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jueves, 16 de septiembre de 2010

Conferencia 'La apertura del psicoanálisis al acontecimiento' - Ricardo Rodulfo

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Conferencia a los estudiantes brindada en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario (U.N.R.).
Versión desgrabada, no corregida por el autor.



Buenas noches. Por un lado, a esta conferencia le di un nombre: "La apertura del psicoanálisis al acontecimiento" pero hablando de acontecimiento no tengo ninguna duda que, para bien o para mal, el trabajar con estudiantes regularmente desde hace muchos años fue para mí y es fundamentalmente un espacio para pensar en voz alta. La vida de profesor puede ser muy tediosa, como otras vidas, y si se da clase en el sentido de preparar una clase, a veces se está amenazado por la rutina. En la coexistencia con estudiantes he estado continuamente en contacto con gente joven, por supuesto también con colegas pero muy en particular colegas jóvenes, recientemente recibidos. Para mí siempre ha sido verdaderamente muy dignificante. Estos libros, que mencionaba recién Jaime, no sé si los hubiera escrito pero probablemente tendrían una forma muy distinta porque básicamente y casi siempre salieron de borradores, en una proporción muy amplia han sido clases, sobre todo en la Facultad de Psicología de Buenos Aires pero también en otros lugares como aquí y en otros espacios.

Por otro lado, cuando yo digo "la apertura del psicoanálisis al acontecimiento" estoy implicando un porvenir y a ese porvenir están llamados muchos que hoy son enseñantes, aquí y en otras partes, es decir que está muy implicada una cosa con otra.

¿Qué quiero decir con la apertura del psicoanálisis al acontecimiento? Por lo pronto interpretaría el título en un doble sentido: por un lado, que el psicoanálisis como disciplina tiene viejos problemas, está en deuda con el acontecimiento, con pensar el acontecimiento, con pensar la diferencia, lo nuevo que a través del acontecimiento puede generarse -luego volveremos sobre esto-.Las distintas teorías psicoanalíticas, en sus enmarcamientos más tradicionales, no sé si han hecho justicia a la cuestión del acontecimiento, aunque el mismo psicoanálisis después de todo emergió como tal, como un acontecimiento.

Por otro lado, retomaría una interrogación de un pensador que murió hace poco tiempo, Jacques Derrida, quien se ocupó mucho del psicoanálisis desde su propio campo, el campo filosófico; lo pensó y lo amo mucho. Derrida se preguntaba si al psicoanálisis le podría acontecer algún día el psicoanálisis. Si al psicoanálisis le podría ocurrir el psicoanálisis como acontecimiento, refiriéndose a algunos fenómenos problemáticos en el seno del psicoanálisis de los que voy a ocuparme un poco. Esa sería una cuestión.

En tanto acontecimiento abría que volver sobre un punto: antes que una teoría o una práctica codificada organizada desde una teoría, antes que eso el psicoanálisis es, en un sentido no solo temporal, una experiencia que pasa por el cuerpo y por lo tanto pasa por la subjetividad de alguien y es una experiencia de la singularidad. Es una experiencia tanto desde la posición de paciente como desde la posición de analista, que además sabemos que tiene como requisito conocer la otra. Por eso mismo y no por una razón formal o por un ideal vago de normalidad o normalización, el psicoanalista, a diferencia de otros profesionales, debe pasar por un psicoanálisis. No puede hacer o practicar el psicoanálisis desde afuera, como es posible hacerlo en otras disciplinas. Primero que nada debe hacer esta experiencia. Esto, cierta tradición occidental en la que estamos y a la que el psicoanálisis no puede escapar, suele de algún modo encubrirlo o reprimirlo quizá porque de una manera muy típicamente occidental solemos priorizar la formación teórica, la capacitación teórica y todas esas cosas que por cierto no estaría en mi ánimo minimizar, además también yo me dedico a ello, pero la realidad de la formación a veces no deja de tener cierto sesgo "intelectual" muy típico de disociaciones propias de nuestra cultura. Por ejemplo: un psicoanalista kleiniano se puede parecer más en su manera de trabajar a un psicoanalista lacaniano que a otro psicoanalista kleiniano, o que ese psicoanalista lacaniano a otro lacaniano y lo mismo podría decirse de cualquier escuela que a uno se le ocurra. Por eso mismo en todas las corrientes teóricas que hay en el psicoanálisis es posible encontrar analistas muy capaces, por lo menos en ciertos encuentros con ciertos pacientes, y analistas que no parecen serlo tanto. Analistas más confiables y analistas menos confiables. No está para nada probado que los de una corriente trabajen mejor que los otros o que sean más éticos o más confiables Sin contar que, como el psicoanálisis es una experiencia, depende de un encuentro y por eso mismo Winnicott decía que de pronto un paciente podría andar mucho mejor con un psicoanalista muy joven y relativamente inexperto que con un gran pope, sencillamente porque el primero le prestaba más atención y el segundo podía creer que ya estaba de vuelta y que ya sabía. Quiero decir con esto que ser un buen analista no es una mera cuestión individual ni de capacidad intelectual, aunque hay que formarse, estudiar, leer, supervisar y todas esas cosas que no podemos dejar de lado sino que debemos valernos de ellas muy cuidadosamente. Todo ello es referido a una experiencia: a que ser analista es un acontecimiento que adviene en un encuentro y no una cuestión que queda liquidada simplemente con aprender más o menos bien una teoría. Esto es todo un tema.

Además quiero decirles que las cosas de las que nos ocupamos empiezan más de una vez y el psicoanálisis es una disciplina que ha aportado a pensar esto. Las cosas empiezan más de una vez, no hay un principio que luego sigue en una continuidad lineal. Por ejemplo, un paciente adolescente lo decía así: "cuando termina el secundario uno empieza su propia vida". Dejando de lado otras cosas es interesante la idea de ¿cuándo empieza mi propia vida? ¿Cuando uno deja de ser chico empieza mi propia vida? ¿Cuando termino el secundario? ¿Cuántas veces empieza mi propia vida? Seguramente más de una vez empieza mi propia vida y no en una continuidad lineal y lo mismo pasa con el psicoanálisis como disciplina. Yo no estaría de acuerdo en que el psicoanálisis empezó con Freud como punto de partida absoluto y luego se siguió desarrollando y empezaron los pos-freudianos y cada cual elige al que le gusta. Creo más bien que el psicoanálisis ha comenzado varias veces y tiene que seguir comenzando, cada una de esas veces implica un diálogo particular con herencias y con comienzos anteriores. Justamente lo que llamamos de una manera un poco equívoca, psicoanálisis de niños, tiene que ver con uno o más de esos comienzos. Con esto no hablo de fundaciones y refundaciones absolutas que detenten la verdad, sobre todo eso no. Pero además, como marca Derrida, el psicoanálisis en ese punto no se parece tanto a una ciencia en el sentido de una acumulación ininterrumpida del saber y del conocimiento. Si bien por otro lado, en lo que llamamos más estrictamente ciencia y donde tomamos como paradigma de tal por ejemplo a la física, también hay más de un comienzo. La física volvió a comenzar con Einstein, por ejemplo, y otros. El psicoanálisis de niños ha sido muchas veces, y vuelve a serlo, un psicoanálisis de punta, como decimos tecnología de punta, para replantear cosas a fondo y para desmarcase de cierta tradición en psicoanálisis a la par que la reconocía. Para tomar un ejemplo paradójico: en una disciplina que promocionó tanto la idea de sexualidad infantil y que renovó tanto al respecto, el psicoanálisis de niños aportó mucho, más que a la sexualidad infantil, a la incidencia mala o buena de la sexualidad del adulto sobre la infancia y a problematizar la sexualidad de la familia y también ayudó a que hoy, entre otras cosas, se hablé mucho más de abuso sexual que de la supuesta forma intrapsíquica en la que se imaginaba el psicoanálisis clásico, por ejemplo, cómo se formaban los impulsos incestuosos en el niño, como si fuera algo que va surgiendo en el propio niño individualmente. Esto para tomar un ejemplo al pasar.

Además hay otro principio, el principio de no homogeneidad. Nosotros cuando decimos el psicoanálisis solemos pensar en un espacio homogéneo. Hace muchos años Hugo Vezzetti había propuesto, aunque después no continuó esa idea, hablar de los psicoanálisis, pluralizar. Lo cual estaría bien a condición de salirse del modelo que ha sido fatídico en el psicoanálisis de ortodoxo y desviación. Un movimiento que detentaría la ortodoxia, el buen camino y los desviados, expulsados o auto-expulsados. Yo creo que todo el psicoanálisis es una desviación y si hay algo que sería incompatible con lo que a mí me gustaría llamar el espíritu psicoanalítico sería la ortodoxia. Pero que el psicoanálisis no es un espacio homogéneo y eso hace a su riqueza y por eso a ningún autor, ni siquiera a Freud, abría que pedirle una especie de saber de conjunto, de teoría que diera cuenta del psicoanálisis en su conjunto, lo cual suele pasar y es un problema serio.

Por otra parte, yo agregaría a esto lo que me gustaría llamar un principio de inconclusión. El psicoanálisis no solo empieza varias veces si no que no ha concluido, en el sentido de la formación de sus conceptos. No es y no debería ser, si no quiere morir estrangulado por suicidio, un sistema teórico cerrado ni acabado. Pondré un ejemplo que he escuchado más de una vez en boca de distintos psicoanalistas incluso de diferentes procedencias teóricas. He escuchado decir esto: la adolescencia no es un concepto psicoanalítico como sí lo sería la pubertad. Esto basado en que Freud no hablaba nunca de la adolescencia, lo cual es como decir que Freud tampoco habló nunca de cohetes a la luna o misiles porque eran cosas que no existían en esos tiempos, mal podría hablar de ellas. Pero además esta idea me parece sorprendente por lo siguiente: en primer lugar uno diría que la adolescencia no es un concepto de nadie, es un término que puede llegar a tener ciertas precisiones conceptuales a partir de las más diversas disciplinas, puede haber una aprehensión sociológica de la adolescencia, una aprehensión antropológica, histórica, política, psicológica, psicoanalítica. La adolescencia no pertenece a un territorio conceptual determinado. Segundo, más grave, cuando se dice que la adolescencia no es un concepto psicoanalítico pareciera regir ahí la presuposición que hay un corpus de conceptos psicoanalíticos ya delimitados y que por lo tanto hay ciertas cosas que ya están excluidas y no serían un concepto psicoanalítico ni podrían llegar a serlo. Esto es muy grave porque presupone la detención voluntaria de una disciplina en sus propios límites en un momento dado, es decir, ya tenemos toda nuestra batería conceptual y lo que no entró hasta ahora recluyó en cuanto a su posibilidad de entrar, sea la adolescencia o cualquier otro punto. Me parece realmente muy grave como síntoma, justamente lo más opuesto al acontecimiento, a que al psicoanálisis le acontezca la introducción de un concepto nuevo o la introducción de algo que venga a dislocar, a trastocar sus sistemas conceptuales que es como decir renovar, mantener algo viviente. Por eso mismo pienso que siempre hay otro psicoanálisis, lo ha habido y lo volverá a haber, otro psicoanálisis que el psicoanálisis que tiene su objeto ya establecido. Un psicoanálisis de lo otro que el objeto habitual del psicoanálisis y un psicoanálisis justamente muy ligado a eso de lo otro.

Pero además, no sé bien cómo llamarlo y lo llamo como a veces lo pienso, creo que el psicoanálisis a veces tiene más que ver con una actitud, una posición, una manera de pensar, nada fácil de aprender ni de definir, aunque debe ser posible estudiarla. Una manera de pensar que es independiente de un vocabulario teórico determinado o del conjunto de esos vocabularios teóricos. No confundiría al psicoanálisis como actitud, como experiencia, como manera de pensar, con tal o cual vocabulario teórico de quien fuere, ni tampoco con toda la sumatoria de todos los vocabularios teóricos que ha habido o que pudieran llegar a haber. En ese punto la obra de Winnicott resulta muy esclarecedora porque en su momento demostró que se podía pensar y trabajar muy creativamente con el psicoanálisis, en lo clínico y en lo teórico, independizándose de todo vocabulario técnico en particular, desmarcándose en una toma de actitud muy política, de política psicoanalítica, tomando distancia respecto a los vocabularios teóricos de su época, en particular el kleiniano y el freudiano, sin crear por eso una nueva jerga técnica. Más que creando su propio vocabulario, pensando con ayuda del vocabulario común más mezclas de otros vocabularios, situó el vocabulario psicoanalítico pero de una manera poco sistemática en el sentido académico universitario convencional y, sobre todo, no hay un vocabulario por el cual podríamos reconocerlo de inmediato, por eso mismo no hay una escuela winnicottiana, como si lo hay kleiniana, lacaniana, etcétera. El dejarse gobernar por un sistema teórico determinado, por un vocabulario determinado me parece que es justamente lo menos psicoanalítico. Yo diría, en ese sentido, que cuando a veces se ha puesto la cuestión sobre el objeto del psicoanálisis en más de un sentido, lo cual lo diferencia también de otras psicoterapias no porque sea mejor si no porque es distinto, el psicoanálisis no tiene objeto y su fuerte consiste justamente en no tener objetos. Cuando a veces se ha querido determinar mucho el objeto del psicoanálisis, por ejemplo característicamente el inconsciente sería el objeto del psicoanálisis, generalmente eso ha traído más problemas que beneficios en cuanto a toda la metafísica que se reactivó en tal o cual sesgo de uso del término inconciente y por lo demás pienso que el inconsciente, que suele tener tanto prestigio entre nosotros, es más un término que Freud introduce tácticamente ¿Por qué tácticamente? Porque tácticamente era el término más apto para oponerse o desmarcarse de una reducción del psiquismo a la conciencia, más que porque ese término fuera tan novedoso o tan especial. En verdad el mismo Freud, esto es muy interesante, a partir de lo que se suele llamar su última tópica – 1923 - empieza a relativizar el término inconciente y explícitamente lo dice, lo presenta como una cualidad de los procesos psíquicos que para él ya no tiene tanta importancia como la tenía en la época de "La interpretación de los sueños". Esto me parece una actitud mucho más abierta en ese sentido, innovadora, no jugar al psicoanálisis salvaje, una suerte de determinado objeto delimitado y que suele exigirse convencionalmente para la identidad de una disciplina. En ese punto del psicoanálisis puede funcionar mucho mas como un virus que se acople y se mimetice.

Ahora bien, los problemas para esto del acontecimiento se han desplazado. En ese camino uno podría medir la distancia que va de Freud a Derrida. Freud hablaba de resistencias al psicoanálisis, escribió e insistió sobre ello, las resistencias al psicoanálisis que se podían generar desde distintos lugares institucionales, disciplinarios o no, y desde distintos reflejos conservadores de la cultura: tradiciones religiosas, científicas, morales, psicológicas, etcétera. Creo que las resistencias al psicoanálisis pueden seguir estando, es fácil verlas hoy en virulencias neo-organicistas, en virulencias empiristas disfrazadas de pragmatismo, etcétera pero que hoy el verdadero problema del psicoanálisis está más organizado en lo que Derrida llama resistencias del psicoanálisis a sí mismo. Derrida caracteriza esto también sobre el modelo o tomando las metáforas de las enfermedades auto-inmunes, un psicoanálisis combatiéndose a sí mismo. Estas resistencias del psicoanálisis son justamente las que bloquean la apertura del acontecimiento, el acontecimiento del psicoanálisis como acontecimiento y del acontecimiento en el psicoanálisis en cuanto a una mejor conceptualización del acontecimiento, y estas resistencias del psicoanálisis uno puede desdoblarlas para caracterizarlas en dos formas típicas: una sería la resistencia burocrática, institucional, profesional con todos los tic de la corporación profesional, incluidas sus tendencias ritualista, formalistas, la degeneración burocrática. No quiero decir con esto que una internacional psicoanalítica tenga el monopolio de esto pero sí que puede ser un buen paradigma. Tampoco quiero decir que todo lo que hay en la IPA responde a esto porque ahí hay gente que piensa, hay gente valiosa, estamos hablando de tendencias. La otra vertiente de estas resistencias del psicoanálisis en sí mismo se puede caracterizar, más que como burocratismo, como dogmatismo. La posición dogmática, cerrada, que podría quedar muy bien encarnada en una institución también internacional, también globalizadora, donde no es casual en el sentido de la dirección en la que la globalización suele tomar como uniformización, no como globalizar en la diferencia que sería una manera de globalizar sino globalizar reprimiendo la diferencia y en ese sentido una institución paradigmática podría ser la de hoy, no porque tenga el monopolio del dogmatismo que es una enfermedad muy frecuente, si no como un buen paradigma. Lo problemático de estas posiciones es el suponer que no se puede aprender del otro, esto es un síntoma muy grave porque si uno no aprende del otro ¿de quién va a aprender? En posiciones psicoanalíticas muy dogmáticas que ha habido y puede volver a haber, aunque por suerte también hay muchos espacios independientes donde hay otra tolerancia de la diferencia y otras prácticas de la diferencia, pero en las posiciones muy dogmáticas se supone que no hay nada que aprender del otro ni siquiera del otro psicoanalista, en tanto psicoanalista que practica en otra corriente teórica. Eso podemos verlo fácilmente en el sistema de citas de ciertos textos: cuando uno puede leer muy rápidamente o deducir muy rápidamente de un sistema de citas la identidad teórica del que firma casi siempre estamos en presencia de una posición dogmática, donde no hay nada imprevisible, ya sé que citará y que dejará afuera. Pero además los psicoanalistas en su conjunto, dejando de lado sus diferencias internas, suelen demasiadas veces no pensar que se puede aprender del otro, en posiciones de cierta arrogancia con respecto a que el psicoanálisis sería la única psicoterapia válida, la única psicoterapia digna de ese nombre o algo más, que ni siquiera merecería el nombre de psicoterapia. Pero no sería una psicoterapia solo porque se opondría a todo el campo de las psicoterapias consideradas como un campo de segundo orden donde no hay nada que valga la pena leer, ni tampoco habría nada que valga la pena leer en las neurociencias o en cualquier otra cosa que no fueran los textos psicoanalíticos. En definitiva, el otro nombre de esto es ignorancia y es a lo que conduce. Creo que hay que detenerse muy seriamente a pensar que algo anda muy mal cuando yo siento que no puedo aprender nada del otro y doy por sentado que el otro no me va a enseñar nada. La misma posición psicoanalítica debería excluir esto cuando uno sabe que aprende de sus pacientes, más que de ellos como individuos, del encuentro con ellos, de lo que se gesta en ese encuentro. Porque muchas ideas e intuiciones clínicas de los psicoanalistas, desde Freud para acá, han sido en realidad inventos o hallazgos de los pacientes. Freud mismo da testimonio de esto cuando, por ejemplo, marca que fue el hecho de que sus pacientes comenzarán a traerle sueños lo que hizo que él empezara a interesarse en el análisis de los sueños, cosa que no se le había ocurrido, en una época en la que él fundamentalmente le pedía al paciente que asociara sobre el síntoma y los pacientes comienzan a traer otras cosas, eso son invenciones de los pacientes. Es como el soldado desconocido: murió en combate pero no tiene nombre. Hay pacientes conocidos en la historia del psicoanálisis y algunos demasiado conocidos, son como decir "La Traviata", figurita repetida. Pero hay muchos desconocidos y fueron esos desconocidos los que generaron muchas cosas que luego suelen recibir la firma de un apellido famoso. Cuando Winnicott describe eso de "pagaron para enseñarme" no es una frase hecha ni una mera cortesía, es verdad que es una paradoja pagar para enseñar, lo que pasa es que tampoco es que el paciente en sí le enseña al analista en sí. Volvemos al concepto de experiencia.

Por otro lado, esto de diferenciar el psicoanálisis de sus vocabularios y de sus corrientes teóricas nos puede preservar de otro efecto: que la superposición de vocabularios en el psicoanálisis es tan grande que se genera una gran confusión y entonces ya nadie está muy seguro qué quiere decir narcisismo o qué quiere decir yo y tantos otros conceptos, porque hay tantas maneras de maniobrar un concepto que eso genera un efecto de Torre de Babel bastante confusa y por eso mismo hay que preservar al psicoanálisis como modo de pensar y de jugarse a suerte y verdad a su vocabulario.

Yo marcaría ahora algunos puntos que tienen que ver con lo que Jacques Derrida llamaría puntos a deconstruir. Puntos que tal como están hacen obstáculo al acontecimiento del psicoanálisis y a que el psicoanálisis no siga aconteciendo. Para que el psicoanálisis siga aconteciendo es menester que se siga pensando, no que se aplique lo ya pensado. Hay una serie de puntos que voy a enumerar, en el marco de una conferencia como esta, solo puedo hacerlo muy escuetamente pero para identificarlos como puntos de resistencia a deconstruir, no a descartar. Hay cosas que de pronto se vuelven obsoletas, se descartan solas o hay que descartarlas pero es mucho mas lo que hay que enriquecer, agregar, suplementar, acotar o reposicionar. No se trata de tirar todo por la borda en nombre de algún acontecimiento nuevo, no es eso de lo que se trata con la apertura del acontecimiento. La apertura del acontecimiento también se da en el volver a pensar la herencia y en cómo hacerse cargo de una herencia, lo cual es una cuestión muy seria porque uno no se hace cargo de una herencia copiando servilmente o citando mecánicamente, litúrgicamente. Eso no es hacerse cargo de una herencia ni hacerse responsable de una herencia como la que tenemos entre manos con ciento y pico de años de existencia del psicoanálisis como disciplina. Los enumeraré de una manera más o menos convencional.

La idea de deconstrucción, para quienes no están familiarizados con el término, se los planteo de una manera muy básica: nosotros pensamos o tratamos de hacerlo, los médicos, los psicólogos, los psicoanalistas, los sociólogos, los antropólogos, los biólogos, los físicos, los filósofos, los escritores; nosotros pensamos pero, por lo general, no sabemos con qué pensamos ni nos detenemos mucho a pensar con qué pensamos. Por ejemplo un psicoanalista en la vida cotidiana de su práctica no tiene tantas ocasiones de detenerse a pensar con qué piensa y entonces el profesional suele caer fácilmente en un sostén de los conceptos con que piensa sin nunca detenerse a ver ¿de qué están hechos los conceptos con los que pienso? Detenerse a ver con qué pensamos sirve muchas veces para pensar mejor esas cosas con las que pensamos o para ver de qué reniegan, por qué necesitan que se les renueve. Entonces voy a hacer una enumeración desordenada y provisoria. Uno de los puntos que hace un obstáculo a remover, aunque ha sido parcialmente removido por muchos autores, es uno de los puntos más míticos del psicoanálisis y sigue el modelo de la física, de donde Freud lo tomó, se trata de la vigencia de las condiciones iniciales, lo que pasó cuando yo era pequeño. La idea de que hay unas condiciones iniciales que, por ejemplo, pueden durar según los autores cuatro, cinco años y que el resto de la vida depende de esas condiciones iniciales. Habrá variaciones pero básicamente esa es la idea: que todo lo importante, lo esencial pasó cuando yo era pequeño y después no hay nada que sea verdaderamente ajeno a esto y que se introduzca de una forma suplementaria. El tema, por una parte, viene de la física que Freud tenía como modelo, como una de sus referencias, la física mecánica. La física mecánica es un sistema de fuerzas -como el que se estudiaba en el secundario-, si yo tengo las condiciones iniciales a partir de esas condiciones iniciales se generan todos los movimientos posibles posteriores. Pero además, y esto es un punto muy importante, en un sistema físico cerrado el juego de fuerzas en cualquier momento que yo haga el corte puedo volver a reconstruir las condiciones iniciales del punto de partida. A eso aspira justamente Freud, a hacer el corte en un adulto y reconstruir cómo fue su infancia que determinó su edad adulta. La idea de partir de aquí y en un momento dado llegar al apunto de partida. El otro nombre de eso es aristotelismo, como bien decía Julio Moreno, un colega nuestro que ha realizado un estudio muy interesante hace pocos años llamado "Ser humano", el pensamiento de Freud está muy dominado por cierto aristotelismo, no podía ser menos pues no le era posible a Freud no pertenecer a toda una tradición. En el aristotelismo todo acto remite a una potencia, no hay acto que no remita a una potencia anterior. Por lo tanto no hay acto que se produzca como un acontecimiento que no venga de algo previo. Por lo tanto esto en nuestro campo implica que si alguien se psicotisa a los 25 años tenía que tener una potencia para psicotizarse que ya estaba cuando era chiquitito. No puede ser que alguien se psicotice a los 50 años y que eso no dependa de condiciones iniciales. Esta presuposición que no ha sido probada nunca y que a veces la clínica la desconfirma no deja lugar para nada nuevo fuera de esos primeros años.

Hoy tenemos referencias en otras disciplinas más interesantes para el psicoanalista, precisamente si uno quiere volver a la física, en la física cuántica, en la física de las pequeñas partículas. En la física de las pequeñas partículas ocurre algo interesante y es que las condiciones iniciales de un sistema tienen efectividad pero caducan, no se mantienen inalterables todo a lo largo de la existencia de ese sistema como en la física mecánica. Las condiciones iniciales de un grupo de pequeñas partículas tienen eficacia para lo que luego suceda entre esas pequeñas partículas durante un período de tiempo limitado, llega un momento en que cesa su eficacia por lo tanto todo lo que ocurre a partir de allí ya no depende de esas condiciones iniciales. Pero además, segundo punto importante, a partir de allí ya me es imposible retornar a esas condiciones iniciales, no puedo ya saber cómo eran partiendo de como está el sistema ahora. En otros términos: podría ser posible que el análisis de un adulto ya no me hiciera posible reconstruir de una manera segura su historia infantil planteando una continuidad, una línea que une esa historia infantil a como está este adulto en un momento dado. Podría ser que esas condiciones iniciales hubieran agotado su vigencia llegado cierto momento de la vida de esa persona. En todo caso habrá que ver, esto tampoco es un nuevo dogma enunciado, es una cuestión para examinar caso por caso porque en la clínica a veces encuentro vidas donde hay una continuidad grande en cuanto a patologías y vidas donde no ocurre nada de eso, donde hay grandes discontinuidades. La física contemporánea justamente proporciona modelos mas aptos para pensar esas discontinuidades, eso que avanza a saltos, que empieza varias veces, como en la física mecánica que era la referencia de uno de los ideales para Freud.

La idea del complejo de edipo como nuclear, como encrucijada nuclear en la subjetivación, más todo lo que genera a partir de allí, como algunos lo llaman, familiarismo. O sea, cierta tendencia psicoanalítica a encontrar lo edípico, la conflictiva edípica. Se piensa en una perspectiva histórica, estructural, hacer del edipo el centro de la existencia subjetiva. Ahí hay varios problemas, empezando porque lo familiar se reduzca a lo edípico, deja sin pensar en su especificidad funciones familiares, las del tío, las del abuelo, que requerirían ser pensadas en su especificidad. Pero además esta manera de pensar que divide, traza una especie de círculo donde lo esencial para la subjetividad se juega en el ámbito privado, familiar de la familia edípica o concebida edipicamente; después viene lo social a través de los padres, lo cual llevó a la idea de sustituto demasiado fácil. Cualquier hombre de otra generación que incida sobre la vida de un hombre mas joven va a ser visto como un sustituto o un derivado de padre y así sucesivamente. Esto tiene varios inconvenientes, uno de ellos es la especificidad de la idea de sustituto que reduce todo a padre y madre o, en el mejor de los casos padre, madre y hermano.

El otro problema grande del psicoanálisis clásico y de más de una corriente teórica, es que asimila y confunde que algo ocurra en la familia, a que algo ocurra en el orden de lo familiar. Que algo se detone en el espacio de la familia es pensar que las causas de la detonación deben ser buscadas invariable y exclusivamente en el seno de lo familiar. Lo familiar sería lo que estructura la subjetividad y lo demás queda como superestructurral. Así es muy imposible pensar cosas tales como la adolescencia, porque por esta razón el psicoanálisis tradicional no pudo pensar lo estructurante de la función del amigo en la vida psíquica, del amigo que no es reductible a un miembro de la familia, o del grupo o del grupo de pares. El psicoanalista de niños y de adolescentes trabaja mucho la problemática y la función estructurante del grupo de pares, del amigo, del amigo íntimo, que no son la función de lo mediático. El aparato de televisión en la casa simboliza que la división entre familiar y social no funciona más, si es que alguna vez funcionó, porque el pequeño que ve televisión, y a veces ya empieza de bebé, no recibe lo que la televisión le dice de ideales, de anti-ideales, de esto y de lo otro a través de los padres; la televisión le llega directamente al inconsciente, no llega a través de papá y mamá. Los ideales de cuerpo que le llegan, por ejemplo, los ideales de niño, de adolescente, le llegan directo ahí. De manera que, por una parte, uno diría que al poner la lupa sobre las funciones familiares el psicoanálisis tradicional permitió estudiar con mucha finura cosas que pueden ocurrirle a alguien con sus padres y eso es muy valioso y debe ser conservado, no hay que descartarlo. Sabemos que para estudiar algo hay que poner la lupa allí, no se puede poner la lupa sobre todo, al mismo tiempo. Pero luego la lupa hay que sacarla de allí y para eso hay que apagar los nombres y encender los textos, hay que apagar el prestigio de los grandes nombres y dejar producir los textos. Lo malo es si uno sigue poniendo la lupa donde siempre estuvo puesta y entonces no puede estudiar otra cosa, no puede estudiar nuevos fenómenos subjetivos más que bajo la forma de lo negativo o de la patología. Hay muchos síntomas de eso, por ejemplo los psicoanalistas que trabajan con niños y con adolescentes les cuesta no hacerse una versión conservadora y reaccionaria, en el fondo, de las nuevas tecnologías, como los padres. Tienden a ver en la relación del niño con la computadora, con Internet, con los video juegos, con la televisión, formas de alienación y decadencia subjetiva, no pueden ver nada positivo, lo cual es por lo menos un combate de retaguardia y uno se abroquela en una posición reactiva que le impide entenderse con nuevas subjetividades en emergencia. Sin contar con que las lecturas familiaristas de lo edípico también fueron muy reductoras. Por ejemplo la lectura clásica de lo edípico recluye o repudia por completo toda una trama política del mito y de la tragedia porque se trata de una cuestión donde no sólo es un padre, una madre y un hijo, también es un rey, una reina y un heredero del trono, ese no es un elemento secundario en el mito que implica toda una reflexión sobre el poder y sobre las relaciones entre criminalidad y poder. La misma lectura que hace Freud patea a un costado el hecho de que se trata de una cuestión de alta política para dejar solo en juego las relaciones familiares y está bien, pero veamos qué logró él con eso, pero luego hay que restablecer tramas más complejas.

Por lo demás en este, como en otros casos, hay otro problema que no solo concierne a lo edípico, que concierne a la idea de centro, de nuclear. No es solo que Freud habla del complejo de edipo o como se dice ahora "del edipo", de una manera bastante problemática si se lo formaliza más así. Es que al decir complejo, Freud preservaba cierta complejidad que se elimina al eliminar el término complejo, no sé cuál es la ventaja. Pero Freud no se limita a decir que existe algo en la infancia que conceptualizó como complejo de edipo si no que le da, a poco tiempo, un lugar que él llama nuclear, a veces lo llama como sinónimo "el complejo nuclear de edipo". Al decir nuclear, que es con lo que Freud echa mano de un viejo motivo de la religión judía, el núcleo y la cáscara, la corteza y un viejo motivo metafísico: lo que está en el centro, lo que está en el núcleo, lo que domina, el centro y la periferia, la esencia y la apariencia, lo que está manifiesto y lo que está latente, todo un juego de términos metafísicos que el psicoanálisis hereda, no lo inventa. Pero justamente hay que examinar estas herencias porque vienen pesadas, a veces vienen envenenadas; es como cuando alguien pisa una mina que se puso en la segunda guerra mundial y vuela por el aire, no examinó el suelo que pisaba. Entonces a uno le puede ocurrir justamente eso, volar por el aire. La idea de núcleo, de centro, es una idea que va contra lo más innovador del psicoanálisis, contra lo más vivo del psicoanálisis diría yo, más allá de tal o cual teoría, justamente es descentrar, que no hay nada en el centro. Pero además, que no haya nada de centro. No es nada fácil pero la idea de descentrar el sujeto, en el sentido que ya no estaría centrado sobre sí, en su autonomía como sujeto consciente, idea que podemos compartir, se relativiza mucho si yo luego dejo el centro intacto poniendo otra cosa porque entonces el sujeto estaba muy descentrado pero el centro no se descentra jamás. Algo similar ocurre cuando se pasa de colocar el significado en el centro, la idea más semantista del psicoanálisis, más tradicional, buscar el significado inconsciente en el centro a poner el significante en el centro. El progreso que puede haber del desplazamiento de una noción a la otra pierde bastante rápido su eficacia o por lo menos la limita seriamente dejando intacta la noción de centro y es una pena porque el psicoanálisis es una de las disciplina contemporáneas, y esto Derrida lo enfatizó con más fuerza que los psicoanalistas, una de las disciplinas contemporáneas que más elementos tiene para liberarnos del centro. Pensemos que centro inmediatamente tiene connotaciones políticas, como cuando digo el centro y la periferia, los países centrales, no deja de ser una metáfora colonialista y de dominación. Entonces liberarnos del centro es una tarea difícil pero el psicoanálisis tiene muchos elementos para eso, pero si el psicoanálisis sigue poniendo cosas en el centro no, porque eso se llama el mismo perro con distinto collar. Por lo menos debemos ser conscientes que tenemos esto pendiente.

Otro elemento que ha sido más abundantemente deconstruido desde hace ya muchos años y donde hay muchas firmas importantes (inaudible) y sobre todo lo que no fuera la heterosexualidad del macho socapa de la genitalidad. En la misma teoría clásica de la libido, la genitalidad volvió a meter de contrabando lo que se estaba sacando con la idea de la sexualidad polimorfa al volver a centrar la sexualidad en una genitalidad que sería por supuesto heterosexual. Ahí están las resistencias del psicoanálisis porque esto lo hicieron los mismos psicoanalistas, no gente adversa o enemiga del psicoanálisis, no los que se oponían a la sexualidad infantil ni a su polimorfismo si no los que al mismo tiempo estaban declarándola. Todo lo que ha ocurrido en el plano de los géneros, tanto en lo teórico como en lo político, como en la práctica más cotidiana, las reivindicaciones de los homosexuales, transexuales, etcétera, están forzosamente serruchando el piso a ese falocentrismo que no obstante no deja de tener vigencia.

El logocentrismo, adversario formidable, fuente formidable de resistencias del psicoanálisis a sí mismo porque el logocentrismo es un elemento absolutamente específico de la cultura occidental. Ninguna cultura, como la occidental, da semejante lugar a la palabra, semejante lugar céntrico a la palabra, desde los griegos para aquí; o en esa cruza donde se forma nuestra metafísica, entre la filosofía griega y la tradición judeocristiana, el verbo divino, la palabra plena, la palabra como reveladora, ese lugar céntrico de la palabra. El psicoanalista de niños la encontró como un obstáculo formidable porque para ser psicoanalista de niños hay que aprender a leer, por lo menos, juegos y dibujos porque los chicos además que hacen relatos y cuentan fantasías y hablan, traen muchos juegos y dibujos y algunos traen más juegos y dibujos que palabras, lo cual es una fuente de resistencia a hacer psicoanálisis de niños porque el que sólo quiere valerse allí de palabras no puede avanzar mucho. Así que el psicoanálisis de niños de por sí se constituyó objetivamente, aunque no lo quisiera, en un elemento de crítica y de deconstrucción de ese logocentrismo, sobre todo porque los niños además juegan mucho antes de hablar, cosa sobre la que después volveré. Pero el logocentrismo psicoanalítico ha dejado sus señales también en otras cosas que clínicamente hacen resistencia. El psicoanálisis mostró en un primer momento, en la perspectiva de la represión tal como Freud la piensa, los efectos patógenos del secreto, de lo censurado, de lo que no se puede decir, de lo que no se debe contar, eso incluso es anterior al psicoanálisis en sí mismo porque en el período llamado catártico de Freud ya está eso en juego. De ahí deriva que el psicoanálisis prestigie mucho el poner en palabras, ponerle nombre a las cosas, lo cual tuvo mucha importancia y tiene mucha vigencia, no es algo pasado de moda pero sí podemos decir que esa no es toda la verdad ni mucho menos y que el prestigio unilateral de poner todo en palabras en algunos casos puede ser iatrogénico, puede hacer más daño que bien, puede hacer mal.

Me voy a referir en particular a dos puntos: uno, que esta idea desconoce el valor del silencio, no el silencio del secreto y de lo inconfesable, de la censura, si no el silencio hacia afuera y hacia adentro, el silencio psíquico de la compulsión obsesiva a pensar y a hablar. Pacientes que no pueden hacer nada en silencio, que padecen de un abuso de verbalización interna y externa, lo que Winnicott llama mentalización. Allí, llegar a que el paciente pueda jugar en silencio sin poner palabras a lo que hace o estar un rato en silencio interno, sin esa radio encendida torturante del sobrepensamiento obsesivo, esa sobreverbalización, es fundamental. En ese caso, si el analista pone en palabras, puede hacer lo contrario de lo que tiene que hacer. Pero además el psicoanalista muchas veces en lugar de poner nombres tiene que marcar lo innombrable o sacar el nombre que algo tiene, dejar algo sin nombre y eso es una función muy importante. Veamos un material muy sencillo: en pacientes adolescentes, pero no solo en ellos, gente que forma una pareja por ejemplo. A veces hay una especie de mandato tanto en lo relacional del paciente, como en su fuero interno, que tiene que poner nombre a eso, entonces tiene que decir me puse de novio. Esto en algunos adolescentes es muy problemático. Le pone un nombre que formaliza e institucionaliza rápidamente algo que debiera quedar sin nombre e informe para poder cobrar vida y generar una verdadera experiencia. A partir de ponerle tal nombre estamos en plena teoría del significante, en el mejor sentido de la palabra, este nombre que le pongo empieza a generar efectos negativos sobre ese vínculo, hubiera sido mucho mejor preservado y preservarlo, dejándolo sin nombre. Lo mismo cabe decir de otros vínculos, el vínculo de un chico con el nuevo marido o pareja de su madre, que no es un buen nombre allí ¿Es otro papá? ¿Es una especie de papá? Justamente dejarlo sin nombre permite que esa relación suelte toda su riqueza. Entonces a veces el psicoanalista en vez de poner algo en palabras tiene que sacar palabras a algo y ayudar al paciente a que deje eso sin palabras y sin nombre y eso es lo más terapéutico que se puede hacer en muchos casos.

Quisiera marcar una de las cosas que toman fuerza y vida en esto de volver a empezar, todo empieza varias veces. Algo que empieza y cobra una vida para otro psicoanálisis posible, más o menos desde la década del 50 y particularmente en ese momento ligado al nombre de Winnicott, es la cuestión de liberar el jugar del juego. Hay una incidencia, un acontecimiento nuevo que se produce en el psicoanálisis, a veces bastante silenciosamente sin bombos ni platillos, pero un acontecimiento no está donde están los bombos y los platillos. Como a veces se dice en televisión: Encuentro histórico entre los presidentes, si será histórico lo sabremos después, ahora no podemos saberlo, sin embargo probablemente sea algo insignificante y anodino. Pero los acontecimientos se pueden producir en silencio, la entrada del jugar en psicoanálisis es bastante silenciosa. Esta entrada del jugar en psicoanálisis trastoca, sin embargo, una serie de cosas que por lo menos quisiera mencionar:

* El jugar del niño, como emerge desde bebé, es el primer indicador que tengo con un bebé que ahí no basta pensar en un organismo, que hay ya una subjetividad (inaudible) que está en los primeros juegos que el bebé despliega con su mamá o con algunos pequeños objetos. El jugar en el niño libera muchas cosas porque rompe, disloca un esquema adultocéntrico al cual estamos muy acostumbrados los adultos en general y los psicoanalistas en particular, que es la idea que el adulto es quien da y el sujeto o el niño es quien recibe, como en el esquema donde el paciente recibe interpretaciones del psicoanalista. El jugar incomoda al adulto porque el adulto no puede dar de jugar al niño, el adulto puede sintonizarse a jugar con el niño y estimular la capacidad lúdica del niño pero el niño no recibe el juego de él. Esto al adulto no le gusta mucho, además se escapa del logocentrismo. Los bebés juegan y justamente al revés: si no juegan no llegan al lenguaje, no llegan a la palabra porque la palabra misma, lo que se llama la lengua materna, se adquiere a través de una serie de juegos sonoros, musicales, que se desarrollan en el primer año de vida y a lo largo de toda la vida pero el primer año de vida es decisivo porque si un niño no lalea, no suena, no canta, no llega al lenguaje, por lo tanto el lenguaje tiene una prehistoria musical y de juego musical.

* El segundo punto es que por eso mismo el jugar aparece desfamiliarizado, se da entre el niño y los otros pero no tiene ni padre ni madre, lo cual conduce a otro punto importante que tenemos que liberar de la tradición psicoanalítica. En el psicoanálisis tradicional el niño como tal quedó muy rápidamente reducido a hijo, complejo de edipo mediante. Enseguida se produce ahí un deslizamiento, un desplazamiento insensible, inconsciente, en vez de hablar del niño hablo todo el tiempo del hijo, de lo que le pasa al niño como hijo, de sus vicisitudes como hijo pero no lo puedo ver más allá de su ser hijo. Es interesante que el psicoanalista de niños tiene ocasión de experimentar esto con muchas familias que vienen a la consulta, no pueden imaginarse nada del niño que no sea cosa de hijo, algo que le pasa como hijo. Entonces, por ejemplo, suponen que todo lo que el niño hace, sufre, crea o descrea tiene que ver con algo que hicieron ellos, se implican como causa en todo lo que al hijo le ocurre, si el hijo tiene un síntoma es que algo hicieron mal pero si el hijo hace algo bien es que salió a papá o mamá o a algún otro derivado familiar. El niño queda sin resto, reducido a hijo. Justamente la teoría del juego que empezó Winnicott a desarrollar tiene este mérito, si bien requiere de muchos desarrollos ulteriores y seguir siendo pensada, el jugar libera algo del orden del niño independiente, algo que no se deja gobernar, no se deja reducir a que el niño sea hijo de, algo a lo que el psicoanálisis en su tradición nos acostumbró demasiado y en ese sentido nos permitió estudiar muchas vicisitudes del hijo y necesitamos seguir estudiando y analizando pero además hay algo ahí que no es hijo. Hay una singularidad del niño como otro, que debemos poder ser capacees de preservar en nuestras prácticas pero también en nuestras teorizaciones. Si todo lo que le sucede al niño lo reenviamos a una teoría del niño en su familia y pasivisándolo, haciéndolo siempre pensable como efecto, síntoma, derivado, resultado, consecuencia de la trama familiar, estamos nuevamente cayendo en algo que decía Freud. Él hablaba de una tendencia de la mente humana a simplificar, a buscar causas en lo posible únicas. El mismo Freud no siempre estaba exento de eso pero, en general, tiene una tendencia a la complejidad en sus sentimientos. Nosotros tenemos que hacernos presentes, nuestra ética tiene que ser una ética de la no simplificación, lo cual implica un trabajo continuo. Lo que tenemos que tener presentes los que ahora practicamos el psicoanálisis y los que lo practicarán en el futuro es que ninguna teoría, ni la mejor posible, nos preserva de la simplificación.

Eso es todo lo que quiero decir por hoy. Quiero reservar un tiempo, si es que no están muy fatigados, para realizar algún cometario o cosas que pudieran surgir en relación con lo que estuve hablando.

Intervención – Le hago una pregunta. Cuando usted habla que el psicoanálisis no tendría un objeto tan definido o un nuevo objeto en este caso, ¿eso no podría implicar como una posible consecuencia que sacaría al psicoanálisis del campo sistémico para ubicarlo en el campo ético? En general la ciencia necesita definir un objeto propio, específico, independiente en sí mismo. En general las artes producen su propio objeto constantemente y va variando con cada nueva instancia de la producción diferencial. Este nuevo objeto podría implicar en el campo psicoanalítico que vaya a producir su propio objeto de trabajo casi con un mecanismo más bien artístico. Lo cual podría ser muy beneficioso por un lado y muy peligroso por otro.

Dr. Ricardo Rodulfo – Puede ser. No me desagrada la idea de ir produciendo un objeto, no se si a la manera exacta de la obra de arte, pero sí ir produciendo. El psicoanálisis se interesa de pronto por cosas marginales, se cita con razón los lapsus, cosas así. Ahora cuando esas cosas dejan de ser marginales ya es un problema. Cuando el paciente trae sueños porque escuchó que al analista hay que contarle sueños ya no sé si es tan útil el sueño, o cuando yo oficializo que mi objeto por ejemplo son los lapsus, hay una situación un poco difícil que no sé si tiene solución y por ahí se corre los riesgos que usted dice en el sentido que en el momento que me ocupo de lo marginal ya deja de serlo o corre el riesgo de rápidamente dejar de serlo, de recuperarlo, por lo menos después de cierto tiempo a la vez tengo que hacerlo. En el momento que yo hablé del juego, ahora si yo empiezo a institucionalizar, sacralizar el juego o el jugar del niño como objeto del psicoanálisis pronto tengo ahí un obstáculo. Habría que aceptar quizá, algo que Derrida ha marcado, cierta ambigüedad posicional del psicoanálisis, es decir, comparte ciertas cosas con unas disciplinas científicas, con un sistema, otras cosas con un arte, con una artesanía, sin llegar a ser ninguna de estas cosas. No para decir que una posición es mejor que las demás, los riesgos están. Siempre hay que diferenciar riesgos virtuales de riesgos efectivos, por ejemplo el riesgo de desmarcar al psicoanálisis de un objeto conceptual que quedó inmovilizado, como el inconsciente, ya se vio que hacía estragos porque que el inconsciente puede ser reinscrito fácilmente como una parte de la cabeza, como muchas cosas así bien metafísicas. Lo mismo pasó con la palabra, la teoría del significante era interesante pero cuando se tendió a reducir el psiquismo a la palabra no se gana mucho con no reducir el psiquismo a la conciencia si poco tiempo después se lo reduce a la palabra. El riesgo del objeto, ahora cuando yo digo no tiene objeto me refiero a que no se academice en la delimitación de un objeto para lo cual la idea de producción histórica de un objeto no está mal, si pensamos además que después de todo las subjetividades son producciones históricas. Eso tiene riesgos pero son los riesgos virtuales a correr, en cambio el riesgo de la sistematización teórica excesiva no es un riesgo utópico es un riesgo ya efectivo y le ha pasado varias veces al psicoanálisis, como es lógico, porque la vida es difícil y la vida del pensamiento también o mas, entonces no se trata de criticar por criticar. Cuando uno trabaja tiene problemas, eso se le puede decir a Freud como a cualquier otro, cuando uno piensa tiene problemas y corre riesgos, eso no significa no tomar cuidados o precauciones. Reducir el psicoanálisis a un arte podría tener tantos o más inconvenientes que la reducción rápida a ciencia o a ciencia experimental, como se lo quiso también hacer, congelando variables en la idea de un encuadre psicoanalítico como si fuera un laboratorio con un medio aséptico, etcétera. Así que andamos de riesgo en riesgo, tratamos de erigirlos y calibrarlos pero el peor riesgo, para mi gusto, está en generar una disciplina gobernada por una corporación cerrada que solo aspira a su propia reproducción y para ello instituye una técnica que se aplica sobre la base de una conceptualidad ya adquirida y eso va en piloto automático. Pero entonces ahí no se piensa más, es como lo que Heidegguer dice de la religión: ahí no se puede pensar más, si yo creo en eso ya no puedo pensar más. Un psicoanalista no tendría que creer en el psicoanálisis, tendría que creerle bastante menos. Tendría que creerle menos incluso que los que le temen al psicoanálisis y por eso le temen secretamente y por eso lo rechazan y dicen que no le creen. Sobre todo un psicoanalista debería guardarse de creer en el psicoanálisis y yo siempre les aconsejo a los estudiantes tener sobre todo una relación conflictiva, llevarse mal con las teorías, lo cual no quiere decir que no sirven, al contrario. Tener una relación conflictiva, no llevarse demasiado bien, es peligroso desde mi punto de vista. Yo rehabilitaría una posición más como la de Picasso ¿Cuál es el objeto de la pintura para Picasso? Pintar. Pero eso implica nunca coagularse en un estilo, nunca ser picasiano, Piccaso no es picasiano, no es Picasso. Si el psicoanálisis habla contra el principio de identidad tiene que guardarse su propia identidad, en vez de estar tan preocupado por conservarla. Lo cual no exime de valorar los sistemas teóricos, examinarlos con cuidado, estudiarlos bien, valorarlos, apreciarlos en lo que nos dan porque todos nos dan más de una cosa, todos han contribuido con muchas cosas y hay que estudiarlos de la manera más académica pero luego poder jugar con ellos porque nunca vamos a estudiar lo suficiente.

Dra. Marisa Rodulfo – Cuando se hablaba recién del tema del objeto del psicoanálisis pensaba que una gran olvidada del psicoanálisis ha sido Ana Freud. Ella va muy a lo hondo cuando analiza el sistema teórico de Melanie Klein y justamente una de las cosas que más le cuestiona es que ella defina que el objeto del psicoanálisis es el inconsciente. En realidad para volver a repensar muchas cosas críticas en relación al psicoanálisis valdría la pena retomar los textos de Ana Freud. Nunca se la menciona pero tiene una brillantez y una agudeza para poner en cuestión cosas ya establecidas. Cuando yo la estaba leyendo me daba cuenta de la convergencia entre el pensamiento kleiniano y el lacaniano en muchos postulados, cambiaba la textualidad pero el postulado estaba al inicio de la textualidad. Ella cuestiona muy a fondo el que el objeto del psicoanálisis sea el inconsciente. Sobre todo ella cuestiona a Melanie Klein aunque no se limita sólo a eso.

Dr. Ricardo Rodulfo – Como ocurre en todas las historias: hay grandes olvidados, como ocurre en música o en otros campos donde de pronto cae el silencio y no necesariamente los más conocidos son los únicos mejores, o los únicos buenos. Eso ocurre muy a menudo en muchos campos y siempre hay cosas a redescubrir. En ese punto las cordilleras no son cosas de las cumbres más altas y en este campo no se sabe cuáles son las cumbres más altas y hay una pluralidad de nombres. El psicoanálisis no tendría que reducirse a Freud, Klein, Lacan y escuelas así, no porque no haya cosas de mucho mérito pero hay muchos nombres que de pronto son más inclasificables.

Si no hay nada mas concluimos la noche y muchas gracias por vuestra compañía.




El Dr. Ricardo Rodulfo es Psicoanalista, Doctor en Psicología y Profesor Consulto Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Fue durante 22 años Profesor Titular Regular de Clínica de Niños y Adolescentes y de Psicopatología Infanto Juvenil de la Facultad de Psicología de la UBA.

Es director desde 1990 del Programa de Postgrado Actualización en Clínica de Niños y Adolescentes, el primer postgrado de esas características en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de innumerables artículos sobre el tema y ha publicado, entre otros, los libros: "El psicoanálisis de nuevo. Elementos para la reconstrucción del psicoanálisis tradicional"(2004), "Futuro porvenir" (2008).


Extensión Digital - Año Uno Nº 2 Agosto 2008
Sec. de Extensión Universitaria - Facultad de Psicología - Universidad Nacional de Rosario



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