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Por Marie-Helene Brousse
En este artículo que hoy presentamos, M. H. Brousse sostiene que la relación del psicoanálisis y las psicoterapias implica cuestiones políticas decisivas que comprometen el futuro de nuestra práctica. Ante el legislador y el científico, se impone dilucidar las condiciones necesarias para el ejercicio del psicoanálisis. A partir de estos elementos claves
podremos garantizar que se despliegue, aun, un tiempo para el psicoanálisis como síntoma en el siglo XXI.
Partiré del sufrimiento. ¿Por qué? Porque la psicoterapia hace su lecho del sufrimiento psíquico: el sufrimiento del ser hablante, tomado como sujeto. Es un sufrimiento que no puede ya no decirse, que está apremiado por decirse. El psicoterapeuta elige que se lo dirija y el psicoanalista no escapa a su oleada, ni a este primer lugar. No obstante, se desplaza con relación a ella. En el relato de su cura con Freud, Kardiner cuenta una anécdota que lo muestra. A uno de sus antiguos analizantes, que vino a hablarle de su turbación y su inquietud al encontrarse impotente con su mujer después de su análisis, Freud, que había estado silencioso durante la entrevista, al acompañarlo a la puerta le dijo: “siempre supe que Ud. era un buen muchacho”. Freud no se hace cargo del sufrimiento y de la culpabilidad ni carga al paciente.
En un análisis, el sufrimiento es en primer lugar una defensa: una defensa contra lo imposible. ¿De qué se sufre, en efecto? De ser amado o de no serlo, de estar solo o de no estarlo, de hablar o de callarse, de la repetición o de la novedad, de saber o de ignorar, de tener o de perder, de estar lleno o de estar vacío... en fin, todo, absolutamente todo puede hacer sufrir: lo demasiado, lo insuficiente, la nada, lo justo. El sufrimiento del sujeto hablante es una modalidad del decir que implica la impotencia y puede aplicarse a toda representación, hasta a la de no sufrir.
Esta modalidad de la palabra implica, sin embargo, la cercanía de los alrededores de un punto central que se constituirá bajo transferencia como síntoma del sujeto, al mismo tiempo que tiene afinidades con el grito o el aullido. Para el analista reenvía, entonces, a la estructura que implica “la manera en que el lenguaje surge al principio en un ser humano” (1). En eso incluye al Otro. Pero, siempre cerca del grito, no está toda articulada al Otro y no responde totalmente al llamado. Se manifiesta, pues, un real –lo imposible de articular- con el cual ese sujeto se enfrentó. El sufrimiento revela un punto de insoportable, ese punto donde vacila el soporte tomado en el Otro, ordenado por el sentido paternal y donde se rasga el velo del fantasma, es decir, de la realidad. El sufrimiento es pérdida de sentido, pérdida de la pacificación operada por el nombre. Se suspenden el Otro y el objeto. Esta es la razón por la que tiene como damas de honor que le hacen cortejo a la reivindicación, la acusación, la denuncia, la falta, la demanda. Cuando se presenta solo, viene a su lugar un grito o, incluso, un llamado a la muerte como el único significante que parece poder poner fin a la caída. De este grito hacer un llamado, de ese llamado, descompletándolo, hacer un síntoma, de ese síntoma hacer un sujeto en principio supuesto saber, luego un saber expuesto, esto ocurre en un análisis.
Lacan, en el Seminario “El reverso del psicoanálisis” con respecto a la sociedad contemporánea, observa que el discurso de la ciencia funciona como el discurso del amo y que determina hoy en día el lazo social. El discurso de la ciencia ¿se interesa por el sufrimiento? Realmente no. Solo se interesa si amenaza los progresos del saber que reduce la verdad al número y obstaculiza el avance de la reducción del sujeto del inconsciente al silencio de los órganos sobre los cuales opera. Asistimos al despliegue de lo que Lacan anunciaba allí. El sufrimiento del ser hablante se presenta pues en estas condiciones como resto del discurso de la ciencia, herida de la división subjetiva y de la fisura cuando la ciencia no logra volverla a cerrar. Pero al funcionar en el lugar del discurso del amo, la ciencia produce efectos sobre el sujeto: esencialmente el efecto de histerización. Al presentarse como amo, el científico debe responder a las preguntas. Puesto que la verdad se reduce al número y se disocia del sentido, el médico es intimado a hacer cesar el sufrimiento del sujeto que se convierte en objeto de sus cuidados. Cuando no lo logra, se despliega, con su acuerdo y para su alivio, el espacio psicoterapéutico. Las psicoterapias proliferan en la herida abierta del lenguaje, restos del discurso de la ciencia. Pretenden tomar el hábito hasta en los métodos de evaluación y de investigación de los que nos hablaba hace un momento Eric Laurent. Como la ciencia, quieren hacer callar el sufrimiento, pero refiriéndose a una ética de los bienes, es decir, a una lógica de las identificaciones ready made. Cuando la ciencia trasmite sus poderes y las psicoterapias fallan, queda apelar al Estado hacia el cual se dirige la denuncia, bajo la forma jurídica, para que la administre por un recurso a la autoridad. Por esta razón es probable que todos los estados se interesarán en las psicoterapias y pretenderán legislarlas para hacer frente al discurso histérico tal como es modificado por esta nueva articulación del discurso de la ciencia y del discurso del amo. ¿Modificado en qué sentido? Ya no es más el discurso de algunas mujeres rebeldes, de algunas brujas o revolucionarias. Es el discurso dominante. Se anuncia la solución de una psicoterapia bajo el control del Estado, como en Italia luego de la emoción provocada por el asunto Verdiglione, o de una psicoterapia bajo el control de las compañías de seguro privadas o públicas.
Pero ni el medicamento y la ciencia, ni el Estado y la reglamentación constituyen respuestas justas o suficientes al sufrimiento del sujeto hablante. ¿Cuál es la respuesta del psicoanálisis?
El psicoanálisis no es un resto del discurso de la ciencia, aunque el sujeto sobre el que opera es el producto. El psicoanálisis está emparentado al síntoma y el tratamiento que recibe el sufrimiento es el pasaje de la impotencia y de la necesidad a lo imposible y a la contingencia. Su eficacia psicoterapéutica está verificada. Varias exposiciones hicieron referencia a la fórmula famosa de Lacan en Televisión. La voz del que sufre es escuchada. Pero en lugar de completarla por otro que tiene soluciones, las suyas, que jamás serán las del sujeto en su singularidad, el psicoanálisis propone un partenaire particular, otro que no existe e inscribe un lugar vacío allí donde la psicoterapia instala los objetos sociales. Jacques-Alain Miller recordaba en su último curso una expresión de Lacan: el psicoanálisis es una “practica subjetiva” y, en un artículo reciente la mostraba como contemporánea de esta otra expresión de Michel Foucault “la preocupación por sí mismo”. Hablar de “práctica subjetiva” es destacar la irreductibilidad del análisis a todo dispositivo objetivante con pretensiones científicas como a toda maniobra del yo. Respecto a eso, el psicoanálisis es una práctica contemporánea diferente a las psicoterapias por la definición que implica de la relación del sujeto al Otro y al objeto.
En ese mismo Seminario, El reverso del psicoanálisis, Lacan pone también de manifiesto que Freud fracasa cuando cesa de dejarse guiar por el discurso de la histérica. Es un consejo que debemos seguir más que nunca. El discurso histérico contemporáneo, construido como respuesta al discurso de la ciencia, es la verdadera vía de acceso que tenemos al real de la clínica, la única oportunidad para el psicoanálisis de permanecer en el futuro como un síntoma del malestar.
En lo concerniente al sufrimiento, el verdadero lugar a darle se nos indica, como ocurre a menudo, más por el arte que por la intención psicoterapéutica. Pienso en la recuperación de Bacon del cuadro de Velásquez del Papa Inocente X, recuperación entera centrada en el grito y lo real que tiende a extraer. Si el psicoanálisis tiene un futuro, debe ir en esta dirección: extraer el real en juego en la relación del sujeto al Otro.
Se desprende que la relación psicoanálisis-psicoterapia hoy en día es bastante clara para nosotros, a partir del campo del psicoanálisis. Que se vaya a ver a un psicoanalista empujado por el sufrimiento, así como a un psicoterapeuta, queda claro. Que esta experiencia subjetiva tenga efectos terapéuticos, también lo es. Pero el abordaje de la demanda como la evaluación de la eficacia se hace a partir de una referencia al sujeto definido por las coordenadas de la cadena significante y de su posición de goce. Los testimonios del pase permiten demostrarlo al ofrecer un verdadero laboratorio de la clínica analítica. La práctica subjetiva que es un psicoanálisis modifica la relación del sujeto al sentido por una parte, al nombre dado a la diferencia, por otra parte. La cuestión no es pues una cuestión teórica central para el psicoanálisis.
Por el contrario, es una cuestión política decisiva que implica la elección de estrategias que comprometen una cierta parte del futuro del psicoanálisis. Digo una cierta parte, ya que pienso que el futuro del psicoanálisis se basa en primer lugar en la proyección del psicoanálisis mismo como saber, sobre su capacidad para producir y luego formalizar un saber nuevo.
No obstante, para eso es necesario que el psicoanálisis siga pudiendo practicarse, sin impostura: allí se sitúa el problema político.
Ante el legislador y el científico, ¿cómo maniobrar para mantener el campo freudiano? Queda claro que la tentativa de los analistas norteamericanos de ajustarse a los estándares socialmente dominantes se revela un fracaso: cada vez hay menos analistas en los EEUU, cada vez hay menos orientación analítica presente en los lugares donde tradicionalmente son dirigidos los sujetos sufrientes y ello ignorando incluso la eficacia considerada bajo su doble aspecto económico y de desaparición de los síntomas. Otros países enfrentados a esta política pueden servirnos de lección. Por ejemplo, Italia. Estuvimos muy ligados a la EEP, como por otra parte a la ECF, para estudiar de manera detallada estas diferentes estrategias. Se produjeron algunos informes preciosos sobre esta cuestión política.
Parece fundamental en la relación con los diferentes interlocutores sociales, extraer claramente lo que queremos, es decir, lo que consideramos ser las condiciones necesarias para el ejercicio del psicoanálisis. ¿Cuáles son?
• La exigencia absoluta de nuestra formación y de su dominio. El analista es el producto de su propio análisis. Este análisis debe poder, en sus resultados, ser transmitido y dar lugar a la aparición de puntos vivos que constituyen las bases de las investigaciones clínicas posteriores. La evaluación de un análisis se hace en el dispositivo del pase que exige un cierto número de garantías institucionales, aquellas que otorgan una Escuela o una comunidad de trabajo que comparte un cierto número de axiomas y de conceptos, en resumen, que habla una lengua sabia común que permite la circulación y la trasmisión de los hallazgos, la puesta a prueba de las hipótesis. Una Escuela ofrece una comunidad de trabajo suficientemente amplia para permitir un control y un debate colectivo. Tenemos pues su absoluta necesidad. Mantener nuestra formación es un objetivo ante los distintos partenaires institucionales: la universidad, la salud mental, la ciencia, el estado. Nuestros debates sobre las normativas deberán partir de allí.
• Desde un punto de vista estratégico, hay que inspirarse en la posición del analista en la cura en su manejo de la trasferencia. El cálculo de nuestra posición con relación a nuestros partenaires sociales debe preverse de esta forma. Por ejemplo, los estudios académicos son necesarios para la formación del analista, así como el contacto con los dispositivos de la salud mental. Por lo tanto, el analista tiene que utilizar estas instituciones.
• Ser clasificado en la categoría de las psicoterapias es posible. Pero toda tentativa de regular la práctica analítica (cantidad de sesiones, duración de la cura, etc.) del exterior es inaceptable. Amenaza, en efecto, la experiencia y pone en peligro la experiencia subjetiva y ese cuasi-laboratorio de investigación sobre el real clínico que son las curas. Freud decía que se había hecho una herramienta a su medida. Es el caso para cada cura. El dispositivo, si se regula no podría en ningún caso estandarizarse sin que la experiencia que se produzca sea tergiversada. Las normas en psicoanálisis solo siguen a la estructura. Ni el estado, ni la ciencia ni incluso los analistas mismos pueden regular por otra parte la práctica analítica. Cuando Lacan introduce la experiencia del pase, no hace sin embargo, un estándar.
• A partir de estos elementos claves podremos garantizar que se despliegue aun un tiempo para el psicoanálisis como síntoma en el siglo XXI. Somos nosotros quienes debemos asumir la responsabilidad, la que implica hacer progresar el saber enfrentándolo a los cambios de modalidades del lazo social de los cuales el sufrimiento sigue siendo el mejor de los indicadores subjetivos.
1 Lacan Jacques, Conferencias y entrevistas en las Universidades americanas. Scilicet N° 6/7, Seuil, 1976.
Traducido por Patricia Schnaidman / Revisión de la traducción por Silvia Baudini
Virtualia. Año 2 N° 5
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