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sábado, 26 de diciembre de 2009

Historia con candado

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por Juan Sasturain


Mi amigo Gari, un notable narrador oral, me contó esta historia en principio verídica que –según dijo– es muy conocida. No lo era, al menos, para mí. Además, sea cierta o no, es un lindísimo argumento para un relato policial e incluso, con ciertas variantes, de espionaje. Pero no es sólo eso, creo. Este cuento del candado es de los que tienen resonancias múltiples. La acción, contemporánea, en una gran ciudad. Una mujer elegante de acento extranjero, obvia turista, entra una tarde a una joyería grande y tras mirar, preguntar y probarse anillos, collares y prendedores, se va sin comprar nada, o acaso alguna poca cosa. Al rato uno de los vendedores descubre que la impecable señora ha olvidado en una punta del mostrador una bolsa con prolijo paquete, probable compra reciente. Lo dejan a un costado esperando que vuelva a buscarlo pero la mujer no regresa. Al día siguiente tampoco aparece. Al no tener noticias de ella en una semana, deciden abrirlo. Es un poderoso candado flamante, con su correspondiente llave, que tiene incluso el ticket de compra en una ferretería conocida. Los vendedores lo guardan y ahí queda.
Pasan las semanas y después los meses, sin novedad.

Casi un año después, al llegar una mañana a abrir el negocio, el dueño descubre que el candado que cierra la persiana de entrada ha sido inutilizado por un poderoso ácido, en apariencia al querer violentarlo. Cuando ya van a comprar uno nuevo, alguien se acuerda del que se olvidó el año pasado la cliente elegante. Está todavía ahí, en un cajón. Lo prueban y calza perfecto. Esa noche cierran la joyería con el candado nuevo.

A la mañana siguiente está todo en orden aparente, con el candado en su lugar, pero cuando el dueño abre el negocio recibe una sorpresa: les han vaciado las vitrinas, no queda nada. Una operación brillante; una obra maestra del engaño en diferido.
Es obvio que lo mejor de la historia de Gari está, como siempre en estos casos, en el ingenio desplegado por los chorros. Porque hay una suma de elementos sutiles que deben operar para que el engaño se concrete. Y lo notable es que, como cuando se va “a la pesca” en el envido para ganar “la falta” –pero potenciado al máximo–, todo se sostiene en un cálculo de probabilidades con variables azarosas o poco mensurables en las que lo psicológico es determinante. Y el papel que cumple el tiempo, claro, una variable impensada.

Así, la historia del candado bien podría ser, por sus implicancias, con la idea del objeto regalado, ese don que se vuelve mágicamente en contra del beneficiario ambicioso, un cuento más de las Mil y una noches, pero en una versión puesta al día por el Brecht de La ópera de tres centavos. De ese modo adquiere, además, todas las resonancias de una irónica parábola sobre la lógica perversa de la seguridad, esa caja china de controles que define a una sociedad cada vez más enferma de recelo.


Diario Página12, 17/2/2005.-


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