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martes, 14 de octubre de 2008

Homo ridens: una apología de la risa

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por P a u l i n a R i v e r o W e b e r


La risa es el antídoto para la melancolía. Al homo sapiens (el que piensa), al homo ludens (el que juega) de Huizinga o al homo faber (el que hace) de Max Frisch, Paulina Rivero Weber —autora de Se busca heroína, que reseñamos en este mismo número— nos ofrece ahora su complemento necesario: el hombre que ríe.

Para Marcela, por su risa

Es común considerar que existen ciertos “problemas filosóficos” en los que la filosofía siempre se detiene. Pero ésa es una verdad a medias, porque en realidad no existen “los” problemas filosóficos: cualquier problema, cualquier tema u objeto, es susceptible de ser analizado filosóficamente. Porque la filosofía es una cierta mirada, de la que surge un cierto discurso, con un cierto método en el sentido griego de meta (fin, meta) y odós (camino): un camino hacia una meta que expone el pensar. Pero de manera contraria a esta idea, a lo largo de la historia de la filosofía han existido temas y problemas que han quedado casi en el olvido por considerarse “poco filosóficos”. En su libro sobre María Zambrano,1 Greta Rivara hace hincapié en ello: la demanda de esa filósofa española radica en que muchos temas de fundamental importancia para la filosofía y para la vida fueron relegados por considerarse “poco filosóficos”. En esa especie de miopía filosófica, esos temas difíciles de abordar de manera sistemática encontraron refugio en la literatura filosófica y en la poesía. Y, sin embargo, pensadores hermeneutas como Nietzsche, Heidegger o Gadamer mostrarán que en efecto se puede filosofar, y hacerlo bien, sobre cualquier cosa cuando se sabe hacerlo.2
Entre esos temas casi olvidados por esa mala madre que ha sido la filosofía occidental, la risa tiene el primerísimo lugar. Los pocos filósofos que hablaron de ella durante los primeros dos milenios de la filosofía, lo hicieron casi siempre para infravalorarla, aunque la gran mayoría simplemente la ignoraron. Y esto no deja de ser absurdo pues, como lo muestra Peter Berger en su obra sobre la risa,3 la historia de la filosofía occidental, que inicia con Tales de Mileto, comienza precisamente con el enfrentamiento entre el pensar y la risa: el pensar de Tales de Mileto y la risa de una esclava tracia. En efecto en Teeteto, el Sócrates platónico nos cuenta que:

Estando ocupado Tales en la astronomía y mirando a lo alto, cayó un día en un pozo, y que una sirvienta de Tracia, de espíritu despierto y burlón, se rió, diciendo que quería saber lo que pasaba en el cielo y se olvidaba de lo que tenía frente a sí y ante sus pies.4

Berger se pregunta si existe algún motivo para que la sonriente sirvienta fuese originaria de Tracia. Su respuesta a esa pregunta, apenas intuida y poco desarrollada en su texto, no podría ser más fundamental: para Platón, Tracia era la región donde se situaba el origen del culto al dios Dioniso, el dios de los instintos y de todos los aspectos no racionales del ser humano. De ahí que la clásica anécdota de Tales de Mileto contrapondría al proto-filósofo racional y al proto-cómico dionisiaco, a través de la imagen de la seriedad de Tales y la risa de la esclava tracia. Quedémonos con esta sugerencia, pues tendremos oportunidad de regresar a esta incisiva y nietzscheana intuición de Berger más adelante.

Distingamos antes “lo cómico” de la facultad humana de percibirlo y de la risa en sí. La comedia es un género del teatro dramático que se fundamenta en lo cómico, pero una cosa es lo cómico y otra cosa es el sentido del humor, que es la capacidad humana para percibir algo como cómico o gracioso. La risa es la expresión de esa capacidad e implica, y eso es lo que aquí quiero mostrar, un salto fuera de la cotidianidad provocado por aquello que se ha percibido como gracioso. Aquí me propongo reflexionar sobre las implicaciones existenciales de esa risa que provoca salir de la mirada cotidiana y facilita una perspectiva diferente de un mismo evento y, por lo mismo, puede jugar un papel similar al que ha tenido la obra de arte en los pensamientos de Nietzsche y Heidegger.5

Primeramente notemos que existen muy diferentes tipos de risa: la risa no “es” algo particular, lo que la risa es depende de aquel que ríe. Desde la risa inducida por medio de las cosquillas hasta la risa causada por una buena broma, hay una gran diferencia. Existe también la risa sádica que se mofa del individuo en desgracia: contra ella hablaba Platón. Existe la risa burlona, la cual generalmente oculta envidias y complejos sentimientos. Pero existe también —y ésa es la clave— la risa que es explosión de una alegría vital; las personas con tendencia a reír de esta manera son más vitales que las que no ríen. Y en este escrito me interesa reflexionar únicamente sobre la risa que es producto de esa capacidad de reír, producto del sentido del humor ante una situación indolora e inofensiva , o incluso ante una situación dolorosa para el propio individuo, pero a la vez irremediable, como lo puede ser una enfermedad. Me interesa reflexionar y revalorar este tipo de risa porque ella es indicativa de una cierta facultad para vivir la vida en el marco de lo que el siempre amado Baruj Spinoza llamó la laetitia: la alegría.6 El fin último de toda Ética era para Spinoza, la alegría: nada bueno surge del dolor o de la tristeza. Lo sano es la alegría, y con ella, la risa. Y sin embargo hasta antes de ese maravilloso judío cosmopolita del siglo XVII, la risa fue vista con un desprecio inaudito, vergonzoso para la filosofía misma.

El inicio del deprecio podríamos ubicarlo en el Filebo de Platón, donde concluye que la risa es un vicio, en el cual se ve mermado el dominio de la psique sobre el cuerpo. En La república, el mismo filósofo había condenado la risa violenta, esto es, la carcajada, por ser algo inconveniente, obsceno y perturbador. Aristóteles no se queda atrás y repite una variante de la valoración platónica de la risa: ésta es una mueca de fealdad que deforma el rostro y desarticula la voz. Así, en Occidente las primeras interpretaciones filosóficas de la risa la dejan como un mal indigno de la humanidad. Huelga decir que los padres de la Iglesia tampoco la valoraron en gran medida. Quizá baste con recordar al evangelista Lucas al asegurar que quienes ríen ahora, llorarán después (Lucas, 6, 25) o la sempiterna afirmación de la vida como “un valle de lágrimas”.7

Baruj Spinoza fue el primer filósofo en decir algo verdaderamente positivo sobre la risa. Para este filósofo son dos los afectos fundamentales de los cuales se derivan el resto de las emociones: la alegría y la tristeza. El único camino posible hacia el perfeccionamiento tanto del cuerpo como del espíritu —pues para este filósofo poseen ambos la misma dignidad— es el camino de la alegría: cualquier afecto derivado de la alegría es positivo, mientras que ninguno derivado de la tristeza puede conducir a la perfección ni al bien. De manera que para Spinoza la risa es un bien deseable y resulta benéfica para el cuerpo y el espíritu. Medio siglo después de Spinoza, Francis Hutcheson8 le dio al mundo la base para una de las más sobresalientes teorías sobre la risa: la llamada “teoría de la incongruencia”. Ésta, como su nombre lo indica, considera la risa como una respuesta ante la percepción de una incongruencia. Si bien la paternidad de esta idea parece atribuible a Hutcheson, serán dos filósofos más reconocidos los que muy tenuemente la secunden: Kant y Hegel. Para ambos, en efecto, la risa tiene su origen en la percepción de algo absurdo. Sin embargo, ni uno ni otro estudiaron el fenómeno de la risa como tal y expresan lo anterior en breves renglones. Fue Kierkegaard quien ahondó más en esta idea al encontrar la raíz de lo cómico y lo trágico en la incongruencia propia de la discrepancia y la contradicción. El análisis kierkegaardiano nos deja ver que lo trágico surge de una contradicción sufriente mientras que lo cómico surge de una contradicción indolora: en pocas palabras, podemos decir que sufrimos ante contradicciones que nos dañan y reímos ante incongruencias, ante el absurdo o las contradicciones que no nos dañan, que no representan un peligro inminente para nuestro ser.

De manera cercana a esta idea, la obra filosófica más importante que se ha escrito sobre este tema es, sin lugar a dudas, La risa de Henri Bergson, que también podría incluirse dentro de la teoría de la incongruencia. Bergson ubica la risa como un fenómeno humano con ciertas razones sociales y con ciertas implicaciones éticas: así, para reírnos de lo que nos parece gracioso, dirá sabiamente Bergson, es necesario reprimir otras emociones como la compasión o el amor, para que así la incongruencia no resulte dolorosa. Porque en ciertas ocasiones una incongruencia provoca risa únicamente si el que ríe no se solidariza con los que padecen esa incongruencia, si el que ríe no siente un verdadero amor o una auténtica compasión por aquéllos que son el objeto de la risa. En ese sentido a Bergson le preocupa restringir su estudio sobre la risa a cuestiones filosóficas sobre todo de corte ético o moral. Las contradicciones que nos resultan indoloras y provocan nuestra risa pueden esconder falta de solidaridad y ausencia de amor, como es en el caso de los chistes racistas o sobre personas en desgracia: sólo reprimiendo el sentimiento de amor y empatía puede alguien reírse de esa manera.

El filósofo alemán Joachim Ritter9 agrega algo más a la noción de la risa como respuesta a la incongruencia. Ritter considera que por ser la risa una respuesta ante algo que se considera incongruente y a la vez indoloro, ésta dependerá de aquello que un individuo o sociedad considere como incongruente. Podríamos decir que toda comedia, toda broma y en general todo sentido del humor, es siempre local e histórico, pues como todo lo humano, la risa existe en un cierto espacio y un cierto tiempo: todo chiste es un chiste local. Y en efecto, los chistes o bromas los comprenden sólo aquéllos que comparten una cierta realidad, un cierto universo de significados comunes. El texto de Freud sobre el chiste que, coherentemente con el título, analiza más el chiste que la risa como tal, es un claro ejemplo de lo anterior: los chistes que sirven de materia de análisis para Freud, a duras penas parecen tales ante nosotros. Y cabe aclarar que la posible capacidad de un mexicano para comprender un chiste ruso o reír ante el humor inglés no echa por tierra esta tesis: simplemente demuestra que hay ciertas parcelas de significado que compartimos con los rusos o con los ingleses.

Si bien Ritter ofrece una clave un tanto sociológica para comprender la risa, es Marie Collins Swabey quien da con la clave propiamente filosófica para la comprensión de lo que es la risa.10 Porque filosóficamente hablando, la pregunta es muy simple: ¿qué es la risa? Más allá de las diferentes formas de reír en particular, ¿qué es, en general, la risa? Esa pregunta, sin miedo a una buena metafísica, se traduciría así: ¿cuál es el ser de la risa? Marie Collins responde partiendo de la teoría de la risa como una respuesta a la incongruencia, pero va más allá de ésta. Ella hace notar que al decir que algo es incongruente, se tiene de manera previa un concepto de lo que es congruente. Cada sociedad tiene una cierta concepción de la congruencia y, de acuerdo con ella, percibe lo incongruente como tal. Pero la clave está en que Collins ofrece la razón por la cual reímos ante lo incongruente: en el ser humano, nos dice, existe un impulso básico a ordenar la realidad: la respuesta humana ante el desorden es imponer un cierto orden, para lo cual es del todo necesaria la competencia de la razón. La risa, en cambio, ante la incongruencia o el desorden, no ordena racionalmente, sino que simplemente festeja la incongruencia; percibir algo como gracioso y la risa que ello provoca, dice Collins, es también la expresión del impulso humano básico de ordenar la realidad, sólo que en lugar de ordenarla se le acepta tal y como es y se le festeja. Encontramos aquí nuevamente la imagen de Tales de Mileto y su insuperable seriedad frente a la risa de la muchacha tracia. Tales no soporta la incongruencia y ordena el mundo racionalmente para no morir de desesperación: es el primer filósofo de Occidente. La muchacha tracia, ante la incongruencia de ver al sabio imposibilitado de llevar a cabo la más elemental función, a saber, caminar sin caer, no ordena nada ni pretende regresar las cosas a su quicio. No levanta a Tales ni le dice que tenga cuidado, no se preocupa por la incapacidad de los filósofos para manejarse en la cotidianidad: no ordena el mundo, simplemente rompe a reír. Por eso dice Berger que “la risa cómica es, por decirlo así, el instinto filosófico en clave menor”. Risa y filosofía responden al mismo impulso de diferente manera.

De esta manera las teorías filosóficas sobre la risa pueden encontrar un centro de unión en el pensamiento de Marie Collins Swabey. De hecho se avanza más si se ponen en juego las diferentes teorías en lugar de enfrentarlas unas con otras. La teoría de la risa como expresión de superioridad propia y degradación del otro (que es la que sustenta el rechazo platónico a la risa), se relaciona con el pensamiento de Bergson: resulta en efecto necesario reprimir ciertos sentimientos morales si no se quiere enseñorearse y reír sobre la desgracia ajena. Por su parte, la teoría de la risa como descarga, que encontró adeptos como Sigmund Freud o Kornald Lorenz, implica ya la teoría de la incongruencia: es la incongruencia la que provoca una tensión que requiere ser liberada: la descarga de la risa des-carga al individuo de la tensión ante la incongruencia. Por eso Lorenz podía decir que la risa es una capitulación, un rendirse. Y es que, tal y como lo enseña la hermenéutica moderna,11 podemos lograr una visión más amplia de la realidad si, en lugar de elegir entre una teoría sobre otra, complementamos una con otra ubicándolas desde las perspectivas de cada uno de sus intérpretes. Tanta razón tenían Platón y Aristóteles, como Kant o Hegel: simplemente es necesario ubicar desde qué perspectiva habla cada uno de ellos para comprenderles al interior del propio discurso. Esto nos permitiría también una revalorización de la risa que no denigra, sino que simplemente expresa alegría ante la vida.

Tanto la comedia como la tragedia tienen el poder de arrancar al individuo fuera de su cotidianidad e introducirlo en una experiencia distante de lo ordinario.

Regresemos ahora al símbolo del nacimiento de la filosofía, centrado en la persona de Tales de Mileto, y a la esclava tracia que ríe de él. Comentábamos que Berger veía en este inicio una contraposición entre el proto-cómico y el proto-filósofo: Tales piensa el mundo, la esclava tracia ríe de él: tragedia y comedia aparecen así unidas en el mismo instante en que nace la filosofía. En ese tenor resulta luminoso corroborar el consenso general acerca del origen compartido de la comedia y de la tragedia en el culto a Dioniso. Así como la trag-edia nos remite al canto de machos cabríos, la com-edia, como lo indica Aristóteles, nos remite al canto de la multitud enardecida que participaba en los ritos dionisiacos. Sabemos también que en sus orígenes la comedia tenía un momento asignado dentro de los programas de la tragedia: las piezas satíricas se presentaban después de las obras trágicas y ofrecían la posibilidad de un desahogo cómico: tenemos así la descarga ante la incongruencia a través de la risa: después de la total seriedad de la tragedia seguía la risa curativa; después del dolor, la carcajada, que ni anula ni niega a la tragedia, sino simplemente la hace más soportable.

Lo anterior cobra mayor significado si recordamos que en las teorías sobre la explicación del nacimiento de la tragedia, tanto Schiller12 como Nietzsche13 coincidían en que ésta nació del coro dionisiaco. Para ambos,14 la tragedia arrancaba al individuo fuera de su mundo diario y le permitía ver el mundo de una manera diferente. En ese sentido tanto la comedia como la tragedia tienen el poder de arrancar al individuo fuera de su cotidianidad e introducirlo en una experiencia distante de lo ordinario. Esto implicaría decir que la comedia —y la risa por ella provocada— pueden jugar un papel similar a aquel que juega el arte en el pensamiento de Martin Heidegger: arranca al individuo de la cotidianidad en que se mira sin ver y se oye sin escuchar, para llevarlo a ver y escuchar de una manera nueva y diferente. La comedia y la tragedia, la risa y la filosofía, la jovialidad y la seriedad, la alegría y el dolor no son más que dos formas diferentes de reaccionar ante la percepción de una incongruencia: en una se reacciona ordenando, en otra se acepta la incongruencia y se festeja , el individuo se rinde ante la incongruencia a través de la risa en lugar de intentar imponer un orden racional.

El individuo se rinde ante la incongruencia a través de la risa en lugar de intentar imponer un orden racional.

Hay algo alado, sagrado en la risa, que la filosofía no ha sabido ver. Los libros escritos sobre la verdad, la belleza o la tragedia podrían llenar bibliotecas enteras; sin embargo lo que se ha escrito sobre la risa ha sido muy escaso y lo que se ha escrito sobre ella desde el ámbito de la filosofía ha sido más bien decepcionante. Nietzsche, el filósofo de la fuerza y de la libertad, de la danza, de la risa y del juego, es muestra de un cambio en la valoración de la risa. Y sin embargo resulta sintomático que el primer libro de Nietzsche se dedique al nacimiento del arte trágico: en ese texto concibe la comedia como algo sumamente inferior a la tragedia. Ese texto, escrito en una época en que valoraba ante todo la música de Wagner, conlleva una alabanza a la tragedia y un desprecio total a la comedia. Será más adelante que Nietzsche deje de lado la seriedad wagneriana, para buscar la ligereza de la música del sur: 15 ese cambio corresponde precisamente a la nueva valoración nietzscheana de la risa, que lleva a Zaratustra a preguntarse:

¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida.16

Ante el mismo estímulo, ante la misma realidad, podemos reaccionar de maneras muy diversas: podemos reír o llorar. Es verdad que nuestras reacciones ante la vida no dependen de manera exclusiva de nuestro estado interior: imposible reír ante un gran dolor o ante aquello que consideramos peligroso o dañino. O quizá Nietzsche tenga razón y un iluminado pudiera tener la capacidad de reír ante cualquier tragedia. Pero para nosotros, lejanos a tal supuesta iluminación, resulta impensable reír ante la tragedia. Y sin embargo, quien intenta cultivar el sentido del humor reacciona de manera diferente ante las mismas inclemencias de la vida. Es necesario, en efecto, aprender a reír.

Por todo lo anterior, la expresión “tomarse las cosas con filosofía” misma que se brinda como consejo para aminorar un dolor, es del todo errónea. El que se toma las cosas con filosofía, debe darle un cierto peso teórico a cada palabra, debe cuidar con detenimiento y seriedad la situación a analizar. El verdadero consejo debería decir:“tómate las cosas con ligereza: ríe”. Y no me refiero con ello a la mera superficialidad que invita a tomar todo a la ligera: la ligereza de la que habla Zaratustra nos remite a la profundidad abismal: el pensamiento alado, dirá Nietzsche, se eleva a la ligereza desde la profundidad abismal. No toda superficie es mera liviandad o superficialidad: el arte griego, con su ligereza y su jovialidad, es una muestra de ello.Toda incongruencia indolora, por inofensiva que sea, puede tomarse como una verdadera molestia e incluso como una de las múltiples tragedias cotidianas o puede tomarse simplemente como algo risible, como algo propio de este mundo incongruente en el que nos ha tocado vivir. Hoy en día los médicos anuncian la influencia del estado anímico de la persona en el proceso de sanación de una enfermedad: corroboran, día con día, que el que ríe de su destino, incluso el que ríe de su enfermedad se cura más pronto y mejor que el que se dedica a llorarla.

Sí, la vida es en gran medida un estado emocional. Y si todo lo anterior es verdad, la existencia humana depende más del estado anímico propio que de la realidad exterior al individuo. Por eso ejercitar el sentido del humor debería ser casi una disciplina religiosa porque aprender a reír puede brindar una experiencia y una interp retación completamente nuevas y revitalizadoras de la existencia humana. Sólo la risa redime, como lo sugiere Berger desde el título de su mencionada obra: sólo la risa que expresa alegría vital puede salvarnos. ¡Aprended a reír! Quizás ésa sea la clave de la existencia... o como lo decía el Zaratustra nietzscheano: “Yo he santificado el reír; vosotros, hombres superiores, aprendedme —¡a reír!”. 17

Referencias

1 Greta Rivara Kamaji, La tiniebla de la razón. La filosofía de María Zambrano, Ítaca, México, 2006
2 En su compleja conferencia sobre “La cosa”, Heidegger filosofa a partir de una jarra con agua. ¿Qué cosa más baladí que una jarra con agua para hacer filosofía? Ese trabajo muestra cómo el objeto más humilde, bajo cierta mirada, puede conducirnos a la filosofía
3 Peter Berger, Risa redentora. La dimensión cómica de la experiencia humana, Kairóa, Barcelona, 1999.
4 Platón, Teeteto, Editorial Gredos, Madrid, 1998.
5 No olvidemos que aunque en un sentido diferente, también Bergson proponía en La risa; ensayo sobre la significación de lo cómico, una cierta relación entre la risa y el arte. En ambos fenómenos, diría Bergson, la realidad es liberada de sus enmascaramientos sociales.
6 Baruj Spinoza, Ethica ordine geometrico demostrata, traducción de A. Domínguez, Ética demostrada según el orden geométrico, Trotta, Madrid, 2000.
7 Me parece oportuno hacer la aclaración de que me refiero a la religión tal y como devino en su institucionalización, que es la que propiamente conocemos. Las nuevas fuentes sobre el cristianismo primitivo nos dejan ver otra religión diferente a la institucionalizada, en la cual la risa y la alegría quizá tuvieran también otro lugar.
8 Francis Hutcheson estudió en la Universidad de Glasgow en donde comenzó su enseñanza como profesor en el año 1716. Posteriormente, de regreso a Irlanda, fue profesor en la Dublin Academy. Hoy en día se le considera uno de los líderes de la Ilustración escocesa.
9 Joachim Ritter ha encontrado en la risa y el llanto dos de las reacciones límite que constituyen propiamente el ser de lo humano. Es considerado, junto con Hans Ro b e rt Jauss y Max Imdahl, como el precursor del grupo de investigación “Poetik und Hermeneutik” que desde 1963 ha cobijado a filósofos de la talla de Hans Blumenberg, Reinhart Koselleck y Odo Marquard.
10 Cfr. Marie Collins Swabey, Comic Laughter: A Philosophical Essay, Yale University Press, 1961.
11 Nos referimos a aquélla que surge del pensamiento de Friedrich Nietzsche y fructifica en Martin Heidegger y H.G. Gadamer.
12 Schiller, “Sobre el uso del coro en la tragedia”, escrito que aparece como prólogo a La novia de Mesina.
13 Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Alianza Editorial, Barcelona, 1985. Ésta es una de las tesis fundamentales de dicha obra, la primera escrita por este filósofo.
14Las teorías sobre el nacimiento de la tragedia de Schiller y Nietzsche difieren en varios aspectos y no pretendo equipararlas. Tan sólo coinciden en el tópico que aquí resalto.
15 La última y fundamental obra de Luis Enrique de Santiago, Arte y poder, expone de manera lúcida este giro en el pensamiento nietzscheano. Cfr. Luis Enrique de Santiago Guervós, Arte y poder, Editorial Trotta, Madrid, 2004, 668 pp.
16 Friedrich Nietzsche, “Del leer y el escribir”, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 1988.
17 Friedrich Nietzsche, “Del hombre superior”, op. cit.

Revista de la UNAM - Universidad Nacional Autónoma de México Nueva época Número 47 - Enero 2008.

Rivero Weber, Paulina (2008) “Homo ridens: una apología de la risa” [en línea]. Revista de la Universidad de México. Nueva época. Enero 2008, No. 47 [Consulta: 14/10/2008].

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1 comentarios:

Anónimo dijo...

ta muy weno, este blog tiene de todo.