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domingo, 12 de julio de 2009

Vivimos más

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por Enrique Pinti


Cuando era pequeño (en la mitad del siglo pasado ¡mi Dios!; lo escribo y me parece que estoy hablando de un prócer histórico), era una hazaña llegar a los setenta años, y una efemérides heroica alcanzar los ochenta. Recuerdo aún los fastos, pompas, ceremonias y festejos de alguna tía abuela que llegó a la octava década y era tratada como una reliquia histórica. Los parientes y amigos se miraban entre sí y comentaban: "¡Qué lúcida está, se acuerda de todo!". O: "¡Está mejor que yo; lo único que le fallan son las piernas, pero el resto es un prodigio!". Y no faltaba quien dijera: "¡Parecería que hizo un pacto con el diablo!". Y quien retrucara, ofendido: "¡Pero no seas hereje, lo ha hecho con Dios!". Más allá de todos estos lugares comunes, yo, como nene de siete años, miraba a esa viejita arrugada como una pasa de uva, inmóvil en su silla, sonriendo beatíficamente, enjugando alguna lágrima que yo creía que era de emoción (hasta que una vecina me dijo: "No llora, nene, tiene conjuntivitis") y me parecía algo extraño, casi extraterrestre. Como no pude evitar hacer cuentas y reflexionar que para llegar a esa edad me faltaban nada más y nada menos que setenta y tres años, me encogí de hombros y me dije: "¡Falta mucho! Mejor me como un sándwich de miga, tres masitas de crema y me encajo una taza de chocolate aprovechando el tumulto para que ni mami ni papi me vean y me vuelvan a decir: ¡pará, que vas a reventar!". Esas edades eran inalcanzables para la mayoría, y lo más común era partir al otro mundo a los cincuenta o sesenta y pico, y llorar en los velorios escuchando: "No somos nada", "murió como un pajarito", "estamos de paso en este mundo", "dejó de sufrir", "¡qué bueno era!". Y, a pesar de tratarse de un veterano, no faltaba la doña que para hacer llorar aún más a la viuda lanzaba un: "¡Y era joven todavía!". Claro, eran expresiones de deseo; eran como señales desde el "más acá" hacia el "más allá", como diciendo: "Se nace y se muere, pero preferiría morirme lo más tarde posible", y yo, con mis pocos años, no tenía en cuenta la visita de la parca y desdramatizaba (como se dice ahora) la situación fúnebre.
Pasaron los años tan rápido como para no tomar conciencia de ese proceso y ¡de pronto uno se encuentra por cumplir setenta y está rodeado de muchos setentones de mejor aspecto que los de mi infancia; han descubierto las bondades del deporte, Pilates, las cirugías, los remedios (a veces recetados y otras auto-medicados) contra colesterol, diabetes y enfermedades cardiovasculares, que se estresan y se desestresan con la misma rapidez, que se visten como si tuvieran veinte años menos y que tienen suficiente aire en los pulmones como para manifestar su cólera y enojo justificado con rosario de puteadas incluido contra el abuso eterno que se dispensa al jubilado en nuestro amado país, que ya no es tan joven pues en poco tiempo va a cumplir doscientos años con mucho pescado sin vender.
Los ochenta se festejan, claro, pero cada vez son más los jovatos de esa edad que se han conservado lúcidos. Muchas veces, para tener más conciencia de lo mal que se los trata. O sea: vivimos más; por lo tanto, es como si sobráramos; no tenemos la elegancia y el buen tino de borrarnos del mapa para, así, no jorobar a Estados burocráticos y corruptos ni a privadas prepagas que ni mamadas van a asegurarte la más mínima cobertura. Vivimos más y si conservamos la memoria nos porfían y discuten cómo eran las cosas antes los mismos que no tienen la más pálida idea de cómo son las cosas ahora.
Si somos ricos nos quieren heredar, si somos pobres no hay quien nos aguante, y a los setenta, gracias a la información y los adelantos científicos, estamos, no digo en la flor de la edad, pero sí podemos tener una expectativa de vida más o menos duradera.
Como contrapartida, millones de niños mueren por falta de alimentación y por plagas de la pobreza en el mundo. Mundo loco, mundo ambivalente, bipolar y absurdo que prolonga unas vidas y aborta otras con insensibilidad digna de mejor causa.
Bienvenido el adelanto, bienvenida la posibilidad de dar más vueltas en la calesita de esta vida terrenal, pero sería bueno que, ya que los de ochenta son cada vez menos escleróticos, el mundo se ponga a tiro y nos dé la posibilidad de incluir (nos) a los jovatos y no dejar que el hambre y la peste se lleven vidas de personas que ni siquiera han comenzado a decir mamá.


La Nación 28/6/2009.-


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