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domingo, 9 de noviembre de 2008

Internet, un universo sin principio ni fin

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por Beatriz Sarlo


Quien hoy no sepa o pueda usar el buscador Google (o alguna otra alternativa) pertenece a una de tres categorías. La primera incluye a las personas desprovistas de todo interés en cualquier tema, cultural, científico, tecnológico o práctico; no usan Google ni ninguna otra forma de acceso a la política, las bandas de rock o las recetas de cocina, con la muy probable excepción de los programas televisivos. La segunda categoría es la de aquellos, cuyo número está en veloz retroceso, que encuentran todo lo que necesitan en materiales impresos sobre papel; son capaces de esperar días o meses para conseguir un dato porque privilegian el soporte material y lo prefieren sobre cualquier otro medio. La tercera categoría concierne a los que no tienen acceso a internet, porque carecen de computadoras, ninguna institución las pone a su alcance o, en el caso de acceder a computadoras, no están conectadas a una red; esta categoría es la de los aislados por privación, por miseria tecnológica.

La única categoría que presenta un verdadero problema es la tercera. Como están materialmente excluidos de internet, no pueden decidir excluirse por propia voluntad. Son el equivalente en el siglo XXI de quienes no podían acceder a materiales impresos en el siglo XIX. Condenados por segregación social, lo más probable es que, además de no acceder a internet, tampoco les resulte fácil ejercitar las formas clásicas de lectura.

La segunda categoría puede subsistir. Si alguien tiene todos los materiales impresos a su disposición es bastante probable que no se pierda demasiado, excepto la experiencia de internet. Pero si domina los materiales impresos y ha decidido privarse de internet es casi seguro que se ha hecho cargo de las limitaciones intelectuales y de las hipotéticas ventajas de permanecer desconectado.

La primera categoría es la de los indiferentes que pueden acceder a internet, pero prefieren no hacerlo y también prefieren no leer. Los indiferentes ejercen su libertad: optan por quedar afuera, sin que nadie los obligue. A la segunda categoría pertenecen los originales o los tradicionalistas que prescinden de una innovación aunque estén en condiciones de dominarla. La tercera categoría es la de las víctimas sociales.

Fuera de esas tres categorías, estamos el resto de los mortales que navegamos la web, leyendo, escribiendo, mirando o subiendo imágenes, escuchando sonidos o colgándolos. La "cuestión internet" nos afecta a nosotros y, como siempre que ha habido un cambio en el soporte (cuando surgieron las ediciones baratas de libros, los periódicos cotidianos con secciones para todo el mundo, los folletines por entregas o las historietas), es inevitable discutir las consecuencias formales e intelectuales que las innovaciones traen como ilusión, promesa o amenaza.

Antes que nada habría que reconocer una mutación en la forma de lectura de lo escrito. La impresión sobre papel tiene una fijeza que no es meramente técnica, sino que influye sobre el manejo que hacemos de ella. El peso material de la página ,su grosor, su olor y su textura son datos que todos los lectores reconocen. Puede haber lectores más indiferentes a la calidad (como es, por lo general, mi caso) o lectores que sepan apreciarla, pero todos conocen la experiencia de mantener una página en vilo entre los dedos, repasando las últimas palabras y anticipando las de la página siguiente, en una casi simultaneidad de movimientos hacia atrás y hacia delante, reiterados o indecisos.

La forma libro, por otra parte, es mucho más apta para ser ojeada y hojeada (ambas acciones son, en este aspecto, casi sinónimas),algo que los escritos en Internet no permiten, excepto cuando imitan al libro o al periódico con efectos que, de todos modos, nunca se acercan a los de los objetos imitados. Internet se divide en pantallas y todavía nos estamos acostumbrando a saltar de pantalla en pantalla y no de página en página. Todavía conservamos viejos hábitos para nuevas tecnologías, salvo aquellos que hayan aprendido a leer en internet y sólo lean en internet, seres más adecuados a una novela de ciencia ficción que a la realidad; aunque los chicos y los jóvenes lean más en internet que en los libros, todavía hoy aprenden a leer en libros. Incluso los botones auxiliares, que permiten retroceder y avanzar, se mimetizan, en muchos programas, con la página, pese a que lo que avanza o retrocede sean las pantallas.

Las consecuencias de todo esto son enormes. Volatilizado el papel, junto con él se volatiliza la estabilidad de la lectura porpágina, que fue la forma de la lectura de los últimos siglos. Se volatiliza también la organización continua de un texto. Habituados a navegar por pantallas, nos desplazamos fuera del texto que creíamos haber buscado febrilmente y que nos llenó de alegría encontrar, para pasar a otro texto, siguiendo un enlace del que no teníamos noticia y, quizá, ni siquiera interés. Olvidamos el principio, porque internet no tiene principio. Borges, citando a Pascal, dijo que el universo es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Estamos navegando esa esfera.


Revista Viva, 26/10/08

2 comentarios:

Anónimo dijo...

siempre me deja conforme.Son cosas que se pero me hace falta su mirada. vi que hay mas articuos de ella. Bien por vos Peppo.

Anónimo dijo...

Me gusta mucho, como escribe la Sarlo y en este caso me deja mas que satisfecho.