindibles para comprender de dónde venimos realmente. La mala costumbre de una parte de la juventud de creer que ellos estrenaron todo y su ignorancia acerca de lo que pasó antes de que ellos nacieran es, como mínimo, alarmante e indica una falta de lógica de funestas consecuencias. Somos un hoy que viene de ayer y se proyecta en un mañana. Y todo vale, nada debe ser aniquilado por la máquina de borrar.



La Nación Revista 30/4/2011


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