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por Enrique Pinti
En épocas pretéritas, no necesariamente mejores, pero sí distintas, la capacidad para realizar cualquier profesión u oficio era requisito indispensable. Es más, la capacidad y el talento eran puntos a favor y no en contra. Desde luego que siempre ha habido chantas, fallutos, improvisados y arribistas que podían engañar a los encargados de la selección de personal y que un buen par de piernas junto a una sonrisa seductora abrían más fácilmente las puertas de los despachos en busca de "secretarias con buena presencia". Tampoco podemos negar las discriminaciones de todo tipo que impedían el acceso al trabajo a gordos y gordas, personas con rasgos demasiado "étnicos", o sea, con pinta de payucas, como se les decía peyorativamente a argentinos de las provincias, sobre todo las norteñas. En ese aspecto, oportunas leyes y reglamentaciones antidiscriminatorias han puesto un freno a tanto prejuicio y, si bien muchas empresas siguen aplicando el viejo sistema, por lo menos los afectados tienen un lugar desde donde reclamar justicia.
El mundo del espectáculo también empleaba gente sin demasiado talento, y era habitual en ambientes revisteriles aplaudir a grandes capo-cómicos y esculturales vedettes con grandes condiciones, talento y carisma, artistas que muchas veces estaban rodeados por deficientes bailarinas y bailarines pata dura que trataban de suplir con buenas formas y simpatía una falta de maestría que limitaba a los coreógrafos, constreñidos y obligados a marcar los mismos pasitos elementales que se repetían hasta el cansancio. Hoy en día pueden verse excelentes cuerpos de baile en todos los shows de ese tipo y en los musicales, tanto nacionales como importados, que nada tienen que envidiar a los niveles de excelencia de Londres o Broadway. En televisión, excelentes actores cumplimentan ficciones de calidad y el teatro cuenta con una gran variedad de espectáculos que, transitando todos los géneros y tipos de producción, del under a la calle Corrientes, pasando por escenarios de todo el país, han levantado el nivel general en los últimos veinte años.
Como ciudadano argentino sigo estando orgulloso de médicos, profesores, intelectuales y artesanos que hacen honor a sus profesiones. Pero (siempre hay un pero), al mismo tiempo que reconozco valores, no puedo obviar el desaliento que me provocan las cada vez más frecuentes "malas praxis", la ambición que se transforma en homicidio con los medicamentos truchos, la improvisación en la política, la lentitud en la Justicia y la glorificación y glamorización de la incapacidad artística, organizando concursos de canto y baile donde, a peor afinación y peor plasticidad, mayor popularidad, y, lo que es peor, mayor simpatía popular. Eso me inquieta porque, más allá de la manipulación de los productores, está la ignorancia de un pueblo al que le da lo mismo un cantante que sólo puede ganar, no el festival de la OTI, sino el de la otitis, y bailarinas trastabillantes o aberrantes momias con dos pies izquierdos y menos sentido del ritmo que un paquidermo sordo, que gente capacitada, estudiosa, talentosa y profesional. La gordura y la hinchazón, la Biblia y el calefón, la gracia natural y la chantada tramposa del incapaz no deben ser tomadas como "la misma cosa". Cada uno tiene derecho a hacer lo que quiera, y si alguien lo contrata será porque "vende", pero ¡cuánto mejor para todos sería que se vendiera calidad, ansias de superación y virtuosismo! ¡Cuánto mejor es estimular talento y no ganas de ser famoso a cualquier precio, pregonando la incapacidad como una virtud, hablando de "trayectorias" que se resumen en una seguidilla de escándalos mediáticos, insultando a ex parejas y ex amantes o usando a los hijos como escudo y victimización demagógica!
Nada hay peor que el aburrimiento, y ya se sabe que muchos necesitan el escándalo ajeno como distracción masiva, pero habría que aprovechar mejor nuestros valores de honestidad, estudio, amor, vocación y talento para convencernos de que podemos aspirar a un futuro mejor, donde el que sabe y se preparó cultivando aptitudes innatas tenga el premio que se merece y el lugar que le corresponde. No podemos ser tan tontos como para glorificar la incapacidad y la chantada como si fueran virtudes.
Uno puede ser grande sólo haciendo lo que sabe y no tocando de oído (sobre todo si no se tiene oído).
La Nación Revista 20/12/2009.-
por Enrique Pinti
En épocas pretéritas, no necesariamente mejores, pero sí distintas, la capacidad para realizar cualquier profesión u oficio era requisito indispensable. Es más, la capacidad y el talento eran puntos a favor y no en contra. Desde luego que siempre ha habido chantas, fallutos, improvisados y arribistas que podían engañar a los encargados de la selección de personal y que un buen par de piernas junto a una sonrisa seductora abrían más fácilmente las puertas de los despachos en busca de "secretarias con buena presencia". Tampoco podemos negar las discriminaciones de todo tipo que impedían el acceso al trabajo a gordos y gordas, personas con rasgos demasiado "étnicos", o sea, con pinta de payucas, como se les decía peyorativamente a argentinos de las provincias, sobre todo las norteñas. En ese aspecto, oportunas leyes y reglamentaciones antidiscriminatorias han puesto un freno a tanto prejuicio y, si bien muchas empresas siguen aplicando el viejo sistema, por lo menos los afectados tienen un lugar desde donde reclamar justicia.
El mundo del espectáculo también empleaba gente sin demasiado talento, y era habitual en ambientes revisteriles aplaudir a grandes capo-cómicos y esculturales vedettes con grandes condiciones, talento y carisma, artistas que muchas veces estaban rodeados por deficientes bailarinas y bailarines pata dura que trataban de suplir con buenas formas y simpatía una falta de maestría que limitaba a los coreógrafos, constreñidos y obligados a marcar los mismos pasitos elementales que se repetían hasta el cansancio. Hoy en día pueden verse excelentes cuerpos de baile en todos los shows de ese tipo y en los musicales, tanto nacionales como importados, que nada tienen que envidiar a los niveles de excelencia de Londres o Broadway. En televisión, excelentes actores cumplimentan ficciones de calidad y el teatro cuenta con una gran variedad de espectáculos que, transitando todos los géneros y tipos de producción, del under a la calle Corrientes, pasando por escenarios de todo el país, han levantado el nivel general en los últimos veinte años.
Como ciudadano argentino sigo estando orgulloso de médicos, profesores, intelectuales y artesanos que hacen honor a sus profesiones. Pero (siempre hay un pero), al mismo tiempo que reconozco valores, no puedo obviar el desaliento que me provocan las cada vez más frecuentes "malas praxis", la ambición que se transforma en homicidio con los medicamentos truchos, la improvisación en la política, la lentitud en la Justicia y la glorificación y glamorización de la incapacidad artística, organizando concursos de canto y baile donde, a peor afinación y peor plasticidad, mayor popularidad, y, lo que es peor, mayor simpatía popular. Eso me inquieta porque, más allá de la manipulación de los productores, está la ignorancia de un pueblo al que le da lo mismo un cantante que sólo puede ganar, no el festival de la OTI, sino el de la otitis, y bailarinas trastabillantes o aberrantes momias con dos pies izquierdos y menos sentido del ritmo que un paquidermo sordo, que gente capacitada, estudiosa, talentosa y profesional. La gordura y la hinchazón, la Biblia y el calefón, la gracia natural y la chantada tramposa del incapaz no deben ser tomadas como "la misma cosa". Cada uno tiene derecho a hacer lo que quiera, y si alguien lo contrata será porque "vende", pero ¡cuánto mejor para todos sería que se vendiera calidad, ansias de superación y virtuosismo! ¡Cuánto mejor es estimular talento y no ganas de ser famoso a cualquier precio, pregonando la incapacidad como una virtud, hablando de "trayectorias" que se resumen en una seguidilla de escándalos mediáticos, insultando a ex parejas y ex amantes o usando a los hijos como escudo y victimización demagógica!
Nada hay peor que el aburrimiento, y ya se sabe que muchos necesitan el escándalo ajeno como distracción masiva, pero habría que aprovechar mejor nuestros valores de honestidad, estudio, amor, vocación y talento para convencernos de que podemos aspirar a un futuro mejor, donde el que sabe y se preparó cultivando aptitudes innatas tenga el premio que se merece y el lugar que le corresponde. No podemos ser tan tontos como para glorificar la incapacidad y la chantada como si fueran virtudes.
Uno puede ser grande sólo haciendo lo que sabe y no tocando de oído (sobre todo si no se tiene oído).
La Nación Revista 20/12/2009.-
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