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sábado, 3 de noviembre de 2007

Conversar un poco

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Los matrimonios jóvenes no se imaginan lo que deben a la TV. Antiguamente había que conversar con el cónyuge. Isidoro Loi

De pronto esta noticia en los diarios: un estudio reveló que conversar diez minutos con otra persona cada día ayuda a mejorar la memoria y el desempeño intelectual.

De pronto esta noticia y la necesidad de conversar sobre esto: el mundo debería ser un lugar más conversado.

Que todos se sienten a conversar, que nadie quede afuera de las conversaciones, que todo entre en conversación con todo.

El presente que converse con el pasado, que conversen entre sí las diferentes culturas, que las instituciones conversen un poco con sus errores históricos.

Los mandatarios con otros mandatarios, que abandonen sus formales sillones donde conversan sin conversar realmente y hablen de lo que de verdad hace falta, aunque no sea elegante.

Que entablen conversaciones los dirigentes con sus pueblos y los pueblos con sus dirigentes, y nadie sea el único dueño de la palabra, sino mitad de cada uno.

De pronto este estudio que invita a conversar y que sostiene que cuanto más alto es el nivel de interacción social mejor es el funcionamiento cognitivo.

Que conversen abiertamente los padres con sus hijos y los hijos con sus padres, los empleados con sus jefes y los jefes con sus empleados, hasta llegar a lo que es justo; que conversen los que se odian antes de matarse. A lo mejor, hasta siguen vivos.

Y que a los chicos a veces los dejen conversar en la escuela, y conversen los compañeros de oficina y de paso que se converse de algo en los ascensores. Que no sea sobre el clima.

De pronto lo ha dicho la ciencia, la conversación sirve para uno, para ejercitar la memoria y para el desempeño intelectual, y sirve para el otro. Todos ganan.

De pronto, la necesidad de conversar sobre esto: que sean las palabras las guerreras, que sean palabras y no sangre, y que de tanto peso una palabra valga más que mil imágenes, que de tanto peso una palabra sea un contrato.

Y que si quiere el viento después se las lleve, porque ya dejaron su huella. Sólo valen las palabras; el resto es charlatanería, decía el genial Eugene Ionesco, que batalló contra el sinsentido del mundo y del lenguaje, y lo hizo con palabras.

De pronto lo ha dicho un estudio de una universidad prestigiosa: conversar para tener memoria y para ser más lúcidos.

De pronto, la urgencia de entablar conversaciones, de conversar con los que no entienden, para que entren en razones; de que se converse sobre lo que nunca quiere ser ni mencionado.

Que todos se sienten a conversar, que nadie quede afuera de las conversaciones, que nada quede sin ser conversado.

Y entonces sí, en un mundo más conversado, que el silencio sea un lugar que se elige, más parecido a un paraíso que a una pesadilla.

Por Mex Urtizberea
Para LA NACION
2/11/2007

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