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por Claudio Martyniuk
Michel Maffesoli, sociólogo francés. Termina una década en la que valores como trabajo, razón y futuro fueron reemplazados por creación, imagen y presente, y donde gustos compartidos definen vínculos e identidades.
Pensar nuestro mundo astillado es una tarea resbalosa, que exige dosis de atención y sensibilidad, y también de valentía y decisión. El prestigioso sociólogo Michel Maffesoli -que vino a Buenos Aires invitado por FLACSO y la Fundación OSDE- le aporta audacia y espíritu de aventura a su análisis y tal vez sólo así, asumiendo riesgos, se pueda trazar un balance de época y mostrar las tensiones del presente y las direcciones conjeturales del porvenir.
Se acaban un año y una década. Vivimos un tiempo para el cual parece haber sólo adjetivos negativos. ¿Qué implica entonces calificarlo de posmoderno?
El término "modernidad" llega muy tardíamente: en 1848 lo empleó Baudelaire. Antes se hablaba de "posmedievalidad". Actualmente no hay una palabra para expresar lo que está en gestación en nuestras sociedades. Y por eso se habla de posmodernidad, que no es un concepto sino una metáfora. Implica que los grandes valores que marcaron los tiempos modernos están terminándose, especialmente en las generaciones jóvenes. Pero el fin de la modernidad no es una catástrofe, porque algo se detiene y algo arranca. Los tres grandes valores modernos (trabajo, razón, futuro) están cada vez más saturados, no tienen una verdadera fuerza atractiva. Y la reflexión sobre la posmodernidad trata de ver qué está tomando el lugar de esos grandes valores. Para mí, hay tres grandes pistas: la creación (no el trabajo, sino la creatividad). Ya no la razón sino la imagen (la imaginación, lo imaginario). Ya no el futuro, sino el presente.
¿Cómo pensar con esos nuevos valores una ética para este presente?
Hay que distinguir entre ética y moral. La moral es moderna, general, aplicable en todo tiempo y lugar. Es la filosofía de la Ilustración. A esto le opongo la ética. En su sentido etimológico, el ethos es el cemento, lo que hace que algo se mantenga unido, pero lo propio del cemento -para mí, lo propio de la ética- es que es particular, no general, no es aplicable en todo tiempo y lugar. Pienso que una de las especificidades de la posmodernidad es la saturación de una moral general y el surgimiento de una multiplicidad de pequeñas éticas.
¿Cómo se articulan esas éticas con la sensibilidad, con la estética?
La ética es un cemento que se hace a partir de las emociones y pasiones compartidas. Para mí, la ética del presente es tributaria del tribalismo, de las pequeñas tribus urbanas. Sin la tranquilidad de una moral universal, habrá que ver cómo se ajustan esas pequeñas éticas entre sí. A menudo, incluso esas éticas son inmorales. Una tribu juvenil determinada tiene una ética que la cementa, pero esa ética suele ser inmoral con respecto a la moral establecida. Estamos, por lo tanto, en un momento de un inmoralismo ético. Y sólo progresivamente se verá cómo se hace ese ajuste de las pequeñas éticas tribales.
Uno de los motores de la modernidad fue la noción de individuo. Hoy, ¿cuál es la relación entre la identidad personal y la identidad de las tribus?
Ese es el verdadero problema. La noción misma de individuo está totalmente diluida. Ya no funciona. El individuo es etimológicamente indivisible. Tengo una identidad sexual, ideológica, profesional y a partir de esa identidad se da el famoso contrato social. Para mí, el surgimiento de la tribu implica que uno ya no es uno mismo, sino que se pierde en el otro. Más exactamente: en determinada tribu yo manifiesto tal personaje. Ya no se trata de un individuo indivisible sino de una persona plural. O sea que en determinado momento yo voy a experimentar una máscara en determinada tribu; mañana, esta noche, en otra tribu, experimentaré otra. No es esquizofrénico, sino la expresión de la multiplicidad de mis roles. Lo que está pasando sociológicamente es la profecía poética de Rimbaud: "Yo soy otro". Esa profecía poética se ha extendido y ahora las generaciones jóvenes, sin darse cuenta, viven la profecía. En particular, en Internet.
¿Cómo?
Los pseudónimos son máscaras. Cada uno juega con sus facetas. En el teatro urbano estamos frente a esas teatralidades, a partir de las tribus sexuales, musicales, deportivas, religiosas. Y lo que está en juego ahí es la persona plural.
La noción de tribu -y usted propuso este término- remite a algo ancestral, pero hoy se refiere a las nuevas generaciones.
Propuse la noción de tribu como una metáfora. Era para que se prestara atención al hecho de que había un retorno de las formas tradicionales, antiguas del lazo social. De lo que se trata en una tribu es de compartir un gusto. Un gusto sexual, un gusto musical, un gusto religioso, un gusto en la ropa, etc. Todo. Es una afinidad electiva. El sentimiento de pertenencia -no del contrato racional- da cuenta de un pacto emocional. Este deslizamiento del contrato al pacto es una clave de nuestra época. No es exactamente el retorno de las tribus tradicionales. Es la vuelta de la tribu, más Internet. Y esa sinergia entre lo arcaico y el desarrollo tecnológico es la gran marca de la posmodernidad y el lugar donde las tribus se expresan. Llegué a esto analizando cómo las tribus musicales del sur de Francia se ponían en contacto con tribus que hacían la misma música en Budapest o Bratislava. Compartían el mismo gusto musical y gracias a Internet se contactaban. Nuestra marca de época es la tribu, lo arcaico, más el desarrollo de Internet.
Más que identidad, entonces las identificaciones constituyen tribus. La tribu, ¿no es la masa actual?
El término identificación implica un proceso de participación, un poco mágico o místico. Uno se pierde. Cuando me pierdo en determinada tribu, hay éxtasis. Ya no soy yo, soy el grupo. A través de la multiplicidad de facetas voy a participar en una multiplicidad de tribus y la concatenación de esas tribus constituye la masa. Pero si miramos una masa -por ejemplo, nosotros hicimos ese estudio filmando un concierto de los Rolling Stones-, dentro de ella vemos pequeñas tribus. Es una masa, pero hay pequeños grupos con un ritmo similar a sístole y diástole.
¿Qué implicancias políticas tiene este funcionamiento tribal?
Ninguna. Lo político se halla en transfiguración. Mi maestro Julien Freund daba la esencia de lo político en dos palabras: es el proyecto. Yo pongo un blanco delante y por táctica y estrategia ajusto los medios para alcanzar el blanco. Esa fue una de las especificidades de la modernidad, que estaba orientada al futuro, a la sociedad perfecta. En cierto modo, esa actitud proyectiva estaba en contradicción con la esencia de lo político porque, etimológicamente, la polis es la ciudad, lo que yo vivo aquí y ahora. En el origen griego, lo político era ocuparse de la ciudad. En la transfiguración de lo político, hay en las tribus una vuelta a la concepción antigua de lo político, una sensibilidad ecológica, atención a la casa común, a lo doméstico. Creo que hay en el aire una nueva atención a lo que está cerca. Esa es para mí la saturación de lo político respecto de su concepción proyectiva y la vuelta al desvelo por lo cercano.
En el mundo que usted describe, ¿cómo pasan las experiencias de una generación a la siguiente?
Se da un deslizamiento de la verticalidad hacia la horizontalidad. Internet es una de las manifestaciones de esa horizontalización fraternal, en la que todos son iguales. Lo que predominaba con la ley del padre era la educación, la pedagogía. Actualmente hay un retorno a la iniciación. Los hermanos inician. Esa es la transmisión. Lo que está ocurriendo en la horizontalidad de Internet es el retorno de la iniciación. En una sociedad, siempre hay una figura emblemática. Y la figura emblemática que culmina en el siglo XIX es el adulto serio, racional, productor, reproductor. Esa es la gran figura emblemática que se ve en la forma de vestirse, en la manera de educar, de constituir las instituciones, etc. Toda la modernidad se hizo en torno de ese pivote, ese adulto. En otros momentos históricos y también en la posmodernidad, la figura emblemática va a ser el niño eterno. No se puede envejecer, se habla la jerga de los jóvenes, uno usa cosméticos y ropa joven. El niño eterno se está convirtiendo en la figura emblemática alrededor de la cual, inconscientemente, la sociedad en su totalidad se reencuentra. Ya no es un problema de edad: el niño no es únicamente un menor de edad, es un proceso transversal. Y lo vemos en la moda, la publicidad y la televisión.
Walter Benjamin, una figura clave del pensamiento del siglo XX, pensaba que ya no podemos tener verdaderas experiencias. O que tal vez queden en la infancia. ¿Qué experiencias les cabe a estos mayores devenidos niños eternos?
El ejemplo de Walter Benjamin es interesante, porque él justamente fue un niño eterno que no podía aceptar ser el niño eterno. Yo pienso que esa idea de niño eterno es la que va, de alguna manera, a repatriar el goce. No esperar un goce para más tarde, sino vivirlo aquí y ahora. La tecnología es lo que participa de ese aquí y ahora. Es ciertamente paradójico, porque lo propio de la tecnología había consistido en desencantar el mundo, racionalizarlo. Y, curiosamente, encontramos en Internet una forma de reencantamiento. En El Señor de los Anillos y en Harry Potter se ven las viejas estructuras míticas que encuentran la ayuda del desarrollo tecnológico. El arcaísmo y el desarrollo tecnológico se observa en el hecho de que el 70% del tráfico de Internet son foros de discusión religiosos, filosóficos, eróticos, pornográficos, etc. O sea, temas que no son obligadamente serios y transcurren en dimensiones lúdicas, oníricas, imaginarias.
por Claudio Martyniuk
Michel Maffesoli, sociólogo francés. Termina una década en la que valores como trabajo, razón y futuro fueron reemplazados por creación, imagen y presente, y donde gustos compartidos definen vínculos e identidades.
Pensar nuestro mundo astillado es una tarea resbalosa, que exige dosis de atención y sensibilidad, y también de valentía y decisión. El prestigioso sociólogo Michel Maffesoli -que vino a Buenos Aires invitado por FLACSO y la Fundación OSDE- le aporta audacia y espíritu de aventura a su análisis y tal vez sólo así, asumiendo riesgos, se pueda trazar un balance de época y mostrar las tensiones del presente y las direcciones conjeturales del porvenir.
Se acaban un año y una década. Vivimos un tiempo para el cual parece haber sólo adjetivos negativos. ¿Qué implica entonces calificarlo de posmoderno?
El término "modernidad" llega muy tardíamente: en 1848 lo empleó Baudelaire. Antes se hablaba de "posmedievalidad". Actualmente no hay una palabra para expresar lo que está en gestación en nuestras sociedades. Y por eso se habla de posmodernidad, que no es un concepto sino una metáfora. Implica que los grandes valores que marcaron los tiempos modernos están terminándose, especialmente en las generaciones jóvenes. Pero el fin de la modernidad no es una catástrofe, porque algo se detiene y algo arranca. Los tres grandes valores modernos (trabajo, razón, futuro) están cada vez más saturados, no tienen una verdadera fuerza atractiva. Y la reflexión sobre la posmodernidad trata de ver qué está tomando el lugar de esos grandes valores. Para mí, hay tres grandes pistas: la creación (no el trabajo, sino la creatividad). Ya no la razón sino la imagen (la imaginación, lo imaginario). Ya no el futuro, sino el presente.
¿Cómo pensar con esos nuevos valores una ética para este presente?
Hay que distinguir entre ética y moral. La moral es moderna, general, aplicable en todo tiempo y lugar. Es la filosofía de la Ilustración. A esto le opongo la ética. En su sentido etimológico, el ethos es el cemento, lo que hace que algo se mantenga unido, pero lo propio del cemento -para mí, lo propio de la ética- es que es particular, no general, no es aplicable en todo tiempo y lugar. Pienso que una de las especificidades de la posmodernidad es la saturación de una moral general y el surgimiento de una multiplicidad de pequeñas éticas.
¿Cómo se articulan esas éticas con la sensibilidad, con la estética?
La ética es un cemento que se hace a partir de las emociones y pasiones compartidas. Para mí, la ética del presente es tributaria del tribalismo, de las pequeñas tribus urbanas. Sin la tranquilidad de una moral universal, habrá que ver cómo se ajustan esas pequeñas éticas entre sí. A menudo, incluso esas éticas son inmorales. Una tribu juvenil determinada tiene una ética que la cementa, pero esa ética suele ser inmoral con respecto a la moral establecida. Estamos, por lo tanto, en un momento de un inmoralismo ético. Y sólo progresivamente se verá cómo se hace ese ajuste de las pequeñas éticas tribales.
Uno de los motores de la modernidad fue la noción de individuo. Hoy, ¿cuál es la relación entre la identidad personal y la identidad de las tribus?
Ese es el verdadero problema. La noción misma de individuo está totalmente diluida. Ya no funciona. El individuo es etimológicamente indivisible. Tengo una identidad sexual, ideológica, profesional y a partir de esa identidad se da el famoso contrato social. Para mí, el surgimiento de la tribu implica que uno ya no es uno mismo, sino que se pierde en el otro. Más exactamente: en determinada tribu yo manifiesto tal personaje. Ya no se trata de un individuo indivisible sino de una persona plural. O sea que en determinado momento yo voy a experimentar una máscara en determinada tribu; mañana, esta noche, en otra tribu, experimentaré otra. No es esquizofrénico, sino la expresión de la multiplicidad de mis roles. Lo que está pasando sociológicamente es la profecía poética de Rimbaud: "Yo soy otro". Esa profecía poética se ha extendido y ahora las generaciones jóvenes, sin darse cuenta, viven la profecía. En particular, en Internet.
¿Cómo?
Los pseudónimos son máscaras. Cada uno juega con sus facetas. En el teatro urbano estamos frente a esas teatralidades, a partir de las tribus sexuales, musicales, deportivas, religiosas. Y lo que está en juego ahí es la persona plural.
La noción de tribu -y usted propuso este término- remite a algo ancestral, pero hoy se refiere a las nuevas generaciones.
Propuse la noción de tribu como una metáfora. Era para que se prestara atención al hecho de que había un retorno de las formas tradicionales, antiguas del lazo social. De lo que se trata en una tribu es de compartir un gusto. Un gusto sexual, un gusto musical, un gusto religioso, un gusto en la ropa, etc. Todo. Es una afinidad electiva. El sentimiento de pertenencia -no del contrato racional- da cuenta de un pacto emocional. Este deslizamiento del contrato al pacto es una clave de nuestra época. No es exactamente el retorno de las tribus tradicionales. Es la vuelta de la tribu, más Internet. Y esa sinergia entre lo arcaico y el desarrollo tecnológico es la gran marca de la posmodernidad y el lugar donde las tribus se expresan. Llegué a esto analizando cómo las tribus musicales del sur de Francia se ponían en contacto con tribus que hacían la misma música en Budapest o Bratislava. Compartían el mismo gusto musical y gracias a Internet se contactaban. Nuestra marca de época es la tribu, lo arcaico, más el desarrollo de Internet.
Más que identidad, entonces las identificaciones constituyen tribus. La tribu, ¿no es la masa actual?
El término identificación implica un proceso de participación, un poco mágico o místico. Uno se pierde. Cuando me pierdo en determinada tribu, hay éxtasis. Ya no soy yo, soy el grupo. A través de la multiplicidad de facetas voy a participar en una multiplicidad de tribus y la concatenación de esas tribus constituye la masa. Pero si miramos una masa -por ejemplo, nosotros hicimos ese estudio filmando un concierto de los Rolling Stones-, dentro de ella vemos pequeñas tribus. Es una masa, pero hay pequeños grupos con un ritmo similar a sístole y diástole.
¿Qué implicancias políticas tiene este funcionamiento tribal?
Ninguna. Lo político se halla en transfiguración. Mi maestro Julien Freund daba la esencia de lo político en dos palabras: es el proyecto. Yo pongo un blanco delante y por táctica y estrategia ajusto los medios para alcanzar el blanco. Esa fue una de las especificidades de la modernidad, que estaba orientada al futuro, a la sociedad perfecta. En cierto modo, esa actitud proyectiva estaba en contradicción con la esencia de lo político porque, etimológicamente, la polis es la ciudad, lo que yo vivo aquí y ahora. En el origen griego, lo político era ocuparse de la ciudad. En la transfiguración de lo político, hay en las tribus una vuelta a la concepción antigua de lo político, una sensibilidad ecológica, atención a la casa común, a lo doméstico. Creo que hay en el aire una nueva atención a lo que está cerca. Esa es para mí la saturación de lo político respecto de su concepción proyectiva y la vuelta al desvelo por lo cercano.
En el mundo que usted describe, ¿cómo pasan las experiencias de una generación a la siguiente?
Se da un deslizamiento de la verticalidad hacia la horizontalidad. Internet es una de las manifestaciones de esa horizontalización fraternal, en la que todos son iguales. Lo que predominaba con la ley del padre era la educación, la pedagogía. Actualmente hay un retorno a la iniciación. Los hermanos inician. Esa es la transmisión. Lo que está ocurriendo en la horizontalidad de Internet es el retorno de la iniciación. En una sociedad, siempre hay una figura emblemática. Y la figura emblemática que culmina en el siglo XIX es el adulto serio, racional, productor, reproductor. Esa es la gran figura emblemática que se ve en la forma de vestirse, en la manera de educar, de constituir las instituciones, etc. Toda la modernidad se hizo en torno de ese pivote, ese adulto. En otros momentos históricos y también en la posmodernidad, la figura emblemática va a ser el niño eterno. No se puede envejecer, se habla la jerga de los jóvenes, uno usa cosméticos y ropa joven. El niño eterno se está convirtiendo en la figura emblemática alrededor de la cual, inconscientemente, la sociedad en su totalidad se reencuentra. Ya no es un problema de edad: el niño no es únicamente un menor de edad, es un proceso transversal. Y lo vemos en la moda, la publicidad y la televisión.
Walter Benjamin, una figura clave del pensamiento del siglo XX, pensaba que ya no podemos tener verdaderas experiencias. O que tal vez queden en la infancia. ¿Qué experiencias les cabe a estos mayores devenidos niños eternos?
El ejemplo de Walter Benjamin es interesante, porque él justamente fue un niño eterno que no podía aceptar ser el niño eterno. Yo pienso que esa idea de niño eterno es la que va, de alguna manera, a repatriar el goce. No esperar un goce para más tarde, sino vivirlo aquí y ahora. La tecnología es lo que participa de ese aquí y ahora. Es ciertamente paradójico, porque lo propio de la tecnología había consistido en desencantar el mundo, racionalizarlo. Y, curiosamente, encontramos en Internet una forma de reencantamiento. En El Señor de los Anillos y en Harry Potter se ven las viejas estructuras míticas que encuentran la ayuda del desarrollo tecnológico. El arcaísmo y el desarrollo tecnológico se observa en el hecho de que el 70% del tráfico de Internet son foros de discusión religiosos, filosóficos, eróticos, pornográficos, etc. O sea, temas que no son obligadamente serios y transcurren en dimensiones lúdicas, oníricas, imaginarias.
Diario Clarín 27/12/2009.-
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