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lunes, 24 de enero de 2011

Cambio y afuera

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por Enrique Pinti




El mundo cambia, y a veces lo hace a tal velocidad que somos muchos los que, casi sin darnos cuenta, quedamos rezagados y fuera de época. El lector sabe que este dinosaurio que escribe estas líneas pertenece a las filas de los que no se adaptan fácilmente a los cambios y que por supuesto se han quedado afuera respecto de los adelantos tecnológicos de los últimos veinte años. Sigo creyendo en el teléfono fijo, ese que está en mi casa desde que nací; busco teléfonos públicos que ya casi no existen; me entero de que en poco tiempo más se dejarán de fabricar reproductores de DVD; observo con pavor en mi reciente viaje a Nueva York y Los Angeles que cierran todas las grandes librerías que hasta hace apenas cinco años estaban abarrotadas de clientes buscando best sellers, biografías de celebridades o de políticos, películas clásicas de todos los países en versiones digitalizadas, leyendo diarios y revistas, tomando café y haciendo nuevas amistades porque eran lugares de reunión. Esos grandes negocios habían desplazado a las románticas y bohemias pequeñas librerías, que encerraban incunables y obras de autores olvidados listos para el rescate del inquieto buscador de arte, asesorado por el sabio librero, que conocía pelos y señales de cada obra. Ahora vaya uno a saber qué reemplazará a esos lugares. Por el momento florecen las tiendas de ropa, pero probablemente llegará la época en que la gente no quiera perder tiempo estacionando el auto, recorriendo los negocios y probándose la ropa. Quizás en el futuro, con una foto tridimensional mandada por computadora, Twitter, Facebook, celulares o vaya a saber qué nuevo adminículo, el cliente mande sus medidas y particularidades corporales, pague con tarjeta y reciba de inmediato sus prendas elegidas bajando en su compu los catálogos correspondientes. Así, habrá ahorrado tiempo (que es una de las pocas cosas que se pueden ahorrar en estas épocas de crisis) y las tiendas cerrarán sus puertas para dar paso a sabe Dios qué nueva ocurrencia de este mundo tan moderno y mecanizado.

Y está bien que todo cambie y que la tecnología avance, pero, ¿por qué tienen que ser tan caníbales estos procesos? ¿Hay necesidad de pulverizar y destruir lo anterior? ¿No se ve demasiado sobreactuada y perversamente comercial, en el peor sentido del término, esa vertiginosa carrera que decreta obsoleto y anticuado el televisor plasma extrachato que nos costó un disparate hace apenas doce meses y que en un añito más habrá que tirar a la basura? ¿Qué es esa historia de que con el tiempo no habrá más salas de cine excepto las que tengan gigantescas pantallas en 3D y efectos especiales que nos hagan sentir real vértigo, atronadores sonidos de explosiones que harán puré nuestros oídos y hasta salpicaduras de la sangre derramada por aliens, policías, niños magos, muertos vivientes y torpes villanos de otras galaxias? Espero que no sean más que especulaciones futuristas. Espero que queden algunos lugares donde los dinosaurios podamos elegir nuestra película clásica preferida, viendo en vivo títulos y afiches en las tapas del DVD, el video o lo que sea, para recordar aquellas mágicas matinés de la infancia donde nos estremecíamos de placer y gozo con piratas, cowboys, gángsters, vampiresas, cómicos, malvadas, monjitas, bailarines y coristas. El verdadero adelanto es aquel que agrega y no quita.

Hace mucho que la luz eléctrica se incorporó a nuestras vidas, pero las velas siguen existiendo, se venden, se necesitan para inoportunos cortes de luz, para decoración, para ofrendas religiosas, para las cenas románticas -a las que no hay Facebook que las reemplace- y por el simple placer que su luz mortecina nos regala.

La verdadera libertad es la opción, la posibilidad de elegir lo que más nos guste, esa deliciosa e inefable grandeza que da el vivir y dejar vivir. Bajen todo lo que quieran por las maravillosas redes y por el superútil Google, que ayuda a nuestra memoria cuando ésta comienza a engañarnos, pero respeten al que necesita ir a un cine, elegir un CD, un DVD, un libro. Respeten el placer de la búsqueda, que puede ser una ocupación placentera de esos veteranos que tienen tiempo como para hacerlo, porque ya han corrido mucho toda su vida y pueden llenar sus pacíficas horas en blanco mientras tengan salud, siguiendo el ritmo y las usanzas de su querida juventud. No somos tan pocos como la despiadada angurria comercial de los grandes grupos económicos cree. ¡Viva la luz eléctrica! Pero tené alguna vela de repuesto.



Revista La Nación 16/1/2011.-



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