por Enrique Pinti
Los prejuicios siguen estando en nuestras sociedades. Desde luego que se han hecho grandes adelantos, se ha luchado mucho desde todos los foros posibles y se han conseguido legislaciones en contra de las discriminaciones de todo tipo, pero, más allá de la ley de los hombres, sigue anidando en muchas personas el odio racial, religioso, político, económico y sexual. Es superior a cualquier racionalidad, a cualquier lógica, incluso es superior a las propias experiencias de vida. La memoria traiciona a muchos seres humanos que han sufrido perjuicios por causa de gente con características especiales y se sacan conclusiones caprichosas y antojadizas. Un mal negocio o una estafa, sufrida por culpa de un sinverguenza de raza judía, árabe o china, quedará grabada a fuego y permitirá decir apresuradamente: Tenía que ser…, y agréguese el origen racial. Y de ahí en más, a cruzarse de vereda cada vez que en nuestra vida nos topemos con alguna persona de ese origen. Los prejuicios a favor son tan truchos como los en contra: los gorditos son felices; las mujeres son histéricas; los hombres son sexualmente mas promiscuos que las mujeres; los homosexuales tienen buen gusto para todo; los anglosajones son fríos; los latinos son calientes; los jóvenes son huecos; los viejos son insoportables; los médicos se vuelven insensibles al dolor ajeno como coraza para soportar el contacto cotidiano con el sufrimiento... y siguen las firmas. Muchas de estas afirmaciones pueden tener su parte de verdad, pero tomarlas como axiomas o verdades reveladas pueden conducirnos a errores garrafales que pueden perjudicar reputaciones y amargar vidas sin ninguna necesidad. Claro, para no incurrir en semejantes disparates tenemos que tomarnos el trabajo de analizar individualmente a todos los seres humanos que pasan por nuestra vida, no apresurarnos con primeras impresiones que pueden variar para bien o para mal nuestros juicios valorativos, prestar atención y no creerse el primer chimento siniestro de gente resentida que intenta llenarnos la cabeza con algún comentario tipo: Me dijo un amigo del tío del portero de la casa de al lado que se enteró, por la sirvienta del departamento de enfrente, que lo vieron medio borracho tratando de embocar la llave en la puerta a altas horas de la madrugada. O, por el contrario: Es un ser maravilloso con una luz interior que irradia una aureola de bondad sin limites. Todo está muy bien, pero sólo nuestra experiencia personal meditada y analizada con calma y sin preconceptos nos mostrará el camino a seguir. Puede ser que esa persona sea una cosa u otra, pero nadie es totalmente bueno o malo y muchos seres humanos se comportan de distintas maneras ante distintos estímulos y reaccionan en forma muy diversa de acuerdo con cómo se los trate por afinidades mayores o menores, según los casos.
Si todo fuera tan fácil de resolver clasificando a la gente según sexo, religión, raza, ideas políticas, nivel adquisitivo, cultura, profesión, conducta sexual, nacionalidad o aspecto físico, el mundo no tendría ni la milésima parte de los problemas que lo aquejan. Y no debemos olvidar que cuando grandes cráneos han tratado de resolver los grandes entuertos de la historia con genocidios, exterminios, persecuciones religiosas, represiones discriminatorias y soluciones finales los fracasos de esas políticas han sido contundentes y espantosos para la humanidad que retrocede siglos en pocos años. Desde la persecución a los cristianos, circo romano incluido, hasta los holocaustos de judíos, turcos, armenios, chinos, árabes etc, pasando por la quema en la hoguera de presuntos herejes e hipotéticas brujas, los gobernantes han dado el pésimo ejemplo de hacer del prejuicio una política de Estado.
Las dictaduras, anulando toda posibilidad de intercambio y discusión de ideas, y las democracias, cayendo en intolerancias de discursos únicos, han sido responsables de enfrentamientos que a veces desembocaron en muerte, destrucción y guerras civiles.
Desde lo individual a lo colectivo el prejuicio es una de las fallas más grandes de los seres humanos y nadie está libre de ellos. La única arma en contra de ese veneno es apelar a nuestra razón, no dejarnos llevar por ningún extremo y estar atentos -pero no paranoicos- y vigilantes -pero no histéricos- y, sobre todo, saber reconocer cuando hemos metido la pata penalizando a los otros sólo por apariencias. Es un trabajo, pero vale la pena.
Revista LaNación 26/6/2011
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