.
por Enrique Pinti
Quién dijo que la nostalgia es un sentimiento retrógrado que pinta el pasado con colores favorables pero falsos? Debe de haber sido un amargado sin recuerdos queridos, pasados felices, juventud divino tesoro ni ilusiones, que, aunque hayan sido posteriormente frustradas, fueron ilusiones al fin.
Es cierto que la nostalgia puede llevarnos a veces a la melancolía y allí sí puede haber lugar para la tristeza por las cosas perdidas. Pero la nostalgia es otra cosa: tiene algo de rebeldía que la redime de su costado cursi y plañidero. Tiene además el valor agregado del ejercicio de la memoria, tan degradada en estos tiempos. Porque para evocar hay primero que recordar y tratar de reconstruir en nuestro cerebro aquella dicha pasada, aquella inefable sensación de paz, armonía y felicidad plena, y sobre todo los motivos que hicieron de esos momentos algo para salvar del torrente adonde van a parar los recuerdos perdidos por irrelevantes o por demasiado penosos. Así, como quien no quiere la cosa, uno va recuperando sensaciones que en su momento no se valoraron con fuerza y convicción suficientes. A veces nos hacemos trampa y maquillamos el pasado a nuestro antojo, pero por algo bueno será que necesitamos subrayar la felicidad pasada. Quizá para volver a decirnos: ?Fuiste capaz de ser feliz, ¿por qué no podés repetir esa dicha aunque el contexto sea diferente? Y es allí donde brota esa sana rebeldía de querer volver a intentar lo mejor de aquellos momentos?.
Esto nada tiene que ver con la estupidez humana de querer vivir en el pasado, en una especie de museo momificado que sobrevive a fuerza de naftalina y negación. No confundamos la dulce nostalgia por cosas entrañables y espirituales con la añoranza enfermiza por modos y costumbres que no tienen cabida ni sentido en el mundo actual. Sin embargo, esto no debe tampoco llevarse al extremo de ridiculizar o mofarse de aquellos señores que se ponen de pie cuando una mujer llega a una reunión, de esas personas de cualquier condición dentro de la escala social que tratan de usted a los mayores aunque sean de la familia, que besan a padres y abuelos, y que piden permiso para todo y perdón para la más leve falta de cortesía. Esa gente no es nostálgica, ni retrógrada ni pasada de moda (no al menos por esas actitudes): son seres respetuosos con los que da gusto convivir. ¿O acaso no se gasta la misma energía y el mismo tiempo saludando a la gente que nos rodea en nuestra vida que dándoles vuelta la cara y tirando mala vibración a diestra y siniestra?
Tampoco podemos confundir la nostalgia por el tiempo pasado y la juventud perdida con esos patéticos intentos de parecer de quince a los cuarenta, de treinta a los setenta y de cincuenta a los cien. Esos colágenos, siliconas y demás yerbas rejuvenecedoras siempre negados con los consabidos: ?No me hice nada, te juro? un refresco nomás con un maquillaje especial que te nutre la piel, ¿viste? Pero cirugía, nada, che?. Son engañapichangas inocentes, infantiles, y completamente inútiles en el mediano plazo, pues cuando se caen dejan al descubierto una demolición mucho más cruel que la del tiempo. Pero eso sí: saquémonos el sombrero ante aquellos que cuidando su dieta, practicando su gimnasia y queriéndose un poquito saben prolongar naturalmente lo más lindo de la juventud que no es la belleza sino el vigor. Dichosos de aquellos que conservan la mente lúcida para recordar con la precisión que da el rigor y la dulzura que aporta la nostalgia todo lo bueno de un pasado que puede proyectarse a un presente sin cirugías pero con la misma necesidad de luz y armonía de aquella etapa en la que todos los planetas parecían estar de nuestro lado.
Revista La Nación 13/7/2008.-
.
1 comentarios:
¿Por qué los seres humanos tendemos a modificar nuestro pasado? ¿Cuántas "pinceladas" dimos a episodios o experiencias de nuestra infancia, adolescencia. etc? ¿Qué beneficio buscamos, vanamente, refugiándonos en esa felicidad que sólo existió en nuestra imaginación? Pareciera que el autoengaño constituye la mejor aspirina. Ya en la antigua Grecia, los Sofistas convencían (consolaban)a sus interlocutores con el argumento: Eso que vos crees que es, eso es. Fórmula que se repite en el repertorio de un cantante latino contemporáneo:"Si eres feliz así, créetelo!!" En mi caso no puedo negar que conservo episodios dorados de mi pasado (¿modificados tal vez?) seres queridos cuyas partidas definitivas me marcaron para siempre.. pero.. ¡cómo celebro haber crecido y superado etapas de mi vida a las que jamás volvería! ¡Qué gran privilegio el poseer "alas propias"! Coincidiendo con Pinti, no nos engañemos. No invoquemos nuestro pasado con esa falsa imagen, tampoco reneguemos y mucho menos lo olvidemos. Tengámoslo en cuenta como un escalón más de nuestro constante aprendizaje de y en nuestra existencia. Gus.
Publicar un comentario