por Maria Brito
Licenciada en Ciencias de la Educación - UBA
Magister en Ciencias Sociales - FLACSO
En la actualidad, el estudio no es ajeno a los efectos de las nuevas tecnologías. El mundo digital abre un enorme caudal de información que impacta de un modo particular en los modos de leer, de escribir y, en especial, de estudiar.
Que a la escuela se va a estudiar es una verdad de Perogrullo. Y que el buen alumno es aquel que estudia es una convicción fuertemente asentada en la tradición escolar. Ejercicios y lecciones, trabajos prácticos y exámenes son solo algunas de las formas mediante las cuales la escuela, durante su larga historia, nos ha propuesto poner en movimiento una práctica hecha propia -el estudio- de manera tal de obtener una identidad particular:-ser alumno, un buen alumno.
Estudiar resulta una práctica tan propia del recorrido escolar en sus distintas escalas, que analizar los complejos aprendizajes que encierra y las específicas intervenciones de la enseñanza que demanda nos exige cierto distanciamiento. También nos exige cierta problematización ya que, en tanto estudiar forma parte natural de la vida cotidiana escolar, algunas veces tendemos a dar por hecho que nuestros alumnos dominen de manera fluida los saberes implicados en esta práctica. Y comprobar que estos saberes no están o que están a medias nos enfrenta, por un lado, a esa sensación de que nuestra tarea se dificulta ya que deberemos resignar el trabajo con los ontenidos que teníamos planeado enseñar y, por otro lado, a confirmar la lectura algo nostálgica de que “buenos alumnos eran los de antes”. Ahora bien, ¿qué es necesario saber para estudiar? La pregunta suena extraña. Pero es necesaria porque, justamente, nos permite desnaturalizar esa práctica, desandar los caminos para que alumnas y alumnos aprendan, pensar en nuestra guía para ese recorrido. Hay un rasgo importante a poner de relieve: estudiar supone una relación particular entre el leer y el escribir. Cuando estudiamos, la lectura y la escritura dialogan en el ir y venir entre textos y hacia la construcción de otros nuevos. Evocar una imagen de estudio nos ubica en un escenario plagado de libros, donde un estudiante recorre estantes de bibliotecas, busca a través de rápidas lecturas de índices, hace marcas en distintas páginas, escribe notas en un papel, borrando y volviendo a escribir. Sucede que actualmente el estudio, en tanto práctica que involucra el leer y el escribir, no está exento de los efectos que conllevan las nuevas tecnologías de la información.
Y, entonces, esa imagen asentada durante siglos hoy parece desdibujarse y compartir su carácter privilegiado con una nueva práctica. Las tres letras clave del mundo digital - www- nos abren un panorama desbordante en información que impacta en una forma particular en nuestros modos de leer, de escribir y, específicamente, de estudiar.
Con seguridad, la mayoría de nosotros ha experimentado alguna vez la experiencia de conectarse a internet para buscar algún tema específico y, luego de algunas horas de navegación, encontrarnos frente a una página bien alejada de lo que buscábamos pero que, igualmente, atrae nuestra atención. Y, también, con seguridad la sensación de impro ductividad nos haya hecho volver a los estantes de nuestra propia biblioteca en busca de aquella información que dio origen a nuestro recorrido virtual. Información que, aunque quizás menos actualizada resulta, al menos, rápidamente hallable. El cansancio propio del estudio clásico, ese producido por las horas de lectura monótona frente a un libro y de repetidos intentos de escritura sobre una hoja de papel, hoy se transforma y reaparece en la fatiga que produce la saturación de textos e imágenes por las que nos dejamos llevar de pantalla en pantalla. Al ritmo de esta cierta desorientación y del ensayo y el error de nuestros intentos sabemos, por convicción y también por demanda, que las nuevas tecnologías proponen otras opciones y alternativas de relación con el conocimiento, que necesitan ser incluidas en la escuela. Aunque, al menos todavía, no resulta muy claro cómo darles ese lugar.
De allí que muchas veces nos sorprende y descoloca que, aceptando y estimulando que nuestros alumnos recorran el mundo de la web para realizar algún trabajo de investigación escolar, la respuesta tenga la forma de un texto armado a la manera de un rompecabezas. Así nos encontramos leyendo textos que, haciendo uso del copy & paste, nos presentan información desarticulada, con palabras prestadas de otro autor sin ninguna referencia, con datos poco certeros, y hasta con argumentos contradictorios. El “copiar y pegar”, esa herramienta tan propia de los teclados y las pantallas, aparece como la confirmación de la sospecha sobre lo que viene de la mano de las nuevas tecnologías. Y, desde allí, es factible sostener el espanto ante la empatía tecnológica de niños y jóvenes (Martín Barbero, 2006), y la sanción ante una forma de vinculación con el saber poco aceptable desde los parámetros escolares. Aun reconociendo lo complejo de la tarea de renovar la propuesta de enseñanza de los cambios culturales en el tiempo presente, resulta posible, al menos, incluir algunos elementos de análisis que nos permitan explicar y entender aquello que, de primera mano, nos provoca cierta desazón. Podemos hacerlo a través de un simple ejercicio: en un conocido buscador ingresamos la palabra “célula”, tema biológico clave de la escuela secundaria, y en cuestión de 0.56 segundos se despliegan ante nuestros ojos 6.320.000 resultados. Un número tan significativo como abrumador en el que convive información de variada procedencia, variable rigurosidad y diversa cercanía con el tema de nuestro interés. Ante este panorama, ¿de qué modo, con qué estrategias abordar tal resultado?, ¿qué procedimientos de lectura y escritura son necesarios para afrontar ese cúmulo de información?, ¿cuentan nuestros alumnos con esos recursos? Si no es posible responder a estas preguntas en forma precisa, es probable que nos encontremos leyendo y corrigiendo textos similares a los anteriormente descriptos. Y es que estudiar haciendo uso de la web, por ejemplo a través de una búsqueda para una investigación escolar, supone poner en juego una forma de lectura y de escritura compleja cuyo dominio, más allá de la familiaridad de nuestros alumnos con las nuevas tecnologías, no está dado per se. En el mundo digital, la práctica de la lectura se resignifica al compás de la fragmentación y la multisecuencialidad, entre otros rasgos. Y, por su parte, la práctica de la escritura incorpora, entre otras operaciones, el “cortar y pegar”, y su posibilidad de armar y rearmar los textos de múltiples maneras. Se trata de nuevas modalidades que los dispositivos tecnológicos despliegan, pero que no agotan por sí solas aquellos implicados en el leer y el escribir.
Por eso, aun considerando lo específico que el soporte digital imprime a las prácticas de lectura y de escritura, la primera cuestión para considerar será la propuesta desde la cual estamos invitando a estudiar a nuestros alumnos. En este sentido habrá una diferencia relevante entre una invitación a estudiar alrededor de un problema para resolver -lo cual supone labúsqueda de información, su selección a través de ciertas técnicas y criterios, y su puesta en texto haciendo uso de la reformulación-, y una búsqueda que admita una sencilla y única respuesta posible de elaborar, poniendo en juego la sola operación de “cortar y pegar”.
Es así como lo abrumador de la información disponible en internet y las nuevas operaciones que el soporte digital ofrece -como por ejemplo, el copy & paste actualizan la necesidad de intervención en la enseñanza con relación a las prácticas de la lectura y la escritura. Por eso, si bien es necesario pensar de qué modo la especificidad de un soporte material marca variantes entre las formas de leer y de escribir, tan importante como eso será reconocer que hay una cuestión común que nos toca asumir a los docentes: enseñar a estudiar. Así nuestra tarea se orientará hacia la enseñanza de procedimientos específicos del leer y el escribir, de manera que nuestros alumnos aprendan a trabajar con fuentes bibliográficas, seleccionen información con criterios de validez, discriminen las posiciones de distintos autores, las incluyan en un nuevo texto referenciando su autoría de distintos modos, elaboren escritos adecuados a sus fines, adapten sus estilos y registros, etcétera.
Se trata de hacer del estudio una práctica que, en la escuela, requiere ciertos saberes propios, un aprendizaje por parte de alumnas y alumnos y, en particular, nuestra enseñanza. El historiador de la lectura Jean Hèbrard dice que no es la lectura la que nos hace cultos, sino que hay que ser cultos para entrar en la lectura. Con este sutil juego de palabras, el autor nos habla de la necesidad de acompañar a nuestros alumnos en el ingreso al universo cultural de los textos. Además de señalarnos la importancia de enseñar a leer y a escribir desde todas las áreas escolares, esta idea nos recuerda que los textos despliegan saberes específicos en relación con los campos de conocimiento en los que se inscriben y que, por ende, abrir las puertas para su comprensión requiere orientar a nuestros alumnos preparándolos para su lectura. Lo mismo puede pensarse en relación con la escritura. Y tomando la idea y haciéndola jugar en relación con el estudio,
podríamos decir que no es buen alumno aquel que estudia sino que hay que saber estudiar para ser un buen alumno. De esta manera, quizás este presente de “ebullición cultural”, en el que surgen nuevas herramientas y recursos poco conocidos por la propuesta escolar, sea un tiempo propicio para interrogar nuestras formas de enseñanza, reconociendo aquello que se mantiene y aquello que se recrea en las formas de apropiación del saber y en sus efectos sobre la enseñanza.
Copiar y pegar, entonces, más que una invitación al horror o a la sanción constituye una oportunidad vital para que hagamos de la escuela un lugar donde estudiar sea una propuesta interesante para nuestros alumnos, dándoles la posibilidad de incluirse en el mundo cultural para reinventarlo
Revista El Monitor Noviembre 2009
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