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jueves, 30 de agosto de 2012

De lectores y prácticas lectoras - "la multiplicidad de pactos de lectura en los albores del tercer milenio"

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por Estela María Zalba
Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales




En este trabajo nos proponemos analizar el fenómeno de la lectura en el actual escenario sociocultural. Para poder dar cuenta de la complejidad de la problemática encarada, trabajaremos desde un enfoque que combina básicamente dos focalizaciones: la explicación sociohistórica y la reflexión conceptual sobre la temática, proveniente de distintas teorías semióticas.
Con respecto al ‘estado de la cuestión’, las posiciones –una vez más- tienden a oponer dos visiones: una apocalíptica que preanuncia el fin de los tiempos para el acto de leer, la otra inspirada por una especie de ingenua euforia que confunde las posibilidades de que el sempiterno sueño de la ‘biblioteca universal’ se realice a modo de un hipertexto global, con la existencia de una efectiva y sostenida práctica lectora universal. Procuraremos una mirada ‘en equilibrio’.
La lectura de textos escritos hoy
Contrariamente a lo que cierto sentido común profetiza, no estamos necesariamente asistiendo al ocaso de la lectura, entendida ésta, en una aproximación muy general, como “una actividad cultural o de deleite para el hombre alfabetizado” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p.592). En la medida en que dure la actividad de producir textos mediante la escritura (en sus diferentes soportes), seguirá existiendo la actividad de leerlos. Pensemos, en tal sentido, en las innumerables acciones lectoras que realizamos cotidianamente: leemos el periódico, los mails que recibimos, los intextos escritos de una página web, carteles, instructivos, folletos, afiches callejeros, incluso libros – o fragmentos de ellos-. En la enumeración realizada se advierte una variedad de textos, cuya lectura requiere de diversas estrategias lectoras.
Tal vez lo que el sentido común detecta, pero no logra discriminar con claridad, son las modificaciones producidas en las modalidades de lectura, que algunos autores denominan como el “orden de la lectura”. Estos cambios han traído aparejados, a su vez, ritmos y trayectos diferentes de interacción con los textos, algunos de los cuales pueden entorpecer fuertemente la real comprensión de lo que se lee. Valga como ilustración de este último fenómeno, la dificultad para el abordaje de la lectura de textos académicos, que presentan algunos estudiantes al ingresar a los estudios superiores, problema que algunos especialistas designan como “analfabetismo relativo”.
Hemos señalado que el hábito lector no está desapareciendo. Para ilustrar esta aseveración haremos referencia a una serie de datos aportados por las investigaciones de la UNESCO sobre el particular1: el número de los alfabetizados es cada vez mayor en términos numéricos, aunque hay zonas en las que todavía persisten “bolsones” importantes de analfabetismo (África (fundamentalmente en países de economía rural), algunos países de América Latina y Asia (sobre todo en los países musulmanes)); la producción de libros crece vertiginosamente en todo el mundo (sobre todo en los países centrales); en lo que respecta a la prensa, es muy abundante la circulación de ejemplares en países con una antigua tradición de periodismo escrito. En relación con este último aspecto, habría que agregar la creciente incorporación de un nuevo tipo de lectores: los navegantes de diarios digitales, muchos de ellos, incluso, antiguos consumidores del periódico impreso.
Si profundizamos en el análisis de los casos enumerados anteriormente, es evidente la relación que existe entre el grado de desarrollo económico, político y social de los países y/o regiones con la calidad e intensidad de la actividad lectora, tanto de libros como de periódicos (papel o digital); como así también el papel que juega la existencia o no de una tradición cultural vinculada con la valoración del hábito lector, estrechamente ligada, por otro lado, con los niveles de escolaridad de los ciudadanos (y la calidad de los procesos de escolarización).
¿Qué entendemos por lectura?
Leer, en un sentido amplio, implica la interacción de un sujeto con un texto- entendido éste en un sentido que excede lo meramente gráfico-verbal2-, con el objeto de interpretarlo, elaborando una representación mental de su significación. Si bien esa representación es, en primera instancia, mental, puede ‘traducirse’ a una segunda representación de naturaleza semiótica (verbal oral o escrita, gráfico-espacial, icónica, plástica, entre otras), en la que queda ‘documentada’ la interpretación. Sin embargo, la mayoría de las lecturas no quedan registradas, lo que le confiere al acto de leer un carácter de efímero y fugaz.
La lectura es una de las prácticas vinculadas con los textos; la otra es su producción. A diferencia de la lectura, toda producción deja sus huellas en el discurso producido: algunas explícitas, diáfanas y evidentes; otras, implicadas, soterradas y ocultas, pero inferibles, es decir, que siempre es posible su búsqueda, su indagación, por parte de un lector laborioso y perspicaz. La tarea del lector, desde esta perspectiva, es una especie de re-armado de un conjunto de piezas significativas que el texto ofrece organizadas con una lógica aparente, y a veces engañosa y tramposa, pero cuyo sentido –siempre en fuga- exige de una atenta tarea reconstructiva (o más precisamente, deconstructiva – reconstructiva) . La linealidad del lenguaje (verbal o escrito) es una de esas trampas que se le ofrecen al lector: el sentido no es lineal ni es la sumatoria de los segmentos sucesivos: hay que volver, dar saltos, relacionar secuencias no contiguas, activar ciertos supuestos que –a modo de un iceberg- sólo muestran una pequeña parte. La ilusoria referencialidad de las
imágenes es la trampa que estos textos ofrecen a los lectores poco entrenados. Este salto cualitativo en la lectura implica, además, pasar de la instancia material de la textualidad (Greimas & Courtés, 1990), o de los “paquetes textuales”, como los denomina Verón (1996), a la instancia del discurso, en donde el sentido se produce y despliega.
La actividad del lector consiste, entonces, en construir un discurso, a partir de los elementos instruccionales, aportados por la materialidad de un texto-manifestación. El lector deconstruye la materialidad textual para encontrar las “huellas” , los indicios, que le permitan construir el discurso, tarea que puede recomenzar con cada nueva lectura del texto: “Un discurso no es, pues, una realidad evidente, un objeto concreto ofrecido a la intuición, sino el resultado de una construcción” (Maingueneau, 1980, p.21)
Pero no todos los lectores son indagadores de sentidos, hay lectores para quienes el texto es un pretexto para sus propias búsquedas obsesivas y, mediante la lectura, descargan o ‘subliman’ fobias, temores, odios y amores; otros para los cuales los textos ajenos son fuente de inspiración para sus propios textos; también encontramos lectores que simplemente se deleitan con la lectura, sin mayores pretensiones interpretativas, y, finalmente, podemos encontrar diversas e interesantes combinaciones de los anteriores. Hay, entonces, muchos modos de relacionarse con los textos, muchos tipos de lectura y de lectores. Umberto Eco (1993, 1995, 1998) intenta una aproximación y discrimina diversas prácticas asociadas con la lectura, tipificándolas: interpretación, sobreinterpretación y uso. La interpretación es la actividad que tiene por objeto la búsqueda de la inteligibilidad discursiva, mediante un proceso conjetural: “Esta conjetura debe ser aprobada por el conjunto del texto3 como un todo orgánico. Esto no significa que, sobre un texto se puede formular una y sólo una conjetura interpretativa. En principio se pueden formular infinitas. Pero, al final, las conjeturas deberán ser probadas sobre la coherencia del texto (..)” (Eco, 1998, p.41).
Esta diversidad de prácticas lectoras deberían inclinarnos a aceptar sin matices la tesis que sostiene que “la lectura no está previamente inscrita en el texto” (Cavallo & Chartier, 2001, p.15), sin embargo más allá de la irreductible distancia entre la producción o generación del discurso y su reconocimiento (Verón, 1996) o apropiación, existen ciertas propiedades en el producto que orientan, preanuncian y, por qué no, condicionan, su posible apropiación.
Las diversas especulaciones sobre la problemática de la lectura y la interpretación, tales como la estética de la recepción, la hermenéutica, las teorías semióticas del “lector modelo” o la deconstrucción, han elegido como objeto de investigación no tanto los acontecimientos empíricos de la lectura (objeto de una sociología de la recepción) cuanto la función que desempeña el acto de lectura, ya sea que se lo entienda como una actividad de co-construcción o de-construcción del texto, es decir que conciben ese acto “como condición eficiente y necesaria de la misma actuación del texto como tal. (..) El aserto subyacente en cada una de esas tendencias es que el funcionamiento de un texto (no verbal, también) se explica tomando en consideración, además o en vez del momento generativo, el papel desempeñado por el destinatario en su comprensión, actualización e interpretación, así como la manera en que el texto mismo prevé esta participación.” (Eco, 1998, p.22)
Todo texto, entonces, exige la cooperación interpretativa del lector ya que: “... es realmente una máquina perezosa que descarga gran parte de su trabajo en el lector” (Eco,1993, p.271). El conjunto de las estrategias de cooperación interpretativa supuestas en el propio texto es lo que Eco denomina lector modelo. Los “niveles de cooperación” son de diversa índole, acorde con el aspecto discursivo que se deba actualizar: semántico-léxico, semántico-isotópico, retórico, narrativo, cognitivo-inferencial (activación de distintos esquemas cognitivos), enunciativo, entre otros.
Por otro lado, desde una perspectiva sociohistórica, “conviene asimismo tener en cuenta que la lectura es siempre una práctica encarnada en ciertos gestos, espacios y hábitos”, que remiten a una “historicidad de los modos de utilización, de comprensión y de apropiación de los textos” (Cavallo & Chartier, 2001, p.17).
A lo largo de la historia, además, los diversos discursos sociales han ido encontrando y/o generando sus “formas de la expresión” (Hjelmslev, 1971): la oralidad, la escritura, lo audiovisual, lo multimedial., los que algunos consideran como macrosistemas de comunicación. Lo interesante de estos grandes sistemas es que, si bien han ido surgiendo en una secuencia cronológica fuertemente vinculada al desarrollo tecnológico humano, no han ido sustituyéndose sino complementándose: “Ninguna gran tecnología de comunicación fue reemplazada por la siguiente aunque cada una, por supuesto, evolucionó en el tiempo y fue mejorando sus procedimientos técnicos. (..) Las tecnologías son complementarias: por eso terminan mezclándose en dispositivos «multimedia»” (Verón, 2001, p.62)
A su vez, estos diversos sistemas de comunicación se han ido actualizando en diferentes formatos o “medios” de comunicación. Entendemos por medio de comunicación a todo “soporte tecnológico inserto en una sociedad, asociado a prácticas determinadas de producción y de apropiación. Una de las múltiples mediatizaciones de la escritura es el libro (...) Cada «producto» mediático se caracteriza por una coherencia enunciativa determinada, en la que reposa el contrato de comunicación a través del cual se articula su producto” (Verón, 1999, p.145)

El contrato de lectura

La noción de pacto o “contrato de lectura” es elaborada por Eliseo Verón con el objeto de “comprender el vínculo entre el medio y el lector” (Verón, 1999, p.95). “La metodología del contrato de lectura se inspira en la teoría de la enunciación.”(Verón, 1999, p.95) .
La teoría de la enunciación (Benveniste (1969), 1995) distingue el acto de la enunciación de su producto: el enunciado. Esta teoría explica el acto de la enunciación como el acto, único e irrepetible, mediante el cual el sujeto se apropia del lenguaje y produce su enunciado, constituyendo simultáneamente la instancia compleja “yo - tú - aquí - ahora” y dejando en dicho producto - el enunciado- las marcas, las huellas, de su enunciación. En el acto de la enunciación se construyen, entonces, los papeles del enunciador (yo: el que produce el enunciado) y del enunciatario (tú: el destinatario del enunciado). Ahora bien, enunciador y enunciatario son entidades discursivas, construidas en y por el discurso o, como señala Verón, “entidades del imaginario de la comunicación” (Verón, 1999, p.95). Al instaurarse estos roles enunciativos se establece, simultáneamente, una relación intersubjetiva de una naturaleza determinada: el ‘contrato enunciativo’.
El acto de la enunciación, conjuntamente con el contrato que establece, se actualiza y realiza en la puesta en discurso. Por lo tanto, todo enunciado discursivamente realizado presupone el cumplimiento de un particular contrato enunciativo, es decir que existiría una relación de presuposición lógica entre un discurso y el contrato enunciativo que éste actualiza y realiza. En este contrato, el enunciador elige una determinada manera de organizar el contenido, mediante la selección de ciertas estrategias enunciativas y discursivas y de determinado soporte o formato, esto exige –a su vez- por parte del enunciatario, un conjunto de “estrategias de cooperación interpretativa” (cfr. ut supra, “lector modelo” (Eco, 1993)); además se actualizan una serie de restricciones, reglas o “modos de producción”, institucionalizadas por las prácticas sociales, asociadas al tipo de discurso social (literario, periodístico, publicitario, político, etc.) en el que se inscribe esa enunciación, las que también constituirán parte del contrato enunciativo.
Lo que a todo lector empírico se le ofrece, entonces, no es simplemente un texto que habla de determinado tema sino una particular y compleja “manera de decir” (Verón, 1999, p.96). Esta “manera de decir” genera una peculiar relación con el lector que interactúa con esa forma textual: esa relación es el pacto o contrato de lectura. En general, los pactos de lectura ‘propuestos’ por diversos soportes discursivos suelen cumplir con tres condiciones: regularidad, ya que sus características enunciativas peculiares se reiteran y permanecen durante un período de tiempo relativamente extenso; diferenciación, en la medida en que dichas características permiten distinguirlo de otros y sistematicidad de las propiedades exhibidas.

El contrato de lectura en la Modernidad

A lo largo de esa etapa histórica que denominamos “Modernidad” se desarrollaron y consolidaron ciertas “modalidades” de la lectura, cuya aceptación tácita por parte de escritores y lectores presuponen un pacto o contrato de lectura, específicamente con el libro, soporte discursivo característico de ese periodo.
Propondremos una serie de características implícitas en el ‘pacto de lectura’ con el libro (en muchos aspectos extensible al texto impreso en general) durante la Modernidad. Las modalidades de producción y de lectura han estado vinculadas fuertemente a: 1) el proyecto ideológico-cultural de la Ilustración; 2) el texto escrito como “forma de la expresión” privilegiada, que trae aparejados: (a) el predominio del esquema perceptual “visual- lineal”, como consecuencia de la decodificación lingüístico-escritural y (b) necesidad de un proceso de lectura “progresivo” y “acumulativo”, impuesto por la organización lógica (plan textual) de los contenidos discursivos, subsidiaria de la estructuración lingüístico verbal secuencial y su diagramación gráfico-espacial; y, finalmente, 3) ciertos “rituales” de lectura vinculados a los comportamientos de los lectores, como la “lectura silenciosa”, considerada por Cavallo & Chartier como “la primera «revolución de la lectura» de la Edad Moderna” (Cavallo & Chartier, 2001, p.47).
Asimismo, cada cultura, en sus diversos ámbitos discursivos (religioso, político, literario, etc.) fue consolidando un “canon”, es decir, “un elenco de obras o de autores propuesto como norma o como modelo” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 599). Si bien podríamos atribuirle a estos corpora textuales diversas funciones socio-culturales, es factible englobarlas en el dispositivo magníficamente descripto por Foucault al explicar los diversos procedimientos de control, selección, organización y distribución del discurso que una sociedad genera para “conjurar” sus poderes y peligros, gobernar el evento aleatorio y “esquivar su pesada y temible materialidad” (Foucault, 1987). Si bien el dispositivo foucaultiano se refiere claramente a la producción del discurso, es altamente factible proponer su incidencia en la consolidación de los mencionados cánones: “De una actitud cultural e ideológica de esta naturaleza derivaron y derivan elencos de obras aconsejadas en las bibliotecas de lectura pública y a los lectores individuales, los verdaderos «cánones» propuestos en catálogos y en revistas especializadas, todo el aparato normativo y pedagógico que los operadores del libro (autores, editores, intelectuales, periodistas, bibliotecarios, etc.) transcriben cotidianamente (..)” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 600-601). El canon, entonces, también ha incluido clasificaciones, catalogaciones y jerarquizaciones que han permitido una sistematización de la producción bibliográfica creciente en los diversos campos disciplinares. Esta tarea generó su propia especialización: la bibliotecología.
Los criterios de selección y jerarquizaron, establecidos en la constitución de los cánones en las diversas áreas disciplinares, también han precedido la selección de textos sugeridos para la enseñanza, en tanto que la educación es el espacio simbólico privilegiado para las diversos modos de reproducción socio-cultural.
Durante algunas etapas históricas sociopolíticamente adversas a la libertad de expresión, en diversos escenarios geográficos, se produjo una tarea de doble selección: por un lado, un elenco de obras autorizadas para ser leídas y, por otro, un index o índice de obras ‘prohibidas’.
Mientras que el canon opera en el ámbito de la prescripción, por cuanto propone lo que se “debe leer”, es decir, el repertorio de textos que todo lector informado, culto, actualizado “no puede dejar de leer”; el índex se instaura en el campo de la prohibición, en la medida en que establece un conjunto de obras que “deben no leerse”, por lo tanto sólo deja al lector ante la opción impotente de ‘no poder leerlas’.4
En la medida en que la industria editorial fue haciéndose poderosa, tuvo una fuerte incidencia en la conformación de ciertos cánones y, como veremos más adelante, en su ulterior deconstrucción. A su vez, los periódicos, básicamente en sus diversos suplementos (culturales, de divulgación científica, etc.), han funcionado como difusores masivos de los cánones imperantes. Incluso podríamos extender el concepto de canon a otras producciones culturales: el cine, el teatro o la música, en cuya imposición social han tenido incidencia no sólo los periódicos, sino también los otros massmedia (radio y televisión).

Transformaciones posmodernas

Durante la etapa histórico-cultural que estamos transitando, para cuya denominación se ha consensuado el término de “Posmodernidad”, se produce una crisis que afecta –en diverso grado- las características de las modalidades de lecturas propias de la modernidad, lo que supone una reformulación, todavía en proceso, de los ‘pactos de lectura’ preexistentes y la generación de nuevos contratos ante el advenimiento de nuevos objetos de lectura.

a) La deconstrucción del canon y de los hábitos lectores implicados

Uno de los aspectos que inciden en la crisis, a la que aludimos, es cierta modificación en el ‘status quo’ del libro que, con la consolidación de la ideología del mercado, propia de las sociedades neoliberales, ha pasado a convertirse en una “mercancía” más y los lectores en potenciales consumidores. Una consecuencia de esta transformación es la desaparición paulatina de los ‘cánones’:
“Estos aspectos consisten tanto en manipuladas debilidades de la oferta, es decir, de la producción, como en imprevistos movimientos nuevos de la demanda, que, al sumarse y superponerse confusamente terminan por menoscabar la autoridad de aquel “canon” universal de los textos escritos y que hasta ahora nunca había sido atacado en su totalidad.
Así pues, por una parte, la oferta, dominada por el terror a una crisis de mercado considerada siempre eminente, ha “enloquecido”, en el sentido de que ha perdido a todos los niveles (y especialmente a los más fuertes) un campo de referencia en el que moverse con relativa seguridad y entrega al público productos de Triviallitteratur y clásicos en ediciones modernizadas, instant-books periodísticos de pésima elaboración, ensayos filosóficos o lingüísticos y recopilaciones de chistes, novela negra, ciencia-ficción y política, historias del vestido o del sexo y novela rosa, todo ello de modo indiferenciado, es decir, sin que el sello editorial, ni el aspecto comercial, ni, sobre todo, el precio sirvan para discriminar, para reordenar el amasijo de textos cotidianamente producido” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 608).
Esta discepoleana descripción de un “cambalache” libresco ilustra la destrucción de ese dispositivo ordenador y jerarquizador, que representaba el canon, sin que un nuevo modelo organizador lo haya sustituido todavía.
Si bien, en diversos momentos históricos también fue discutido un canon existente, al que se le opuso e impuso un nuevo paradigma o modelo, estos cambios fueron paralelos al desarrollo de diferentes modos de producción escrita, novedosos soportes y prácticas de lectura, que generaron inéditos ‘contratos de lectura’. Un caso de ‘crisis’ y renovación o irrupción de un nuevo contrato de lectura con el texto escrito impreso lo encontramos durante el siglo XIX. La impugnación del Romanticismo a los textos fuertemente ‘normatizados’ del Neoclasicismo generó una nueva concepción del acto de escribir, transformaciones en los modos de producción discursiva, en los tópicos de las narraciones y en los géneros discursivos, incluso la aparición de un formato novedoso como el folletín, que implicó la conformación de un nuevo público lector y de su correlativo contrato de lectura.Así pues, por una parte, la oferta, dominada por el terror a una crisis de mercado considerada siempre eminente, ha “enloquecido”, en el sentido de que ha perdido a todos los niveles (y especialmente a los más fuertes) un campo de referencia en el que moverse con relativa seguridad y entrega al público productos de Triviallitteratur y clásicos en ediciones modernizadas, instant-books periodísticos de pésima elaboración, ensayos filosóficos o lingüísticos y recopilaciones de chistes, novela negra, ciencia-ficción y política, historias del vestido o del sexo y novela rosa, todo ello de modo indiferenciado, es decir, sin que el sello editorial, ni el aspecto comercial, ni, sobre todo, el precio sirvan para discriminar, para reordenar el amasijo de textos cotidianamente producido” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 608).
Esta discepoleana descripción de un “cambalache” libresco ilustra la destrucción de ese dispositivo ordenador y jerarquizador, que representaba el canon, sin que un nuevo modelo organizador lo haya sustituido todavía.
Si bien, en diversos momentos históricos también fue discutido un canon existente, al que se le opuso e impuso un nuevo paradigma o modelo, estos cambios fueron paralelos al desarrollo de diferentes modos de producción escrita, novedosos soportes y prácticas de lectura, que generaron inéditos ‘contratos de lectura’. Un caso de ‘crisis’ y renovación o irrupción de un nuevo contrato de lectura con el texto escrito impreso lo encontramos durante el siglo XIX. La impugnación del Romanticismo a los textos fuertemente ‘normatizados’ del Neoclasicismo generó una nueva concepción del acto de escribir, transformaciones en los modos de producción discursiva, en los tópicos de las narraciones y en los géneros discursivos, incluso la aparición de un formato novedoso como el folletín, que implicó la conformación de un nuevo público lector y de su correlativo contrato de lectura.Así pues, por una parte, la oferta, dominada por el terror a una crisis de mercado considerada siempre eminente, ha “enloquecido”, en el sentido de que ha perdido a todos los niveles (y especialmente a los más fuertes) un campo de referencia en el que moverse con relativa seguridad y entrega al público productos de Triviallitteratur y clásicos en ediciones modernizadas, instant-books periodísticos de pésima elaboración, ensayos filosóficos o lingüísticos y recopilaciones de chistes, novela negra, ciencia-ficción y política, historias del vestido o del sexo y novela rosa, todo ello de modo indiferenciado, es decir, sin que el sello editorial, ni el aspecto comercial, ni, sobre todo, el precio sirvan para discriminar, para reordenar el amasijo de textos cotidianamente producido” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 608).
Esta discepoleana descripción de un “cambalache” libresco ilustra la destrucción de ese dispositivo ordenador y jerarquizador, que representaba el canon, sin que un nuevo modelo organizador lo haya sustituido todavía.
Si bien, en diversos momentos históricos también fue discutido un canon existente, al que se le opuso e impuso un nuevo paradigma o modelo, estos cambios fueron paralelos al desarrollo de diferentes modos de producción escrita, novedosos soportes y prácticas de lectura, que generaron inéditos ‘contratos de lectura’. Un caso de ‘crisis’ y renovación o irrupción de un nuevo contrato de lectura con el texto escrito impreso lo encontramos durante el siglo XIX. La impugnación del Romanticismo a los textos fuertemente ‘normatizados’ del Neoclasicismo generó una nueva concepción del acto de escribir, transformaciones en los modos de producción discursiva, en los tópicos de las narraciones y en los géneros discursivos, incluso la aparición de un formato novedoso como el folletín, que implicó la conformación de un nuevo público lector y de su correlativo contrato de lectura.
Otra mutación relevante de esta crisis en las modalidades de la lectura de lo impreso tiene que ver con cierto comportamiento de los lectores, al que caracterizaremos como síntoma de un “desorden de la lectura”, que se va abriendo camino en las áreas culturalmente más avanzadas. Nos referimos a un modo de lectura que “algunos proponen expeditivamente que se defina como ‘posmoderno’ y que se configura como ‘anárquico, egoísta y egocéntrico’, basado en un único imperativo: «leo lo que me parece»” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 615).

b) Interferencias audiovisuales

Entre los rasgos del actual escenario sociocultural que deben tomarse en consideración para poder completar el panorama de la situación, destacaremos el bien conocido hecho de que el texto impreso no constituye, hoy eResulta pertinente, entonces, explicitar las características “lector modelo” previsto por el “macrodiscurso televisivo” (González Requena, 1995), para poder luego analizar su incidencia en la reformulación del contrato de lectura con el texto escrito (especialmente el libro y el periódico).
El lector modelo propuesto por el macrodiscurso televisivo es un sujeto cognitivo que procede por hipercodificación6, lo que le permite incluso a partir de la decodificación y casi simultáneo re-conocimiento de un fragmento de un texto-ocurrencia descubrir el género (texto-tipo) del que se trata.
Si bien es una característica de los géneros discursivos en general, el conformar un discurso “típicamente rutinizado y predecible” (Philips en Wertsch, 1991 ), por cuanto tienen “formas de construcción globales, típicas, definidas y relativamente estables” (Bajtin en Wertsch, 1991), lo que llama la atención en el caso de los géneros televisivos es el hecho de que a partir de una serie reducida de indicadores semióticos (a los que consideramos como ‘marcadores de diferencia’), fuertemente ligados a los modos de configuración icónica y a las características den día, el único medio de acceso a la información ni su lectura el principal instrumento de culturalización, ya que habrían sido, según muchos, ‘sustituidos por la televisión’. En tal sentido, las sociedades urbanas actuales son sociedades altamente mediatizadas: los massmedia audiovisuales y, en forma creciente y, paulatina, los multimedia interactivos, se han constituido en los medios de comunicación predominantes.
Comenzaremos analizando la televisión, por cuanto constituye –todavía.- el medio hegemónico de comunicación en nuestras sociedades latinoamericanas. Las nuevas prácticas de lecturas que la televisión ha generado no pueden dejar de influir en los lectores, sobre todo los más jóvenes o, aquellos que no siéndolo, pueden calificarse como “hijos de la televisión”, noción acuñada por Bechelloni (1990), y que, en una investigación realizada5, hemos caracterizado con los siguientes rasgos: son aquellos sujetos cuya socialización ha sentido fuertemente la influencia de la televisión y, por lo tanto, la conformación de sus estrategias y modos de “lectura” primarios, han sido fundamentalmente desarrollados a partir de su interacción con los textos audiovisuales, por lo tanto, al ingresar al sistema educativo formal, han debido desarrollar, como hábito de lectura secundario, la lectoescritura de textos verbales.
Resulta pertinente, entonces, explicitar las características “lector modelo” previsto por el “macrodiscurso televisivo” (González Requena, 1995), para poder luego analizar su incidencia en la reformulación del contrato de lectura con el texto escrito (especialmente el libro y el periódico).
El lector modelo propuesto por el macrodiscurso televisivo es un sujeto cognitivo que procede por hipercodificación6, lo que le permite incluso a partir de la decodificación y casi simultáneo re-conocimiento de un fragmento de un texto-ocurrencia descubrir el género (texto-tipo) del que se trata.
Si bien es una característica de los géneros discursivos en general, el conformar un discurso “típicamente rutinizado y predecible” (Philips en Wertsch, 1991 ), por cuanto tienen “formas de construcción globales, típicas, definidas y relativamente estables” (Bajtin en Wertsch, 1991), lo que llama la atención en el caso de los géneros televisivos es el hecho de que a partir de una serie reducida de indicadores semióticos (a los que consideramos como ‘marcadores de diferencia’), fuertemente ligados a los modos de configuración icónica y a las características de los dispositivos de la puesta en superficie, percibidos en un lapso extremadamente breve (2 ó 3 segundos) los sujetos realicen su reconocimiento. En tal sentido postulamos la presencia de procesos cognitivos a los que denominaremos “metonímicos”, tomando como base las características de las operaciones lógico-cognitivas.
Hablaremos de proceso metonímico, subsumiendo en él dos figuras: la metonimia y la sinécdoque. La diferencia entre ambas figuras consiste en que en el caso de la metonimia se elige una cualidad perceptible, un elemento concreto, para representar un concepto abstracto, en tanto que ese elemento figurativo, esa cualidad perceptible, forme parte o sea una manifestación de ese todo que es el concepto abstracto (ej.: los colores de la bandera de un país, elemento figurativo perceptible, representan esa ‘nacionalidad’, en tanto que concepto). En el caso de la sinécdoque, el elemento seleccionado representa a un objeto concreto, ya sea como parte física y perceptible de ese todo, ya sea como causa material de un efecto material (ejs.: las clásicas “proas” representando a los barcos; los “cascos azules”, a los soldados de la ONU).
La metonimia es el tropo privilegiado, central, de un discurso que instala una instancia de la enunciación esclava de sus percepciones y fascinada por el cuerpo del otro; esta figura retórica destaca la puesta en discurso del mundo fragmentado, calidoscópico perpetrado por una instancia privada de juicio (entendido éste como un acto de entendimiento consciente), que reúne los retazos dispersos de actos perceptivos sucesivos y diferentes. (Darrault-Harris, 1996). Esta explicación nos describe tanto el modo de enunciación de un sujeto que edita un videoclip como el modo de reconocimiento del espectador que realiza un zapping.
El zapping o “síndrome del pulsador “ (Calabrese, 1996) es una forma individual de consumo que “se adecua a las condiciones de percepción ambiental, se hace fragmentado, rápido y recompuesto sólo al final” (Calabrese, 1996). A través del zapping el consumidor típico de la cultura mediática “se ha habituado a recibir un mensaje construido con mensajes no homogéneos y, sobre todo, si se le juzga desde una perspectiva racional y tradicional, carente de “sentido”; pero se trata de un mensaje que necesita de un mínimo de atención para que se lo siga y disfrute y de un máximo de tensión y participación lúdica para ser creado” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 617).
Otra característica del nuevo contrato de lectura con lo televisivo se vincula con las potencialidades que ofrecen la multiplicidad de géneros y formatos presentes en el macrodiscurso: nos referimos a la factibilidad de constituir “públicos segmentados”, que contribuyen a “forjar microculturas” (Jost, 2002, p.31). Las modalidades y apropiaciones, que cada uno de estos públicos establezca, están contemplados en la posibilidad misma de disponer de un “margen de maniobra”, avalada por el propio contrato enunciativo. Un interesante caso lo constituyen los segmentos de públicos constituidos por adolescentes y jóvenes. Jost analiza este fenómeno y postula que “las jóvenes generaciones constituyen su identidad generacional a través del culto de la televisión” (Jost, 2002, p.31), uno de cuyos rasgos característicos lo constituiría “el culto de lo fantástico”, que emparentaría, agruparía, a los jóvenes de manera transversal, “federando el conjunto de una clase de edad” que comparte “valores comunes” y “una misma simbolicidad” (Jost, 2002, p.33).
El zapping como práctica de consumo, avalada por un contrato de lectura implícito y generada por las particularidades del “modo de decir” televisivo, que termina imponiéndose en el circuito cultural mediático, supone lo contrario de la lectura entendida en sentido tradicional - tal como la explicitáramos anteriormente- lineal, progresiva y acumulativa; “mientras que está muy cercana a la lectura en diagonal, interrumpida, a veces rápida y a veces lenta, como es la de los lectores desculturizados” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 616). A este tipo de lector, Chartier lo denomina “lector salvaje”.(Chartier, 1998)
La paulatina consolidación de estas prácticas lectoras anárquicas, están convirtiendo la lectura en un fenómeno fragmentado y diseminado, absolutamente carente de reglas. A diferencia de lo que sucede, como ya señaláramos, con los medios de comunicación electrónicos y en especial con la televisión, cuyos “lector modelo” y “canon” de programas tiende rápidamente a unificarse y a “homologar al público de cualquier tradición cultural ” (Petrucci, en Cavallo & Chartier, 2001, p. 625). La fragmentación, como modo de producción y organización textual-discursiva y como modalidad de reconcimiento o lectura, constituye uno de los rasgos de esa homologación que avala el contrato de lectura con lo televisivo.

c) El incipiente contrato de lectura con el hipertexto7

La producción electrónica de textos y las modalidades de lectura que éstos implican constituyen la “tercera revolución de la lectura sobrevenida desde la Edad Media” (Cavallo & Chartier, 2001, p.51).
La característica más importante, según Bettetini & Colombo- de estos nuevos medios la constituye la interactividad. Esta modalidad enunciativa genera un producto particular: el hipertexto. Éste constituye “ (..) una sucesión de bloques de textos individuales (..) con enlaces electrónicos que los conectan entre sí. (..) El hipertexto es un medio informático que relaciona información tanto verbal como no verbal. Por su parte los bloques de texto no son necesariamente verbales sino que pueden vincular información de todo tipo: ya sea visual, sonora o animaciones” (Landow, 1997, p. 86).
Esta “estructura en red” se caracteriza por una serie de rasgos particulares. Es una forma heterogénea y metamórfica, en permanente composición; se organiza desde una lógica fractal, ya que cualquiera de sus componentes puede – a su vez- reorganizarse como una red en sí mismo; su modo de estructuración tiende a la disipación, ya que no posee una unidad orgánica y su crecimiento o encogimiento, su composición o su recomposición permanentes dependen de un exterior indeterminado, sea éste la adición de nuevos elementos o la conexión con otras redes. El hipertexto constituye un espacio de representaciones, donde se entrelazan y se multiplican las conexiones que tejen los sentidos; en consecuencia, es policéntrico: posee diversos centros que son puntos en perpetuo movimiento, que se organizan como rizomas momentáneos.
Estas características refuerzan la tendencia hacia la fragmentación e individuación, advertible ya en la videocultura . “Si en el texto descrito por las teorías semióticas “fuertes” la secuencialidad (narrativa o pragmático–conversativa) es un dato esencial de la construcción isotópica y por consiguiente de la homogeneidad del texto mismo, la navegación se basa en la homogeneidad ofrecida por la subjetividad del usuario. Es la experiencia del usuario la que da un sentido a los recorridos reales de utilización, mucho más que las previsiones de los programadores”. (Bettetini & Colombo,1995,p. 240). Sin embargo, sólo son posibles aquellos recorridos que, por deducción lógica, el sistema permite, aunque su combinatoria sea –en algunos casos- muy amplia y variada.
La lectura del hipertexto requiere principalmente de operaciones de asociación, por parte del usuario. El hecho de saltar de un nodo a otro, con la consecuente ruptura espacio-temporal que esto supone, implica entender, como parte de un mismo razonamiento, datos dispersos; es decir, postula un lector preocupado por la constante búsqueda de asociaciones y con una gran capacidad de retención en su memoria operativa, que le permita recordar los recorridos realizados. El proceso de lectura es, por una parte, una constante negociación entre los múltiples recorridos previstos en la virtualidad del sistema (el hipertexto) y los trayectos que va actualizando el ciberlector al recorrerlo. Por otro lado, navegar un hipertexto no implica necesariamente la comprensión de sentidos sino un recorrido lúdico que simula la ‘lectura’.
Ese proceso de negociación, que es la base de la hipertextualidad, supone también un riesgo, ya que puede convertirse en la razón de un fracaso comunicativo: “La ejecutabilidad de la interacción depende, por consiguiente, de la verificación de una congruencia entre el modelo de usuario prefigurado por el sistema y el individuo real, por ejemplo, en cuanto al umbral mínimo de competencias y conocimientos requerido para el intercambio comunicativo. (...) Existe, por tanto, una serie de posibilidades de fracaso de la comunicación interactiva debidas a la existencia de diferencias entre las competencias y los objetivos posibles prefigurados por el sistema y los propios del usuario mismo” (Bettetini & Colombo,1995,p. 171).
Como todo texto, el hipertexto instituye un lector modelo, o para ser más precisos un ‘navegante modelo’, como parte “de su propio mecanismo generativo” (Eco, 1993, p.79), cuyas posibles estrategias de interacción están previstas “mediante un cálculo probabilístico”, ya que “generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las previsiones de los movimientos del otro” (Eco, 1993, p.79). La libertad y creatividad del ciberlector para interactuar con el hipertexto son paradójicamente aparentes.
d) El nuevo pacto de lectura en la prensa gráfica
Para completar nuestro panorama haremos referencia a la transformación del pacto de lectura en la prensa gráfica.
Desde mediados del siglo XIX el periodismo gráfico comenzó a adquirir su impronta masiva como medio de difusión de la información y de formación de la opinión pública. Fue a partir de entonces que el diario, dadas las peculiares y favorables condiciones de producción de la época, estableció un “pacto de lectura” con su cada vez más creciente público lector. Este pacto al que aludimos determinaba implícitamente, por un lado, cuáles eran las características del discurso periodístico informativo –tanto en el tratamiento y estructuración de la noticia como en los aspectos formales: los formatos y la diagramación del periódico -; y, por otro, suponía la aceptación de estas características por parte de los lectores. Estas modalidades de la producción discursiva periodística influenciaban en las rutinas, comportamientos y estrategias de interpretación de los lectores.
Pero a partir de mediados del siglo XX comenzaron a producirse una serie de transformaciones en el escenario cultural de las sociedades de masas que afectaron la hegemonía de la prensa escrita en la difusión de la información y en la formación de la opinión pública. Destacamos entre dichas transformaciones el surgimiento y consolidación de la televisión como medio de comunicación. La televisión, en este caso, impactó de forma decisiva en los modos de acceso a la información de la población: con el “directo” se modificó lo que tradicionalmente fue la “primicia” periodística, la inmediatez entre el hecho que está sucediendo y su transmisión a millones de personas fue adquiriendo, cada vez más, ribetes insospechados, gracias a los avances tecnológicos como el satélite. En ese sentido, un ejemplo paradigmático ha sido la cobertura de la CNN del ataque a las torres gemelas.
Los modos de producción audiovisual imponen una nueva e indudablemente más atractiva representación del mundo: imágenes en movimiento, sonidos y música se convierten en los nuevos instrumentos para construir la información. La crónica de los acontecimientos se personaliza: vemos y oímos a sus protagonistas.
Ante estos cambios, el tradicional “pacto de lectura” entre el diario y su público, empezó a desgastarse, a perder vigencia y la prensa fue perdiendo espacios y lectores. Se hizo imprescindible una transformación que permitiera atraer de nuevo al público, había que ofrecerle al lector de periódicos un “modo de decir” interesante y diferente del televisivo.
Las transformaciones apuntaron a tres órdenes de estrategias enunciativas8: las relativas al formato, las vinculadas con los modos de tratamiento del contenido y la segmentación temática para sectores diferenciados de lectores.
En relación al formato: una diagramación más atrayente, menos solemne, en la que se destaca el peso cada vez más fuerte de las imágenes (fotos, caricaturas, infografía) y el estallido del color en las páginas otrora monótonamente grises. Una tendencia al destacado de los titulares, mediante el aumento del tamaño de la tipografía. Incluso los diarios “serios”, se animan –cuando la ocasión lo amerita- a un título ‘catástrofe’. También sufre modificaciones, en ciertos casos, el tamaño del periódico, con una tendencia a formatos más pequeños.
Respecto de los modos de tratamiento del contenido, estos cambios son más radicales, ya que tienen que ver con la manera de construir la noticia: predominan el análisis y profundización de la información, se observa un aumento significativo de la presencia de artículos que siguen una estructura argumentativa y en donde se fortalece el denominado “periodismo de opinión”, ya no sólo en las editoriales sino en un sinnúmero de notas firmadas por periodistas y también por colaboradores provenientes de diversos campos disciplinares (sociólogos, politólogos, psicólogos, economistas, filósofos, escritores, entre otros); se produce un importante desarrollo del periodismo de investigación en torno de temas y hechos sobresalientes. Prácticamente perdida la posibilidad de la primicia, el diario nos ofrece a cambio el espacio para la reflexión, para el análisis de causas y consecuencias y para la interpretación de lo que está detrás del mero acontecimiento. Esta modalidad discursiva propone explícitamente una representación argumentativa particular de los acontecimientos ‘construidos’ por las “noticias”, es decir, una representación que se estructura en torno de una tesis o conjunto de proposiciones que, a partir de un razonamiento, traducen directa o indirectamente (mediante aserciones, juicios, etc.) la toma de posición de un sujeto ante a una temática.. Los editoriales y los artículos de opinión de columnistas y otros redactores “conforman el discurso de opinión más ampliamente divulgado en la sociedad (..)[aunque] su influencia se puede atribuir más a la influencia de las elites que a la influencia popular masiva.“ (van Dijk, 1997, p. 276, el agregado entre corchetes es nuestro).
En esta puesta en discurso de las opiniones se va generalizando una característica fuertemente vinculada con la consolidación de los sistemas democráticos: la confluencia polifónica de los puntos de vista de diversos actores sociales. Así, el discurso periodístico, en tanto que discurso público por excelencia, se constituye en el lugar en el que se inscriben las pugnas del universo de creencias de una comunidad. Es el discurso que legitima o deslegitima, incluye o excluye, las diversas representaciones sociales que emergen en el escenario social. Por lo tanto, en los textos que conforman el archigénero de opinión es factible establecer distinciones entre los modos de construcción de la realidad social en devenir en el discurso periodístico, según las operaciones de puesta en discurso (inclusión / exclusión; legitimación / deslegitimación) de los diversos sistemas de creencias e ideologías de los distintos grupos y actores sociales.
Otra característica, desprendida de la anterior, es una paulatina pérdida del anonimato debido al hecho de que la mayoría de las notas son firmadas por sus redactores. Al individualizarse el autor se personaliza el discurso y, en consecuencia, el periodismo gráfico deja de lado el efecto de pseudo-objetividad que le daba el anonimato.
A las peculiaridades enumeradas se agregan los suplementos dirigidos a franjas de público bien delimitadas (jóvenes, niños, mujeres, entusiastas de los deportes, usuarios de computadoras, economistas), la incorporación de la revista semanal como parte de la oferta del periódico y los números especiales que acompañan algún acontecimiento social de relevancia. Esta segmentación temática para sectores diferenciados de lectores estaría en consonancia con las tendencias hacia la fragmentación e individuación anteriormente explicitadas.
Un fenómeno interesante que deberemos analizar, en la medida en que se consoliden y sistematicen sus prácticas lectoras, es el periódico en soporte digital. Actualmente, la mayoría de los diarios de relevancia tienen su versión en Internet. Si bien en un comienzo, ésta era simplemente una transposición del periódico impreso, con el tiempo ha adquirido identidad propia, por la incorporación de todas las posibilidades que brinda el soporte multimedial y la estructuración hipertextual. El diario digital, en la medida en que se consolida como una nueva “forma de la expresión” genera, con sus lectores, un contrato de lectura diferente. Incluso le devuelve al periódico la capacidad de recuperar la primicia, dada las posibilidades del formato.

A modo de cierre

Los textos escritos (libro, periódico), las prácticas lectoras a ellos asociadas y los lectores se han transformado. En este proceso han incidido diversos factores: la aparición y posicionamiento de otros medios de comunicación con sus correspondientes “formas de la expresión”, cambios socioculturales tales como el rechazo del canon, la creciente individuación del sujeto, la fragmentación como característica de reconocimiento y apropiación, la pérdida del orden progresivo y lineal de la lectura y la proliferación caótica de textos impresos.
En algunos casos, como el de la prensa gráfica, debido quizás al imperativo económico, se debió generar una serie de transformaciones y re-pactar un nuevo contrato de lectura. Pero la lógica del desarrollo del conocimiento que el libro tradicional representaba no es tan fácil de reconvertir.
Por su parte, las características de los nuevos formatos textuales como el hipertexto están generando nuevos modos de interacción con el texto (ya no impreso sino electrónico), cuyas características aún no terminamos de perfilar.
Al comienzo afirmamos que no se ha perdido la lectura –en un sentido amplio-, que lo que está mutando son las modalidades de lectura, debido a la aparición de nuevos soportes textuales y modalidades enunciativas. Los lectores “nostálgicos” (Chartier, 1998) lo resienten. Aunque todavía es muy pronto para cerrar un diagnóstico definitivo.

Notas

1 Esta información ha sido extractada del libro Historia de la lectura en el mundo occidental de Cavallo & Chartier.
2 Entendemos por texto a todo “conjunto sígnico coherente” (Lotman);en tal sentido, consideramos texto no sólo los producidos en lengua natural, sino también mediante otros sistemas semióticos: un cuadro, un vídeo, un film, una puesta teatral, etc.
3 Eco utiliza el término texto en un sentido abarcador, por lo tanto su noción de “texto” subsume la distinción que nosotros hacemos entre texto y discurso
4 Hemos basado este análisis en las “Modalidades” del deber y del poder, categorías propuestas por la Semiótica discursiva (Cfr. Greimas & Courtés, 1990; Courtés, 1997; Fontanille, 2001)
5 Este aspecto fue desarrollado en nuestra investigación “Modos de reconocimiento de los géneros audiovisuales en distintos grupos sociosemióticos” (1998)
6 La hipercodificación, planteada como modo de producción semiótica, consiste en la existencia de reglas propias de la “puesta en discurso” (reglas retóricas, reglas de géneros o tipos textuales, entre otras), que se sobreañaden a las reglas del lenguaje base (=código). A su vez, es factible postular un trabajo por hipercodificación como modo de reconocimiento, lo que daría origen a un “pacto de lectura” entre las instancias productoras y consumidoras de un discurso dado
7 Recuperamos, en este apdo., algunos de los resultados obtenidos en nuestro proyecto de investigación “Desafíos de una educación para el futuro: el desarrollo de nuevas matrices cognitivas en el marco de la videocultura y de las NTCI” (2003).
8 Trabajamos sobre los cambios observados durante la última década en los diarios argentinos.
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Dirección URL del artículo: http://bdigital.uncu.edu.ar/117.
Fecha de consulta del artículo: 30/08/12.


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Entrevista a Enrique Alfaro Llarena y Ricardo Pohlenz- "Una manera Cortázar de estar en el mundo"

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por Libia Brenda Castro R.




El personaje más importante de Julio Cortázar es Julio Cortázar. Los lectores lo buscan, lo identifican en cualquier texto que lo encuentran. Ahora que se cumplen 25 años de su muerte se anuncian o “descubren” nuevos inéditos, se recomiendan sus libros, se escucha su nombre en las charlas de café. Si Cortázar es el gran personaje de sí mismo, se debe en gran medida a que sus lectores saltan del texto a la vida del escritor con gozo y genuina curiosidad, pero es algo más: se debe sobre todo a que la literatura de Cortázar sitúa a la gente en un mundo totalmente plausible y quienes entran en él se sienten retratados e identificados. El ejemplo más evidente es el de la clasificación de Cronopios y Famas; pero hay toda una estética que se reconoce con facilidad. En este sentido se puede afirmar que hay un universo contenido en los cuentos; en Rayuela, su novela más famosa (y la más estudiada de las que están publicadas); en sus propuestas patafísicas; en la estética que propone a partir de un uso propio y particular del lenguaje; en los juegos que siempre llevó a cabo por medio de sus libros, ya fueran tradicionalmente narrativos o experimentales y atípicos.

A partir de esta idea tuvimos un encuentro con dos escritores que son lectores de Julio Cortázar: Enrique Alfaro Llarena y Ricardo Pohlenz. El diálogo, irreverente como corresponde, nos lleva de la pregunta ¿por qué leer a Julio Cortázar en la actualidad?, hasta la reflexión acerca de la estética particular de este escritor que recluta adeptos, sin apenas proponérselo, y todavía genera obras referenciales acerca de su poética.


RDU: ¿Cuál sería la importancia de leer a un autor como Julio Cortázar, por qué Julio Cortázar hoy?

Enrique Alfaro: Soy lector de Julio Cortázar aunque hace mucho que no leo nada suyo, pero soy lector porque sigo teniendo presentes sus libros, sigo pensando en él como un referente literario. Su humor, su manera de entender la literatura, de aproximarse; su ética del lenguaje, la belleza —sorprendente en ciertos momentos— siguen estando presentes en mí, aunque no lo lea. ¿Por qué no lo leo ya?, porque me saturé, empecé a leer desde muy joven y creo que durante muchos años no hice otra cosa en mi vida más que leerlo.

Julio Cortázar “arruinó” muchas vocaciones, les arruinó la vida a muchos escritores. Desde la Academia (el punto de vista de las normas) él era un bárbaro, su lenguaje era verdaderamente de un salvaje. Cuando digo que arruinó muchas vocaciones, me refiero a escritores que estaban tratando de escribir en los años setenta, cuando se difunde la obra de Cortázar a nivel continental; él ya había tenido una presencia con Rayuela en el año 63, pero hasta el 70 es cuando empieza realmente la fama. La gente que estaba empezando a escribir en ese momento se vio marcada y arruinada por Julio Cortázar, es decir, Cortázar le arruinó la vida a más de tres y todavía en las siguientes generaciones se siente esa huella. Porque era tan poderosa su literatura, tan poderosas sus imágenes, su visión del mundo, tenía una manera de ser Cortázar de tal contundencia, que se convirtió (se convierte) en una forma de ser y de vivir, en una manera de estar: mucha gente no sobrevivió a eso.
Es imposible no reconocer un texto de Cortázar, en otros textos a veces uno se pregunta quién es el autor, un texto de Cortázar lo reconoces, sí hay una fuerza en sus palabras, mucha gente no ha podido librarse de esa presencia de Julio Cortázar y terminan haciendo “rayuelitas”.

RDU: Y ¿qué pasa con los lectores jóvenes?, ¿qué le puedes decir a un lector joven acerca de por qué leer a Cortázar?

Enrique: Porque se la va a pasar muy bien. Porque es divertido.

Ricardo: Por ejemplo, ¿por qué Fuentes y no Cortázar?, ¿no es igual de divertido Carlos Fuentes?

Enrique: Fuentes no es divertido, será lo que quieras, menos divertido, Cortázar es divertido.

Ricardo: ¿Y por qué divertido?

Enrique: Cuenta cosas muy amenas, tiene un enorme sentido del humor, tiene una aproximación original: hay una manera “Cortázar” de estar en el mundo, una manera-puente, una manera propia. Está la parte más pedante de Cortázar, desde luego, la parte menos brillante; o sea, cuando alguien se dice a sí mismo cronopio, es como para salir corriendo. El que se asume como cronopio en el fondo es un cretino ¿no? Ése es el Cortázar más externo, el más superficial, es más, tendría hasta cierta cursilería. Ese Cortázar de los cronopios y de los bichos verdes (húmedos) es el Cortázar menos interesante.

Por otro lado, a mí me gusta mucho una novela como Los premios, por ejemplo, es una gran novela, Cortázar pudo haber sido un gran novelista convencional, digámoslo así, donde todas las cosas estuvieran en su sitio, pero le ganaba la experimentación, el no repetirse, el buscar otras cosas, y se quedó un poco colgado de la brocha porque no quiso seguir por un camino que lo hubiera llevado lejos dentro de la novela; es decir, 62 [modelo para armar], un capítulo de Rayuela que luego fue una novela, o El libro de Manuel, digamos que no muestran lo mejor.

Hacia una estética de JC

Ricardo: ¿Cuál es el Cortázar más interesante entonces, el que va a buscar a la Maga?, todo el mundo se quedó buscando a la Maga en los setenta, después de él, algunos lectores de CU se verán reconocidos; y todo el mundo tuvo su parte socialista y le gustaba el Che, aunque ya no sabemos si era estrella de Rock o luchador social. De todas formas podemos ver que Gael y el Che conviven en el imaginario.

Enrique: No solamente su literatura, sino que todo el mundo andaba buscando (como esa manera de estar Cortázar en el mundo) a la Maga o a su Maga.

RDU: Finalmente, si hablas de una originalidad, de un lenguaje y de una contundencia, en cuál obra dirías que está más evidente el mejor Cortázar ¿Cuál sería el mejor Cortázar?

Enrique: Hay una frescura en Cortázar, él renovó la escritura, hay una sintaxis bárbara en Cortázar: suprime articulaciones innecesarias, pronombres, adverbios, artículos, funciones, en fin.

RDU: Pero yo puedo escribir un libro donde suprima partículas y no llegar a nada, hay un “lenguaje Cortázar”, ¿cómo es ese lenguaje?, porque si no cualquier escritor puede decir “me voy a brincar las reglas ortográficas, para hacer mi propio lenguaje y estética”. Cortázar tenía una estética muy clara y perseguía un fin muy claro también, es decir, había todo un sustento detrás de este brincarse las reglas y hacer una sintaxis distinta.

Enrique: Cortázar escribió, antes de las novelas, hacia el año 50 quizá, un texto dramático llamado Los reyes, es una escritura absolutamente impecable e impresionante, una escritura digamos clásica, en el mejor sentido de la palabra; es un texto admirable, en verdad impecable, de una gran belleza poética y él, que era un pésimo poeta, ahí tiene sus destellos. Era un mal poeta, sin embargo su poesía estaba ahí.

Ricardo: Bueno, él sigue una tradición clásica humanista absoluta. Un libro como Los reyes obedece a una revisión y una reformulación de la idea de la fatalidad, hay algo que reina siempre dentro de lo que es la obra de Cortázar que es ese sino fatal, ese sino trágico que le da sentido a las cosas.

Enrique: Y después de eso el hombre se propuso entonces aprender a escribir mal, a desescribir; llegó a una literatura con otra forma, con la cual estaba muy contento, porque según él se asentaba más en el habla popular o se parecía al habla de la calle; escribía en argentino, como él decía, y no en castellano, no a la manera del resto del ámbito de la lengua española. Entonces va de una escritura verdaderamente admirable en su corrección, en su clasicismo, que no cualquiera consigue que no es fácil lograrla, empeña su escritura para acercarse a la escritura 'cortazariana'.

RDU: Y con respecto al lenguaje, es decir, como escritor, conoce las reglas, las sigue y luego las rompe.

Enrique: Siguen el mismo proceso, en este caso, Cortázar y Picasso y otros cubistas también, incuso diego Rivera, por ejemplo.

RDU: Tú mencionabas que por ejemplo el sentido del humor es clave en la obra de Cortázar, su sentido del humor.

Enrique: Sí, hay cierto sentido del humor cortazariano: no es un autor del tipo que hace chistes, no hay gags a la manera de Groucho Marx o de Woody Allen. Puedes recordar chistes de Groucho Marx, como tener un letrero en la tumba que diga: “señora disculpe que no me levante”. Cortázar no tiene chistes ni frases, por ejemplo, a la Oscar Wilde; digamos que hay un ambiente, un ámbito en Cortázar donde ves que está el humor, de una manera escandalosa, pero lo ves después de que entraste en su estética.

RDU: Ahora, hay textos de Cortázar posteriores a la ruptura de la estructura de la lengua que siguen siendo muy correctos: por ejemplo, El perseguidor no está escrito en ‘argentino’, ni dice ‘che’ ni ‘vos’. El perseguidor es impecable, y es un texto, digamos diferente. Y, sin embargo, es un gran texto.

Enrique: Ese texto es fundamental en Cortázar y él lo consideraba así porque es la toma de conciencia política, humana, de los otros; la conciencia de la otredad se da en Cortázar a partir del Perseguidor, para él es un texto importante, no porque sea o no una novela [estructuralmente hablando], a pesar de su brevedad.

Ricardo: Es una novella [novela corta, simplificando el término]. Él estaba muy atenido a normas británicas. Es un texto que trata de rescatar el ámbito de ese ruido de buscar ese ruido, cuando hablas de Picasso y Diego Rivera, pero yo pensaría que Cortázar está más cerca de Jackson Pollock o de los maestros abstractos, que él está más allá del proyecto de literatura como vida, si no el hecho de que todo es parte de otro algo: la Rayuela no son verdaderamente capítulos sino trozos archivados en distintos anaqueles para que tú puedas leer nada más un cacho y te puedas ir saltando, en términos de caja china, para encontrar o no encontrar sentidos superiores. Funciona mucho en una dinámica totalmente de vanguardia, pensando en Mallarmé, en este giro de dados, en esta vocación de que él está como en una experiencia post proustiana del aparecer de la cosas. No te dice que está la piedra y le pega el sol y es por eso que puedo verla; no sé si está o no está (y eso es lo que tú me podrías decir mejor) en alguno de los capítulos De otros lados en Rayuela.

Enrique: Sí, estoy de acuerdo contigo cuando hablas de los pintores como Pollock o pintores de vanguardia, yo me refería al desaprendizaje que tuvieron, similar al de Picasso, él y otros cubistas.

RDU: Primero tuvieron la parte formal, la parte clásica y luego rompieron todo y dijeron ahora voy por lo mío. Es un dato importante en esta rebeldía falsa que presupone nada más saltarse las reglas para ser original, que es un error que puede cometer mucha gente.

Enrique: Hay toda una trayectoria literaria, desde entonces.

Ricardo: Pero hay un hecho: cómo están las cosas en el mundo y cómo se ven y este viaje de regreso que presupone la entrada de Traveler [en Rayuela], quien paradójicamente es una suerte de Ulises que no se ha movido de donde está. Oliveira es una figura que está inspirada seguramente en este poeta romano, por eso se llama Horacio. Y se llama Oliveira por Oliverio Girondo, poeta argentino. Está la vocación lúdica, por eso se llama “la rayuela”: el Cielo y la Tierra están en el mismo nivel, están en el mismo lugar es una suerte de mandala, un gran juego de tensión.

¿Rayuela?

RDU: Sí, el juego: 62, Modelo para armar; Final del juego; Rayuela: la vocación lúdica, diría el señor Pohlenz, está presente en este sentido del humor también. Además Cortázar iba a titular a su novela justo así, “Mandala”, pero luego se arrepintió y terminó llamándola “Rayuela”, casi descubrió el hilo negro.

Ricardo: El cielo está aquí, es zen en ese sentido, por eso buscaba la idea de la mandala, uno y cielo están en el mismo nivel.

Enrique: Hay un Cortázar donde la escritura es un juego, la literatura, a final de cuentas, sería un juego serio.

RDU: Cortázar decía que lo más serio que hay para un niño es el juego, entonces en ese sentido él jugaba a escribir.

Enrique: Sí, se sentaba a escribir con actitud de juego.

Ricardo: Una digresión, ¿sabes a qué hora escribía Cortázar o en qué condiciones?

Enrique: No sé a qué hora pero sí sé que no había un plan para escribir, podía dejar de hacerlo algunos días y luego escribir horas o días enteros. Se levantaba y escribía un cuento por alguna pesadilla, por ejemplo "Casa tomada", escribía en un momento dado en la máquina y no corregía. Es impresionante eso, no corregía prácticamente nada. Los académicos en Madrid dirían que se puede notar (por la falta de “corrección” formal): tú ves un texto de Cortázar y hay una sobreabundancia de ‘qués’, hay adverbios terminados en ‘mente’, sin embargo, si se suprimen o se corrigen de forma tradicional esos textos, se elimina la musicalidad: algo se pierde ahí. Es un producto en bruto extremadamente bien acabado, hay una música, hay “swing” y una intención literaria enorme.

De hecho, el comentario de Borges sobre Cortázar a mí me gusta mucho, ¿de qué tratan los cuentos de Cortázar?, no se sabe muy bien de qué tratan; sin embargo, como la anécdota es inasible, al tratar de contarlo de reducirlo a un argumento, el cuento se te deshace en las manos, no puedes reducir a un argumento cuentos como Usted se tendió a tu lado, no lo puedes explicar lo tienes que leer.

RDU: ¿Qué es lo que estaba rompiendo Julio en su forma?, él decía: “me chocan los escritores que se ponen la corbata para escribir y que tienen que tratar al lector como con tanta ceremonia, no, yo no quiero eso", ¿con qué estaba rompiendo en todo caso?

Enrique: Buscaba una originalidad, distinguirse, o sea hacer algo que no hacía nadie más. Hay una vocación en su tiempo, a su alrededor, en su ámbito antes de llegar a cierta experimentación, a ciertos textos; algunos le quedaron mejor que otros, forzándose siempre a esa búsqueda, a una experimentación, a que esto no sea como esto otro.

Ricardo: Hay que considerar que Julio Cortázar se desarrolla como un escritor dentro de un territorio que, a pesar de que se está desmoronando en fragmentos, todavía cree en una suerte de unicidad y en una victoria desde la imaginación. Puede ser un malabarista del lenguaje en términos de hacer que la sintaxis sea como el jazz; un poco en este tipo de juego trastocar la sintaxis,
violentarla para poder encontrar un nuevo sentido. Él cree en la ilusión, cree en el tejido de las cosas y, en un sentido, ‘aparecer’ tiene que ver con la voluntad de lo mágico, por eso también fue traductor de Poe.

RDU: Cortázar es también una especie de favorito de los académicos, lo estudian, lo explican una y otra vez. ¿Crees que Cortázar está últimamente de “moda”?, acaban de sacar inéditos, acaba de cumplir 25 años de muerte, en 2014 se cumplirán cien años de su nacimiento; y Círculo de lectores, por ejemplo, está editando sus obras completas, se reconoce como un autor valioso.

Enrique: Yo no sé si esté de moda, creo que más bien es un autor con una presencia (y esta palabra, "presencia", era importante para él), que tiene ya muchos años y que seguirá siendo un punto ineludible en el mapa de la Literatura. El sexto volumen de su obra completa en Círculo de Lectores, Obra crítica, incluye sus reseñas, comentarios críticos de libros, textos varios y los escritos de Nicaragua y Argentina (el Cortázar político era lamentable). Está, claro, la "Teoría del túnel". Ésta me parece interesante. Pero es lo más árido y menos interesante de Julio. Incluso, hay cierta pedantería en sus juegos, en sus grillas, alegatos, en sus chistes cultos. En sus cuentos y en su ficción breve, creo, cuando se ciñe a lo suyo, es mucho mejor. Puede ser luminoso, lo es, pero ahora sus caídas, que antes celebraba, cada vez me gustan menos.

Volviendo a Rayuela, es un libro para jóvenes, siempre para jóvenes. Los de ayer, los de hoy. Es necesario tener dieciocho años para tirarse de cabeza en su estética, su mundo, en el que en realidad sucede muy poco. Caminan por París, beben, oyen jazz, discuten. Pero Gonzalo Celorio, que fue un gran cortazariano, o tal vez lo es todavía, dice que Cortázar nos enseñó una manera de escuchar el jazz, de fumar tabaco negro: Literatura. Entiendo bien a un cuarentón de hoy no le diga demasiado. Cortázar es parte de una educación sentimental que se va quedando atrás. Muchos críticos dicen que los libros envejecen. Dicen que Cortázar ha envejecido mal. Yo creo que los que envejecen son los lectores, el texto dice lo mismo. Sólo que lo que dice ya nos dice menos cada vez. A mí todavía me pueden conmover páginas de Rayuela. Sí. Pero es un poco por mi pasado, por las horas y años que pasé leyéndolo con pasión. Es un poco mi nostalgia, es volver un poco al que fui. Hace mucho que no la leo, pero no sé qué me diría hoy.

Antonio Muñoz Molina dice que un libro debe durar diez años, cuando es para sus contemporáneos. Si dura más, bien; si trasciende, entonces estamos ante un clásico. La literatura de Cortázar ha durado más de diez años, muchos más, y creo que lo mejor de su obra perdurará muchos más, pero su estética y su ética, su visión del mundo, se han quedado atrás. Tal vez se deba a que el autor está demasiado presente en su obra, en su literatura, y con el tiempo esa manera de estar en el mundo envejece, como todas las cosas de este mundo. No sé. Cortázar ya me ha dado mucho, soy el escritor que soy en buena medida gracias a él, y sacudirme su presencia en mi escritura me ha costado muchos años. No sé si pueda seguir leyéndolo como lo hacía hace veinte años.

Rayuela, finalmente, tuvo más éxito que Los premios porque tiene que ver con la vida, con preguntas existenciales, te llega más al fondo, la otra es una novela convencional, que no por eso es poca cosa.


Llevar a una isla a medio día

Ricardo: ¿Con qué libro te quedas de Cortázar? A tu hija, cuando te pida el primer libro de Julio, ¿cuál le darías?

Enrique: ¿Con qué libro me quedo de Cortázar? Rayuela fue el primero que leí. El volumen de los cuentos completos es una cosa que no debemos dejar de lado, por ejemplo. A lo mejor a mi hija le daría, como primer acercamiento, Historias de cronopios y de famas, se puede hacer una buena lectura de ese libro en cierto momento.

RDU: ¿Y sus libros misceláneos?, por ejemplo, la crítica no los toma tan en cuenta, sin embargo, a él le eran muy caros, no sólo por el formato poco convencional, como su amigo Julio Silva haciendo fotos y collage, sino porque a él le gustaban, como reunión de textos distintos: hay cuentos, artículos, juegos, imágenes, textos inclasificables.

Enrique: Sí, siguen siendo una forma de especulación. Yo creo que habría que hacer una antología de los textos breves, sueltos, de Julio Cortázar —digo, tal vez no se puede hacer porque sería un acto que es una provocación—. Hay que estar enamorado de Cortázar para leer la Cosmopista [Los autonautas de la cosmopista]; ¡por dios!, no puedes leer eso sin estar enamorado del autor. Y hay textos más interesantes que otros, como Un tal Lucas que es el más autobiográfico, es un texto muy divertido. De lo otro, hay unos que sí y otros que no, hay poemas muy malitos y otros muy divertidos en La vuelta al día en ochenta mundos, en Último Round. Hay un Cortázar ensayista o crítico: su Teoría del túnel o la Imagen de John Keats (que es casi una novela, es un ladrillazo). Pero yo me quedaría, en lo personal, con Los premios, porque es una novela, en toda la extensión de la palabra, es una obra bien hecha, bien armada, resuelta; el personaje de Persio, por ejemplo, es fascinante. Quizá yo sí me quedaría con Los premios o con los Cuentos completos, no lo sé.


CASTRO R. Libia Brenda, “Entrevista. Una manera Cortázar de estar en el mundo”. Revista Digital Universitaria [en línea]. 10 de mayol 2009, Vol. 10, No. 5 [Consultada: 11 de mayo de 2009]. Disponible en Internet:
ISSN: 1607-6079.

sábado, 25 de agosto de 2012

Sobre la falta de jugadores

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por Juan Sasturaín



Siempre me ha gustado y divertido pensar sobre el origen y significado de ciertas expresiones corrientes, muy gráficas y efectivas, casi siempre metafóricas, cuyo sentido es evidente pero que resultan –a la hora de buscar una explicación coherente– bastante escurridizas. Será porque en origen todas las palabras (parábolas) tienen una base descriptiva original a menudo perdida –de “villano” (hoy “villero” sigue el mismo camino semántico) a la trajinada “boludo”; de “siniestro” a “patovica”– y la etimología es un ejercicio que prefiero a la halterofilia –ahí va un hueso para roer– o cualquier otra forma de calistenia. Por algo hay una manera espontánea, coloquial, de preguntar por el sentido de palabras y expresiones que no es “¿Eso qué significa?” sino “¿Eso qué quiere decir? El significado es sólo el resultado actual de una historia; la historia de lo que quiso y quiere decir cada vez una palabra”. En fin, así, por esta vía de razonamiento, nos vamos a ir al carajo o a la poesía, que es lo mismo. Por eso, mejor volvamos al encanto de las expresiones populares más gráficas y graciosas, que de eso quería escribir.

Vamos a algunos ejemplos. En primer lugar, entre las de aparente invención o divulgación individual –no generalizadas en el uso común, pero reconocibles– está el “cabeza de termo” acuñado por Diego, alguien tan singular que de algún modo ha ido construyendo, entre otras cosas, su propio idiolecto. Hasta ahora, “cabeza de termo” me gusta tanto como me supera. Doblemente: no sé exactamente en qué circunstancias precisas la usó/usa el Diez –a quién ha calificado así y por qué– y tampoco cuál es la explicación metafórica: la fragilidad, la calentura. Hay maradonólogos avezados que a esta altura ya estarán preparando el mail explicativo que agradeceré. Pero acaso cuando sepa de qué se trata –tenga la explicación– me pasará como a Borges con el verso “y su epitafio la sangrienta luna”, del soneto de Quevedo al Duque de Osuna, que lo deslumbraba más cuando no sabía que esa bellísima y enigmática “sangrienta luna” aludía también –casi torpemente– a la medialuna roja de la bandera del Imperio Otomano. Por eso sigo disfrutando del polisémico “cabeza de termo” mientras espero la definición puntual.

Pero de todas, acaso la expresión que más me gusta es una hoy políticamente incorrecta, la que se usa cuando se dice que a alguien “le faltan un par de jugadores”. Hay variantes, pero mínimas: me gusta ésa, sobre todo lo de “un par”, que es la forma actual de decir “varios” o “más de uno” sin ser necesariamente dos. En general creo que coincidimos en que se aplica cuando hay alguien que “no está bien de la cabeza”. No está loco del todo pero algo no anda bien. Y me parece que no se usa tanto para el pasado de vueltas sino para el lenteja, que funciona pero hasta ahí.

¿De dónde viene esto? ¿De qué (jugadores) estamos hablando? Les digo lo que yo siento, veo, al utilizar la frase o escuchársela a otro. La imagen es la de un juego infantil de fútbol usado y medio roto, que todavía funciona pero precariamente, un metegol casero pero no copia del modelo industrial sino alguna de sus variables berretas: muñequitos con resorte accionables a mano, algo así. El juego está, se puede usar pero está medio roto, le faltan algunos jugadores. No sé ustedes qué verán.

La idea metafórica de la máquina imperfecta o con fallas aplicada al comportamiento anormal de los humanos –rareza, desequilibrio mental: “viene fallado”– es vieja y muy registrada. Cuando yo era chico se usaba “le patina el embrague”, pero la más generalizada fue y es “tiene un tornillo flojo” –con el gesto en la sien que lo ajusta para corregir (¿referencia a Frankenstein, robots locos y la serie de humanoides sacados?)– que incluso fue llevada más lejos por Cadícamo en su alevosa remake del “Cambalache” discepoliano: Al mundo le falta un tornillo, que cantó tan bien Julio Sosa. Pero hoy al mundo le faltan mucho más que un par de jugadores, no se puede aplicar en ese sentido casi cariñoso o condescendiente.

Hoy es un verdadero loco de mierda.


Pagina12 12/1/2009.-


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San Erdosain, ¿víctima o victimario?

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por Rosa María Conca de Aguero
Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras





En su monumental obra San Genet, comediante y mártir, Sartre señala que este representante del Teatro del Absurdo busca lo sagrado, lo absoluto, en un sistema de valores invertidos en el cual el mal es el supremo bien. De este modo, lo abyecto es vivido con devoción de santidad, como un dramático intento de “ser” en un mundo hostil que lo condena.
Mi trabajo pretenderá mostrar cómo la ecuación Erdosain-Arlt, prototipo existencial de la Argentina del 30, recorre un camino similar al de Genet: el de la realización sistemática del mal como una vía de ascesis en la que mitos y fantasmas del Autor encarnan en personajes torturados posibilitando una vía catártica de liberación y de integración social.
En primer término, entonces, trataré de sintetizar el pensamiento de Sartre sobre Genet. Según este crítico francés, el trauma infantil del niño Genet que es sorprendido robando a la edad de siete años, marca y define su vida posterior, definitivamente. Lo que fue hecho sin plena conciencia significa el comienzo de una identidad asumida: será ladrón. Y este hito significativo no sólo implica la pérdida del tiempo de la inocencia sino que se transforma en el hecho arquetípico inicial que se va a reactualizar en sucesivas transformaciones rituales de transformación en un tiempo cíclico y eterno. Débil y vulnerable, la mirada del otro lo construye. Impotente para modificarla, realiza el único acto de libertad posible: asumirla conscientemente y llevarla a las últimas consecuencias como un acto de rebeldía que devuelve a la sociedad lo que ella misma creó. “He decidido ser lo que el delito ha hecho de mí”. Refiriéndose a su estadía en el Reformatorio de Mettray, Genet dice:
Yo tenía dieciséis años... en mi corazón no conservaba lugar alguno en que pudiera alojarse el sentimiento de mi inocencia. Me reconocía el cobarde, el traidor, el ladrón, el pederasta que veían en mí. En mí mismo, con un poco de paciencia y reflexión descubrí bastantes razones para que me llamaran así. Y estaba estupefacto al saberme compuesto de inmundicias. Me hice abyecto.
El mundo infantil como el de las sociedades primitivas remite a la “mentalidad arcaica” donde la vida es una realidad sagrada y por lo tanto absoluta. El teatro facilita la conformación de esta realidad mágica mediante un tiempo ahistórico que se repite ritualmente en cada representación. Su vacío de no ser y de no poseer es llenado con los roles que él se crea y que transfiere a sus personajes: el héroe, el santo, el mártir, el poeta. Estos mitos personales intentan reemplazar el Paraíso perdido y enmascarar, en vano, su soledad.
La asunción de ese destino impuesto y elegido simultáneamente implica además la justificación de una sociedad “bipolar” que funciona mediante la dialéctica interna de los contrarios: víctima-victimario, el crimen y la santidad, amado-amante. Los excluidos de la sociedad: ladrones, pederastas y poetas, “encarnaciones del mal”, permiten realzar la existencia del bien y de las instituciones que lo encarnan así como las prostitutas permiten preservar a las mujeres honradas. Así el rebelde necesita también del reaccionario para su sustento caracterológico pues son las dos partes enfrentadas de un mismo cuerpo conceptual.
Los hechos existenciales juzgados originan en los proscriptos la conceptualización de su ser y la determinación de su destino. La condena exterior internalizada supone autopunición, desprecio hacia sí mismo, autodegradación. Es así como Genet no sólo se condena a relaciones humanas defectuosas y a una sexualidad aberrante sino que, además, se niega hasta el vínculo de la solidaridad y la lealtad con los que ama; así, la traición destruye la posibilidad de cualquier lazo positivo y se convierte en el supremo mal.
De este modo, ante la dificultad de “ser”, su vida se transforma en una búsqueda incesante en una atmósfera de irrealidad, de ambigüedad permanentes en que la “apariencia” es el “no ser” y por lo tanto, la encarnación del mal. En Las criadas, por ejemplo, el público ve en escena a dos mujeres que resultan ser actores hombres que representan a la Señora y a una Criada pero resultan ser dos Criadas. Al depender del juicio de los demás, Genet y sus personajes están presos de un juego de espejos que les devuelve su imagen distorsionada. De este modo, las Criadas son “emanaciones de la Señora” que las determina y Solange, “el mal olor” de su Hermana Clara.
La revelación y asunción consciente de su ser de ladrón tendrán las características de una hierofanía: lo arrancarán de lo humano de la vida cotidiana para transformarse en una experiencia religiosa. Genet se siente elegido para odiarse, obrar mal y sufrir, como camino de ascesis y purificación. Por ese sufrimiento se asumirá como mártir y del martirio a la Santidad y al misticismo hay sólo un paso.
Así, Genet quiere la abyección por sí misma y se pierde en ella tanto como el místico se pierde en Dios durante su éxtasis. El mismo Genet dice que la palabra “santidad” es la más hermosa de la lengua francesa porque al sugerir la unión del alma con Dios lo aleja de la realidad social. Un cierto fatalismo, una especie de estado de gracia invertido lo dominan: “Los caminos de la santidad son estrechos; es imposible evitarlos y cuando por desgracia, uno se ha introducido en ellos, es también imposible darse vuelta y volver atrás. Se es santo por la fuerza de las cosas que es la fuerza de Dios”1.
El acto de amor es también, para Genet, un ritual consagratorio que se asemeja al éxtasis religioso por su intento de sumergirse en el otro para incorporarlo y llenar el vacío de sí mismo. Pero el ritual es siempre inacabado. No llega a consumarse. Se trata, entonces, de un ritual de misa negra. Así, el onanismo de Genet termina por expresar la negación del otro y el imperio de lo imaginario y de la apariencia. No habiendo tenido el valor de matarse, se siente muerto. Por eso, el rito de muerte ocupa el primer lugar en las ceremonias que reactualizan la crisis original. Su existencia es una interminable “agonía” lenta.
En cuanto a la obra de Roberto Arlt, Los siete locos2, cabe destacar, en primer término, que sus personajes, representantes de la pequeña burguesía ciudadana de la década del ‘30, se muestran sumidos en un estado de angustia, de tristeza profunda permanentes, consecuencia de los sufrimientos, “de las infinitas atmósferas de presión” (p. 93) vividas que iban acumulando “iniquidad sobre iniquidad” (p. 94), determinando el absurdo de la existencia. Así la vida es sentida como “una bufonada” (p. 186), como “un mal sueño” (p. 200) y sólo inspira una sensación de vacío, de asco, de “náusea” (p. 10, 117, 235).
Erdosain siente que el sufrimiento está consustanciado con su ser, con lo cual la situación se torna irreversible y fatal. “Es que llevamos el sufrimiento en nosotros. Una vez llegué a pensar que flotaba en el aire... era una idea ridícula; pero lo cierto es que la disconformidad está en uno”(p. 200). “La casa negra” del prostíbulo se muestra como el símbolo de su vida en la que va de infierno en infierno, acompañado “por su contenido diabólico” (p. 98). Siente que su alma está arrugada, seca, tensa (p. 103). Consciente de su naturaleza “satánica”, le repugna su carácter impredecible y violento. “Ud. sabe que lleva en su interior un monstruo que en cualquier momento se desatará y no sabe en qué dirección” (p. 103).
Las humillaciones recibidas por Erdosain-Arlt en la infancia (cuando su Padre le anunciaba que al día siguiente le pegaría, por ejemplo) suscitan su cobardía reiterada, el sentimiento de culpa y la consecuente actitud autopunitiva de castigar su cuerpo y su espíritu. “Sí, yo soy un lacayo. Tengo el alma de un verdadero lacayo -y apretaba los dientes de satisfacción al insultarse y rebajarse de ese modo ante sí mismo” (p. 11), “Los hombres están tan tristes que tienen la necesidad de ser humillados por alguien” (p. 47). Por ese motivo, al igual que Genet y sus personajes, Erdosain se condena a la oscuridad sensual de la masturbación y los prostíbulos negándose los placeres de la carne.
Dicha tristeza, en cuanto se refería a su pobre físico, tornábase profunda... Porque él no le dio a su carne, que tan poco tiempo viviría, ni un traje decente, ni una alegría que lo reconciliara con el vivir; él no había hecho nada por el placer de su materia.
La humillación de Erdosain era como la de los santos que besaban las llagas de los inmundos para ser “más indignos de la piedad de Dios” (p. 11).
Así Erdosain que se siente a sí mismo como “el no ser”(p. 72), como una cáscara de hombre movida por el automatismo de la costumbre”(p. 9) es, al igual que Genet y sus personajes, el eterno proscripto del paraíso perdido; entiéndase como tal, las vivencias cotidianas del “hombre normal” no determinado por el delito.
Sabía que estaba irremisiblemente perdido, desterrado de la posible felicidad que siempre, algún día, sonríe en la mejilla más pálida: comprendía que el destino lo abortó al caos de esa espantosa multitud de hombre huraños que manchan la vida con sus estampas agobiadas por todos los vicios y sufrimientos (pp. 95-96).
Cuántas veces me he detenido en el misterio de mí mismo y envidiaba la vida del hombre más humilde... (p. 103).
Así, los personajes de Arlt, al igual que los de Genet, están condenados a una soledad impenetrable. Entre ellos y el resto del mundo hay un abismo infranqueable. Nadie puede comprenderlos ni ayudarlos: “... era inútil cuánto hiciera, en su vida había una realidad ostensible, única, absoluta. El y los otros. Entre él y los otros se interponía una distancia, era quizás la incomprensión de los demás o quizá su locura” (p. 106). El pecado, además, termina de romper el hilo que une al hombre con Dios y profundiza su soledad: “Me alejaré de Dios para siempre. Estaré solo sobre la tierra. Mi alma y yo, los dos solos... siempre solos... arriba un sol amarillo y el alma que se apartó de la caridad divina anda sola y ciega bajo el sol amarillo” (p. 204).
Cabe recordar que, en el proyecto de los intelectuales de Los siete locos, la idea de Dios está concebida con un fin utilitarista como “la necesaria mentira metafísica” que distraerá a la mayoría mientras la minoría de “los elegidos” que ellos integraban acaparaba el poder, la riqueza y el conocimiento.
La necesidad de poner distancia con su realidad adversa, suscita en Erdosain e Hipólita, frecuentes ensueños que les permiten reconocer su positividad y, de ese modo, dar tregua a su dolor. Refiriéndose a las “niñas altas, pálidas y concentradas” de Barrio Norte, Erdosain dice: “Sueño que me ven, que me miran y comprenden que yo seré el único amor de toda la vida” (p.13). La mirada ajena generalmente negativa y condenatoria para los desdichados, en este caso, le permite ser el “Otro” deseado, valorado, comprendido y amado. Igualmente, sueña Hipólita:
Días hubo en que se imaginó un encuentro sensacional, algún hombre que le hablara de las selvas y tuviera en su casas un león domesticado. Su abrazo sería infatigable y ella lo amaría como una esclava; entonces encontraría placer en depilarse por él los sobacos y pintarse los senos… (p. 196).
Las carencias y limitaciones de la vida de empleado de Erdosain profundizan su dependencia de los demás y la sensación de su nulidad personal. Sólo logra instantes de libertad y de poder a través del robo. Según Carlos Correas, todos los robos “son pasionales. El ladrón siente que ama más los objetos del otro y, por esto, los merece más que su legítimo propietario. Su posesión indicaría en él cualidades más intensas que las del amo”3. Así el dinero robado por Erdosain refuerza su generosidad por cuanto es destinado a salvar de la miseria a los Espila y a dar cuantiosas limosnas y propinas.
Como Erdosain siente que “sólo el mal puede afirmar la presencia del hombre sobre la tierra” (p. 73) y ese camino es, además, irreversible, decide recorrerlo hasta las últimas consecuencias, buscando tener conciencia de su existencia y en consecuencia, “ser”. “Todavía no he llegado al fondo de mí mismo... pero el crimen es mi última esperanza”(p.203). “Ahora he llegado al final. Mi vida es un horror... Necesito crearme complicaciones espantosas... cometer el pecado...”(p. 204).
La curiosidad es un acicate en ese viaje sin retorno en el que practica “el inocente juego de la crueldad” (p. 233).
A los pocos minutos… una chica… tendría nueve años vino a sentarse a mi lado. Una curiosidad atroz se había apoderado de mi conciencia. La criatura hipnotizada por su instinto semi despierto me escuchaba temblando…y yo… le revelé el misterio sexual, incitándola a que se dedicara a corromper a sus amiguitas (p. 203).
Así, para escapar de la nada de su vida y que ésta adquiera sentido más allá del aburrimiento, la indiferencia y el cansancio, Erdosain decide matar a Barsut. “Sentía el terror de no tener un objeto noble en mi vida, un sueño grande y por fin, ahora lo he encontrado…He condenado a muerte a un hombre”. Siente que debe matarlo como un imperativo ético, como una fatalidad, como una forma de rehabilitarse ante sí mismo (p. 105). Al igual que Hugo en Las manos sucia de J. P. Sartre, Erdosain se impone esa acción con el propósito de objetivarse, de adquirir realidad, de justificarse a sí mismo. “Tenía que matarlo porque sino no hubiera vivido tranquilo; matar a Barsut era una condición previa para existir, como lo es para otros el respirar aire puro” (p. 100).
El miserabilismo en Los siete locos surge no sólo del meollo del personaje sino también de la atmósfera que lo baña. Al igual que Mersault, el asesino de El Extranjero que mata por una absurdidad que le viene de adentro pero además porque el implacable sol argelino forma una atmósfera criminal, la sensación de “estar arrojado” en un mundo hostil va acompañado en Los siete locos, al menos en trece ocasiones, también por la presencia de un sol penetrante. “Una franja amarilla de sol cortaba el muro en lo alto de la estancia; una tristeza enorme pasó por su corazón ¿Qué es lo que había hecho de su vida?...” (p. 114, 115).
Se mantenía inmóvil en la cama, temeroso de romper el equilibrio de su enorme desdicha que aplomaba definitivamente su cuerpo horizontal en la superficie de una angustia implacable… y era inútil que desde allí él intentará mover las manos para alcanzar el sol que estaba más arriba (p. 91, 8, 15, 55, 58, 69, 107, 114, 138, 140, 146, 234, 236).
Además, el crimen y el dinero proporcionan a distintos personajes, la posibilidad de sentirse poderosos como Dios, dueños de la creación. Así, Barsut expresa en su libreta: “El dinero convierte al hombre en un dios. Luego, Ford es un dios. Luego, Ford es un dios. Si es un dios puede destruir la luna” (p 119, 120). Erdosain fantasea de este modo:
Inventaré el Rayo de la Muerte, un siniestro relámpago cuyos millones de amperios fundirían el acero de los dreadnoughts... Veíase convertido en Dueño del Universo (p. 231).
Seremos como dioses. Donaremos a los hombres milagros estupendos, deliciosas bellezas, divinas mentiras (p. 232).
Estos pensamientos remiten al proyecto del Astrólogo que, si bien muestra la rebeldía y el rechazo de la pequeña burguesía al sistema capitalista vigente, al basarse en la subestimación del hombre y el desprecio por la vida, se transforma en un intento nihilista que, bajo la apariencia engañosa del bien común, sólo busca beneficios personales y sectoriales. En definitiva, el sistema ha encerrado de tal modo a los personajes en sus pautas que, a pesar de su rebeldía, son incapaces de modificarlo.
En síntesis, tanto Arlt como Genet y los personajes de ambos, víctimas y victimarios, muestran la complejidad del ser humano, los sufrimientos de vidas interiores dislocadas, intensas, angustiosas que padecen el extrañamiento de su singularidad, la inhumanidad de un orden social que condena y expulsa a “los distintos” y la posibilidad del arte, a través del ejercicio de la libertad, de la imaginación creadora sin límites de tender un puente entre ambas realidades proporcionando un camino de liberación personal, de reparación e integración social.

NOTAS

1 Gerald Genet. Miracle de la rose. En: Obras Completas. T.II., p. 376.
2 Roberto Arlt. Los siete locos. Buenos Aires, Losada, 1958. Se citará por esta edición, indicando el número de página.
3 Carlos Correas. Arlt literato. Buenos Aires, Atuel, 1996, p. 152.

BIBLIOGRAFÍA

Arlt, Roberto. Los siete locos. Buenos Aires, Losada, 1958.
Bataille, Georges. La literatura y el mal. Madrid, Persiles, 1971.
Borre, Omar. Roberto Arlt –su vida y su obra. Buenos Aires, Planeta, 1999.
Correas, Carlos. Arlt literato. Buenos Aires, Atuel, 1996.
Larra, Raúl. Roberto Arlt, el torturado. Buenos Aires, Futuro. 1986.
Rosa, Nicolás. Crítica y significación.
Weisz Carrington. La máscara de Genet. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1997.



Conca de Agüero, Rosa María (2002) "San Erdosain, ¿víctima o victimario? ". En: Revista de Literaturas Modernas, Nº 32, p. 27-34.
Dirección URL del artículo: http://bdigital.uncu.edu.ar/1445.
Fecha de consulta del artículo: 26/08/12.


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