por Samuel Finkielman
Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari
Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires
En un libro reciente, Carlos Fisas cita a Pero Mexía, en cuyos Coloquios y diálogos publicados en 1547 en Sevilla, se hace decir a uno de sus interlocutores, que expresaba sus reservas respecto a los médicos y la medicina, “así no hallamos cosa escrita en Medicina de antes de Hipócrates que, según Plinio por autoridad de Marco Varrón, afirma, fue el primero que escribió preceptos della” y sigue: “Seiscientos años se defendieron los romanos de los médicos, que nunca los hubo en Roma ni los admitieron y nunca tan sanos vivieron ni tanto como en aquel tiempo. Verdad es que, siendo cónsules L. Emilio y Marco Livio en el año 535 de la fundación, no se por quien persuadidos admitieron a un médico griego peloponense, llamado Archagato y le dieron casa y salario público y, como cosa nueva, agradó en sus principios; pero después que experimentaron sus sangrías y sus cauterios y extrañas maneras de curar, fue desterrado él y otros que ya habían venido; y esto por autoridad y consejo del grande Catón el Censorino, el cual vivió 85 años, porque veáis la falta que le hizo el Archagato y los demás. “Después de Catón, andando el tiempo, con la codicia y ambición y con otros vicios entraron los médicos en Roma, pues de creer es que antes de esto en tan largo tiempo los romanos tenían sus dietas y medicina y manera de curarse; pero no la tiranizaba nadie: cada uno decía a su vecino lo que sabía y había experimentado; el amor y la caridad curaban, no la codicia y ponzoñas. “Y no fueron sólo los romanos en esto; que los babilonios que fueron doctos y letrados, Estrabón y Herodoto escriben que no tenían médicos conocidos y a los enfermos les hacían sacar a las plazas porque los vecinos que tuviesen experiencias de semejantes males les aconsejaban lo que harían; y lo mismo se escribe que hacían los egipcios, y en nuestra España los Lusitanos. “Se también que desque comenzó a haber médicos usó a vivir poco los hombres y que los romanos antiguos vivían más sanos y más tiempo que los reyes y emperadores que dieron salarios e hicieron mercedes excesivas a médicos. Si no, dígalo Alejandro Magno, que no llegó a cuarenta años; y díganlo hoy día los viejos sanos de los montes y aldeas que nunca vieron médicos y los mozos que mueren en sus manos en las ciudades y cortes”1. ¿Qué medicina se practicaba en Roma antes de que llegaran los griegos con sus discutidas artes sanatorias? La misma medicina a la que gran parte de los hoi-polloi griegos recurría. Buscaban alivio y salud en los templos donde hierofantes y sacerdotes hacían escuchar oráculos y oficiaban de sanadores mediante la intercesión de manos y la invocación a sus dioses, Apolo, Higea, Panacea y sobre todo, Asclepio, introduciendo rituales de “incubación” haciendo dormir a los pacientes en el templo. Tenían los romanos una medicina doméstica, responsabilidad de paterfamilias que coleccionaba recetas e invocaba a los dioses lares, y otra más oficial aplicando los procedimientos de los Libros Sibilinos. Estos se guardaban en el Templo de Júpiter y eran consultados en ocasión de un peligro nacional. Tenían numerosas deidades, especialmente diosas, para cada enfermedad o riesgo. Febris era la diosa de las fiebres palúdicas, Scabies la diosa de la Sarna y Angina la que curaba los dolores de garganta. Para las emanaciones mefíticas, el aliento sulfuroso de Plutón, invocaban a Mefitis. Había diosas para los peligros del noviazgo, Juga, por ejemplo; Domidico vigilaba a la novia conducida a la casa de sus suegros, y Cinxia desceñía su túnica mientras Virginensis la consolaba de la desfloración, que era presidida por Pertunda. El goce venéreo era concedido por Volupia; Fluonia detenía el flujo menstrual mientras que la mens-truación era regida por Mena; Rumina llenaba sus pechos, Alémona cuidaba su embarazo y Osípaga endurecía sus huesos. Hasta las presentaciones fetales tenían sus diosas: Antevorta para las cefálicas y Posvorta, las podálicas. Intercidona velaba por el ombligo, Pártula por el cordón; Vagitanus vigilaba el primer llanto del neonato y Educa le enseñaba a mamar. Y existía una partera divina, Opígena, que se invocaba en caso de necesidad. Y debieron haber más, un dios para cada enfermedad2. No siempre los romanos se resignaron a la exclusividad de sus propios dioses domésticos o sus Libros Sibilinos. En el año 292 AC recurrieron a los griegos cuando eran asolados por una epidemia de peste y acudió una misión de Epidauro. De la embarcación griega que navegaba por el Tíber, escapó una serpiente que nadó y arribó a una isla, la Insula Tiberiana, y milagrosamente cesó la epidemia. La isla se transformó en un hospital público y se dice que la isla tenía forma de nave y en las rocas que correspondían a la proa se grabaron los símbolos de Esculapio, el báculo y la serpiente. Se generalizó entonces entre los ahorrativos romanos la costumbre de alojar allí a los desamparados, sobre todo a los esclavos enfermos sin esperanza. ¿Se les daría cuidados paliativos? Eso resultaba caro para el erario público por lo que se sancionó una ley liberando a todos los esclavos que recuperaban la salud. Los romanos lo pensaron mejor antes de enviar a sus esclavos enfermos. Mucho tiempo después, cuando Roma se cristianizó, la Insula Tiberiana, o de Esculapio, cambió su nombre por el de Isla de San Bartolomé3. Pasemos a citar directamente lo que Catón el Censor (234-149), considerado el fundador de la prosa latina, escribió en una obra dedicada a su hijo, Praecepta ad filium: “Marco, hijo mío, te hablaré de los griegos con toda franqueza. Te probaré que he descubierto en Atenas que es bueno leer su literatura, pero no vale la pena profundizarla. Los griegos son una raza perversa e indócil y, créeme que hablo como un verdadero profeta cuando afirmo que a cualquier lugar donde esta nación aporte sus conocimientos, lo corromperá todo, en especial si envía sus médicos. Con la ayuda de la medicina éstos han jurado acabar con todos los bárbaros, y se hacen remunerar por sus servicios para conquistarse la confianza de la gente y facilitar así su obra destructiva. A nosotros nos llaman bárbaros y nos denigran aún más con el nombre de villanos. Te prohibo todo trato con médicos”2. Es curioso el argumento que el hecho de que los médicos se hiciesen pagar por sus servicios hiciera creer a los romanos que su actividad haya sido valiosa; cuando se acudía al sacerdote una escuálida ofrenda ocasional era suficiente. Lo que se paga debe tener valor. El encono de Catón hacia la medicina y sus sentimientos xenofóbicos con respecto a los griegos se han interpretado de diversa manera: pura perversidad, espíritu conservador atrabiliario, envidia –en sus Praecepta hay un capítulo de recomendaciones médicas– pero nada de eso parece razón suficiente. Las historias de la medicina no suelen dar muchos detalles acerca de la biografía de Catón. Sí, cuentan que era considerado un modelo de virtud republicana, de frugalidad y dedicación... y que terminaba todos sus discursos en el Senado recordando Delenda est Carthago. Catón era un plebeyo nacido en Tusculum de una familia muy rica, que se titulaba agricultor (léase terrateniente) –era autor de un tratado De agri cultura– que estudió leyes y se decidió por la política. Era un hombre nuevo (equite) y con la protección del patricio Valerio Flaco, hizo la carrera de los honores desde las posiciones más humildes; fue cuestor en Sicilia, pretor en Cerdeña y finalmente llegó al consulado. Durante gran parte de su vida Roma estuvo envuelta en la Segunda Guerra Púnica, con la amenaza de Aníbal y un ejército cartaginés que había venido de España por tierra, cruzado los Alpes, y destruido legión tras legión romana; Aníbal nunca reunió una fuerza que considerara suficiente para vencer inequívocamente a Roma. Sólo merodeaba por toda Italia. Durante el Consulado de Catón se puso en acción un ataque a los dominios cartagineses de España. Catón estuvo al frente. Simultáneamente estalló en Africa un conflicto entre Cartago y Numidia, aliada de Roma, y Aníbal debió abandonar Italia. Catón se había comportado con tal eficacia y crueldad que se hizo acreedor a un Triunfo a su regreso de la campaña que incorporó a España al naciente Imperio Romano. Filipo V de Macedonia se había aliado a los cartagineses y Catón participó en una expedición a Grecia aunque no comandó las fuerzas; Filipo fue vencido, Macedonia fue “liberada” y dividida en cuatro estados “independientes” con Roma como protectora. Perseo sucedió a Filipo e intentó recomponer su reino. Como siempre hubo alianzas y traiciones recíprocas entre los reinos helenísticos, frente a los cuales Roma –sin intención aparente de ocupar los estados griegos– actuó como árbitro. Catón fue elegido Censor y, como tal, denunció a ciertos patricios y a Escipión por corrupción, hizo exonerar senadores por cohecho, procuró la sanción de leyes antisuntuarias, controló las rentas del erario público e hizo destruir casas de particulares que obstruían las calles de Roma; así se hizo merecedor de una estatua, seguramente con la oposición de las matronas romanas a las que intentó prohibir el uso de sedas, algodón de la India, los costosos aderezos de la moda y profusión de joyas. Fue cabeza de un partido, el de los caballeros y patricios cuyos ingresos no dependían de la renta de las tierras sino del comercio, de la agricultura y de los servicios; partido que podría llamarse nacionalista o imperialista, pero Piganiol prefiere denominarlo capitalista4. Roma, sin proponérselo, y como consecuencia del curso de las guerras, se encontró dueña de un imperio. Catón recomendaba a sus amigos comprar tierras en los territorios ocupados para revenderlas después; adquiría a bajo precio esclavos muy jóvenes entre los prisioneros, los hacía entrenar en distintos oficios como aprendices y luego los vendía caros, cosa que era perfectamente moral en una sociedad esclavista. Su posición frente a los reinos helenísticos era coherente; anarquizados y enfrentados en conflictos constantes, estaban contrariando los intereses comerciales de Roma, porque los conflictos creaban inseguridad en la navegación; el este del Mediterráneo estaba infectado de piratas; en los estrechos del Egeo se exigían gavelas al paso de los barcos, las ligas griegas se hacían la guerra. Catón seguramente invertía con armadores navales y mercaderes, y la amenaza a los negocios explica mejor que un conflicto cultural su posición hostil. Con respecto a las opiniones de Catón acerca de la medicina, ¿podríamos afirmar que la medicina secular era más eficaz que la medicina del templo? Cierto, la idea de que la enfermedad es un proceso natural es griega y a la distancia de más de dos mil años, desde Catón, podríamos atribuir a la medicina un futuro promisorio. El fantasma de Catón habría alegado, parafraseando a Don Juan Tenorio– “Largo me la fiasteis. Mientras tanto, tuvimos que sostener una caterva de embaucadores e ilusos; si nos basamos en la evidencia”. Además, se podría conceder, tenía obviamente razón, pues, en su tiempo, la medicina aparecía como una rama de la filosofía... y tan eficaz como ella5. En definitiva Catón no era un xenófobo pérfido sino un pérfido, arrogante y virtuoso senador romano, un político que amaba a Roma y, sobre todo, se amaba a sí mismo. Dicen que trataba a sus esclavos tan mal como a su mujer. La virtud catoniana es capaz de infundir terror. Y a pesar de Catón, Terencio Varrón y Plinio el Viejo, la medicina griega se difundió y permaneció en Roma. Finalmente, ¿quién era Pero Mexía que como Catón abogaba contra los médicos y la medicina6? Era un sevillano nacido en 1497 que había cursado estudios en su ciudad natal y se había graduado en Leyes en Salamanca. Obtuvo una posición en la Casa de Contratación donde llegó a ser contador de Su Majestad; un burócrata. Se afirma que fue un latinista eximio y que cultivó una amistad epistolar con Luis Vives (en latín) y un trato más próximo con Fernando Colón y con el obispo de Escalas, Baltasar del Río. A pesar de los achaques que comentaremos, llegó a ser diestro con las armas. Naturalmente comenzó escribiendo versos, celebrados por un círculo de amigos y entretenía su vigilia estudiando matemáticas y... astrología. Los achaques mencionados consistían en un grave mal de cabeza (no os confundáis, amable lector, padecer mal de cabeza no significaba estar loco, sino sufrir intensas y continuas cefaleas) e insomnio. Sólo dormía 3 o 4 horas, hacía una dieta extremadamente sobria y no bebía alcohol. Durante los últimos 15 años de su vida jamás salió al “sereno de la noche” (extraño, un astrólogo que no miraba al cielo). Por la mañana asistía a misa, se dedicaba a su cargo el resto del día y para soportar sus insomnios leía y escribía. Así compuso una Silva de varia lección, que no era una composición poética sino una colección de trozos literarios referidos a muchos temas, que fue tan bien recibida por el público que se animó a escribir una Historia imperial y cesárea, dedicada al príncipe Felipe, que recién se imprimió unos cuarenta y tantos años después de su muerte (la de Pero Mexía). Después escribió los anteriormente citados Coloquios y diálogos en los que aparece la referencia a Catón y su diatriba contra la medicina, solidaria con la del Censor. Sus amigos difundieron en la Corte la calidad de sus escritos y el mismo Carlos V le solicitó que fuera su cronista. Pero Mexía se excusó por razones de salud, más hete aquí que recibió sin embargo licencia para hacerlo, amén de un salario. Naturalmente comenzó la obra que dejó inconclusa a pesar de haber sobrevivido al rey por tres años. Pero Mexía murió en 1551 de un “dolor de estómago”, diagnóstico algo impreciso pero seguramente exacto; aquí parece haber acertado su astrología por haber predicho el tiempo de su muerte veinte años antes. ¿Cuál fue su enfermedad original, el mal de cabeza? Con los rasgos descritos apostaríamos que sufría de jaquecas, para la cual la medicina de su siglo no ofrecía alivio. De allí, probablemente, su disgusto con la medicina. Quizás sus estudios sobre astrología fueron un fallido intento de buscar por sí mismo, en la conjunción de astros en el Zodíaco, un remedio para su mal, entonces incurable. En tiempos de Pero Mexía ejercían la profesión en España médicos notables, Antonio Gómez Pereira, Andrea Vesalio y sus discípulos, Andrés Laguna y Juan Valverde. Gómez Pereira era antiperipatético y antigalenista, casi un hereje, pero era requerido por la corte; Andrea Vesalio fue el más grande anatomista, corrigió los errores de Galeno, y Laguna y Valverde llegaron a ser médicos de varios papas. ¿Habrá recurrido a ellos Pero Mexía?7 También fueron sus contemporáneos Paracelso, médico, astrólogo y alquimista que introdujo el mercurio y el antimonio en la terapéutica, petulante, generoso e ininteligible; astrólogo también fue Nostradamus, médico de Catalina de Medici y de sus hijos, reyes de Francia; y probablemente haya especulado con la astrología el navarro Miguel Servet. Cito textualmente: “Dedicóse luego [de graduarse Servet de médico] al estudio de la astronomía en París, siendo acusado ante el Parlamento, que lo absolvió, permitiéndole el estudio sin tocar los particulares influjos de los astros”, es decir, sin tocar la astrología... ¿Para qué cielos iría un médico a estudiar astronomía si no? La astrología médica se difundió entre los médicos rebeldes a la tradición galénico-arábiga como un esfuerzo de explicar la enfermedad y encontrar técnicas nuevas para tratarlas, con el mismo éxito –o falta de éxito– que la Materia Médica de Dioscórides, la triaca y la alquimia. Pero Mexía fue sepultado en la iglesia parroquial de Santa María de Sevilla, junto a sus antepasados, y su epitafio está escrito en latín.
Notas
1. Fisas C. Historias de la historia. Segunda serie. Santiago de Chile: Planeta, 1989, p 106.
2. Robinson V. La medicina en la historia. Su lucha contra el dolor, el fanatismo y las supersticiones. Buenos Aires: Tridente, 1947, p 81.
3. Calder, R. Medicine and man. The story of the art and the science of healing. New York: Mentor, 1958, p 69.
4. Piganiol, A. Historia de Roma. Buenos Aires: EUDEBA, 1961, p 138.
5. Rostovtzeff, A. Roma. De los orígenes a la última crisis. Segunda edición. Buenos Aires: EUDEBA, 1970, p 58.
6. Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano. Montaner y Simón y W.M. Jackson, editores. Barcelona y Nueva York.; sin fecha.
7. Schiaffino, R. Historia de la medicina en el Uruguay. Tomo 1. Montevideo: Imprenta Nacional, 1927, p 24.
FINKIELMAN, Samuel. De Catón a Pero Mexía, contra los médicos. Medicina (B. Aires). [online]. May/June 2003, vol.63, no.3 [cited 09 December 2008], p.262-266. Available from World Wide Web:. ISSN 0025-7680.
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