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viernes, 19 de octubre de 2007

Caprichos en el altar del calendario

Orlando Barone
Puerto Libre

Caprichos en el altar del calendario

Dios existe. A pesar de nosotros. La mayor prueba de su existencia es su presunta ausencia. Y la otra prueba -no menor- es su manifiesta determinación por dejarnos a nuestra merced prescindiendo de toda acción de control y de toda influencia. El está pero no está. Y ésa es justamente su acabada demostración de "ser": dejándonos ser para que seamos esto que somos. Y no es poco. Este año se han conseguido hitos planetarios: Plutón enano y el cabezazo de Zidane. O Natasha, la cautiva sin rejas; el inminente ahorcamiento de Saddam y la fantasía de que eso mejore el Universo, y la moda de los pasajeros varados en aeropuertos. Estos sí son los nuevos patéticos parias de la modernidad. Pugnan por la plaza perdida, adquirida a precio de liquidación, y la reclaman con el rigor de un derecho de consumidor ideal. Se niegan a creer que han sido consumidos por el no idealismo del negocio.

Estoy hablando -escribiendo- en serio, tratando de abarcar el año del mundo sin discriminar a favor ni en contra, aunque sí arbitraria y caprichosamente: cada tanto hay que darse el gusto. Pienso en el auge de los cruceros "titánicos" para turistas de elite devastando el ecosistema y succionando las góndolas del free shop de los puertos exóticos, y en los destartalados botes de náufragos subsaharianos tratando de llegar al primer mundo semiahogados para rehacer su futuro trabajando de esclavos.

Hay que ser sucintos con el año argentino. Lo definen tragedias y comedias: desde la condena a Etchecolatz y la desaparición de López hasta el desencanto en el Mundial de Fútbol, desde Madona Quirós disparando para defender la nada que quedaba en un féretro hasta "Bailando por un sueño". Ese gran baile nacional que permitió la salvación en masa de tantas parejas acechadas por el tedio entre la sobremesa y el sueño, entre las pocas ganas de juntarse en la cama y el dilema de estar obligados a hacerlo sin demasiados estímulos. Ese programa fue el placebo más eficaz que tuvo el realismo político. Tinelli ha hecho más por la felicidad de la sociedad que cualquier credo, terapia, "paco" o ansiolítico.

¿Y cómo ubicar la moda de la anorexia sino como patología de país rico? Es la superación de la desnutrición involuntaria por el ayuno volitivo. También la moda de los gordos: todos quieren ahora el cinturón gástrico aunque sea más barato dejar de comer catorce milanesas.

La agenda anual argentina es larga y ardua en situaciones y anécdotas. Sobran tragedias y sobran narradores. Desde Cromagnon hay un desconsuelo que puede hacer estragos. Todo es peligroso. Ya hay fundamentalistas que quieren ponerle goznes y candado a las bocas de tormenta por si a algún "ningunista" se le ocurre filosofar adentro un día de lluvia.

Pero no hay que renunciar al rigor histórico por distracción de sidra, champán o tetrabrik. De eso se trata al recordar que un ex presidente, ahora desclasado, profetizó en medio del abismo: " Los argentinos estamos condenados al éxito". Y tuvo razón. No mientan ni se mientan. Dios nos está mirando. Por eso somos agradecidos y consagramos la gratitud en los shoppings, los supermercados, las agencias de viajes y el altar de la patria de los celulares. Cuidado: habría que advertir a los padres que un celular es un riesgo para bebes de menos de tres años. Cuántos altares de consumo. No, no me digan que los hace evocar los noventa y a la vez olvidarlos. Pero no importa el templo ante el cual nos prosternamos, importa asumir la fortuna aunque se le niegue algún mérito al que tiene el cubilete y tiró los dados. Somos humanos y argentinos. Hasta al ADN le cuesta identificarnos. O es que a los que podrían ser identificables no los encuentra el ADN. Los más difíciles son los de los countries. ¡Felicidades lector! Puerto Libre es libre.

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