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domingo, 4 de enero de 2009

Una noche para sentirnos como reyes

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por Beatriz Sarlo


Definición de regalo: "Trato real"; de regalarse: "Tener las delicias que los reyes pueden tener". El origen para quien sepa un poco de latín es claro: regalis, que quiere decir justamente propio de un rey. Tomo la definición del filólogo Sebastián de Covarrubiasen su ciclópeo Tesoro de la lengua castellana , publicado en 1611. A comienzos del siglo XVII, cualquier alteración material de la vida cotidiana que implicara agregar algo a la monotonía, la escasez o el hambre de los campesinos resultaba equivalente a algo "real": ser tratado a cuerpo de rey, como informa la vieja expresión. El regalo es, por lo tanto, un salto de calidad o de cantidad: una tira de tocino frito o más papas y garbanzos, quizá simplemente un poco de aceite o un pedazo de azúcar; un chaleco, un refajo o un par de zuecos. Eso podía ser un trato de reyes para quienes vivían sintiendo hambre más o menos todo el tiempo y vestían la misma ropa durante décadas. De allí que el regalo se con siderara como algo fuera de la norma, propio de un País de Cucaña que, lejano e inalcanzable, promete ríos de leche, de vino y de miel, canastas repletas de panes, fuentes desbordantes y mesas rodeadas de hombres que han caído al suelo después de hartarse. El trato a cuerpo de rey supone siempre una abundancia que no evita el despilfarro sino que lo tiene como consecuencia bienvenida. La mesura en el consumo requiere de una disciplina que, en primer lugar, ha sido entrenada por la experiencia de no sentir la mordedura helada de la necesidad. Pero en la civilización que conocemos hoy, la mesura en el consumo rechaza esa disciplina incluso cuando nunca se hayan sufrido las condiciones de privación. El regalo, como suplemento de aquello que consumimos, nos devuelve a una experiencia casi mítica de abundancia. Casi por definición, el regalo tiene que tener algo de excesivo y de innecesario. Es fácil acordar con esto, si se tiene memoria de la desilusión que produce recibir como regalo algo que, de todas maneras, era indispensable adquirir (ésta era frecuentemente una experiencia infantil en las capas medias y bajas: obtener zapatos o un camisón como regalo de cumpleaños era un insulto a las expectativas de abundancia inútil que el regalo promete). Como el de cumpleaños, el Día de Reyes es un día de regalos. Su especificidad se fue perdiendo ya que el mercado instituyó otros días más o menos obligatorios en los que niños, egresados, amigos, abuelos, padres, novios, están obligados a dar o recibir regalos. Sin embargo, salvo que por razones cultural eso religiosas la mañana del 6 de enero no pertenezca al calendario, el Día de Reyes sigue valiendo como fecha obligatoria. Es un día donde las palabras valen por dos: los Reyes traen regalos, es decir objetos propios de reyes, que incluyen a quienes los reciben en una fugaz realeza. Dicho todo esto, es difícil no pensar que un tercio de los argentinos, y la mitad de los niños, viven en condiciones que se describen asépticamente como de "necesidades insatisfechas". Lo que recuerdo bien de mi infancia transcurrió en los años cincuenta y la memoria me trae las imágenes de un correo en un pueblo del norte de Córdoba que parecía un depósito de juguetería; también la imagen de los chicos llegando a sus ranchos con las muñecas y las pelotas de fútbol, ya que en esos años, incluso en las capas medias, esos eran los regalos canónicos. Más tarde, crecí discutiendo la política del gobierno peronista que realizaba nacionalmente ese reparto, pero nunca se me ocurrió criticar lo que había visto, durante años, esa mañana del 6 de enero. Era el País de Cucaña por algunas horas y quien sepa qué es la necesidad entiende que esas horas eran, en realidad, una respuesta a lo que hoy se nos presenta como mañana del 6 de enero de 2009. Entre los derechos que es difícil codificar en leyes generales, yo mencionaría el de la abundancia aunque sólo sea temporaria. El regalo, como todo lo que concierne al rey, debe tener esa riqueza obtenida por la unión de lo que no se necesita para sobrevivir y de lo que está en exceso. Ser tratado a cuerpo de rey es recibir las muestras de un gasto desacostumbrado. El don, el regalo, es precisamente eso: lo que se libera del marco de la supervivencia, incluso lo que se libera del marco de la relativa afluencia, para convertirse, en cada caso, en algo que brilla por su excepcionalidad. De algún modo, si el regalo sirve simplemente para no sentirse el último orejón del tarro, no es un regalo sino una compensación moral, necesaria pero insuficiente. Desde esta perspectiva el regalo no llega para satisfacer una necesidad sino para saltar sobre ella y poner a quien lo recibe en otro plano. Aunque sea por un momento, el regalo tendría que ofrecer la experiencia de que se ha abandonado la prisión de la necesidad y se ha pasado al reino de la libertad, donde no se come por hambre, ni se bebe por sed, ni se viste por frío, ni se recibe algo por lástima. En este sentido, la caridad y el regalo se oponen: el regalo tiene algo de abundancia mítica pagana, no de distribución caritativa que se realiza porque todos somos iguales ante dios.


Revista Viva 4/1/2009


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