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por Enrique Pinti
En un mundo caótico y contradictorio, donde la capacidad de asombro no tiene límites, vemos a diario un desfile de horrores, glorias, bajezas y noblezas que, al menos a este veterano, lo dejan como frente al dentista, o sea, con la boca abierta. Juegos mortales ejecutados, gracias al mal uso de la tecnología, por niños y adolescentes; videos eróticos privados que toman estado público por venganzas o, peor aun, por pura frivolidad; violadores convictos y confesos que salen mucho antes del tiempo fijado para su reclusión, jueces que se "distraen", inocentes condenados sin pruebas y, a veces, con causas armadas por revanchas personales; alumnos que dan palizas a sus profesores, profesores que toquetean a sus discípulos, peleas televisivas grotescas y lamentables cuyo rating evidencia el interés morboso de una parte importante del público, causas penales a raíz de esos enfrentamientos en el gran circo mediático que atiborran juzgados que deberían tener mucho más lugar físico y mental para cosas más relevantes y crímenes y delitos de mucha más importancia para la sociedad. Podríamos seguir con una lista interminable de disparates que sacan de quicio al más paciente y ponen de mal humor al más amable.
Claro, no todo es igual, no todo son horrores, y en medio del maremágnum de atrocidades hay lugar todavía para los casos de gente maravillosa que lucha contra la adversidad, ya sea por problemas de salud como por limitaciones económicas graves. Gente que combate a brazo partido contra la miseria, propia y ajena; redes solidarias que funcionan sin bombos ni platillos, pero con la firme determinación de los que no se entregan al desánimo ni a la tentación del crimen como única salida; personas que quizá nunca tengan un monumento o una calle con su nombre, pero que pasan por la vida ayudando, integrando y sumando en lugar de obstaculizar, dividir y restar. El delito, el abuso, el maltrato y la falta de respeto están en cada esquina, y la redención, el amor y la solidaridad también pueden aparecer de improviso, justo a tiempo para evitar la caída y la decadencia.
Junto a las derrotas frecuentes y las ilusiones perdidas están los nuevos estímulos. La eterna calesita de la vida sigue girando, y en cada nueva vuelta la sorpresa está esperando: puede traer asombro, indignación o alegría, pero nunca indiferencia, porque cada acontecimiento, por poco relevante que nos parezca, encierra un significado que no deberíamos dejar de analizar.
No se debe esperar a estar directamente involucrado en cosas negativas, esas que siempre les pasan a los otros, porque en el momento menos pensado pueden pasarnos a nosotros. La solidaridad con los afectados por cualquier situación límite nos permite ver la vida desde un lugar menos confortable, que nos hace madurar, y sirve para corregir prejuicios y supuestas verdades que se estrellan contra el muro de la cruda realidad. No comprender el hambre de los que no comen y creer que se trata de "gente que no quiere trabajar" es una de las tantas necedades que provoca la dualidad del estómago lleno y el cerebro vacío. No entender la vida sin esperanza ni el rumbo de los que han sido marginados desde la cuna, es sumarse al coro de fantoches que desde su torre de marfil ven transcurrir la vida sin pensar en nada que no pase por su conveniencia personal. Tratar de no perder la capacidad de asombro es también intentar no asesinar al niño que todos llevamos dentro, ese niño que parte de la creencia primordial de que todo está aún por descubrirse, que nada es definitivo ni fatal, que todo puede revertirse para bien y que siempre quedan muchas cosas por aprender y valorizar.
Cuando perdemos esa capacidad también perdemos la esperanza, y se hace muy difícil remontar la cuesta; la vida deja de tener sentido y el pesimismo nos lleva por los peores caminos, o sea, los del odio, la ira, la venganza y, quizás el peor, la indiferencia, puerta abierta hacia la ignorancia y la mediocridad. El mundo está loco; nosotros necesitamos estar cuerdos.
Revista La Nación 11/10/2010.-
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por Enrique Pinti
En un mundo caótico y contradictorio, donde la capacidad de asombro no tiene límites, vemos a diario un desfile de horrores, glorias, bajezas y noblezas que, al menos a este veterano, lo dejan como frente al dentista, o sea, con la boca abierta. Juegos mortales ejecutados, gracias al mal uso de la tecnología, por niños y adolescentes; videos eróticos privados que toman estado público por venganzas o, peor aun, por pura frivolidad; violadores convictos y confesos que salen mucho antes del tiempo fijado para su reclusión, jueces que se "distraen", inocentes condenados sin pruebas y, a veces, con causas armadas por revanchas personales; alumnos que dan palizas a sus profesores, profesores que toquetean a sus discípulos, peleas televisivas grotescas y lamentables cuyo rating evidencia el interés morboso de una parte importante del público, causas penales a raíz de esos enfrentamientos en el gran circo mediático que atiborran juzgados que deberían tener mucho más lugar físico y mental para cosas más relevantes y crímenes y delitos de mucha más importancia para la sociedad. Podríamos seguir con una lista interminable de disparates que sacan de quicio al más paciente y ponen de mal humor al más amable.
Claro, no todo es igual, no todo son horrores, y en medio del maremágnum de atrocidades hay lugar todavía para los casos de gente maravillosa que lucha contra la adversidad, ya sea por problemas de salud como por limitaciones económicas graves. Gente que combate a brazo partido contra la miseria, propia y ajena; redes solidarias que funcionan sin bombos ni platillos, pero con la firme determinación de los que no se entregan al desánimo ni a la tentación del crimen como única salida; personas que quizá nunca tengan un monumento o una calle con su nombre, pero que pasan por la vida ayudando, integrando y sumando en lugar de obstaculizar, dividir y restar. El delito, el abuso, el maltrato y la falta de respeto están en cada esquina, y la redención, el amor y la solidaridad también pueden aparecer de improviso, justo a tiempo para evitar la caída y la decadencia.
Junto a las derrotas frecuentes y las ilusiones perdidas están los nuevos estímulos. La eterna calesita de la vida sigue girando, y en cada nueva vuelta la sorpresa está esperando: puede traer asombro, indignación o alegría, pero nunca indiferencia, porque cada acontecimiento, por poco relevante que nos parezca, encierra un significado que no deberíamos dejar de analizar.
No se debe esperar a estar directamente involucrado en cosas negativas, esas que siempre les pasan a los otros, porque en el momento menos pensado pueden pasarnos a nosotros. La solidaridad con los afectados por cualquier situación límite nos permite ver la vida desde un lugar menos confortable, que nos hace madurar, y sirve para corregir prejuicios y supuestas verdades que se estrellan contra el muro de la cruda realidad. No comprender el hambre de los que no comen y creer que se trata de "gente que no quiere trabajar" es una de las tantas necedades que provoca la dualidad del estómago lleno y el cerebro vacío. No entender la vida sin esperanza ni el rumbo de los que han sido marginados desde la cuna, es sumarse al coro de fantoches que desde su torre de marfil ven transcurrir la vida sin pensar en nada que no pase por su conveniencia personal. Tratar de no perder la capacidad de asombro es también intentar no asesinar al niño que todos llevamos dentro, ese niño que parte de la creencia primordial de que todo está aún por descubrirse, que nada es definitivo ni fatal, que todo puede revertirse para bien y que siempre quedan muchas cosas por aprender y valorizar.
Cuando perdemos esa capacidad también perdemos la esperanza, y se hace muy difícil remontar la cuesta; la vida deja de tener sentido y el pesimismo nos lleva por los peores caminos, o sea, los del odio, la ira, la venganza y, quizás el peor, la indiferencia, puerta abierta hacia la ignorancia y la mediocridad. El mundo está loco; nosotros necesitamos estar cuerdos.
Revista La Nación 11/10/2010.-
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