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jueves, 24 de abril de 2008

Un espejo inquietante

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por Alain de Botton

La perspectiva de las vacaciones puede convencer al más alicaído de que merece la pena vivir la vida. Pocos acontecimientos, aparte del amor, se aguardan con tanta impaciencia o se convierten en el tema central de ensueños complejos y enriquecedores como las vacaciones. Quizá nos ofrecen la mejor oportunidad para alcanzar la felicidad, lejos de las limitaciones del trabajo, de nuestra lucha por la vida y por alcanzar una posición. La forma en que decidimos emplearlas encarna, aunque sea inconscientemente, nuestro ideal de vida. Durante las largas semanas de trabajo, podemos sostenernos vitalmente con el sueño de irnos a otro sitio, lejos de casa, un lugar con mejor clima, costumbres más interesantes y paisajes más inspiradores y en el que parezca que tenemos una posibilidad de ser felices por fin.

Pero naturalmente, la realidad del viaje rara vez se corresponde con los sueños. Las decepciones tragicómicas son conocidas por todos: la sensación de desorientación, la desesperación de media tarde, las discusiones, el letargo ante las ruinas antiguas. Y, sin embargo, pocas veces se estudian las razones que hay detrás de esta decepción. Las vacaciones no son consideradas casi nunca como un problema filosófico, o sea, como un tema que exige una forma de pensamiento que vaya más allá de lo práctico. Nos vemos inundados de consejos sobre dónde ir de vacaciones, pero no oímos nada acerca de por qué o cómo deberíamos ir. Se da por entendido que el viajar es una cosa que todos nacemos sabiendo cómo hacer y, por tanto, rara vez dedicamos tiempo a reflexionar por qué razón exacta aquel fin de semana en Roma o las vacaciones en Grecia acabaron pareciéndose bastante a lo que habíamos imaginado.

Entonces, ¿cuáles son algunas de las razones para que los viajes se tuerzan? Una de ellas parte del hecho desconcertante de que cuando vemos fotos de lugares a los que queremos ir (e imaginamos lo felices que seríamos simplemente por estar allí) somos propensos a olvidar una cosa esencial: que tendremos que llevarnos a nosotros mismos. Es decir, que no estaremos en la India, Sudáfrica, Australia, Praga o Perú de forma directa, sin intermediarios, sino que estaremos allí con nosotros mismos, aún aprisionados en nuestros cuerpos y nuestras mentes, con todos los problemas que esto supone.

Hay un contraste tragicómico entre los grandiosos proyectos que los humanos ponen en marcha, como la construcción de hermosos hoteles y el dragado de bahías, y los nudos psicológicos básicos que los socavan. Con qué rapidez quedan barridas las ventajas de la civilización ante un berrinche. La imposibilidad de deshacer estos nudos nos señala la sabiduría austera y sardónica de ciertos filósofos de la Antigüedad, que escaparon de los aspectos más bellos de la civilización y afirmaron, desde un barril o una choza de barro, que los ingredientes principales de la felicidad no podían ser materiales o estéticos, sino que siempre eran tercamente psicológicos.

¿Qué podríamos hacer para aprender a ser un poco más sabios con respecto a nuestros viajes? Rara vez he encontrado un guía de viaje más útil que el filósofo del siglo XIX Arthur Schopenhauer. Su gran revelación fue que tenemos muchas más posibilidades de estar contentos si aceptamos que es muy improbable que podamos ser completamente felices alguna vez. No lo decía para deprimirnos, sino para librarnos de esas expectativas (sobre las vacaciones o cualquier otra cosa) que inspiran amargura. Es consolador oír, cuando nos han fallado las vacaciones, que la felicidad nunca estuvo garantizada. "Sólo hay un error innato", escribió Shopenhauer, "y es la noción de que existimos para ser felices. Mientras insistimos en este error innato, el mundo nos parece lleno de contradicciones, porque a cada paso, con las cosas grandes y las pequeñas, estamos abocados a experimentar que ni el mundo ni la vida están organizados con la finalidad de llevar una existencia feliz... y de ahí que el semblante de la mayoría de los viajeros y las personas mayores lleve esa expresión que hemos denominado desengaño". Nunca se habrían decepcionado tanto si hubieran salido de vacaciones con las expectativas adecuadas.

ABC - Madrid, 2002


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Vuelvo a leer este articulo y como la oatra vez ..hace años me dejo pensando en nuestra idea de atrapar la felicidad. Para hacerla permanente. Y la felicidad es ulgunos pequeños momentos. Me puse triste.