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lunes, 21 de julio de 2008

El significado de educar en un mundo sin referencias

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Por Philippe Meirieu
Pedagogo, Profesor en la Unversidad de Lyon


La reflexión que deseo presentarles es tanto la del investigador en el campo de las ciencias de la educación, como la del profesor y la del ciudadano y la del padre de familia también. Es entonces una reflexión general sobre la educación, sobre la situación educativa de la modernidad; es una reflexión que pretende encarar con fuerza los problemas con los que nos encontramos cotidianamente, que no desprecia ninguna de las dificultades con las que se topa cada educador en su día a día y que sin embargo no hace ningún impasse con la reflexión filosófica.
Vivimos, aunque sea una banalidad decirlo hoy, en un periodo de crisis en materia educativa. En una crisis que se desarrolla ya desde hace unos cuantos años, ya que desde 1991, en una hermosa novela de Rosenbaum, un famoso novelista norteamericano contemporáneo, escribe:
“Todos hemos perdido a nuestros hijos, a nuestros chicos, para nosotros es como si todos los chicos de América hubieran muerto. Véanlos violentos en las calles, comatosos en los centros comerciales, hipnotizados delante de la TV. En el correr de mi existencia si algo ha pasado de terrible es que nos han secuestrado a nuestros hijos. Yo ignoro cuáles son las causas y cuáles son los efectos, pero los chicos han desaparecido, eso yo lo sé, y lo mejor que podamos hacer por ellos y por nosotros es morirnos de rabia con aquellos que los han tomado, aun cuando no sepamos a que se parecerá todo esto cuando el humo vaya disipándose.”
Sabemos que esa rabia para lo mejor y para lo peor engendra un porvenir y el autor termina diciendo “las víctimas son aquellos que han renunciado al porvenir”.
Renunciar al porvenir es, sin embargo, la tentación de la modernidad, la de instalarse en el presente, en la inmediatez, en el de todo y rápido, en el “nuestros deseos son órdenes”, en la organización del mundo en el corto plazo, sin un relato del día siguiente, sin un futuro posible y es esta reinvención del futuro, esa capacidad para recrear nuestro futuro, esa capacidad para recrear juntos un futuro, para darle a los chicos de hoy la posibilidad de pensar un futuro y de pensar un futuro distinto al de hoy, un futuro de no esté determinado de antemano, un futuro que no sea un destino. Esa es la ambición de todo educador. No podemos renunciar al porvenir, no tenemos derecho a hacerlo y no es esa una de las menores paradojas de la educación, el hecho de que la presencia de los chicos nos obligue a levantar cabeza. La existencia misma de chicos educados nos impone abandonar esa única obsesión por el presente e imaginar un mundo para ellos, imaginar que ellos podrán imaginar el mundo. Los chicos en ese aspecto nos brindan más servicios que aquellos que nosotros les dispensamos, porque ellos nos imponen el mundo y al respecto el educador es el que porque mira al niño, mira hacia el futuro. Es lo que el filósofo Jonas llama “el principio de responsabilidad”: somos responsables del futuro primero y solo el hombre puede ser responsable de aquello que no existe y puede hacer existir aquello que todavía no existe. Maria Montessori, la gran pedagoga, decía “el hombre degeneraría sin este niño que lo ayuda a elevarse, el hombre ayuda al niño a elevarse porque el hombre educa y eleva al niño”.
Les voy a presentar entonces, tres series de reflexiones en torno a la temática de educar en tiempos de crisis. Voy a recordar algunos de los elementos que constituyen la crisis de la educación, luego evocaré la necesidad de volver a los fundamentales educativos antes de situar algunas referencias y algunas perspectivas.
La crisis de la educación es una realidad que está ligada, en cierto sentido, al surgimiento de la democracia. Nunca hay crisis de la educación en sociedades totalitarias, no hay crisis de educación en las sociedades teocráticas ni en la sociedad dictatorial; la crisis es el reverso del vacío que instalamos en el corazón mismo de la sociedad. La democracia afirma que el lugar del poder esta intrínsecamente vacío, nadie en sí está habilitado a ocupar ese lugar de poder, ni el intelectual, ni el hombre de dios, ni el hombre providencial: el lugar del poder está vacío y debe seguir quedando vacío y solo puede ser ocupado provisoriamente por hombres que acepten ser los mandantes de aquellos que les confían provisoriamente el poder. Entonces tenemos que alegrarnos de la crisis de la educación, en la Unión Soviética de los años 50 no había ninguna crisis de la educación, en el Irán del ayatolá Jomeini, en todos los países que están en manos de una dictadura no hay reflexión educativa. La crisis de la educación es el precio que pagan las democracias por la incertidumbre que asumen, en términos de poder político, moral y social. Cuando una democracia afirma que no hay poderes en sí y que son los hombres quienes asumen el poder, no puede entonces imponer a la educación una dirección única, una trayectoria que sea la misma para todos. En la dictadura los padres que no educan a sus chicos correctamente son considerados disidentes y, en las sociedades totalitarias, incluso se les retiran sus hijos, ya que la educación está considerada como un objetivo común, cosificado, indiscutible e indiscutido. Entonces, en cierta forma, no solamente hay que aceptar sino también reivindicar que hay y que haya crisis de la educación. Eso quiere decir que nadie detenta la verdad educativa, que nadie sabe ni puede imponer en lugar nuestro aquello en que debemos educar a nuestros hijos y lo que tenemos que hacer de y con nuestros hijos. La cuestión de la crisis de la educación está fundamentalmente ligada a nuestra visión democrática. En algunos momentos, incluso preferimos volver a las certezas del pasado, porque tenemos que asumir, como lo dice Milan Kundera, “la insoportable levedad del ser”.
Esta crisis de la educación se ve reforzada por algunos fenómenos sociológicos, en particular, la desligazón entre generaciones. Podemos decir que vivimos una formidable aceleración de la historia que hace que la transmisión que tradicionalmente se efectuaba por una superposición de generaciones ya no pueda efectuarse por medio de esta superposición. Con lo cual las generaciones se separan cada vez más una de otras y lo que separa hoy en día, en occidente, a los padres de 40 años con respecto a un chico de 15, una generación, es eso que separaba a esa generación de 7 generaciones, hace un siglo. Pasan más cosas en 25 años que las que pasaron en 7 generaciones a lo largo de un siglo. Esto trae aparejada la aparición de problemas totalmente novedosos, para los cuales en nuestra propia historia no tenemos solución. Los padres están totalmente carenciados porque no pueden usar con sus hijos los métodos que sus propios padres utilizaron con ellos. Ningún padre puede hoy en día buscar en sus recuerdos para preguntarse a qué edad hay que comprarle a un chico un celular, evidentemente en aquella época la cuestión esta no se planteaba. Esta aceleración de la historia, de la aparición de nuevas tecnologías, nos pone ante problemas inéditos para los cuales no hay ningún catecismo escrito y tenemos que intentar soluciones para esos problemas inéditos. Es por eso que la propia parentalidad plantea problemas en la medida en que precisamente los padres de hoy no tiene escrito su oficio en ninguna parte y tampoco tienen soluciones por ningún lado para los problemas que les plantean sus propios hijos. Y a esto debe agregarse además un medio ambiente mediático y comercial que exaspera el infantilismo en la propia sociedad. La publicidad, el conjunto de los medios de comunicación, reducen al individuo a la condición de consumidor y el consumidor es aquel que está en estado de regresión infantil. El motor de la economía es el capricho, es la pulsión de compra, como dicen los psicoanalistas. El motor de nuestras sociedades es justamente eso, de las cuales el educador debe liberar al chico. Vivimos en un mundo que constantemente dice a todos “tus deseos son órdenes”. Mientras que nosotros tenemos que enseñarle al chico que sus deseos no son órdenes, los adultos somos constantemente solicitados/ requeridos para regresar a nuestra propia infantilización para comprar por ejemplo montones de cosas que no necesitamos para nada, pero que simplemente son el objeto de nuestros caprichos, para tomar decisiones rápidas, muy rápidas, mientras que tendríamos necesidad de tiempo y de serenidad para reflexionar.
Lo que hoy hace difícil la educación, es que está a contracorriente de lo que es el carburante económico de la sociedad, del consumo individual, la pulsión inmediata y la satisfacción de todos nuestros deseos. Respecto a ello, me parece importante volver a eso que yo llamo los fundamentos educativos. Entre esos fundamentos voy a citar brevemente algunos: el nacimiento, por supuesto, “el hombre –dice Hannah Arendt– es un ser para el nacimiento, “el nacimiento es la continuidad del mundo”; el nacimiento es también para cada uno de nosotros un arranque permanente y continuo de la nostalgia de una felicidad solitaria y prenatal. Tenemos que hacer nuestro duelo, siempre, constantemente, de la satisfacción de todos nuestros deseos y todas nuestras pulsiones y este duelo no termina nunca y en este punto nacemos y renacemos a cada momento hasta el momento final, hasta el momento de nuestra muerte. El nacimiento en realidad es el surgimiento del sujeto, de un sujeto capaz de dotarse de proyectos y por tanto de proyectarse en el porvenir, de hacer elecciones, de tomar decisiones, de eliminar, de descartar, de dejar de lado y de darse prioridades, y la prioridad, por supuesto, es salir de lo que los psicólogos llaman el egocentrismo inicial, el egocentrismo del niño rey. Todo niño que llega al mundo y que ha sido deseado es un niño rey. Tiene a los adultos a criterio suyo, porque los chicos saben que lo primero que quieren los adultos es ser amados y amarnos, que haríamos todo por tener el amor de nuestros hijos y que eso que se denomina el círculo de familia es siempre un círculo amenazado porque cada uno, en el seno de una familia así sea la más unida, quiere de todas maneras ser querido por el chico más de lo que el chico quiere a otro, aunque la familia sea la más solidaria. Siempre estamos ahí tratando de tener la atención del chico, de que nos sonría, de reivindicarnos con su amor y el chico sabe que tiene un poder terrible y sabe que si distribuye su sonrisa y los besos que nos da y hasta nos da las gracias, sabiendo que es él quien tiene todo el poder sobre nosotros (a pesar de que nosotros pensemos que tenemos todo el poder sobre él), él podrá hacer lo que quiera con nosotros, porque basta con hacernos pensar que él no nos quiere para que caigamos deshechos. Ese niño rey, que por definición es un tirano, vive la totalidad del mundo de acuerdo a su propia subjetividad, es un brujo, es un mago, no es por casualidad que en los cuentos para los chicos el brujo y el mago tengan un lugar tan especial, hasta en Harry Potter.
El niño siempre es un brujo que piensa que le basta con imaginar muy fuerte unos bombones delante de él para que los bombones aparezcan, de a poco va a tener que ir comprendiendo que su deseo no hace la ley, que su deseo choca con la existencia de los demás y va a tener que aceptar salir de su omnipotencia. Es difícil y doloroso salir de la omnipotencia, sobre todo cuando uno vive en un mondo que además nos invita a la omnipotencia todo el tiempo, y nos distribuye objetos que son objetos de omnipotencia como el control remoto, por ejemplo, que es por excelencia el objeto de la omnipotencia ya que en décimas de segundo uno puede optar por el mundo que quiere ver. Para emplear una metáfora de la teoría psicoanalítica, podríamos decir que el control remoto es un falo de alta tecnología, en todo caso es un instrumento de alta tecnología. Y vemos las consecuencias pedagógicas en las clases mismas: en los países desarrollados los chicos llegan a clase con un control remoto insertado en la cabeza y lamentan profundamente no poder hacer zapping en clase. Ahí están obligados a quedarse en el mismo canal, y como el docente no puede rivalizar con la televisión, viven esa situación como una profunda frustración. Ahora bien, el crecer es aceptar que el mundo existe por fuera de nosotros, que no somos omnipotentes, que el mundo nos ofrece resistencia y que no depende de nuestra propia voluntad, y que debemos renunciar a interpretarlo todo.
En una clase, el chico generalmente piensa que si la maestra lo mira es porque lo está espiando y si no lo mira es porque no lo quiere, él piensa eso porque no puede imaginar que si la maestra no lo mira es simplemente porque está haciendo otra cosa, está convencido de que todo lo que pasa está destinado a él y poco a poco va a tener que ir aprendiendo que todo no puede ser interpretado, que las cosas son y están fuera de él y que no siempre están en contra de él, que el niño no siempre está en el centro del mundo.
En una hermosa novela de otro autor americano, hay un hermoso diálogo entre una madre y su hijo. Ellos están en la orilla del río y ven pescaditos y el chico está un poco nervioso y le pregunta a la madre y le pregunta: “¿los pescados nos comerían si estuviéramos muertos?” Y la mamá responde: “me imagino, bajo el agua los muertos se ponen blanditos y no sirven para nada, pero recordá una cosa, ellos no lo hacen por maldad, son así, nada más.” Es muy importante –agrega la madre- “conocer las cosas como son, no como quiero que sean ni como querría que fueran, ni una cosa ni la otra, como son. Tenés que descubrir que el mundo no está pensando en vos, que no hace nada esperando hacerte mal, aun cuando haya gente que lo piense, como pasa con los chicos. El mundo tampoco intenta hacerte el gusto, el mundo está ahí y vos tenés que arreglarte con eso.”
Este es un aprendizaje muy difícil para los chicos: el aprendizaje de la alteridad. El aprendizaje del rostro del otro, como dice Manuel Levinas, aparece progresivamente como una interpelación a la vez imperativa y misteriosa porque jamás sé quien es y la conciencia del otro me escapa radicalmente. Y el chico tiene que aprender progresivamente a entrar en relación con el otro, a colaborar, a reconocerlo como su semejante pero también como un ser distinto. Allí hay algo muy complicado para los chicos, el otro le da miedo, lo pone nervioso, lo inquieta y Levinas dice que en la presencia del otro hay como un llamado a la identidad, porque su existencia misma me obliga a salir de mi propia identidad, a escuchar otra cosa. Y ahí hay todo un trabajo permanente de aceptación de la alteridad que es consustancial a la educación. Encontramos en un pensador alemán, Georg Gadamer, esta fórmula que me parece muy justa y muy bien escrita en cuanto al imperativo educativo. Él dice que verdaderamente es una tarea gigantesca que es asignada a cada hombre en todo momento: se trata de tener bajo control esas prevenciones llenas de esperanza, de interés, de manera tal que el otro no se vuelva invisible, que no permanezca invisible. Él dice además algo que a mí me parece importantísimo para nosotros los educadores y es que le pueda dar razón al otro, que uno puede estar equivocado respecto de sí mismo y equivocado respecto de sus propios intereses y es una cosa que no es fácil de entender pero que es absolutamente necesaria. Y esto me lleva a una idea: que la educación es aprendizaje para la renuncia a la omnipotencia. El niño cree que su deseo es ley, no soporta que su deseo pueda verse trabado, siempre está a punto de su pasaje al acto; este niño, que yo llamo el “niño bólido” en mi trabajo, es el chico que no se queda nunca en el mismo lugar; “es como un resorte continuo” nos dicen los maestros, no le interesa nada, se levanta continuamente y si tiene ganas de tomar agua va y toma agua, si le molesta otro chico va y lo toma de los pelos, siempre está en el pasaje al acto, siempre en la inmediatez. No ha construido este espacio interno entre el pasaje y el acto. Ningún deseo está prohibido, aún el deseo de matar; sabemos desde Freud que aquel que no desea matar a alguien es porque tiene un electroencefalograma chato, que lo que está prohibido no es desear matar a alguien sino hacerlo, porque entre el deseo y el acto hay una caja negra que unos la llaman conciencia, otros le dicen alma, otros razón. No importa como la llamen, para el educador es simplemente el aplazamiento del acto. Aplazar el pasaje al acto, aceptarlo para tomarse el tiempo de analizar, de encarar las consecuencias de los actos. Un pedagogo que me gusta mucho que se llama Janusz Korczac, un pedagogo polaco que murió en Treblinka en el año 1942, había creado en Varsovia orfelinatos para chicos de padres deportados, y en esas instituciones donde había mucha violencia y los chicos se peleaban todo el tiempo, él intentó una cantidad de métodos para que dejaran de pelearse: dijo que los iba a castigar, que los iba a dejar sin comer, que los iba a golpear. Nada de eso funcionó, la violencia era más fuerte. Un día se le ocurrió algo extraordinario, dijo: “a partir de hoy cualquiera puede agarrar a golpes a cualquiera con la condición de que lo prevenga por escrito 24 horas antes”, e instaló la caja de peleas que era como un buzón donde los chicos escribían “quiero agarrarte a golpes mañana”, ese buzón se vaciaba y se volvía a llenar y los chicos contestaban “¿por qué me querés pegar? Y eso Korczac se lo impuso a chicos más chiquitos que no sabían leer ni escribir y que tenían que encontrar a alguien que les escribiera esa carta o descifrara lo que otros habían intentado escribir. Cuando el pedagogo inventa esta caja de peleas inventa, a la vez, la educación y la democracia y sobre todo muestra que el desarrollo psicológico y ciudadano es el mismo. Hay una perfecta simetría entre acceder al estado adulto y acceder al estado ciudadano. La modernidad descubre esto: descubre que el ciudadano es precisamente aquel que renuncia a lo infantil, es aquel que sabe tomarse el tiempo de examinar las consecuencias de sus actos, que no está en la inmediatez, que está en el tiempo de la reflexión y esto es lo que me hace decir que toda educación es una educación para el aplazamiento, no es una educación para la frustración. Como decía Freud, yo no creo que la cuestión pase por decirle al chico que trate de renunciar a sus deseos, sino que hay que examinar sus deseos, pasarlos por un tamiz, por el tamiz de su conciencia, anticipar las consecuencias de sus actos y examinar, mas allá de su interés individual, el interés colectivo. Por eso es que la educación y la democracia se inscriben en el mismo movimiento: es la renuncia al narcisismo. Educar a un chico es ayudarlo a renunciar a su narcisismo y educarnos como pueblo democrático es educarnos para renunciar cada uno de nosotros a nuestros intereses individuales, para reflexionar acerca de lo que podría ser el bien común y el interés colectivo. En una democracia la escuela no es otra cosa que el lugar de proyección posible del aprendizaje de la democracia, justamente. Es ese lugar en el cual se rehace la experiencia fundadora que describe Marcel Mauss en la conclusión de su ensayo sobre el don, cuando el autor evoca a los caballeros de la Mesa Redonda y evoca ese acto fundante que consiste en colocar la lanza a la entrada de la sala diciendo “oh, tú que entras aquí, renuncias a tu violencia”: entras en un espacio en donde está la meditación, la reflexión, y en donde todo esto lo hace la ley y no tu espada. La escuela podría ser ese lugar, podría ser ese lugar en donde todos dejan la espada en la puerta, su espada física pero también su espada mental, la escuela podría ser ese lugar donde la búsqueda de la verdad, de la precisión, del rigor, vaya delante de la ley del más fuerte. Marcel Mauss dice que para empezar fue preciso primero dejar las lanzas; así ocurrió con el clan, las tribus, los pueblos y así será mañana en nuestro mundo considerado civilizado: las naciones y los individuos deben confrontarse sin sacrificarse unos a otros, en un registro que no es el de la violencia. Las crónicas de Arturo cuentan de qué manera el rey Arturo, con la ayuda de un carpintero, inventó esa maravilla del patio milagroso en torno del cual los caballeros ya no se batieron más.
Para nosotros, educadores, nuestra misión hoy es refabricar la mesa redonda, es crear espacios donde los seres puedan comunicarse sin pelear y en eso hay algo fundamental que me parece ser el gran desafío de la modernidad. En las sociedades tradicionales podía esperarse que la gente dejara de pelearse o bien por el miedo al castigo, a la sanción o porque estaban bajo influencia de una ideología única. En una democracia que acepta la diversidad, que acepta la pluralidad para que la gente no se enfrente, va a tener que aprender primero a encontrarse, y no como en las sociedades tradicionales que funcionaban de manera fusional, como una identificación clánica. Cuando aceptamos la diversidad, el encuentro y la creación de la posibilidad del encuentro hacen al fundamento mismo de la sociedad, solo hay sociedad en torno de la mesa redonda o bajo la influencia de un jefe, pero como queremos democracia tenemos que construir esas mesas redondas. Hemos construido eso que se llaman las grandes instituciones del Estado, el parlamento, etc., etc., que funcionan más o menos bien pero que funcionarán mejor si justamente construimos a todos los niveles y desde la infancia mesas redondas en donde los seres puedan encontrarse.
Como tercera y última serie a partir de este momento, ¿qué referencias podemos darnos, mas concretamente para la educación?. Cinco referencias rápidas: Nacer al mundo, nacer a la ley, nacer a lo posible, nacer a la voluntad, nacer a lo político.
Nacer al mundo es difícil porque para el niño el mundo no existe: el mundo es la TV. La ficción y la realidad se mezclan constantemente: ¿dónde está la realidad?, ¿dónde está la ficción? En cierta forma hoy existir es salir en TV, el que no aparece en TV no existe y el chico sabe de esa idea. El mundo ya no es mundo, es lo que la TV muestra del mundo y lo que la TV no puede mostrar, no existe. Lo que no es televisado ni televisable es negado en su existencia. El ejercicio de la razón no es demasiado televisable, es mucho menos televisable, es mucho menos espectacular que muchos otros acontecimientos. Y llegamos a la idea que lo que no es demasiado espectacular no tiene derecho a existir. La meditación no es espectacular, sin embargo ¿puede tener derecho a la existencia? Tenemos que acompañar al chico en la idea de que Superman no va a llegar a ultimo momento para salvar al mundo, que eso es ficción. Que en la realidad Bruce Willis no existe, es una creación, es ficción. Tenemos que salir de lo imaginario para no confundir al mundo con una película o un juguete. Uno de mis libros lo titulé “El mundo no es un juguete” y lo llame así porque salió algunos meses después de iniciada la guerra de Irak y después de la caída de los norteamericanos en Afganistán. Me había impactado ver a los generales del Pentágono comandar aviones sin pilotos y lanzar bombas a distancia sobre blancos virtuales, como si no hubiera ninguna población ahí y como si se tratara simplemente de un juego electrónico. Para los políticos el mundo se había convertido en una gigantesca Playstation manejada desde el Pentágono, y esa transformación del mundo en juguete, a través de los adultos mismos, por ellos mismos, es evidentemente el anverso de lo que le tenemos que enseñar a los chicos. Les tenemos que enseñar que tiene derecho a romper ese castillo que ha hecho con sus cubos porque la característica del juego es justamente la reversibilidad: uno puede romper su castillo porque puede volver a reconstruirlo y no hay daño ahí. Pero en la realidad, cuando uno destruye el bien común está dañando la posición colectiva y se le crea una herida a la colectividad. El chico sabe bastante rápido que le puede sacar los ojos a la muñeca pero no a su hermanita, que hay una diferencia fundamental entre la muñeca y la hermanita. El problema hoy es que para muchos chicos el mundo entero se transforma en un juguete y vemos a chicos jugar con el cuerpo de los demás sin imaginar que ese cuerpo está habitado por alguien, así como los generales lanzan bombas a los países sin imaginar que esos países están habitados por gente. La capacidad de comprender que la acción humana no es un juego porque está inscripta en una historia irreversible, porque en la realidad las heridas aun cuando se cierren no se olvidan nunca y no se le puede hacer mal a nadie impunemente, implica un aprendizaje muy complejo para el chico. Para conocer el mundo hace falta salir de la relación dual de conflictos y deseos, hay que introducir eso que denominamos el tercero mediador, hay que hacer juntos. Creo que lo esencial de una educación democrática consiste en aprender a hacer en conjunto. Hacer junto con los otros para descubrir que nuestro deseo no es omnipotente, que la autoridad verdadera no es la competencia. Creo que la democracia debe insuflar el deseo de hacer cosas en conjunto, tiene que ayudar a todas las iniciativas donde haya individuos que se pongan juntos en un proyecto y aprendan a trabajar y a realizar cosas juntos, porque actuar y hacer en conjunto permite ponerse a la escucha, construir una autoridad que encarna al mundo y que ya no encarna en capricho de uno: es en ese hacer juntos que superamos el capricho. Por supuesto, hay que acompañar a los chicos en ese hacer juntos porque es muy difícil, impone renuncia, disciplina y una gestión de la temporalidad, pero todo esto es lo que permite salirse de la omnipotencia y llegar al mundo: esto es lo que abre las puertas al mundo.
Un pedagogo que me gusta mucho, les suele decirle a los educadores “tenés que saber lo que querés, si lo que querés es hacerte amar llevale bombones. Pero el día que llegues con las manos vacías te van a tratar de lo peor. Si verdaderamente querés hacer tu trabajo de educador, llevale una cuerda para que tiren de ella”. Estamos hablando de 1945, hoy podríamos decirle llevales cosas para hacer, proponeles que hagan cosas en vez de intentar satisfacer constantemente el deseo de ellos, después vendrá el amor y ahí no está tu recompensa. Yo soy muy sensible a esta idea, el chico necesita ser útil como el adulto. El mismo pedagogo cuenta una historia de un chico con grandes dificultades, que estaba al borde del suicidio, que viene a verlo y le dice “hacé algo por mí, te pido que hagas algo por mí” y él le responde “no puedo hacer nada por vos, nada. Pero vos si podés hacer algo por mí, podés ayudarme” y lo empleó al chico en su asociación y se convirtió en el brazo derecho de este hombre. Él se negó a hacer algo por el chico, por eso yo le pedió que hiciera algo por él, le dio un lugar. En una patria, en una clase, en una sociedad, cuando alguien quiere ocupar todo el lugar es porque no tiene lugar, eso vale para el hermano, para la hermana, para los alumnos, eso es verdad para aquel que ocupa todo el espacio: cuando alguien quiere ocupar todo el espacio es porque no tiene lugar. Darle un lugar en una obra colectiva es permitirle ya no tener más la voluntad de ocupar todo el lugar, también es así como el chico aprende a entrar en la ley, así es como aprende que las reglas no caen del cielo sino que son requeridas por el proyecto que perseguimos en común. El adulto no es la regla, él es quien lleva al chico hacia la regla. Si el adulto es la regla, cuando el adulto se va ya no hay más regla, la regla no puede ser impuesta, ya está construida, y está construida desde el momento en que se descubre que la prohibición autoriza, desde el momento en que se descubre que todas nuestras prohibiciones están hechas para autorizar. La prohibición del incesto autoriza la existencia de la sociedad, la prohibición de hablar todos al mismo tiempo permite expresarse, la prohibición de pasar la luz roja: la prohibición autoriza. La verdadera prohibición es aquella que le permite ver al chico todo eso que la prohibición va a autorizar, y cuando el chico obedece tiene que saber que no es por sumisión sino porque es una promesa de libertad, nacer a la ley es también nacer a lo posible, porque lo que impide la libertad es el encierro y ese encierro es tanto más poderoso cuando es manejado por grupos que ejercen influencia sobre las personas. Uno de los problemas más importantes para las nuevas generaciones no es la desaparición de la autoridad, sino que el ejercicio de la autoridad sobre los jóvenes es hoy mucho más potente, poderoso y tiránico que en el caso de las autoridades tradicionales. Es el ejercicio de la autoridad por estrellas de los medios que imponen su manera de vestir, de hablar, de comportarse; es en el seno de los grupos que la influencia que se ejerce hace que esté prohibido amar algo más que se halle por fuera del grupo, que esté prohibido salir del grupo, que esté prohibido distinguirse del grupo. Y hoy asistimos a un ascenso en las últimas generaciones del fenómeno tribal. El centro de esta tribu, la autoridad que se ejerce sobre cada uno de los miembros, es de enorme fuerza y nuestra responsabilidad de adulto es ayudar al chico a liberarse de esa presión de la norma que se ejerce incluso a través de las marcas de comercio, de la ropa que hace que haya que ser igual a los demás, que haya que ser conforme al prototipo. Eso es algo viscoso para los chicos, eso les impide acceder a nuevas posibilidades, eso los hace sentirse seguro de sí mismo en los proyectos. El chico necesita que el adulto haga una alianza con él para escapar a todas las formas de influencia y de fatalidad. Puedo ayudarte a que seas distinto de lo que te imponen ser y mi rol es abrirte posibles, abrirte posibilidades insospechadas, proponerte objetos culturales que ignorás, proponerte posibilidades profesionales que ni siquiera sospechás, proponerte trayectorias de vida que te permitan dejar de lado todas las fatalidad sociales y económicas y resistirte a todos estos tipos de imperio sobre vos. Esto impone también ayudar al chico a forjarse la voluntad, la libertad solo puede llegar si el chico se pone en juego él mismo, si pone en juego su propia voluntad. Esto supone una verdadera formación de la voluntad, una voluntad que no niega el deseo sino que lo pone a prueba de la ley. Para trabajar la voluntad hay que trabajar siempre la relación entre deseo y ley y el deseo y la ley no pueden articularse más si el niño simboliza ese deseo, si lo representa. Todos tenemos, el niño también, todos tenemos pulsiones arcaicas, todos tenemos corazones pero también tenemos el deseo de apropiarnos del otro, amamos a los demás, y al mismo tiempo amándolos puede que no soportemos quererlos libres, por eso es tan importante el ogro en la mitología. Porque el ogro es aquel que tanto nos quiere que nos come, y nosotros los humanos nunca vamos a resolver la cuestión de saber cómo amar tanto a alguien sin comérnoslo, o cómo que alguien nos ame tanto pero sin que nos coma, cómo amar a alguien sin privarlo de su libertad. Todas estas cuestiones no las ha resulto nadie y lo mejor que hay que pensar es que es mejor que nadie las resuelva, porque no habría más literatura, no habría mas cine, no habría nada más.
La única cuestión que nos ocupa es cómo ser amado por alguien sin correr el riego de que nos coma. El chico tiene ese problema y también tiene miedo de no estar a la altura del deseo de sus padres, tiene miedo a ser abandonado, y lo que tengo que ofrecerle son objetos culturales donde esos miedos, esos deseos, encuentren formas psicológicamente manipulables. Eso es la simbolización, es la capacidad de un objeto cultural de nombrar las propias fuerzas internas, esas contradicciones, esas tensiones; es nombrar todo eso para poder manipularlo: o manipulamos nuestras pulsiones o son ellas las que nos manipulan. La capacidad de manipular nuestras pulsiones pasa por representaciones simbólicas, sobre todo a través de los cuentos, los mitos. En nuestras sociedades desarrolladas hay un déficit de lo simbólico muy fuerte, este déficit deja la puerta abierta al uso mercantil del símbolo. Cuando no hay más cuentos está Walt Disney, cuando ya no hay mitología esta Hollywood. No todo es malo, cuando hace algo como la Guerra de las Galaxias es porque encuentra los fundamentos de la mitología, pero esto tiene que alertarnos sobre la necesidad, en una sociedad laica, de no abandonar la forma de expresión cultural que permite a los chicos pensar la propia historia. El hombre lobo, esta persona que de noche se transforma en lobo, el chico necesita hablar de este lobo porque este chico tiene que saber que sus padres pueden amarlo, pero que ese padre y esa madre pueden también ser muy violentos, que pueden transformarse en ese lobo, que todos podemos transformarnos en ese lobo, que todos podemos tener momentos de cólera en los cuales una cantidad de cosas se nos escapa, la violencia se nos escapa. Si el chico no entendió que ese lobo es el hombre que puede transformarse en lobo y luego volver a ser hombre, no va a poder entender por qué su padre que tanto lo quiere un día se va a poner tremendo y va a decir cosas muy feas, cómo un chico puede pensar las contradicciones de comportamiento de su propia familia. Solo puede pensarlas si hay objetos culturales que encarnen esas contradicciones y que le ofrezcan la mediación necesaria para que él pueda, en cierto punto, domar al mundo.
Nosotros somos portadores de cosas espantosas y el chico también es portador de ellas, no podemos hacer como que lo ignoramos. El chico también es un ser violento, pero el objetivo no es prohibirle la violencia sino metabolizar la violencia. La finalidad de la cultura es metabolizar la violencia y a partir de ahí podemos llegar a puntualizar la actividad del niño para progresivamente nacer a lo político.
Lo político es hacer nacer la sociedad, una sociedad que no es una comunidad. En una comunidad vivimos juntos porque compartimos el mismo pasado, los mismos gustos, las mismas elecciones; puede haber una comunidad de pescadores, una comunidad de gente que le gusta leer los primeros escritos de Trotzky, o una comunidad de gente que le gusta el rap. Una sociedad es un conjunto de comunidades que acepta que existen leyes que trascienden su pertenencia comunitaria. A tal título la escuela no es una comunidad, es una sociedad que enseña que más allá de las comunidades existen reglas societales que les permiten coexistir a las comunidades, que les permite a cada uno hacer sus elecciones, tener sus gustos, tener sus propios deseos pero que también permite vivir juntos y darse un marco común. La sociedad impone superar o ir más allá de las individualidades comunes educamos para el bien común, para la polis griega y ahí la educación es educación a lo político. Cuando yo le pido al chico que renuncie a ser el centro del mundo le pido como ciudadano que se inscriba en un colectivo que renuncia a que su comunidad le imponga su ley a lo colectivo. Renunciar a ser el centro del mundo es a la vez la condición para aprender, aprender una lengua extranjera, aprender historia, geografía, matemática, pero también es la condición para vivir en la sociedad democrática. Por eso el aprendizaje de saberes es condición para la ciudadanía, no son dos cosas diferentes, es lo mismo. El aprendizaje de la alteridad es la renuncia a estar en el centro, es el hecho de hacer existir la democracia reconociendo siempre el espacio vacío del centro. Es un esfuerzo permanente de los hombres mantener ese espacio vacío en el seno de la familia, de la clase, del barrio, de la ciudad, del país, del mundo. Mantener el espacio vacío, diciendo que nadie tiene derecho a instalarse en el centro del mundo: ni el chico en el centro de la familia ni el tirano en el centro de la ciudad. La democracia es eso.
Para decir las cosas rápidas, y ya voy a ir terminando, la educación en lo político proviene en primer lugar del reconocimiento de los demás; pasa simplemente en las formas ritualizadas del saludo: el saludo implica decir te reconozco. Esto también inicia el aprendizaje del respeto por el otro, no vivirlo al otro como un peligro sino como un ser a la vez semejante y distinto. Aquí tocamos realmente el corazón de una educación para el futuro, de una educación que permita a cada cual existir mas allá de una relación de poder. En cierta manera lo que hay de formidable hoy es que vivimos la muerte de los dioses. Vivimos la muerte de los ídolos y estamos en los inicios de la invención de algo que es la posibilidad de un mundo fundado en la cooperación, en la solidaridad, en la confrontación y no en la adoración de ídolos. Por eso es que no soy nostálgico del pasado. Pienso que hay muy grandes razones para inquietarse por el porvenir, pero también creo que hay muy buenas razones para esperar. El hecho que el cielo esté vacío quizás quiera decir que ha llegado el tiempo de los hombres, el tiempo de que los hombres hagan su ley, que la hagan ellos mismos y les enseñen a sus hijos que son los hombres los que hacen la ley y que la hacen juntos y no por separado.
Dije al principio que había una crisis de autoridad, una crisis de la educación, pero creo que esa crisis es una posibilidad, una posibilidad de fundar una sociedad a la altura del hombre y una posibilidad de crear una educación de individuos que sean ciudadanos libres. Esto es muy difícil, lo es porque siempre hay mucha gente que quiere ocupar el centro y siempre tenemos que hacer extraordinarios esfuerzos de negarnos a confiarle nuestro destino a alguien que se reivindique en la omnipotencia y eso también se lo tenemos que enseñar a nuestros chicos. Podemos hacerlo, podemos enseñárselo en la medida en que pongamos en ejercicio una pedagogía que haga una alianza entre la transmisión y la emancipación, una pedagogía apoyada en un método experimental donde el chico haga hipótesis y las verifique, una pedagogía de la investigación documentaria donde el chico no crea ciegamente en la palabra de nadie y que sí vaya a verificar, vaya a buscar fuentes para seguir buscando la verdad y buscar la verdad por sí mismo
Tenemos la posibilidad de educar a nuestros chicos para que sean buscadores de verdades y no para que queden atónitos ante cualquier ídolo que haya. Pienso que la desaparición de lo que llamamos referencias puede ser una magnífica oportunidad para construir nuevas referencias, nuevas referencias en torno a nuevos valores que quedan por inventar: esa es la razón por la cual en este misterio no tenemos que volvernos siempre hacia el pasado.
Desconfío de aquellos que pretenden que estamos en decadencia, prefiero aquellos y aquellas que nos dicen que podemos construir un porvenir juntos y que nada está jugado definitivamente y que ese porvenir puede ser mejor que el presente y el pasado.
En occidente hoy está muy bien visto estar desesperado, hay como una estética de la desesperación, de la falta de esperaza, y los que no están desesperados pasan por idiotas, pero yo prefiero pasar por idiota porque pienso que en la desesperanza no hay porvenir.
Muchas gracias por haber venido.



Texto completo de la charla abierta realizada el 27/6/2006.-
en el Ministerio de Educación,, Ciencia y Tecnología, Pizzurno 935.
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